El combate espiritual Parte cuarta

ALGO QUE ES MUY AGRADABLE A DIOS

La guerra que tenemos que sostener para llegar a la santidad es la más difícil de todas las guerras, porque tenemos que luchar contra nosotros mismos, o como dice san Pedro: «Tenemos que luchar contra las malas inclinaciones de nuestro cuerpo que combaten contra el alma» (cf. 1P 2, 11). Pero precisamente porque el combate es más difícil y más prolongado, por eso mismo la victoria que se alcanza es mucho más agradable a Dios y más gloriosa para quien logra vencer; porque aquí se cumple lo que dice el Libro Santo: «Quien se domina a sí mismo, vale más que quien domina una ciudad» (Pr 16, 32). Lograr dominar las propias pasiones, refrenar las malas inclinaciones, reprimir los malos deseos y malos movimientos que nos asaltan, es una obra que puede resultar ante Dios más agradable que si ejecutáramos obras brillantes que nos dieran fama y popularidad.

Y por el contrario, pudiera suceder que aunque hiciéramos muchas obras externas admirables ante la gente, en cambio ante Dios no seamos agradables porque aceptamos en nuestro corazón seguir las malas inclinaciones de nuestra naturaleza y nos dejamos llevar y dominar por las pasiones desordenadas.

Por eso debemos tener cuidado no sea que nos contentemos con dedicarnos a hacer obras que ante los demás nos consiguen fama y prestigio, mientras tanto dejemos que los sentidos se vayan hacía el mal, la sensualidad nos domine y las malas costumbres se apoderen de nuestro modo de obrar. Sería una equivocación fatal.

Cuatro condiciones. Hemos visto en qué consiste la perfección espiritual o santidad y qué ventajas tiene. Ahora vamos a tratar de las cuatro condiciones que son necesarias para lograr adquirir dicha perfección, conseguir la palma de la victoria y quedar vencedores en la batalla por salvar el alma y conseguir alto puesto en el cielo. Estas cuatro condiciones son: Desconfianza de nosotros mismos, confianza en Dios, ejercitar las cualidades que se tienen y dedicarse a la oración.

LA DESCONFIANZA QUE SE HA DETENER EN Sí MISMO

La desconfianza en sí mismo es sumamente necesaria en el combate espiritual, que sin esta cualidad o condición, no solamente no podremos triunfar contra los enemigos de nuestra santidad, si no que ni siquiera lograremos vencer las más débiles de nuestras pasiones. Siempre se cumplirá lo que dijo la profetisa Ana en la Biblia: «No triunfa el ser humano por su propia fuerza» (cf. 1S 2, 9). Y lo que anunció el profeta: «mi pueblo dijo: ‘soy fuerte’. Puedo resistir solo al enemigo. Y fue entregado en poder de sus opresores».

Es necesario grabar profundamente en nuestra mente esta verdad, porque sucede desafortunadamente que aunque en verdad no somos sino nada y miseria, sin embargo tenemos una falsa estimación de nosotros mismos, creyendo sin ningún fundamento, que somos algo, que podemos algo, que vamos a ser capaces de vencer por nuestra cuenta y con las propias fuerzas.

Este error es funesto y trae fatales consecuencias y es efecto de un dañoso orgullo que desagrada mucho a los ojos de Dios. Y si lo aceptamos se cumplirá en cada uno lo que cuenta el salmista: «Yo creía muy tranquilo; no fracasaré jamás. Pero alejaste oh Dios tu ayuda de mi lado, y caí en derrota y opresión» (Sal 30).

Tenemos que convencernos que no hay virtud, ni cualidad, ni buen proceder en nosotros que no proceda de la bondad y misericordia de Dios, porque nosotros mismos como dice san Pablo, ni siquiera podemos decir por propia cuenta que Jesús es Dios. «Toda nuestra capacidad viene de Dios. Pues Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar» (Flp 2, 13). Por nuestras solas fuerzas lo que somos capaces de producir es: maldad, imperfección y pecado.

La desconfianza es sí mismo es un regalo del cielo y Dios la concede en mayor grado a las almas que tiene destinadas a más alta dignidad, hasta que puedan repetir lo que decía aquella famosa mujer de la antigüedad, santa Ildegarda: «De lo único que puedo tener absoluta seguridad en cuanto a mí misma, es de mi pavorosa debilidad para pecar y de mi terrible inclinación hacia el mal».

Un camino: Dios lleva al alma hacía la desconfianza en sí misma permitiendo que le lleguen tentaciones casi insuperables, caídas humillantes, reacciones inesperadas, que aparezcan en su naturaleza unas inclinaciones inconfesables y dejándola por ciertos tiempos en una tan oscura noche del alma que hasta para decir un Padrenuestro siente fatiga y desgano. De manera que se llegue a adquirir la convicción de la total impotencia e incapacidad para caminar hacía la perfección y la santidad, si el poder de Dios no viene a ayudar.

Los remedios. El principal remedio, de los cuatro que vamos a aconsejar es pensar y meditar hasta convencerse de que por las propias y solas fuerzas naturales no somos capaces de dedicarnos a obrar el bien y a evitar el mal, ni de comportarnos de tal manera que merezcamos entrar al Reino de los cielos. En nuestra memoria deben estar siempre aquellas palabras de Jesús: «Sin mí, nada podéis hacer».

El segundo remedio es pedir con fervor y humildad, muy frecuentemente a Dios la gracia de confiar en Él y desconfiar de nosotros mismos. Porque esto es un regalo del cielo y para conseguirlo es necesario ante todo reconocer de que no poseemos la desconfianza necesaria, luego convencernos de que la desconfianza en nosotros mismos no la vamos a conseguir por nuestra propia cuenta sino que es necesario postrarse humildemente en la presencia del Señor y suplicarle por infinita bondad que se digne concedérnosla. Y podemos estar seguros que si perseveramos pidiéndosela, al fin nos la concederá.

Hay un tercer remedio para adquirir la desconfianza en sí mismo (respecto al lograr conseguir por nuestra propia cuenta la santidad) y consiste en acostumbrarse poco a poco a no fiarse de las propias fuerzas para lograr mantener el alma sin pecado, y a sentir verdadero temor acerca de las trampas que nos van a presentar nuestras malas inclinaciones que tienden siempre hacía el pecado; a recordar que son innumerables los enemigos que se oponen a que consigamos la perfección, los cuales son incomparablemente más astutos y fuertes que nosotros y aun logran hacer lo que ya temía san Pablo: «Se transforman en ángeles de luz, para engañarnos» (1Co 11, 14) y con apariencia de que nos están guiando hacía el cielo nos ponen trampas contra nuestra salvación. Con el salmista podemos repetir: «¡Cuántos son los enemigos de mi alma, Señor! Y la odian con odio cruel». Y no nos queda sino repetirle la súplica del Salmo 12: «Señor: ¿Hasta cuándo van a triunfar los enemigos de mi alma? Que no pueda decir mi enemigo: le he vencido: «Qué no se alegren mis adversarios de mi fracaso».

El cuarto remedio consiste en que cuando caemos en alguna falta, reflexionemos acerca de cuán grande es nuestra debilidad e inclinación al mal, y pensemos que probablemente Dios permite las culpas y caídas para iluminarnos mejor acerca de la impresionante incapacidad que tenemos para conseguir por la propia cuenta la santificación y aprendamos así a ser humildes y reconocer las limitaciones y aceptar ser menospreciados por los demás.

                   El combate espiritual, P. Scupoli.

El combate espiritual. Parte tercera.

UN PECADOR MUY DIFÍCIL DE CONVERTIR.

La experiencia de cada día enseña que con más facilidad se convierte un pecador manifiesto, que otro que se oculta y se cubre con el manto de muchas obras externas de virtud. Porque a estas almas las deslumbra y las ciega de tal manera su orgullo que es necesaria una gracia extraordinaria del cielo para convertirlas y sacarlas de su engaño. Están siempre en un dañoso peligro de permanecer en su estado de tibieza y de postración espiritual porque tienen oscurecidos los ojos de su espíritu con un enorme amor propio y un deseo insaciable de que la gente les estime y les aprecie, al hacer sus obras exteriores, que de por sí son buenas, buscan es satisfacer su vanidad y se atribuyen muchos grados de perfección, en su presunción y orgullo, viven censurando y condenando a los demás.

