TEXTOS DE LA MISA DEL DÍA DEL CORPUS CHRISTI

Introito. Salmo 80.17,2.-

Los sustentó con flor de trigo, aleluya; y saciólos con miel de la roca, aleluya, aleluya, aleluya. S/. Regocijaos alabando a Dios, nuestro protector; cantad al Dios de Jacob. V/ Gloria.

Colecta.-

Oh Dios!, que bajo un sa­cramento admirable, nos dejaste el memorial de tu pasión; te pedimos, Señor, nos concedas celebrar de tal ma­nera los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre, que sintamos constantemente en nosotros el fruto de tu re­dención. Que vives.

Epístola. 1 Cor.11.23-29.- 

Hermanos: Del Señor aprendí lo que también os tengo ya enseñado, y es que el Señor Jesús, la noche misma en que había de ser traicionado, tomó el pan, y dando gracias, lo partió, y dijo: Tomad y comed; éste es mi cuerpo, que por vos­otros será entregado; haced esto en memoria mía. Y de la misma manera tomó el cáliz, después de haber ce­nado, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre; haced esto, siem­pre que lo bebiereis, en me­moria mía. Así que, cuantas veces comiereis este pan y bebiereis este cáliz, otras tantas anunciaréis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, cualquiera que coma este pan o beba el cá­liz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. Examínese, pues, a si mismo cada cual, y así coma de ese pan y beba de ese cáliz. Porque quien le co­me y bebe indignamente, se come Y bebe su propia con­denación, si no discierne el cuerpo del Señor.

Gradual. Salm.144.15-16.-

Los ojos de todos en ti es­peran, Señor; y tú les das comida en el tiempo conve­niente, y. abres tu mano, y llenas a todo viviente de bendición.

Aleluya. Juan 6,56-57.-

Aleluya, aleluya. V/. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida: el que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece, y yo en él.

Secuencia.

Santo Tomás de Aquino.

Alaba, alma mía, a tu Salvador; alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.

Pregona su gloria cuanto puedas, porque él está sobre toda alabanza, y jamás po­drás alabarle lo bastante.

El tema especial de nues­tros loores es hoy el pan vivo y que da vida.

El cual se dio en la mesa de la sagrada cena al grupo de los doce apóstoles sin género de duda.

Sea, pues, llena, sea sono­ra, sea alegre, sea pura la alabanza de nuestra alma.

Pues celebramos el solemne día en que fue instituido este divino banquete.

En esta mesa del nuevo rey, la pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.

Lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad, y la luz ahuyenta la noche.

Lo que Jesucristo hizo en la cena, mandó que se haga en memoria suya.

Instruidos con sus santos mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.

Es dogma que se da a los cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.

Lo que no comprendes y no ves, una fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.

Bajo diversas especies, que son accidente y no substancia, están ocultos los dones más preciados.

Su carne es alimento y su sangre bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie.

Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta ni lo desmembra;  recíbese todo entero.

Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél le toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.

Recíbenlo buenos y malos; mas con suerte desigual de vida o de muerte.

Es muerte para los malos y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.

Cuando se divida el Sacramento, no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como antes en el todo.

No se parte la sustancia, se rompe sólo la señal; ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.

He aquí el pan de los ángeles, hecho viático nuestro; verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros

Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres

Buen pastor, pan verdadero, ¡oh Jesús], ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.

Tu, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos tus comensales, coherederos y compañeros de los santos ciudadanos. Amén. Aleluya.

Evangelio. Juan 6.56-59.-

En aquel tiempo: Dijo Jesús a las turbas de los judíos: Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre, verdaderamente bebida, quien come mi carne y bebe mi sangre, en mi mora y yo en él. Así como vive el Padre que me envió, y yo vivo por el  Padre; así, el que me come, también vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del celo, No sucederá como a nuestros padres, que comieron el maná, y murieron. Quien coma este pan, vivirá eternamente.

Ofertorio. Lev.21.6.-

Los sacerdotes del Señor ofrecen a Dios incienso y panes; por tanto, serán santos para su Dios, y no pro­fanarán su nombre. Aleluya. 

Secreta.-

Te pedimos, Señor, conce­das propicio a tu Iglesia los dones de la unidad y de la paz, místicamente repre­sentados por los presentes que te ofrecemos. Por N. S.

Comunión. 1 Cor.11.26-27.-

Cuantas veces comeréis este pan y beberéis este cáliz, otras tantas anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, cual­quiera que coma este pan o beba el cáliz del Señor in­dignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor, aleluya.

Poscomunión.-

Te suplicamos, Señor, nos sacies plenamente con el  goce sempiterno de tu divinidad, el cual está representado en la recepción temporal de tu precioso cuerpo y sangre. Tú que vives y  reinas con Dios Padre.

In Festo Sanctíssimi Córporis Christi

I Classis

Introitus: Ps. lxxx: 17

Cibavit illos ex ádipe fruménti, allelúja: et de petra, melle saturávit eos, allelúja, allelúja, allelúja. [Ps. ibid., 2] Exultáte Deo adjutóri nostro: jubiláte Deo Iacob. v Glória Patri. Cibavit illos.

Oratio:

Deus, qui nobis sub Sacraménto mirábili passiónis tuæ memóriam reliquísti: tribue, quǽsumus, ita nos Córporis et Sánguinis tui sacra mystéria venerári, ut redemptiónis tuæ fructum in nobis júgiter sentiámus. Qui vivis et regnas.

1 ad Cor. xi: 23-29

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Corínthios.

Fratres: Ego enim accépi a Dómino quod et trádidi vobis; quóniam Dóminus Jesus in qua nocte tradebátur, accépit panem, et grátias agens fregit, et dixit: Accipite, et manducáte: hoc est corpus meum, quod pro vobis tradétur: hoc fácite in meam commemoratiónem. Simíliter et cálicem, postquam cœnavit, dicens: Hic calix novum testaméntum est in meo sánguine. Hoc fácite, quotiescúmque bibétis, in meam commemoratiónem. Quotiescúmque enim manducábitis panem hunc, et cálicem bibétis, mortem Dómini annuntiábitis donec veniat. Itaque quicúmque manducáverit panem hunc, vel bíberit cálicem Dómini indigne, reus erit córporis et sánguinis Dómini. Probet autem seípsum homo: et sic de pane illo edat, et de cálice bibat. Qui enim mandúcat, et bibit indígne, judícium sibi mandúcat, et bibit: non dijúdicans corpus Dómini.

Graduale Ps. cxxxxvi: 15-16

Oculi ómnium in te sperant, Dómine; et tu das illis escam in témpore opportúno. V. Aperis tu manum tuam: et imples omne ánimal benedictione.

Allelúja, allelúja. [Joann. vi: 56-57] Caro mea vere est cibus, et sanguis meus vere est potus: qui mandúcat meam carnem et bibit meum sánguinem, in me manet, et ego in eo.

Lauda, Sion, salvatórem,
lauda ducem et pastórem
in hymnis et cánticis.
Quantum potes, tantum aude:
quia maior omni laude,
nec láudare súfficis.
Laudis thema speciális,
panis vivus et vitális,
hódie propónitur.
Quem in sacræ mensa cœnæ,
turbæ fratrum duódenæ
datum non ambígitur.
Sit laus plena, sit sonóra,
sit jucúnda, sit decora
mentis jubilatio;
Dies enim solémnis ágitur,
in qua mensæ prima recólitur
hujus institútio.
In hac mensa novi regis,
novum Pascha novæ legis
phase vetus términat.
Vetustátem nóvitas,
umbram fugat veritas,
noctem lux elíminat.
Quod in cœna Christus gessit,
faciéndum hoc expréssit
in sui memóriam.
Docti sacris institútis,
panem vinum in salútis
consecrámus hóstiam.
Dogma datur Christiánis,
quod in carnem transit panis
et vinum in sánguinem.
Quod non capis, quod non vides,
animósa firmat fides
præter rerum órdinem.
Sub divérsis speciébus,
signis tantum et non rebus
latent res exímiæ.
Caro cibus, sanguis potus:
manet tamen Christus totus
sub utráque spécie.
A suménte non concísus,
non confráctus, non divísus,
ínteger accípitur.
Sumit unus, sumunt mille:
quantum isti, tantum ille:
nec sumptus consúmitur.
Sumunt boni, sumunt mali:
sorte tamen inæquáli,
vitæ, vel intéritus.
Mors est malis, vita bonis:
vide, paris sumptiónis
quam sit dispar éxitus.
Fracto demum sacraménto,
ne vacílles, sed meménto
tantum esse sub fragménto,
quantum toto tégitur.
Nulla rei fit scissúra:
signi tantum fit fractúra,
qua nec status, nec statúra
signáti minúitur.
Ecce, panis Angelórum,
factus cibus viatórum,
vere panis fíliorum,
non mitténdus cánibus.
In figúris præsignátur,
cum Isaac immolátur:
agnus paschæ deputátur:
datur manna pátribus.
Bone pastor, panis vere,
Jesu nostri miserére:
tu nos pasce, nos tuére:
tu nos bona fac vidére
in terra vivéntium.
Tu, qui cuncta scis et vales:
qui nos pascis hic mortáles:
tuos ibi commensáles,
coheredes et sodales
fac sanctórum cívium.
Amen. Allelúja

Joann. vi: 56-59

+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joannem.

In illo témpore: Dixit Jesus turbis Judæórum: «Caro enim mea vere est cibus, et sanguis meus vere est potus. Qui mandúcat meam carnem, et bibit meum sánguinem, in me manet, et ego in illo. Sicut misit me vivens Pater, et ego vivo propter Patrem: et qui mandúcat me, et ipse vivet propter me. Hic est panis qui de cælo descéndit. Non sicut manducavérunt patres vestri manna, et mortui sunt. Qui mandúcat hunc panem, vivet in ætérnum.»

Offertorium: Levit. xxi: 6.

Sacerdótes Dómini incénsum et panes ófferunt Deo: et ídeo sancti erunt Deo suo, et non pólluent nomen ejus, allelúja.

Secreta:

Ecclésiæ tuæ, quǽsumus, Dómine, unitátis et pacis propítius dona concéde: quæ sub oblátis munéribus mýstice designántur. Per Dóminum.

Communio: l Cor. xi: 26-27

Quotiescúmque manducábitis panem hunc et cálicem bibétis, mortem Dómini annuntiábitis, donec veniat: ítaque quicúmque manducáverit panem, vel bíberit cálicem Dómini indígne, reus erit córporis et sánguinis Dómini, allelúja .

Postcommunio:

Fac nos, quǽsumus, Dómine, divinitátis tuæ sempitérna fruitióne repléri: quam pretiósi Córporis et Sánguinis tui temporális percéptio præfigúrat: Qui vivis.

Sermón de la Santisima Trinidad

San Alfonso María de Ligorio

EL AMOR QUE MANIFESTÓ EL PADRE AL CREARNOS

1. «Hijo mío, -dice Dios- yo te he amado con perpetuo y no interrumpido amor; y por eso; misericordioso, te atraje a mí». (Jer. XXXI, 3). De estas palabras se infiere, amados oyentes míos, que entre todos los que nos aman son nuestros padres; pero ellos no nos aman jamás sino después que nos han conocido. Empero Dios nos amaba ya antes de que nosotros existiéramos. Todavía no existían en el mundo nuestros padres, cuando ya nos amaba Dios; o por decirlo mejor, todavía no estaba creado el mundo, y ya nos amaba el Señor. ¿Y cuánto tiempo antes de crear el mundo nos amaba Dios? ¿Acaso mil años o mil siglos? No solamente mil siglos antes de la creación, sino que nos amaba desde la eternidad, como nos dice por Jeremías con estas palabras: In charitate perpetua dilexi te. Desde que Dios es Dios, siempre nos ha amado: desde que se amó a si mismo, siempre nos amó. Este pensamiento hacía decir a la virgen santa Inés: «Estoy comprometida con otro amador». Cuando las criaturas exigen de ella que las amase, siempre les respondía: «Yo no puedo preferir las criaturas a mi Dios; Él es el primero que me amó, y es justo que yo le prefiera que otro amor».

2. Por tanto, hermanos míos, sabed que Dios os amó desde la eternidad, y solamente por el amor que os tenía, os distinguió entre tantos hombres que podía haber creado en vuestro lugar, y dejándolos a ellos en la nada, os dió el ser a vosotros y os hizo salir al mundo. Por el amor que nos tiene, creó también tantas otras hermosas criaturas, para que nos sirviesen y nos recordasen el amor que nos ha tenido y el que le debemos por gratitud. Por esto decía san Agustín: «El Cielo y la tierra y todos los seres están diciendo que te ame». Cuando el santo miraba el sol, las estrellas, los montes, el mar y los ríos, creía que todas las criaturas le decían: Agustín, ama a Dios, porque Él nos ha creado por ti para que tu le ames. El abad Rancé, fundador de la Trapa, cuando veía las colinas, las fuentes y las flores, decía que todas estas criaturas le recordaban el amor que Dios le tenía. También santa Teresa solía decir, que estas criaturas le echaban en cara su ingratitud para con Dios. Cuando santa María Magdalena de Pazis tenía en la mano alguna hermosa flor, sentía su corazón herido como de una saeta, y embellecida en el amor divino, decía en su interior: «¡Con qué mi Dios pensó desde la eternidad en crear esta flor o este fruto por mi amor con el fin de que yo le amase!»

3. Además, viendo el Padre eterno, que nosotros estábamos condenados al Infierno por nuestras culpas, movido del grande amor que nos tenía, envió a su Hijo al mundo a morir en una cruz para librarnos del Infierno, y llevarnos consigo al Paraíso, como dice san Juan por estas palabras: «Tanto amó Dios a los hombres, que no paró hasta dar por ellos a su Hijo unigénito. (Joann. III, 16). Amor, que con razón llama el Apóstol, excesivo, en el capítulo II, v. 4 de su Epístola a los de Efeso: Propter nimium charitatem suam, qua dilexit nos, et cum essemus mortui peccatis, vivificavit nos in Christo.

4. Contemplemos, además, el especial amor que nos manifestó, haciéndonos nacer en países cristianos y en el gremio de la verdadera Iglesia Católica. ¡Cuántos nacen todos los días entre los gentiles, entre los judíos, entre los mahometanos, y entre los herejes, todos los cuales se condenan! Considerad, que con respecto al gran número de éstos, pocos son los hombres que tienen la suerte de nacer donde reina la verdadera fe, pues no llegan a la décima parte, y entre estos pocos nos ha hecho nacer Dios. ¡Oh, que don tan inmenso y apreciable es de la fe! ¡Cuántos millones de almas hay entre los infieles que están privados de los sacramentos, de la palabra divina, de los ejemplos de los buenos, y de todos los otros auxilios que tenemos en la Iglesia para salvarnos! Pues todos estos grandes auxilios quiso concedernos a todos nosotros el Señor, sin que nosotros lo mereciésemos, antes preveía nuestros grandes crímenes; porque cuando Dios pensaba crearnos y concedernos estas gracias, ya veía de antemano nuestros pecados y lo mucho que habíamos de injuriarle.

EL AMOR QUE NOS TUVO EL HIJO CUANDO NOS REDIMIÓ

5. Nuestro primer padre Adán, por haber comido el fruto prohibido fue condenado miserablemente a la muerte eterna con toda su descendencia. Viendo Dios que todo el género humano había perecido, determinó enviar un Redentor para salvar a los hombres. ¿A quién enviará para que los redima? ¿enviará a un ángel o a un serafín? No, porque el mismo Hijo de Dios, sumo y verdadero como el Padre, se ofrece a bajar a la tierra para tomar en ella carne humana, y morir por la salvación del género humano. ¡Oh prodigio admirable del amor divino! El hombre desprecia a Dios, como dice san Fulgencio, y se separa de Dios; y Dios viene a la tierra a buscar al hombre rebelde, movido del grande amor que le tiene. Viendo que a nosotros no nos era permitido acercarnos al Redentor, como dice san Agustín, no se desdeñó el Redentor de acercarse y venir a nosotros. ¿Y porqué quiso Jesucristo venir a nosotros? El mismo santo Doctor lo dice por estas palabras: «Vino Cristo al mundo, para que conociese el hombre lo mucho que Dios le ama».

