Sermón XXIII domingo después de Pentecostés

Icono de la Resurrección de la hija de Jairo

JESUS VIDA Y RESURRECCIÓN

Una vez liberados los endemoniados de Gerasa la barca que conducía a Jesús regresó a la ribera occidental del lago de Tiberiades, donde, después del temporal del mar, una multitud ansiosa le estaba aguardando, con gran impaciencia. Puesto el pie en tierra y calmado el entusiasmo de la gente comenzó su instrucción. Más he aquí que, en cuanto acabó de hablar, se le acercó un noble de la región, el presidente de una Sinagoga, el cual se postró a los pies y exclamó: Señor, mi hija se muere; está ya en la agonía y en el mismo trance de la muerte. Venid, poned sobre ella vuestra mano y salvadla.

Esta plegaria tan fervorosa, tan confiada, conmovió a Jesús, el cual calmó aquel corazón atribulado y se puso en camino, seguido de sus discípulos y de una parte del pueblo. Confundida con la multitud iba una mujer, que, desde hacía doce años, padecía flujo de sangre. Inútilmente había gastado todos sus bienes en médicos y medicinas; su mal empeoraba y su dolor no disminuía. Hubiera deseado suplicar a Jesús, pero sentía rubor de manifestar su enfermedad. Ésta era vergonzosa y constituía una impureza legal, que la obligaba a vivir alejada de sus semejantes. Padecer este mal era, puara ella, una gran humillación, pues el pueblo lo consideraba como el efecto de una vida depravada y mostraba menosprecio por lo que lo sufrían. Por esto, a fin de que nadie se enterase, ni aun el mismo Jesús, decidió intentar la consecución de esta gracia de una manera furtiva. Si llego tan sólo a tocar, decía para sus adentros, la franja de su vestido, quedaré curada. Y metiéndose entre la multitud, pudo acercarse a Jesús, tocó la franja de su manto y sintió que quedaba retenida la hemorragia y que estaba completamente curada. Retrocedió en seguida e intentó deslizarse por medio de la gente, pero en aquel instante, Jesús se volvió, en voz pronunció estas palabras: ¿Quién me ha tocado? Todos hicieron, con la cabeza, un signo negativo o de duda. Entonces Simón Pedro, sencillo y candoroso, le dijo: Estas viendo que todos se empujan alrededor de ti ¿Y preguntas quién te ha tocado? Entre tanto Jesús recorría con los ojos los circunstantes y fijaba sobre la pobre enferma una de aquellas miradas que penetran los corazones. Ella, trémula, al verse descubierta, se arrodilló a los pies de Jesús, y temerosa de una seria represión manifestó por qué había tocado con su mano la punta de su vestido, y cómo, con solo tocarla, había sido curada al instante. Entonces, venciendo todo respeto humano, dio efusivamente las gracias a Jesús por un favor tan grande. El Salvador, para mostrar que la fe profunda, que en Él había tenido, había sido la causa única de aquel milagro, le dijo: Ten confianza, hija; Tu fe te ha salvado. ¡Qué dulzura tan inefable la del corazón amantísimo de Jesús!

Mientras el pueblo comentaba este prodigio, llegó un criado del presidente de la Sinagoga, para decirle que su hija acababa de morir y que no importunase más a Jesús, por ya no llegaría a tiempo. Ante esta noticia, el padre quedó desolado y transido de dolor. Jesús le consoló diciéndole: No temas, ten confianza y  tu hija vivirá. Al llegar a la casa de Jairo, vieron a los que lloraban, a los que tocaban la flauta y a una multitud en tumulto. El entierro se hacía siempre con acompañamiento de flautas y se ejecutaban las más fúnebres melodías. También había plañideras, mujeres contratadas para acompañar, con llantos, el féretro del difuntos. ¿Por qué lloráis? Dijo Jesús. La niña no ha muerto; está dormida. Al oir esto, todos miraban a Jesús despectivamente. Más Él entró en la cámara mortuoria, tomó la mano de la difunta y dijo en alta voz: Niña, levántate. Y, al instante, se levantó, como si realmente despertase de un ligero sueño.

DOLENCIAS ESPIRITUALES.

La enfermedad que padecía aquella mujer, lo mismo por su naturaleza que por sus efectos, nos recuerda aquella enfermedad espiritual de los pecadores reincidentes, que se han habituado a un pecado, ordinariamente al de impureza. Imiten estos pecadores a la mujer del Evangelio y busquen, como ella, la salud y la salvación. Tengan fe viva, hagan una resolución firme y acudan al único médico que puede curarles, que es un confesor prudente, póngase bajo su dirección.

Y por inveterados que sean los vicios de un pecador, procure cobrar valor, considerando el procedimiento que siguió Jesús, con su palabra omnipotente, resucitó aquella hija única esperanza de sus padres. Nuestra alma es toda nuestra esperanza, ya que, salvada ella, todo está salvado. Si alguna vez llega a morir, a causa del pecado, y nos confesamos debidamente, oiremos de labios del sacerdote las palabras que pronuncio Jesús: Levántate, alma caída. Jesús resucitó a la hija de Jairo con poco esfuerzo, delante de pocos testigos y en su misma casa. De la misma manera, el pecador culpable de haber consentido en un mal pensamiento oculto, queda resucitado en su conciencia, con un acto de perfecta contrición o con una confesión sincera, sin ostentación ni numerosos testigos.

Padre Ginebra, El Evangelio de los domingos y fiestas, Ed. Balmes, página 262 y ss.

XXIII domingo después de Pentecostés

Resurrección hija de Jairo

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Jer. 29, 11, 12 y 14.

