Mírame, Señor, y ten compasión de mi, porque estoy solo y soy pobre.
Mira mi bajeza y mis trabajos, y perdona todos mis pecados, Dios mío. Salmo. A ti, Señor,
levanto mi alma. Dios mío, en ti confió; no quede yo confuso. V/. Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
Colecta.-
Oh Dios! Protector de los que en ti esperan, y sin el
cual nada tiene valor, nada es santo; multiplica sobre nosotros tu
misericordia, para que, siendo tú nuestro pastor y nuestro guía, pasemos por los bienes
temporales de modo que no perdamos los eternos. Por nuestro Señor.
Epístola.1 Pdr.5,6-11.-
Carísimos: Humillaos bajo
la mano poderosa de Dios para que os ensalce a su hora. Descargad en él todos vuestros
cuidados, pues él mira por vosotros. Sed sobrios y velad, porque vuestro
enemigo, el diablo, gira como león rugiente en torno vuestro, buscando a quien
devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que la misma tribulación padecen
vuestros hermanos por el mundo. Dios,
dador de toda gracia, que nos ha llamado a su eterna gloria por
Jesucristo, después de corta prueba, él mismo os perfeccionará, fortalecerá y
afianzará en el bien. A él, pues, sea dada la gloria y el imperio por los
siglos de los siglos. Amén.
Gradual.Salm.54,23,17,19.
Pon tu suerte en manos del Señor, y él te sustentará. V/.
Yo clamo a Dios; el es mi voz y me libra de los que marchan contra mi.
Aleluya.Salm.7.12.- Aleluya, aleluya. V/. Dios es juez íntegro y lento para la cólera. ¿Por ventura
andará siempre airado? Aleluya.
Evangelio.Luc.15,1-10.-
En aquel tiempo: Se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para
oírle. Lo cual censuraban los fariseos y los escribas, diciendo Éste recibe a
los pecadores y come con ellos. Mas Jesús propúsoles esta parábola ¿Quién hay
entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no
deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se había perdido
hasta encontrarla Y. en hallándola, la pone sobre sus hombros muy gozoso y, en
llegando a su casa, llama a sus amigos vecinos, y les dice: Alegraos conmigo,
porque he hallado mi oveja, Que se había perdido. Os digo, que así también
habrá más gozo en el cielo por un pecador que haga penitencia, que por noventa
y nueve justos que no han de ella menester. O ¿qué mujer, teniendo diez, si
pierde una, no enciende la lámpara y barre la casa, y lo registra todo hasta
dar con ella? Y en hallándola, convoca a sus amigas y vecinas y dice:
Regocijaos conmigo porque he hallado la dracma que había perdido. Así os digo
que habrá gran alborozo entre los ángeles de Dios por un pecador que haga
penitencia.
Ofertorio.Sal.9.11-3.-
Esperen en ti cuantos conocen tu nombre, Señor, porque no abandonas a
los que te buscan: Cantad al Señor, que mora en Sión, por que no olvida la
oración de los pobres.
Secreta.-
Mira, Señor, los dones de la Iglesia suplicante; Y haz que los reciban
los fieles para su salud y perpetua santificación. Por nuestro Señor .Jesucristo.
Prefacio de la Santísima Trinidad.-
En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en
todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu
unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no
en la individualidad de una sola
persona; sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has
revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin
diferencia ni distinción, De suerte, que confesando una verdadera y eterna
Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y
la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los
Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una
voz.
Comunión. Luc. 15.10.-
Yo os digo que habrá gran alborozo entre los ángeles de Dios por un
pecador que haga penitencia.
Poscomunión.-
Señor, que tus santos
misterios nos den vida, laven nuestras culpas, y nos vayan disponiendo a
recibir las eternas misericordias. Por N. S.
TEXTOS DE LA SANTA MISA EN LATÍN
Dominica Tertia post Pentecosten
II Classis
Introitus: Ps. xxiv: 16 et 18
Respice in me, et miserére mei, Dómine: quóniam únicus,
et pauper sum ego: vide humilitátem meam, et labórem meum: et dimítte ómnia
peccáta mea, Deus meus. [Ps. ibid., 1-2]. Ad
te Dómine, levávi ánimam meam: Deus meus, in te confído, non erubéscam. [V.] Glória Patri. Respice.
Oratio:
Protéctor in te sperántium, Deus, sine quo nihil est
válidum, nihil sanctum: multíplica super nos misericórdiam tuam; ut, te
rectóre, te duce, sic transeámus per bona temporália, ut non amittámus ætérna.
Per Dóminum.
1 Petri. v: 6-11
Léctio Epístolæ beáti Petri
Apóstoli.
Caríssimi: Humiliámini sub poténti manu Dei, ut vos
exáltet in témpore visitatiónis: omnem sollicitúdinem vestram projiciéntes in
eum, quóniam ipsi cura est de vobis. Sóbrii estóte, et vigiláte: quia
adversárius vester diábolus tamquam leo rúgiens círcuit, quærens quem dévoret:
cui resístite fortes in fide: sciéntes eámdem passiónum ei, quæ in mundo est,
vestræ fraternitáti fieri. Deus autem omnis grátiæ, qui vocávit nos in ætérnam
suam glóriam in Christo Jesu, módicum passos ipse perfíciet, confirmábit,
solidabítque. Ipsi glória, et impérium in sǽcula sæculórum. Amen.
Graduale Ps. liv: 23, 17, et 19
Jacta
cogitátum tuum in Dómino: et ipse te enútriet. V. Dum
clamárem ad Dóminum, exaudívit vocem meam ab his, qui appropínquant mihi.
Allelúja, allelúja. [Ps.
vii: 12] Deus judex justus, fortis et pátiens, numquid iráscitur
per singulos dies? Allelúja.
Luc. xv: 1-10
+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum
Lucam
In illo témpore: Erant appropinquántes ad Jesum publicáni
et peccatóres, ut audírent illum. Et murmurábant pharisǽi et scribæ, dicéntes:
«Quia hic peccatóres récipit, et mandúcat cum illis.» Et ait ad illos parábolam
istam, dicens: «Quis ex vobis homo, qui habet centum oves: et si perdíderit
unam ex illis, nonne dimíttit nonagintanóvem in desérto, et vadit ad illam, quæ
períerat, donec invéniat eam? Et cum invénerit eam, inpónit in húmeros suos
gaudens: et véniens domum cónvocat amícos et vicínos, dicens illis:
“Congratulámini mihi, quia invéni ovem meam, quæ períerat”? Dico vobis quod ita
gaudium erit in cælo super uno peccatóre pæniténtiam agénte, quam super
nonagintanóvem justis qui non índigent pæniténtia. Aut quæ múlier habens
drachmas decem, si perdíderit drachmam unam, nonne accéndit lucérnam, et
evérrit domum et quærit diligénter, donec invéniat? Et cum invénerit cónvocat
amícas et vicínas dicens: “Congratulámini mihi, quia invéni drachmam quam
perdíderam”? Ita dico vobis: gáudium erit coram Angelis Dei super uno peccatóre
pæniténtiam agénte.»
Offertorium: Ps. ix: 11, 12, et 13.
Sperent in te omnes, qui novérunt nomen tuum, Dómine:
quóniam non derelínquis quæréntes te: psállite Dómino, qui hábitat in Sion:
quóniam non est oblítus oratiónem páuperum.
Secreta:
Respice, Dómine, múnera suplicántis Ecclésiæ: et salúti
credéntium perpétua sanctificatióne suménda concéde. Per Dóminum.
Communio: Luc. xv: 10
Dico vobis: gáudium est Angelis Dei super uno peccatóre
pæniténtiam agénte.
Postcommunio:
Sancta tua nos, Dómine sumpta vivíficent: et misericórdiæ
sempitérnæ prǽparent expiátos. Per Dóminum.
DEL TOMO 4 DEL AÑO CRISTIANO DE DOM
GUERANGER.
La Misa de este día es la del tercer Domingo después de
Pentecostés que se halla íntimamente relacionada con las fiestas que hemos
celebrado. Los últimos decretos romanos la han asignado al Domingo infraoctava
del Sagrado Corazón; como segunda colecta se dice la de la fiesta. Será fácil
demostrar la adaptación fiel y natural de los textos de esta Misa del III
Domingo después de Pentecostés a la Octava de la fiesta , del Corazón
sacratísimo de Jesús, de suerte que parecen estar compuestos para ella.
El alma fiel ha visto el desarrollo sucesivo de los
Misterios del Salvador en la Liturgia. El Espíritu Santo ha descendido para
sostenerla en esta otra etapa de la carrera, donde sólo se desarrollará la
fecunda simplicidad de la vida cristiana. La instruye y la forma en las
prescripciones del Maestro divino que ascendió a los cielos. Y lo primero la
enseña a orar, porque la oración, decía el Señor, es obra de todos los días y
de todos los instantes, y con todo eso, no sabemos qué es lo que hemos de
pedir, ni cómo debemos hacerlo. Pero lo sabe quien nos ayuda en nuestra
indigencia, y el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inenarrables.
En el Introito y en toda la Misa del Domingo infraoctava
del Sagrado Corazón, se respira, pues, este aroma de oración, apoyada sobre el
humilde arrepentimiento de las faltas pasadas, y de confianza en la
misericordia infinita.
EPISTOLA: LAS PRUEBAS Y SU MÉRITO. —
Las miserias de esta vida son las pruebas a que Dios
somete a sus soldados para juzgarlos y clasificarlos en la otra según sus
méritos. Todos, pues, en este mundo tienen su parte en el sufrimiento. El concurso
está abierto, trabado el combate; el Arbitro de los juegos examina y compara;
pronto dará su sentencia sobre los méritos de los di versos combatientes y los
llamará, del ardor de la arena, al reposo del trono en que se sienta El mismo. ¡Felices
entonces aquellos que, viendo en la prueba la mano de Dios, se sometieron a
esta mano poderosa con amor y confianza! Nada habrá podido contra estas almas
fuertes en la fe el rugiente león. Sobrias y vigilantes en esta etapa de su
peregrinación, sin reparar en su papel de victimas, sabedoras de que todo se
halla sometido al dolor en este mundo, unieron alegremente sus padecimientos a
los de Cristo, y saltarán de gozo en la manifestación eterna de su gloria, que
será su herencia eternamente.
EVANGELIO: EL PRECIO DE LAS ALMAS. —
Esta parábola de la oveja devuelta al redil en hombros del Pastor,- era muy querida de los primeros cristianos; se la encuentra representada por todas partes en los monumentos de los primeros siglos. Nos recuerda a Nuestro Señor Jesucristo, que no ha mucho; entró triunfante en los cielos, llevando consigo a la humanidad perdida y reconquistada. «Porque,» ¿quién es el Pastor de nuestra parábola, exclama, San Ambrosio, sino Cristo que te lleva en su cuerpo, y ha cargado con tus pecados? Esta oveja es una en su género, no en el número. ¡Pastor afortunado, de cuyo rebaño formamos nosotros la centésima parte! Porque se halla compuesto de Angeles, Arcángeles, Dominaciones, Potestades, Tronos, etc., etc., innumerables rebaños que ha dejado en los montes para ir en busca de la oveja descarriada.'»
La parábola de la dracma perdida y vuelta a encontrar, expone, en forma más familiar aún, y de un modo festivo, esta misma doctrina, que es verdaderamente el centro de la enseñanza del Salvador. Por los pecadores se encarnó el Verbo y quisotomar un corazón de carne para testimoniarles su amor, y quiso también que se supiere que una de sus mayores glorias es encontrar un alma perdida; sus amigos del cielo participan de esta gloria, quiere que todos la experimenten. Nosotros también, sobre la tierra, tenemos derecho a esta participación. ¿Cómo podrían permanecer indiferentes a este bien, aquellos que aman al Sagrado Corazón y se unen íntimamente a todos sus sentimientos? Pero, reconcentrándonos en nosotros mismos, debemos añadir a la alegría y alabanza que hace renacer, un sentimiento de profunda gratitud, diciendo con San Juan Eudes: «¡Qué te devolveré, oh mi Salvador, y qué haré por tu amor, a Ti que me has librado de caer en los profundos abismos del infierno, tantas veces como yo me he expuesto con mis pecados, o que hubiera caído, si tu bondadosísimo Corazón no me hubiera preservado!».
Ahora
entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su Ángel, y me ha librado de
las manos de Herodes y burlado la expectación del pueblo de los judíos. V/. Me probaste, Señor y me conociste: Tú
sabes cuándo me siento y cuando me levanto. V/. Gloria.
COLECTA
Oh
Dios que consagraste este día con el martirio de tus Apóstoles Pedro y Pablo:
concede a tu Iglesia que siga en todo las enseñanzas de aquellos, por quienes
fue iniciada en la religión. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo
vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos. Amén.
EPISTOLAHch 12, 1-11
Lección
de los Hechos de los Apóstoles
Por
aquel entonces, el rey Herodes hizo arrestar a algunos miembros de la Iglesia
para maltratarlos. Mandó ejecutar a Santiago, hermano de Juan, y al ver
que esto agradaba a los judíos, también hizo arrestar a Pedro. Eran los días de
«los panes Acimos». Después de arrestarlo, lo hizo encarcelar, poniéndolo
bajo la custodia de cuatro relevos de guardia, de cuatro soldados cada uno. Su
intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua.
Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar
a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo
comparecer, Pedro dormía entre los soldados, atado con dos cadenas, y los otros
centinelas vigilaban la puerta de la prisión. De pronto, apareció el Ángel del
Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo
levantar, diciéndole: «¡Levántate rápido!». Entonces las cadenas se le cayeron
de las manos. El Ángel le dijo: «Tienes que ponerte el cinturón y las
sandalias» y Pedro lo hizo. Después de dijo: «Cúbrete con el manto y sígueme».
Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba
sucediendo por intervención del Angel, sino que creía tener una visión.
Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta
de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos.
Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Ángel se
alejó de él. Pedro, volviendo en sí, dijo: «Ahora sé que realmente el Señor
envió a su Ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba
el pueblo judío».
GRADUALE Sal 44,17-18
Los
constituirás príncipes sobre toda la tierra; conservarán la memoria de tu
nombre, oh Señor. V/. En lugar
de tus padres, te nacerán hijos; por eso los pueblos te ensalzarán.
Aleluya. Aleluya. V/. Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Aleluya.
EVANGELIO Mt 16, 13-19
Lectura del Santo Evangelio
según san Mateo.
Al llegar a la región de
Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre
el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Ellos le respondieron: «Unos
dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los
profetas».«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra,
Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le
dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni
la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: «Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte
no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo
lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en
la tierra, quedará desatado en el cielo»
OFERTORIO Sal 44, 17-18
Los
constituirás príncipes sobre toda la tierra; y conservarán tu nombre, Señor, de
generación en generación.
SECRETA
Haz,
oh Señor, que acompañe a estas hostias, que ofrecemos para consagrarlas en tu
honor, la oración de los Santos Apóstoles, y concédenos ser por ella
purificados y protegidos. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo
vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos. Amén.
PREFACIO DE APÓSTOLES
En verdad es justo y
necesario, equitativo y saludable, rogaros, Señor, Pastor eterno, no
desamparéis a vuestra grey, sino que por vuestros santos Apóstoles la guardéis
con protección continua, para que la gobiernen los mismos vicarios que
establecisteis por Pastores suyos. Por eso, con los ángeles y arcángeles, con
los tronos y dominaciones y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar
el himno de tu gloria:
ANTÍFONA DE COMUNIÓN Mt 16, 18
Tu eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia.
ORACIÓN POSTCOMUNIÓN
Defiende, oh Señor, contra
toda adversidad, por la intercesión de tus Apóstoles, a los que acabas de
alimentar con el manjar celestial. Por Nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
TEXTOS DE LA MISA EN LATIN
INTROITO Hch 12, 11.
Sal138, 1-2
Nunc
scio vere, quia misit Dóminus Angelum suum: et erípuit me de manu Heródis, et
de omni exspectatióne plebis Judæórum. V/. Domine, probásti me, et cognovísti me: tu
cognovísti sessiónem meam, et resurrectiónem meam. V/. Glória
Patri.
COLECTA
Deus, qui hodiérnam diem
Apostolórum tuórum Petri et Pauli martýrio consecrásti: de Ecclésiæ tuæ, eórum
in ómnibus sequi præcéptum; per quos religiónis sumpsit exórdium. Per Dóminum
nostrum Iesum Christum Fílium tuum, qui tecum vívit et regnat in unitáte
Spíritus Sancti, Deus, per ómnia sæcula sæculórum. Amen.
EPISTOLAHch 12, 1-11
Léctio
Actuum Apostolórum.
In diébus illis: misit
Heródes rex manus, ut afflígeret quosdam de ecclésia. Occídit autem Jacóbum
fratrem Joánnis gladio. Videns autem quia placéret Judǽis, appósuit
apprehénderet et Petrum. Erant autem dies Azymórum. Quem cum apprehendísset,
misit in cárcerem, tradens quáttuor quaterniónibus mílitum custodiéndum, volens
post Pascha prodúcere eum pópulo. Et Petrus quidem servabátur in cárcere.
Orátio autem fiébat sine intermissióne ab ecclésia ad Deum pro eo. Cum autem
productúrus eum esset Heródes, in ipsa nocte erat Petrus dórmiens inter duos mílites,
vinctus caténis duábus: et custódes ante óstium custodiébant cárcerem. Et ecce
Angelus Dómini ástitit: et lumen refúlsit in habitáculo: percussóque látere
Petri, excitávit eum, dicens: «Surge velociter.» Et cecidérunt caténæ de
mánibus ejus. Dixit autem angelus ad eum: «Præcíngere, et cálcea te cáligas
tuas.» Et fecit sic. Et dixit illi: «Circúmda tibi vestiméntum tuum, et séquere
me.» Et éxiens sequebátur eum, et nesciébat quia verum est, quod fiébat per
Angelum: existimábat autem se visum vidére. Transeúntes autem primam et
secúndam custódiam, érunt ad portam férream, quae ducit ad civitátem: quae
ultro apérta est eis. Et exeúntes processérunt vicum unum: et contínuo
discéssit Angelus ab eo. Et Petrus ad se
revérsus, dixit: «Nunc scio vere, quia misit Dóminus Angelum suum. et erípuit
me de manu Heródis, et de omni expectatióne plebis Judæórum.»
GRADUAL Sal 44,17-18
Constítues
eos príncipes super omnem terram: mémores erunt nóminis tui, Dómine. V/. Pro pátribus tuis nati sunt tibi fílii:
proptérea pópuli confitebúntur tibi.
Alleluia, alleluia.V/. Mt 16, 18.- Tu es
Petrus, et super hanc petram ædificábo Ecclésiam meam. Alleluia.
EVANGELIO Mt 16, 13-19
Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Matthǽum.
In
illo témpore: Venit Jesus in partes Cæsaréæ Philíppi, et interrogábat
discípulos suos, dicens: «Quem dicunt hómines esse Fílium hóminis?» At illi
dixérunt: «Álii Joánnem Baptístam, álii autem Elíam, álii vero Jeremíam, aut
unum ex prophétis.» Dicit illis Jesus: «Vos autem quem me esse dicitis?» Respóndens
Simon Petrus, dixit: «Tu es Christus, Fílius Dei vivi.» Respondens autem Jesus,
dixit ei: «Beatus es, Simon Bar Jona: quia caro et sanguis non revelábit tibi,
sed Pater meus, qui in cælis est. Et ego dico tibi, quia tu es Petrus et super
hanc petram ædificábo Ecclésiam meam, et portæ ínferi non prævalébunt advérsus
eam. Et tibi dabo claves regni cælórum. Et quodcúmque ligáveris super terram,
erit ligatum et in cælis: et quodcúmque sólveris super terram, erit solútum et
in cælis.»
OFERTORIO Sal
44, 17-18
Constítues
eos príncipes super omnem terram: mémores erunt nóminis tui, Dómine, in omni
progénie et generatióne.
SECRETA
Hostias,
Dómine, quas nómini tuo sacrándas offérimus, apostólica prosequátor orátio: per
quam nos expiári tríbuas, et deféndi. Per Dóminum nostrum Iesum Christum,
Fílium tuum, qui tecum vívit et regnat in unitáte Spíritus Sancti, Deus, per
ómnia sæcula sæculórum. Amen.
PREFACIO DE APÓSTOLES
Vere
dignum et iustum est, æquum et salutáre: Te, Dómine, supplíciter exoráre, ut gregem
tuum, Pastor ætérne, non déseras: sed per beátos Apóstolos tuos, contínua
protectióne custódias: Ut iísdem rectóribus gubernétur, quos óperis tui
vicários eídem contulísti præésse pastóres. Et ídeo cum Angelis et Archángelis,
cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia cæléstis exércitus, hymnum
glóriæ tuæ cánimus, sine fine dicéntes:
ANTÍFONA DE COMUNIÓN Mt 16, 18
Tu
est Petrus, et super hanc petram ædificábo Ecclésiam meam.
ORACIÓN POSTCOMUNIÓN
Quos
cælésti, Dómine, aliménto satiásti: apostólicis intercessiónibus ab omni
adversitáte custódi. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, Fílium tuum, qui tecum
vívit et regnat in unitáte Spíritus Sancti, Deus, per ómnia sæcula sæculórum.
Amen.
Adjunto un archivo descargable del Año Cristiano de Croisset que puede servir de sermón del día de la fiesta.
Pongo para los lectores un enlace de la Carta Encíclica Ad Beatissimi Apostolorum Princis Cathedram publicada por Benedicto XV el día 1 de noviembre de 1914. ¡Buena lectura!
Isaias 49. 1-2. Salmo 91.2 – Desde el seno de mi madre
me ha llamado el Señor por mi nombre y ha hecho de mi boca cortante espada;
bajo la sombra de su mano me ha ocultado y me ha hecho como flecha acerada. Sl
Bueno es alabar al Señor y cantar tu nombre, oh Altísimo. V. Gloria al Padre.
Colecta.-
¡Oh Dios! Que nos haces honrar este día
con el nacimiento de san Juan; concede a tus pueblos la gracia de los goces
espirituales, y guía las almas de todos los fieles por el camino de la
salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo
Epístola. Isaías 49, 1-7.
Oid, islas y estad atentos, pueblos lejanos.
El Señor me ha llamado desde el seno de mi madre; desde las entrañas maternas
ha pronunciado mi nombre. Ha hecho de mi boca una cortante espada, me ha
cobijado en la sombra de su mano, me ha hecho flecha acerada y me ha escondido
en su aljaba. Me ha dicho : << Israel, tú eres mi siervo, en ti me
glorificaré >> Y ahora, el Señor que me ha formado para siervo suyo desde
el seno de mi madre, dice: Yo haré de ti las luz de las naciones, para que mi
salvación llegue a los confines de la tierra. Al verte, se levantarán los reyes
y se postrarán los príncipes, a causa del Señor, del Santo de Israel que te ha
elegido.
Gradual. Jeremías 1. 5-9 .
Antes de formarte en el seno materno, te he
conocido; y antes de que nacieras, te he consagrado. V. Alargó el Señor su
mano, y tocó mis labios y me dijo:
Aleluya. Lucas 1.76-
Aleluya, aleluya. V. Tú, niño serás llamado
Profeta del Altísimo, porque precederás al Señor para preparar sus caminos.
Aleluya.
Evangelio. Luc.1. 57 – 68.-
Llególe a Isabel el tiempo de su
alumbramiento, y dio a luz un hijo. Supieron sus vecinos y parientes que Dios
había usado con ella de gran misericordia y se congratulaban con ella. El día
octavo vinieron a circuncidar al niño, y le llamaban con el nombre de su padre,
Zacarías. Mas intervino su madre y dijo: No, sino que ha de llamarse Juan. Dijéronle:
Nadie hay en tu familia que tenga ese nombre. Preguntaban por señas al padre
del niño, cómo quería que se llamase. Y él, pidiendo la tablilla, escribió así:
Juan es su nombre. Y todos se llenaron de admiración. Al instante se abrió su
boca y su lengua se soltó y hablaba bendiciendo a Dios. Y se espantaron todos
los que vivían en la vecindad, y en toda la montaña de Judea se divulgaban
todas estas cosas. Y cuantos las oían, las guardaban en su corazón y se decían:
¿Qué será, pues, este niño? Porque, a la verdad, la mano del
Señor estaba con él. Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo, y
profetizó diciendo: Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y
rescatado a su pueblo.
Ofertorio. Sal.91. 13.-
El justo crece como la palma y eleva sus
ramas cual cedro del Líbano.
Secreta
Cubrimos, oh Señor, de ofrendas tus altares,
para solemnizar con el honor debido la natividad de aquél que nos predijo la
venida y nos mostró la presencia del Salvador del mundo, Jesucristo nuestro Señor,
tu hijo. El cual vive y reina contigo.
Comunión. Luc. 1.76
Tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo,
porque precederás al Señor para prepararle sus caminos.
Poscomunión.-
Regocíjese tu Iglesia, Señor, con el
nacimiento de san Juan Bautista, por quien ella misma conoció al autor de su
propio nacimiento a la vida sobrenatural, a Jesucristo nuestro Señor, Hijo
tuyo, el cual vive y reina.
TEXTOS DE LA MISA EN LATIN
In
Nativitáte S. Joannis Baptistæ
I
Classis cum Octava communi
Introitus:
Isai: il: 1 et 2
De ventre matris meæ vocávit me Dóminus nómine meo: et
pósuit os meum ut gládium acútum: sub teguménto manus suæ protéxit me, et
pósuit me quasi sagíttam eléctam. [Ps.
xci: 2].Bonum est confitéri Dómino: et psállere nómini tuo,
Altíssime. V. Glória Patri.
De ventre.
Oratio:
Deus, qui præséntem diem honorábilem nobis in beáti
Joánnis nativitáte fecísti: da pópulis tuis spitituálium grátiam gaudiórum; et
ómnium fidélium mentes dírige in viam salútis ætérnæ. Per Dóminum.
Isaias
xlix 1-3, 5, 6, 7
Léctio Isaíæ Prophétæ.