6. Por eso escribió el Apóstol a Tito: «Dios nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y su amor». (Tit. III, 4). Y en el texto griego se lee: «se ha manifestado el singular amor de Dios para con los hombres». San Bernardo escribe sobre el mismo texto, que antes que apareciese Dios en la tierra en la forma de siervo, hecho semejante a los demás hombres, no podían llegar a comprender los hombres la grandeza de la bondad divina: «por esta razón el Verbo eterno tomó carne humana, para que presentándose como hombre, conociesen los hombres su bondad». (S. Bern. serm. 1, in Epiph). ¿Y que mayor amor, que mayor bondad podía manifestarnos el Hijo de Dios, que hacerse hombre como nosotros? ¡Oh suma bondad de Dios! Se hizo gusano como nosotros para que nosotros no quedásemos perdidos. ¿No sería una maravilla ver, que un príncipe se convertía en gusano, para salvar a los gusanos de su reino? Pues cuanta mayor maravilla es ver, que un Dios se hizo hombre como nosotros para salvarnos de la muerte eterna?Verbum caro factum est: «El verbo se hizo carne». (Joann. I, 14). Pero ¿quién vió jamás hacerse carne un Dios? ¿Quién pudiera creerlo, si no nos lo asegurase la fe?  Ved aquí, dice san Pablo, «a un Dios casi reducido a la nada». (Philp. II 7). Con estas palabras nos manifiesta el Apóstol, que el Verbo que estaba lleno de majestad y de gloria, quiso humillarse y tomar la condición humilde y débil de la naturaleza humana, revistiéndose de la naturaleza de siervo, y haciéndose en forma semejante a los hombres; aunque, como observa san Juan Crisóstomo, no era simple hombre, sino hombre y Dios juntamente. Oyendo cantar un día a un diácono, aquellas palabras de san Juan: Et verbum caro factum est, salió fuera de sí mismo, dando un fuerte grito, y arrobado, voló por el aire en la iglesia hasta ponerse junto al santísimo Sacramento.

7. No se contentó empero, el Verbo encarnado, no le bastó a este Dios enamorado de los hombres, sino que quiso, además, vivir entre nosotros como el último, el más vil y despreciable de los hombres, como lo había predicho el profeta Isaías (LIII, 2 y 3) «No es de aspecto bello, ni es esplendoroso; nosotros le hemos visto… despreciado y el deshecho de los hombres, varón de dolores, porque fue formado de intento para estar siempre atormentado y perseguido hasta la muerte; pues desde que nació, hasta que murió, estuvo padeciendo por nuestro amor».

8. Y como había venido para hacerse amar de los hombres, según escribe san Lucas con aquellas palabras: «Yo he venido a poner fuego en la tierra, y, ¿que he de querer sino que arda?» (Luc. XII, 49); quiso darnos al fin de su vida las señales y pruebas más evidentes del amor que nos profesaba. Como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin (Joann. XIII, 1). Y no solamente se humilló hasta morir por nosotros, sino que quiso elegir una muerte la más amarga y afrentosa de todas. Y esta es la razón de decir del Apóstol en la Epístola a los Filipenses (II, 8): «se humilló a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». El que entre los hebreos moría crucificado, era maldecido y vituperado por todo el pueblo Leemos en la Santa Escritura: «Es maldito el que está colgado del madero». (Deut. XXI, 23) Por esta razón también quiso terminar así su vida nuestro divino Redentor, muriendo afrentado en una cruz, cercado de ignominias y dolores, como había vaticinado el profeta David por estas palabras: «Llegué a alta mar y sumergióme la tempestad». (Psal. LXVIII, 3).

9. Escribe san Juan en su primera Epístola (III, 16), que conocimos el amor que Dios nos tenía, en que dió el Señor su vida por nosotros. Y en verdad; ¿cómo podía Dios manifestarnos más claramente su amor, que dando su vida por nosotros? Y ¿cómo es posible ver todo un Dios muerto por nosotros en una cruz, y no amarle? Por esto dice san Pablo en su segunda Epístola a los Corintios (v. 14); que el amor de Cristo nos urge. Por estas palabras nos advierte, que nos obliga  y nos mueve a amarle, no tanto lo que Cristo hizo y padeció por nosotros, cuanto el amor que nos manifestó padeciendo y muriendo por el género humano. Murió por todos los hombres, como añade el mismo Apóstol, para que los que viven, no vivan ya para sí, sino para el que murió. (II. Cor. v, 15). Y a fin de granjearse  todo nuestro amor, no contento con haber dado su vida por nosotros, quiso además quedarse Él mismo en el sacramento de la Eucaristía, para servirnos de manjar cuando dijo: «Tomad y comed; este es mi cuerpo» (Matth. XXIV, 26). Y ¿quién creyera una fineza como esta, si no nos la asegurase la fe?

EL AMOR QUE NOS MANIFESTÓ EL ESPÍRITU SANTO CUANDO NOS SANTIFICÓ

10. No contento el eterno Padre con habernos dado a Jesucristo su Hijo, para que nos salvase con su muerte, quiso darnos también el Espíritu Santo, para que habitase en nuestras almas y las tuviese continuamente inflamadas de su santo amor. Jesucristo mismo, a pesar de los malos tratamientos de los hombres en este mundo, olvidado de su ingratitud después de su ascensión a los Cielos, nos envió desde allí el Espíritu Santo, para que con su amor encendiese en nosotros la caridad divina y nos santificase. He ahí por que el Espíritu Santo, cuando descendió al Cenáculo, quiso dejarse ver en figura de lenguas de fuego. Y he ahí también, porque pide la Iglesia al Señor, que nos inflame  el Espíritu con aquél fuego que Jesucristo envió a la tierra, anhelando que ardiese. Este es aquél santo fuego que ha inflamado después a los santos para obrar grandes cosas por amor de Dios, para amar a sus más crueles enemigos, para desear los desprecios, para renunciar las riquezas y honores mundanos, y para abrazar con alegría los tormentos y la muerte.

11. El Espíritu Santo es aquella unión divina que hay entre el Padre y el Hijo, y el que una nuestras almas con Dios por medio del amor, cuyo efecto es unir los corazones y las almas justas con Dios, como dice san Agustín: Los lazos del mundo son lazos de muerte; pero los del Espíritu Santo sonlazos de vida eterna, puesto que nos unen con Dios, que es nuestra vida verdadera que no ha de tener fin.

12. Debemos también estar en la inteligencia, de todas las luces, todas las inspiraciones divinas, y todos los actos buenos que hemos practicado en toda nuestra vida, de dolor de nuestros pecados, de confianza en la misericordia de Dios, de amor y resignación: todos han sido dones del Espíritu Santo. Y el Apóstol añade, que el Espíritu Santo ayuda nuestra flaqueza, porque, no sabiendo nosotros siquiera que hemos de pedir en nuestras oraciones, ni como conviene hacerlo, el mismo Espíritu produce en nuestro interior nuestras peticiones a Dios con gemidos que son inexplicables. (Rom. VIII, 26).

13. En suma, toda la Santísima Trinidad se ha ocupado de manifestarnos el amor que Dios nos tiene, para que nosotros le correspondamos con gratitud; porque como dice san Bernardo, amándonos Dios, no busca otra cosa que ser amado de nosotros. Es muy justo, pues, que nosotros amemos a Dios, ya que Dios nos amó primero, y nos obligó a que le amemos con tantas finezas como nos dispensó. ¡Oh que tesoro tan precioso es el amor! Es también infinito, porque nos hace adquirir la amistad de Dios, como dice Salomón por estas palabras: «Es un tesoro infinito para los hombres, que cuantos se han validado de él, los ha hecho partícipes de la amistad de Dios». (Sap. VII, 14). Para adquirirlo es necesario apartar el corazón de las cosas terrenas. Por eso decía Santa Teresa: Aparta tu corazón de las criaturas y hallarás a Dios. En un corazón lleno de las cosas de la tierra, no tiene cabida el amor divino. Por esto suplicamos siempre al Señor en nuestras oraciones, y en las visitas al Santísimo Sacramento, que nos otorgue su santo amor, para que nos haga perder el afecto de las cosas del mundo. San Francisco de Sales dice que cuando se quema la casa todo se tira por la ventana. Quería manifestar con estas palabras, que cuando un alma está inflamada de amor divino, ella misma se aparta de todas las cosas de la tierra.

14. En el Cantar de los Cantares de Salomón leemos, que «el amor es fuerte como la muerte» (Cant. VIII, 6). Quieren decir estas palabras, que así como no hay fuerza creada que resista a la muerte, cuando ha llegado su hora, así no hay dificultad que una alma amante de Dios no venza con el amor. Cuando se trata de complacer a la persona amada, el amor vence todas las dificultades, dolores, pérdidas e ignominias, porque no hay dificultad ninguna que no pueda vencer el amor. El amor hacia los santos mártires, en medio de los tormentos, sobre los ecúleos y las parrillas alabasen y diesen gracias a Dios, porque les concedía padecer por su amor; y que otros santos, luego que faltaron los tiranos, se convirtieran ene verdugos de sí mismos con los ayunos y penitencias, por dar gusto a Dios. San Agustín dice: «No se experimenta fatiga ninguna cuando uno hace aquello que ama; y  si alguna se experimenta es amada por el mismo que la sufre»: In eo quod amatur, aut non laboratur, aut ipse labor amatur.

TEXTOS DE LA MISA DE LA SANTISIMA TRINIDAD

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Tob. 12.6.- Bendita sea la santa Trinidad y la indivisible Unidad; alabarémosla porque usado de misericordia con nosotros. Salmo, 8,2.- Oh, Señor, Señor nuestro. ¡Cuán admirable es vuestro nombre en toda la tierra! Gloria al Padre.

Oración.- Oh, Dios todopoderoso y eterno que concedisteis a vuestros siervos que, por la profesión de la verdadera fe, alcanzasen la gracia de conocer la gloria de la Trinidad eterna y la de adorar la unidad en la omnipotencia de la Majestad: os suplicamos que perseverando firmes en la misma fe, deseamos defendidos contra toda adversidad, Por nuestro Señor Jesucristo.

Epístola. Rom.11,33-36.- ¡Que abismo de riqueza es la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que Él le devuelva? Él es el origen y camino y término de todo. A Él la gloria por los siglos. Amén.

Gradual. Dan.3,55-56.- Bendito eres, Señor, que miras los abismos, y te sientas sobre los Querubines. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo, digno de alabanza por los siglos.

Aleluya-. Aleluya. Dan 3,52.- Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, digno de alabanza por los siglos. Amén


Evangelio. Mat 28,18-20.- En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.


Ofertorio. Tob. 12.6.- Bendito sea Dios Padre, y el Hijo Unigénito de Dios, y también el Espíritu Santo, porque ha usado de misericordia con nosotros.


Secreta.- Os rogamos, Señor, que acepéis benigno los sacrificios que a vos hemos consagrado; y concedednos que nos sirvan de perpetuo socorro. Por N.S. J.C..


Prefacio de la Santísima Trinidad.-

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, dar­te gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, om­nipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la pro­piedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz.


Comunión. Tob.12,6.-  Bendigamos al Dios del cielo y glorifiquémosle delante de todos los vivientes, porque ha usado de misericordia con nosotros.

Poscomunión.-  Haced, Señor y Dios nuestro, que la recepción de este Sacramento y la confesión de la eterna y santa Trinidad y de su indivisible Unidad nos sirvan para salud del alma y cuerpo. Por N. S. J. C.

TEXTOS DE LA MISA EN LATIN

In Festo Sanctissimæ Trinitatis         I Classis

Introitus: Tob. xii: 6 

Benedícta sit sancta Trínitas, atque indivísa únitas: confitébimur ei, quia fecit nobíscum misericórdiam suam. Dómine Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!. Glória Patri. Benedícta sit. 

Oratio: 

Omnípotens sempitérne Deus, qui dedísti fámulis tuis in confessióne veræ fídei, ætérnæ Trinitátis glóriam agnóscere, et in poténtia majestátis adoráre unitátem: quǽsumus; ut ejúsdem fidei firmitáte, ab ómnibus semper muniámur advérsis. Per Dóminum. 

Rom. xi: 33-36

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Romanos.

O Altitúdo divitiárum sapiéntiæ et sciéntiæ Dei: quam inconprehensibília sunt judicia ejus, et investigábiles viæ ejus! Quis enim cognóvit sensum Dómini? Aut quis consiliárius ejus fuit? Aut quis prior dedit illi, et retribuétur ei? Quóniam ex ipso, et per ipsum, et in ipso sunt ómnia: ipsi glória in sǽcula. Amen.

Graduale: Dan v: 55-56 

Benedíctus es, Dómine, qui intuéris abýssos, et sedes super Chérubim. V. Benedíctus es, Dómine, in firmaménto cæli, et laudábilis in sǽcula. 

Allelúja, allelúja. Benedíctus es, Dómine, Deus patrum nostrórum, et laudábilis in sǽcula. Allelúja. 

Matth: xxviii: 18-20

+  Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.

In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: «Data est mihi omnis potéstas in cælo, et in terra. Eúntes ergo docéte omnes gentes, baptizántes eos in nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti: docéntes eos serváre ómnia quæcúmque mandávi vobis. Et ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus, usque ad consummatiónem sǽculi.»

Credo. 

Offertorium: Tob. xii: 6 

Benedíctus sit Deus Pater, unigenitúsque Dei Fílius, Sanctus quoque Spíritus: quia fecit nobíscum misericórdiam suam. 

Secreta: 

Sanctífica, quǽsumus, Dómine Deus noster, per tui sancti nóminis invocatiónem hujus oblatiónis hóstiam: et per eam nosmetípsos tibi pérfice munus ætérnum. Per Dóminum.

Præfátio de Ssma Trinitate

Vere dignum et iustumest, ǽquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus:

Qui cum unigénito Fílio tuo, et Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua glória, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia discretiónis sentímus. Ut in confessióne veræ sempiternǽque Deitátis, et in persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in maiestáte adorétur æquálitas. Quam láudant Ángeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non cessant clamáre quotídie una voce dicéntes:

Communio: Tob. xii: 6

Benedícimus Deum cæli, et coram ómnibus vivéntibus confitébimur ei: quia fecit nobíscum misericórdiam suam.

Postcommunio: 

Profíciat nobis ad salútem córporis et ánimæ, Dómine Deus noster, hujus sacraménti suscéptio: et sempitérnæ sanctæ Trinitátis, ejusdémque indivíduæ unitátis conféssio. Per Dóminum.

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN ESPAÑOL

Introito.  Salm. 97.1,2,1.  Cantad al   Señor   un cántico nuevo, aleluya; porque ha hecho mara­villas el Señor, aleluya; ha manifestado su justicia ante las naciones, aleluya, aleluya, aleluya. Salmo. Su diestra y su santo brazo le han dado la victoria. V/. Gloria al Padre, y al Hijo.

Colecta.-  Vivir como bautizados, fieles a Dios, en esta difícil vida, no es posible sino con la ayuda de la gracia de Dios. Oh Dios!, que das a las almas de los fieles un solo querer,  concede a tus pueblos amar tus mandatos y ansiar tus promesas, para que entre los halagos del mundo tengamos fijos nues­tros corazones allí donde están los verdaderos goces.

Epístola. Sant.1.17-21.-  Nada mejor haría el hombre que dejarse moldear por Dios, que ha emprendido y prosigue en él esta gran obra. Después de crearnos, nos ha redimido; no queda sino purificar nuestra vida y recibir la palabra celestial en lo más íntimo de nuestras almas.

Carísimos: Toda dádiva preciosa y todo don per­fecto de arriba viene, del Pa­dre de las luces, en quien no cabe mudanza ni sombra de variación. Porque de su volun­tad nos ha engendrado con la palabra de la verdad, a fin de que seamos como las primi­cias de su creación. Bien lo sabéis, hermanos míos muy queridos. Y así sea todo hom­bre pronto para escuchar, pe­ro comedido en el hablar y re­frenado en la ira. Porque la ira del hombre no obra la jus­ticia de Dios. Por lo cual, dan­do de mano a toda inmundicia y exceso vicioso, recibid con docilidad la divina palabra, que ha sido como ingerida en  vosotros,  y  que  puede salvar vuestras almas.

Aleluya.- Aleluya, aleluya V/. La diestra del Señor ha hecho prodigios; la diestra del Señor me ha salvado. Aleluya, V/. Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no tendrá ya dominio sobre él. Aleluya

Evangelio. Juan 16.5-14.- El Espíritu Santo revela a los fieles la autenticidad de la misión de Cristo y el sentido de su redención: denunciando el pecado del mundo que no ha querido creer en Cristo, mostrando que Jesús ha sido el único Justo, afirmando que ha resucitado y subido por virtud divina a los cielos.

En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: voy a aquél que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Mas porque os he dicho estas cosas, se ha llenado de tristeza vuestro corazón. Pero os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; que si no me voy, no vendrá a vosotros  el  Consolador; pero si me voy, os le enviaré. Y cuando venga él, convencerá al mundo en orden al pecado, en orden a la justicia y en orden al juicio. En orden al pecado por cuan­to no han creído en mí; res­pecto a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; y tocante al juicio, porque ya ha sido juzgado el príncipe de este mundo. Aún tengo otras muchas co­sas  que  deciros;  mas por ahora no  podéis compren­derme. Mas cuando venga el Espíritu de verdad, él os enseñará  todas las verdades; pues no hablará por sí, sino que dirá las cosas que habrá oído, y os anunciará las venideras. Él me glorificará a mí, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará.