Dice el Señor: Yo tengo designios de paz sobre vosotros, y no de aflicción; me invocaréis y Yo os escucharé; os haré volver del cautiverio y os reuniré de todos los lugares adonde os había desterrado. Salmo. 84, 2.- Habéis bendecido, Señor, vuestra tierra; habéis acabado con el cautiverio de Jacob. Gloria al Padre…

Oración. –

Perdonad, Señor, los pecados de vuestro pueblo, para que, por vuestra bondad, seamos libres de los pecados, que habíamos contraído por nuestra fragilidad. Por nuestro Señor Jesucristo…

Epístola. Fil. 3, 17-21. –

Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí. Porque, como os decía muchas veces y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la Cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran acosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queri­dos. Ruego a Evodia y ruego a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor. Y a ti, leal compañero, te pido que ayudes a estas mujeres, que compartieron conmigo la lu­cha por el evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nom­bres están en el Libro de la Vida.

Gradual. Sal. 43, 8-9.

Nos salvaste, Señor, de nuestros enemigos, humillaste a los que nos aborrecen. Todos los días nos glori­amos en el Señor, siempre damos gracias a tu nombre.

Aleluya. Sal. 129,1.-

Aleluya, aleluya. Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz. Aleluya.

Evangelio. Mat. 9, 18-26. –

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, se acercó un personaje que se postró ante y le dijo; Mi hija acaba de morir. Pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá. Jesús se levantó y lo acompañaba con sus discípulos. Entonces una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. Porque se decía: Con sólo tocar su manto, me curaré. Jesús se volvió, y al verla le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado. Y desde aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y cuando vio a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo; ¡Fuera! La niña no está muerta, sino dormida. Y se reían de Él. Cuando echaron a la gente, entró Él, tomó la niña de la mano, y ella se levantó. Y se divulgó la noticia por toda aquella región.

Ofertorio. Ps. 129, 1-2.

Desde lo más íntimo de mi corazón clamé a Vos, oh se­ñor; oíd benignamente mis oraciones, Dios mío; porque a Vos llamé desde lo más ínti­mo, Señor.

Secreta.

Os ofrecemos, Señor, este sacrificio de alabanza, para que aumentéis nuestros deseos de obsequiaros Y acabéis de perfeccionar lo que habéis empezado sin mérito alguno nuestro. Por nuestro S. J. C…

Prefacio de la Santísima Trinidad.-

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz. Santo…

Comunión. Marc. 11, 24.

En verdad os aseguro que cuantas Cosas pidiereis en la oración, tened viva fe de conseguirlas y se os concederán.

Poscomunión.

Os suplicamos, oh Dios omnipotente, que a los que alegráis con vuestros misterios, no permitáis sean vícti­mas de humanos peligros. Por N. S. C.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

Dominica Vigesima Tertia Post Pentecosten


II Classis

Introitus: Jerem. xxix: 11, 12, et 14

Dicit Dóminus: Ego cogito cogitatiónes pacis et non adflictiónis. Invocabitis me et Ego exaudiam vos et reducam captivitatem vestram de cunctis locis. [Ps. lxxxiv: 2] Benedixisti, Dómine, terram tuam: avertisti captivitátem Jacob. Gloria Patri. Dicit Dóminus.

Collect:

Absólve, quǽsumus, Dómine, tuórum delicta populórum: ut a peccatórum néxibus, quæ pro nostra fragilitáte contráximus, tua benignitáte liberémur. Per Dóminum.

ad Philippénses: iii: 17-21; iv: 1-3

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Philippénses.


Fratres: Imitatóres mei estóte et observáte eos qui ita ámbulant, sicut habétis formam nostram. Multi enim ámbulant, quos sæpe dicébam vobis (nunc autem et flens dico) inimícos crucis Christi: quorum Deus venter est: et glória in confusióne ipsórum, qui terréna sápiunt. Nostra autem conversátio in cælis est: unde étiam Salvatórem expectámus Dóminum nostrum Jesum Christum, qui reformábit corpus humilitátis nostræ configurátum córpori claritátis suæ, secúndum operatiónem qua étiam possit subjícere sibi ómnia. Itaque, fratres mei caríssimi, et desiderantíssimi, gaudium meum, et corona mea: sic state in Dómino, carissimi. Euvódiam rogo, et Sýntychen déprecor idípsum sápere in Dómino. Etiam rogo et te, germáne compar, ádjuva illas, quae mecum laboravérunt in Evangélio cum Cleménte, et céteris adjutóribus meis, quorum nómina sunt in libro vitæ.

Graduale: Ps. xliii: 8-9

Liberásti nos, Dómine, ex adfligéntibus nos: et eos qui nos odérunt confudisti. In Deo laudábimur tota die et in nomine tuo confitébimur in sæcula.
Allelúia, allelúia. [Ps.cxxix: 1-2] De profúndis clamávi ad te, Dómine; Dómine, exaudi oratiónem meam. Allelúia

  Matt. ix: 18-26

    + Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.

 
In illo témpore: Loquénte Jesu ad turbas, ecce princeps unus accéssit et adorábat eum, dicens: «Filia mea modo defúncta est: sed veni, inpone manum tuam super eam, et vivet.» Et surgens Jesus sequebátur eum, et discipuli eius. Et ecce múlier, quæ sánguinis fluxum patiebátur duódecim annis, accéssit retro, et tétigit fímbriam vestiménti ejus. Dicébat enim intra se: «Si tetígero tantum vestiméntum ejus, salva ero.» At Jesus convérsus, et videns eam, dixit: «Confíde, fília, fides tua te salvam fecit.» Et salva facta est múlier ex illa hora. Et cum venísset Jesus in domum príncipis, et vidisset tibícines, et turbam tumultuántem, dicebat: «Recédite: non est enim mórtua puélla, sed dormit. Et deridébant eum. Et cum ejécta esset turba, intrávit et ténuit manum ejus. Et surréxit puélla. Et éxiit fama hæc in univérsam terram illam.

