Isaias 49. 1-2. Salmo 91.2 – Desde el seno de mi madre
me ha llamado el Señor por mi nombre y ha hecho de mi boca cortante espada;
bajo la sombra de su mano me ha ocultado y me ha hecho como flecha acerada. Sl
Bueno es alabar al Señor y cantar tu nombre, oh Altísimo. V. Gloria al Padre.
Colecta.-
¡Oh Dios! Que nos haces honrar este día
con el nacimiento de san Juan; concede a tus pueblos la gracia de los goces
espirituales, y guía las almas de todos los fieles por el camino de la
salvación eterna. Por nuestro Señor Jesucristo
Epístola. Isaías 49, 1-7.
Oid, islas y estad atentos, pueblos lejanos.
El Señor me ha llamado desde el seno de mi madre; desde las entrañas maternas
ha pronunciado mi nombre. Ha hecho de mi boca una cortante espada, me ha
cobijado en la sombra de su mano, me ha hecho flecha acerada y me ha escondido
en su aljaba. Me ha dicho : << Israel, tú eres mi siervo, en ti me
glorificaré >> Y ahora, el Señor que me ha formado para siervo suyo desde
el seno de mi madre, dice: Yo haré de ti las luz de las naciones, para que mi
salvación llegue a los confines de la tierra. Al verte, se levantarán los reyes
y se postrarán los príncipes, a causa del Señor, del Santo de Israel que te ha
elegido.
Gradual. Jeremías 1. 5-9 .
Antes de formarte en el seno materno, te he
conocido; y antes de que nacieras, te he consagrado. V. Alargó el Señor su
mano, y tocó mis labios y me dijo:
Aleluya. Lucas 1.76-
Aleluya, aleluya. V. Tú, niño serás llamado
Profeta del Altísimo, porque precederás al Señor para preparar sus caminos.
Aleluya.
Evangelio. Luc.1. 57 – 68.-
Llególe a Isabel el tiempo de su
alumbramiento, y dio a luz un hijo. Supieron sus vecinos y parientes que Dios
había usado con ella de gran misericordia y se congratulaban con ella. El día
octavo vinieron a circuncidar al niño, y le llamaban con el nombre de su padre,
Zacarías. Mas intervino su madre y dijo: No, sino que ha de llamarse Juan. Dijéronle:
Nadie hay en tu familia que tenga ese nombre. Preguntaban por señas al padre
del niño, cómo quería que se llamase. Y él, pidiendo la tablilla, escribió así:
Juan es su nombre. Y todos se llenaron de admiración. Al instante se abrió su
boca y su lengua se soltó y hablaba bendiciendo a Dios. Y se espantaron todos
los que vivían en la vecindad, y en toda la montaña de Judea se divulgaban
todas estas cosas. Y cuantos las oían, las guardaban en su corazón y se decían:
¿Qué será, pues, este niño? Porque, a la verdad, la mano del
Señor estaba con él. Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo, y
profetizó diciendo: Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y
rescatado a su pueblo.
Ofertorio. Sal.91. 13.-
El justo crece como la palma y eleva sus
ramas cual cedro del Líbano.
Secreta
Cubrimos, oh Señor, de ofrendas tus altares,
para solemnizar con el honor debido la natividad de aquél que nos predijo la
venida y nos mostró la presencia del Salvador del mundo, Jesucristo nuestro Señor,
tu hijo. El cual vive y reina contigo.
Comunión. Luc. 1.76
Tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo,
porque precederás al Señor para prepararle sus caminos.
Poscomunión.-
Regocíjese tu Iglesia, Señor, con el
nacimiento de san Juan Bautista, por quien ella misma conoció al autor de su
propio nacimiento a la vida sobrenatural, a Jesucristo nuestro Señor, Hijo
tuyo, el cual vive y reina.
TEXTOS DE LA MISA EN LATIN
In
Nativitáte S. Joannis Baptistæ
I
Classis cum Octava communi
Introitus:
Isai: il: 1 et 2
De ventre matris meæ vocávit me Dóminus nómine meo: et
pósuit os meum ut gládium acútum: sub teguménto manus suæ protéxit me, et
pósuit me quasi sagíttam eléctam. [Ps.
xci: 2].Bonum est confitéri Dómino: et psállere nómini tuo,
Altíssime. V. Glória Patri.