Ofertorio. Salm.65.1-2,16.-  Cante a Dios toda la tierra; cantad la gloria de su nombre. Venid y oíd vosotros, todos los que teméis a Dios, y os contaré cuán grandes cosas ha hecho el Señor a mi alma, aleluya.

Secreta.- Oh Dios! Que por la sagrada recepción de este sacrificio nos has hecho partícipes de tu soberana divinidad, concede, te suplicamos, que después de haber conocido tu verdad, podamos conseguirla con dignas costumbres. Por N.S.

Prefacio de Pascua.- En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, que en todo tiempo, Señor, te alabemos; pero con más gloria que nunca en este día (en este tiempo), en que se ha inmolado Cristo, nuestra Pascual. El cual es el verdadero Cordero que quitó los pecados del mundo y que, muriendo, destruyó nuestra muerte, y, resucitando, reparó nuestra vida. Por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejercito celestial, cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo…

Comunión. Juan 16.8.-  Cuando venga el Espíritu Consolador convencerá al mundo  en orden al pecado, a la justicia y al juicio,  aleluya, aleluya.

Poscomunión.- Asístenos, Señor Dios nuestro, para que los misterios que con fe hemos recibido, nos purifiquen de nuestras culpas y nos libren de todos los peligros.

TEXTOS DE LA MISA EN LATIN

Introitus: Ps. xcvii: 1 et 2

Cantáte Dómino cánticum novum, allelúja: quia mirabília fecit Dóminus, allelúja: ante conspéctum géntium revelávit justítiam suam, allelúja, allelúja, allelúja. [Ps. ibid., 1]. Salvávit sibi déxtera ejus: et bráchium sanctum ejus. Glória Patri. Cantáte.

Oratio:

Deus, qui fidélium mentes uníus éfficis voluntátis: da pópulis tuis id amáre quod prǽcipis, id desideráre quod promíttis; ut inter mundánas varietátes ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gáudia. Per Dóminum.

Jacobi i: 17-21

Léctio Epístolæ beáti Jacóbi Apóstoli.

Caríssimi: Omne datum óptimum, et omne donum perféctum desúrsum est descéndens a Patre lúminum, apud quem non est transmutátio, nec vicissitúdinis obumbrátio. Voluntárie enim genuit nos verbo veritátis, ut simus initium áliquod creatúræ eius. Scitis, fratres mei dilectíssimi. Sit autem omnis homo velox ad audiéndum: tardus autem ad loquéndum, et tardus ad iram. Ira enim viri iustítiam Dei non operátur. Propter quod abjicientes omnem inmundítiam, et abundántiam malítiæ, in mansuetúdine suscípite ínsitum verbum quod potest salváre ánimas vestras.

Allelúja, allelúja. [Ps. cxvii: 16] Déxtera Dómini fecit virtútem: déxtera Dómini exaltávit me. Allelúja. [Rom. vi: 9] Christus resúrgens ex mórtuis, jam non móritur: mors illi ultra non dominábitur. Allelúja.

9 Joann. xvi: 5-14

Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem.

In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: “Vado ad eum qui misit me: et nemo ex vobis intérrogat me: Quo vadis? Sed quia hæc locútus sum vobis tristítia implévit cor vestrum. Sed ego veritátem dico vobis: éxpedit vobis ut ego vadam: si enim non abíero Paráclitus non véniet ad vos: si autem abíero, mittam eum ad vos. Et, cum vénerit ille árguet mundum de peccáto, et de justítia, et de judício. De peccáto quidem, quia non creddidérunt in me: de justítia vero, quia ad Patrem vado, et iam non vidébitis me: de judício autem, quia princeps hujus mundi jam judicátus est. Adhuc multa hábeo vobis dícere: sed non potéstis portáre modo. Cum autem vénerit ille Spíritus veritátis docébit vos omnem veritátem. Non enim loquétur a semetípso: sed quæcúmque áudiet loquétur, et quæ ventúra sunt, annuntiábit vobis. Ille me clarificábit: quia de meo accípiet: et annuntiábit vobis.

Credo.

Offertorium: Ps. lxv: 1-2 et 16.

Jubiláte Deo, univérsa terra, psalmum dícite nómini ejus: veníte et audíte, et narrábo vobis, omnes qui timétes Deum, quanta fecit Dóminus ánima meæ, allelúja.

Secreta:

Deus, qui nos per hujus sacrifícii veneránda commércia, unius summæ divinitátis partícipes effecísti: presta quǽsumus; ut sicut tuam cognóscimus veritátem sic eum dignis móribus assequámur. Per Dóminum.

Præfátio Paschalis

Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre: Te quidem, Dómine, omni tempore, sed in hac potíssimum die gloriósius prædicáre, cum Pascha nostrum immolátus est Christus. Ipse enim verus est Agnus, qui ábstulit peccáta mundi. Qui mortem nostram moriéndo destrúxit, et vitam resurgéndo reparávit. Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia cæléstis exércitus, hymnum glóriæ tuæ cánimus, sine fine dicéntes:  Sanctus, Sanctus, Sanctus,

Communio: Joann. xvi: 8

Cum vénerit Paráclitus Spíritus veritátis, ille árguet mundum de peccáto, et de justítia, et de judício, allelúja, allelúja.

Postcommunio:

Adesto nobis, Dómine Deus noster; ut per hæc, quæ fidéliter súmpsimus, et purgémur a vítiis, et a perículis ómnibus eruámur. Per Dominum.

BREVE SERMÓN DEL LIBRO DEL AÑO LITURGICO DE DOM GUERANGER

IMITAR AL PADRE. —  (Epistola)

Los favores derramados sobre el pueblo cristiano proceden de la sublime y serena bondad del Padre celestial. El es el principio de todo en el orden de la naturaleza; y si en el orden de la gracia hemos llegado a ser sus hijos, es porque él mismo nos ha enviado su Verbo consustancial, que es la Palabra de verdad, por la que hemos llegado a ser, mediante el bautismo, hijos de Dios. De aquí se deduce que debemos imitar, en cuanto es posible a nuestra flaqueza, la serenidad de nuestro Padre que está en los cielos y librarnos de esta agitación pasional que es el carácter de una vida toda terrestre, mientras que la nuestra debe ser del cielo donde Dios nos arrastra. El santo Apóstol nos exhorta a recibir con mansedumbre esta Palabra que nos convierte en lo que somos. Ella es según su doctrina un injerto de salvación hecho en nuestras almas. Si ella actúa allí, si su crecimiento no es obstaculizado por nosotros, seremos salvos.

EL ANUNCIO DEL ESPÍRITU SANTO. — (Evangelio)

Los apóstoles se entristecieron cuando Jesús les dijo: » Yo me voy.» ¿No lo estamos también nosotros que después de su nacimiento en Belén, le hemos seguido constantemente, gracias a la Liturgia que nos ha hecho seguir sus pasos? Todavía algunos días más, y se elevará al cielo y el año perderá ese encanto que recibía día tras día con sus acciones y con sus discursos. Con todo, no quiere que nos dejemos invadir por una excesiva tristeza.

Nos anuncia que en su lugar va a descender sobre la tierra el Consolador, el Paráclito y que permanecerá con nosotros para iluminarnos y fortificarnos hasta el fin de los tiempos. Aprovechemos con Jesús estas últimas horas; pronto será tiempo de prepararnos a recibir al huésped celestial que vendrá a reemplazarle. Jesús, que pronunciaba estas palabras la víspera de la Pasión, no se limita a mostrarnos la venida del Espíritu Santo como la consolación de sus fieles; al mismo tiempo nos la presenta como temible para aquellos que desconocen  su Salvador. Las palabras de Jesús son tan misteriosas como terribles; tomemos la explicación de San Agustín, el Doctor de los doctores. «Cuando viniere el Espíritu Santo—dice el Salvador— convencerá al mundo en lo que se refiere al pecado.» ¿Por qué? «Porque los hombres no han creído en Jesús.» ¡Cuánta no será, en efecto, la responsabilidad de aquellos que habiendo sido testigos de las maravillas obradas por el Redentor no dieron fe a su palabra! Jerusalén oirá decir que el Espíritu Santo ha descendido sobre los discípulos de Jesús, y permanecerá tan indiferente como estuvo a los prodigios que le designaban su Mesías. La venida del Espíritu Santo será como el preludió de la ruina de esta ciudad deicida. Jesús añade que «el Paráclito convencerá al mundo con respecto a la justicia, porque—dice—yo voy al Padre y vosotros no me veréis más.» Los Apóstoles y aquellos que creyeron en su palabra serán santos y justos por la fe. Ellos creyeron en aquel que había ido al Padre, en aquel que no vieron ya en este mundo, Jerusalén, al contrario, no guardará recuerdo de El sino para blasfemarle; la justicia, la santidad, la fe de aquellos que creyeron será su condenación y el Espíritu Santo les abandonará a su suerte. Jesús dice también: «El Paráclito convencerá al mundo en lo que se refiere al juicio.» Y ¿por qué?; «porque el príncipe de este mundo ya está juzgado». Aquellos que no siguen a Jesucristo tienen sin embargo un Jefe al que siguen. Este Jefe es Satanás. Así, pues, el juicio de Satanás está ya pronunciado. El Espíritu Santo advierte, pues, a los discípulos del mundo que su príncipe está para siempre sepultado en la reprobación. Que ellos reflexionen; porque añade San Agustín «el orgullo del hombre se engañaría al esperar en el perdón; que medite con frecuencia los castigos que sufren los ángeles soberbios».

Tercer domingo de Pascua

TEXTOS PROPIOS DE LA MISA EN ESPAÑOL.

Introito. Sal.65,1-2.- Aclama al Señor, tierra entera, aleluya, tocad en honor de su nombre, aleluya, cantad himnos a su gloria, aleluya, aleluya, aleluya. Sal,65,3.- Decid a Dios: “Qué temibles son tus obras, por tu inmenso poder tus enemigos te adulan”. V/. Gloria al Padre.

Oración.- La luz de tu verdad, oh Dios, guíe a los que andan extraviados, para que puedan volver al camino de la santidad; concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de tal nombre, y cumplir todo lo que este nombre significa.

Epístola.  1 Pe 2,11-19.- Queridos hermanos: Os ruego que, como forasteros en país extraño, os apartéis de los deseos carnales que están en guerra con el alma. Portaos bien entre los gentiles, de modo que, si os calumnian como malhechores, al ver con sus ojos vuestras buenas obras, den gloria a Dios en el día de la cuenta. Someteos a toda institución humana, porque así lo quiere el Señor: sea al rey, como soberano, sea a los gobernadores, como emisarios suyos, que castigan a los que obran mal y premian a los que obran bien. Esto es lo que Dios quiere: que a fuerza de obrar bien, le tapéis la boca a la ignorancia de los necios. Vivid como hombres libres, no usando la libertad como disfraz de la maldad, sino como siervos de Dios. Dad a cada uno el honor debido: a los hermanos el amor, a Dios la reverencia, al soberano el honor. Los criados que acepten la autoridad de los amos con el debido respeto, no sólo cuando son buenos y razonables, son también cuando son difíciles. Pues esto es gracia: en Cristo Jesús, Señor Nuestro.

Aleluya, aleluya. Sal.110,9; Luc.24,46.- El Señor ha redimido a su pueblo. Aleluya, Cristo tenía que padecer, y resucitar de entre los muertos, y entrar en su gloria. Aleluya.

Evangelio. Juan,16,16-22.- En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Dentro de un poco, ya no me veréis; dentro de otro poco, me vereéis. Porque voy al Padre. Algunos discípulos comentaban: ¿Qué es eso que dice: “dentro de un poco, ya no me veréis, y dentro de otro poco, me veréis”, y “Voy al Padre”? Y se preguntaban: ¿Qué significa ese “poco”? No sabemos de qué habla. Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: Estáis discutiendo de lo que redicho: “Dentro de un poco, ya no me veréis, y dentro de otro poco, me veréis”. Yo os aseguro: lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre. Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitara vuestra alegría.

Ofertorio. Sal.145,2.- Alaba, alma mía, al Señor; alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista, aleluya.

Secreta.- Concédenos, Señor, por estos misterios, dominar el deseo de bienes terrenos y amar siempre los bienes del cielo.

Prefacio de Pascua.- En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, que en todo tiempo, Señor, te alabemos; pero con más gloria que nunca en este día (en este tiempo), en que se ha inmolado Cristo, nuestra Pascual. El cual es el verdadero Cordero que quitó los pecados del mundo y que, muriendo, destruyó nuestra muerte, y, resucitando, reparó nuestra vida. Por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejercito celestial, cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo…

Comunión. Jn.16,16,.- Dentro de muy poco, ya no me veréis, aleluya; dentro de otro poco, me veréis, porque voy al Padre, aleluya, aleluya.


Poscomunión. –  Os rogamos, Señor, que esta comunión que hemos recibido fortalezca nuestro espíritu y defienda con su protección nuestro cuerpo.

TEXTOS EN LATIN

Dominica Tertia post Pascha

II Classis

Introitus: Ps. lxv: 1-2

Jubiláte Deo, omnis terra, allelúja: psalmum dícite nómini ejus, allelúja, allelúja, allelúja. [Ps. ibid., 3]. Dícite Deo, quam terribília sunt ópera tua, Dómine! in multitúdine virtútis tuæ mentiéntur tibi inimíci tui. Glória Patri. Jubiláte.

 Oratio:

Deus, qui errántibus, ut in viam possint redíre justítiæ, veritátis tuæ lumen osténdis: da cunctis qui christiána professióne censéntur, et illa respúere, quæ huic inimíca sunt nómini; et ea quæ sunt apta, sectári. Per Dóminum.

1 Petr. ii: 11-19

Léctio Epístolæ beáti Petri Apóstoli.

Caríssimi: Obsecro vos tamquam ádvenas et peregrínos abstinére vos a carnálibus desidériis, quæ militant advérsus ánimam, conversatiónem vestram inter gentes habéntes bonam: ut in eo, quod detréctant de vobis tamquam de malefactóribus, ex bonis opéribus vos considerántes gloríficent Deum in die visitatiónis. Subjécti ígitur estóte omni humánæ creatúræ propter Deum: sive regi, quasi præcellénti; sive dúcibus, tamquam ab eo missis ad vindíctam malefactórum, laudem vero bonórum: quia sic est volúntas Dei, ut benefaciéntes obmutéscere faciátis imprudéntium hóminum ignorántiam: quasi liberi, et non quasi velámen habéntes malítiæ libertátem, sed sicut servi Dei. Omnes honoráte, fraternitátem dilígite: Deum timéte, regem honorificáte. Servi, súbditi estóte in omni timóre dóminis, non tantum bonis et modéstis, sed étiam dýscolis. Hæc est enim grátia: in Christo Jesu, Dómino nostro.

Allelúja, allelúja. [Ps. cx: 9] Redemptiónem misit Dóminus pópulo suo. Allelúja. [Luc xxiv: 46] Opportébat pati Christum, et resúrgere a mórtuis: et ita intráre in glóriam suam. Allelúja.

 + Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem. Joann. xvi: 16-22

In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: “Módicum, et jam non vidébitis me; et iterum módicum, et vidébitis me qui vado ad Patrem.” Dixérunt ergo ex discípulis eius ad invicem: “Quid est hoc, quod dicit nobis: «Módicum, et non vidébitis me; et íterum módicum, et videbitis me»et: «Vado ad Patrem»?”. Dicébant ergo: “Quid est hoc, quod dicit: «Módicum»? Nescímus quid lóquitur.” Cognóvit autem Jesus quia volébant eum interrogáre et dixit eis: “De hoc quǽritis inter vos, quia dixi: «Módicum, et non vidébitis me; et íterum módicum, et videbitis me»? Amen, amen dico vobis quia plorábitis et flébitis vos, mundus autem gaudébit: vos contristabímini, sed tristítia vestra vertétur in gáudium. Múlier, cum parit, tristítiam habet, quia venit hora ejus; cum autem pepérerit púerum, jam non méminit pressúræ propter gáudium, quia natus est homo in mundum. Et vos ígitur nunc quidem tristítiam habétis; iterum autem vidébo vos, et gaudébit cor vestrum: et gáudium vestrum nemo tollit a vobis.

Credo.

Offertorium: Ps. cxlv: 2.

Lauda, ánima mea, Dóminum: laudábo Dóminum in vita mea: psallam Deo meo quámdiu ero, allelúja.

Secreta:

His nobis, Dómine, mystériis conferátur, quo terrena desidéria mitigántes, discámus amáre cæléstis. Per Dóminum.

Præfátio Paschalis

Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre: Te quidem, Dómine, omni tempore, sed in hac potíssimum die [vel nocte] [vel in hoc potíssimum] gloriósius prædicáre, cum Pascha nostrum immolátus est Christus. Ipse enim verus est Agnus, qui ábstulit peccáta mundi. Qui mortem nostram moriéndo destrúxit, et vitam resurgéndo reparávit. Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia cæléstis exércitus, hymnum glóriæ tuæ cánimus, sine fine dicéntes: Sanctus, ….