Offertorium: Ps.cxxix: 1-2

De profúndis clamávi ad te, Dómine; Dómine, exaudi orationem meam. De profúndis clamávi ad te, Dómine.

Secreta:

Pro nostræ servitútis augménto sacrifícium tibi, Dómine, laudis offérimus: ut, quod imméritis contulísti, propítius exsequáris. Per Dóminum.

Communio: Marc xi: 24

Amen dico vobis, quidquid orántes pétitis, crédite quia accipiétes, et fiet vobis.

Postcommunio:

Quǽsumus, omnípotens Deus: ut quos divína tríbuis participatióne gaudére, humánis non sinas subjacére perículis. Per Dominum.

Sermón XXII domingo después de Pentecostés

Santa Misa

DE LA SUMISIÓN Y RESPETO A LA AUTORIDAD

Por la tarde del Martes Santo, la muerte de Jesús estaba ya decretada; convenía, empero, encontrar un pretexto para que el decreto fuese puesto en ejecución. Los fariseos celebraron consejo y decidieron tentar a Jesús, mediante una pregunta muy espinosa y llena de dificultades. Así cualquiera que fuese la respuesta, maliciosamente entendida  o inicuamente interpretada, había de ser fatal. Creyeron haber encontrado está oportunidad al hacerle esta pregunta: Si era o no ilícito pagar el tributo al César.

En tiempo de Jesucristo, la nación judía era tributaria de los romanos. Los tributos consistían en impuestos sobre los bienes de la tierra o en cotizaciones personales. Todos los judíos, amos y criados, estaban obligados a pagar al César el tributo de un denario, cantidad inferior a una peseta. El denario era una moneda romana de uso corriente en Palestina, como también lo era el as, el cuadrante, el óbolo, pues los judíos había aceptado, en la práctica, el sistema monetario de los romanos.

Más el César, a quien pagaba el tributo, era un monarca infiel y tirano, el cual ejercía un dominio más o menos arbitrario sobre todos los pueblos de la tierra y, entre ellos, la nación judaica.

Por este motivo, intentaron seducir a Jesús con hipócritas alabanzas; Maestro, le dijeron sabemos que eres veraz, que con santa libertad y noble franqueza dices lo que piensas, sin acepción de personas, es decir sin preocuparte de lo que puedan decir de ti ni los judíos ni los romanos; dinos, pues nosotros no lo sabemos: ¿Es lícito pagar el tributo al César?

Jesús, dirigiendo una mirada escrutadora a sus interlocutores y penetrando, su falsedad, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme la moneda con qué pagáis el tributo. Y le mostraron un denario. Esta moneda, en tiempo de la República, tenía, en el anverso, la cabeza de la diosa de Roma, juntamente con el signo del valor de la moneda (x ases), y, en el reverso, los dos Dióscoros. Pero, desde la época de Augusto, llevaba la cabeza del emperador reinante, con la inscripción de su nombre. Una vez la hubo mirado, les dijo Jesús: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces le replicó: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Es decir, mientras aceptéis esta moneda como legal en vuestros contratos de compra y venta, mientras ella forme parte de vuestro sistema monetario, señal es de que  reconocéis a Cesar como vuestro soberano, sino de derecho, a lo menos de hecho. Y, si lo aceptáis de hecho, porque él es quien mantiene el orden y la seguridad pública de la nación, habéis de darle lo que necesita para cumplir con este deber; pagadle el tributo. Obedecedle, y acatadle, con tal que ese respeto y sumisión no os obliguen a ninguna cosa que sea contraria a la Ley divina, pues entonces estáis obligados todavía más estrictamente a dar a Dios lo que es de Dios. Tanto es así que la sumisión más íntegra y más perfecta es la que debéis a Dios.

Los discípulos de los fariseos y los herodianos, maravillados de una respuesta tan sabia y  tan sencilla, no supieron qué responder. No supieron a qué tribunal habían de llevar a Jesús pues “el César quedaba satisfecho y Dios glorificado y la respuesta del Salvador tampoco tenía nada de odiosa para sus interlocutores”. Por esto, admirados ante una sabiduría que tan fácilmente deshacía sus artificios y les ponía en descubierto en presencia del pueblo, no se atrevieron a cuestionar más con Él y, dejándole, se fueron.