De ventre.
Oratio:
Deus, qui præséntem diem honorábilem nobis in beáti
Joánnis nativitáte fecísti: da pópulis tuis spitituálium grátiam gaudiórum; et
ómnium fidélium mentes dírige in viam salútis ætérnæ. Per Dóminum.
Isaias
xlix 1-3, 5, 6, 7
Léctio Isaíæ Prophétæ.
Audíte
insúlæ, et atténdite, pópuli de longe: Dóminus ab útero vocávit me, de ventre
matris meæ recordátus est nóminis mei. Et pósuit os meum quasi gládium acútum:
in umbra manus suæ protéxit me, et pósuit me sicut sagíttam eléctam: in
pháretra sua abscóndit me. Et dixit mihi: Servus meus es tu, Israël, quia in te
gloriábor. Et nunc dicit Dóminus, formans me ex útero servum sibi: Ecce dedi te
in lucem géntium, ut sis salus mea usque ad extrémum terræ. Reges vidébunt, et
consúrgent príncipes, et adorábunt propter Dóminum, et sanctum Israël, qui
elégit te.
Graduale Jeremias
i: 5, 9
Priúsquam te formárem in útero, novi te: et ántequam
exíres de ventre, sanctificávi te. V. Misit
Dóminus manum suam, et tétigit os meum, et dixit mihi:
Elísabeth implétum est tempus pariéndi, et péperit
fílium. Et audiérunt vicíni, et cognáti ejus, quia magnificávit Dóminus
misericórdiam suam cum illa, et congratulabántur ei. Et factum est in die
octávo, venérunt circumcídere púerum, et vocábant eum nómine partis sui
Zacharíam. Et respóndens mater ejus dixit: Nequáquam, sed vocábitur Joánnes. Et
dixérunt ad illam: Quia nemo est in cognatióne tua, qui vocétur hoc nómine.
Innuébant autem patri ejus, quem vellet vocári eum. Et póstulans pugillárem,
scripsit, dicens: Joánnes est nomen ejus. Et miráti sunt univérsi. Apértum est
autem íllico os ejus, et lingua ejus, et loquebátur benedícens Deum. Et factus
est timor super omnes vicínos eórum: et super ómnia montána Judǽæ divulgabántur
ómnia verba hæc: et posuérunt omnes, qui audíerunt in corde suo, dicéntes:
Quis, putas, puer iste erit? Etenim manus Dómini erat cum illo. Et Zacharías
pater ejus replétus est Spíritu Sancto, et prophetávit, dicens: Benedíctus
Dóminus Deus Israël, quia visitávit et fecit redemptiónem plebis suæ.
Offertorium: Ps.
cxi 13.
Justus ut palma florébit: sicut cedrus, quæ in Libano
est, multiplicábitur.
Secreta:
Tua, Dómine, munéribus altária cumulámus: illíus
nativitátem hónore débito celebrántes, qui Salvatórem mundi et cécinit
adfutúrum, et adésse monstrávit, Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum:
Qui tecum.
Sumat Ecclésia tua, Deus, beáti Joánnis Baptístæ
generatióne lætítium: per quem suæ regeneratiónis cognóvit auctórem, Dóminum nostrum
Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum.
SERMON
Homilía de San Ambrosio Obispo
Lib. 2 de
Ins. Coment., sobre san Lucas, c. 1
Isabel dio a luz un hijo y se
alegraron con ella sus vecinos. El nacimiento de los Santos es causa de la
alegría de muchos porque es un bien común; la justicia, en efecto es una virtud
de interés común. He aquí porque este justo, ya al venir al mundo, hace
presagiar la santidad de su vida, y en la alegría de los vecinos se prefigura
la gracia de su virtud futura. Con razón el Evangelista hace entrar en su
relato el tiempo que el Precursor estuvo encerrado en el seno de su madre,
porque, sin ello, la presencia de María no hubiese sido mencionada. Y si, de
otra parte, nada se dice de su infancia, es porque no conoció las dificultades de
esta edad. De suerte que nosotros solo leemos en el Evangelio el anuncio y el
hecho de su natividad, los saltos de júbilo que dio en el seno de Isabel, y el eco
de su voz en el desierto.