No consiste la perfección, pues en dedicarse a muchas obras exteriores. Pues como dice san Pablo: «Aunque yo haga las obras más maravillosas del mundo, si no tengo amor a Dios y al prójimo, nada soy» (1Co 13).

¿CUÁL ES LA BASE, ENTONCES, PARA OBTENER LA PERFECCIÓN?

La base de la perfección y santidad consiste en cinco cosas:

1ª.- En conocer y meditar la grandeza y bondad infinita de Dios, nuestra debilidad e inclinación tan fuerte hacía el mal. Es la gracia que durante noches enteras pedía san Francisco de Asís en su oración, hasta que logró conseguirla: «Señor: conózcate a TI; conózcame a mí».

2ª.- Aceptar ser humillados, y sujetar nuestra voluntad no sólo a la Divina Majestad, sino a las persona que Dios ha puesto para que nos dirijan, aconsejen y gobiernen.

3ª.- En hacerlo y sufrirlo todo únicamente por amor a Dios y por la salvación de las almas; por conseguir la gloria de Dios y lograr agradarle siempre a Él. Así cumplimos el primer mandamiento que dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, y sobre todas las cosas».

4ª.- Cumplir lo que exige Jesús: Negarse a sí mismo, aceptar la cruz de sufrimientos que Dios permite que nos lleguen, seguir a Jesús imitando sus ejemplos; aceptar su yugo que es suave y ligero, y aprender de Él que es manso y humilde de corazón (cf. Mt 11, 22).

5ª.- Obedecer lo que conseja san Pablo: imitar el ejemplo de Jesús que no aprovechó su dignidad de Dios, sino que se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Flp 2).

CUOTA INICIAL GRANDE PARA UNA ADQUISICIÓN INMENSA

Alguien dirá: «Es que son demasiadas condiciones las que se piden». La razón es esta: lo que se va a obtener no es una perfección cualquiera, o de segunda clase sino la verdadera santidad. Por eso, porque lo que se aspira conseguir es de inmenso valor, las cuotas que se exigen son también altas. Pero no son imposibles.

Aquí hay que repetir lo que decía Moisés en el Deuteronomio: «Los mandatos que se dan no están por encima de tus fuerzas, ni son algo extraño que tú puedas no practicar» (Dt 30).

COMBATE DURO, PERO PREMIO GRANDE

Estamos escribiendo para quienes no se contentan con llevar una vida mediocre, sino que aspiran a obtener la perfección espiritual y la santidad. Para esto es necesario combatir continuamente contra las inclinaciones malas que cada cual siente hacia el vicio y el pecado; dominar y mortificar los sentidos, tratar de arrancar de nuestra vida las malas costumbres que hemos adquirido, lo cual no es posible sin una dedicación infatigable y continua a la tarea de conseguir la perfección y la santidad, tener siempre un ánimo pronto, entusiasta y valiente para no dejar de luchar por tratar de ser mejores. Pero el premio que nos espera es muy grande, san Pablo dice: «Me espera una corona de gloria que me dará el Divino Juez, y no sólo a mí sino a todos los que hayan esperado con amor su manifestación» (cf. 2Tm 4, 8). «Pero nadie recibirá la corona sino ha combatido según el reglamento» (2Tm 2, 5).

El combate espiritual del Padre Scupoli

El combate espiritual. Parte segunda.

EL PELIGRO DE LAS ALMAS IMPERFECTAS

Existen almas imprudentes que consideran como lo más importante para adquirir la perfección y la santidad, el dedicarse a obras exteriores.

Algo dañoso y perjudicial. Para muchas almas el dedicarse totalmente a obras exteriores les hace más daño que bien para su espíritu, no porque esas obras no sean buenas y recomendables, sino porque se dedican de manera tan total a ellas que se olvidan de lo esencial y más necesario que es reformar sus pensamientos, sus sentimientos y actitudes, no dejar que sus malas inclinaciones se desborden libremente; éstas les exponen a muchas trampas y tentaciones de los enemigos del alma. (En este caso sí que se podría repetir la frase que san Bernardo le escribió a su antiguo discípulo Eugenio, que era Sumo Pontífice en ese entonces: «Malditas ocupaciones» las que te pueden apartar de la vida espiritual y la santificación de tu alma).

Una trampa. Los enemigos de nuestra salvación, viendo que la cantidad de ocupaciones que nos atraen y nos apartan del verdadero camino que lleva a la santidad, no sólo nos animan a seguirlas practicando, sino que nos llenan !a imaginación de quiméricas y falsas ideas, tratando de convencernos de que por dedicarnos a muchas acciones exteriores ya con eso nos estamos ganando un maravilloso paraíso eterno (olvidando lo que decía un santo: «Ojalá se convencieran los que andan tan ocupados y preocupados por tantas obras exteriores, que mucho más ganarían para su propia santidad y para el bien de los demás, si se dedicaran un poco más a lo que es espiritual y sobrenatural; de lo contrario todo será lograr poco, o nada, o menos que nada, pues sin vida espiritual se puede hasta llegar a hacer más daño que bien»).

Otro Engaño. Existe otra trampa contra nuestra vida espiritual, es que durante la oración se nos llene la cabeza de pensamientos grandiosos y hasta curiosos, agradables acerca de futuros apostolados y trabajos por las almas, y en vez de dedicar ese tiempo precioso a amar a Dios, a adorarlo, a pensar en sus perfecciones, a darle gracias y a pedirle perdón por nuestros pecados, nos dediquemos a volar como varias mariposas por un montón de temas que no son oración, y aun como moscardones a volar con la imaginación, por los basureros de este mundo.

SEÑAL QUE DEMUESTRA EL GRADO DE PERFECCIÓN

Aunque la persona se dedique a muchas obras externas y pase tiempos en fantasías e imaginaciones, la señal para saber a qué grado de perfección ha llegado su espiritualidad es averiguar qué cambio y qué transformación han tenido su vida, su conducta, y sus costumbres. Porque si a pesar de tantas obras y proyectos siguen deseando siempre que les prefieran a los demás, se muestran llenas de caprichos y rebeldes, obstinadas en su propio parecer sin querer aceptar el parecer de los otros, sin preocuparse por aceptar el parecer de los otros, y sin preocuparse por observar sus propias miserias y debilidades se dedican a observar con ojos muy abiertos las faltas y miserias ajenas (repitiendo lo que tanto criticaba Jesús: «se fijan en la basurita que hay en los ojos de los demás y no en la viga que llevan en sus propios ojos»). Esto es señal de que el grado de su santidad es muy bajo todavía. Y si cuando alguien se atreve a herirles algo en su propia estimación con críticas u observaciones o negaciones de especiales demostraciones de aprecio, estallan en ira e indignación. Y cuando se les dice que lo importante no es tanto el número de oraciones y devociones que tienen sino la calidad y el amor a Dios y al prójimo que hay en esas prácticas de piedad, se enojan; se turban y se llenan de inquietud y no aceptan esto de ninguna persona.

Con ello están demostrando que su santidad es demasiado pequeña todavía. Y más si cuando Nuestro Señor, para llevarles a mayor perfección permite que les lleguen enfermedades, contrariedades, pruebas y persecuciones, entonces sí que manifiestan que su santidad es falsa porque estallan en quejas, protestas y no aceptan conformar su voluntad con la Santísima Voluntad de Dios.

El combate espiritual del Padre Lorenzo Scupoli

El combate espiritual. Primera parte.

EN QUÉ CONSISTE LA PERFECCIÓN CRISTIANA, Y QUE PARA CONSEGUIRLA ES NECESARIO LUCHAR Y ESFORZARSE, Y DE CUATRO COSAS QUE SON NECESARIAS PARA ESTE COMBATE.

Si deseas, oh alma muy amada por Jesucristo, llegar al más alto grado de santidad y perfección cristiana, y vivir en perpetua amistad con Dios Nuestro Señor, la cual es la más alta y gloriosa empresa que puede emprenderse e imaginarse, lo que primero debes saber es: en qué consiste la perfección cristiana, la verdadera vida espiritual.

Muchas personas se han equivocado y han creído que la perfección cristiana y la santidad consisten en otras cosas que en realidad no lo son. Así por ejemplo hay quienes se imaginan que para llegar a la perfección o santidad basta con dedicarse a muchos ayunos y grandes penitencias. Otras personas especialmente mujeres, creen que lo importante es dedicarse a muchas oraciones, a oír misas, a visitar templos y a leer devocionales.