Audíte
insúlæ, et atténdite, pópuli de longe: Dóminus ab útero vocávit me, de ventre
matris meæ recordátus est nóminis mei. Et pósuit os meum quasi gládium acútum:
in umbra manus suæ protéxit me, et pósuit me sicut sagíttam eléctam: in
pháretra sua abscóndit me. Et dixit mihi: Servus meus es tu, Israël, quia in te
gloriábor. Et nunc dicit Dóminus, formans me ex útero servum sibi: Ecce dedi te
in lucem géntium, ut sis salus mea usque ad extrémum terræ. Reges vidébunt, et
consúrgent príncipes, et adorábunt propter Dóminum, et sanctum Israël, qui
elégit te.
Graduale Jeremias
i: 5, 9
Priúsquam te formárem in útero, novi te: et ántequam
exíres de ventre, sanctificávi te. V. Misit
Dóminus manum suam, et tétigit os meum, et dixit mihi:
Elísabeth implétum est tempus pariéndi, et péperit
fílium. Et audiérunt vicíni, et cognáti ejus, quia magnificávit Dóminus
misericórdiam suam cum illa, et congratulabántur ei. Et factum est in die
octávo, venérunt circumcídere púerum, et vocábant eum nómine partis sui
Zacharíam. Et respóndens mater ejus dixit: Nequáquam, sed vocábitur Joánnes. Et
dixérunt ad illam: Quia nemo est in cognatióne tua, qui vocétur hoc nómine.
Innuébant autem patri ejus, quem vellet vocári eum. Et póstulans pugillárem,
scripsit, dicens: Joánnes est nomen ejus. Et miráti sunt univérsi. Apértum est
autem íllico os ejus, et lingua ejus, et loquebátur benedícens Deum. Et factus
est timor super omnes vicínos eórum: et super ómnia montána Judǽæ divulgabántur
ómnia verba hæc: et posuérunt omnes, qui audíerunt in corde suo, dicéntes:
Quis, putas, puer iste erit? Etenim manus Dómini erat cum illo. Et Zacharías
pater ejus replétus est Spíritu Sancto, et prophetávit, dicens: Benedíctus
Dóminus Deus Israël, quia visitávit et fecit redemptiónem plebis suæ.
Offertorium: Ps.
cxi 13.
Justus ut palma florébit: sicut cedrus, quæ in Libano
est, multiplicábitur.
Secreta:
Tua, Dómine, munéribus altária cumulámus: illíus
nativitátem hónore débito celebrántes, qui Salvatórem mundi et cécinit
adfutúrum, et adésse monstrávit, Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum:
Qui tecum.
Sumat Ecclésia tua, Deus, beáti Joánnis Baptístæ
generatióne lætítium: per quem suæ regeneratiónis cognóvit auctórem, Dóminum nostrum
Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum.
SERMON
Homilía de San Ambrosio Obispo
Lib. 2 de
Ins. Coment., sobre san Lucas, c. 1
Isabel dio a luz un hijo y se
alegraron con ella sus vecinos. El nacimiento de los Santos es causa de la
alegría de muchos porque es un bien común; la justicia, en efecto es una virtud
de interés común. He aquí porque este justo, ya al venir al mundo, hace
presagiar la santidad de su vida, y en la alegría de los vecinos se prefigura
la gracia de su virtud futura. Con razón el Evangelista hace entrar en su
relato el tiempo que el Precursor estuvo encerrado en el seno de su madre,
porque, sin ello, la presencia de María no hubiese sido mencionada. Y si, de
otra parte, nada se dice de su infancia, es porque no conoció las dificultades de
esta edad. De suerte que nosotros solo leemos en el Evangelio el anuncio y el
hecho de su natividad, los saltos de júbilo que dio en el seno de Isabel, y el eco
de su voz en el desierto.
En efecto, puede decirse que no conoció ninguno de los grados de la infancia aquel que, elevándose, ya en el seno materno, por encima de las leyes de la naturaleza y adelantándose a los años, empezó por tener la medida de la edad perfecta de Jesucristo. El escritor sagrado, con maravillosa oportunidad, creyó deber notar que muchos querían que el niño llevara el mismo nombre de su padre Zacarías. Con esto te advierte que si Isabel rechaza este nombre, no es porque le disguste como habiéndolo llevado alguna persona indigna, sino porque comprendió, por una revelación del Espíritu Santo, el nombre que antes había indicado el Ángel a Zacarías. Habiendo quedado mudo Zacarías, no podía decirlo a su mujer; pero, ella supo por inspiración profética lo que no le dijo su marido.
“Juan es su nombre”, escribió el padre, queriendo decir: No nos
toca a nosotros imponer un nombre al que Dios ha nombrado ya; tiene su nombre,
el cual nosotros hemos aprendido, no elegido. Algunos Santos han tenido el
privilegio de recibir de Dios mismo el nombre. Así, Jacob fue llamado Israel,
porque vio a Dios. Así, nuestro Señor mismo recibió antes de nacer el nombre de
Jesús, que su Padre, y no el Ángel, le impuso. Como ves, los Ángeles no hablan
en nombre propio; transmiten lo que se les ha dicho. Si, pues, Isabel pronuncia
con tanta seguridad un nombre que su oreja no oyó, no te asombres por ello, ya
que el Espíritu Santo, que había enviado al Ángel, se lo sugirió.
(Extraído de Oficio Divino, Alfonso Gubianas, Tomo II)
Introito. Ps. 17, 19-20. – El Señor se ha constituido mi Protector; y me
ha colocado en un lugar espacioso; me ha salvado, porque me quiso bien. – Salmo. 17, 2-3. Os amaré, Señor, fortaleza mía. El
Señor es mi defensa, mi refugio y mi libertador. Gloria
Oración.
Haced, Señor, que siempre temamos
y amemos vuestro santo Nombre; porque
vuestra Providencia jamás abandona a los que fundáis en la solidez de vuestro
amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
Epístola. 1 Juan. 3, 13-18.
Queridos hermanos: No os
sorprenda que el mundo os odie. Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida:
lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en la muerte.
El que odia a su hermano, es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en
si vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por
nosotros. También., nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos. Pero
si uno tiene de qué vivir y viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus
entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de
palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
Gradual. Sal. 119, l-2.-
Llamé al Señor en la aflicción, y
Él me respondió. Líbrame, Señor, de los labios mentirosos, de la lengua
traidora.
Aleluya,
aleluya. Sal.7,2.- Señor Dios mío, en
ti he confiado: sálvame de mis perseguidores, y líbrame. Aleluya.
Evangelio. Lucas 14 26-24.
En aquel tiempo: dijo Jesús a los
fariseos esta parábola: Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha
gente; a la hora del banquete mandó a su criado para que avisara a los
convidados: Venid, ya está preparado. Y empezaron a excusarse uno tras otro. El
primero le dijo: He comprado un campo Y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por
favor’. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas.
Dispénsame, por favor. Otro dijo: Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo
ir. Volvió el criado y se lo contó a su amo. Entonces el dueño de la casa,
indignado, dijo a su criado: Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y
tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos. Y dijo el
criado: Señor, se ha hecho lo que mandaste y todavía queda sitio. Y el amo dijo
al criado: Sal por los caminos v senderos, e insísteles hasta que entren, y se
me llene la casa. Porque os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi
banquete.
Ofertorio. Ps, 6, 5.
Señor, volveos a mí, y librad mi
alma; salvadme por vuestra gran misericordia.
Secreta.
Purifíquenos, Señor, la ofrenda
que os hemos ofrecido; y háganos adelantar en obras dignas del Cielo. Por
nuestro Señor Jesucristo…
Comunión. Ps.12,6.
Cantaré al Señor, que tantos
bienes me ha dado; cantaré al Nombre del Altísimo Señor.
Poscomunión.
Recibidos vuestros dones, os
rogamos. Señor, que frecuentando estos haga más segura nuestra salvación: .Por
N. S. ]. C
TEXTOS DE LA SANTA MISA EN LATIN
II
Classis
Introitus:
Ps. xvii. 19-20
Factus est Dóminus protéctor meus, et edúxit me in
latitúdinem: salvum me fecit, quóniam vóluit me. [Ps.
ibid., 2-3] Díligam te, Dómine, virtus mea: Dóminus
firmaméntum meum et refúgium meum, et liberátor meus. [v.] Glória Patri. Factus est.
Oratio:
Sancti nóminis tui, Dómine, timórem páriter et amórem fac
nos habére perpétuum: quia nunquam tua gubernatióne destítuis, quos in
soliditáte tuæ dilectiónis instítuis. Per Dóminum.
1
Joann. III: 13-18
Léctio Epístolæ
beáti Joánnis Apóstoli.
Caríssimi: Nolíte mirári, si odit vos mundus. Nos scimus
quóniam transláti sumus de morte ad vitam, quóniam dilígimus fratres. Qui non
díligit, manet in morte: omnis qui odit fratrem suum, homicída est. Et scitis
quóniam omnis homicída non habet vitam ætérnam in semetípso manéntem. In hoc
cognóvimus caritátem Dei, quóniam ille ánimam suam pro nobis pósuit: et nos
debémus pro frátribus ánimas pónere. Qui habúerit substántiam hujus mundi, et
víderit fratrem suum necessitátem habére et cláuserit víscera sua ab eo:
quómodo cáritas Dei manet in eo? Filíoli mei, non diligámus verbo, neque
lingua, sed ópere, et veritáte.
Graduale
Ps. cxix. 1-2
Ad Dóminum, cum tribulárer, clamávi, et exaudívit
me. [v.] Dómine, líbera ánimam
meam a lábiis iníquis, et a lingua dolósa.
Allelúja, allelúja. [Ps.
vii: 2] Dómine Deus meus, in te sperávi: salvum me fac ex ómnibus
persequéntibus me, et líbera me. Allelúja.
Luc.
xiv: 16-24
Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Lucam.
In illo témpore: Dixit Jesus Pharisǽis parábolam hanc:
«Homo quidam fecit cœnam magnam, et vocávit multos. Et misit servum suum hora
cœnæ dícere invitátis ut venírent, quia jam paráta sunt ómnia. Et cœpérunt
simul omnes excusáre. Primus dixit ei: “Villam emi, et necésse hábeo exíre, et
vidére illam: rogo te, habe me excusátum.” Et alter dixit: “Juga boum emi
quinque, et eo probáre illa: rogo te, habe me excusátum.” Et álius dixit:
“Uxórem duxi, et ídeo non possum veníre.” Et revérsus servus nuntiávit hæc dómino
suo. Tunc irátus paterfamílias, dixit servo suo: “Exi cito in platéas, et vicos
civitátis: et páuperes, ac débiles, et cæcos, et claudos íntroduc huc.” Et ait
servus: “Dómine, factum est ut imperásti, et adhuc locus est.” Et ait dóminus
servo: “Exi in vias et sepes: et compélle intráre, ut impleátur domus mea. Dico
autem vobis, quod nemo virórum illórum, qui vocáti sunt, gustábit cœnam meam.”»
Offertorium:
Ps. vi: 5.
Dómine, convértere, et éripe ánimam meam: salvum me fac
propter misericórdiam tuam.
Secreta:
Oblátio nos, Dómine, tuo nómini dicánda puríficet: et de
die in diem ad cæléstis vitæ tránsferat actiónem. Per Dóminum.
Communio:
Ps. xii: 6
Cantábo Dómino, qui bona tríbuit mihi: et psallam nómini
Dómini altíssimi.
Postcommunio:
Sumptis munéribus sacris, quǽsumus, Dómine: ut cum
frequentatióne mystérii, crescat nostræ salútis efféctus. Per Dominum.
SERMON
Homilía de San Gregorio, Papa.
Homilia
36 sobre los Evangelios.
Entre las delicias corporales y
las espirituales hay, por lo común, amadísimos hermanos, esta diferencia: que
las corporales, antes de gozarlas, despiertan un ardiente deseo; mas después de
gustarlas ávidamente no tardan, por su misma saciedad, en causar hastío. Las
espirituales, por el contrario, causan hastío mientras no se han gustado; mas
después de gozarlas se despierta el apetito de las mismas; y son tanto mas
apetecidas por el que las prueba, cuanto mayor es el apetito con que las gusta.
En aquellas, el deseo agrada, mas la posesión desagrada; estas, en cambio,
apenas se desean, mas su posesión es sumamente agradable. En aquellas, el apetito
engendra la saciedad y la saciedad produce el hastío; pero en estas, el apetito
engendra también la saciedad, mas la saciedad produce apetito.
Las delicias espirituales al
saciar el alma fomentan su apetito, porque cuanto mas se percibe el sabor de
una cosa, tanto mejor se la conoce, por lo cual se la ama con mayor avidez; por
esto, cuando no se han experimentado no pueden amarse porque se desconoce su
sabor. ¿Quien, en efecto, puede amar lo que no conoce? He ahí por que dice el
Salmista: “Gustad y ved cuan suave es el Señor”. Como si dijera abiertamente:
No conoceréis su suavidad si no la gustáis; pero tocad con el paladar de
vuestro corazón el alimento de vida, para que, experimentando su suavidad, seáis
capaces de amarle. El hombre perdió estas delicias cuando peco en el Paraíso;
salio de el cuando cerro su boca al alimento de eterna suavidad.
De aquí proviene que, habiendo nacido
en las penas de este destierro, lleguemos aquí abajo a tal hastío, que ya no
sabemos lo que debemos desear. Esta enfermedad del hastío se aumenta tanto mas
en nosotros cuanto mas el alma se aleja de este alimento lleno de suavidad. Llega
hasta el punto de perder todo apetito por esas delicias interiores, a causa
precisamente de haberse mantenido alejada de ellas, y haber perdido de mucho
tiempo atrás el habito de gustarlas. Es, pues, nuestro hastío el que hace que
nos debilitemos; es esa funesta y prolongada inanición la que nos agota. Y, por
cuanto no queremos gustar interiormente la suavidad que se nos ofrece, preferimos, insensatos, el hambre a
que nos condenan las cosas externas.