En efecto, puede decirse que no conoció ninguno de los grados de la infancia aquel que, elevándose, ya en el seno materno, por encima de las leyes de la naturaleza y adelantándose a los años, empezó por tener la medida de la edad perfecta de Jesucristo. El escritor sagrado, con maravillosa oportunidad, creyó deber notar que muchos querían que el niño llevara el mismo nombre de su padre Zacarías. Con esto te advierte que si Isabel rechaza este nombre, no es porque le disguste como habiéndolo llevado alguna persona indigna, sino porque comprendió, por una revelación del Espíritu Santo, el nombre que antes había indicado el Ángel a Zacarías. Habiendo quedado mudo Zacarías, no podía decirlo a su mujer; pero, ella supo por inspiración profética lo que no le dijo su marido.
“Juan es su nombre”, escribió el padre, queriendo decir: No nos
toca a nosotros imponer un nombre al que Dios ha nombrado ya; tiene su nombre,
el cual nosotros hemos aprendido, no elegido. Algunos Santos han tenido el
privilegio de recibir de Dios mismo el nombre. Así, Jacob fue llamado Israel,
porque vio a Dios. Así, nuestro Señor mismo recibió antes de nacer el nombre de
Jesús, que su Padre, y no el Ángel, le impuso. Como ves, los Ángeles no hablan
en nombre propio; transmiten lo que se les ha dicho. Si, pues, Isabel pronuncia
con tanta seguridad un nombre que su oreja no oyó, no te asombres por ello, ya
que el Espíritu Santo, que había enviado al Ángel, se lo sugirió.
(Extraído de Oficio Divino, Alfonso Gubianas, Tomo II)
Introito. Ps. 17, 19-20. – El Señor se ha constituido mi Protector; y me
ha colocado en un lugar espacioso; me ha salvado, porque me quiso bien. – Salmo. 17, 2-3. Os amaré, Señor, fortaleza mía. El
Señor es mi defensa, mi refugio y mi libertador. Gloria
Oración.
Haced, Señor, que siempre temamos
y amemos vuestro santo Nombre; porque
vuestra Providencia jamás abandona a los que fundáis en la solidez de vuestro
amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
Epístola. 1 Juan. 3, 13-18.
Queridos hermanos: No os
sorprenda que el mundo os odie. Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida:
lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en la muerte.
El que odia a su hermano, es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en
si vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por
nosotros. También., nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos. Pero
si uno tiene de qué vivir y viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus
entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de
palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
Gradual. Sal. 119, l-2.-
Llamé al Señor en la aflicción, y
Él me respondió. Líbrame, Señor, de los labios mentirosos, de la lengua
traidora.
Aleluya,
aleluya. Sal.7,2.- Señor Dios mío, en
ti he confiado: sálvame de mis perseguidores, y líbrame. Aleluya.
Evangelio. Lucas 14 26-24.
En aquel tiempo: dijo Jesús a los
fariseos esta parábola: Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha
gente; a la hora del banquete mandó a su criado para que avisara a los
convidados: Venid, ya está preparado. Y empezaron a excusarse uno tras otro. El
primero le dijo: He comprado un campo Y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por
favor’. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas.
Dispénsame, por favor. Otro dijo: Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo
ir. Volvió el criado y se lo contó a su amo. Entonces el dueño de la casa,
indignado, dijo a su criado: Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y
tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos. Y dijo el
criado: Señor, se ha hecho lo que mandaste y todavía queda sitio. Y el amo dijo
al criado: Sal por los caminos v senderos, e insísteles hasta que entren, y se
me llene la casa. Porque os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi
banquete.
Ofertorio. Ps, 6, 5.
Señor, volveos a mí, y librad mi
alma; salvadme por vuestra gran misericordia.
Secreta.
Purifíquenos, Señor, la ofrenda
que os hemos ofrecido; y háganos adelantar en obras dignas del Cielo. Por
nuestro Señor Jesucristo…
Comunión. Ps.12,6.