Communio: Joann. xvi: 16

Módicum, et non vidébitis me, allelúja: íterum módicum, et vidébitis me, quia vado ad Patrem, allelúja, allelúja.

Postcommunio:

Sacraménta quæ súmpsimus, quǽsumus, Dómine: et spirituálibus nos instáurent aliméntis, et corporálibus tueántur auxílliis. Per Dóminum.

HOMILIA DE DOM GUERANGER (EL AÑO LITURGICO).

LOS DEBERES DEL CRISTIANO. —

 «El deber de santificarse se resuelve en las obligaciones concretas y adaptadas a la situación social actual de cada uno. La razón de insistir es la formulada por S. Pedro: el cristiano es como extraño y peregrino en el mundo no conquistado para el Evangelio. Es preciso luchar contra las fuerzas del pecado que se insinúan hasta en nosotros mismos, y guardar, en medio de los gentiles que se abandonan, a él, una conducta ejemplar digna de respeto y estima.

«Este apostolado del buen ejemplo dicta, desde luego, a los cristianos su actitud «frente» a las instituciones humanas… su deber social se resume en cuatro frases cortas que son otras tantas normas directrices de la vida: 1.º Tratar a todos los hombres con el respeto debido a su dignidad de hombres: 2.º amar a los que son nuestros hermanos en la fe: 3.° temer a Dios con ese temor que es el principio de la verdadera sabiduría y el contra-peso de la orgullosa confianza en sí: 4.° reverenciar la autoridad real dando al César lo que es del César.

«En fin, el pensamiento de la fe hará que los sirvientes respeten y obedezcan a sus señores, y esta obediencia cristiana les hará merecedores del favor divino.» (A. Charue, «Las Epístolas Católicas», p. 455.)

Realizaremos este ideal del cristiano gracias a la Redención siempre presente en el altar.

Cada día nos recordará ella que el cristiano, siendo otro Cristo, debe sufrir como El para entrar en la gloria, y ella nos dará fuerzas para semejarnos a El.

CONFIANZA EN LA PRUEBA. —

«El Señor debía alejarse; pero sus palabras parecían contradictorias a los Apóstoles. ¿Cómo iba a estar al mismo tiempo con su Padre y con ellos? Jesús, que leía los pensamientos (en las almas), comprendió la ansiedad de los suyos. Sin duda, al hablar así, pensaba en el alejamiento momentáneo de la pasión y en la alegría de la Resurrección.

Pero esta desaparición y esta vuelta eran, a sus ojos, el símbolo de otra vuelta; la partida hacia su Padre, en la Ascensión, y la reunión con sus discípulos, en la eternidad. Mientras tanto, los discípulos tendrán que trabajar y sembrar en las lágrimas, en ausencia de su Maestro. ¿Qué importa la tribulación de los tiempos? No pensaremos en ella cuando el hombre nuevo se haya entregado a Dios, cuando la Iglesia alabe a Dios, cuando el nuevo Adán aparezca delante del Padre con la posteridad que habrá germinado de su sangre. No hay cosa mejor para darse de lleno, que seguir las perspectivas que nos abre el Salvador. Ahora momentos de angustia, después la alegría sin fin, cuya plenitud colmará nuestros deseos y nuestra inteligencia. Ningún poder creado es capaz de arrebatárnosla (D. Delatte, Evangile de N. S. J. C. t. II, p. 277).

DOMINGO IN ALBIS O DE QUASIMODO

Vimos ayer a los neófitos clausurar su Octava de la Resurrección. Antes que nosotros habían participado del admirable misterio del Dios resucitado, y antes que nosotros debían acabar su solemnidad. Este día es, pues, el octavo para nosotros, que celebramos la Pascua el Domingo y no la anticipamos a la tarde del Sábado. Nos recuerda las alegrías y grandezas del único y solemne Domingo que reunió a toda la cristiandad en un mismo sentimiento de triunfo. Es el día de la luz que oscurece al antiguo Sábado; en adelante el primer día de la semana es el día sagrado; le señaló dos veces con el sello de su poder el Hijo de Dios. La Pascua está, pues, para siempre fijada en Domingo y como dejamos dicho en la «mística del Tiempo Pascual», todo domingo en adelante será una Pascua.

Nuestro divino resucitado ha querido que su Iglesia comprendiese así el misterio; pues, teniendo la intención de mostrarse por segunda vez a sus discípulos reunidos, esperó, para hacerlo, la vuelta del Domingo. Durante todos los días precedentes dejó a Tomás presa de sus dudas; no quiso hasta hoy venir en su socorro, manifestándose a este Apóstol, en presencia de los otros, y obligándole a renunciar a su incredulidad ante la evidencia más palpable. Hoy, pues, el Domingo recibe de parte de Cristo su último título de gloria, esperando que el Espíritu Santo descienda del cielo para venir a iluminarle con sus luces y hacer de este día, ya tan favorecido, la era de la fundación de la Iglesia cristiana.

LA APARICIÓN A SANTO TOMÁS. —

La aparición del Salvador al pequeño grupo de los once, y la victoria que logró sobre la infidelidad de un discípulo, es hoy el objeto especial del culto de la Santa Iglesia. Esta aparición que se une a la precedente, es la séptima; por ella Jesús entra en posesión completa de la fe de sus discípulos. Su dignidad, su prudencia, su caridad, en esta escena, son verdaderamente de un Dios.

Aquí también, nuestros pensamientos humanos quedan confundidos a la vista de esa tregua que Jesús otorga al incrédulo, a quien parecía debía haberle curado sin tardanza de su infeliz ceguera o castigarle por su insolencia temeraria. Pero Jesús es la bondad y sabiduría infinita; en su sabiduría, proporciona, por esta lenta comprobación del hecho de su Resurrección, un nuevo argumento en favor de la realidad de este hecho; en su bondad, procura al corazón del discípulo incrédulo la ocasión de retractarse por sí mismo de su duda con una protesta sublime de dolor, de humildad y de amor. No describiremos aquí esta escena tan admirablemente relatada en el trozo del Evangelio que la Santa Iglesia va en seguida a presentarnos. Limitaremos nuestra instrucción de este día a hacer comprender al lector la lección que Jesús da hoy a todos en la persona de santo Tomás. Es la gran enseñanza del Domingo de la Octava de Pascua; importa no olvidarla, por que nos revela, más que ninguna otra, el verdadero sentido del cristianismo; nos ilustra sobre la causa de nuestras impotencias, sobre el remedio de nuestras debilidades.

LA LECCIÓN DEL SEÑOR. —

Jesús dice a Tomás: «Has creído porque has visto; dichosos los que no vieron pero creyeron». Palabras llenas de divina autoridad, consejo saludable dado no solamente a Tomás, sino a todos los hombres que quieren entrar en relaciones con Dios y salvar sus almas. ¿Qué quería, pues, Jesús de su discípulo? ¿No acababa de oírle confesar la fe de 1a cual estaba ya penetrado? Tomás, por otra parte, ¿era tan culpable por haber deseado la experiencia personal, antes de dar su adhesión al más asombroso de los prodigios? ¿Estaba obligado a creer las afirmaciones de Pedro y de los otros, hasta el punto de tener que, por no darlas asentimiento, faltaba a su Maestro? ¿No daba prueba de prudencia absteniéndose de asentir hasta que otros argumentos le hubiesen revelado a él mismo la realidad del hecho? Sí, Tomás era hombre prudente, que no se fiaba demasiado; podía servir de modelo a muchos cristianos que juzgan y razonan como él en las cosas de la fe. Y con todo eso, ¡cuán abrumadora, aunque llena de dulzura, es la reprensión de Jesús! Se dignó prestarse, con condescendencia inexplicable, a que se verificase lo que Tomás había osado pedir: ahora que el discípulo se encuentra ante el maestro resucitado, y que grita con la emoción más sincera: «¡Oh, tú eres mi Señor y mi Dios!» Jesús no le perdona la lección que había merecido. Era preciso castigar aquella osadía, aquella incredulidad; y el castigo consistirá en decirle: «Creíste, Tomás, porque viste.»

LA HUMILDAD Y LA FE. —

Pero ¿estaba obligado Tomás a creer antes de haber visto? Y ¿quién puede dudarlo? No solamente Tomás, sino todos los Apóstoles estaban obligados a creer en la resurrección de su maestro, aun antes de que se hubiera mostrado a ellos. ¿No habían vivido ellos tres años en su compañía? ¿No le habían visto confirmar con numerosos prodigios su título de Mesías y de Hijo de Dios? ¿No les había anunciado su resurrección para el tercer día después de su muerte? Y en cuanto a las humillaciones y a los dolores de su Pasión, ¿no les había dicho, poco tiempo antes, en el camino de Jerusalén, que iba a ser prendido por los judíos, que le entregarían a los gentiles; que sería flagelado, cubierto de salivas y matado? (San Luc., XVIII, 32, 33.)

Los corazones rectos y dispuestos a la fe no hubieran tenido ninguna duda en rendirse, desde el primer rumor de la desaparición del cuerpo. Juan, nada más entrar en el sepulcro y ver los lienzos, lo comprendió todo y comenzó a creer. Pero el hombre pocas veces es sincero; se detiene en el camino como si quisiera obligar a Dios a dar nuevos pasos hacia adelante. Jesús se dignó darlos. Se mostró a la Magdalena y a sus compañeras que no eran incrédulas, sino distraídas por la exaltación de un amor demasiado natural. Según el modo de pensar de los Apóstoles, su testimonio no era más que el lenguaje de mujeres con imaginación calenturienta. Fue preciso que Jesús viniese en persona a mostrarse a estos hombres rebeldes, a quienes su orgullo hacía perder la memoria de todo un pasado que hubiese bastado por sí solo para iluminarles el presente. Decimos su orgullo; pues la fe no tiene otro obstáculo que ese vicio. Si el hombre fuese humilde, se elevaría hasta la fe que transporta las montañas.

Ahora bien, Tomás ha oído a la Magdalena y ha despreciado su testimonio; ha oído a Pedro y no ha hecho caso de su autoridad; ha oído a sus otros hermanos y a los discípulos de Emaús y nada de todo eso le ha apartado de su parecer personal. La palabra de otro, grave y desinteresada, produce la certeza en un espíritu sensato, mas no tiene esta eficacia ante muchos, desde que tiene por objeto atestiguar lo sobrenatural. Es una profunda llaga de nuestra naturaleza herida por el pecado. Muy frecuentemente quisiéramos, como Tomás, tener la experiencia nosotros mismos; y eso basta para privarnos de la plenitud de la luz. Nos consolamos como Tomás porque somos siempre del número de los discípulos; pues este Apóstol no había roto con sus hermanos; sólo que no gozaba de la misma felicidad que ellos. Esta felicidad, de la que era testigo, no despertaba en él más que la idea de debilidad; y gustaba en cierto grado de no compartirla.

LA FE TIBIA. —

Tal es aún en nuestros días el cristiano infectado de racionalismo. Cree, porque su razón le pone como en la necesidad de creer; con la inteligencia y no con el corazón es como cree. Su fe es una conclusión científica y no una aspiración hacia Dios y hacia la verdad sobrenatural. Por eso esta fe, ¡cuán fría e impotente es! ¡cuán limitada e inquieta!, ¡cómo teme avanzar creyendo demasiado! Al verla contentarse tan fácilmente con verdades disminuidas (Ps., XI) pesadas en la balanza de la razón, en vez de navegar a velas desplegadas como la fe de los santos, se diría que se avergüenza de sí misma. Habla bajo, teme comprometerse; cuando se muestra, lo hace cubierta de ideas humanas que la sirven de etiqueta. No se expondrá a una afrenta por los milagros que juzga inútiles, y que jamás habría aconsejado a Dios que obrase. En el pasado como en el presente, lo maravilloso la espanta; ¿no ha tenido que hacer ya bastante esfuerzo para admitir a aquel cuya aceptación la es estrictamente necesaria? La vida de los santos, sus virtudes heroicas, sus sacrificios sublimes, todo eso la inquieta. La acción del cristianismo en la sociedad, en la legislación, la parece herir los derechos de los que no creen; piensa que debe respetarse la libertad del error y la libertad del mal; y aun no se da cuenta de que la marcha del mundo está entorpecida desde que Jesucristo no es Rey sobre la tierra.

VIDA DE FE. —

Para aquellos cuya fe es tan débil y tan cercana al racionalismo, Jesús añade a las palabras severas que dirigió a Tomás, esta sentencia, que no sólo se dirigía a él sino a todos los hombres de todos los siglos: «Dichosos los que no vieron y creyeron.» Tomás pecó por no haber tenido la disposición de creer. Nosotros nos exponemos a pecar como él si no alimentamos en nuestra fe esa expansión que la impulsa a mezclarse en todo, y a hacer el progreso, que Dios recompensa con rayos de luz y de alegría en el corazón. Una vez entrados en la Iglesia nuestro deber es considerar en adelante todas las cosas a las luces de lo sobrenatural; y no temamos que esta situación regulada por las enseñanzas de la autoridad sagrada, nos lleve demasiado lejos. «El justo vive de la fe» (Rom., I, 17); es su alimento continuo. La vida natural se transforma en él para siempre, si permanece fiel a su bautismo. ¿Acaso creemos que la Iglesia tomó tantos cuidados en la instrucción de sus neófitos, que les inició con tantos ritos que no respiran sino ideas y sentimientos de la vida sobrenatural, para dejarlos sin ningún pesar al día siguiente a la acción de ese peligroso sistema que coloca la fe en un rincón de la inteligencia, del corazón y de la conducta, a fin de dejar obrar más libremente al hombre natural? No, no es así. Reconozcamos, pues, nuestro error con Tomás; confesemos con él que hasta ahora no hemos creído aún con fe bastante perfecta. Como él digamos a Jesús: «Tú eres mi Señor y mi Dios; y he pensado y obrado frecuentemente como si no fueses en todo mi Señor y mi Dios. En adelante creeré sin haber visto; pues quiero ser del número de los que tú has llamado dichosos

Este Domingo, llamado ordinariamente Domingo de «Quasimodo», lleva en la Liturgia el nombre de Domingo «in albis», y más explícitamente «in albis depositis», porque en este día los neófitos se presentaban en la Iglesia con los hábitos ordinarios.

En la Edad Media, se le llamaba «Pascua acabada»; para expresar, sin duda, que en este día terminaba la Octava de Pascua. La solemnidad de este Domingo es tan grande en la Iglesia, que no solamente es de rito «Doble mayor», sino que no cede nunca su puesto a ninguna fiesta, de cualquier grado elevado que sea.

En Roma, la Estación es en la Basílica de San Pancracio, en la Vía Aurelia. Los antiguos no nos dicen nada sobre los motivos que han hecho designar esta iglesia para la reunión de los fieles en este día. Puede ser que la edad del joven mártir de catorce años al cual está dedicada, haya sido causa de escogerla con preferencia por una especie de relación con la juventud de los neófitos que son aún hoy el objeto de la preocupación maternal de la Iglesia.

M I S A

El Introito recuerda las cariñosas palabras que San Pedro dirigía en la Epístola de ayer a los nuevos bautizados. Son tiernos niños llenos de sencillez, y anhelan de los pechos de la Santa Iglesia la leche espiritual de la fe, que los hará fuertes y sinceros.

INTROITO

Como niños recién nacidos, aleluya: ansiad la leche espiritual, sin engaño. Aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Aclamad a Dios, nuestro ayudador: cantad al Dios de Jacob. V. Gloria al Padre. En este último día de una Octava tan grande, la Iglesia da, en la Colecta, su adiós a las solemnidades que acaban de desarrollarse, y pide a Dios que su divino objeto quede impreso en la vida y en la conducta de sus hijos.

COLECTA

Te suplicamos, oh Dios omnipotente, hagas que, los que hemos celebrado las fiestas pascuales, las conservemos, con tu gracia, en nuestra vida y costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Juan (I Jn., V, 4-10).

Carísimos: Todo lo que ha nacido de Dios, vence al mundo: y ésta es la victoria, que vence al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios? Este, Jesucristo, es el que vino por el agua y la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y por la sangre. Y el Espíritu es el que atestigua que Cristo es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio de ello en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio de ello en la tierra: el Espíritu, y el agua, y la sangre: y estos tres son una sola cosa. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Ahora bien, este testimonio de Dios, que es mayor, es el que dio de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene en sí mismo el testimonio de Dios.