(Oficio Divino, Alfonso Gubianas, Tomo II, páginas 235 y siguientes).
Estas palabras nos recuerdan
todas las miserias de la vida, el menosprecio con que hemos de mirar las cosas
creadas y perecederas, el deseo con que debemos esperar la salida de este mundo
para encaminarnos a nuestra verdadera patria, ya que esta tierra no lo es.
Consolémonos, sin embargo, del
destierro a que estamos sujetos; en él tenemos un Dios, un amigo, un consolador
y un Redentor, que puede endulzar nuestras penas, haciéndanos vislumbrar
grandes bienes, desde este valle de miserias; lo cual debe llevarnos a
exclamar, como la Esposa de los Cantares: «¿Habéis visto a mi amado? Y si lo
habéis visto, decidle que no hago más que penar» (Cant., V, 8.) ¿Hasta cuándo,
Señor, exclama el santo Rey Profeta en sus transportes de amor y arrobamiento,
hasta cuándo prolongaréis mi destierro lejos de Vos? (Ps. CXIX, 5.). Mas
dichosos que los santos del Antiguo Testamento, no solamente poseemos a Dios
por la grandeza de su inmensidad, en virtud de la cual se halla en todas
partes; sino que le tenemos con nosotros tal cual estuvo durante nueve meses en
el sello de María, tal cual estuvo en la cruz. Más afortunados aún que los
primeros cristianos, quienes hacían cincuenta o sesenta leguas de camino para
tener la dicha de verle, nosotros le poseemos en cada parroquia, cada parroquia
puede gozar a su gusto de tan dulce compañía. ¡Oh, pueblo feliz!.
¿Cuál es mi propósito?. Vedlo
aquí. Quiero mostraros la bondad de Dios en la institución del adorable
sacramento de la Eucaristía y los grandes provechos que de este sacramento
podemos sacar.
I.- Digo yo que lo que hace la
felicidad de un buen cristiano, hace la desgracia de un pecador. ¿Queréis de
ello una prueba? Vedla aquí. Para el pecador que no quiere salir del pecado, la
presencia de Dios se convierte en un suplicio: quisiera él borrar el
pensamiento de que Dios le está mirando y le juzgará, se oculta, huye de la luz
del sol, se hunde en las tinieblas, siente indecible horror por todo lo que
puede evocarle aquel pensamiento; un ministro de Dios le estorba, le causa
odio, huye de Él, cuando piensa que tiene un alma inmortal, que hay un Dios que
le recompensará o castigará durante toda la eternidad; conforme a sus obras; le
parece que tales pensamientos son otros tantos verdugos que le atormentan sin
cesar. ¡Ah!, ¡triste existencia la de un pecador que vive en pecado! ¡Es en
vano que te ocultes de la presencia de Dios, nunca podrás conseguirlo! «¿Adán,
Adan, donde estás?» «Señor, exclama, he pecado y temo vuestra presencia» (Gen.,
III, 9-10). Adán, temblando, corre a ocultarse, y es precisamente en el momento
en que creía no ser visto de Dios cuando se hizo oír su voz : «Adán en todas
partes me hallarás; has pecado, y Yo he sido testigo de tu crimen; mis ojos
estaban fijos en ti». «Caín, Caín, ¿dónde está tu hermano?». Al oír la Voz del
Señor, Caín quedó estupefacto. Pero Dios le persiguió con la espada en el
cinto: «Caín, la sangre de tu hermano clama venganza» (Gen., IV, 9-10). Cuan
cierto es que el pecador se halla en un continuado espanto y desesperación.
¿Qué hiciste, pecador? Dios te castigará. No, no, exclama, Dios no me ha visto,
«no hay Dios». ¡Ah!, desgraciado, Dios te ve y te castigará. De lo cual
concluyo que en vano el pecador querrá tranquilizarse, olvidar sus pecados,
huir de la presencia de Dios y procurarse todo cuanto su corazón pueda desear;
a pesar de todo esto, no dejará de ser un desdichado; en todas partes
arrastrará sus cadenas y su infierno. ¡ Ah !, ¡ triste existencia 1 No vayamos
más lejos; estos pensamientos son demasiados desesperanzadores; de ningún modo
nos conviene hoy_ este lenguaje; dejemos a esos pobres desgraciados en las
tinieblas, ya que en ellas quieren vivir; dejemos que se condenen, ya que no
quieren salvarse.
«Venid, hijos míos, decía el
santo Rey David, venid, pues tenga grandes cosas que anunciaros ; venid, y os
diré cuán bueno es el Señor para los que le aman. Tiene preparado para sus
hijos un alimento celestial que da frutos de vida. En todas partes hallaremos a
nuestro Dios; si vamos al cielo, allí estará; si pasamos el mar, le veremos a
nuestro lado. Si nos sumergimos en la profundidad caótica de las aguas, hasta
allí nos acompañará» (Ps. XXXIII; CXXXVIII. XXII.). Nuestro Dios no nos pierde
de vista, cual una madre que está vigilando al hijito que da los primeros
pasos. «Abraham, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas
partes.» «¡ Dios mío !, exclama Moisés, servíos mostrarme vuestra faz: con ella
tendré cuanto puedo desear» (Exod, XXIII, 13.). Cuán consolado queda un
cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus
combates, que tiene a Dios de su parte. Digámoslo mejor, ¡todo un Dios le
estrecha dulcemente contra su seno! ¡Pueblo cristiano! ¡Cuán dichoso eres al
gozar de tantos favores que no se conceden a los demás pueblos! Razón tenía al
decirnos, que si la presencia de Dios es una tiranía para el pecador, es en
cambio una delicia infinita; un cielo anticipado para el buen cristiano.
Hermoso y consolador es lo que
os acabo de decir, más aún no es todo, es poca cosa todavía, me atrevo a decir,
en comparación del amor que Jesucristo nos manifiesta en el adorable sacramento
de la Eucaristía. Si me dirigiese a gente incrédula o impía, que se atreve a
dudar de la presencia de Jesucristo en este adorable sacramento, comenzaría por
aportar pruebas tan claras y convincentes, que morirían de pena por haber
dudado un misterio apoyado en argumentos tan fuertes v persuasivos. Les diría
yo: si es verdad la existencia de Jesucristo, también es verdad este misterio,
ya que Aquél, después de haber tomado un fragmento de pan en presencia de sus
apóstoles, les dijo: «Ved aquí pan; pues bien, voy a transformarlo en mi
Cuerpo; ved aquí vino, el cual voy a transformar en mi sangre; este cuerpo es
verdaderamente el mismo que será crucificado, y esta sangre es la misma que
será derramada en remisión de los pecados ; y cuantas veces pronunciéis estas
palabras, dijo además a sus apóstoles, obraréis el mismo milagro; esta potestad
la comunicaréis unos a otros hasta el fin de los siglos»(Matth., XXVI ; Luc.,
XXII.). Mas ahora dejemos a un lado estas pruebas; tales razonamientos son
inútiles para unos cristianos que tantas veces han gustado las dulzuras que
Dios les comunica en el sacramento del amor.
Dice San Bernardo que hay tres
misterios en los cuales no puede pensar sin que su corazón desfallezca de amor
y de dolor, El primero es el de la Encarnación, el segundo es el de la muerte y
pasión de Jesús, y el tercero es el del adorable sacramento de la Eucaristía.
Al hablarnos el Espíritu Santo del misterio de la encarnación, se expresa en
términos que nos muestra la imposibilidad de comprender hasta dónde llega el
amor de Dios a los hombres, pues dice: «Así amó Dios al mundo», como si nos
dijese: dejo a vuestra mente, deja a vuestra imaginación la libertad de formar
sobre ello las ideas que os plazca; aunque tuvieseis toda la ciencia dé las
profetas, todas las luces de los doctores y todos los conocimientos de los
ángeles, os sería imposible comprender el amor que Jesucristo ha sentido por
vosotros en estos misterios. Cuando nos habla San Pablo de los misterios de la Pasión
de Jesucristo, ved cómo se expresa : «Con todo y ser Dios infinito en
misericordia y en gracia, parece haberse agotado por amor nuestro. Estábamos
muertos y nos dió la vida. Estábamos destinados a ser infelices por toda una
eternidad, y con su bondad y misericordia ha cambiado nuestra suerte» (Eph.,
II, 4-6.). Finalmente, al hablarnos, San Juan, de la caridad que Jesucristo
mostró con nosotros al instituir el adorable sacramento de la Eucaristía, nos
dice «que nos amó hasta el fin» (Joan., XIII, 1.) es decir, que amó al hombre,
durante toda su vida, con un amor sin igual. Mejor dicho, nos amó cuanto pudo.
¡Oh, amor, cuan grande y cuán poco conocido eres!
Y pues, amiga mío, ¿no
amaremos a un Dios que durante toda la eternidad ha suspirado por nuestro bien?
¡Un Dios que tanto lloró nuestros pecados, y que murió para borrarlos! Un Dios
que quiso dejar a los ángeles del cielo, donde es amado con amor tan perfecto y
puro, para bajar a este mundo, sabiendo muy bien que aquí sería despreciado. De
antemano sabía las profanaciones que iba a sufrir en este sacramento de amor.
No se le ocultaba que unos le recibirían sin contrición; otros sin deseo de
corregirse; ¡ay!, otros tal vez, con el crimen en su corazón, dándole con ello
nueva muerte. Pero nada de esto pudo detener su amor. ¡Dichoso pueblo
cristiano! … «Ciudad de Sión, regocíjate, prorrumpe en la más franca alegría,
exclama el Señor por la boca de Isaías, ya que tu Dios mora en tu recinto»
(Is.,XII,6.). Lo que el profeta Isaías decía a su pueblo, puedo yo decíroslo
con más exactitud. ¡Cristianos, regocijaos!, vuestro Dios va a comparecer entre
vosotros. Este dulce Salvador va a visitar vuestras plazas, vuestras calles,
vuestras moradas; en todas partes derramará las más abundantes bendiciones.
¡Moradas felices aquellas delante de las cuales va a pasar! ¡Oh, felices
caminas los que vais a estremeceros bajo tan santos y sagrados pasos! ¿Quién
nos impedirá decir, al volver a discurrir por la misma vía : Por aquí ha pasado
mi Dios, por esta senda ha seguido cuando derramaba sus saludables bendiciones
en esta parroquia?
¡Qué día tan consolador para
nosotros!. Si nos es dado gozar de algún consuela en este mundo, ¿ no será, por
ventura, en este momento feliz? Olvidemos, a ser posible, todas nuestras
miserias. Esta tierra extranjera va a convertirse en la imagen de la celestial
Jerusalén; las alegrías y fiestas del cielo, van a bajar a la tierra. «Péguese
la lengua a mi paladar, si es capaz de olvidar estos grandes beneficios» (Ps.
CYXXVI, 6.). ¿Que el cielo prive a mis ojos de la luz, si ellos han de fijar
sus miradas en las cosas terrenas?
Si consideramos las obras de
Dios: el cielo v la tierra, el orden admirable que reina en el vasto universo,
ellas nos anuncian un poder infinito que lo ha creado todo, una sabiduría
infinita que todo lo gobierna, tina bondad suprema y providente que cuida de
todo con la misma facilidad que si estuviese ocupada en un solo ser: tantos
prodigios han de llenarnos forzosamente de sorpresa, espanto y admiración. Mas;
fijándonos en el adorable sacramento de la Eucaristía, podemos decir que en él
está el gran prodigio del amor de Dios con nosotros; en él es donde su
omnipotencia, su gracia y su bondad brillan de la manera más extraordinaria.
Con toda verdad podemos decir que éste es el pan bajado del cielo, el pan de
los ángeles, que recibimos coma alimento de nuestras almas. Es el pan de los
fuertes que nos consuela y suaviza nuestras penas. Es éste realmente «el pan de
los caminantes»; mejor dicho, es la llave qué nos franquea las puertas del
cielo. «Quien me reciba, dice el Salvador, alcanzará la vida eterna: el que me
coma no morirá. Aquel, dice el Salvador, que acuda a este sagrado banquete,
hará nacer en él una fuente que manará hasta la vida eterna» (Ioan., VI, 54.55;
IV, 14.).
Mas, para conocer mejor las
excelencias de este don, debemos examinar hasta qué punto Jesucristo ha llevado
su amor a nosotros en este sacramento. No era bastante que el Hijo de Dios se
hiciese hombre por nosotros; para dejar satisfecho su amor, era preciso ofrecerse
a cada uno en particular. Ved cuánto nos ama. En la misma hora en que sus
indignos hijos activaban los preparativos para darle muerte, su amor le llevaba
a obrar un milagro cuyo objeto es permanecer entre ellos. ¿Se ha visto, podrá
verse amor más generoso ni mas liberal que el que nos manifiesta en el
Sacramento de su amor? ¿No habremos de afirmar, con el Concilio de Trento, que
en dicho Sacramento es donde la liberalidad v generosidad divinas han agotado
todas sus riquezas? (Ses., XIII, cap. II.). ¿Nos será dado hallar sobre la
tierra, y hasta en el cielo, algo que con este misterio pueda ser comparado?