Cantaré al Señor, que tantos
bienes me ha dado; cantaré al Nombre del Altísimo Señor.
Poscomunión.
Recibidos vuestros dones, os
rogamos. Señor, que frecuentando estos haga más segura nuestra salvación: .Por
N. S. ]. C
TEXTOS DE LA SANTA MISA EN LATIN
II
Classis
Introitus:
Ps. xvii. 19-20
Factus est Dóminus protéctor meus, et edúxit me in
latitúdinem: salvum me fecit, quóniam vóluit me. [Ps.
ibid., 2-3] Díligam te, Dómine, virtus mea: Dóminus
firmaméntum meum et refúgium meum, et liberátor meus. [v.] Glória Patri. Factus est.
Oratio:
Sancti nóminis tui, Dómine, timórem páriter et amórem fac
nos habére perpétuum: quia nunquam tua gubernatióne destítuis, quos in
soliditáte tuæ dilectiónis instítuis. Per Dóminum.
1
Joann. III: 13-18
Léctio Epístolæ
beáti Joánnis Apóstoli.
Caríssimi: Nolíte mirári, si odit vos mundus. Nos scimus
quóniam transláti sumus de morte ad vitam, quóniam dilígimus fratres. Qui non
díligit, manet in morte: omnis qui odit fratrem suum, homicída est. Et scitis
quóniam omnis homicída non habet vitam ætérnam in semetípso manéntem. In hoc
cognóvimus caritátem Dei, quóniam ille ánimam suam pro nobis pósuit: et nos
debémus pro frátribus ánimas pónere. Qui habúerit substántiam hujus mundi, et
víderit fratrem suum necessitátem habére et cláuserit víscera sua ab eo:
quómodo cáritas Dei manet in eo? Filíoli mei, non diligámus verbo, neque
lingua, sed ópere, et veritáte.
Graduale
Ps. cxix. 1-2
Ad Dóminum, cum tribulárer, clamávi, et exaudívit
me. [v.] Dómine, líbera ánimam
meam a lábiis iníquis, et a lingua dolósa.
Allelúja, allelúja. [Ps.
vii: 2] Dómine Deus meus, in te sperávi: salvum me fac ex ómnibus
persequéntibus me, et líbera me. Allelúja.
Luc.
xiv: 16-24
Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Lucam.
In illo témpore: Dixit Jesus Pharisǽis parábolam hanc:
«Homo quidam fecit cœnam magnam, et vocávit multos. Et misit servum suum hora
cœnæ dícere invitátis ut venírent, quia jam paráta sunt ómnia. Et cœpérunt
simul omnes excusáre. Primus dixit ei: “Villam emi, et necésse hábeo exíre, et
vidére illam: rogo te, habe me excusátum.” Et alter dixit: “Juga boum emi
quinque, et eo probáre illa: rogo te, habe me excusátum.” Et álius dixit:
“Uxórem duxi, et ídeo non possum veníre.” Et revérsus servus nuntiávit hæc dómino
suo. Tunc irátus paterfamílias, dixit servo suo: “Exi cito in platéas, et vicos
civitátis: et páuperes, ac débiles, et cæcos, et claudos íntroduc huc.” Et ait
servus: “Dómine, factum est ut imperásti, et adhuc locus est.” Et ait dóminus
servo: “Exi in vias et sepes: et compélle intráre, ut impleátur domus mea. Dico
autem vobis, quod nemo virórum illórum, qui vocáti sunt, gustábit cœnam meam.”»
Offertorium:
Ps. vi: 5.
Dómine, convértere, et éripe ánimam meam: salvum me fac
propter misericórdiam tuam.
Secreta:
Oblátio nos, Dómine, tuo nómini dicánda puríficet: et de
die in diem ad cæléstis vitæ tránsferat actiónem. Per Dóminum.
Communio:
Ps. xii: 6
Cantábo Dómino, qui bona tríbuit mihi: et psallam nómini
Dómini altíssimi.
Postcommunio:
Sumptis munéribus sacris, quǽsumus, Dómine: ut cum
frequentatióne mystérii, crescat nostræ salútis efféctus. Per Dominum.
