Santos del 17 al 23 de octubre

17 DE OCTUBRE: SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE

Margarita María Alacoque, nacida en la diócesis de Autun, de padres honorables, mostró desde su infancia indicios de su santidad futura. Ardiendo en amor a la Virgen, Madre de Dios y al augusto sacramento de la Eucaristía, hizo, muy joven, voto de virginidad, con el deseo de consagrar su vida a adquirir las virtudes cristianas. Se delitaba entregándose largo tiempo a la oración y a la contemplación de las cosas celestiales, en el desprecio de sí misma, practicando la paciencia en las adversidades, en la mortificación corporal y en la caridad con el prójimo, sobre todo con los indigentes; y se aplicaba a reproducir los santísimos ejemplos del divino Redentor.

Ingresó en la Orden de la Visitación, señalándose por su fervor en la vida religiosa. Fue favorecida por Dios con la gracia de una altísima oración, con otros dones sobrenaturales y frecuentes visiones. La más célebre tuvo lugar hallándose en oración ante el Santísimo Sacramento. Se le apareció Jesús, mostrándole en su pecho entreabierto su Corazón rodeado de llamas y coronado de espinas; le mandó, a impulso de su ardiente caridad y para reparación de las injurias de los hombres ingratos, que se ocupara en instituir una fiesta pública en honor de su Corazón, prometiéndole premiar esta devoción con grandes recompensas sacadas de los celestiales tesoros. Vacilante, pues se consideraba incapaz de tal empresa, la animó el Salvador, y le señaló por director a un hombre de eximia santidad, Claudio de la Colombiere, y la alentó con la esperanza de los grandes beneficios que se seguirían para la Iglesia del culto al Corazón divino.

Margarita se esforzó en cumplir con diligencia las órdenes del Redentor. No le faltaron molestias y amargas vejaciones por parte de los que reputaban sus afirmaciones como efecto de su imaginación, contradicciones que sobrellevó con paciencia, teniéndolas como ganancias espirituales, y convencida de que los oprobios y sufrimientos la ayudarían a convertirse en víctima agradable a Dios y a obtener de Él mayores auxilios para la realización de su proyecto. Tras haber difundido el perfume de la perfección religiosa, y alcanzado en la contemplación de los bienes celestiales una unión cada día más íntima con el celestial Esposo, voló a su presencia en el año 1690, a los 43 años. Resplandeciendo con sus milagros, fue canonizada por Benedicto XV; y Pío XI extendió su Oficio a la toda la Iglesia.

19 DE OCTUBRE: SAN PEDRO DE ALCANTARA

Pedro, nacido de padres nobles en Alcántara, España, mostró desde niño indicios de su santidad. A los 16 años ingresó en la Orden de Frailes Menores, siendo un modelo de las virtudes. Ejerció por obediencia el ministerio de la predicación, conduciendo a muchos cristianos de los desórdenes del vicio a la penitencia. Deseoso de restablecer en la pureza la primitiva observancia del Instituto franciscano, para lo cual confiaba en el auxilio divino y contaba con la aprobación de la autoridad apostólica, fundó cerca de Pedrosa un pequeño convento muy pobre, donde inauguró un método de vida austerísimo, que se propagó en grado admirable por diversas regiones de España, y en las Indias. Ayudó a Santa Teresa, cuyo espíritu había probado, a establecer la reforma del Carmelo. Habiendo sabido esta santa por revelación divina que lo que pidiera en nombre de Pedro le sería otorgado, acostumbraba a encomendarse a sus oraciones y darle, aun en vida, el nombre de santo.

Con la mayor humildad se substraía a los favores de los príncipes, que le consultaban, y rehusó ser el confesor de Carlos V. Observante estricto de la pobreza, se contentaba con una sola túnica, la peor de todas. Era tan delicado respecto a la pureza, que no permitió que el hermano que le servía en su última enfermedad le tocara. Redujo su cuerpo a servidumbre por sus continuas vigilias, ayunos y disciplinas, así como por el frío, la desnudez y toda clase de rigores, habiendo hecho pacto con él de no darle reposo en este mundo. El amor de Dios y del prójimo de que su corazón estaba lleno, llegaba a veces a inflamarle en tan vivos ardores, que le obligaban a salir de su celda a campo raso, para mitigar con el frescor del aire el fuego que le consumía.

Levantado a un grado tan alto de contemplación, su alma se alimentaba de tal manera en ella, que le aconteció alguna vez pasar varios días sin tomar ningún alimento ni bebida. Se le vio con frecuencia elevado en el aire con singular resplandor. Atravesó a pie ríos caudalosos. En una época de gran carestía, alimentó a sus hermanos con un alimento celestial. En otra ocasión, de un bastón que clavó en el suelo brotó una verde higuera; y en una noche en que, yendo de camino, entró en una casucha arruinada y desprovista de techo, la nieve se mantuvo suspendida en el aire, sirviéndole de techo, librándole de sucumbir bajo su peso. Santa Teresa atestigua que tenía el don de profecía y del discernimiento de espíritus. Por último, en la hora por él predicha, confortado por una visión y por la presencia de algunos santos, voló a reunirse con el Señor, a los 63 años. En ese mismo momento, Santa Teresa, que se encontraba en lugar lejano, vio cómo era llevado al cielo. Apareciósele enseguida, exclamando: Oh bienaventurada penitencia, que me ha valido una gloria tan grande. Célebre por los muchos milagros obrados tras su muerte, fue canonizado por Clemente IX.

20 DE OCTUBRE: SAN JUAN CANCIO.

Nació Juan en Kenty, diócesis de Cracovia, de donde le provino el sobrenombre de Cancio. Sus padres, Estanislao y Ana, eran piadosos y honorables. Su gravedad, dulzura e inocencia, hicieron esperar, ya desde su infancia, el elevado grado de virtud que alcanzaría. Después de cursar filosofía y teología en la universidad de Cracovia y de graduarse, fue profesor en la misma muchos años; no contentándose con ilustrar a sus oyentes por medio de las sagradas doctrinas que les explicaba, les enardecía en celo para las obras buenas con la palabra y el ejemplo. Ordenado sacerdote, procuró con diligencia y sin descuidar el estudio, adelantar en la perfección cristiana. Deploraba las ofensas de que Dios era objeto, por lo cual trataba de desviar la cólera divina de sí y del pueblo, celebrando cada día con muchas lágrimas el sacrificio de la Misa. Gobernó ejemplarmente la parroquia de Ilkusi, pero la turbación que le causaba el ver las almas en peligro, le movió a abandonarla para reintegrarse a la enseñanza, invitado por la Academia.

Del tiempo que le dejaba libre el estudio, consagraba una parte a trabajar por la salvación del prójimo por la predicación, y lo restante a la oración, en la cual, según se refiere, tuvo algunas veces visiones y comunicaciones celestiales. El pensamiento de la Pasión de Cristo le conmovía tanto, que pasaba noches enteras en su meditación, y que emprendió para familiarizarse más con ella una peregrinación a Jerusalén. Allí, deseando el martirio, no vaciló en predicar a Cristo crucificado aun a musulmanes. Cuatro veces viajó a Roma al sepulcro de los santos Apóstoles, viajando a pie y cargado él mismo con todo su equipaje. Iba allí a venerar la Sede Apostólica, de la cual era muy devoto, y para abreviar, según decía, las penas de su purgatorio con la remisión de los pecados ofrecida allí todos los días a los fieles. En un viaje le despojaron de todo, y al preguntarle si llevaba algo más, respondió negativamente; pero recordando, cuando ya huían los ladrones que le quedaban algunas monedas de oro cosidas al manto, les llamó para ofrecérselas; admirados de tanta simplicidad, le devolvieron todo cuanto le habían robado. Para que nadie lastimase la reputación del prójimo, grabó sobre el muro de su habitación, como San Agustín, unos versos que constituyeran una advertencia para sí y para los visitantes. Alimentaba a los hambrientos con manjares de su mesa, y vestía a los desnudos, no sólo con las ropas que les compraba, sino despojándose a veces de sus propios vestidos y calzado. Dejaba entonces caer su manto hasta el suelo para que nadie le viera llegar descalzo.