¿Se ha visto jamás que la ternura de un padre, la liberalidad de un rey para
sus súbditos, llegase hasta donde ha llegado la que muestra Jesucristo en el
Sacramento de nuestros altares? Vemos que los padres, en su testamento, dejan
las riquezas a sus hijos; mas en el testamento del Divino Redentor, no son
bienes temporales, puesto que ya los tenemos…, sino su Cuerpo adorable y su
Sangre preciosa lo que nos da. ¡Oh, dicha del cristiano, cuán poco apreciada
eres¡. No, Jesús no podía llevar su amor más allá que dándose a Sí mismo;
ya que, al recibirlo, le recibimos con todas sus riquezas. ¿No es esto una
verdadera prodigalidad de un Dios para con sus criaturas?. Si Dios nos hubiese
dejado en libertad de pedirle cuanto quisiéramos, ¿nos habríamos atrevido a
llevar hasta tal punto nuestras esperanzas? Por otra parte, el mismo Dios, con
ser Dios, ¿podía hallar alga más precioso para darnos?, nos dice San Agustín.
Pera, ¿sabéis aún cuál fué el motivo que movió a Jesucristo a permanecer día y
noche en nuestras templos? Pues fué para que, cuantas veces quisiéramos verle,
nos fuese dado hallarle. ¡Cuán grande eres, ternura de un padre!. ¡Qué cosa
puede haber más consoladora para, un cristiano, que sentir que adora a un Dios
presente en cuerpo y alma! «Señor, exclama el Profeta Rey, ¡un día pasado junta
a Vos es preferible a mil empleados en las reuniones del mundo»! (Pes.,
LXXXIII, 11.). ¿Qué es, en efecto, lo que hace tan santas y respetables
nuestras iglesias?, ¿no es, por ventura, la presencia real de Nuestro Señor
Jesucristo? ¡Ah!, ¡pueblo feliz, el cristiano!
II.- Pero, me preguntaréis,
¿qué deberemos hacer para testimoniar a Jesucristo nuestro respeto y nuestra
gratitud? Vedlo aquí :
1.° Deberemos comparecer
siempre ante su presencia con el mayor respeto, y seguirle con alegría
verdaderamente celestial, representándonos interiormente aquella gran procesión
que tendrá lugar después del juicio final. Para quedar penetrados del más
profundo respecto, bastará recordar nuestra condición de pecadores,
considerando cuán indignos somos de seguir a un Dios tan santo y tan puro,
Padre bondadoso al que tantas veces hemos despreciado y ultrajado, y que con
todo nos ama aún y se complace en darnos a entender que está dispuesto a
perdonarnos nuevamente. ¿Qué es lo que hace Jesucristo cuando le llevamos en
procesión? Vedlo aquí. Viene a ser como un buen rey en medio de sus súbditos,
como un padre bondadoso rodeado de sus hijos, como un buen pastor visitando sus
rebaños. ¿En qué debemos pensar cuando marchamos en pos de nuestro Dios? Mirad.
Hemos de seguirle con la misma devoción y adhesión que los primeros fieles
cuando moraba aquí en la tierra prodigando el bien a todo el mundo. Sí, si
acertamos a acompañarle con viva fe, tendremos la seguridad de alcanzar cuanto
le pidamos.
Leemos en el Evangelio que un
día, en el camino por donde pasaba el Señor, había dos ciegos, los cuales se
pusieron a dar voces diciendo: «¡Jesús, hijo de David, ten piedad de nosotros!»
Al verlos el Divino Maestro, movióse a compasión, y les preguntó qué querían.
«Señor, le respondieron, haced que veamos.» «Pues ved», les dijo el Salvador
(Matth., XX, 30-34.). Un gran pecador llamado Zaqueo, deseando verle pasar, se
encaramó a un árbol; pero Jesucristo, que había venido para salvar a los
pecadores, le dijo: «Zaqueo, baja del árbol pues quiero alojarme en tu casa»,
¡En tu casa!, lo cual es como si le dijese: Zaqueo, desde hace mucho tiempo, la
puerta de tu corazón está cerrada por el orgullo y las injusticias; ábreme hoy,
pues vengo para otorgarte el perdón. Al momento, bajó Zaqueo, humillóse
profundamente ante su, Dios, reparó todas sus injusticia no deseando ya por
herencia otra cosa que la pobreza y el sufrimiento (Luc., XIX, 1-10.). ¡Oh,
instante feliz, el cual le valió una eternidad de dicha! Otro día pasando el
Salvador por otra calle, seguíale una pobre mujer, afligida por espacio de.
doce años a causa de un flujo de sangre: Se decía ella : «Si tuviese la dicha
de tocar aunque sólo fuese el borde de sus vestiduras, estoy cierta que curaría
» (Matth., IX, 20-22.). Y corrió, llena de confianza, a arrojarse a los pies
del Salvador, y al momento quedó libre de su enfermedad. Si tuviésemos la misma
fe y la misma confianza, obtendríamos también las mismas gracias; puesto que es
el mismo Dios, el mismo Salvador y el mismo Padre, animado de la misma caridad.
«Venid. decía el Profeta, venid, salid de vuestros tabernáculos, mostraos a
vuestro pueblo que os desea y os ama.» ¡Ay!, ¡cuántos enfermos esperan la
curación! ¡Cuántos ciegos a quienes habría que devolver la vista! ¡Cuantos
cristianos, de los que van a seguir a Jesucristo, tienen sus almas cubiertas de
llagas! ¡Cuántos cristianos están en las tinieblas y no ven que corren
inminente peligro de precipitarse en el infierno! ¡Dios mío!, ¡curad a unos e
iluminad a otros! ¡Pobres almas, cuán desdichadas sois!
Nos refiere San Pablo que,
hallándose en Atenas, vió escrito en un altar: «Aquí reside el Dios
desconocido» (Ignoto Deo (Act. XVII, 23).). Pero, ¡ay!, podría deciros yo lo
contrario: vengo a anunciaros un Dios que vosotros conocéis como tal, y no
obstante no le adoráis, antes bien le despreciáis. Cuántos cristianos, en el
santo día del domingo, no saben cómo emplear el tiempo, y, con todo, no se
dignan dedicar ni tan sólo unos momentos a visitar a su Salvador que arde en
deseos de verlos juntos a sí, para decirles que los ama y que quiere colmarles
de favores. ¡Qué vergüenza para nosotros!… ¿Ocurre algún acontecimiento
extraordinario?, lo abandonáis todo y corréis a presenciarlo. Mas a Dios no
hacemos otra cosa que despreciarle, huyendo de su presencia; el tiempo empleado
en honrarle siempre nos parece largo, toda práctica religiosa nos parece durar
demasiado. ¡Cuán distintos eran los primeros cristianos!. Consideraban como las
más felices de su vida los días y noches empleados en las iglesias cantando las
alabanzas del Señor o llorando sus pecados; mas hoy, por desgracia; no ocurre
lo mismo. Los cristianos de hoy, huyen de Él y le abandonan, y hasta algunos le
desprecian; la mayor parte nos presentamos en las iglesias, lugar tan sagrado,
sin reverencia sin amor de Dios, hasta sin saber para qué vamos allí. Unos
tienen ocupado su corazón y su mente en mil cosas terrenas o tal vez
criminales; otros están allí can disgusta y fastidio; otros hay que apenas si
doblan la rodilla en las momentos en que un Dios derrama su sangre preciosa
para perdonar sus pecados; finalmente, otros, aun no se ha retirado el
sacerdote del altar, ya están fuera del templo. Dios mío, cuán poco os aman
vuestras hijos, mejor dicho, cuanto os desprecian. En efecto, ¿cuál es el
espíritu de ligereza y disipación que dejéis de. mostrar en la iglesia? Unos
duermen, otros hablan, y casi ninguno hay que se ocupe en lo que allí debería
ocuparse.
2.° Digo que habiendo sido los
hombres criados por Dios y enriquecidos sin cesar por su mano con los más
abundantes favores, debemos todos testificarle nuestra agradecimiento, y a la
vez afligirnos por haberle ultrajado. Nuestra conducta debe ser la de un amigo
que se entristece por las desgracias que a su amigo sobrevienen: a esto se
llama mostrar una amistad sincera. Sin embargo, por favores que haya podido
prestar un amigo, nunca hará lo que Dios ha hecho por nosotros. – Pero, me
diréis, ¿quiénes deben, al parecer de usted, sentir un amor más intenso y más
ardiente a la vista de los ultrajes que Jesucristo recibe de los malos
cristianos? – Es indudable que todos han de afligirse por los desprecios de que
es objeto, todos han de procurar desagraviarle; mas entre los cristianos hay
algunos que están obligados a ello de un modo especial, y san los que tienen la
dicha de pertenecer a la cofradía del Santísimo Sacramento. He dicho: «Que
tienen la dicha». ¿Habrá otra mayor que la de ser escogidas para desagraviar a
Jesucristo de los ultrajes que recibe en el Sacramento de su amor? No os quepa
duda; vosotros, como cofrades, estáis obligados a llevar una vida mucho más
perfecta que el común de los cristianos. Vuestros pecados son mucho más
sensibles a Dios Nuestro Señor. No es bastante can llevar un cirio en la mano,
para dar a entender que somos cantados entre los escogidos de Dios; es preciso
que nuestro comportamiento nos singularice, como el cirio nos distingue de los
que no lo llevan. ¿Por qué llevamos esos cirios que brillan, si no es para
indican que nuestra vida debe ser un modelo de virtud, para mostrar que
consideramos como una gloria el ser hijos de Dios y que estamos prestos a dar
la vida por defender los intereses de Aquel a quien nos hemos consagrado
perpetuamente? Sí, esforzarse en adornar las iglesias y los altares es dar,
ciertamente, señales exteriores muy buenas y laudables; pero no hay, bastante.
Los bethsamitas, cuando el arca del Señor pasó por su tierra, dieron muestras
del mayor celo y diligencia; en cuanto la divisaron, salió el pueblo en masa
para precederla; todos se ocuparon diligentemente en preparar la leña para
ofrecer los sacrificios. Sin embargo, cincuenta mil hubieron de morir, por no
haber guardado bastante respeto (1 Reg., VI.). ¡Cuánto ha de hacernos temblar
este ejemplo! ¿Que objetos guardaba aquella arca?. Un poco de maná, las tablas
de la Ley; y porque los que a ella se acercan no están bien penetrados de su
presencia, el Señor los hiere de muerte. Pero, decidme, ¿quiénes de los que
reflexionen tan sólo por un momento sobre la presencia de Jesucristo, no
quedarán sobrecogidos de temor? ¡Cuántos desgraciados forman parte del cortejo
del Salvador, con un corazón lleno de culpas! ¡Ah, infeliz!, en vano doblarás
la rodilla, mientras un Dios se yergue para bendecir a su pueblo; sus
penetrantes miradas no dejarán por eso de ver los horrores que cobija tu
corazón. Mas, si nuestra alma está pura, entonces podremos figurarnos que vamos
en pos de Jesucristo como en pos de un gran rey, que sale de la capital de su
reino para recibir los homenajes de sus súbditos y colmarlos de favores.
Leemos en el Evangelio que
aquellos dos discípulos que iban a Emmaús andaban en compañía del Salvador sin
conocerle; y cuando le hubieron reconocido, desapareció. Enajenados por su
dicha, decíanse el uno al otro: «Cómo se explica que no le hayamos reconocido,
¿Acaso nuestros corazones no se sentían inflamados de amor cuando nos hablaba
explicándonos las Escrituras?» (Luc., XXIV, 13-32.) . Mil veces más dichosos
que aquellas discípulos somos nosotros, va que ellos iban en compañía de
Jesucristo sin conocerle, mas nosotros sabemos que quien marcha en nuestra
compañía presidiéndonos, es nuestro Dios y Salvador, el cual va a hablar al
fondo de nuestro corazón, en donde infundirá una infinidad de buenos
pensamientos y santas inspiraciones. «Hijo mío, te dirá, ¿por qué no quieres
amarme? ¿Por qué no dejas ese maldito pecado que levanta una muralla de
separación entre ambos? ¡Ah!, hijo mío, aquí tienes el perdón, ¿quieres
arrepentirte?» Pero ¿qué le responde el pecador? «No, no, Señor, prefiero vivir
bajo la tiranía del demonio y ser reprobado, a imploraros perdón.»
Mas, me dirá alguno, nosotros
no decimos esto al Señor. – Pero ya replica que se lo, decís repetidamente, o
sea, cada vez que Dios os inspira el pensamiento de convertiros. ¡Ah,
desgraciado! día vendrá en que pedirás lo que hoy rehúsas, y entonces tal vez
no te será concedido. Es muy cierto, que si tuviésemos la dicha de que Dios se
nos hiciese visible, como ha acontecido a muchos santos, ya en la figura de un
niño en el pesebre, ya traspasado por los clavos en la cruz, sentiríamos hacia
Él mayor respeta y amor; pera esto no lo merecemos, y si nos aconteciese un
caso semejante nos creeríamos ya santos, lo cual sería un motivo de orgullo.
Mas, aunque Dios no nos otorgue esta gracia, no deja por ello de estar
presente, y presto a concedernos cuanto le pidamos.