SERMON
Homilía de San Gregorio, Papa.
Homilia
36 sobre los Evangelios.
Entre las delicias corporales y
las espirituales hay, por lo común, amadísimos hermanos, esta diferencia: que
las corporales, antes de gozarlas, despiertan un ardiente deseo; mas después de
gustarlas ávidamente no tardan, por su misma saciedad, en causar hastío. Las
espirituales, por el contrario, causan hastío mientras no se han gustado; mas
después de gozarlas se despierta el apetito de las mismas; y son tanto mas
apetecidas por el que las prueba, cuanto mayor es el apetito con que las gusta.
En aquellas, el deseo agrada, mas la posesión desagrada; estas, en cambio,
apenas se desean, mas su posesión es sumamente agradable. En aquellas, el apetito
engendra la saciedad y la saciedad produce el hastío; pero en estas, el apetito
engendra también la saciedad, mas la saciedad produce apetito.
Las delicias espirituales al
saciar el alma fomentan su apetito, porque cuanto mas se percibe el sabor de
una cosa, tanto mejor se la conoce, por lo cual se la ama con mayor avidez; por
esto, cuando no se han experimentado no pueden amarse porque se desconoce su
sabor. ¿Quien, en efecto, puede amar lo que no conoce? He ahí por que dice el
Salmista: “Gustad y ved cuan suave es el Señor”. Como si dijera abiertamente:
No conoceréis su suavidad si no la gustáis; pero tocad con el paladar de
vuestro corazón el alimento de vida, para que, experimentando su suavidad, seáis
capaces de amarle. El hombre perdió estas delicias cuando peco en el Paraíso;
salio de el cuando cerro su boca al alimento de eterna suavidad.
De aquí proviene que, habiendo nacido
en las penas de este destierro, lleguemos aquí abajo a tal hastío, que ya no
sabemos lo que debemos desear. Esta enfermedad del hastío se aumenta tanto mas
en nosotros cuanto mas el alma se aleja de este alimento lleno de suavidad. Llega
hasta el punto de perder todo apetito por esas delicias interiores, a causa
precisamente de haberse mantenido alejada de ellas, y haber perdido de mucho
tiempo atrás el habito de gustarlas. Es, pues, nuestro hastío el que hace que
nos debilitemos; es esa funesta y prolongada inanición la que nos agota. Y, por
cuanto no queremos gustar interiormente la suavidad que se nos ofrece, preferimos, insensatos, el hambre a
que nos condenan las cosas externas.
(Oficio Divino, Alfonso Gubianas, Tomo II, páginas 235 y siguientes).
Estas palabras nos recuerdan
todas las miserias de la vida, el menosprecio con que hemos de mirar las cosas
creadas y perecederas, el deseo con que debemos esperar la salida de este mundo
para encaminarnos a nuestra verdadera patria, ya que esta tierra no lo es.
Consolémonos, sin embargo, del
destierro a que estamos sujetos; en él tenemos un Dios, un amigo, un consolador
y un Redentor, que puede endulzar nuestras penas, haciéndanos vislumbrar
grandes bienes, desde este valle de miserias; lo cual debe llevarnos a
exclamar, como la Esposa de los Cantares: «¿Habéis visto a mi amado? Y si lo
habéis visto, decidle que no hago más que penar» (Cant., V, 8.) ¿Hasta cuándo,
Señor, exclama el santo Rey Profeta en sus transportes de amor y arrobamiento,
hasta cuándo prolongaréis mi destierro lejos de Vos? (Ps. CXIX, 5.). Mas
dichosos que los santos del Antiguo Testamento, no solamente poseemos a Dios
por la grandeza de su inmensidad, en virtud de la cual se halla en todas
partes; sino que le tenemos con nosotros tal cual estuvo durante nueve meses en
el sello de María, tal cual estuvo en la cruz. Más afortunados aún que los
primeros cristianos, quienes hacían cincuenta o sesenta leguas de camino para
tener la dicha de verle, nosotros le poseemos en cada parroquia, cada parroquia
puede gozar a su gusto de tan dulce compañía. ¡Oh, pueblo feliz!.