MÉRITO DE LA FE. —

El Apóstol San Juan celebra en este pasaje el mérito y las ventajas de la fe; nos la muestra como una victoria que pone a nuestros pies al mundo, al mundo que nos rodea, y al mundo que está dentro de nosotros. La razón que ha movido a la Iglesia a elegir para hoy este texto de San Juan, se echa de ver fácilmente, cuando se ve al mismo Cristo recomendar la fe en el Evangelio de este Domingo. «Creer en Jesucristo, nos dice el Apóstol, es vencer al mundo»; no tiene verdadera fe, aquel que somete su fe al yugo del mundo. Creamos con corazón sincero, dichosos de sentirnos hijos en presencia de la verdad divina, siempre dispuestos a dar pronta acogida al testimonio de Dios. Este divino testimonio resonará en nosotros, en la medida que nos encuentre deseosos de escucharlo siempre en adelante. Juan, a la vista de los lienzos que habían envuelto el cuerpo de su maestro, pensó y creyó; Tomás tenía más que Juan el testimonio de los Apóstoles que habían visto a Jesús resucitado, y no creyó. No había sometido el mundo a su razón, porque no tenía fe.

Los dos versículos aleluyáticos están formados por trozos del santo Evangelio que se relacionan con la Resurrección. El segundo describe la escena que tuvo lugar tal día como hoy en el Cenáculo.

ALELUYA

Aleluya, aleluya. El día de mi resurrección, dice el Señor, os precederé en Galilea. Aleluya, y. Después de ocho días, cerradas las puertas, se presentó Jesús en medio de sus discípulos, y dijo: ¡Paz a vosotros! Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan (XX, 19-31).

En aquel tiempo, siendo ya tarde aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas de donde estaban reunidos los discípulos por miedo de los judíos, llegó Jesús y se presentó en medio, y díjoles: ¡Paz a vosotros! Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron al ver al Señor. Entonces les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió a mí el Padre, así os envío yo a vosotros. Y, habiendo dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: Recibid del Espíritu Santo: a quienes les perdonareis los pecados, perdonados les serán: y, a los que se los retuviereis, retenidos les serán. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Pero él les dijo: Si no viere en sus manos el agujero de los clavos y metiere mi dedo en el sitio de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Y, después de ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos: y Tomás con ellos. Vino Jesús, las puertas cerradas, y se presentó en medio, y dijo: ¡Paz a vosotros! Después dijo a Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío! Díjole Jesús: Porque me has visto. Tomás, has creído: bienaventurados los que no han visto, y han creído. E hizo Jesús, ante sus discípulos, otros muchos milagros más, que no se han escrito en este libro. Mas esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyéndolo, tengáis vida en su nombre.

EL TESTIMONIO DE SANTO TOMÁS. —

Hemos insistido lo suficiente sobre la incredulidad de santo Tomás; y es hora ya de glorificar la fe de este Apóstol. Su infidelidad nos ha ayudado a sondear nuestra poca fe; su retorno ilumínenos sobre lo que tenemos que hacer para llegar a ser verdaderos creyentes. Tomás ha obligado al Salvador, que cuenta con él para hacerle una de las columnas de su Iglesia, a bajarse a él hasta la familiaridad; pero apenas está en presencia de su maestro, cuando de repente se siente subyugado. Siente la necesidad de retractar, con un acto solemne de fe, la imprudencia que ha cometido creyéndose sabio y prudente, y lanza un grito, grito que es la protesta de fe más ardiente que un hombre puede pronunciar: ¡»Señor mío y Dios mío»! Considerad que no dice sólo que Jesús es su Señor, su Maestro; que es el mismo Jesús de quien ha sido discípulo; en eso no consistiría aún la fe. No hay fe ya cuando se palpa el objeto. Tomás habría creído en la Resurrección, si hubiese creído en el testimonio de sus hermanos; ahora, no cree, sencillamente ve, tiene la experiencia. ¿Cuál es, pues, el testimonio de su fe? La afirmación categórica de que su Maestro es Dios. Sólo ve la humanidad de Jesús, pero proclama la divinidad del Maestro. De un salto, su alma leal y arrepentida, se ha lanzado hasta el conocimiento de las grandezas de Jesús: ¡»Eres mi Dios»!, le dice.

PLEGARIA. —

Oh Tomás, primero incrédulo, la santa Iglesia reverencia tu fe y la propone por modelo a sus hijos en el día de tu fiesta. La confesión que has hecho hoy, se parece a la que hizo Pedro cuando dijo a Jesús: «¡Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo!» Por esta profesión que ni la carne ni la sangre habían inspirado, Pedro mereció ser escogido para fundamento de la Iglesia; la tuya ha hecho más que reparar tu falta: te hizo, por un momento, superior a tus hermanos, gozosos de ver a su Maestro, pero sobre los que la gloria visible de su humanidad había hecho hasta entonces más impresión que el carácter invisible de su divinidad.

El Ofertorio está formado por un trozo histórico del Evangelio sobre la resurrección del Salvador.

OFERTORIO

El Angel del Señor bajó del cielo, y dijo a las mujeres: El que buscáis ha resucitado, según lo dijo. Aleluya.

En la Secreta, la santa Iglesia expresa el júbilo que la produce el misterio de la Pascua; y pide que esta alegría se transforme en la de la Pascua eterna.

SECRETA

Te suplicamos, Señor, aceptes los dones de la Iglesia que se alegra: y, ya que la has dado motivo para tanto gozo, concédela el fruto de la perpetua alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Al distribuir a los neófitos y al resto del pueblo fiel el alimento divino, la Iglesia recuerda, en la Antífona de la Comunión, las palabras del Señor a Tomás. Jesús, en la santa Eucaristía, se revela a nosotros de una manera más íntima aún que a su apóstol; mas para aprovecharnos de la condescendencia de un maestro tan bueno, necesitamos tener la fe viva y valerosa que él recomendó.

COMUNION

Mete tu mano, y reconoce el lugar de los clavos, aleluya; y no seas más incrédulo, sino fiel. Aleluya, aleluya.

La Iglesia concluye las plegarias del Sacrificio pidiendo que el divino misterio, instituido para sostener nuestra debilidad sea, en el presente y en el futuro, el medio eficaz de nuestra perseverancia.

POSCOMUNION

Te suplicamos, Señor, Dios nuestro, hagas que estos sacrosantos Misterios, que nos has dado para alcanzar nuestra reparación, sean nuestro remedio en el presente y en el futuro. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

(Extraído del Año Liturgico de Dom. Gueranger)

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

SECUENCIA

A la victima pascual alabanzas inmolen los cristianos.

El Cordero redimió a las ovejas: Cristo, inocente, reconcilió con el Padre a los pecadores.

La muerte y la vida lucharon en duelo sublime; muerto el Rey de la vida, reina vivo.

Dinos, tú, María: ¿qué viste en el camino?

El sepulcro de Cristo viviente: y la gloria vi del resurgente.

Los testigos angélicos, el sudario y los vestidos.

Resucitó Cristo, mi esperanza; precederá a los suyos en Galilea.

Sabemos que Cristo ha resucitado realmente de entre los muertos; tú, victorioso Rey, ten piedad de nosotros. Amén. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del Santo Evangelio según San Marcos (XVI, 1-7).

En aquel tiempo María Magdalena y María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a ungir a Jesús. Y muy de mañana, al día siguiente del sábado, fueron al monumento salido ya el sol. Y decían entre sí: ¿Quién nos separará la piedra de la puerta del sepulcro? Y, mirando, vieron separada la piedra, que era muy grande. Y, entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con traje blanco, y se asustaron. Pero él las dijo: No os asustéis: buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí, he ahí el sitio donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro, que os precederá en Galilea; allí le veréis, como os lo dijo.

DOMINGO SEGUNDO DE PASION O DOMINGO DE RAMOS

SALIDA DE BETANIA. —

Jesús, dejando en Betania a su madre María, a Marta y a María Magdalena con su hermano Lázaro, se dirige, este día, muy de mañana, hacia Jerusalén, acompañado de sus discípulos. María se estremece al ver acercarse su hijo a sus enemigos que pretenden derramar su sangre; con todo eso no va hoy Jesús a Jerusalén a buscar la muerte sino el triunfo. Es necesario que el pueblo proclame rey al Mesías antes que éste sea crucificado; que, ante las águilas romanas, en presencia de los Pontífices y Fariseos, mudos de rabia y de estupor, resuenen las voces infantiles, confundidas entre los gritos de los ciudadanos en alabanza del Hijo de David.

CUMPLIMIENTO DEL VATICINIO. —

El Profeta Zacarías había predicho esta ovación preparada en la eternidad para el Hijo del hombre en vísperas de su humillación. «Alégrate con grande alegría, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén; mira que viene a ti tu Rey, justo y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna». Viendo Jesús que había llegado la hora de cumplirse este oráculo manda a dos de sus discípulos que vayan y le traigan una asna y un pollino que encontrarán no lejos de allí. El Salvador se encontraba en Betíagé, situado en el monte de los Olivos. Los discípulos ponen inmediatamente en ejecución el mandato de su Maestro.

DOS PUEBLOS. —

Los Santos Padres nos han proporcionado la clave del misterio de estos dos animales. El asna representa el pueblo judío sometido al yugo de la Ley; «el pollino en el que, según el Evangelio, no había montado nadie todavía», representa a la gentilidad a quien nadie había subyugado aún. La suerte de ambos pueblos se decidirá dentro de unos días. El pueblo judío será desechado por no haber recibido al Mesías; en su lugar Dios elegirá al pueblo gentil, indómito hasta entonces, pero que se convertirá en dócil y fiel.

CORTEJO TRIUNFAL. —

Dos discípulos aparejan al pollino con sus vestidos; Jesús entonces, queriendo realizar el vaticinio del profeta, monta sobre el animal2 y se prepara de este modo a entrar en la ciudad. Mientras tanto en Jerusalén corre el rumor de que Jesús se aproxima. Inspirados por el Espíritu divino la turba de judíos reunidos en la ciudad de toda Palestina para celebrar en ella la Pascua, sale a recibirle con palmas y gritos clamorosos. El cortejo que iba acompañando a Jesús desde Betania, se confunde con esta multitud ferviente de entusiasmo; unos tienden sus vestidos por el camino, otros enarbolan ramos de palmera a su paso. Resuena el grito de «Hosanna» y recorre la ciudad la noticia de que Jesús, hijo de David entra en ella como Rey.

EL REINO MESIÁNICO. —

Así fue cómo Dios, ejerciendo su poder sobre los corazones, preparó, en la ciudad en que pocos días después sería pedida su sangre a gritos, un triunfo para su Hijo. Este día Jesús tuvo un momento de gloria y la Iglesia quiere que renovemos cada año el recuerdo de este triunfo del Hijo del hombre. Cuando nacía el Emmanuel, vimos llegar del lejano oriente a Jerusalén a los Magos en busca del Rey de los judíos, para adorarle y ofrecerle sus presentes; hoy es la misma Jerusalén la que sale a recibirle. Ambos acontecimientos tienen un mismo fin: reconocer a Jesucristo como Rey; el primero por parte de los gentiles, el segundo por parte de los judíos. Era menester que el Hijo  de Dios recibiese ambos tributos antes de su Pasión. La inscripción que Pilatos pondrá dentro de poco sobre la cabeza del Redentor: Jesús Nazareno, Rey de los judíos, será el carácter indispensable de su mesianismo. Inútiles serán los esfuerzos de los enemigos de Jesús para cambiar los términos del escrito; no lograrán su fin. «Lo que he escrito, escrito está», respondió el gobernador romano. Su mano confirmó, sin saberlo, las profecías. Israel proclama hoy a Jesús por su Rey; bien pronto será disperso en castigo de su perjurio; pero ese Jesús, a quien ha proclamado, permanecerá siempre Rey. De este modo se cumplió a Ja letra aquel mensaje del Angel que dijo a María anunciándole la grandeza del hijo que iba a concebir: «El Señor le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eternamente'». Jesús comienza en este día su reinado sobre la tierra; y como el primer Israel va a sustraerse de su cetro, un nuevo Israel, nacido del grupo fiel del antiguo, va a nacer, formado de gentes de todas las partes del mundo, y ofrecerá a Cristo el imperio más extenso que jamás ha ambicionado un conquistador. Tal es el misterio glorioso de este día en medio del duelo de la Semana de Pasión. La Iglesia en un momento de alegría en el que saludamos a Jesús como Rey. Ha organizado la liturgia de este día de tal forma que encierre en sí juntamente alegría y tristeza; la alegría al unirse a las aclamaciones con que resonó la ciudad de David; la tristeza volviendo en seguida al curso de su gemidos por los dolores de su Esposo divino. Todo el drama está dividido como en tres actos distintos, cuyos misterios e intenciones vamos a explicar uno tras otro.

LA BENDICION DE  LAS PALMAS.–

La bendición de las palmas o de los ramos, como vulgarmente se dice, es el primer rito que se desarrolla ante nuestra vista; y podemos juzgar de su importancia por la solemnidad que la Iglesia despliega en su celebración. Durante largos siglos diríase que iba a celebrarse la santa Misa sin otra intención que la de celebrar el aniversario de la entrada de Jesús en Jerusalén: Introito, Colecta, Epístola, Gradual, Evangelio, incluso el Prefacio, se sucedían como se hace para preparar la inmolación del Cordero sin mancha; pero después del triple Sanctus la Iglesia suspendía estas solemnes fórmulas y su ministro procedía a la santificación de los ramos que tenía delante. Ahora, después de la reciente reforma, después del canto de la antífona Hosanna, estas ramas de árbol, objeto de la primera parte de la función, reciben con una sola oración, acompañada de la incensación y de la aspersión del agua bendita, una virtud que los eleva al orden sobrenatural y los hace a propósito para ayudar a la santificación de nuestras almas y a la protección de nuestros cuerpos y de nuestras casas. Los fieles deben tener con respeto estos ramos en sus manos durante la procesión y colocarlos con honor en sus casas, como un signo de su fe y una esperanza en la ayuda divina.

ANTIGÜEDAD DEL RITO. —

No es necesario explicar al lector que las palmas y los ramos de olivo, que reciben en este momento la bendición de la Iglesia, se llevan en memoria de aquellos con que el pueblo de Jerusalén honró la marcha triunfal del Salvador, pero no está mal decir unas palabras sobre la antigüedad de esta costumbre.

Comenzó pronto en oriente y probablemente en Jerusalén desde que la Iglesia gozó de paz. En el siglo IV San Cirilo, obispo de esta ciudad, creía que la palmera que había suministrado sus ramos al pueblo que vino al encuentro de Cristo, existía todavía en el valle del Cedrón; nada más natural que tomar ocasión de esto para instituir un aniversario conmemorativo de este suceso. En el siglo siguiente se establece esta ceremonia, no solamente en las Iglesias orientales, sino también en los monasterios de que estaban llenos los desiertos de Egipto y de Siria. Al principio de cuaresma, muchos santos monjes obtenían de su Abad el permiso de internarse en lo más recóndito del desierto para pasar este tiempo en profundo retiro; pero debían volver al monasterio el domingo de Ramos, como se colige de la vida de San Eutimio escrita por su discípulo Cirilo. En occidente tardó bastante en establecerse este rito; el primer rastro que encontramos se halla en el Sacramentarlo Gregoriano que se remonta al final del siglo VI o principios del VII. A medida que la fe penetraba en el norte no era posible solemnizar esta ceremonia en toda su integridad pues la palmera y el olivo no arraigan en nuestro clima. Fue necesario reemplazarlas por ramos de otros árboles; mas la Iglesia no permitió cambiar nada de las oraciones prescritas para la bendición de estos ramos, pues los misterios expuestos en estas hermosas oraciones, tienen su fundamento en el olivo y la palma del relato evangélico, representados por nuestros ramos de boj y de laurel.

LA PROCESION.–

El segundo rito de este día es la célebre procesión que sigue a la bendición de los ramos.

Tiene por objeto representar la marcha del Salvador a Jerusalén y su entrada en esta ciudad; y, para que nada falte en la imitación del relato del Santo Evangelio, los Ramos que acaban de ser bendecidos son llevados por todos los que toman parte en esa procesión. Entre los judíos era una señal de regocijo llevar en la mano ramos de árboles; y la ley divina les autorizaba esta costumbre. Dios había dicho en el Levítico al establecerla festividad de los Tabernáculos: «El primer día tomaréis gajos de frutales hermosos, ramos de palmera, ramas de árboles frondosos, de sauces de la ribera, y os regocijaréis ante Yavé, vuestro Dios» Para testimoniar su entusiasmo por la llegada de Jesús ante los muros de la ciudad, los habitantes de Jerusalén, incluso los niños, recurrieron a esta gozosa demostración. Vayamos nosotros también delante de nuestro Rey y cantemos el Hosanna a este vengador de la muerte y liberador de su pueblo.