DIOS Y EL CESAR

El César es toda autoridad legítimamente constituida  en las sociedades humanas. Esto mismo le otorga unos derechos que nosotros, cristianos, debemos, en conciencia, respetar y acatar. No importa que no sea un monarca piadoso, con tal que no mande nada contra la Ley santa de Dios. Un frase de Jesús, en su pasión, lo dice muy claramente. Al encontrarse delante de Pilato, que hacía ostentación de su poder para librarle o crucificarle, le contesta: No tendrás sobre mí poder alguno, si no se te hubiese dado de arriba. La palabra y la vida del gran Apóstol de las gentes, San Pablo, son un eco fiel de las enseñanzas del Salvador, cuando nos dice: Toda alma está sujeta a las autoridades superiores, pues no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen han sido instituidas por Él. Téngase en cuenta, que, cuando Jesús hablaba, el César era Tiberio y el procurador, Poncio Pilato. Cuando hablaba San Pablo, el príncipe era Nerón y los magistrados sus satélites. Y, no obstante, nos hablan de sumisión y obediencia. ¡Qué lección tan fecunda para nuestros tiempos! Es menester, empero, dar a Dios lo que es de Dios. Por encima de toda potestad humana, está Dios, que tiene derechos inalienables sobre toda criatura. Y así, como no hay potestad que no venga de Dios, tampoco la hay que pueda obrar contra Dios. Por esta causa, los apóstoles, ante las amenazas de las autoridades judaicas, respondían con firmeza que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Demos, pues al César lo que es del César, la moneda del tributo, ya que suya es la imagen y la inscripción; pero demos a Dios lo que es de Dios, el tributo de nuestra alma, ya que ella lleva impresa la imagen de Dios.

Del libro del Padre Ginebra, Pbro, El Evangelio de los domingos y de las fiestas, Ed. Balmes, 1960, págs. 257 y ss.

XXII Domingo después de Pentecostés

TEXTOS DE LA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Salmo 129, 3-4. 1-2 –

Si miras, Señor, nuestros pecados, Señor, ¿quién resistirá? Mas en ti reside la misericordia, ¡oh Dios de Israel!  Salmo.- Del fondo del abismo clamo a ti, Señor ; Señor, oye mi voz. V/. Gloria al Padre.

Colecta.-

¡Oh Dios!, refugio y for­taleza nuestra, oye las piadosas plegarias de tu Iglesia, tú, el autor mismo de toda piedad, y haz que con­sigamos eficazmente lo que con fe pedimos. Por nuestro.

 Epístola. Fil.1.6-11.- 

Hermanos: Tengo la seguridad en Nuestro Señor Jesucristo de que quien comenzó en vosotros esta hermosa obra, continuará su perfeccionamiento hasta el día de Jesucristo. Y es justo que yo sienta esto de todos vosotros, porque os llevo en el corazón, ya que compartís la gracia que se me ha dado en mis  prisiones y en la defensa y confirmación del Evangelio. Dios me es testigo de que os amo a todos vosotros con la ternura misma de Jesucristo. Y esto pido: que vuestra caridad abunde más y más en luz y en inteligencia, para que sepáis discernir lo que es mejor y seáis sinceros e intachables hasta el día de Cristo, llenos de frutos de justicia por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.

Gradual. Salm. 132.1-2.-

Oh, qué bueno y delicioso vivir los hermanos en unión! V/ Es como un perfume valioso sobre la cabeza, que se desliza por la barba, la barba de Aarón.

Aleluya, aleluya. Salm. 113.11.- V/. Los que teméis al Señor, confiad en él; es vuestro amparo vuestra defensa.

Evangelio. Marc. 22.15-21.-

En aquel tiempo: Fueron los fariseos y se confabularon para sorprender a Jesús en lo que hablase. Para lo cual le enviaron sus discípulos juntamente con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres veraz y que ense­ñas el camino de Dios según, la verdad, y sin consideración a quienquiera que sea, porque no miras a la calidad de las personas. Dinos, pues, ¿qué te parece, es lícito pagar tributo al César, o no? Mas Jesús, conociendo su perversidad, repuso: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos te ofrecieron un denario. Les dijo entonces Jesús: ¿De quién es esta figura e inscripción? Y al responderle ellos: Del César, dijo entonces Jesús: Dad pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Ofertorio. Est 14, 12-13.- 

Acuérdate de mí, Señor, tú que dominas sobre toda potestad; y pon en mi boca palabras rectas, para que puedan con ellas agradar al rey.

Secreta.- 

Haz, ¡oh Dios misericordioso!, que esta oblación saludable nos libre sin cesar; de nuestros propios pecados, y nos defienda de todo lo adverso. Por nuestro Señor Jesucristo.

Prefacio de la Santísima Trinidad.- 

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en ]a individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancias Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz. Santo…

Comunión. Salm. 16.6.- 

A ti invoco, Dios míos tú me escucharás. Inclina a mí tu oído y escucha mis palabras.

Poscomunión.-

Habiendo recibido, Señor, los dones del sagrado misterio, te rogamos humildemente que sirva de auxilio a nuestra flaqueza lo que nos mandaste hacer en memoria tuya. Tú Que vives

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

Dominica Vigesima Secunda Post Pentecosten

II Classis

Introitus: Ps.cxxix: 3-4

Si iniquitátes observáveris, Dómine, quis sustinébit? Quia apud te propitiátio est, Deus Israël. [Ps. ibid., 1-2]. De profúndis clamavi ad te, Dómine: Dómine exaudi vocem meam. Glória Patri. Si iniquitátes.

Collect:

Deus, refúgium nostrum, et virtus: adésto piis Ecclésiæ tuæ précibus, auctor ipse pietátis, et presta: ut quod fidéliter pétimus, efficáciter consequámur. Per Dóminum.

Ad Philíppenses i: 6-11

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Philíppenses.


Fratres: Confídimus in Dómino Jesu, quia qui cœpit in vobis opus bonum perfíciet usque in diem Christi Jesu. Sicut est mihi justum hoc sentíre pro ómnibus vobis: eo quod hábeam vos in corde, et in vínculis meis, et in defensióne, et confirmatióne Evangélii, sócios gáudii mei omnes vos esse. Testis enim mihi est Deus, quómodo cúpiam omnes vos in viscéribus Jesu Christi. Et hoc oro ut cáritas vestra magis ac magis abúndet in sciéntia, et in omni sensu: ut probétis potióra, ut sitis sincéri, et sine offénsa in diem Christi, repléti fructu justítiæ per Jesum Christum, in glóriam et laudem Dei.