Dormía poco y en el suelo; por vestido y sustento usaba sólo lo imprescindible para cubrir el cuerpo y sostener sus fuerzas. Protegió su virginidad, cual lirio entre abrojos, con un áspero cilicio, ayunos y disciplinas; guardó los treinta y cinco años últimos de su vida, una abstinencia de carnes. Por último, lleno de méritos y anciano, después de haberse preparado cuidadosamente para la muerte, cuya proximidad sentía, distribuyó todo cuanto le quedaba entre los pobres, para romper todo lazo con este mundo. Y llegada la vigilia de Navidad, confortado con los sacramentos de la Iglesia y deseando reunirse con Cristo, aquel hombre ilustre por los milagros que obró en vida y después de su muerte, voló al cielo. Así que hubo entregado su alma, lleváronle a la iglesia de Santa Ana, vecina de la Universidad, donde fue sepultado honoríficamente. Aumentando de día en día la veneración hacia él y la afluencia de fieles a su sepulcro, en Polonia y Lituania se le venera como a uno de sus principales patronos. En vista de los nuevos milagros que vinieron a aumentar su gloria, el papa Clemente XIII, en el día 17º de las calendas de agosto del año 1767, le canonizó.

21 DE OCTUBRE: SAN HILARIO.

Hilarión, hijo de padres infieles, nacido en Tabatha (Palestina), fue enviado para sus estudios a Alejandría, donde se distinguió por su virtud y talento. Habiendo abrazado la religión cristiana, progresó admirablemente en la fe y en la caridad. Asistía con frecuencia a la iglesia, era asiduo en la oración y en el ayuno, y despreciaba todos los alicientes de la voluptuosidad y la ambición de los bienes. Era a la sazón muy célebre en Egipto el nombre de San Antonio; y deseoso Hilarión de verle, se dirigió al desierto, pasando en su compañía dos meses, durante los cuales estudió su género de vida. De vuelta a su casa, y habiendo muerto sus padres, distribuyó sus bienes entre los pobres. No había cumplido aún los 15 años cuando volvió al desierto, haciendo allí una cabaña en la que apenas cabía, y en ella dormía en el suelo. Nunca quiso lavar o cambiar el saco que le cubría, ya que decía que es cosa superflua buscar la limpieza en un cilicio. Dedicaba largo tiempo a leer y meditar las sagradas Letras. Se alimentaba con unos pocos higos y con el jugo de las hierbas, y sólo después de la puesta del sol. Su castidad y humildad eran perfectas. Con éstas y otras virtudes venció multitud de tentaciones del diablo, y arrojó los demonios de los cuerpos de muchas personas de distintas partes del mundo. Tras haber construido varios monasterios y siendo célebre por sus muchos milagros, cayó enfermo a la edad de 80 años. Cuando mayor era la violencia del mal, exclamaba: Sal, alma mía, ¿qué te acobarda?, ¿por qué vacilas? Casi setenta años ha que sirves a Jesucristo, ¿y temes morir? Con estas palabras, expiró.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 3 al 9 de octubre

3 DE OCTUBRE: SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS

Teresa del Niño Jesús nació en Alencón, Francia, de padres que se distinguían por su singular piedad para con Dios. Prevenida por el Espíritu Santo, concibió desde niña el deseo de abrazar la vida religiosa; y prometió a Dios no negarle nada de cuanto le pareciera que Él le pedía; promesa que se esforzó en guardar hasta la hora de la muerte. Huérfana con sólo cinco años, se confió a la divina Providencia, bajo la vigilancia de su padre y de sus hermanas mayores; y con tales maestros, adelantó muy rápido por el camino de la perfección. A los nueve años, fue educada por las benedictinas de Lisieux; durante ese tiempo destacó en el conocimiento de las cosas divinas. A los diez años, sufrió una grave y misteriosa enfermedad, de la cual se vio libre, según refiere ella misma, gracias al auxilio de la Santísima Virgen, que se le apareció sonriente durante una novena dedicada a la advocación de Nuestra Señora de las Victorias. Con su espíritu lleno de fervor, se preparó con esmero para participar en el sagrado convite en que Jesucristo se da como alimento de nuestras almas.

Recibida la primera comunión, se manifestó en ella un hambre insaciable de este celestial alimento. Como inspirada, pedía a Jesús le trocara en amarguras todas las mundanas consolaciones. Y ardiendo en amor hacia nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia, no deseó en adelante otra cosa que ingresar en la Orden de las Carmelitas Descalzas, para poder, mediante su inmolación y sacrificios, venir en ayuda de los sacerdotes, los misioneros y de toda la Iglesia, y ganar muchas almas para Jesucristo, cosa que más tarde, próxima a morir, prometió seguir haciendo cuando se hallara cerca de Dios. Tuvo grandes dificultades para entrar en la vida religiosa, debido a su juventud, pero consiguió vencerlas con increíble fortaleza, y tuvo la dicha de entrar a los quince años en el Carmelo de Lisieux. Allí obró Dios admirables cosas en el corazón de Teresa, la cual, imitando la vida oculta de la Virgen María, produjo como fértil jardín las flores de todas las virtudes, y principalmente la de una eminente caridad para con Dios y con el prójimo.

Al leer en las Sagradas Escrituras esta invitación: El que sea pequeño, que venga a mí, deseando agradar más a Dios, quiso hacerse pequeña según el espíritu, y con una confianza del todo filial, se entregó para siempre a Dios como al más amante de los padres. Y este camino de la infancia espiritual, según la doctrina del Evangelio, lo enseñó a los demás, especialmente a las novicias, de cuya formación en las virtudes religiosas hubo de encargarse por obediencia; y de esta manera, llena de celo apostólico, mostró a un mundo henchido de soberbia y amador de la vanidad, el camino de la sencillez evangélica. Jesús, su Esposo, la enardeció con deseos de sufrir en el alma y en el cuerpo. Viendo, con gran dolor, que el amor de Dios es olvidado en todas partes, dos años antes de morir se ofreció como víctima al amor misericordioso de Dios. Se sintió, entonces, herida por una llama de celestes ardores. Por último, consumida por el amor, arrebatada y exclamando con gran fervor: ¡Oh Dios mío, yo os amo!, voló al encuentro del Esposo, el 30 de septiembre de 1897 a la edad de 24 años. La promesa que hizo al morir, de dejar caer sobre la tierra, a partir de su entrada en el cielo, una perpetua lluvia de rosas, la ha cumplido, y sigue cumpliéndola, con innumerables milagros. Por esto el Papa Pío XI la inscribió entre las Vírgenes Beatas, y dos años más tarde, con ocasión del gran Jubileo, la canonizó, declarándola especial Patrona de todos los misioneros.

4 DE OCTUBRE: SAN FRANCISCO DE ASIS

Francisco, natural de Asís, Umbría, se dedicó desde joven, a ejemplo de su padre, a ejercer el comercio. Un día en que, contra su costumbre, rechazó a un pobre que le pedía limosna por amor de Cristo, concibió tal contrición que le socorrió con largueza, y prometió a Dios no negar desde entonces a nadie la limosna que le pidiesen. Contrajo luego una grave enfermedad, y apenas restablecido, comenzó a entregarse con ardor a la práctica de la caridad, en cuyo ejercicio aprovechó tanto, que por amor a la perfección evangélica entregaba a los pobres cuanto poseía. Indignado su padre por este proceder, le llevó ante el obispo de Asís para que, ante él, renunciara a su patrimonio. Francisco renunció a todo; hasta a sus vestidos, de los cuales se despojó, diciendo que en adelante podría exclamar con mayor razón: Padre nuestro que estás en los cielos.