Durante la Edad Media, en muchas iglesias, se llevaba en esta procesión el libro de los Evangelios que representaba a Jesucristo cuyas palabras contenía. Designado de antemano un lugar y preparado para la estación, la Procesión se detenía: el diácono abría entonces el sagrado libro y cantaba el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén. En seguida descubríase la Cruz que había permanecido velada hasta aquel momento; todo el clero se postraba ante ella solemnemente y cada uno depositaba a sus pies un fragmento del ramo que tenía en su mano. Se reanudaba la procesión precedida de la Cruz, descubierta, hasta que el cortejo entra en la iglesia. En Inglaterra y Normandía, desde el siglo XI, se practicaba un rito altamente representativo de la escena que tuvo lugar en este día en Jerusalén. En la procesión se llevaba triunfalmente la Sagrada Eucaristía. La herejía de Berengario que negaba la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía acababa de manifestarse en esta época. Y este triunfo de la Sagrada Forma era preludio lejano de la Institución de la festividad y procesión del Santísimo Sacramento. Siempre con la misma intención de renovar la costumbre evangélica, existe en Jerusalén otra costumbre en la procesión de Ramos. Toda la comunidad de Franciscanos que custodia los santos Lugares marchan de mañana a Betfagé. Allí el P. Guardián de Tierra Santa, vestido de pontifical, sube sobre un asno revestido con mantos, acompañado por los religiosos y católicos de Jerusalén, que llevan todos palmas, ingresa en la ciudad y baja hasta la puerta de la iglesia del Sto. Sepulcro donde se celebrará la Misa con toda pompa. Hemos reunido aquí, como de costumbre, los diferentes hechos con que puede elevarse la mente de los fieles en los variados misterios litúrgicos; estas manifestaciones de fe les ayudarán a comprender por qué la Iglesia quiere que, en la procesión de los Ramos, sea honrado Jesucristo como presente al triunfo que ella le otorga en este día. Busquemos por medio del amor «a este humilde y dulce Salvador que viene a visitar a la hija de Sión», como dice el profeta. Aquí está en medio de nosotros; a él se dirige el tributo de nuestros ramos; unámosle también el de nuestros corazones. Se presenta para ser nuestro Rey; acojámosle y digamos: Hosanna al hijo de David.

LA ENTRADA EN LA IGLESIA. —

Antiguamente, hasta la última reforma, el ñn de la procesión iba acompañado de una ceremonia llena de un profundo simbolismo. Al momento de entrar en la iglesia, el cortejo se hallaba con las puertas cerradas. La marcha triunfal se detenía; pero los cantos de alegría no se suspendían. Un himno especial a Cristo Rey resonaba a la puerta de la iglesia, con su alegre estribillo, hasta que el subdiácono golpeando con el asta de la cruz las puertas, conseguía que se abriesen, y el pueblo, precedido del clero, entraba aclamando al único que es la Resurrección y la vida. El fin de esta escena era rememorar la entrada del Salvador en otra Jerusalén, de la que la de la tierra no era sino figura. Esta Jerusalén es la patria celestial cuya entrada Jesucristo nos ha procurado. El pecado del primer hombre había cerrado sus puertas; pero Jesús, el Rey de la gloria, las abrió por la virtud de su Cruz, ante la cual no pudieron resistir. Este mismo canto, en honor de Cristo Rey, se ha conservado, pero la parada a la puerta de la iglesia ha quedado suprimida. Prosigamos, pues, tras los pasos del Hijo de David, puesto que él es el Hijo de Dios y nos invita a tomar parte en su reino. Así es como la Iglesia en la procesión de los Ramos que no es otra cosa que la conmemoración de los acontecimientos de aquel día, eleva nuestra mente al misterio de la Ascensión por el que se pone fin, en el cielo, a la misión del Hijo de Dios en la tierra. Pero ¡ay! los días intermedios entre ambos triunfos no son todos días de alegría, y antes que termine la procesión la Iglesia, que se ha levantado unos momentos de su tristeza, vuelve a gemir continuamente.

LA MISA.–

La tercera parte de la función de hoy es el santo sacrificio. Todas sus melodías están rebosantes de desaliento; la lectura de la Pasión, que va a tener lugar en seguida, señala el punto culminante de la jornada. En el siglo V o VI la Iglesia adoptó para el relato un recitado especial que se convirtió en un verdadero drama. Primeramente el Cronista que relata los hechos de un modo grave y patético; Cristo, en cambio, tiene un acento noble y suave que contrasta vivamente con el tono elevado de los demás interlocutores y con los gritos del pueblo judío. En el momento en que El se deja pisotear por los pecadores, llevado del amor que nos tiene, entonces es cuando nosotros debemos gritar que es nuestro Dios y nuestro Rey soberano. Estos son los ritos generales de este gran día; parala completa inteligencia de las oraciones y lecturas insertamos, como solemos, todos los detalles necesarios.

NOMBRES DADOS A ESTE DÍA. —

Este domingo, además de su nombre litúrgico y popular de Domingo de Ramos o de Palmas, tiene el de Domingo del Hosanna, a causa del grito triunfal con que los judíos saludaron la llegada de Jesús. Nuestros padres le llamaron Domingo de Pascua florida, porque Pascua que se celebrará dentro de ocho días, está hoy como en flor y los fieles pueden empezar el cumplimiento pascual de la comunión anual desde este momento. Los españoles, al descubrir el Domingo de Ramos de 1513 el vasto territorio vecino de México le dieron el nombre de Florida en recuerdo de esta denominación. También se llama a este domingo Capitilavium, es decir lava-cabezas porque en los siglos medievales, los padres lavaban la cabeza de sus hijos nacidos en los meses anteriores cuyo bautismo podían retrasar sin peligro hasta el Sábado Santo, con el fin de que este día estuvieran decentes para ser ungidos con el Santo Crisma. En épocas anteriores este domingo recibió, en algunas iglesias, el nombre de Pascua de los Competentes. Se llamaba competentes a los catecúmenos admitidos al bautismo. Se reunían hoy en la Iglesia y se les explicaba detenidamente el símbolo que les habían explicado en el precedente escrutinio. En la Iglesia mozárabe española se les explicaba sólo este día. Por fin, los griegos le designaron con el nombre de Baiphore, es decir Porta-Palma.

MISA.—

La Estación, en Roma, se celebraba en la Basílica de Letrán, madre y maestra de todas las demás iglesias; con todo, hoy, la función papal se realiza en San Pedro. Esta derogación no va en perjuicio de los derechos de la Archi-Basílica que antiguamente, recibía el honor de la presencia del Sumo Pontífice, y que ha conservado las indulgencias concedidas a aquellos a quienes la visitan hoy.

INTROITO

Señor, no alejes tu auxilio de mí: atiende a mi defensa: líbrame de la boca del león, y salva mi vida del cuerno de los unicornios. — Salmo: Oh Dios, Dios mío, mira hacia mí: ¿por qué me has desamparado? Las voces de mis delitos me alejan de mi salud. — Señor, no alejes…

En la colecta la Iglesia pide para todos la gracia de imitar la paciencia y la humildad del Salvador. Jesucristo sufre y se abaja por el hombre pecador; es justo que el hombre se aproveche de este ejemplo y procure su salvación por los medios que le da a conocer la conducta del Salvador.

En la misa solemne el preste se acerca al altar y, omitiendo el salmo Iúdicame , Deus, y el Confíteor, sube inmediatamente al altar, lo besa en el centro y lo inciensa.

COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que, para ofrecer al género humano un ejemplo de humildad, hiciste que nuestro Salvador tomase carne y padeciese la cruz: concédenos propicio la gracia de comprender las lecciones de su paciencia y de participar de su resurrección. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Filipenses (II, 5-11).

Hermanos: Sentid de vosotros como Cristo Jesús de sí mismo: el cual, siendo de la misma naturaleza de Dios, no creyó que era una rapiña el ser igual a Dios: y, a pesar de ello, se despojó de sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y hallado en lo exterior como hombre. Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, hasta la muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó, y le dio un nombre, que es sobre todo nombre: (aquí se arrodilla) para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que el Señor, Jesucristo, está en la gloria de Dios Padre.

HUMILLACIÓN Y GLORIA DE JESÚS. —

La Iglesia prescribe que doblemos la rodilla en el trozo de esta Epístola en que el Apóstol dice que todo ser creado debe humillarse al pronunciar el nombre de Jesús. Acabamos de cumplir esta prescripción. Comprendamos que si hay alguna época en el año en que el Hijo de Dios tenga derecho a nuestras más profundas adoraciones, es justamente esta en que su Majestad es violada y en que le vemos pisoteado por los pecadores. Nuestros corazones deben necesariamente enternecerse y compadecerse al contemplar los dolores que sufre por nosotros. Pero no debemos sentir menos los ultrajes y las indignidades de que es colmado aquel que es igual al Padre y Dios como él. Démosle, al menos mientras estamos unidos a él, por medio de nuestras humillaciones, la gloria de que se ha despojado para reparar nuestro orgullo y nuestra rebeldía y unámonos a los santos ángeles que, testigos de todo lo que ha aceptado por amor al hombre, se anonadan profundamente tanto más cuanto ven la ignominia a la que se redujo.

En el Gradual la Iglesia se sirve de las palabras del Real Profeta que predice la grandeza futura de la víctima del Calvario pero que, al mismo tiempo, confiesa cómo había desgarrado su alma la seguridad con que los judíos cometerían el deicidio.

GRADUAL

Tuviste mi mano derecha: y me guiaste según tu voluntad: y me recibiste con gloria. V. ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón! Mis pies casi vacilaron, casi se extraviaron mis pasos: porque envidié a los pecadores, al ver la paz de los malvados.

El Tracto lo constituye una parte considerable del Ps. XXI de cuyas primeras palabras Jesucristo se sirvió en la Cruz y que es más una historia de la Pasión que una profecía; tan claras y evidentes son sus alusiones.

TRACTO

Oh Dios, Dios mío, mira hacia mí: ¿por qué me has desamparado? V. Las voces de mis delitos me alejan de mí la salud. V. Oh Dios mío, clamaré durante el día, y no me oiréis: y durante la noche, y no habrá para mí descanso. V. Pero tú habitas en el santuario, eres la alabanza de Israel. V. En ti esperaron nuestros padres: esperaron, y los libertaste. V. A ti clamaron, y se salvaron: en ti confiaron, y no fueron confundidos. V. Pero yo soy un gusano, y no un hombre: el oprobio de los hombres, y la abyección de la plebe. V. Todos los que me ven, me desprecian: estiran los labios, y mueven la cabeza (diciendo): V.  Ha esperado en el Señor, líbrele ahora: sálvele, si es que le quiere. V. Ellos me observaron y contemplaron, dividieron entre sí mis vestiduras, echaron a suertes mi túnica. V. Líbrame de la boca del león: y salva mi vida del cuerno de los unicornios. V. Los que teméis al Señor, alabadle: raza toda de Jacob, engrandécele. V. Pertenecerá al Señor la generación venidera: y pregonarán los cielos su justicia. V. Al pueblo que nacerá, que hizo el Señor.

Ya es hora de oír el relato de la pasión de nuestro Salvador. La Iglesia lee la narración de los cuatro evangelios en cuatro días diferentes de esta semana. Comienza hoy con la de San Mateo, el primero que escribió la narración de la vida y muerte del Salvador. A. causa de su extensión no ponemos el texto de los cuatro relatos de la Pasión que todos pueden encontrar en su Misal.

El Ofertorio es una nueva profecía de David. Anuncia el abandono del Mesías en medio de sus congojas y la ferocidad de sus enemigos que para saciar su hambre le darán a beber hiel y vinagre. De este modo fue tratado aquel que nos da su cuerpo para comida y su sangre para bebida.

OFERTORIO

Improperio y miseria sufrió mi corazón: y esperé a que alguien se contristase conmigo, y no le hubo: busqué a uno, que me consolara, y no le hallé: y medieron de comida hiel, y en mi sed me abrevaron con vinagre.

En la Secreta se pide a Dios el doble fruto de la Pasión para sus siervos: la gracia en esta vida y la gloria en el cielo.

SECRETA

Te suplicamos, Señor, hagas que el don ofrecido a los ojos de tu Majestad nos obtenga la gracia de la devoción, y nos adquiera el efecto de la dichosa perennidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

En la antífona de la Comunión, la Iglesia, que acaba de sumir con el cáliz de la salud, la vida de Cristo, hace alusión a aquel otro cáliz que Cristo bebió para hacernos partícipes de la bebida de la inmortalidad.

COMUNION

Padre, si no puede pasar este cáliz sin que yo le beba, hágase tu voluntad.

La Iglesia pone fin a las súplicas del sacrificio que acaba de ofrecer implorando el perdón de los pecados para todos sus hijos, y el cumplimiento del deseo que tienen de tomar parte en la gloriosa resurrección del Hombre Dios.

POSCOMUNION

Haz, Señor, que, por la virtud de este Misterio, sean purificados nuestros pecados y se cumplan nuestros anhelos. Por el Señor.

LÁGRIMAS DE JESÚS. —

Pongamos fin a esta jornada del Redentor en la ciudad de Jerusalén recordando algunos otros hechos de importancia.San Lucas nos enseña que durante la marcha triunfal de Jesús hacia la ciudad ocurrió que antes de entrar en ella Cristo comenzó a llorarsobre Jerusalén, y desahogó su dolor en estos términos: «¡Oh si al menos en este día conocieseslo que podría darte la paz! Pero ahora está oculto a tus ojos, porque días vendrán sobre ti,y te rodearán de trincheras tus enemigos, y te cercarán y te estrecharán por todas partes y te echarán por tierra a ti y a los hijos que tienes dentro, y no dejarán piedra sobre piedra por no haber conocido el tiempo de tu visita»‘. Hace unos días el santo Evangelio nos mostró a Jesús llorando ante la tumba de Lázaro; hoy vuelve a derramar lágrimas al contemplar a Jerusalén.En Betania lloraba al pensar en la muerte del  cuerpo, castigo del pecado; pero esta muerte tiene remedio. Jesús es «la resurrección y la vida,y aquel que cree en él no morirá para siempre» El estado de Jerusalén en cambio, es una figura de la muerte espiritual; y esta muerte no tiene remedio, si el alma no viene a tiempo al autor de la vida. He aquí por qué las lágrimas que Jesús derrama hoy se hacen tan amargas.En medio de las aclamaciones de que es objeto al entrar en la ciudad de David, su corazón está oprimido por la tristeza; porque sabe él mejor que nadie «que no conocieron el tiempo de su visita». Consolemos al corazón del Redentor y hagámonos su ciudad fiel.

                                                    (Del año litúrgico de Dom Prosper Gueranger)

PRIMER DOMINGO DE PASIÓN

DOMINGO DE PASION

«Si oís, hoy, la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones.»

ENSEÑANZA DE LA LITURGIA. —

La Iglesia da comienzo hoy en el oficio de la noche por estas graves palabras del Rey profeta. Antiguamente, los fieles consideraban un deber el asistir a los oficios nocturnos al menos los domingos y días festivos; tenían en mucho el no perder las enseñanzas que encierra la Liturgia. Pero los siglos pasaron y la casa de Dios no era frecuentada con la asiduidad que constituía el gozo de nuestros padres. Poco a poco se fueron perdiendo las costumbres y el clero dejó de celebrar públicamente los oficios que no eran concurridos.

Fuera de los cabildos y monasterios no se oye ya el conjunto tan armonioso de la alabanza divina, y las maravillas de la Liturgia sólo son conocidas de una manera incompleta.

LLANTO DEL SEÑOR. —

Por esta razón nos hemos movido a poner ante la consideración de nuestros lectores ciertos rasgos de algunos ofi cios que de otro modo quedarían para ellos como si no existiesen. ¿Qué más propio hoy para movernos que este aviso, tomado de David, que la Iglesia nos dirige y que repetirá en todos los maitines hasta el día de la Cena del Señor? Pecadores, nos dice, este día en que se deja oír la voz lastimera del Redentor, no seáis enemigos de vosotros mismos, dejando vuestros corazones endurecidos. El Hijo de Dios os da la última y la más viva muestra del amor por el cual descendió del cielo; su muerte está cercana; ya se prepara el madero en el que será inmolado el nuevo Isaac; entrad en vosotros mismos y no permitáis, que vuestro corazón conmovido, tal vez, un momento, vuelva a su dureza ordinaria. Habría en ello el mayor de los peligros. Estos aniversarios tienen la virtud de renovar a las almas cuya fidelidad coopera a la gracia que les ha sido ofrecida; mas acrecienta la insensibilidad en aquellos que los pasan sin arrepentirse. «Si, pues, oís hoy la voz del Señor no endurezcáis vuestros corazones.«

ULTIMOS DÍAS DE LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS. —

Durante las semanas precedentes hemos visto crecer cada día la malicia de los enemigos del Salvador. Su presencia, su vista les irrita y se siente que este odio reprimido aguarda el momento propicio para estallar. La bondad, la dulzura de Jesús continúa seduciendo las almas puras y rectas; al mismo tiempo la humildad de su vida y la inflexible pureza de doctrina humilla más y más al judío soberbio que sueña con un Mesías conquistador, y al fariseo que no tiene escrúpulos en traspasar las leyes para hacer de ellas un instrumento de sus pasiones. Sin embargo, Jesús continúa el curso de sus milagros; sus discursos están llenos de energía desconocida; sus profecías amenazan a la ciudad y al templo famoso de los que no quedarán piedra sobre piedra. Los doctores de la ley deberían, al menos reflexionar, examinar sus obras maravillosas que dan testimonio al Hijo de David, y releer tantos oráculos divinos cumplidos hasta ahora con la más absoluta fidelidad. ¡Ay! estos oráculos se deben cumplir hasta la última tilde. David e Isaías no hicieron sino predecir las humillaciones y los dolores del Mesías, que estos hombres ciegos no durarán en realizar.