¿Cuál es mi propósito?. Vedlo
aquí. Quiero mostraros la bondad de Dios en la institución del adorable
sacramento de la Eucaristía y los grandes provechos que de este sacramento
podemos sacar.
I.- Digo yo que lo que hace la
felicidad de un buen cristiano, hace la desgracia de un pecador. ¿Queréis de
ello una prueba? Vedla aquí. Para el pecador que no quiere salir del pecado, la
presencia de Dios se convierte en un suplicio: quisiera él borrar el
pensamiento de que Dios le está mirando y le juzgará, se oculta, huye de la luz
del sol, se hunde en las tinieblas, siente indecible horror por todo lo que
puede evocarle aquel pensamiento; un ministro de Dios le estorba, le causa
odio, huye de Él, cuando piensa que tiene un alma inmortal, que hay un Dios que
le recompensará o castigará durante toda la eternidad; conforme a sus obras; le
parece que tales pensamientos son otros tantos verdugos que le atormentan sin
cesar. ¡Ah!, ¡triste existencia la de un pecador que vive en pecado! ¡Es en
vano que te ocultes de la presencia de Dios, nunca podrás conseguirlo! «¿Adán,
Adan, donde estás?» «Señor, exclama, he pecado y temo vuestra presencia» (Gen.,
III, 9-10). Adán, temblando, corre a ocultarse, y es precisamente en el momento
en que creía no ser visto de Dios cuando se hizo oír su voz : «Adán en todas
partes me hallarás; has pecado, y Yo he sido testigo de tu crimen; mis ojos
estaban fijos en ti». «Caín, Caín, ¿dónde está tu hermano?». Al oír la Voz del
Señor, Caín quedó estupefacto. Pero Dios le persiguió con la espada en el
cinto: «Caín, la sangre de tu hermano clama venganza» (Gen., IV, 9-10). Cuan
cierto es que el pecador se halla en un continuado espanto y desesperación.
¿Qué hiciste, pecador? Dios te castigará. No, no, exclama, Dios no me ha visto,
«no hay Dios». ¡Ah!, desgraciado, Dios te ve y te castigará. De lo cual
concluyo que en vano el pecador querrá tranquilizarse, olvidar sus pecados,
huir de la presencia de Dios y procurarse todo cuanto su corazón pueda desear;
a pesar de todo esto, no dejará de ser un desdichado; en todas partes
arrastrará sus cadenas y su infierno. ¡ Ah !, ¡ triste existencia 1 No vayamos
más lejos; estos pensamientos son demasiados desesperanzadores; de ningún modo
nos conviene hoy_ este lenguaje; dejemos a esos pobres desgraciados en las
tinieblas, ya que en ellas quieren vivir; dejemos que se condenen, ya que no
quieren salvarse.
«Venid, hijos míos, decía el
santo Rey David, venid, pues tenga grandes cosas que anunciaros ; venid, y os
diré cuán bueno es el Señor para los que le aman. Tiene preparado para sus
hijos un alimento celestial que da frutos de vida. En todas partes hallaremos a
nuestro Dios; si vamos al cielo, allí estará; si pasamos el mar, le veremos a
nuestro lado. Si nos sumergimos en la profundidad caótica de las aguas, hasta
allí nos acompañará» (Ps. XXXIII; CXXXVIII. XXII.). Nuestro Dios no nos pierde
de vista, cual una madre que está vigilando al hijito que da los primeros
pasos. «Abraham, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas
partes.» «¡ Dios mío !, exclama Moisés, servíos mostrarme vuestra faz: con ella
tendré cuanto puedo desear» (Exod, XXIII, 13.). Cuán consolado queda un
cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus
combates, que tiene a Dios de su parte. Digámoslo mejor, ¡todo un Dios le
estrecha dulcemente contra su seno! ¡Pueblo cristiano! ¡Cuán dichoso eres al
gozar de tantos favores que no se conceden a los demás pueblos! Razón tenía al
decirnos, que si la presencia de Dios es una tiranía para el pecador, es en
cambio una delicia infinita; un cielo anticipado para el buen cristiano.