Un día en que oyó leer este pasaje del Evangelio: “No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni más de una túnica y un calzado, resolvió atenerse a esta regla en adelante. Y así, quitándose su calzado, contentándose con un solo vestido, y juntándose con otros doce compañeros, instituyó la Orden de religiosos Menores. En el año de gracia, 1209, vino a Roma, para que la Sede Apostólica confirmara la regla de dicha Orden. Inocencio III por de pronto rehusó su demanda; pero después de haber visto en sueños al mismo a quien desechara, sosteniendo sobre sus espaldas la basílica de Letrán que amenazaba ruina, mandó ir en busca de Francisco, y en una cordial entrevista aprobó todo el plan de su Instituto. Entonces envió Francisco hermanos por diversas partes del mundo a predicar el Evangelio de Cristo; en cuanto a él, deseoso del martirio, se embarcó en dirección a Siria; allí fue tratado por el Sultán con gran benignidad, pero como no consiguiera sus deseos, regresó a Italia.

Luego de edificar muchas casas de su Orden, se refugió en la soledad del monte Alvernia, donde habiendo comenzado un ayuno de cuarenta días en honor de San Miguel Arcángel, se le apareció, en el día de la Exaltación de la Santa Cruz, un Serafín que, entre sus alas, mostraba la efigie del Crucificado, y que dejó impresas en las manos, pies y costado de Francisco las señales de los clavos. San Buenaventura nos dice que él mismo oyó referir este hecho al papa Alejandro IV en un sermón, como testigo de vista. Estas muestras del inmenso amor que Cristo le tenía, atrajéronle la admiración de todas las gentes. Dos años después, enfermó gravemente, y quiso que le llevaran a la iglesia de Santa María de los Ángeles para entregar su espíritu allí mismo donde Dios le comunicó el espíritu de gracia; y allí, en el día cuarto anterior a las nonas de octubre, después de exhortar a los hermanos a la pobreza, a la paciencia y a la fe en la santa Iglesia romana, exhaló su alma al pronunciar el versículo: Los justos están en expectación hasta que me recompenses, del Salmo: Alcé mi voz para clamar al Señor. Resplandeciendo por sus milagros, fue canonizado por el Papa Gregorio IX.

6 DE OCTUBRE: SAN BRUNO.

Bruno, fundador de la Orden cartujana, nació en Colonia. Desde su infancia dio tales muestras de su futura santidad en la gravedad de su porte y en el cuidado con que se apartaba, ayudado de la divina gracia, de los juegos propios de la edad, que ya podía vislumbrarse en él al futuro padre de los monjes y restaurador de la vida anacorética. Sus padres, ilustres por su prosapia y sus virtudes, le enviaron a París, donde sus progresos en el estudio de la filosofía y de la teología le granjearon el título de doctor en las dos disciplinas; poco después, sus virtudes le merecieron un canonicato en la Iglesia de Reims.

Tras unos años, junto con otros seis compañeros, se propuso renunciar al mundo, presentándose a San Hugo, Obispo de Grenoble; el cual, al conocer la causa de su venida, entendió que los siete habían sido simbolizados por las siete estrellas que en sueños había visto caer a sus pies aquella misma noche, y por ello les cedió unos ásperos montes, llamados Cartujanos, acompañando a Bruno y a sus compañeros a aquel desierto, en donde el santo se ejercitó durante algunos años en la vida eremítica; llamado por Urbano II, que había sido su discípulo, marchó a Roma. Allí, con sus consejos y doctrina ayudó algunos años al Papa en medio de las grandes calamidades que afligían a la Iglesia, hasta que, renunciando al arzobispado de Regio, obtuvo del Papa la licencia de partir.

Bruno pudo entonces, en su amor a la vida solitaria, retirarse a un desierto cerca de Esquilache, Calabria. Y aconteció que yendo de caza Rogelio, conde de aquel país, descubrió por los ladridos de los perros la cueva en que Bruno estaba orando, e impresionado por la santidad del anacoreta, empezó a honrar y a favorecer en gran manera a él y a sus discípulos. Esta liberalidad no quedó sin recompensa, pues con ocasión del sitio que el mismo Rogelio puso a Capua, y de la traición que había maquinado contra él uno de sus oficiales llamado Sergio, Bruno, que vivía aún en aquel desierto, le reveló en sueños lo que ocurría, salvando así a su bienhechor de un peligro inminente. Por último, colmado de méritos y de virtudes, e ilustre por su ciencia, murió en el Señor, y fue sepultado en el monasterio de San Esteban, construido por el mismo Rogelio, donde aún hoy recibe los honores del culto.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 26 de septiembre al 2 de octubre

27 DE SEPTIEMBRE: SANTOS COSME Y DAMIAN

Los hermanos Cosme y Damián, originarios de Egea, Arabia, eran médicos distinguidos durante los reinados de Diocleciano y Maximiano. Tanto como por su ciencia médica, curaban con la virtud de Cristo aun aquellas enfermedades incurables. Enterado el prefecto Lisias de su religión, mandó traerlos a su presencia, y les interrogó sobre su género de vida y su profesión de fe; y al declarar ellos que eran cristianos, y que la fe cristiana es necesaria para salvarse, mandó que sacrificaran a los dioses, amenazándolos con tormento y a una cruel muerte si se negaban a hacerlo.

Cuando se convenció de lo inútil de sus esfuerzos, dijo: Atadles de pies y manos, y aplicadles los más terribles suplicios. Cumplidas estas órdenes, Cosme y Damián persistieron en sus negativas. Entonces los arrojaron con los pies atados al mar, que los devolvió sanos y y libres de sus ataduras, prodigio que el prefecto atribuyó a sus artes mágicas, por lo cual mandó encarcelarlos. Al día siguiente los sacó de la prisión y los echó a una pira ardiente, cuyas llamas se desviaron de ellos. Tras de haberles hecho atormentar cruelmente con otros suplicios, mandó que murieran a hachazos. Así, confesando a Jesucristo, obtuvieron ambos la palma del martirio.

28 DE SEPTIEMBRE: SAN WENCESLAO

Gobernó éste su reino mostrando en el desempeño de la autoridad más bondad que rigor. Era tal su caridad para con los huérfanos, viudas e indigentes, que en ocasiones llevaba, sobre sus hombros, la leña a los menesterosos; asistía a sus entierros, libraba a los cautivos, visitaba a los presos, aun en noches tempestuosas, y les socorría con sus limosnas y consejos; sentía amargura cuando se veía obligado a firmar una sentencia de muerte, aun para un culpable. Veneraba a los sacerdotes, y él mismo sembraba el trigo y exprimía las uvas para la materia de la Misa. Visitaba de noche las iglesias, descalzo sobre la nieve, y dejando después marcadas las huellas sangrientas de sus plantas.

Los ángeles custodiaban su cuerpo; pues, un día en que iba a luchar contra Radislao, duque de Gurima, por exigirlo así la salvación de los suyos, se vieron a unos ángeles que le daban armas y decían al adversario: “No le hieras”. Aterrorizado su enemigo, se echó a sus pies demandando gracia. En otra ocasión, de viaje en Alemania, vio el emperador, al acercarse Wenceslao, a dos ángeles que le imponían una cruz de oro. Levantándose, pues, del trono, le abrazó, le revistió con las insignias reales y le donó el brazo de San Vito. Pero el impío Boleslao, instigado por su madre, luego de haberle convidado a su mesa, fue con sus cómplices al templo donde oraba el santo, conocedor de la muerte que le preparaban. Su sangre salpicó las paredes; aún se distinguen vestigios de ella. Pero Dios vengó la muerte del santo, ya que la tierra tragó a la desnaturalizada madre y los asesinos perecieron miserablemente de diversas maneras.