OBSTINACIÓN DE LA SINAGOGA Y DEL PECADOR. —

En ellos se cumple esta palabra: «al que blasfema contra el Espíritu Santo, no se le perdonará el pecado ni en esta vida ni en la otra'». La Sinagoga corre a la maldición. Obstinada en su error, no quiere escuchar, ni ver nada; ha torcido su juicio a su gusto; ha apagado en sí misma la luz del Espíritu Santo y vamos a verla descender por todos los grados de la aberración hasta el abismo. Triste espectáculo que se encuentra todavía, con mucha frecuencia, en nuestros días, en los pecadores que a fuerza de resistir a la luz de Dios, ¡acaban por encontrar reposo en las tinieblas! Y no nos extrañemos de encontrar en otros hombres la conducta que observamos en los actores del drama que se va a cumplir. La historia de la Pasión del Hijo de Dios nos proporcionará más de una lección sobre los secretos del corazón humano y sus pasiones.

No puede ser de otra manera; porque lo que ocurre en Jerusalén se renueva en el corazón del pecador. Este corazón es un Calvario, sobre el que según el Apóstol, Jesucristo es sacrificado con frecuencia. La misma ingratitud, la misma ceguera, el mismo furor; con la diferencia de que el pecador, cuando es iluminado por la fe, conoce a quien crucifica, mientras que los judíos, como dice San Pablo, no conocían como nosotros al Rey de la gloria 1a quien clavamos en la Cruz. Siguiendo los relatos evangélicos que de día en día, van a ponerse ante nuestros ojos, deben indicarnos que nuestra indignación contra los judíos debe tornarse también contra nosotros y nuestros pecados. Lloremos los dolores de nuestra víctima, a la que nuestros pecados han obligado a soportar, tal sacrificio.

LA OCULTACIÓN DE JESÚS. —

En este momento todo convida al duelo. Sobre el altar, ha desaparecido hasta la Cruz bajo un velo y las imágenes de los santos están cubiertas; la Iglesia está a la expectativa de la más grande desgracia. Sólo nos recuerda en este tiempo la penitencia del Hombre-Dios; y tiembla pensando en los peligros de que está rodeado. Muy pronto leeremos en el Evangelio que el Hijo de Dios ha estado apunto de ser lapidado como un blasfemo; pero su hora no había llegado aún. Tuvo que huir y esconderse. ¡Todo un Dios se esconde para huir de la cólera de los hombres! ¡Qué contraste! ¿Será por debilidad o por miedo a la muerte? Sólo pensarlo sería una blasfemia; no tardaremos en verle presentarse ante sus enemigos. Si ahora evita el furor de los judíos es por no haberse cumplido aún lo que dijeron los profetas sobre El. Por otra parte no debe morir a pedradas sino sobre el madero maldito que, en adelante, se convertirá en el árbol de la vida.

ADÁN Y JESÚS. —

Humillémonos, al ver que el Creador del cielo y de la tierra tiene que substraerse a las miradas de los hombres, para huir de su cólera. Pensemos en el día del primer crimen en el que Adán y Eva, pecadores, se escondieron también por que se vieron desnudos. Jesús ha venido para darles la seguridad del perdón: y he aquí que se oculta; no por que esté desnudo, El que es para sus Santos el vestido de santidad y de inmortalidad, sino por que se ha hecho débil, para darnos fortaleza. Nuestros primeros padres quisieron esconderse de la mirada de Dios; Jesús se oculta ante los hombres; pero no será siempre así. Día vendrá en que los pecadores, ante quienes parece que huye hoy, suplicarán a las rocas y montañas, que caigan sobre ellos y les sustraigan de su vista; pero su petición será estéril. «Verán al Hijo del hombre sentado sobre las nubes del cielo, con poderosa y soberana majestad».

Este Domingo se llama Domingo de Pasión porque la Iglesia comienza hoy a ocuparse especialmentede los sufrimientos del Redentor.Se le llama también Domingo Júdica, por comenzarcon esta palabra el Introito de la Misa; finalmenteDomingo de la Neomenia es decir de laluna nueva pascual por que siempre cae despuésde la luna nueva que sirve para fijar la fiestade la Pascua.En la iglesia griega, este Domingo, no tieneotro nombre que el Domingo V de los Santos Ayunos.

MISA

En Roma la estación se celebra en la basílica de S. Pedro. La importancia de este Domingo, que no cede su puesto a ninguna otra fiesta, por solemne que sea, exigía que la reunión de los fieles tuviese lugar en uno de los más augustos santuarios de la ciudad eterna.

El Introito está compuesto del Salmo XLII. El Mesías implora el juicio de Dios y protesta contra la sentencia que los hombres van a dictar contra él. Demuestra al mismo tiempo su esperanza en el socorro de su Padre, que después de la prueba le admitirá triunfante en su gloria.

INTROITO

Júzgame tú, oh Dios, y separa mi causa de la de un pueblo no santo: líbrame del hombre inicuo y falaz: porque tú eres mi Dios y mi fortaleza.-—Salmo: Envía tu luz, y tu verdad: ellas me guiarán, y conducirán hasta tu santo monte, y hasta tus tabernáculos.— Júzgame tú…

En adelante sólo se dice Gloria Patri en las Misas de las fiestas; pero se repite el Introito. En la Colecta, la Iglesia pide para sus fieles la completa reforma que el santo tiempo de Cuaresma está llamado a reproducir, y que debe someter a la vez los sentidos al espíritu y preservar a éste de las ilusiones y seducciones a que ha estado muy sujeto hasta ahora.

COLECTA

Te suplicamos, oh Dios omnipotente, mires propicio a tu Familia: para que, con tu ayuda, sea regida en el cuerpo y, con tu protección sea custodiada en el alma. Por el Señor.

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Hebreos.

Hermanos: Cristo el es Pontífice de los bienes futuros, el cual penetró una vez en el santuario a través de un tabernáculo más amplio y perfecto, no hecho a mano, es decir, no de creación humana, y no con la sangre de cabritos y toros, sino por medio de su propia sangre, después de haber obrado la Redención eterna. Si, pues, la sangre de cabritos y de toros, y la aspersión de la ceniza de la ternera (sacrificada) santifican con la limpieza de la carne a los manchados: ¿cuánto más la Sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios, por medio del Espíritu Santo, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios viviente? Por eso es El el Mediador del Nuevo Testamento: a fin de que, por su muerte, ofrecida en redención de las prevaricaciones cometidas bajo el Viejo Testamento, reciban los llamados la prometida y eterna herencia en Jesucristo. Nuestro Señor.

LA SALVACIÓN EN LA SANGRE DE UN DIOS. •—

El hombre sólo puede ser rescatado, por la sangre. La divina majestad ultrajada sólo se aplacará por el exterminio de la criatura rebelde cuya sangre derramada sobre la tierra con su vida dará testimonio de su arrepentimiento y de su completa sumisión ante aquel contra quien se rebeló. De otro modo la justicia de Dios se compensará por el suplicio eterno del pecador. Todos los pueblos así lo han entendido, desde la sangre de los corderos de Abel hasta la que corría a torrentes en las hecatombes de Grecia, y en las innumerables inmolaciones con que Salomón inauguró la dedicación del templo. Sin embargo, dice Dios: «Escucha, Israel, yo soy tu Dios. No te reprendo por tus sacrificios: pues tengo siempre ante mí tus holocaustos; yo no tomo de tu casa el recental, ni de tus rebaños tus carneros. ¿Acaso no son míos todos estos animales? Si tuviera hambre no acudiría a ti, porque mío es el mundo y todo lo que contiene. ¿Es que tengo que comer carne de tus toros, o tendré que beber sangre de tus cabritos?’.» Así Dios ordena los sacrificios sangrientos, y declara que no son nada a sus ojos. ¿Hay contradición? No: Dios quiere a la vez que el hombre entienda que no puede ser rescatado más que por la sangre, y que la sangre de los animales es muy grosera para obrar este rescate. ¿Será la sangre del hombre la que aplaque la justicia divina? De ningún modo: la sangre del hombre es impura y está manchada; además es incapaz de compensar el ultraje hecho a Dios. Es necesaria la sangre de un Dios. Y Jesús se ofrece a derramar la suya. En El va a cumplirse la mayor figura de la ley antigua. Una vez al año, el sumo Sacerdote entraba en el Santa-Santorum, a orar por el pueblo. Se ponía detrás del velo, de cara al Arca Santa; se le otorgaba este favor con la condición de que entrase en este sagrado recinto llevando en sus manos la sangre de la víctima que acababa de inmolar. Estos días, el Hijo de Dios Sumo Sacerdote por antonomasia, va a hacer su entrada en el cielo, y nosotros iremos en pos de El; mas se necesita para esto que se presente con sangre, y esta sangre no puede ser otra que la suya. Vamos a ver cumplir esta prescripción divina. Abramos pues, nuestros corazones, a fin de que «los purifique de las obras muertas, como nos acaba de decir el Apóstol, y sirvamos en lo sucesivo al Dios vivo.»

El Gradual está tomado del Salterio; el Salvador pide verse libre de sus enemigos y apartado de la rabia de un pueblo amotinado contra El; pero al mismo tiempo acepta cumplir la voluntad de su Padre, por quien será vengado.

GRADUAL

Líbrame, Señor, de mis enemigos: enséñame a cumplir tu voluntad. Tú, Señor, que me has librado de las gentes iracundas, me exaltarás sobre los que se levanten contra mí: me librarás del hombre inicuo.

En el Tracto, sacado del mismo texto, el Mesías, con el nombre de Israel, se queja del furor de los judíos que le han perseguido desde su juventud, y se apresuran a hacerle sufrir cruel flagelación. Anuncia a la vez los castigos que el deicidio atraerá sobre ellos.

TRACTO

Mucho me han angustiado desde mi juventud. V. Dígalo ahora Israel: mucho me han angustiado desdemi juventud. V. Mas no prevalecieron contra mí:sobre mis espaldas araron los pecadores. V. Prolongaronsus iniquidades: pero el Señor cortó las cervicesde los pecadores.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio Según S. Juan.

En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas de los judíos: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Pero vosotros no las oís, porque no sois de Dios. Respondieron entonces los judíos, y dijéronle: ¿No decimos con razón que eres un samaritano, y que tienes el demonio? Respondió Jesús: Yo no tengo el demonio, sino que glorifico a mi Padre, y vosotros le deshonráis. Pero yo no busco mi gloria: hay quien la busque, y la juzgue. En verdad, en verdad os digo: Si alguien observare mis palabras, no morirá eternamente. Dijéronle entonces los judíos: Ahora conocemos que tienes el demonio. Abraham murió, y también los Profetas: y tú dices: Si alguien observare mis palabras, no morirá eternamente. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abraham, que murió? Y los profetas también murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo? Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no es nada: es mi Padre quien me glorifica, el que vosotros llamáis Dios vuestro, y no le habéis conocido: pero yo le he conocido: y, si dijera que no le he conocido, sería semejante a vosotros, mentiroso. Pero yo le conozco, y observo sus palabras. Abraham, vuestro Padre, anheló ver mi día: lo vió, y se alegró. Dijéronle entonces los judíos: ¿Aun no tienes cincuenta años, y viste a Abraham? Díjoles Jesús: En verdad, en verdad os digo: Antes de que Abraham existiera, ya existía yo. Tomaron entonces piedras, para lanzarlas contra El: pero Jesús se escondió, y salió del templo.

ENDURECIMIENTO DE LOS JUDÍOS. —

El furor de los judíos ha llegado al colmo, y Jesús se ve obligado a huir ante ellos. Pronto le matarán; mas ¡qué diferente es su suerte de la suya! Por obediencia a los decretos de su Padre celestial, por amor a los hombres, se entregará en sus manos, y le darán muerte, pero saldrá victorioso del sepulcro; subirá a los cielos, e irá a sentarse a la diestra de su Padre. Ellos, por el contrario, después de saciar su furor dormirán sin remordimientos hasta el terrible despertar que les está preparado. Se palpa que la reprobación de estos hombres será eterna. Ved con qué severidad les habla el Salvador: «Vosotros no escucháis la palabra de Dios porque no sois de Dios.» No obstante esto hubo un tiempo en que fueron de Dios: porque el Señor da a todos su gracia; pero ellos han hecho estéril esta gracia; se agitan en las tinieblas y ya no verán la luz que han rechazado. «Decís que Dios es vuestro Padre; pero no le conocéis.» A fuerza de desconocer al Mesías, la Sinagoga ha llegado a no conocer también al mismo Dios único y soberano, cuyo culto la enorgullece; en efecto, si conociese al Padre, no rechazaría al Hijo. Moisés, los Salmos, los Profetas, son para ella letra muerta, y estos libros divinos pasarán muy pronto entre las manos de los pueblos, que sabrán leerlos y comprenderlos. «Si yo dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros.» Por la dureza del lenguaje de Jesús se adivina ya la cólera del juez que bajará el último día para estrellar contra la tierra la cabeza de los pecadores. «Jerusalén no conoció el tiempo de su visita; el Hijo de Dios salió a su encuentro y tiene ella la desvergüenza de decirle que está poseído del demonio.»

Echa en cara al Hijo de Dios al Verbo eterno, que prueba su origen por los prodigios más evidentes, que Abrahán y los Profetas son mayores que El. ¡Extraña ceguera que procede del orgullo y de la dureza de corazón! La Pascua está próxima; estos hombres comerán religiosamente el cordero simbólico; saben que este cordero es una figura que debe realizarse. El cordero verdadero será inmolado por sus manos sacrílegas y no lo reconocerán. La sangre derramada por ellos no les salvará. Su desgracia nos lleva a pensar en tantos pecadores endurecidos para los cuales la Pascua de este año será tan estéril de conversión como los años precedentes; redoblemos nuestras oraciones por ellos, y pidamos que la sangre divina que pisan con los pies no clame contra ellos delante del trono del Padre celestial.

En el Ofertorio, el cristiano, lleno de confianza en los méritos de la sangre que le ha rescatado hace suyas las palabras de David para alabar a Dios, y para reconocerle como autor de la vid a nueva cuya fuente inagotable es el sacrificio de Jesucristo.

OFERTORIO

Te alabaré, Señor, con todo mi corazón: retribuye a tu siervo: viva yo, y guarde tus palabras: vivifícame, según tu palabra, Señor. El sacrificio del Cordero sin mancilla ha producido en el pecador dos efectos; ha roto sus cadenas y le ha hecho objeto de las complacencias del Padre celestial.

La Iglesia pide en la secreta, que el sacrificio que va a ofrecer para reproducir el de la Cruz, obtenga en nosotros los mismos resultados.

SECRETA

Te suplicamos, Señor hagas que estos presentes nos libren de los vínculos de nuestra depravación y nos grangeen los dones de tu misericordia. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

La antífona de la comunión está formada de las mismas palabras con que Jesucristo instituyó el sacrificio que se acaba de celebrar en el cual el sacerdote y los fieles participan en memoria de la Pasión cuyo recuerdo y mérito infinito ha renovado.

COMUNION

Este es el Cuerpo que será entregado por vosotros; este Cáliz es el Nuevo Testamento en mi Sangre, dice el Señor: haced esto en memoria mía cuantas veces lo tomareis.

En la poscomunión, la Iglesia pide a Dios conserve en los fieles los frutos de la visita que se ha dignado hacerle, entrando en ellos por la participación en los sagrados misterios.

POSCOMUNION

Asístenos, Señor, Dios nuestro; y, a los que has recreado con tus Misterios, defiéndelos con tu perpetuo patrocinio. Por el Señor.

(El año litúrgico de Dom. Gueranger)

Cuarto Domingo de Cuaresma

EL DOMINGO DE LA ALEGRÍA. —

Este domingo, llamado Laetare, por comenzar así la primera palabra del Introito de la Misa, es uno de los más célebres del año. Este día, la Iglesia suspende las tristezas de Cuaresma; los cantos de la Misa sólo hablan de la alegría y el consuelo; el órgano, mudo en los tres domingos precedentes, se hace oír hoy; el diácono viste la dalmática, el subdiácono la túnica; y se permite sustituir los ornamentos de color morado por los de rosa. Ya vimos, en el Adviento, practicar estos mismos ritos en el tercer domingo llamado Gaudete. Esta nota de alegría que la Iglesia pone hoy en su Liturgia tiene por ñn felicitar a sus hijos por su celo. Han recorrido ya la mitad de la santa Cuaresma y quiere estimular sus energías para coronar la carrera.