Graduale Ps. cxxxii: 1-2

Ecce quam bonum, et quam jucúndum, habitáre fratres in unum! V. .Sicut unguéntum in cápite, quod descéndit in barbam, barbam Aaron.
Allelúja, allelúja. [Ps. cxiii: 11] Qui timent Dóminum sperent in eo: adjútor et protéctor eórum est. Allelúja.

Matt. xxii: 15-21

+    Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.

 
In illo témpore:. Abeúntes Pharisǽi consílium iniérunt ut cáperent Jesum in sermóne. Et mittunt ei discípulos suos cum Herodiánis, dicéntes: «Magister, scimus quia verax es, et viam Dei in veritáte doces, et non est tibi cura de áliquo: non enim réspicis persónam hóminum: dic ergo nobis quid tibi vidétur, licet censum dare Cǽsari, an non?» Cógnita autem Jesus nequítia eórum, ait: «Quid me tentátis, hypócritæ? Osténdite mihi numísma census.» At illi obtulérunt ei denárium. Et ait illis Jesus: «Cujus est imágo hæc et suprascríptio?» Dicunt ei: «Cǽsaris.» Tunc ait illis: «Réddite ergo quæ sunt Cǽsaris, Cǽsari; et quae sunt Dei, Deo.

Offertorium: Esth. xiv: 12-13.

Recordáre mei, Dømine, omni potentáti dóminans: et da sermónem rectum in os meum, ut pláceant verba mea in conspectu príncipis.

Secreta:

Da, miséricors Deus: ut hæc salutáris oblátio et a própriis nos reátibus indesinéntur expédiat, et ab ómnibus tueátur advérsis. Per Dóminum.

Præfátio de Sanctíssima Trinitáte

Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus: Qui cum unigénito Fílio tuo, et Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua gloria, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia discretiónis sentimus. Ut in confessióne veræ sempiternáeque Deitátis, et in persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in majestáte adorétur æquálitas. Quam laudant Angeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non cessant clamáre quotídie, una voce dicéntes:  Sanctus, …..

Communio: Ps. xvi: 6

Ego clamávi, quóniam exaudísti me, Deus: inclina aurem tuam, et exáudi verba mea.

Postcommunio:

Sumpsimus, Dómine, sacri dona mystérii, humíliter deprecántes: ut quæ in tui commemoratiónem nos fácere præcepísti, in nostræ profíciant infirmitátis auxílium: Qui vivis.

Sermón XXI domingo después de Pentecostés

Santa Eucaristía

DEL PERDÓN DE LAS INJURIAS

Días antes de la fiesta de los Tabernáculos, el divino Maestro enseñaba a sus discípulos la sublime doctrina de la humildad, de la tolerancia, de la corrección fraterna, e insistía mucho en el perdón de las injurias. Esta enseñanza tan útil causó a los apóstoles gran maravilla. Ellos, como buenos orientales, creían que no podía subsistir un principio más satisfactorio y justiciero que el contenido en el proverbio: “Ojo por ojo y diente por diente”. Era breve y sencillo y no se requería saber más.

A quien más sorprendieron las enseñanzas de Jesús fue Simón Pedro, el cual se acercó al Salvador y dijo, como en hipérbole: ¿Cuántas veces tendré que perdonar a mis prójimos? ¿hasta siete? Jesús le responde: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete. Lo cual, dada la capacidad discursiva de Simón Pedro, significaba: Tantas cuantas veces seas injuriado. Esta afirmación de Jesús debió parecer a los circunstantes poco razonable y aún poco posible. He aquí por qué les fue puesto el ejemplo gráfico del administrador sin compasión, para que aparezca la malignidad y felonía humanas, cuando el hombre obra a su arbitrio.

Era un hombre rey y soberano de extensos dominios, que quiso pedir cuentas a sus servidores, a los perfectos de su imperio, para conocer el estado de su hacienda. Mas, he aquí que, después de haber comenzado, le fue presentado uno, que, por su prodigalidad y malversación de caudales, era deudor de diez mil talentos. Cantidad enorme, apenas verosímil, pues el talento que no era una moneda corriente sino imaginaria, podía calcularse en 6.000 pesetas, por lo tanto, diez mil talentos sumaban 60 millones. No hay para que decir que está cantidad era inmensamente superior a lo que él, como particular, poseía. Por este motivo, el rey, airado y empleando todo el rigor que la ley o las costumbres de su tiempo le permitían, ordenó que este administrador fuese vendido, juntamente con su esposa y sus hijos y que le fuese confiscado todo cuanto poseía. La costumbre de muchos pueblos de la antigüedad permitía al acreedor encarcelar a su deudor, mutilarlo, venderlo como esclavo.

Al oír aquel funcionario la terrible sentencia de su rey, más dura aún que la misma muerte, su espanto fue grande; cayó en seguida de rodillas y suplicó piedad y clemencia. Con los ojos anegados en lagrimas, pidió una prórroga y prometió lo que le era imposible: pagar la deuda. El soberano, que tenía un corazón bondadosísimo, sintiose movido a la piedad y misericordia y, en un exceso de bondad, le concedió más de lo que pedía: no solo la dilación del pago, sino la condonación total de la deuda.