DIA 30 DE SEPTIEMBRE: SAN JERONIMO.

Jerónimo, hijo de Eusebio, nació en Stridón (Dalmacia) en tiempo del emperador Constancio, y fue bautizado de adolescente en Roma, e instruido en las ciencias liberales en la escuela de Donato y de otros sabios. Por el deseo de conocimientos recorrió las Galias, teniendo relación con algunos varones versados en las Sagradas Escrituras, y transcribió varios de sus libros. Luego fue a Grecia donde, estando ya instruido en filosofía y retórica, se perfeccionó más con la amistad de ilustres teólogos. Fue discípulo predilecto de Gregorio Nazianceno, en Constantinopla, al cual debe, según propia confesión, su ciencia escriturística. Visitó luego, por devoción, los lugares de la infancia de nuestro Señor Jesucristo, y toda la Palestina. Este viaje le puso en relación con hebreos eruditos, sirviéndole de mucho, según él declara, para penetrar en el sentido de la sagrada Escritura.

Se retiró después a un desierto de Siria, dedicándose cuatro años al estudio de los libros sagrados y a meditar sobre la felicidad del cielo, mortificándose con abstinencias y maceraciones corporales y derramando lágrimas. Ordenado sacerdote por Paulino, Obispo de Antioquía, pasó a Roma, para tratar con el Papa Dámaso de las diferencias habidas entre algunos obispos de Paulino y Epifanio, y fue secretario del Papa en su correspondencia. Deseoso de volver a la soledad, regresó a Palestina, donde en el monasterio fundado en Belén, donde nació nuestro Señor Jesucristo, por Paula, noble matrona romana, adoptó un género de vida celestial. A pesar de las varias enfermedades y dolencias que le afligían, se sobreponía, entregándose a devotas ocupaciones y a la lectura y a la composición de sus escritos.

Acudían a él de todos los lugares, para la explicación de las cuestiones relativas a las sagradas Escrituras. Le consultaban con frecuencia sobre los pasajes más difíciles de los Libros sagrados el Papa Dámaso y San Agustín, fiados en su erudición, y en su dominio del latín, del griego, del hebreo y del caldeo, y en el conocimiento que tenía por sus lecturas, según atestigua San Agustín, de las obras de casi todos los escritores. Combatió a los herejes con escritos enérgicos, y se atrajo siempre el favor de los fervientes ortodoxos. Tradujo el Antiguo Testamento del hebreo al latín; corrigió, por orden de Dámaso, el Nuevo Testamento conforme a los manuscritos griegos, y comentó parte del mismo. Vertió al latín los escritos de multitud de sabios, e ilustró las ciencias cristianas con otras obras suyas. Llegado a una edad muy avanzada, siendo ilustre por su santidad y sabiduría, voló al cielo, en tiempo de Honorio. Sepultado primero en Belén, fue después trasladado a Roma, a la basílica de Santa María la Mayor.

                                                                           Del Breviario Romano

Algunos Santos de la semana del 19 al 25 de septiembre

21 DE SEPTIEMBRE: SAN MATEO

Mateo, llamado también Leví, Apóstol y Evangelista, fue llamado por el Señor mientras estaba sentado en su oficina de Cafarnaúm, y le siguió al instante. Le obsequió con un convite, yendo también los demás discípulos. Después de la resurrección de Cristo, y antes de salir de Judea para ir a predicar en la región asignada, escribió en Judea el Evangelio de Jesucristo, en hebreo, para los judíos convertidos, siendo el primero entre los evangelistas. Luego fue a Etiopía, y anunció el Evangelio.

Hay que mencionar en primer lugar la resurrección de la hija del rey, por lo cual se convirtieron a la fe cristiana el rey, su esposa y toda la provincia. A la muerte del rey, su sucesor Hirtaco quería desposarse con la princesa Ifigenia, de sangre real; pero como ésta había hecho voto de virginidad, por consejo de Mateo, y perseveró en su propósito, mandó matar al Apóstol al pie del altar donde estaba celebrando los santos misterios. La gloria del martirio coronó su carrera apostólica el día undécimo de las calendas de octubre. Su cuerpo se trasladó a Salerno, y siendo Papa Gregorio VII, a la iglesia dedicada a su nombre, donde es objeto de la devota veneración.

22  DE SEPTIEMBRE: SANTO TOMAS DE VILLANUEVA

Nació Tomás en el pueblo de Fuentellana, diócesis de Toledo, en España, en 1448, de una familia distinguida. Desde la infancia se destacó por la compasión y misericordia hacia los pobres; ya en su niñez dio repetidas pruebas, entre las que cabe mencionarse el hecho de despojarse más de una vez de sus vestidos para cubrir a los desnudos. De joven fue enviado al colegio mayor de San Ildefonso, en Alcalá, para el estudio de las letras. Con motivo de la muerte de su padre, volvió a casa, y dedicó toda su herencia al sostenimiento de las doncellas indigentes. Volvió luego a Alcalá, donde, terminados sus estudios de teología, en los que sobresalió, obligado ocupó una cátedra de la Universidad, en la que explicó con gran éxito cuestiones filosóficas y teológicas. Pedía a Dios, a la vez, que le instruyera en la ciencia de los santos y le inspirara una regla para dirigir su vida y costumbres. Por vocación divina, abrazó el Instituto de los Ermitaños de S. Agustín.

Hecha su profesión religiosa, se señaló por las virtudes y cualidades propias, por su humildad, paciencia, continencia y por su ardiente caridad. Entre las múltiples ocupaciones, mantuvo siempre su espíritu dedicado a la oración y a la contemplación de las cosas divinas. Obligado a aceptar la carga de la predicación, impuesta en vista de su santidad y sabiduría, logró apartar, con la gracia de Dios, a muchos pecadores del vicio conduciéndolos al camino de la salvación. Siendo superior de sus hermanos, supo juntar la prudencia, la justicia y la mansedumbre, con la solicitud y la severidad, restableciendo la antigua disciplina en multitud de casos.

Designado para el arzobispado de Granada, cargo que rechazó con porfía y mucha humildad, se vio obligado por orden de sus superiores a aceptar, un poco después, el de Valencia, rigiéndolo cerca de 11 años, cumpliendo los deberes de vigilante pastor, sin cambiar nada de su género de vida, y prodigando a los pobres las cuantiosas rentas de la Iglesia, no guardando para sí ni siquiera el lecho; ya que, en efecto, el que ocupaba en el momento de llamarle Jesucristo al cielo, se lo había prestado un indigente, a quien lo había dado poco antes de limosna. Durmiose en el Señor el día sexto de los idus de septiembre, a los 78 años. Quiso Dios poner de manifiesto la santidad de su siervo con milagros durante su vida y después de su muerte. Así, un granero cuyo trigo había sido distribuido entre los pobres, se llenó de súbito y un niño muerto recobró la vida junto al sepulcro del santo. En vista de estos milagros y otros muchos con que fue glorificado, el sumo Pontífice Alejandro VII lo inscribió en el número de los Santos.