No faltan personas pertenecientes a las comunidades religiosas que se imaginan que para llegar a la santidad basta con cumplir exactamente los reglamentos de su comunidad y asistir a todas las reuniones y actos religiosos de su congregación.

No hay duda que todos estos son medios poderosos para adquirir la verdadera perfección y una gran santidad, si se emplean con prudencia y ayudan mucho a adquirir fortaleza contra las propias pasiones y la fragilidad de nuestra naturaleza, sirven para defenderse de los asaltos y tentaciones de los enemigos de nuestra salvación; además son muy eficaces para obtener de la misericordia divina los auxilios celestiales que necesitamos para progresar en la virtud. Son útiles y necesarios, y más para los principiantes.

MEDIOS PARA SANTIFICARSE

El Espíritu Santo va iluminando  a las personas espirituales los medios para llegar a la santidad. Les enseña a cumplir aquello que decía san Pablo: «Castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros el camino de la santidad, yo me quede sin llegar a conseguirla» (cf. 1Co 9, 27).

Esto sirve para castigarle al cuerpo las rebeldías que en lo pasado ha tenido contra el espíritu, y para dominarlo y tenerlo obediente a las leyes del Creador.

El Divino Espíritu inspira también a muchas almas el dedicarse a vivir como deseaba san Pablo: «Como ciudadanos del cielo» (Flp 3, 20) y por eso les invita a dedicarse a la oración, a la meditación, y a pensar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, y no por curiosidad, ni por conseguir gozos sensibles, sino para lograr apreciar mejor cuán grande es la bondad y la misericordia de Nuestro Señor, y cuán espantosa es nuestra ingratitud y nuestra maldad.

A las almas que desean llegar a la santidad, el Divino Espíritu les recuerda frecuentemente aquellas palabras de Jesús: «Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, acepte su cruz de sufrimientos de cada día, y sígame» (Mt 16, 24). Y les invita a seguir a Cristo imitando sus santos ejemplos, venciéndose así mismo, y aceptando con paciencia las adversidades. Para esto les será de enorme utilidad el frecuentar los sacramentos, especialmente el de la penitencia y el de la Eucaristía. Éstos les permitirán conseguir nuevo vigor y adquirir fuerzas y energías para luchar contra los enemigos de la santidad.

Del Combate espiritual, del Padre Lorenzo Scupoli

La falsa devoción según San Luis María Grignion de Montfort

La falsa devoción.

Encuentro que existen siete clases de falsos devotos y de falsas devociones a la santísima Virgen, a saber:

1º. Los devotos críticos; 2º. Los devotos escrupulosos; 3º. Los devotos exteriores; 4º. Los devotos presuntuosos; 5º. Los devotos inconstantes; 6º. Los devotos hipócritas; 7º. Los devotos interesados.

Los devotos críticos

Los devotos críticos son por lo general sabios orgullosos, espíritus altaneros y dados de sí mismos, que tienen en el fondo alguna devoción a la santísima Virgen, pero que critican casi todas las prácticas de devoción a María, con que las personas simples honran sencilla y santamente a esta buena Madre, sólo porque no se avienen a sus fantasías. Ponen en duda todos los milagros e historias narradas por personas fidedignas, o sacadas de las crónicas de las órdenes religiosas, que dan fe de la misericordia y potestad de la santísima Virgen. No sabrían ver sin pena a las personas simples y humildes, arrodilladas frente a un altar o imagen de la santísima Virgen, algunas veces en la esquina de una calle, para allí rogar a Dios; y hasta las acusan de idolatría, como si adorasen la madera o la piedra, afirmando que –en cuanto a ellos atañe– no gustan de esas devociones exteriores, de igual modo que no son espíritus tan cándidos como para acreditar tantos cuentos e historietas que se propagan de la santísima Virgen. Si se les relata las alabanzas admirables que los santos Padres consagran a la santísima Virgen, o responden que de esa manera ellos han
hablado como oradores, exagerando los términos, o dan una mala explicación a sus palabras.

Esta especie de falsos devotos y personas orgullosas y mundanas son muy de temer, y hacen un grandísimo daño a la devoción a la santísima Virgen, alejando de Ella a los pueblos de una manera eficaz, so pretexto de destruir los abusos.

Los devotos escrupulosos

Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar al Hijo honrando a la Madre, rebajar al uno si exaltan a la otra. no podrían tolerar que se den a la santísima Virgen las justísimas alabanzas que le han dado los santos Padres; ven penosamente que más personas se arrodillen ante un altar de María que frente al sacramento, como si lo uno se opusiera a lo otro ¡como si aquellos
que rezan a la santísima Virgen, no lo hiciesen a Jesucristo por medio de Ella! no quieren que se hable tan a menudo de la santísima Virgen, y que con tanta frecuencia se acuda a Ella.

He aquí algunas frases que les son ordinarias: “¿Para qué sirven tantas coronas del rosario, tantas cofradías y devociones exteriores a la santísima Virgen? Hay en esto mucha ignorancia. Es hacer de nuestra religión una exposición de cosas baratas. Habladme de aquellos que son devotos de Jesucristo (ellos lo nombran a menudo sin descubrirse – lo digo entre paréntesis): es necesario recurrir a Jesucristo, Él es nuestro único mediador; a Jesucristo es a quien se debe
predicar; ¡he ahí lo sólido!”


Lo que ellos dicen es verdadero en cierto sentido, pero respecto a la aplicación que hacen para impedir la devoción a la santísima Virgen, es muy peligroso y una celada sutil del maligno, bajo pretexto de un bien mayor, pues jamás se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la santísima Virgen, ya que no se la honra sino a fin de honrar más perfectamente a Jesucristo, no yendo a Ella sino como el camino para encontrar la meta adonde se va, que es Jesús.

La santa iglesia, con el Espíritu santo, bendice primero a la santísima Virgen y luego a Jesucristo: benedicta tu in mulieribus, et benedictus fructus ventris tui Jesus. no porque la santísima Virgen sea más que Jesucristo o igual a Él –¡esto sería una herejía intolerable!– sino porque, para bendecir más perfectamente a Jesucristo, es preciso bendecir antes a María. Digamos entonces con todos los verdaderos devotos de la santísima Virgen, contra esos falsos devotos
escrupulosos: ¡Oh María, bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!

Los devotos exteriores

Los devotos exteriores son las personas que hacen consistir toda su devoción a la santísima Virgen en algunas prácticas exteriores, que no gustan más que lo exterior de la devoción a Ella, porque no tienen espíritu interior; que rezarán muchas coronas del rosario precipitadamente, oirán muchas misas sin atención; irán a las procesiones sin devoción, ingresarán en todas sus cofradías, pero sin enmienda de su vida, sin hacer violencia a sus pasiones, y sin imitación
de las virtudes de esta Virgen santísima. no gustan sino lo sensible
de la devoción, sin amar lo que tiene de sólido; si no tienen sensibilidad en sus prácticas, creen que no hacen nada, se desalientan, abandonan todo, o lo hacen todo sin continuidad. El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores, y no hay quien critique más que ellos a las personas de oración que se aplican en lo interior como a lo esencial, sin menospreciar el aspecto exterior de la modestia que debe acompañar la verdadera devoción.

Los devotos presuntuosos

Los devotos presuntuosos son pecadores abandonados a sus pasiones, o amantes del mundo, que bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la santísima Virgen ocultan el orgullo o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera, o los juramentos, o la maledicencia, o la injusticia, etc.; que duermen en paz en sus malos hábitos, sin hacerse mucha violencia para corregirse, con el pretexto de que son devotos de la santísima Virgen; se aseguran que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión, que no se condenarán, ya que
rezan la corona del rosario, ayunan el sábado, pues son de la cofradía del santo rosario o Escapulario o de alguna de sus congregaciones, porque llevan el hábito o la cadenilla de la santísima Virgen, etc. Cuando se les dice que su devoción no es más que una ilusión del diablo y perniciosa presunción capaz de perderlos, no lo quieren creer, afirmando que Dios es bueno y misericordioso, que no nos ha
creado para condenarnos; que no hay hombre que no peque; que no morirán sin confesión; que un buen “Señor, ten piedad”, en la hora de la muerte, es suficiente; además, que ellos son devotos de la santísima Virgen; que llevan el escapulario, rezan todos los días sin reproche ni ostentación alguna siete Padre nuestros y siete Ave Marías en honra de Ella; que hasta rezan algunas veces la corona del rosario y el oficio de la santísima Virgen; que ayunan, etc. Y para confirmar lo que dicen y obstinarse más en su ceguera, relatan algunas historias
que han escuchado o leído en libros, verdaderas o falsas –poco importa–, que certifican que personas muertas en pecado mortal, sin confesión, por el simple hecho de que durante su vida, habían hecho algunas oraciones o prácticas de devoción a la santísima Virgen, o resucitaron para confesarse, o su alma permaneció milagrosamente en su cuerpo hasta permitirles confesarse; o por la misericordia de la Virgen, obtuvieron de Dios en su muerte, la contrición y el perdón de sus pecados y por lo tanto se han salvado, y, por la misma razón, ellos esperan la misma cosa.