La conducta generosísima del monarca había de ser una norma y un estímulo para su sirviente, es decir un modelo de proceder que él como jefe, había de observar, a su vez, con sus subordinados. No obstante, no fue así, pues es muy grande e incalificable la bajeza de los hombres movidos por el egoísmo. Acababa, apenas, de salir por las puertas del palacio, cuando encontró un subordinado, que le debía la exigua cantidad de 100 denarios, o sea unas 83 pesetas,, cantidad 639.655 veces inferior a la que le había sido perdonada. Al verle, se acordó de la deuda y le exigió inmediatamente aquella cantidad. Al suplicarle el otro que le concediese un plazo para pagarla, lo cogió del cuello y sacudiéndolo con furia, le dijo: Si me debes algo, págamelo. Y, así, lo estrangulaba. Y, como si esto no bastase, lo condujo, maltrecho, ante el juez que le hizo encarcelar.

A saberlo el rey, lleno de enojo, lo puso en manos de los verdugos, hasta que pagase toda la deuda. Como que esto era imposible, había de ser torturado toda su vida.

Así, dice Jesús, de esta manera se portará mi Padre celestial con vosotros, si cada uno no perdonase de corazón a su hermano.

EL PERDÓN DE DIOS Y EL PERDON NUESTRO

Dios nuestro Señor, rey del universo y juez soberano de todos los hombres, nos pedirá un día cuenta estrechísima de nuestra administración. La deuda, contraída con Él por uno solo de nuestro pecados, es enorme. Con nada del mundo podemos pagarla. Dada nuestra miseria, tal vez son numerosos y gravísimos nuestros pecados. Por esta causa, la divina justicia ha de dictar sentencia contra nosotros, si antes, con el corazón contrito y humillado, no le pedimos perdón por nuestras culpas. La misericordia de Dios es tan grande, que una sola palabra de arrepentimiento, una confesión sincera, puede detener la ejecución de tan terrible sentencia. Pero el amor de Dios a nosotros ha de ser la norma directiva del amor que hemos de tener al prójimo, particularmente en el perdón de las injurias. Si Dios, infinito como es y señor de todo lo tuyo, te perdona con tan inefable clemencia. ¿Cómo puedes tú, gusano de la tierra, ser tan altivo, inexorable, con tu prójimo, por una deuda insignificante?

Padre Ginebra, Pbro. El Evangelio de los Domingos y Fiestas, 1960, pág. 252 y ss.

Misa XXI domingo después de Pentecostés

Santa Misa

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Ester 13,9 y 10-11. –

Todo está en vuestras manos, Señor, y no hay quien pueda resistir a vuestro poder; Vos lo ha­béis creado todo, el cielo y la tierra y cuan­toen ellos se contiene. Vos sois Señor de todo. – Salmo. 118,1.- Dichosos los limpios de corazón; los que andan por el camino de la ley de Dios. Gloria al Padre.

Oración.

Os suplicamos, Señor, que guardéis con perpetua clemencia a vuestro pueblo, a fin de que, con vuestra protección, se vea libre de todo mal, y os sirva santamente. Por N. S. J. C…

Epístola. Ef. 6,10-17.

Hermanos: Buscad vuestra fuerza en el Señor y en el vigor de su poder. Poneos la armadura de Dios, para poder resistir a las estratagemas del diablo. Porque no peleamos contra gente de carne y hueso, sino contra los principados, las potestades, los poderes cósmicos de este mundo tenebroso: los espíritus malignos de los espacios. Por eso, tomad las armas de Dios, para poder resistir en el día fatal, y, después de actuar a fondo, mantener las posiciones. ¡Estad firmes! Usad como cinturón la verdad; como coraza, la justicia; como calzado, la prontitud para el evangelio de la paz; en toda ocasión tomad como escudo la fe: para que se apaguen en ella las flechas incendiarias del Maligno. Finalmente, poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu: la Palabra de Dios.

Gradual. Sal. 89, 1-2.

Señor, tú has sido nuestro baluarte, de generación en generación. Antes de engendrarse los montes, antes de nacer el orbe de la tierra, de eternidad a eternidad tú existes, oh Dios.

Aleluya, aleluya. Sal. 113,1. Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo extranjero. Aleluya.

Evangelio. Mat. 18, 23-35.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Ofertorio. Job. 1.-

Había en el País de Hus, en Idumea, un hombre llamado Job, hombre sencillo, recto y temeroso de Dios, al cual pidió Satanás para tentarle, y Dios le dio poder de dañarlo en sus bienes y en su carne. Perdió Job todos sus bienes y sus hijos, viendo sus carnes llagadas de graves úlceras.

Secreta.-

Recibid, Señor, propicio nuestras ofrendas, con las cuales quisisteis ser aplacado, y concedednos la salvación por vuestra poderosa misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.

Prefacio de la Santísima Trinidad.-

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz. Santo…

Comunión. Ps. 118, 81, 84 y 86.-

Mi alma ha esperado en Vos, Salvador mío, y en vuestra palabra. ¿Cuándo haréis justicia contra mis perseguidores? Los malvados me persiguen; ayudadme, Señor y Dios mío.

Poscomunión.-

Después de recibir, Señor, el sustento que da la inmortalidad, os rogamos que lo que hemos tomado lo sigamos de corazón. Por N. S. J. C.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

Dominica Vigesima Prima post Pentecosten

II Classis

Introitus: Esther 13: 9, 10-11

In voluntáte tua, Dómine, univérsa sunt pósita, et non est qui possit resístere voluntáti tuæ: tu enim fecísti ómnia, cælum et terram, et univérsa quæ in cæli ámbitu continéntur: Dóminus universórum tu es. [Ps. cxviii, 1]. Beáti immaculáti in via: qui ámbulant in lege Dómini. Glória Patri. In voluntáte.