23 DE SEPTIEMBRE: SAN LINO.

El Papa Lino, natural de Volterra, Toscana, fue el primero que después de San Pedro gobernó la Iglesia. Eran tan grandes su fe y santidad, que arrojaba los demonios e incluso resucitaba a los muertos. Relató por escrito los hechos de S. Pedro y lo que hizo contra Simón Mago. Decretó que ninguna mujer entrara en la iglesia sino con la cabeza velada. Por su constancia en la fe cristiana, fue decapitado por orden del cónsul Saturnino, monstruo de impiedad e ingratitud, a cuya hija había el santo librado de la obsesión diabólica. Fue sepultado en el Vaticano, cerca de la tumba de S. Pedro, el día nono de las calendas de octubre. Gobernó 11 años, 2 meses y 23 días, y en dos veces en el mes de diciembre había consagrado quince obispos y ordenado 18 presbíteros.

                                      Del Breviario Romano

1 de agosto: San Pedro ad Vincula

Bajo el reinado de Teodosio, el Joven, su mujer Eudoxia vino para cumplir un voto a Jerusalén donde recibió muchos presentes, entre ellos, una cadena de hierro ornamentada con oro y pedrerías, la cual, según se decía, era la que sirvió para encadenar a Pedro, por orden de Herodes. La emperatriz, después de venerar piadosamente la reliquia, la mandó a Roma para su hija Eudoxia, que la entregó al Pontífice. Este, a su vez, mostró a Eudoxia otra cadena con la que había sido atado el mismo apóstol en tiempo del emperador Nerón.

Al comparar el Pontífice la cadena romana con la que había sido traída de Jerusalén, se juntaron ambas tan perfectamente, que no parecieron sino una sola cadena fabricada por el mismo operario. Y tal veneración granjeó este milagro a aquellos hierros sagrados que, con el nombre de San Pedro en las cadenas, fue dedicada la iglesia que Eudoxia había levantado en el Esquilino. En memoria de esta dedicación, fue instituida una fiesta en las calendas de agosto.

La fiesta que en este día celebraban los gentiles en honor de sus celebridades profanas, se celebró en adelante en honor de las cadenas de Pedro, a cuyo contacto los enfermos sanaban y los demonios eran expulsados; es lo que sucedió en el año de gracia 969 de Jesucristo a un conde familiar del emperador Otón, que estaba poseído por el espíritu inmundo, y desgarraba sus carnes con los dientes. El Emperador mandó conducir al poseso ante el Papa Juan, y cuando la cadena tocó el cuello del conde, salió el mal espíritu y le dejó libre. Por este prodigio la devoción a las sagradas cadenas se propagó mucho en Roma.

Del Breviario Romano

Santos semana del 19 al 24 de julio

20 DE JULIO: SAN JERONIMO EMILIANO

Jerónimo, natural de Venecia, de la familia patricia de los Emiliano, inició desde su juventud la carrera de las armas y se encargó, en tiempos críticos para la república, de la defensa de Castelnuovo, cerca de Quero, en los montes de Treviso. Sus enemigos tomaron la ciudadela y le arrojaron, con los pies y manos encadenados, a una horrible prisión. Viéndose privado de todo auxilio, acudió a la Santísima Virgen, la cual oyó sus oraciones, se le apareció, rompió sus cadenas y le condujo salvo hasta la vista de Treviso, pasando entre los enemigos. Una vez en la población, colgó del altar de la Madre de Dios, a la cual se había consagrado, las esposas y las cadenas que había traído. De vuelta a Venecia, se dedicó al servicio de Dios, y trabajó con celo admirable para los pobres, principalmente con los niños huérfanos que andaban errantes, y faltos de todo lo necesario. Alquilando locales para recogerlos, los alimentaba con sus propios recursos y los formaba en las costumbres cristianas.

Desembarcaron a la sazón en Venecia el bienaventurado Cayetano y Pedro Carafa, -más tarde el Papa Paulo IV-. Aprobaron el espíritu que animaba a San Jerónimo, y su obra encaminada a recoger a los huérfanos; y le condujeron al hospital de incurables de la ciudad, donde su caridad se ejercitaría educando y sirviendo a los huérfanos. No tardó, aconsejado por ellos, en dirigirse al continente donde erigió orfelinatos; primero en Brescia, y después en Bérgamo, y Como; Bérgamo fue donde más desplegó su celo, pues, además de dos orfelinatos, uno para niños y otro para niñas, abrió (cosa nueva en aquellos lares) una casa para albergar a las mujeres de vida airada que se convirtieran. En Somasca, aldea de Bérgamo, en los confines de los dominios de Venecia, fundó una residencia para sí y para lo suyos, y en ella organizó una congregación que ha tomado del lugar el nombre de Somasca. A medida que fue extendiéndose, para mayor provecho de la sociedad cristiana, se dedicó también a iniciar a los jóvenes en el estudio de las letras y a formarles en las buenos costumbres, en colegios, academias y seminarios. El Pontífice San Pío V admitió esta congregación entre las Órdenes religiosas, y otros Pontífices la enriquecieron además con privilegios.

Sólo pensando en los huérfanos que se proponía recoger, se dirigió a Milán y a Pavía; en estas ciudades, merced a favores, procuró a una multitud de niños, albergue, provisiones, vestidos y maestros. De vuelta a Somasca, consagrándose a todos, no retrocedía ante trabajos que pudieran ser de provecho para el prójimo. Se mezclaba con los campesinos durante la cosecha, y mientras les ayudaba en sus trabajos, les explicaba los misterios de la fe. Cuidaba a los niños con una paciencia que llegaba hasta limpiarles la cabeza cubierta de tiña; curaba las más repugnantes llagas de los campesinos, y parecía estar dotado de la gracia de curaciones. Se retiró a una cueva del monte Somasca, y castigando su cuerpo con disciplinas, permaneciendo en ayunas durante días enteros, pasando en oración la mayor parte de la noche y permitiéndose sólo un breve sueño sobre la dura piedra, lloraba sus pecados y los ajenos. Al fondo de aquella cueva, brotó una fuente de la peña viva. Una constante tradición atribuye su aparición a las oraciones del Santo; hasta nuestros días ha manado sin interrupción, y el agua que allí nace, llevada a diversos países, cura a muchos enfermos. Habiéndose, por último, propagado una epidemia en aquel valle, Jerónimo la contrajo mientras se entregaba al cuidado de los apestados y cargaba los cadáveres sobre sus espaldas para conducirlos al lugar de la sepultura. Su preciosa muerte, que él había anunciado con alguna anticipación, ocurrió en el año 1537; así en la vida como en la muerte, fue célebre por sus muchos milagros. Benito XIV le beatificó, y Clemente XIII le inscribió entre los Santos.

Apolinar se trasladó a Roma desde Antioquía, junto con San Pedro, el cual le ordenó Obispo y le envió a Ravena para predicar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Como convirtiera en esta ciudad a muchas almas a la fe cristiana, fue detenido por los sacerdotes de los ídolos y golpeado cruelmente. Merced a sus oraciones, un noble personaje, Bonifacio, mudo desde largo tiempo, recobró el habla, y una hija suya fue librada de un espíritu inmundo: estos milagros promovieron una nueva sedición contra el Santo. Le azotaron con varas y le obligaron a andar descalzo sobre carbones encendidos; mas viendo que el fuego de estos carbones no le quemaba, le expulsaron de la ciudad.

Permaneció oculto algún tiempo entre algunos cristianos, y luego se marchó a Emilia, donde resucitó a la hija del patricio Rufino; este milagro movió a toda la familia del mismo a creer en Jesucristo. Muy enojado el prefecto al saberlo, llamó a Apolinar y le intimó a que dejara de propagar la fe de Jesucristo en la ciudad. Mas no habiendo Apolinar hecho caso de tales órdenes, fue atormentado en el potro, le echaron agua hirviendo en las heridas y le golpearon la boca con una piedra; luego, le arrojaron encadenado a la cárcel. Cuatro días después, le embarcaron con destino al destierro; mas, tras un naufragio, llegó a Misia; de allí pasó a orillas del Danubio, y luego a Tracia.