LA ESTACIÓN. —

En Roma, se celebra la estación en la basílica de Santa Cruz de Jerusalén, una de las siete principales de la ciudad eterna. También se la llamó la basílica Sesoriana, porque, en el siglo IV, se trasladó al palacio Sesoriano; Santa Elena la quiso hacer como la Jerusalén de Roma y por eso la enriqueció de preciosas reliquias. Mandó trasportar en vistas a este ñn, una gran cantidad de tierra, tomada del monte Calvario y la colocó en este santuario, además, de otros recuerdos de la Pasión del Salvador, como la inscripción colocada sobre la cabeza, cuando agonizaba en la Cruz, y que aún hoy día se venera allí con el nombre de Titulo de la Cruz. El nombre de Jerusalén dado a esta basílica, renueva todas las esperanzas del cristiano, ya que recuerda la patria celestial, la verdadera Jerusalén, de la que aún estamos desterrados; todo esto ha contribuido a que los Soberanos Pontífices, ya desde muy antiguo, la escogiesen para la estación de este día. Hasta los tiempos en que los Papas vivían en Aviñón se inauguraba en este templo la Rosa de ero, ceremonia que hoy día tiene lugar en el palacio en que reside el Papa.

LA ROSA DE ORO. —

La bendición de la Rosa de oro es aún hoy día uno de los ritos propios del cuarto domingo de Cuaresma: También se le ha llamado por este motivo domingo de la Rosa. Las ideas seductoras que despierta esta flor están muy en armonía con los sentimientos que la Iglesia hoy quiere inspirar a sus hijos a quienes la alegre Pascua va a abrirles pronto una primavera espiritual, de quien la natural no es más que una pálida figura; también esta institución ha tenido suma importancia a través de los siglos.

S. León IX, en el año 1049, la instituyó en la abadía de Santa Cruz de Woffencheum; nos queda un sermón sobre la Rosa de oro, que Inocencio III pronunció en este día en la Basílica de Santa Cruz de Jerusalén. En la Edad Media cuando el Papa residía aun en el palacio de Letrán, después de haber bendecido la Rosa, se dirigía acompañado de todo el Sacro Colegio hacia la Iglesia estacional, llevando en la mano esta flor Simbólica. Una vez llegado a la basílica, pronunciaba, un discurso sobre los misterios que representa la Rosa por su belleza, su color y su perfume. A continuación se celebraba la Misa. Una vez acabada, el Pontífice volvía a Letrán atravesando la llanura que separaba las dos basílicas, llevando siempre en su mano la Rosa. A la llegada a las puertas del palacio, si había algún príncipe entre los que formaban el cortejo, era deber suyo sostener el estribo y ayudar al Pontífice a bajar del caballo; como recompensa de su cortesía recibía esta Rosa, objeto de tantos honores.

Hoy día, la ceremonia no es tan importante, sin embargo ha conservado todos sus ritos principales. El Papa bendice la Rosa de oro en la sala de los ornamentos, la unge con el santo crisma y derrama encima polvos olorosos, conforme al rito usado en otras épocas; y cuando ha llegado el momento solemne de la Misa entra en la capilla del palacio llevando la flor entre sus manos. Durante el santo sacrificio, se la coloca sobre el altar en un rosal de oro preparado; finalmente, cuando ha terminado la Misa, se la lleva al Pontífice, que sale de la capilla llevándola en las manos hasta llegar a la sala de los ornamentos.

Ordinariamente también hoy el Papa la suele enviar a algún príncipe o princesa a quien quiere honrar; otras veces obtienen esta distinción una ciudad o una iglesia.

BENDICIÓN DE LA ROSA DE ORO. —

Ponemos aquí la traducción de la hermosa oración con que el Sumo Pontífice bendice la Rosa de oro; ayudará a penetrar mejor el misterio de esta ceremonia, que da tanto esplendor al cuarto domingo de Cuaresma. He aquí los términos de que está compuesta esta oración: «Oh Dios, que has creado todo con tu palabra y poder y gobiernas todas las cosas con tu voluntad, Tú que eres la alegría y el consuelo de todos los fieles; rogamos a tu majestad quiera bendecir y santificar esta Rosa tan agradable por su aspecto y su perfume, que nosotros, tenemos que llevar hoy en nuestras manos como señal de alegría espiritual; a fin de que el pueblo que está consagrado arrancado del yugo de la cautividad de Babilonia por la gracia de tu único Hijo que es la gloria y alegría de Israel, represente con un corazón sincero las alegrías de esta Jerusalén superior que es nuestra Madre, y como tu Iglesia salta de gozo, ante su presencia, glorificando tu nombre, Tú, Señor, concédele un consuelo verdadero y perfecto. Acepta la devoción, perdona los pecados, aumenta la fe; cura con tu protección, protege con tu misericordia, destruye los obstáculos, concede todos los bienes, a fin de que esta misma Iglesia te ofrezca el fruto de las buenas obras, siguiendo tras el olor de esta flor que, dimana del tallo de Jesé, recibe el nombre místico de flor de los campos y lirio de los valles y que merece gustar una alegría intensa en la gloria celestial en la compañía de todos los santos con esta flor divina que vive y reina contigo, en unión del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.»

LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES. —

Ahora vamos a hablar de otro nombre que se ha dado al cuarto domingo de Cuaresma y que tiene relación con la lectura del Evangelio que nos propone hoy la Iglesia. En efecto, a este domingo se le ha designado en muchos documentos antiguos con el nombre de domingo de los cinco panes.

El milagro que recuerda este título, a la vez que completa el ciclo de las instrucciones cuaresmales, se asocia a las alegrías de este día. Perdemos de vista unos momentos la Pasión inminente del Hijo de Dios, para ocuparnos en el más grande de sus beneficios, pues en la figura de estos dones materiales multiplicados por el poder de Jesús, nuestra fe debe descubrir en este «Pan de vida» bajado del cielo, que da la vida al mundo'». La Pascua está cerca, dice el Evangelio y pocos días más tarde nos dirá el mismo Salvador: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros'». Antes de salir de este mundo para ir a su Padre, quiere saciar a estas turbas que se le han agregado a su paso, y para eso se dispone a invocar su gran poder. Con razón admiráis este poder creador a quien fué suficiente cinco panes y dos peces para alimentar cinco mil hombres, sobrando restos después del banquete de tal modo que se pudieron llenar doce canastos. Un prodigio tan ruidoso basta sin duda para mostrar la misión de Jesús; sin embargo, esto no es más que una prueba de su poder, una figura de lo que va hacer pronto, y no una o dos veces, sino todos los días, hasta la consumación de los siglos; y no en provecho de cinco mil personas, sino de la multitud innumerable de sus fieles. Contad en la superficie de la tierra cuántos millones de cristianos participarán del banquete Pascual; el mismo a quien vimos nacer en Belén, Casa de Pan, se nos va a dar en alimento, y esta comida divina jamás se agotará. Seréis saciados como lo fueron vuestros padres y las generaciones que os sigan serán también llamadas a probar cuan dulce es el Señor Jesús alimentó en el desierto a estos hombres que son figuras de los cristianos, este pueblo ha abandonado el ruido de la ciudad para seguir a Jesús, deseando oír su palabra, no teme ni el hambre, ni la fatiga, y su audacia se ha visto recompensada. Así coronará el Señor nuestros ayunos y abstinencias al final de este período del que ya hemos recorrido la mitad. Alegrémonos pues, y vivamos este día confiando en nuestra próxima llegada al término. Llega el momento en que nuestra alma, sanada de Dios, ya no se queja de las fatigas del cuerpo, porque unidas a la compunción del corazón la han merecido un lugar de distinción en el inmortal festín.

LA EUCARISTÍA. —

La Iglesia primitiva no dejaba de proponer a los fieles este milagro de la multiplicación de los panes como emblema del inagotable alimento eucarístico; también se le encuentra con frecuencia en las pinturas de las catacumbas y en los bajorrelieves de los antiguos sarcófagos cristianos, Los peces junto con los panes aparecen también en los antiguos monumentos de nuestra fe; los primeros cristianos tenían la costumbre de representar a Jesucristo simbolizado por el Pez, porque la palabra Pez en griego está formada de cinco letras y cada una es la primera de estas palabras: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. En este día que es el último de la semana Mesonéstima, los griegos honran a S. Juan Clímaco, el célebre Abad del monasterio del monte Sinaí, del siglo VI.

M I S A

Pronto pasarán los setenta años de la cautividad. Todavía un poco de tiempo y los desterrados volverán a Jerusalén; este es el pensamiento que la Iglesia ha puesto en los textos de esta Misa. No se atreve aun a hacer oír el Alleluia; pero sus cantos están llenos de alegría.

Unos días más y la casa del Señor revestirá todo su esplendor.

INTROITO

Alégrate, Jerusalén: y alegraos con ella, todos los que la amáis: gozaos con alegría, los que estuvisteis en la tristeza: para que os regocijéis, y os saciéis de las ubres de vuestra consolación. — Salmo: Me alegré de lo que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor, V. Gloria al Padre.

En la colecta la Iglesia manifiesta que sus hijos han merecido las penitencias que se imponen; pero pide para ellos la gracia de poder hoy respirar un poco, pensando que pronto gozarán del consuelo que les esperaba.

COLECTA

Te suplicamos, oh Dios omnipotente, hagas que, los que nos afligimos por causa de nuestra acción, respiremos con el consuelo de tu gracia. Por el Señor.

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Gálatas.

Hermanos: Escrito está: Que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava, y otro de la libre. Pero, el que tuvo de la esclava, nació según la carne: el que tuvo de la libre nació en virtud de la promesa: esto ha sido dicho en alegoría. Porque estas (madres) son los dos Testamentos. El uno, dado en el Monte Sinaí, engendra para la esclavitud: éste es Agar. Porque el Sinaí es un monte de Arabia, que corresponde a la Jerusalén del presente, la cual sirve con sus hijos. Pero la Jerusalén de arriba es libre, y ésta es nuestra madre. Porque está escrito: Alégrate, estéril, que no pares: prorrumpe, y clama, la que no das a luz: porque los hijos de la abandonada son más numerosos que los de la que tiene marido. Y nosotros, hermanos, somos, como Isaac, hijos de la promesa. Pero, así como entonces el nacido según la carne perseguía al nacido según el espíritu, así es también ahora. Mas, ¿qué dice la Escritura? Arroja a la esclava y a su hijo: porque no será heredero el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De modo, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre: con la libertad con que Cristo nos libertó.

LA VERDADERA LIBERTAD. —

Alegrémonos, pues, hijos de Jerusalén y no del Sinal. La madre que nos ha dado el ser, la Iglesia, no es esclava sino libre y nos dio la vida para que gozásemos de libertad. Israel servía a Dios por temor; su corazón, inclinado siempre a la idolatría, necesitaba se le reprimiese con frecuencia y que el yugo llagase sus espaldas. Nosotros, más felices que él, le servimos por amor, y el «yugo nos es blando y la carga ligera'». No somos ciudadanos de la tierra; sólo estamos de paso; nuestra única patria es la Jerusalén celestial. La de la tierra, se la dejamos al judío, que se goza en las cosas terrenas; con su esperanza interesada desprecia a Cristo y trama su rápida crucifixión. Durante mucho tiempo nos hemos arrastrado como él sobre la tierra; el pecado nos tenía encadenados; cuanto más pesaban sobre nosotros las cadenas de nuestra esclavitud, más creíamos que estábamos libres. Ha llegado el tiempo propicio y los días de salvación también están presentes; y, dóciles a la voz de la Iglesia, hemos tenido la felicidad de entrar en los sentimientos y prácticas de la Santa Cuaresma. Hoy, el pecado se nos presenta como el más inaguantable de las sujeciones, la carne como una carga peligrosa, el mundo como un tirano inhumano; comenzamos a respirar y la esperanza de un próximo rescate nos inspira vivos entusiasmos. Agradezcámoslo efusivamente a nuestro libertador, nos saca él de la esclavitud de Agar, nos libra del terror del Sinaí, y, sustituyéndonos al antiguo pueblo, nos abre con su sangre las puertas de la Jerusalén celeste.

El Gradual expresa la alegría de los gentiles convocados para venir a posesionarse de la casa del Señor que en adelante será suya. El Tracto celebra la protección de Dios sobre la Iglesia, la nueva Jerusalén que no será destruida como la primera. Esta ciudad santa comunica a sus hijos la seguridad de que goza; el Señor protege a su pueblo y también a ella.

GRADUAL

Me alegré de lo que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor. V. Haya paz en tu antemuro: y abundancia en tus palacios.

TRACTO

Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no será nunca quebrantado el que habita en Jerusalén. V. Montes hay en torno de ésta: y el Señor está en torno de su pueblo desde ahora y para siempre.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Juan.

En aquel tiempo pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea, donde está Tiberiades: y le siguió una gran muchedumbre, porque veían los prodigios que hacía con los que estaban enfermos. Subió, pues, Jesús al monte: y sentose allí con sus discípulos. Y estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Y, como alzase los ojos Jesús, y viese que había venido a El una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos panes, para que coman éstos? Pero esto lo decía para probarle: porque El ya sabía lo que había de hacer. Respondiole Felipe: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno reciba un poco. Le dijo uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero, ¿qué es esto para tantos? Dijo entonces Jesús: Haced que se sienten los hombres. Y había mucha hierba en aquel lugar. Sentáronse, pues, los hombres en número de casi cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes, y, habiendo dado gracias, los distribuyó entre los sentados: e hizo lo mismo con los peces, dando a todos cuanto quisieron. Y, cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los restos que han sobrado, para que no perezcan. Los recogieron, pues, y llenaron doce cestos con las sobras de los cinco panes de cebada, que dejaron los que habían comido. Y aquellos hombres, cuando vieron que Jesús había hecho un milagro, dijeron: Este es el verdadero Profeta, que ha de venir al mundo. Pero, cuando conoció Jesús que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey, huyó de nuevo al monte El solo.

REALEZA ESPIRITUAL DE CRISTO. —

Estos hombres que el Señor acababa de saciar su hambre con tanta bondad y en virtud de un poder tan milagroso, les domina un solo pensamiento: proclamar a Jesús por Rey. Este poder y bondad que Jesús ha manifestado con ellos le ha hecho digno, a su juicio, de que reine sobre ellos. ¿Qué haremos, pues, nosotros, cristianos, que conocemos mucho mejor este doble atributo del Salvador, que los pobres judíos? Desde hoy mismo debemos llamarle para que reine en nosotros. Acabamos de verlo en la Epístola, nos ha puesto en .libertad, librándonos de nuestros enemigos. Esta libertad sólo la podemos conservar guardando su ley. Jesús no es un tirano como lo son el mundo y la carne; su imperio es benigno y pacífico y nosotros somos sus hijos antes que súbditos. En la corte de este gran Rey servir es reinar. Olvidemos pues en su presencia todas nuestras pasadas

servidumbres; y si alguna cadena aun nos sujeta, rompámosla pronto, porque la Pascua es la fiesta de la libertad y ya se divisa en el horizonte el crepúsculo de este gran día. Caminemos animosos hacia el término; Jesús nos dará el descanso y nos hará sentar sobre el césped como a este pueblo de quien habla el Evangelio. El Pan que nos tiene preparado hará que pronto olvidemos las fatigas del camino.

En el Ofertorio la Iglesia continúa usando las palabras de David para alabar al Señor pero de  modo particular goza celebrando hoy su bondad y su poder.

OFERTORIO

Alabad al Señor, porque es benigno: salmead a su nombre, porque es suave: todo cuanto quiso lo ha hecho en el cielo y en la tierra.

La Colecta pide que el pueblo ñel aumente en devoción, en virtud de los méritos del Sacrificio, que es el principio de la salvación.

SECRETA

Te suplicamos, Señor, mires aplacado estos sacrificios: para que aprovechen a nuestra devoción y a nuestra salud. Por el Señor.

En la antífona de la Comunión la Iglesia ensalza la gloria de la Jerusalén celeste. Canta la alegría de las tribus del Señor que vienen a alimentarse del Pan eucarístico para tomar fuerzas y subir a esta ciudad dichosa.

COMUNION

Jerusalén, que es edificada como una ciudad, como una ciudad bien unida entre sí: allá subirán las tribus, las tribus del Señor, para alabar tu nombre, Señor.

Hoy al proponernos la Iglesia hagamos un acto de fe y amor en el misterio del Pan, pide para nosotros en la Postcomunión, la gracia de participar siempre con el respeto y la preparación que convienen a un misterio tan venerable.

POSCOMUNION

Te suplicamos, Oh Dios misericordioso, hagas que tratemos con sinceros obsequios, y recibamos con alma siempre fiel, estas cosas santas, de que incesantemente nos saciamos. Por el Señor.

(Del Año Liturgico de Dom Gueranger)