Collect:

Famíliam tuam, quǽsumus, Dómine, contínua pietáte custódi: ut a cunctis adversitátibus, te protegénte, sit líbera: et in bonis áctibus tuo nómini sit devóta. Per Dóminum.

Ephesios vi: 10-17

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Ephésios.


Fratres: Confortámini in Dómino, et in poténtia virtútis ejus. Indúite vos armatúram Dei, ut possítis stare advérsus insidias Diáboli. Quóniam non est nobis colluctátio advérsus carnem et sánguinem; sed advérsus príncipes et potestátes, advérsus mundi rectóres tenebrárum harum, contra spirituália nequítiae in cæléstibus. Proptérea accépite armatúram Dei, ut possítis resístere in die malo, et in ómnibus perfécti stare. State ergo succíncti lumbos vestros in veritáte et indúti lorícam justítiæ, et calceáti pedes in præparatióne Evangélii pacis: in ómnibus suméntes scutum fídei, in quo possítis ómnia tela nequíssimi ígnea extínguere: et gáleam salútis assúmite: et gládium spíritus, quod est verbum Dei.

Graduale Ps. lxxxix: 1-2

Dómine, refúgium factus es nobis, a generatióne et progénie. V. Priúsquam montes fíerent, aut formarétur terra et orbis: a sǽculo, et usque in sǽculum tu es Deus.
Allelúja, allelúja. [Ps. cxiii: 1] In éxitu Israël de Ægýpto, domus Jacob de pópulo bárbaro. Allelúja.

Matt. xviii: 23-35

 †    Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.


In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis parábolum hanc: Assimilátum est regnum cælórum hómini regi qui vóluit ratiónem pónere cum servis suis. Et cum cœpísset ratiónem pónere, oblátus est ei unus, qui debébat decem míllia talénta. Cum autem non habéret unde rédderet, jussit eum dóminus venúmdari, et uxórem ejus, et fílios, et ómnia quæ habébat, et reddi. Prócidens autem servus ille, orábat eum, dicens: «Patiéntiam habe in me, et ómnia reddam tibi.» Misértus autem dóminus servi illíus, dimísit eum, et débitum dimísit ei. Egréssus autem servus ille, invénit unum de consérvis suis, qui debébat ei centum denários: et tenens suffocábat eum, dicens: «Redde quod debes.» Et prócidens consérvus ejus rogábat eum, dicens: «Patiéntiam habe in me, et ómnia reddam tibi.» Ille autem nolúit, sed ábiit, et misit eum in cárcerem donec rédderet débitum. Vidéntes autem consérvi ejus quae fiébant, contristáti sunt valde: et venérunt et narravérunt dómino suo ómnia quæ facta fúerant. Tunc vocávit illum dóminus suus, et ait illi: «Serve nequam, omne débitum dimísi tibi, quóniam rogásti me: nonne ergo opórtuit et te miseréri consérvi tui, sicut et ego tui misértus sum?» Et irátus dóminus ejus, trádidit eum tortóribus, quoadúsque rédderet univérsum débitum. Sic et Pater meus cæléstis fáciet vobis, si non remiséritis unusquisque fratri suo de córdibus vestris.

Offertorium: Job 1.

Vir erat in terra Hus, nómine Job: simplex et rectus, ac timens Deum: quem Satan pétiit, ut tentet: et data est ei potéstas a Dómino in facultátes, et in carnem ejus: perdítque omnem substántiam ipsíus, et fílios: carnem quoque ejus gravi úlcere vulnerávit.

Secreta:

Súscipe, Dómine, propítius hóstias: quibus et te placári voluísti, et nobis salútem poténti pietáte réstitui. Per Dóminum.

Præfátio de Sanctíssima Trinitáte

Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus: Qui cum unigénito Fílio tuo, et Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua gloria, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia discretiónis sentimus. Ut in confessióne veræ sempiternáeque Deitátis, et in persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in majestáte adorétur æquálitas. Quam laudant Angeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non cessant clamáre quotídie, una voce dicéntes:  Sanctus,…..

Communio: Ps. cx: 81, 84 et 86

In salutári tuo ánima mea, et in verbum tuum sperávi: quando fácies de persequéntibus me judícium? iníqui persecúti sunt me, ádjuva me, Dómine, Deus meus.

Postcommunio:

Immortalitátis alimóniam consecúti, quǽsumus, Dómine Deus, ut quod ore percépimus, pura mente sectémur. Per Dominum.

Sermón del día 1 de noviembre: Todos los Santos

Todos los Santos

HOMILIA DEL PADRE PEDRO GINEBRA PBRO

EL ESPIRITU DE DIOS Y EL ESPIRITU DEL MUNDO

Era el día 26 del mes de Nisán, a mediados de abril del segundo año de la vida pública de Jesús cuando acaecieron los hechos memorables de la elección de los apóstoles y del sermón de la montaña.

Jesús, al ver aquellas multitudes que se agrupaban en torno suyo, turbas numerosísimas venidas de toda la Judea, de Jerusalén, de las riberas del mar, de Tiro y de Sidón que querían escucharle y ver curadas sus enfermedades, llamó algunos circunstantes y les nombró apóstoles o enviados. Esta elección probablemente tuvo lugar en la cima de la única montaña que existe al oeste de Cafarnaúm. Después descendió un poco y se detuvo. El número de los oyentes iba en aumento. Pocas veces se había visto Jesús rodeado de tan grande muchedumbre. Por esta causa, creyó que había llegado la hora de pronunciar aquel grandioso y admirable sermón que contiene y resume todo el código legislativo de la Ley de la gracia.  Por él sabemos cuáles son los deberes de los ministros de Cristo, cuál la relación entre la Antigua y la Nueva Alianza; por él nos enteramos de la pureza de intención que se requiere en todos los actos de los súbditos de su reino, del valor que hemos de dar a las cosas de la tierra, de las mutuas relaciones entre los ciudadanos del reino de Dios y de la eficacia de la oración.