Durante la permanencia en aquel país, el demonio se negó a dar respuestas en el templo de Serapis. Buscaron entonces a Apolinar, y habiéndolo encontrado, obligáronle de nuevo a embarcarse. Regresó a Ravena, en donde los mismos sacerdotes de los ídolos le volvieron a acusar, y le pusieron bajo la custodia de un centurión. Mas éste, que adoraba en secreto a Jesucristo, facilitó de noche su evasión. Al enterarse los satélites, salieron en busca suya, le hirieron y lo dejaron por muerto en el camino. Recogido por los cristianos, les exhortó a perseverar en la fe, muriendo siete días después, coronado con la gloria del martirio. Su cuerpo fue sepultado cerca de las murallas de la ciudad.

Del Breviario Romano

Santos Cirilo y Metodio

De la Carta Encíclica del papa León XIII.


Cirilo y Metodio eran hermanos. Nacidos en Tesalónica, de padres muy nobles, trasladáronse muy pronto a Constantinopla para estudiar las artes liberales en la capital del Oriente. Ambos hicieron grandes progresos en poco tiempo, distinguiéndose sobre todo Cirilo, el cual adquirió tal reputación, que por una especial distinción le daban el nombre de filósofo. Metodio abrazó la vida monástica; Cirilo llegó a hacerse digno de que la emperatriz Teodora, por consejo del Patriarca Ignacio, le confiara la misión de instruir en la fe cristiana a los Cázaros, que habitaban más allá del Quersoneso. Instruidos estos pueblos por sus predicaciones y movidos por la gracia de Dios, después de renunciar a muchas supersticiones, abrazaron la fe de Jesucristo. Una vez constituida la nueva comunidad de cristianos, Cirilo se apresuró a volver a Constantinopla para retirarse al monasterio de Polícrono, en donde residía Metodio. Pero entre tanto llegó a Ratislao, príncipe de Moravia, la fama de los éxitos alcanzados más allá del Quersoneso, y pidió algunos operarios evangélicos a Miguel III, emperador de Constantinopla. Cirilo y Metodio fueron destinados a esta misión y acogidos con gran alegría a su llegada a Moravia. Emprendieron con tanta energía y actividad la obra de impulsar las enseñanzas cristianas en los espíritus, que pronto la nación entera se convirtió de corazón a Jesucristo. Sirvió mucho a Cirilo, para conseguir este resultado, el conocimiento de la lengua eslava, que antes había aprendido, y la traducción que había hecho a la lengua propia de aquel pueblo, de los libros sagrados del Antiguo y del Nuevo Testamento. Cirilo y Metodio fueron los inventores del alfabeto de la lengua eslava, por lo que son considerados los padres de esta lengua.

Hechos tan notables llegaron a los oídos de Roma, y el Papa Nicolás I llamó a los ilustres hermanos. Encamináronse a Roma, llevando con ellos las reliquias del Papa San Clemente I, descubiertas por Cirilo en Quersoneso. Al saberlo Adriano II, que había sucedido a Nicolás, quien acababa de morir, salió a recibirles con solemnidad, acompañado del clero y del pueblo. Cirilo y Metodio informaron al Papa del desempeño de la misión apostólica que habían llevado a cabo tan santamente y con muchos trabajos. Acusados por algunos envidiosos de haber empleado la lengua eslava en los santos Misterios, adujeron en su defensa tantos y tan luminosos argumentos, que merecieron la aprobación del Papa y de los allí presentes. Habiendo ambos jurado perseverar en la fe de San Pedro y de los romanos Pontífices, fueron consagrados Obispos por Adriano. Mas estaba decretado por la Providencia que Cirilo, más avanzado en la virtud que en los años, terminaría sus días en Roma. La conducción de su cadáver se efectuó en medio de una manifestación popular de duelo; fue depositado en la tumba que había construido para sí Adriano II; trasladado después a la basilica de S. Clemente, fue sepultado junto a las reliquias de este santo Papa. Durante su paso por las calles, al canto solemne de los Salmos, con una pompa más semejante a una apoteosis triunfal que a un acto fúnebre, pareció que el pueblo romano le otorgaba los honores celestiales. Metodio volvió a Moravia con el propósito de constituirse en modelo de su rebaño, y se puso, cada día con más celo, al servicio de los intereses católicos. Confirmó en la fe cristiana a los Pannonios, los Búlgaros y los Dálmatas, y trabajó para convertir al culto del único Dios verdadero a los Carintios.

Acusado ante Juan VIII, sucesor de Adriano, como suspecto en la fe y de haber cambiado las costumbres, fue llamado a Roma para defenderse ante el Papa, los Obispos y algunos miembros del clero romano. No le costó poner de manifiesto su fidelidad en conservar la fe católica y su celo en enseñar a los demás; y en cuanto al empleo de la lengua eslava en los sagrados ritos, les convenció de que había obrado legítimamente, obedeciendo a sólidos motivos y con anuencia del Papa Adriano, y de que, por otra parte, nada hay en las Sagradas Escrituras que se oponga a esta práctica. Ante tales razones, el romano Pontífice se puso de parte de Metodio, y mandó reconocer su potestad arzobispal y la legitimidad de su misión en los países eslavos, a cuyo efecto publicó él mismo una carta. De vuelta a Moravia, continuó Metodio cumpliendo el cargo que se le confiara, sufriendo de buen grado, hasta el destierro. Condujo a la fe al príncipe de los Bohemios y a su esposa, y extendió por todo el país el nombre de cristiano. Habiendo llevado la luz del Evangelio a Polonia, instituyó una sede episcopal; penetró, según algunos historiadores, en la Moscovia y fundó el obispado de Kiev; volvió por último a Moravia entre los suyos, sintiendo cerca el fin de su carrera, designó él mismo su sucesor, y tras dirigir al clero y al pueblo sus postreras recomendaciones, terminó esta vida, que había sido para él el camino del cielo. Sus funerales tuvieron lugar en Moravia, con los mismos honores tributados a Cirilo en Roma. El Papa León XIII dispuso que la fiesta de ambos, celebrada ya de antiguo entre los eslavos, lo fuera también por toda Iglesia con Oficio y Misa propios.

                                                                                              Del Breviario Romano

Vida de Guido de Fontgalland Parte 3ª

Un secreto,…. un secreto

En el verano de 1.924 la familia Fontgalland fue en peregrinaje a Lourdes, permanecieron muchos días y Guido comenzó a hacer “locuras de amor”. Recorre muchas veces el Vía Crucis y veía que cada momento era bueno para escaparse del hotel para ir a la Gruta de la Virgen, quien en 1.858 se apareció a Bernardita.

La Virgen se hace sentir: “Mi querido Guido, vendré rápido a llevarte. Será en día sábado. Te tomaré de los brazos de tu mamá y te llevaré al Cielo”. Guido no percibía nada de lo que le estaba sucediendo a su alrededor.

Llega al hotel absorto, como fuera de sí. La madre le preguntaba qué le pasaba: “La Virgen me ha rebelado un secreto”!. Ese mismo día, la familia regresa a Paris.

En su cuarto, Guido coloca un cuadro de la Virgen de Lourdes para recordar su promesa.  El 30 de noviembre de 1.924 se hace una gran fiesta por sus 11 añitos. Guido sabía que el momento se aproximaba, que estaba por iniciar la verdadera vida.

El domingo 7 de diciembre de ese mismo año, cuando fue a dormir estaba bien; pero a media noche su madre lo encuentra en una crisis de sofocamiento.. Guido, (…!qué niño tan admirable y valiente!…) recobraba las fuerzas y dice a su madre: “Mamá debo decirte un secreto que te hará llorar” “ Yo debo morir. La Virgen vendrá a buscarme. Cuando tenía 7 años, el día de mi Primera Comunión, Jesús me dijo: “Tú no serás sacerdote. Quiero hacer de ti un Ángel y yo le respondí te acuerdas mamá en  Lourdes, la Virgen me confió un secreto….ahora te lo debo decir: “…Vendré  en sábado….te llevaré al Cielo”. Eso es lo que me dijo.