Refiérese en la historia que,
dudando un sacerdote de esta verdad, después de haber pronunciado las palabras
de la consagración: «¿Cómo es posible, decía entre sí, que las palabras de un
hombre abren tan gran milagro?» Mas Jesucristo, para echarle en cara su poca
fe, hizo que la santa Hostia sudase sangre en abundancia, hasta el punto que
fué preciso recoger ésta con una cuchara (Las maravillas divinas en la Santa
Eucaristía, por el P. Rossignoli, S. J., CXIII. maravilla.). Y el mismo autor
nos refiere también que un día se pegó fuego a una capilla, y ardió toda la construcción
hasta quedar destruída; mas la santa Hostia quedó suspendida en el aire sin
apoyarse en ninguna parte. Habiendo acudido un sacerdote para recibirla en un
vaso, vino en seguida ella misma a posarse allí…( Es el milagro de las
sagradas Hostias de Faverney; en la diócesis de Besançon, ocurrido el día 26 de
mayo de 1608. Cfr. Monseñor de Segur, en La Francia al Pie del Santísimo
Sacramento, XV.).
Si amásemos a Dios, sería para
nosotros una gran alegría, una gran dicha el venir todas los domingos al templo
a emplear algunos momentos en adorarle y pedirle perdón de los pecados;
miraríamos aquellos instantes como los más deliciosos de nuestra vida. ¡Cuán
consoladores y suaves son los momentos pasados con este Dios de bondad! ¿Estás
dominado por la tristeza?, ven un momento a echarte a sus plantas, y quedarás
consolado. ¿Eres despreciado del mundo?, ven aquí, y hallarás un amigo
que jamás quebrantará la fidelidad. ¿Te sientes tentado?, aquí es donde vas a
hallar las armas más seguras y terribles para vencer a tu enemigo. ¿Temes el
juicio formidable que a tantos santos ha hecho temblar?, aprovéchate del tiempo
en que tu Dios es Dios de misericordia y en que tan fácil es conseguir el
perdón. ¿Estás oprimido por la pobreza?, ven aquí, donde hallarás a un Dios
inmensamente rico, que te dirá que todos sus bienes son tuyos, no en este
inundo sino en el otro: Allí es donde te preparo riquezas infinitas; anda,
desprecia esos bienes perecederos y en cambio obtendrás otros que nunca te
habrán de faltar. ¿Queremos comenzar a gozar de la felicidad de los santos ?,
acudamos aquí y saborearemos tan venturosas primicias.
¡Cuán dulce es gozar de los
castos abrazos del Salvador! ¿No habéis experimentado jamás una tal delicia? Si
hubieseis disfrutado de semejante placer, no sabríais aveniros a veros privados
de él. No nos admire, pues, que tantas almas santas hayan pasado toda su vida,
día y noche, en la casa de Dios, no sabiendo apartarse de su presencia.
Leemos en la historia que un
santo sacerdote hallaba tal delicia y consuelo en el recinto de los templos,
que hasta se acostaba sobre las gradas del altar, para que, al despertarse, le
cupiese la dicha de hallarse junto a su Dios; y Dios, para recompensarle,
permitió que ni muriese al pie del altar. Mirad a San Luis: durante sus viajes,
en vez de pasar la noche en la cama, la pasaba al pie de los altares, junto a la
dulce presencia del Salvador. ¿Por qué, pues, sentimos nosotros tanta
indiferencia y fastidio al venir aquí? Es que nunca hemos disfrutado de tan
deliciosos momentos?
¿Qué debemos sacar de todo
esto?, vedlo aquí. Hemos de tener como uno de los instantes más felices de
nuestra vida aquel en que nos es dado estar en compañía de tan buen amigo.
Formemos en su cortejo con santo temor; como pecadores, pidámosle, con dolor y
lágrimas en las ojos, perdón de nuestros pecados, y podemos estar ciertos de
que lo alcanzaremos… Si nos hemos reconciliado, imploremos el don precioso de
la perseverancia. Digámosle formalmente que preferimos mil veces morir antes
que volver a ofenderle. Mientras no améis a vuestro Dios, jamás vais a quedar
satisfechos: todo os agobiará, todo os fastidiará; mas, en cuanto le améis,
comenzaréis una vida dichosa; y en ella podréis esperar tranquilamente la
muerte! … ¡Aquella muerte feliz, que nos juntará a nuestro Dios!… ¡Ah,
dulce felicidad!, ¿cuándo llegarás?… ¡Cuán largo es el tiempo de espera!,
¡ven!, ¡tú nos procurarás el mayor de todos los bienes, o sea la posesión del
mismo Dios!….
Los sustentó con flor de trigo,
aleluya; y saciólos con miel de la roca, aleluya, aleluya, aleluya. S/. Regocijaos alabando a Dios, nuestro protector;
cantad al Dios de Jacob. V/ Gloria.
Colecta.-
Oh Dios!, que bajo un sacramento
admirable, nos dejaste el memorial de tu pasión; te pedimos, Señor, nos
concedas celebrar de tal manera los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre,
que sintamos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives.
Epístola. 1 Cor.11.23-29.-
Hermanos: Del Señor aprendí lo
que también os tengo ya enseñado, y es que el Señor Jesús, la noche misma en
que había de ser traicionado, tomó el pan, y dando gracias, lo partió, y dijo:
Tomad y comed; éste es mi cuerpo, que por vosotros será entregado; haced esto
en memoria mía. Y de la misma manera tomó el cáliz, después de haber cenado,
diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre; haced esto, siempre
que lo bebiereis, en memoria mía. Así que, cuantas veces comiereis este pan y
bebiereis este cáliz, otras tantas anunciaréis la muerte del Señor, hasta que
venga. Por tanto, cualquiera que coma este pan o beba el cáliz del Señor
indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. Examínese, pues, a si
mismo cada cual, y así coma de ese pan y beba de ese cáliz. Porque quien le come
y bebe indignamente, se come Y bebe su propia condenación, si no discierne el
cuerpo del Señor.
Gradual. Salm.144.15-16.-
Los ojos de todos en ti esperan,
Señor; y tú les das comida en el tiempo conveniente, y. abres tu mano, y
llenas a todo viviente de bendición.
Aleluya. Juan 6,56-57.-
Aleluya, aleluya. V/. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida: el que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece, y yo
en él.
Secuencia.
Santo Tomás de Aquino.
Alaba, alma mía, a tu Salvador;
alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas,
porque él está sobre toda alabanza, y jamás podrás alabarle lo bastante.
El tema especial de nuestros
loores es hoy el pan vivo y que da vida.
El cual se dio en la mesa de la
sagrada cena al grupo de los doce apóstoles sin género de duda.
Sea, pues, llena, sea sonora,
sea alegre, sea pura la alabanza de nuestra alma.
Pues celebramos el solemne día en
que fue instituido este divino banquete.
En esta mesa del nuevo rey, la
pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.
Lo viejo cede ante lo nuevo, la
sombra ante la realidad, y la luz ahuyenta la noche.
Lo que Jesucristo hizo en la
cena, mandó que se haga en memoria suya.
Instruidos con sus santos
mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los
cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.
Lo que no comprendes y no ves,
una fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies, que son
accidente y no substancia, están ocultos los dones más preciados.
Su carne es alimento y su sangre
bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie.
Quien lo recibe no lo rompe, no
lo quebranta ni lo desmembra; recíbese
todo entero.
Recíbelo uno, recíbenlo mil; y
aquél le toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo buenos y malos; mas con
suerte desigual de vida o de muerte.
Es muerte para los malos y vida
para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.
Cuando se divida el Sacramento,
no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como
antes en el todo.
No se parte la sustancia, se
rompe sólo la señal; ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro; verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros
Figuras lo representaron: Isaac
fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres
Buen pastor, pan verdadero, ¡oh
Jesús], ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la
tierra de los vivientes.
Tu, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos tus comensales, coherederos
y compañeros de los santos ciudadanos. Amén. Aleluya.
Evangelio. Juan 6.56-59.-
En aquel tiempo: Dijo Jesús a las
turbas de los judíos: Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre,
verdaderamente bebida, quien come mi carne y bebe mi sangre, en mi mora y yo en
él. Así como vive el Padre que me envió, y yo vivo por el Padre; así, el que me come, también vivirá
por mí. Éste es el pan que ha bajado del celo, No sucederá como a nuestros
padres, que comieron el maná, y murieron. Quien coma este pan, vivirá
eternamente.
Ofertorio. Lev.21.6.-
Los sacerdotes del Señor ofrecen
a Dios incienso y panes; por tanto, serán santos para su Dios, y no profanarán
su nombre. Aleluya.
Secreta.-
Te pedimos, Señor, concedas
propicio a tu Iglesia los dones de la unidad y de la paz, místicamente representados
por los presentes que te ofrecemos. Por N. S.
Comunión. 1 Cor.11.26-27.-
Cuantas veces comeréis este pan y
beberéis este cáliz, otras tantas anunciaréis la muerte del Señor hasta que
venga. Por tanto, cualquiera que coma este pan o beba el cáliz del Señor indignamente,
será reo del cuerpo y sangre del Señor, aleluya.
Poscomunión.-
Te suplicamos, Señor, nos sacies
plenamente con el goce sempiterno de tu
divinidad, el cual está representado en la recepción temporal de tu precioso
cuerpo y sangre. Tú que vives y reinas
con Dios Padre.
In Festo
Sanctíssimi Córporis Christi
I
Classis
Introitus:
Ps. lxxx: 17
Cibavit illos ex ádipe fruménti, allelúja: et de petra,
melle saturávit eos, allelúja, allelúja, allelúja. [Ps. ibid., 2] Exultáte Deo adjutóri nostro: jubiláte
Deo Iacob. v Glória Patri. Cibavit
illos.
Oratio:
Deus, qui nobis sub Sacraménto mirábili passiónis tuæ
memóriam reliquísti: tribue, quǽsumus, ita nos Córporis et Sánguinis tui sacra
mystéria venerári, ut redemptiónis tuæ fructum in nobis júgiter sentiámus. Qui
vivis et regnas.
1 ad
Cor. xi: 23-29
Léctio
Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Corínthios.
Fratres: Ego enim accépi a Dómino quod et trádidi vobis;
quóniam Dóminus Jesus in qua nocte tradebátur, accépit panem, et grátias agens
fregit, et dixit: Accipite, et manducáte: hoc est corpus meum, quod pro vobis
tradétur: hoc fácite in meam commemoratiónem. Simíliter et cálicem, postquam cœnavit,
dicens: Hic calix novum testaméntum est in meo sánguine. Hoc fácite,
quotiescúmque bibétis, in meam commemoratiónem. Quotiescúmque enim manducábitis
panem hunc, et cálicem bibétis, mortem Dómini annuntiábitis donec veniat.
Itaque quicúmque manducáverit panem hunc, vel bíberit cálicem Dómini indigne,
reus erit córporis et sánguinis Dómini. Probet autem seípsum homo: et sic de
pane illo edat, et de cálice bibat. Qui enim mandúcat, et bibit indígne,
judícium sibi mandúcat, et bibit: non dijúdicans corpus Dómini.
Graduale
Ps. cxxxxvi: 15-16
Oculi ómnium in te sperant, Dómine; et tu das illis escam
in témpore opportúno. V. Aperis tu
manum tuam: et imples omne ánimal benedictione.
Allelúja, allelúja. [Joann.
vi: 56-57] Caro mea vere est cibus, et sanguis meus vere est potus:
qui mandúcat meam carnem et bibit meum sánguinem, in me manet, et ego in eo.
Lauda, Sion, salvatórem,
lauda ducem et pastórem
in hymnis et cánticis.
Quantum potes, tantum aude:
quia maior omni laude,
nec láudare súfficis.
Laudis thema speciális,
panis vivus et vitális,
hódie propónitur.
Quem in sacræ mensa cœnæ,
turbæ fratrum duódenæ
datum non ambígitur.
Sit laus plena, sit sonóra,
sit jucúnda, sit decora
mentis jubilatio;
Dies enim solémnis ágitur,
in qua mensæ prima recólitur
hujus institútio.
In hac mensa novi regis,
novum Pascha novæ legis
phase vetus términat.
Vetustátem nóvitas,
umbram fugat veritas,
noctem lux elíminat.
Quod in cœna Christus gessit,
faciéndum hoc expréssit
in sui memóriam.
Docti sacris institútis,
panem vinum in salútis
consecrámus hóstiam.
Dogma datur Christiánis,
quod in carnem transit panis
et vinum in sánguinem.
Quod non capis, quod non vides,
animósa firmat fides
præter rerum órdinem.
Sub divérsis speciébus,
signis tantum et non rebus
latent res exímiæ.
Caro cibus, sanguis potus:
manet tamen Christus totus
sub utráque spécie.
A suménte non concísus,
non confráctus, non divísus,
ínteger accípitur.
Sumit unus, sumunt mille:
quantum isti, tantum ille:
nec sumptus consúmitur.
Sumunt boni, sumunt mali:
sorte tamen inæquáli,
vitæ, vel intéritus.
Mors est malis, vita bonis:
vide, paris sumptiónis
quam sit dispar éxitus.
Fracto demum sacraménto,
ne vacílles, sed meménto
tantum esse sub fragménto,
quantum toto tégitur.