Este admirable discurso va precedido de un no menos admirable exordio: las Bienaventuranzas, que resumen las cualidades morales que han de poseer los seguidores de Cristo y que se leen en el evangelio de la festividad de hoy dedicada a celebrar las glorias de todos los bienaventurados.

Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Jesús dice que el reino de los cielos es de los pobres de espíritu son aquellos que no  poseen riquezas o los que, poseyéndolas, no tienen en ellas puesto su corazón. El mundo dice lo contrario: Desgraciado el pobre. Y así como de la bienaventuranza de Jesús nace la paz y la tranquilidad, de la máxima del mundo nacen los odios, los rencores y las envidias y todo linaje de crímenes.

Bienaventurados los mansos, los suaves los que no solo reprimen la ira y toman venganza, sino que ni siquiera pretenden hacer prevalecer sus derechos; los que callan y sufren. El mundo les llama cobardes y necios y, Jesús crea un trato dulce y amistoso entre los hombres, de la máxima del mundo provienen los homicidios y todos los crímenes, que inspiran la ira y la venganza.

Bienaventurados los que lloran sus pecados, los males y los escándalos del mundo y sufren resignadamente las contrariedades de la vida. El mundo que no quiere sufrir, proclama felices a los que se divierten y ríen. Por esto el hombre mundano, al sentirse sujeto al sufrimiento, inevitable a todo mortal, llora, se queja, se revuelve, blasfema contra Dios y se hunde en el abismo de la desesperación. Entretanto, los bienaventurados según Jesús, siempre viven consolados y serán eternamente felices.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, es decir, los que siempre aspiran a mayor perfección y santidad y aceptan todas las mortificaciones y actos de abnegación que esto supone. El mundo, que siente un verdadero horror a la perfección cristiana, dice a sus seguidores que se den a la buena vida, entendiéndolo en el sentido más denigrante para la naturaleza humana. Los seguidores de Jesús quedarán plenamente asociados, mientras que los mundanos no verán satisfechos sus deseos ni en este mundo ni en el otro.

Bienaventurados los misericordiosos, dice Jesús, y les promete misericordia. El mundo, duro de corazón, predica todo lo contrario: Primero procura por ti, y los demás que padezcan. Juicio sin misericordia les aguarda a los que no se compadecen de las desgracias del prójimo. En cambio, los bienaventurados de Jesús serán juzgados misericordiosamente; serán medidos según la meda que con sus hermanos emplearon.

Bienaventurados los limpios de corazón, dice Jesús, pues Dios, que penetra los afectos y los pensamientos, no puede contentarse con solas las apariencias. Por el contrario, al mundo no le interesa el interior de los corazones; según el solo conviene guardar el exterior, y, así, el más hipócrita es el más habilidoso y mejor visto. Poco importa que sea un sepulcro blanqueado lleno de inmundicia. Para el mundo es un perfecto caballero. Los limpios de corazón verán a Dios; pero, desgraciados aquellos a quienes el mundo alaba y aplaude.

Bienaventurados los pacíficos, los que no solo tiene paz consigo mismos, sino que viven en paz con los demás, llegando al extremo de soportar los defectos del prójimo y las injurias, devolviendo bien por mal. El mundo sostiene que las injurias no se pueden tolerar y llega a la horrible locura de defender el prestigio del honor con la sangre del adversario. Homicidas, a los menos en su corazón, no entrarán en el reino de los cielos, mientras que los bienaventurados de Jesús, como hijos de Dios, poseerán la herencia celestial.

Bienaventurados lo que padecen persecución por la justicia, los que padecen resignadamente burlas, desprecios y persecuciones, a causa de sus creencias y practicas piadosas. El mundo odia a Cristo y persigue a sus seguidores. Este odio es el más grave de los pecados. Es horrible el castigo que aguarda a los que persiguen a los justos. En cambio bienaventurados serán los que sean perseguidos por causa del nombre de Jesús.

EXAMINÉMONOS A LA LUZ DE LAS BIENAVENTURANZAS.

Al recorrer las bienaventuranzas, lo primero que se echa de ver es una oposición irreductible, profunda y esencial entre el mundo y Jesucristo. Toda la doctrina del mundo, su manera de ser y de pensar, sus deseos y sus planes, sus goces y sus aspiraciones, todo absolutamente es contrario al Evangelio y al espíritu de Jesús. Por esto recomendó tantas veces a sus discípulos que no fuesen del mundo y les predijo que el mundo les rechazaría y les perseguiría hasta la muerte.

Examinemos, pues, a la luz de las bienaventuranzas y de los ejemplos de los santos, nuestra manera de vivir y el espíritu que la informa y no dejemos pasar la fiesta de hoy sin escudriñar nuestro interior, para ver si han entrado en nuestro corazón el espíritu del mundo y sus perversas máximas, o bien, si, por dicha muestra, seguimos practicando el espíritu de Jesús, de tal manera que seamos merecedores de las bendiciones celestiales.

Dr. Pedro Ginebra, Pbro, El Evangelio de los domingos y fiestas, 1961, pág. 340.