No existe en el cristianismo nada tan dañino como esta presunción diabólica, pues ¿se puede decir en verdad que se ama y honra a la santísima Virgen, cuando con los pecados se hiere, se atraviesa, se crucifica y ultraja sin piedad a Jesucristo su Hijo? si María se impusiere como ley salvar por su misericordia a esta clase de gente, autorizaría el crimen, ayudaría a crucificar y a ultrajar a su divino Hijo. ¿Quién osaría pensar eso jamás?

Yo digo que abusar así de la devoción a la santísima Virgen –que es después de la devoción a nuestro señor en el santísimo sacramento, la más santa y sólida–, es cometer un horrible sacrilegio; y, que después del sacrilegio de la Comunión indigna, es el más grande y menos digno de perdón.

Confieso que para ser verdaderamente devoto de la santísima Virgen, no es absolutamente necesario ser tan santo que se evite todo pecado –aunque ésto sería lo más deseable–, pero sí es necesario, al menos, y es preciso resaltarlo bien:

Primeramente, tener una sincera resolución de evitar al menos todo pecado mortal, que ultraja a la Madre tanto como al Hijo;

En segundo lugar, hacerse violencia para evitar el pecado;

En tercer lugar, ingresar en las cofradías, recitar la corona, el santo rosario completo y otras oraciones, ayunar los sábados, etc.

Esto es maravillosamente útil para la conversión de un pecador, por muy endurecido que esté; y si mi lector se juzga tal, cuando tuviere un pie en el abismo, siga éste mi consejo, pero con la condición de que no practicará estas buenas obras sino con la intención de obtener de Dios, por intercesión de la santísima Virgen, la gracia de la contrición y el perdón de sus pecados, y de vencer sus malos hábitos, y no para permanecer pasivamente en el estado de pecado, contra los remordimientos de su conciencia, a ejemplo de Jesucristo y los santos, y las máximas del Evangelio.

Los devotos inconstantes

Los devotos inconstantes son aquellos que tienen devoción a la santísima Virgen por intervalos y por arranques: en un momento son fervorosos, y al instante se vuelven tibios; ahora parecen listos para hacerlo todo en su servicio, y luego, poco después, ya no son los mismos: abrazarán fácilmente todas las devociones a María, se inscribirán en sus cofradías, y enseguida, dejarán de practicar todas sus reglas con fidelidad; cambian como la luna y por eso María los coloca bajo sus pies como la media luna, puesto que son inconstantes e in-
dignos de ser contados entre los servidores de la Virgen fiel, los cuales tienen la fidelidad y la constancia por patrimonio. Es preferible no recargarse de tantas oraciones y prácticas devotas, y hacer pocas con amor y fidelidad, a pesar del mundo, del demonio y de la carne.

Los devotos hipócritas

Hay también otros falsos devotos de la santísima Virgen, que son los devotos hipócritas, que cubren sus pecados y malos hábitos bajo el manto de esta Virgen Fiel, a fin de pasar a los ojos de los hombres, por aquello que ellos no son.

Los devotos interesados

Restan aún los devotos interesados, que no recurren a la santísima Virgen sino cuando necesitan ganar algún proceso, evitar algún peligro, sanar de una enfermedad, o por cualquier otra necesidad del estilo, sin lo cual se olvidarían de Ella; unos y otros son falsos devotos, que no pasan ni ante Dios ni ante su santísima Madre.

Guardémonos bien, pues, de ser del número de los devotos críticos, que no creen nada y lo critican todo; de los devotos escrupulosos, que por respeto a Jesucristo temen ser demasiado devotos de la santísima Virgen; de los devotos exteriores, que hacen consistir toda su devoción en prácticas exteriores; de los devotos presuntuosos, que bajo pretexto de su falsa devoción a la santísima Virgen se enfangan en sus pecados; de los devotos inconstantes, que por ligereza cambian sus prácticas de devoción, o las abandonan completamente a la menor tentación; de los devotos hipócritas, que entran en las cofradías y visten las libreas de la santísima Virgen, a fin de hacerse pasar por buenos; y, en fin, de los devotos interesados, que no recurren a María sino para ser libres de los males del cuerpo u obtener bienes temporales.

Del Tratado de la Verdadera devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort.

Jerarquía eclesiástica

La sacra Jerarquía.—

El Señor, que con tan admirable orden dispuso las cosas de la creación, subordinándolas unas a otras, y en la sociedad el orden de la autoridad no quiso dejar a su Iglesia desprovista de este orden, y estableció en ella la sacra Jerarquía la cual es como vamos a decir. El ápice de este Orden es el episcopado: que es la plenitud del sacerdocio y puede todo lo que puede el presbítero; además el Obispo es el ministro necesario para ordenar y el ministro ordinario de la Confirmación. Próximo al episcopado esta el presbiterado; presbítero, en su etimología, significa anciano; en el uso, a los presbíteros se les llamaba y llama sacerdotes, si bien hasta el siglo x también los Obispos se llamaban muchas veces sacerdotes y los presbíteros sacerdotes de segundo orden, sacerdotes de orden inferior, segundos sacerdotes; tienen el poder de consagrar y de absolver y de dar la Extremaunción; y son ministros ordinarios del Bautismo y extraordinarios (a veces) de la Confirmación. Diacono, en su etimología significa ministro, servidor, cooperador; mas en la jerarquía se ha circunscrito este nombre para significar los ayudantes de los Obispos y de los presbíteros en los oficios sagrados; es propio de ellos servir en el altar, bautizar, dar la Comunión a falta de otros, con permiso, y leer los Evangelios. Subdiacono es el que esta debajo o a las ordenes del diacono y suele servirle las cosas del altar y lee las Epístolas en la Misa. Vienen después las Ordenes menores: acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios. De estos, los acólitos sigue al subdiácono o, cuando no le hay, al diacono o presbítero para; servirle, alumbrarle, responderle, llevar las velas, etc.; los exorcistas tienen oficio de echar los demonios, de decir a los que no comulgan que dejen sitio a los que comulgan y de llenar las pilas bautismales; los lectores tienen oficio de leer en la iglesia, si bien la lectura del Evangelio ya se ha reservado a los diáconos, y de bendecir, pan y frutos; los ostiarios o porteros tienen el oficio de guardar las puertas, tocar las campanas, abrir el sagrario y el libro al que predica. Tonsura: viene antes que todas estas ordenes la tonsura, que es un rito por el cual se le cortan los cabellos al que quiere ser clérigo y se le abre la corona. Con esto queda ya hecho clérigo, aunque no tiene todavía Orden ninguna. Tal es la sacra Jerarquía, desde los tonsurados a los Obispos, por su orden.

Qué ordenes son Sacramento.—

De estas Ordenes no todas son Sacramento. Es Sacramento, seguramente, el presbiterado y también el diaconado. Acerca de la ordenación episcopal hubo mucha controversia, y algunos afirman y otros niegan que sea Sacramento; mas no se dude que lo es. El subdiaconado no es Sacramento. Y mucho menos las Ordenes menores; solo son ritos de la Iglesia por los cuales son elegidos y dedicados al servicio del  altar los ordenados, sin que en ellos se reciba la gracia ex opere operato. La tonsura menor ni siquiera es Orden. En cuanto a  los oficios antes reservados a los ordenados menores, hoy la mayor parte son permitidos a los laicos y ejercitados por ellos, excepto el exorcismo, que esta reservado a los sacerdotes, y las bendiciones.