Nulla rei fit scissúra:
signi tantum fit fractúra,
qua nec status, nec statúra
signáti minúitur.
Ecce, panis Angelórum,
factus cibus viatórum,
vere panis fíliorum,
non mitténdus cánibus.
In figúris præsignátur,
cum Isaac immolátur:
agnus paschæ deputátur:
datur manna pátribus.
Bone pastor, panis vere,
Jesu nostri miserére:
tu nos pasce, nos tuére:
tu nos bona fac vidére
in terra vivéntium.
Tu, qui cuncta scis et vales:
qui nos pascis hic mortáles:
tuos ibi commensáles,
coheredes et sodales
fac sanctórum cívium.
Amen. Allelúja
Joann.
vi: 56-59
+ Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Joannem.
In illo témpore: Dixit Jesus turbis Judæórum: «Caro enim
mea vere est cibus, et sanguis meus vere est potus. Qui mandúcat meam carnem,
et bibit meum sánguinem, in me manet, et ego in illo. Sicut misit me vivens
Pater, et ego vivo propter Patrem: et qui mandúcat me, et ipse vivet propter
me. Hic est panis qui de cælo descéndit. Non sicut manducavérunt patres vestri
manna, et mortui sunt. Qui mandúcat hunc panem, vivet in ætérnum.»
Offertorium:
Levit. xxi: 6.
Sacerdótes Dómini incénsum et panes ófferunt Deo: et ídeo
sancti erunt Deo suo, et non pólluent nomen ejus, allelúja.
Secreta:
Ecclésiæ tuæ, quǽsumus, Dómine, unitátis et pacis
propítius dona concéde: quæ sub oblátis munéribus mýstice designántur. Per
Dóminum.
Communio:
l Cor. xi: 26-27
Quotiescúmque manducábitis panem hunc et cálicem bibétis,
mortem Dómini annuntiábitis, donec veniat: ítaque quicúmque manducáverit panem,
vel bíberit cálicem Dómini indígne, reus erit córporis et sánguinis Dómini,
allelúja .
Postcommunio:
Fac nos, quǽsumus, Dómine, divinitátis tuæ sempitérna
fruitióne repléri: quam pretiósi Córporis et Sánguinis tui temporális percéptio
præfigúrat: Qui vivis.
“Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu
corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en
práctica, para que por tu obediencia laboriosa retornes a Dios, del que te
habías alejado por tu indolente desobediencia. A ti, pues, se dirigen estas mis
palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus
propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la
obediencia para servir al verdadero rey, Cristo el Señor.
Ante todo, cuando te dispones a realizar cualquier obra buena, pídele
con oración muy insistente y apremiante que él la lleve a término, para que,
por haberse dignado contarnos ya en el número de sus hijos, jamás se vea
obligado a afligirse por nuestras malas acciones. Porque, efectivamente, en
todo momento hemos de estar a punto para servirle en la obediencia con los
dones que ha depositado en nosotros, de manera que no sólo no llegue a desheredarnos
algún día como padre airado, a pesar de ser sus hijos, sino que ni como señor temible, encolerizado
por nuestras maldades, nos entregue al castigo eterno por ser unos siervos
miserables empeñados en no seguirle a su gloria.”
COMENTARIO
El Canónigo Simon nos dice en su
libro “La regla de San Benito comentada
para los oblatos y los amigos de los monasterios”: “Si emprendemos el
estudio de la Santa Regla, no es por curiosidad. Queremos convertirnos y para conseguirlo, buscamos una guía segura.
Por eso recurrimos a San Benito”
“El guía es el Maestro que va a darnos
preceptos, es también un padre tierno que se dirige a sus hijos”. (…) Su paternidad espiritual, la más noble de
todas, se ofrece a “cualquiera que renunciando a sus propias voluntades quiere
militar bajo la bandera del Señor”
“¿Qué debemos ser los hijos del
Santo Patriarca? Soldados. ¿Quién es el jefe? Cristo, el verdadero Rey. ¿Las
armas? Lo mejor y lo más fuerte: la obediencia. ¿El objetivo de sus esfuerzos y
objetivo de nuestra conquista? Dios Vamos hacia Dios y llegaremos por una lucha
incesante, imitando la conducta de Cristo, nuestro Señor. Aquí tenemos todo un
programa para realizar.”
Refiriéndose a la aplicación
práctica el Canónigo Simón: “Por la Oblatura, nos hemos convertido
verdaderamente en hijos de San Benito. El es para nosotros el Padre amante que
nos abriga con su manto. ¿Y qué nos pide? Lo que pide a todos sus hijos, los
del claustro y los del mundo, hacerse soldados de Cristo, es decir, trabajar,
para transformarnos en cristianos perfectos. Si nos refugiamos bajo la Santa
Regla, nos ofrecerá los medios para llegar al fin. Estemos atentos a sus
admoniciones, y esforcémonos, por su meditación, (…) en cumplirla eficazmente”.
“Los “Estatutos de los Oblatos”
no dicen otra cosa: “meditemos frecuentemente la Santa Regla del Patriarca San
Benito”.” Para que a través de ella lleguemos a transformarnos en verdaderos
Católicos, soldados de Cristo.”
Es costumbre, para los hijos de
San Benito leer todos los días la Regla al final del Oficio de Prima, es decir,
al principio del día para poder llevarla a la práctica con más facilidad.
CONCLUSIONES PRÁCTICAS:
1.-
Empecemos el día haciendo oración.
2.-
Meditemos la Santa Regla todos los días.
3.- No
salgamos de casa sin ofrecerle a Dios todas nuestras tareas.
4.-
Pongamos en manos de la Santísima Virgen todas nuestras inquietudes.
5.- No
comencemos nuestro trabajo sin ofrecérselo al Señor.
6.-
Pensemos: Todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios.
1. «Hijo mío, -dice Dios- yo te
he amado con perpetuo y no interrumpido amor; y por eso; misericordioso, te
atraje a mí». (Jer. XXXI, 3). De estas palabras se infiere, amados
oyentes míos, que entre todos los que nos aman son nuestros padres; pero ellos
no nos aman jamás sino después que nos han conocido. Empero Dios nos amaba ya
antes de que nosotros existiéramos. Todavía no existían en el mundo nuestros padres,
cuando ya nos amaba Dios; o por decirlo mejor, todavía no estaba creado el
mundo, y ya nos amaba el Señor. ¿Y cuánto tiempo antes de crear el mundo nos
amaba Dios? ¿Acaso mil años o mil siglos? No solamente mil siglos antes de la
creación, sino que nos amaba desde la eternidad, como nos dice por Jeremías con
estas palabras: In charitate perpetua dilexi te. Desde que Dios es
Dios, siempre nos ha amado: desde que se amó a si mismo, siempre nos amó. Este
pensamiento hacía decir a la virgen santa Inés: «Estoy comprometida con
otro amador». Cuando las criaturas exigen de ella que las amase, siempre les
respondía: «Yo no puedo preferir las criaturas a mi Dios; Él es el primero
que me amó, y es justo que yo le prefiera que otro amor».
2. Por tanto, hermanos míos,
sabed que Dios os amó desde la eternidad, y solamente por el amor que os tenía,
os distinguió entre tantos hombres que podía haber creado en vuestro lugar, y
dejándolos a ellos en la nada, os dió el ser a vosotros y os hizo salir al
mundo. Por el amor que nos tiene, creó también tantas otras hermosas criaturas,
para que nos sirviesen y nos recordasen el amor que nos ha tenido y el que le
debemos por gratitud. Por esto decía san Agustín: «El Cielo y la tierra y todos
los seres están diciendo que te ame». Cuando el santo miraba el sol, las
estrellas, los montes, el mar y los ríos, creía que todas las criaturas le
decían: Agustín, ama a Dios, porque Él nos ha creado por ti para que tu le
ames. El abad Rancé, fundador de la Trapa, cuando veía las colinas, las fuentes
y las flores, decía que todas estas criaturas le recordaban el amor que Dios le
tenía. También santa Teresa solía decir, que estas criaturas le echaban en cara
su ingratitud para con Dios. Cuando santa María Magdalena de Pazis tenía en la
mano alguna hermosa flor, sentía su corazón herido como de una saeta, y
embellecida en el amor divino, decía en su interior: «¡Con qué mi Dios pensó
desde la eternidad en crear esta flor o este fruto por mi amor con el fin de
que yo le amase!»
3. Además, viendo el Padre
eterno, que nosotros estábamos condenados al Infierno por nuestras culpas,
movido del grande amor que nos tenía, envió a su Hijo al mundo a morir en una
cruz para librarnos del Infierno, y llevarnos consigo al Paraíso, como dice san
Juan por estas palabras: «Tanto amó Dios a los hombres, que no paró hasta
dar por ellos a su Hijo unigénito. (Joann. III, 16). Amor, que con
razón llama el Apóstol, excesivo, en el capítulo II, v. 4 de su Epístola a los
de Efeso: Propter nimium charitatem suam, qua dilexit nos, et cum
essemus mortui peccatis, vivificavit nos in Christo.
4. Contemplemos, además, el
especial amor que nos manifestó, haciéndonos nacer en países cristianos y en el
gremio de la verdadera Iglesia Católica. ¡Cuántos nacen todos los días entre los
gentiles, entre los judíos, entre los mahometanos, y entre los herejes, todos
los cuales se condenan! Considerad, que con respecto al gran número de éstos,
pocos son los hombres que tienen la suerte de nacer donde reina la verdadera
fe, pues no llegan a la décima parte, y entre estos pocos nos ha hecho nacer
Dios. ¡Oh, que don tan inmenso y apreciable es de la fe! ¡Cuántos millones de
almas hay entre los infieles que están privados de los sacramentos, de la
palabra divina, de los ejemplos de los buenos, y de todos los otros auxilios
que tenemos en la Iglesia para salvarnos! Pues todos estos grandes auxilios
quiso concedernos a todos nosotros el Señor, sin que nosotros lo mereciésemos,
antes preveía nuestros grandes crímenes; porque cuando Dios pensaba crearnos y
concedernos estas gracias, ya veía de antemano nuestros pecados y lo mucho que
habíamos de injuriarle.
EL AMOR QUE NOS TUVO
EL HIJO CUANDO NOS REDIMIÓ
5. Nuestro primer padre Adán,
por haber comido el fruto prohibido fue condenado miserablemente a la muerte
eterna con toda su descendencia. Viendo Dios que todo el género humano había
perecido, determinó enviar un Redentor para salvar a los hombres. ¿A quién
enviará para que los redima? ¿enviará a un ángel o a un serafín? No, porque el
mismo Hijo de Dios, sumo y verdadero como el Padre, se ofrece a bajar a la
tierra para tomar en ella carne humana, y morir por la salvación del género
humano. ¡Oh prodigio admirable del amor divino! El hombre desprecia a Dios,
como dice san Fulgencio, y se separa de Dios; y Dios viene a la tierra a buscar
al hombre rebelde, movido del grande amor que le tiene. Viendo que a nosotros
no nos era permitido acercarnos al Redentor, como dice san Agustín, no se
desdeñó el Redentor de acercarse y venir a nosotros. ¿Y porqué quiso Jesucristo
venir a nosotros? El mismo santo Doctor lo dice por estas palabras: «Vino
Cristo al mundo, para que conociese el hombre lo mucho que Dios le ama».
6. Por eso escribió el Apóstol a
Tito: «Dios nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y su amor». (Tit.
III, 4). Y en el texto griego se lee: «se ha manifestado el singular amor de
Dios para con los hombres». San Bernardo escribe sobre el mismo texto, que
antes que apareciese Dios en la tierra en la forma de siervo, hecho semejante a
los demás hombres, no podían llegar a comprender los hombres la grandeza de la
bondad divina: «por esta razón el Verbo eterno tomó carne humana, para que
presentándose como hombre, conociesen los hombres su bondad». (S. Bern.
serm. 1, in Epiph). ¿Y que mayor amor, que mayor bondad
podía manifestarnos el Hijo de Dios, que hacerse hombre como nosotros? ¡Oh suma
bondad de Dios! Se hizo gusano como nosotros para que nosotros no quedásemos
perdidos. ¿No sería una maravilla ver, que un príncipe se convertía en gusano,
para salvar a los gusanos de su reino? Pues cuanta mayor maravilla es ver, que
un Dios se hizo hombre como nosotros para salvarnos de la muerte eterna?Verbum
caro factum est: «El verbo se hizo carne». (Joann. I, 14). Pero
¿quién vió jamás hacerse carne un Dios? ¿Quién pudiera creerlo, si no nos lo
asegurase la fe? Ved aquí, dice san Pablo, «a un Dios casi reducido a la
nada». (Philp. II 7). Con estas palabras nos manifiesta el Apóstol,
que el Verbo que estaba lleno de majestad y de gloria, quiso humillarse y tomar
la condición humilde y débil de la naturaleza humana, revistiéndose de la
naturaleza de siervo, y haciéndose en forma semejante a los hombres; aunque,
como observa san Juan Crisóstomo, no era simple hombre, sino hombre y Dios
juntamente. Oyendo cantar un día a un diácono, aquellas palabras de san
Juan: Et verbum caro factum est, salió fuera de sí mismo, dando
un fuerte grito, y arrobado, voló por el aire en la iglesia hasta ponerse junto
al santísimo Sacramento.