El médico había llegado rápido y comentan que debe ser vacunado contra la difteria…pero tal vez, sea demasiado tarde… Comenzaron las curaciones y Guido ofrecía sus sufrimientos. Para Navidad parecía estar mejor, no había señal de difteria, pero Guido, insiste: “La Virgen no ha cambiado de idea” ¡!

Ya por la tarde, la situación de precipitaba: “Quiero mi confesor”. El padre llama al médico y, curiosamente, llegan sacerdote y médico, al mismo tiempo, pero Guido insiste que primero quiere ver al confesor y luego, se deja hacer las curaciones.

Una sola añoranza tenia Guido: “Había tanto deseado de hacer conocer a Jesús a todo el mundo. Quería hacerlo amar. De grande hubiera construido un avión para ir a predicar a Jesús a todo el mundo“. Pero también tenia una gran alegría: “Iré directo al Paraíso”

Jesús y el Cielo

En los últimos días, se intercambian entre padre, madre e hijo,  diálogos maravillosos. El 1º de enero de 1.925 pregunta: “porqué suenan las campanas”.?, “Es el comienzo del año nuevo, buen año,  hijito mío” “Yo no puedo augurarte un año de alegría”  -agrega Guido- Pero es el año Santo, un buen año para ir al Cielo”

Al día siguiente, pide la Comunión como Viático para la eternidad: “mamá, ponme el vestido más bello. Hoy viene Jesús, Yo lo amo, sabes!, díselo también tú”. Recibida la Comunión agrega: “No moriré hoy, será en sábado” “no tengo miedo, ni siquiera de la muerte, porque ella es la puerta del Paraíso. Jesús y yo nos queremos mucho”

La madre le dijo que esperaba que Jesús lo curara. “No lo hará. Es mejor así, tengo solo 11 años y soy puro como un ángel. La Virgen vendrá ella misma a llevarme al Cielo”.

Sábado 24 de enero, 1.925, “Hoy es el día” Vendrá la Virgen, No lloren!.”  Guido recibe el óleo de los enfermos, besa muchas veces el Crucifijo, se sienta sobre su cama y dice. “Jesús te Amo” Ahora sí Jesús se hacía su verdadero Cielo. Jesús Eucarístico sobre la tierra, Jesús glorioso en la eternidad.

Guido De Fontgalland,  el niño que SIEMPRE había DICHO : “SI” a Jesús, comenzaba su misión: Ser un ángel de Jesús..  Es decir, el mensajero de Cristo para animar a otros niños, otros hermanos, grandes y pequeños,  a hacerlo amar.

Querido Guido, Ruega por nosotros……

Vida de Guido de Fontgalland Parte 2ª

Fiesta Grande

Guido – le decía su mamá-  Jesús ha sufrido mucho en la cruz, para expiar nuestros pecados, también los tuyos”.  Continuaba con el rostro serio: “Para los buenos serán el Paraíso, para los malos, que hacen pecados y no quieren el perdón de Dios, les será el infierno”.

Guido escuchaba y respondía: “mamá, háblame  de Jesús  y de la Virgen dime porque han sufrido por nosotros “

Llega el día de su primera Comunión: fue a arrodillarse delante al Crucifijo, se queda allí, a pensar, a examinarse,  a decir su amor por Él. Luego, se acercó al sacerdote y confesó sus pecados.: salió del confesionario con una gran paz y alegría en su corazón y le dijo a su madre: “ Quisiera que todo el mundo fuese feliz como yo! Puedo dar un poco de mi dinero, a los pobres?” “Claro!, – le responde su mamama.-

Y aquella tarde, para la fiesta, Guido dio su dulce a su hermanito, Marcos.

Participó a los ejercicios espirituales: seguía atento las meditaciones de Don Andre Callonn, y por la tarde, apuntaba todo en un cuaderno, agregando sus reflexiones, sus deseos: ”Ser bueno, cansarme y sacrificarme por Jesús, quiero trabajar y hacer pequeñas renuncias por Él, que me ama tanto. Jesús es el amigo más querido que está siempre en el Tabernáculo para no dejarme más”

“Jesús te ofrezco tres propósitos: rezar todos los días las oraciones; no dejar pasar un día, sin sacrificarme por Ti; estudiar con empeño, para hacerme, mañana sacerdote”

La tardeprecedente a la Primera comunión, fue a dormir; pero no  lograba hacerlo debido a su alegría.

A las cinco de la mañana, se precipitó al cuarto de sus pares: “mamá, mamá, hoy es mi gran día”  “Levántate mamá” “Pero…es todavía temprano!” “Oh mamá – continuó Guido–  hoy Jesús viene a mi! “ ni miró ni el vestido ni los regalos, esperó solo su hora.

En la Iglesia de Saint-Honorè d´Eylau, participó  a la Misa y, al momento, tanto esperado,  Guido recibía la Hostia Santa..Vuelto  a su lugar, se recogió en oración…En aquel momento sintió, en su interior, una Voz que le decía: “Mi pequeño Guido. Yo vendré pronto a llevarte. Tú morirás, no te harás sacerdote. Yo haré de ti, mi Ángel”

Inmediatamente,  permanece consternado:….pensó, que debería dejar a sus seres queridos; no seria sacerdote como el lo deseaba….Pero comprendió que Jesús esperaba una respuesta y él se la da: “Si, Jesús”.

Desde aquél momento, la pequeña palabra:“Si” sería su respuesta a cada deber, a cada llamada de Dios. Será el jovencito del ”Si”, pleno, total,  así como en Jesús no fue nunca el “si” o “el no”, sino solamente, a la voluntad de Dios.

Aquella noche, antes de su descanso, la madre le pregunta: “Eres feliz hoy”? “si lo soy” responde Guido. “Y qué cosa le has pedido a Jesús” “Nada, Jesús me ha hablado y yo le he dicho: “si”.

Niño más bueno, no hay.

El 4 de octubre de 1.921, a los 8 años, Guido entró en la Escuela L. Luis de Rue Franklin en Paris. Se encontró con ciento de niños, en un ambiente nuevo para el, distinto de la intimidad de su casa, en la cual había crecido hasta ese momento.

Antes era feliz de jugar con los otros; ahora en cambio, no tenia más que un pensamiento fijo: “Yo vendré pronto a llevarte” – le había dicho Jesús. No vivía más que para aquel momento.

Regalaba sus juguetes a Marcos y a sus compañeros y para él se quedaba con alguno. No aceptaba las invitaciones de sus compañeritos a jugar y aquellos pensaban que actuaba así, porque era un noble.

Alguno que otro, le hacia algún desprecio o le escondía el lápiz.  En otra circunstancia, habría respondido con dureza; pero ahora no reaccionaba. Comenzó a atender a los más pobres, de aquellos menos cuidados, de los enfermos. Entretanto, buscaba de estudiar con empeño. Inteligentísimo, sobretodo, contento en las horas de religión.

Pero se preguntaba -respecto a las otras materias- “para qué estudiar tanto”, “luego en el Cielo, a qué sirven estas cosas?”. (Bravo Guido!!!)

Lo hacia para hacerles estar contentos a sus padres, para dar buen ejemplo, para contentar a sus maestros, que le decían, “aprende, te servirá para la vida! Te hará camino por el mundo “, el pensaba solo a Jesús, del cual, se habría hecho su ángel.

Por la calle, recitaba el rosario,  teniéndolo en su mano y siempre en su bolsillo. Evitaba los compañeros más groseros.