Institución del Sacramento del Orden—

Este Sacramento tuvo que ser instituido por Jesucristo mismo. Y se puede preguntar cuando lo instituyo. Lo instituyo parte en la Cena, cuando dio a los Apóstoles facultad de hacer lo que El había hecho, es decir, consagrar y ofrecer sacrificio. “Cuando hiciereis esto, lo haréis para acordaros de Mi.* (1 Cor.; 11, 24.) Parte lo hizo después de la resurrección, cuando les confirió la facultad de perdonar los pecados y los hizo pastores o rectores de la Iglesia. Y seguramente que les dio muchas instrucciones en aquellos días hasta su ascensión, cuando, como dice el Evangelio, se les mostró muchas veces vivo y les hablaba del reino de Dios. Cristo no ordeno separadamente ministros de las diversas ordenes, sino Obispos que contienen todos los demás grados.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

Santos de la tercera semana de junio

17 DE JUNIO: SANTA JUANA FALCONERI

Juliana, de la noble familia de los Falconieri, tuvo por padre al fundador de la iglesia espléndida dedicada a la Anunciación de la Madre de Dios, que edificó a sus expensas y que puede verse en Florencia. Sus padres eran de edad avanzada cuando en el año 1270 les nació Juliana. Ya desde la cuna mostró con una señal su futura santidad, porque se la oyó pronunciar con sus labios balbucientes los dulcísimos nombres de Jesús y María. Desde la infancia, se entregó a las virtudes cristianas, en las cuales sobresalió tanto, que San Alejo, su tío paterno, cuyas instrucciones y ejemplos seguía ella, decía a su madre que había dado a luz un ángel, no una mujer. De semblante modesto, y corazón libre de toda mancha, aun la más ligera, jamás en su vida levantó los ojos para mirar la faz de un hombre; la palabra pecado la hacía temblar, y cierto día, al oír el relatar un crimen, cayó casi inanimada. Antes de cumplir los quince años de edad, renunciando a los cuantiosos bienes que le tocaban en herencia, y desdeñando las alianzas terrenales, consagró solemnemente a Dios su virginidad en manos de San Felipe Benicio, y fue la primera que recibió de él el hábito de las Mantelatas.

El ejemplo de Juliana fue seguido por muchas mujeres nobles, y hasta su misma madre se puso bajo su dirección. Como el número de estas mujeres aumentara poco a poco, Juliana resolvió convertir las Mantelatas en Orden religiosa, dándoles reglas que revelan su santidad y prudencia. San Felipe Benicio conocía tan bien sus virtudes que, en la hora de su muerte, creyó que sólo a Juliana, podía encomendar a las religiosas, y también la Orden de los Servitas, que él había regido y propagado. Mas ella no dejaba, por esto, de formar de sí misma la más baja opinión, y siendo superiora de sus Hermanas, las servía en todo lo doméstico; pasaba días enteros en oración, y con frecuencia se la veía en éxtasis. Empleaba el tiempo restante en apaciguar las discordias, en apartar a los pecadores del mal camino y en cuidar enfermos, a los que más de una vez devolvía la salud besando la podre de sus úlceras. Martirizaba su cuerpo con látigos, cuerdas nudosas o cintos de hierro, siendo habitual prolongar sus vigilias y acostarse desnuda en el suelo. Dos días por semana se alimentaba sólo del Pan de los Ángeles; los sábados tomaba solo pan y agua, y los días restantes tomaba una pequeña cantidad de alimentos, los más groseros.

Una vida tan austera le ocasionó una enfermedad de estómago grave que la redujo al último extremo cuando ya tenía 70 años. Soportó con alma firme los padecimientos de tan larga enfermedad; quejábase sólo de que, no pudiendo retener alimento, se viera alejada, por respeto al divino Sacramento, de la mesa eucarística. Por lo cual rogó al sacerdote que consintiera llevarle el pan divino que su boca no podía recibir y lo acercara a su pecho. Accedió a sus ruegos el sacerdote, y en el mismo instante ¡oh prodigio!, desapareció el pan sacrosanto y Juliana expiró con el semblante resplandeciente de serenidad y la sonrisa en los labios. No se dio crédito a este milagro hasta que se preparó el cuerpo de la virgen como se acostumbraba para darle sepultura; viose entonces en el costado izquierdo del pecho, impresa sobre la carne como un sello, la forma de una hostia que ostentaba la imagen de Jesús crucificado. Esta maravilla y los demás milagros que obró le atrajo la veneración de los florentinos y de todo el mundo cristiano; y de tal modo creció esta veneración, por espacio de unos cuatro siglos, que por fin el papa Benedicto XIII ordenó que en el día de su fiesta hubiese un Oficio propio en toda la Orden de los Servitas de la Bienaventurada Virgen María. Merced a los nuevos milagros, Clemente XII, protector generoso de la misma Orden, inscribió a Juliana en el catálogo de las santas Vírgenes.

21 DE JUNIO: SAN LUIS GONZAGA

Luis, hijo de Fernando de Gonzaga, Marqués de Castellón y de Este, pareció que había nacido para el cielo antes de nacer para la tierra, porque fue bautizado por estar en peligro de muerte. Conservó con fidelidad esta primera inocencia, creyéndose que había sido confirmado en gracia. Así que tuvo uso de razón, se consagró a Dios, y desde entonces progresó en el camino de la santidad. A los 9 años, hizo en Florencia, ante el altar de la Santísima Virgen, a la que honró como a su madre, voto de virginidad perpetua, virtud que por un beneficio del Señor conservó libre de toda tentación espiritual y carnal. Desde entonces, reprimió las otras perturbaciones interiores, y no experimentó ni los primeros movimientos de ellas. Dominaba sus sentidos tanto, sobre todo la vista, que no miró nunca a María de Austria, de quien fue paje de honor muchos años, y se abstuvo de contemplar aun el semblante de su propia madre. Por lo que fue llamado un hombre sin la carne, o un ángel encarnado.

A la guarda de los sentidos, unía Luis la mortificación corporal. Ayunaba tres veces por semana, contentándose de ordinario con un poco de pan y de agua; su ayuno parece que fue perpetuo en aquella época, ya que lo que tomaba, apenas equivalía a una onza. Se disciplinaba tres veces al día hasta sangrar. A veces reemplazaba las disciplinas con las traillas de los perros y el cilicio con espuelas. Teniendo su lecho por mullido, metía en él unas tablas para hacerlo más duro y despertarse primero para orar. Pasaba gran parte de la noche en la contemplación de las cosas divinas, cubierto con la sola camisa, aun en el invierno, de rodillas sobre el suelo, o inclinado y postrado bajo el peso de la fatiga. Con frecuencia guardaba inmovilidad en la oración, 3, 4 ó 5 horas, hasta conseguir evitar, al menos una hora, toda distracción. La recompensa fue una estabilidad de espíritu tal, que su pensamiento jamás se distraía en la oración, sino que permanecía fijo en Dios como en éxtasis. Para poder unirse a Dios, habiendo logrado vencer la resistencia de su padre, tras rudo combate de 3 años, y renunciando en favor de un hermano sus derechos sobre el título de sus antepasados, vino a Roma, donde entró en la Compañía de Jesús, llamado por una voz celestial cuando se hallaba en Madrid.

Desde el noviciado, le miraban como un maestro en toda virtud. Su fidelidad a la regla era de una exactitud extrema; su desprecio del mundo, sin igual; su odio a sí mismo, implacable; su amor de Dios, tan ardiente que consumaría sus fuerzas. Por eso se le ordenó que apartara por un tiempo su pensamiento de las cosas divinas; mas en vano se esforzaba en huir de Dios, pues en todas partes se presentaba a él. Animado de caridad para con el prójimo, sirviendo en los hospitales, contrajo una enfermedad contagiosa; y en el día predicho por él, 13 de las calendas de julio, a los 24 años cumplidos, pasó de la tierra al cielo, tras pedir que le azotaran con disciplinas y le dejaran morir. Santa Magdalena de Pazzis, por revelación, le vio gozar de tal gloria, que apenas habría podido creer que hubiese semejante en el paraíso. Decía ella que su santidad había sido muy grande, y que la caridad le había hecho un mártir desconocido. Ilustre por sus probados milagros, fue inscrito por Benedicto XIII entre los santos y le ofreció a la juventud estudiosa como modelo de inocencia y de castidad, y protector.

DIA 22 DE JUNIO: SAN PAULINO DE NOLA.