7. No se contentó empero, el
Verbo encarnado, no le bastó a este Dios enamorado de los hombres, sino que
quiso, además, vivir entre nosotros como el último, el más vil y despreciable
de los hombres, como lo había predicho el profeta Isaías (LIII, 2 y 3) «No es
de aspecto bello, ni es esplendoroso; nosotros le hemos visto… despreciado y el
deshecho de los hombres, varón de dolores, porque fue formado de intento para
estar siempre atormentado y perseguido hasta la muerte; pues desde que nació,
hasta que murió, estuvo padeciendo por nuestro amor».
8. Y como había venido para
hacerse amar de los hombres, según escribe san Lucas con aquellas palabras: «Yo
he venido a poner fuego en la tierra, y, ¿que he de querer sino que arda?» (Luc.
XII, 49); quiso darnos al fin de su vida las señales y pruebas más evidentes
del amor que nos profesaba. Como hubiese amado a los suyos que vivían en el
mundo, los amó hasta el fin (Joann. XIII, 1). Y no solamente se
humilló hasta morir por nosotros, sino que quiso elegir una muerte la más
amarga y afrentosa de todas. Y esta es la razón de decir del Apóstol en la
Epístola a los Filipenses (II, 8): «se humilló a si mismo haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz». El que entre los hebreos moría crucificado,
era maldecido y vituperado por todo el pueblo Leemos en la Santa Escritura: «Es
maldito el que está colgado del madero». (Deut. XXI, 23) Por esta
razón también quiso terminar así su vida nuestro divino Redentor, muriendo
afrentado en una cruz, cercado de ignominias y dolores, como había vaticinado
el profeta David por estas palabras: «Llegué a alta mar y sumergióme la
tempestad». (Psal. LXVIII, 3).
9. Escribe san Juan en su
primera Epístola (III, 16), que conocimos el amor que Dios nos tenía, en que
dió el Señor su vida por nosotros. Y en verdad; ¿cómo podía Dios manifestarnos
más claramente su amor, que dando su vida por nosotros? Y ¿cómo es posible ver
todo un Dios muerto por nosotros en una cruz, y no amarle? Por esto dice san
Pablo en su segunda Epístola a los Corintios (v. 14); que el amor de Cristo nos
urge. Por estas palabras nos advierte, que nos obliga y nos mueve a
amarle, no tanto lo que Cristo hizo y padeció por nosotros, cuanto el amor que
nos manifestó padeciendo y muriendo por el género humano. Murió por todos los
hombres, como añade el mismo Apóstol, para que los que viven, no vivan ya para
sí, sino para el que murió. (II. Cor. v, 15). Y a fin de
granjearse todo nuestro amor, no contento con haber dado su vida por
nosotros, quiso además quedarse Él mismo en el sacramento de la Eucaristía,
para servirnos de manjar cuando dijo: «Tomad y comed; este es mi cuerpo» (Matth.
XXIV, 26). Y ¿quién creyera una fineza como esta, si no nos la asegurase la fe?
EL AMOR QUE NOS
MANIFESTÓ EL ESPÍRITU SANTO CUANDO NOS SANTIFICÓ
10. No contento el eterno Padre
con habernos dado a Jesucristo su Hijo, para que nos salvase con su muerte,
quiso darnos también el Espíritu Santo, para que habitase en nuestras almas y
las tuviese continuamente inflamadas de su santo amor. Jesucristo mismo, a
pesar de los malos tratamientos de los hombres en este mundo, olvidado de su
ingratitud después de su ascensión a los Cielos, nos envió desde allí el
Espíritu Santo, para que con su amor encendiese en nosotros la caridad divina y
nos santificase. He ahí por que el Espíritu Santo, cuando descendió al
Cenáculo, quiso dejarse ver en figura de lenguas de fuego. Y he ahí también,
porque pide la Iglesia al Señor, que nos inflame el Espíritu con aquél
fuego que Jesucristo envió a la tierra, anhelando que ardiese. Este es aquél
santo fuego que ha inflamado después a los santos para obrar grandes cosas por
amor de Dios, para amar a sus más crueles enemigos, para desear los desprecios,
para renunciar las riquezas y honores mundanos, y para abrazar con alegría los
tormentos y la muerte.
11. El Espíritu Santo es aquella
unión divina que hay entre el Padre y el Hijo, y el que una nuestras almas con
Dios por medio del amor, cuyo efecto es unir los corazones y las almas justas
con Dios, como dice san Agustín: Los lazos del mundo son lazos de muerte; pero los
del Espíritu Santo sonlazos de vida eterna, puesto que nos unen con Dios, que
es nuestra vida verdadera que no ha de tener fin.
12. Debemos también estar en la
inteligencia, de todas las luces, todas las inspiraciones divinas, y todos los
actos buenos que hemos practicado en toda nuestra vida, de dolor de nuestros
pecados, de confianza en la misericordia de Dios, de amor y resignación: todos
han sido dones del Espíritu Santo. Y el Apóstol añade, que el Espíritu Santo
ayuda nuestra flaqueza, porque, no sabiendo nosotros siquiera que hemos de
pedir en nuestras oraciones, ni como conviene hacerlo, el mismo Espíritu
produce en nuestro interior nuestras peticiones a Dios con gemidos que son
inexplicables. (Rom. VIII, 26).
13. En suma, toda la Santísima
Trinidad se ha ocupado de manifestarnos el amor que Dios nos tiene, para que
nosotros le correspondamos con gratitud; porque como dice san Bernardo,
amándonos Dios, no busca otra cosa que ser amado de nosotros. Es muy justo,
pues, que nosotros amemos a Dios, ya que Dios nos amó primero, y nos obligó a
que le amemos con tantas finezas como nos dispensó. ¡Oh que tesoro tan precioso
es el amor! Es también infinito, porque nos hace adquirir la amistad de Dios,
como dice Salomón por estas palabras: «Es un tesoro infinito para los hombres,
que cuantos se han validado de él, los ha hecho partícipes de la amistad de
Dios». (Sap. VII, 14). Para adquirirlo es necesario apartar el corazón
de las cosas terrenas. Por eso decía Santa Teresa: Aparta tu corazón
de las criaturas y hallarás a Dios. En un corazón lleno de las cosas de la
tierra, no tiene cabida el amor divino. Por esto suplicamos siempre al Señor en
nuestras oraciones, y en las visitas al Santísimo Sacramento, que nos otorgue
su santo amor, para que nos haga perder el afecto de las cosas del mundo. San
Francisco de Sales dice que cuando se quema la casa todo se tira por
la ventana. Quería manifestar con estas palabras, que cuando un alma está
inflamada de amor divino, ella misma se aparta de todas las cosas de la tierra.
14. En el Cantar de los Cantares
de Salomón leemos, que «el amor es fuerte como la muerte» (Cant. VIII,
6). Quieren decir estas palabras, que así como no hay fuerza creada que resista
a la muerte, cuando ha llegado su hora, así no hay dificultad que una alma
amante de Dios no venza con el amor. Cuando se trata de complacer a la persona
amada, el amor vence todas las dificultades, dolores, pérdidas e ignominias,
porque no hay dificultad ninguna que no pueda vencer el amor. El amor hacia los
santos mártires, en medio de los tormentos, sobre los ecúleos y las parrillas
alabasen y diesen gracias a Dios, porque les concedía padecer por su amor; y
que otros santos, luego que faltaron los tiranos, se convirtieran ene verdugos
de sí mismos con los ayunos y penitencias, por dar gusto a Dios. San Agustín
dice: «No se experimenta fatiga ninguna cuando uno hace aquello que ama; y
si alguna se experimenta es amada por el mismo que la sufre»: In
eo quod amatur, aut non laboratur, aut ipse labor amatur.
Introito. Tob. 12.6.- Bendita sea la santa Trinidad y la
indivisible Unidad; alabarémosla porque usado de misericordia con nosotros. Salmo, 8,2.- Oh, Señor, Señor nuestro. ¡Cuán admirable
es vuestro nombre en toda la tierra! Gloria al Padre.
Oración.-
Oh, Dios todopoderoso y eterno que concedisteis a vuestros siervos que, por la
profesión de la verdadera fe, alcanzasen la gracia de conocer la gloria de la
Trinidad eterna y la de adorar la unidad en la omnipotencia de la Majestad: os
suplicamos que perseverando firmes en la misma fe, deseamos defendidos contra
toda adversidad, Por nuestro Señor Jesucristo.
Epístola. Rom.11,33-36.- ¡Que abismo de riqueza es la sabiduría
y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus
caminos! ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su
consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que Él le devuelva? Él es el origen
y camino y término de todo. A Él la gloria por los siglos. Amén.
Gradual. Dan.3,55-56.- Bendito eres, Señor, que miras los
abismos, y te sientas sobre los Querubines. Bendito eres, Señor, en la bóveda
del cielo, digno de alabanza por los siglos.
Aleluya-. Aleluya. Dan 3,52.- Bendito eres, Señor, Dios de
nuestros padres, digno de alabanza por los siglos. Amén
Evangelio. Mat
28,18-20.- En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Ofertorio. Tob.
12.6.- Bendito sea Dios Padre, y el Hijo Unigénito de Dios, y también el
Espíritu Santo, porque ha usado de misericordia con nosotros.
Secreta.- Os rogamos, Señor, que acepéis
benigno los sacrificios que a vos hemos consagrado; y concedednos que nos
sirvan de perpetuo socorro. Por N.S. J.C..
Prefacio de la Santísima Trinidad.-
En verdad es digno y justo,
equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo
Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu
Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola
persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has
revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin
diferencia ni distinción. De suerte, que confesando una verdadera y eterna
Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y
la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los
Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una
voz.
Comunión.
Tob.12,6.- Bendigamos al Dios del
cielo y glorifiquémosle delante de todos los vivientes, porque ha usado de
misericordia con nosotros.
Poscomunión.- Haced, Señor y Dios nuestro, que la recepción
de este Sacramento y la confesión de la eterna y santa Trinidad y de su indivisible
Unidad nos sirvan para salud del alma y cuerpo. Por N. S. J. C.
TEXTOS DE LA MISA EN LATIN
In Festo Sanctissimæ Trinitatis I Classis
Introitus:
Tob. xii: 6
Benedícta sit sancta Trínitas, atque indivísa únitas:
confitébimur ei, quia fecit nobíscum misericórdiam suam. Dómine Dóminus
noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!. Glória Patri.
Benedícta sit.
Oratio:
Omnípotens sempitérne Deus, qui dedísti fámulis tuis in
confessióne veræ fídei, ætérnæ Trinitátis glóriam agnóscere, et in poténtia
majestátis adoráre unitátem: quǽsumus; ut ejúsdem fidei firmitáte, ab ómnibus
semper muniámur advérsis. Per Dóminum.
Rom.
xi: 33-36
Léctio Epístolæ beáti Pauli
Apóstoli ad Romanos.
O Altitúdo
divitiárum sapiéntiæ et sciéntiæ Dei: quam inconprehensibília sunt judicia
ejus, et investigábiles viæ ejus! Quis enim cognóvit sensum Dómini? Aut quis
consiliárius ejus fuit? Aut quis prior dedit illi, et retribuétur ei? Quóniam
ex ipso, et per ipsum, et in ipso sunt ómnia: ipsi glória in sǽcula. Amen.
Graduale:
Dan v: 55-56
Benedíctus es, Dómine, qui intuéris abýssos, et sedes
super Chérubim. V. Benedíctus es, Dómine, in firmaménto cæli, et
laudábilis in sǽcula.
Allelúja, allelúja. Benedíctus es, Dómine, Deus
patrum nostrórum, et laudábilis in sǽcula. Allelúja.
Matth:
xxviii: 18-20
+ Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Matthǽum.
In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: «Data est
mihi omnis potéstas in cælo, et in terra. Eúntes ergo docéte omnes gentes,
baptizántes eos in nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti: docéntes eos
serváre ómnia quæcúmque mandávi vobis. Et ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus,
usque ad consummatiónem sǽculi.»
Credo.
Offertorium:
Tob. xii: 6
Benedíctus sit Deus Pater, unigenitúsque Dei Fílius,
Sanctus quoque Spíritus: quia fecit nobíscum misericórdiam suam.
Secreta:
Sanctífica, quǽsumus, Dómine Deus noster, per tui sancti nóminis invocatiónem hujus oblatiónis hóstiam: et per eam nosmetípsos tibi pérfice munus ætérnum. Per Dóminum.
Præfátio
de Ssma Trinitate
Vere dignum et iustumest, ǽquum
et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater,
omnípotens ætérne Deus:
Qui cum unigénito Fílio tuo, et
Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte
persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua glória, revelánte
te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia
discretiónis sentímus. Ut in confessióne veræ sempiternǽque Deitátis, et in
persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in maiestáte adorétur æquálitas.
Quam láudant Ángeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non
cessant clamáre quotídie una voce dicéntes:
Communio:
Tob. xii: 6
Benedícimus Deum cæli, et coram ómnibus vivéntibus
confitébimur ei: quia fecit nobíscum misericórdiam suam.
Postcommunio:
Profíciat nobis ad salútem córporis et ánimæ, Dómine Deus
noster, hujus sacraménti suscéptio: et sempitérnæ sanctæ Trinitátis, ejusdémque
indivíduæ unitátis conféssio. Per Dóminum.