Sufría el frío en el invierno y su madre le colocaba una botella de agua caliente en el fondo de su cama. El la sacaba diciendo “Jesús no tenia la botella sobre el lecho en Nazaret”.

Los viernes, día de la Pasión de Nuestro Señor, algunas veces, llego a meterse piedritas dentro de los zapatos: “quiero sufrir un poco con Jesús”. Una tarde, su madre, lo sintió hablar solo en su recamara: “con quién hablas?” le pregunto. “con Jesús: tengo tantas cosas que decirle, rezo, como ves”.

Sufría el no poder confiar su secreto a su mamá; no le quedaba sino Jesús como amigo.

Cada mañana, antes de la escuela,  se dirigía a Misa y a la Comunión. Parecía que era la única realidad para hacerlo feliz:  participar con atención, con amor, al Sacrificio de Jesús, unirse a Él en el mismo ofrecimiento al Padre, para todos los hombres. Sus padres, le preguntaron que hacía durante la Misa: Explicó que a la elevación de la Hostia y del Cáliz, el hablaba con Jesús. A la comunión, Era Él  quien  hababa con Guido.

El director espiritual de la escuela, el padre Rosseau, llega a decir: “Guido es el muchacho más bueno y mas virtuoso de todos sus compañeros

Le gustaban los dulces, pero se los regalaba a aquellos niños que no lo tenían. Le sucedió de enfermarse  y el médico le prescribió una medicina amarga. La madre le explicó que se la bebiera de un solo sorbo, que así no se notaria tanto. Guido la bebe despacito, despacito, para poder sentir todo ese gusto feo. “lo hago por Jesús”, le costada obedecer en la escuela, él que en su casa, era muy libre, pero se imponía de obedecer siempre

Al haberse acercado todos los días a la comunión, con su fe y su pureza excepcional, se hizo intimo amigo de Cristo y a veces, tenia de Él, revelaciones, profecias, que cuando se  cumplían, sorprendían a todos. Ya habían pasado 3 años de aquella vez que Jesús le había dicho que de él, haría Su Ángel. No se lo había nunca olvidado y no dudaba de aquella promesa. Al contrario, se preparaba a morir.  En el desván, encontró una vieja calavera y se la colocó sobre su escritorio “eres loco” le dijo la doméstica: “nos haremos todos así”  le contesta….

Continuará en la tercera parte

Vida de Guido de Fontgalland Parte 1ª

En la historia que aquí contamos, nos une en forma muy estrecha, a aquel “Fiat”   de la Santísima Virgen Maria; aquel “Si”, expresado en ese lugar tan lejano de Nazareth.  Y Guido de Fontgalland ha hecho suyas las palabras de la Madre del Cielo: ese “Si”, que pronuncia a Jesús…..veamos el porqué de esta bella historia….

Guido de Fontgalland

Era un conde, un pequeño conde, con gran ganas de vivir y de hacerse camino en la vida….pero Jesús, el día de su Primera Comunión, le dijo: “ yo haré de ti, mi Ángel”

Apenas fuera de su cuna, estaba por todas partes. Su mamá no sabía más que hacer para tenerlo quieto: tocaba todo, gritaba, movía los floreros y las flores de su lugar, creaba un gran alboroto.

Entonces su madre, lo sostenía, lo colocaba sobre sus rodillas y le hablaba largo rato de Jesús.

Ha venido del cielo sobre la tierra, ha dado la vida por ti, te quiere mucho, un amor así de grande” y  abría los brazos de par en par y para hacerle ver al pequeño Guido, cuánto lo quería Jesús, y luego se lo estrechaba en su pecho, para terminar su explicación gráfica. (le hablaba como niño, con demostraciones para un niño; típica actitud de las madres…)

Guido, nació en París, en la calle Rue Vital número 37, el día 30 de noviembre de 1.913, de la noble familia de los Condes De Fontgalland.

Al bautismo lo llamaron Guy (Guido), será Guido de Fontgalland…. el nombre ilustre con el cual será conocido en el mundo entero.

Cuando Guido tenía tres años, nació su hermanito: Marcos. Corre hacia la cuna, todo alegre; pero apenas lo vio, comentó desilusionado. “muy pequeño! mamá, cómo podré jugar con el en el jardín”? “Papa, ve a cambiarlo por otro más grande”; pero le quiere inmediatamente, al asegurarle que crecería pronto.

Pero todos los días, iba a espiar a su hermanito, para verificar si de verdad crecía: “Ah…., está siempre chiquito”, “no se hará nunca más grande, este niño”!, …moviendo la cabeza…

Finalmente, el tiempo pasa y Marco, vistiendo los pantaloncitos cortos,  podía ir al jardín a jugar con Guido.

Jesús, en la casita pequeña”

Un día –Guido tenía solo 3 años- hacia un gran  ruido en el cuarto de la abuela con su pequeña trompeta. La abuela le dice: “Si continuas molestándome así,  Jesús se irá de tu corazón”!  El niño permanece con mucha pena y por la tarde le preguntó a su mamá: “Es verdad eso que dice la abuela?”, la madre no le responde.  Guido persiste en su pregunta: “Es verdad que Jesús vive en la casita pequeña del altar? Y desde allí viene al corazón de las personas buenas que lo reciben?” Había ya descubierto el misterio divino de la Eucaristía. La madre le responde son firmeza: “Sí, Guido”

“¿Y también en los corazones de los niños buenos, verdad?”

 “Si, esto es verdad”, responde su madre.

“¿Y  entonces vive también en mi?”

 “Si, si eres bueno y no lo ofendes con el pecado!”

“¿Desde cuando mamá, Jesús vive en mi?”
“Desde el día de tu bautismo”

“entonce también vive en Marcos?”

“Si, por supuesto, también en él”

Entonces, Guido no se contiene en su alegría  comienza a cantar por toda la casa. “Qué bello, Qué bello” Jesús está en mi, Jesús y yo, nos queremos mucho. Quiero ser como el pequeño Jesús”.

Dios le había ya rebelado todo y él ya sabía las tres “direcciones” de Jesús dónde encontrarlo vivo y verdadero: en el Cielo, en el Tabernáculo, en su almita.

Desde aquel momento, tiene un grandísimo deseo: Andar a menudo, cada día a visitara su gran Amigo, en la Iglesia, delante del Tabernáculo, para decirle muchas cositas: de él, de sus padres, de Marcos, de los amigos que tenía,….para escucharlo…Solo en decir el nombre de Jesús, era ya un dulce llamado a hacerse bueno, paciente, generoso, fuerte y con deseos de corregirse de los defectos.

Se hace impaciente por recibir a Jesús, en su primea comunión. Cuando sus padres, los domingos lo llevan a Mesa y él veía a muchos acercarse a la Eucaristía,  pataleaba: “Porqué todavía a mi no?”.

Le explicaban que debía estudiar el catecismo, conocer a fondo a Jesús, empeñarse a vivir como El, que ninguno recibía la primera comunión hasta tener los 9 años.

Era un conde y por ello, muy pronto tuvo una maestra en su casa, toda par él. Aprendió pronto a leer a escribir y a hacer operaciones de aritmética.

Su mamá y su maestra, le enseñaban catecismo. Era encantado cuando le hablaban de Jesús, cuando le leían la historia sacra, el Evangelio. Le explicaron los mandamientos de Dios, uno por uno.

Entendía con una extraordinaria precocidad, se deba cuenta de que  para observar las leyes de Dios, era necesario tener mucha fuerza.

Comenzó a rezar a la Virgen, con el rosario, a llevar en su cuelo la medalla milagrosa y confiase a Ella.

Y así, “el gran día” de acercaba..!!

Continuará en la segunda parte…