Poncio Meropio Anicio Paulino nació el año 353 de la Redención, de una familia distinguida de ciudadanos romanos, en Burdeos, Aquitania, y estuvo dotado de viva inteligencia y carácter bondadoso. Bajo la dirección de Ausonio, brilló en la elocuencia y la poesía. Muy noble y muy rico, ingresó en la carrera de los cargos públicos, y de joven conquistó la dignidad de senador. Después, ya como cónsul, pasó a Italia, donde obtuvo la provincia de Campania, y fijó su residencia en Nola. Tocado allí de la luz divina, por los milagros de la tumba de San Félix, Presbítero y Mártir, empezó a inclinarse a la verdadera fe cristiana, que meditaba ya en su espíritu. Renunció a las fasces y al hacha, que aún no había manchado con ninguna ejecución capital; volvió a la Galia, y fue probado por diversos contratiempos y por grandes trabajos en la tierra y en el mar, en los que perdió un ojo; mas curado por San Martín de Tours, recibió el bautismo de manos del bienaventurado Delfín, obispo de Burdeos.

Despreciando las abundantes riquezas, vendió sus bienes, distribuyó su precio entre los pobres, y, dejando a su mujer, Terasia, cambiando de país y rompiendo los lazos de la carne, se retiró a España, adoptando así la pobreza admirable de Cristo, más preciosa a sus ojos que el universo. Asistiendo en Barcelona a los sagrados misterios, el día de la Natividad del Señor, el pueblo, que le admiraba, le rodeó, y, a pesar de su resistencia, fue ordenado de sacerdote por el obispo Lampidio. Volvió luego a Italia y fundó en Nola, a donde fue atraído por el culto de San Félix, un monasterio, cerca de su tumba; uniéndosele algunos, empezó una vida cenobítica. Y aquel hombre ilustre por la dignidad senatorial y consular, abrazando la locura de la cruz, con la admiración de casi todos, vestido con una pobre túnica, pasaba el día y la noche, en medio de vigilias y de ayunos, fija la mente en las cosas celestiales. Su fama de santidad crecía cada día, por lo que fue consagrado obispo de Nola; en su cargo dejó admirables ejemplos de piedad, de prudencia y sobre todo de caridad.

Durante estos trabajos, compuso escritos llenos de sabiduría sobre la religión y la fe; con frecuencia también, ejercitando la versificación, celebró en poemas los hechos de los Santos, adquiriendo envidiable renombre de poeta cristiano. Atrájose la amistad y la admiración de todas las personas eminentes en santidad y en doctrina de aquella época. De todas partes acudían a él muchas personas considerándole como maestro de la perfección cristiana. Como los godos devastaran la Campania, empleó todo su haber en alimentar pobres y en rescatar prisioneros, sin guardar para sí ni siquiera las cosas necesarias a la vida. Más tarde, cuando los vándalos infestaron aquellas regiones, le suplicó una viuda que rescatara a su hijo, cautivo en poder de los enemigos; como había gastado todos sus recursos en el ejercicio de la caridad, constituyose él mismo como esclavo por aquel niño, y cargado de cadenas, fue llevado a África. Finalmente, obtenida la libertad, gracias a un manifiesto auxilio de Dios, y vuelto a Nola, se reunió de nuevo como buen pastor con sus amadas ovejas, y allí, a los 78 años de edad, durmiose en el Señor. Enterrado su cuerpo cerca de la tumba de San Félix, fue trasladado, en la época de los lombardos, a Benevento; y, reinando Otón III, a Roma, a la basílica de San Bartolomé, en la isla del Tíber; el papa Pío X ordenó que los sagrados restos de Paulino fuesen restituidos a Nola, y elevó su fiesta al rito doble para toda la Iglesia.

                                                                                              Del Breviario Romano.

Santos 2ª semana del mes de junio

12 DE JUNIO: SAN JUAN DE SAHAGUN

Era Juan hijo de una noble familia de Sahagún, España; sus padres, privados de hijos mucho tiempo, lo obtuvieron de Dios con sus santas obras y oraciones. Desde su infancia dio indicios de su futura santidad; veíasele, en efecto, dirigir la palabra a los otros niños, desde un sitio elevado, exhortándolos a la virtud y al culto divino, y ocuparse en apaciguar sus querellas. Confiado a los monjes benedictinos de S. Facundo, fue iniciado por ellos en las letras. Mientras estudiaba, su padre le obtuvo el beneficio de una parroquia, pero el joven se negó a conservar este cargo. Admitido entre los familiares del arzobispo de Burgos, ganó su confianza por su gran integridad; el Prelado le ordenó sacerdote, le nombró canónigo y le concedió numerosos beneficios. Pero Juan abandonó el palacio episcopal para dedicarse al servicio de Dios con mayor recogimiento, y renunciando a todas las rentas se adscribió a una capilla, en la que a diario celebraba la Misa y predicaba, con gran edificación de sus fieles.

Fue a perfeccionar sus estudios a Salamanca; allí fue admitido miembro del colegio de San Bartolomé, en donde ejerció el sacerdocio sin descuidar sus estudios, siendo asiduo a las devotas asambleas. Caído enfermo, hizo voto de someterse a una disciplina más severa; para cumplirlo, dio a un pobre casi desnudo el mejor de sus dos únicos vestidos; luego solicitó su ingreso en el monasterio de San Agustín, entonces floreciente por su severa observancia. Ya admitido, aventajó a todos por su obediencia, abnegación, vigilias y oraciones. Estando al cuidado del refectorio, sucedió en una ocasión que a su contacto, bastó un barril de vino para satisfacer las necesidades de todos los religiosos durante un año. Terminado el noviciado, emprendió, por orden del prefecto, la predicación. Salamanca estaba desgarrada por crueles facciones; confundíanse las cosas divinas y humanas; había luchas sangrientas en las calles y plazas y hasta en las iglesias, de las cuales eran víctimas personas de toda condición, singularmente de la nobleza.

Por su predicación como con su conversación, calmó los ánimos, y devolvió la paz a la ciudad. Habiendo molestado a un elevado personaje al reprocharle su crueldad con sus inferiores, hizo éste que dos caballeros le salieran al paso para quitarle la vida. Ya se le acercaban, cuando Dios permitió que quedasen sobrecogidos e inmovilizados, ellos y sus caballos, y prosternados a los pies del santo, le pidieron perdón. Paralizado también aquel señor por un terror súbito, desesperaba ya de salvarse; pero llamó a Juan, y arrepentido de lo que había hecho, recuperó la salud. En otra ocasión, a unos facciosos que perseguían a Juan armados de palos, se les paralizaron sus brazos, y sólo recobraron sus fuerzas tras implorar el perdón. En la Misa solía ver a Nuestro Señor, y bebía el conocimiento de los misterios celestiales en la fuente divina. Solía penetrar los corazones, y profetizaba. Habiendo muerto, a la edad de 7 años, la hija de su hermano, la resucitó. Tras haber predicho el día de su muerte, recibidos los Sacramentos de la Iglesia, murió. Antes y después de su muerte, muchos milagros, comprobados debidamente, hicieron resplandecer su gloria, por lo que Alejandro VIII le inscribió en el número de los santos.

EL MISMO DÍA: SAN BASILIDES, CIRINO, NABOR Y NAZARIO.

Basílides, Cirino, Nabor y Nazario, soldados romanos, nobles e ilustres por la virtud, abrazaron la fe cristiana durante Diocleciano. Como predicaran a Cristo, Hijo de Dios, el prefecto de Roma, Aureliano, los detuvo y les intimó a sacrificar a los dioses. Despreciaron ellos sus órdenes y los redujo a prisión. Estando orando, una luz vivísima llenó la cárcel a la vista de todos cuantos se hallaban en ella. Asombrado Marcelo, guardia de la prisión, creyó en Jesucristo, y con él muchos más. Basílides y sus compañeros, habiendo sido sacados de la cárcel por orden de Maximiano fueron cargados de cadenas, azotados con escorpiones, porque, no obstante la prohibición imperial, no cesaban de pronunciar el nombre de Jesucristo, su Dios y Señor. Llevados ante el Emperador, después de siete días de prisión, persistieron en hacer escarnio de las falsas divinidades y en confesar intrépidamente a Jesucristo Dios. Condenados a muerte por este motivo, fueron decapitados. Arrojados sus cuerpos a las fieras, fueron respetados por éstas, y los cristianos les dieron honrosa sepultura.

13 DE JUNIO: SAN ANTONIO DE PADUA.

Antonio, natural de Lisboa, Portugal, nació de padres nobles, que lo educaron piadosamente. De joven, abrazó la vida de los Canónigos regulares. Pero trasladados a Coimbra los cuerpos de cinco mártires, Frailes Menores, que habían sido martirizados por la fe en Marruecos, su vista abrasó a Antonio de deseos de ser martirizado e ingresó en la Orden Franciscana. Movido por este impulso, se dirigió al país de los sarracenos, pero una enfermedad lo redujo a la impotencia y tuvo que regresar. Sucedió, que a pesar de navegar con rumbo a España, los vientos llevaron el navío en que viajaba a Sicilia.

De Sicilia pasó al Capítulo General en Asís; luego se retiró a la ermita del monte San Pablo, Toscana; allí pasó mucho tiempo entregado a la contemplación divina, a los ayunos y a las vigilias. Recibidas las sagradas Ordenes, se le mandó de predicar el Evangelio. Su sabiduría y facilidad de palabra le dieron tantos triunfos y excitaron tanta admiración, que, predicando un día ante el Papa, fue llamado por él Arca del Testamento. Persiguió con rigor las herejías, y por los golpes que les asestó fue llamado martillo perpetuo de los herejes.

Siendo el primero de su Orden por el esplendor de su ciencia, explicó las sagradas Letras en Bolonia y en otras partes, y dirigió los estudios de sus hermanos. Después de recorrer muchas provincias, llegó un año antes de su muerte a Padua, en donde dejó insignes monumentos de su santidad. Finalmente, habiendo llevado a feliz término grandes trabajos por la gloria de Dios, cargado de méritos e ilustre por sus milagros, durmiose en el Señor el día 13 de junio, del año de gracia 1231. El Sumo Pontífice Gregorio IX le inscribió en el número de los santos Confesores. Fue declarado Doctor de la Iglesia por Pío XII.

DIA 14 DE JUNIO: SAN BASILIO EL GRANDE.

Basilio, noble de Capadocia, estudió en Atenas las letras profanas, junto a su amigo Gregorio de Nazianzo, y adquirió en un monasterio un saber admirable de las sagradas ciencias. En poco tiempo, su doctrina y su santidad fueron tales, que se le dio el dictado de Grande. Predicó el Evangelio de Jesucristo en el Ponto, y atrajo de nuevo al camino de la salvación a esta provincia. Eusebio, Obispo de Cesárea, le llamó para que instruyera a esta ciudad, y Basilio le sucedió en su sede. Se mostró ardiente defensor de la consustancialidad del Padre y del Hijo. El emprerador Valente, que estaba irritado contra él, fue vencido por milagros tales, que habiendo decidido enviarle al destierro, se vio obligado a cejar en su empeño.

Estando a punto de decretar el destierro contra Basilio, el asiento en que iba a sentarse, se rompió; tres plumas tomó para escribir este decreto, y de ninguna consiguió que fluyera la tinta, y como se empeñara en la resolución de redactar el impío decreto, su mano temblorosa se negó a obedecerle. Valente, espantado, rasgó con sus manos el fatal papel; durante la noche que se concedió a Basilio para deliberar, la emperatriz fue atormentada de dolores de entrañas, y su único hijo cayó gravemente enfermo. Aterrado el Emperador, reconoció su injusticia, y llamó a Basilio; y aunque el niño, en su presencia, empezó a mejorar, habiendo Valente invitado a los herejes para que visitaran al enfermo, éste murió poco después.

La abstinencia y la continencia de Basilio eran admirables; contentábase con una sola túnica, y guardaba ayuno riguroso. Asiduo a la oración, con frecuencia pasaba en ella toda la noche. Guardó virginidad perpetua, y en los monasterios que fundó, la vida de los monjes fue regulada de tal suerte, que reunió en su máximo grado las ventajas de la soledad y de la acción. Sus numerosos escritos rebosan de ciencia, y nadie, según Gregorio Nacianceno, explicó los libros santos con más verdad. Murió el 1 de enero; sólo vivió para el espíritu, parecía que su cuerpo no conservaba más que la piel y los huesos.

15 DE JUNIO: SAN VITO, SAN MODESTO Y SANTA CRESCENCIA.

Vito fue bautizado de niño sin saberlo su padre, el cual, al enterarse, no omitió medios para apartar a su hijo de la religión cristiana. Más como el niño permaneciera inquebrantable, lo entregó al juez Valeriano, para que le mandara azotar; pero persistiendo Vito en su resolución, fue devuelto a su padre. Mientras éste ideaba más castigos, el joven Vito, advertido por un Ángel, y conducido por Modesto y Crescencia, sus educadores, se dirigió a tierra extranjera. Allí su santidad brilló tanto, que fue conocida por Diocleciano. Tenía éste un hijo atormentado por el demonio, y llamó al santo para librarlo; mas obtenida esta liberación, el Príncipe intentó, con ofrecimiento de recompensas, atraer a Vito al culto de los falsos dioses; no pudiendo conseguirlo, lo encerró en una prisión y lo cargó de cadenas con Modesto y Crescencia. Como se mostraran irreductibles, ordenó que los metieran en una caldera de plomo derretido, pez y resina ardiendo. Los tres jóvenes hebreos cantaban allí himnos al Señor. Sacáronlos y los arrojaron a un león, pero el león les lamió los pies. Ardiendo en ira al ver conmovida a la multitud por este milagro, hizo Diocleciano que los tendieran sobre el caballete, en donde sus miembros fueron destrozados y rotos sus huesos. En el mismo instante produjéronse relámpagos, truenos y grandes terremotos, que arruinaron los templos de los dioses y mataron a muchas personas. Florencia, noble dama, recogió los restos de los mártires, los embalsamó con aromas y les dio sepultura.

Del Breviario Romano

El Breviario

Ya que del Misal y del Ritual hemos hablado en otros sitios, digamos unas palabras del Breviario. Es el Breviario el libro de rezo que tienen los sacerdotes, y a su ejemplo los religiosos o religiosas que tienen coro. En el están reunidas multitud de oraciones que los sacerdotes están obligados a rezar todos los días, bajo pena de pecado mortal. La masa principal del Breviario la forman los salmos, que están dispuestos de tal modo que el sacerdote los recorra todos durante la semana. Además de los salmos tiene el Breviario lecturas, de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres, de Vidas de Santos; himnos, responsorios oraciones.

Las Horas Canónicas.

Se divide el rezo en el Breviario en ocho partes que son: Vísperas, Completas, Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta y Nona. Esta división es muy antigua, y se guarda aun hoy. Vísperas, es el rezo que antecede a la fiesta o también al que le sigue, en cuyo caso se llaman segundas Vísperas; Completas, el que se reza para acostarse; Maitines, el de media noche; Laudes, el de la madrugada; Prima es del comienzo del día; Tercia es la hora en que fue condenado a muerte el Señor, las nueve de la mañana; Sexta, de la hora en que fue crucificado, las doce; Nona, de la hora en que murió, las tres.

Principio del «Breviario».

El rezo del Breviario, como otras mil .cosas del culto, se fue perfeccionando poco a poco. Al principio los fieles se reunían no mas que los domingos; luego, pronto, cuando ya hubo mártires, se comenzaron a celebrar los días de sus nacimientos para el cielo. Los domingos, en recuerdo de la Resurrección del Señor y de Pentecostés, se celebraban y, por cierto, como los hebreos sus fiestas, de tarde a tarde. Se comenzaba por la fiesta a la tarde, de víspera; por eso al reunirse por la tarde, se rezaban ya algunas cosas, salmos o lecturas, y otras oraciones referentes a la fiesta, que a medida que pasaban los años iban los varones sabios componiendo. Como no había libros, ni muchos sabían leer, leían y rezaban los clérigos, tal vez uno solo, oyendo los demás y contentándose con decir Amen, o Aleluya, o algún estribillo, o refrán, o respuestas breves, comunes y sabidas, ora con simple lectura, ora con recitados mas o menos melodiosos y cantinelas. Así hay indicios muy claros de estos primeros oficios vigiliales, que eran unas veces dominicales, otras cementeriales, porque cuando se trataba de festejar a un mártir se reunían en los cementerios; otras, en fin, estacionales, que se celebraban en los días de ayuno, que llamaban estaciones, y desde los primeros tiempos se observaron los miércoles y viernes. No se hallan otras trazas de asambleas eucológicas de oraciones publicas en los tres primeros siglos. Fuera de estas, cada fiel en particular oraba lo que quería.

En el siglo IV el culto reducido anterior pudo extenderse en las grandes basílicas constantinianas que se fueron multiplicando y dejaron desarrollarse el culto y la liturgia con todo desahogo. Pero una vez construidas las grandes basílicas, era una pena el verlas desiertas fuera de las fiestas. Entonces, aun cuando por una parte, extendida la cristiandad, decreció el fervor primero en general, en cambio se perfecciono e intensifico este mismo fervor en almas escogidas, celosas y fervientes; las cuales, teniendo sitio y libertad y facilidad, comenzaron a reunirse aun en otros días, además del domingo, en las iglesias, dedicándose por iniciativa individual o compañerismo libre a rezos, himnos, oraciones y aun haciendo profesión y convenio para ello. Los que lo hacían se llamaban en Siria monazontes y parthenas, como quien dice monjes y vírgenes, y constituían una especie de cofradías de ascetas, que fueron apareciendo por todas partes. Estos luego se pusieron sus reglamentos, y adquirieron el uso y el compromiso de celebrar, no solo vigilias solemnes, sino vigilias diarias. No se contentaron luego con celebrar vigilias, sino que también quisieron celebrar las tres horas del día: Tercia, Sexta y Nona, en memoria del Señor, según he dicho. De aquí nació el que después los Obispos obligasen a los clérigos, no siempre a gusto suyo, a presidir estas vigilias de estos seglares, y estos rezos de ascetas y vírgenes, que no eran clérigos. Y así se fue formando poco a poco el uso del rezo de los clérigos, que después de muchos siglos se ha ido uniformando mas y mas hasta el modo actual, en que ha prevalecido el orden de la Iglesia romana.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

Fiestas litúrgicas

Sobre las fiestas.—

Hemos de hablar especialmente algo mas sobre las fiestas que son los dias principales del año litúrgico. Se llaman fiestas los dias en que se reza algún Oficio festivo, compuesto en honor de algún Santo. De suyo la Iglesia celebra el Oficio general correspondiente al dia de la semana. Mas cuando ocurre en algún día la muerte de algún Santo, o el recuerdo de algún misterio, se dice un Oficio particular en su honor.

Fiestas de descanso.—

En el sentido vulgar solo se llaman fiestas aquellos días festivos mas solemnes en que hay que descansar por precepto de la Iglesia. Y por eso fiesta, en su acepción plena, es aquella en que la Iglesia manda abstenerse de todo trabajo. Pero en sentido litúrgico es cualquier día en que se celebre la fiesta de algún Santo. Hoy los mas de los días son festivos, porque como hay tantos Santos en la Iglesia, se han ido poniendo Oficios festivos en los mas de ellos.

Fin de las fiestas.—

El fin de las fiestas es satisfacer la devoción que la Iglesia tiene a Jesucristo Salvador, a la Virgen y a los Santos; por lo cual quiere que en ciertos días se dirijan todos los actos de la liturgia a conmemorar algunos misterios, a celebrar a algunos Santos.

Ocasión de las fiestas.—

La ocasión de las fiestas ha sido varia. Unas veces alguna necesidad publica de la Iglesia o de alguna provincia, o de alguna parroquia. Otras, algún gran beneficio recibido del cielo. Otras, alguna revelación o aparición privada. Otras, en fin, otros sucesos de la historia eclesiástica. A veces también algunas fiestas cristianas se pusieron para contrarrestar y destruir el electo de otras fiestas paganas de Roma. Así el Patrocinio de San José se puso por las necesidades de la Iglesia en tiempos de Pío IX, la fiesta del Rosario por la victoria de Lepanto, la de la Aparición de la Virgen por la aparición de Lourdes, la del Corazón de Jesús con ocasión de las revelaciones de Santa Margarita, y con ocasión de las fiestas paganas se establecieron las fiestas de las Témporas, las Letanías de San Marcos, la Cátedra de San Pedro y otras para desviar la atención de fiestas malas a fiestas buenas.

Fiestas de apariciones y revelaciones.—

Cuando alguna fiesta se funda con ocasión de alguna aparición o revelación, no es preciso creer que la Iglesia asegura la verdad de aquellas apariciones, porque esto lo deja a la razón humana, que vera si tales apariciones o hechos tienen fundamento histórico o no. Claro que alguna creencia supone el fundar tales fiestas. Pero la Iglesia principalmente se fija en la conveniencia dogmática de ellas, sin decidir de la verdad de la aparición o revelación particular.

Antigüedad de las fiestas.—

Las fiestas del Señor mas insignes son antiquísimas: así la fiesta de la Pascua, que es la solemnidad de las solemnidades, se menciona ya en los Actos de los Apóstoles y en las Cartas de San Pablo. Las fiestas de Pentecostés, de la Ascensión, de Navidad y Epifanía, existen desde el siglo III o IV, por lo menos en Roma. La Circuncisión se celebro en España y en Francia desde el siglo VI. La Exaltación y la Invención de la Cruz también son muy antiguas. La Transfiguración es del siglo IX en varios sitios.

Fiestas de la Virgen.—

Ya desde el siglo IV se pueden tener testimonios de fiestas de la Virgen. La Presentación de Jesús en el templo con la Purificación de la Santísima se celebraba en Jerusalén en el ano 380, por lo menos, y de allí paso a Occidente. Y ya en el siglo VII se habla de las fiestas de Ja Anunciación, Asunción o Dormición, Natividad, y poco después de Ja Visitación, Presentación y otras.

Fiestas de los Santos. —

Ya desde el siglo II se celebraron fiestas de los Santos. Primero de los Apóstoles, de San Policarpo, de los Santos Macabeos, de San Juan Bautista, San Esteban, de los Santos Inocentes, San Sixto, Papa; Perpetua y Felicitas, Fabián, Lorenzo, Hipólito, Cipriano, Sebastian, Inés, Timoteo, Vicente, Felicitas, Ignacio, Pantaleón, los Siete Durmientes. Todos ellos son mártires.

De fiestas de Santos no mártires, no hay testimonios anteriores al siglo IV. En el siglo IV se celebra en Oriente la memoria de los santos Basilio y Atanasio en los aniversarios de sus muertes y en Occidente la de San Martín. Ya advertimos a su tiempo que de los Santos no se celebran los nacimientos a este mundo, sino los nacimientos al cielo, es decir, las muertes, excepto la Natividad de Nuestra Señora y la de San Juan Bautista, que fueron santas.

Importancia de las fiestas.—

Las fiestas, unas son mas importantes que otras, según la dignidad de la persona o, si se trata de una misma persona, según la dignidad del misterio; porque es claro que hay algunos mas principales que otros. A veces también algunas fiestas son mas principales que otras por razones extrínsecas, como cuando un Santo es el Patrono de alguna ciudad, por cuya causa es preferido a todos los demás.

Grados de importancia.—

Por el rito que tienen se dividen las fiestas en simples, semidobles y dobles. Las dobles, pueden ser dobles sencillamente o dobles mayores, dobles de segunda clase y dobles de primera clase. Hoy hay en la Iglesia veinticuatro fiestas dobles de primera clase, veintiocho de segunda clase, veintisiete mayores y muchísimas dobles sencillas.

Fiestas solemnes.—

Las fiestas se dividen también en solemnes y no solemnes. En el lenguaje ordinario son solemnes aquellas en que no se puede trabajar, las que llamamos fiestas de precepto. Sin embargo se consideran litúrgicamente como solemnes todas las que puso Urbano VIII en su catalogo de fiestas solemnes, que después fue modificado por Pío X, como luego diremos en cuanto al precepto.

Fiestas primarias y secundarias.—

Distingue la Iglesia, entre fiestas primarias y secundarias, según la calidad de los hechos que se celebran. Ordinariamente son primarias las fiestas mas antiguas y primarias del Señor y de la Virgen; sin embargo, la fiesta de la Sagrada Familia es primaria, aunque moderna. En las fiestas de los Santos son primarias las fiestas de sus natalicios al cielo y secundarias otras, como las de las invenciones de sus cuerpos, etc.

En la práctica se saben cuáles son primarias y cuáles son secundarias por el catálogo auténtico que se pone en los Breviarios.

Puntos de catecismo, Vilariño S.J.