Hermoso y consolador es lo que
os acabo de decir, más aún no es todo, es poca cosa todavía, me atrevo a decir,
en comparación del amor que Jesucristo nos manifiesta en el adorable sacramento
de la Eucaristía. Si me dirigiese a gente incrédula o impía, que se atreve a
dudar de la presencia de Jesucristo en este adorable sacramento, comenzaría por
aportar pruebas tan claras y convincentes, que morirían de pena por haber
dudado un misterio apoyado en argumentos tan fuertes v persuasivos. Les diría
yo: si es verdad la existencia de Jesucristo, también es verdad este misterio,
ya que Aquél, después de haber tomado un fragmento de pan en presencia de sus
apóstoles, les dijo: «Ved aquí pan; pues bien, voy a transformarlo en mi
Cuerpo; ved aquí vino, el cual voy a transformar en mi sangre; este cuerpo es
verdaderamente el mismo que será crucificado, y esta sangre es la misma que
será derramada en remisión de los pecados ; y cuantas veces pronunciéis estas
palabras, dijo además a sus apóstoles, obraréis el mismo milagro; esta potestad
la comunicaréis unos a otros hasta el fin de los siglos»(Matth., XXVI ; Luc.,
XXII.). Mas ahora dejemos a un lado estas pruebas; tales razonamientos son
inútiles para unos cristianos que tantas veces han gustado las dulzuras que
Dios les comunica en el sacramento del amor.
Dice San Bernardo que hay tres
misterios en los cuales no puede pensar sin que su corazón desfallezca de amor
y de dolor, El primero es el de la Encarnación, el segundo es el de la muerte y
pasión de Jesús, y el tercero es el del adorable sacramento de la Eucaristía.
Al hablarnos el Espíritu Santo del misterio de la encarnación, se expresa en
términos que nos muestra la imposibilidad de comprender hasta dónde llega el
amor de Dios a los hombres, pues dice: «Así amó Dios al mundo», como si nos
dijese: dejo a vuestra mente, deja a vuestra imaginación la libertad de formar
sobre ello las ideas que os plazca; aunque tuvieseis toda la ciencia dé las
profetas, todas las luces de los doctores y todos los conocimientos de los
ángeles, os sería imposible comprender el amor que Jesucristo ha sentido por
vosotros en estos misterios. Cuando nos habla San Pablo de los misterios de la Pasión
de Jesucristo, ved cómo se expresa : «Con todo y ser Dios infinito en
misericordia y en gracia, parece haberse agotado por amor nuestro. Estábamos
muertos y nos dió la vida. Estábamos destinados a ser infelices por toda una
eternidad, y con su bondad y misericordia ha cambiado nuestra suerte» (Eph.,
II, 4-6.). Finalmente, al hablarnos, San Juan, de la caridad que Jesucristo
mostró con nosotros al instituir el adorable sacramento de la Eucaristía, nos
dice «que nos amó hasta el fin» (Joan., XIII, 1.) es decir, que amó al hombre,
durante toda su vida, con un amor sin igual. Mejor dicho, nos amó cuanto pudo.
¡Oh, amor, cuan grande y cuán poco conocido eres!
Y pues, amiga mío, ¿no
amaremos a un Dios que durante toda la eternidad ha suspirado por nuestro bien?
¡Un Dios que tanto lloró nuestros pecados, y que murió para borrarlos! Un Dios
que quiso dejar a los ángeles del cielo, donde es amado con amor tan perfecto y
puro, para bajar a este mundo, sabiendo muy bien que aquí sería despreciado. De
antemano sabía las profanaciones que iba a sufrir en este sacramento de amor.
No se le ocultaba que unos le recibirían sin contrición; otros sin deseo de
corregirse; ¡ay!, otros tal vez, con el crimen en su corazón, dándole con ello
nueva muerte. Pero nada de esto pudo detener su amor. ¡Dichoso pueblo
cristiano! … «Ciudad de Sión, regocíjate, prorrumpe en la más franca alegría,
exclama el Señor por la boca de Isaías, ya que tu Dios mora en tu recinto»
(Is.,XII,6.). Lo que el profeta Isaías decía a su pueblo, puedo yo decíroslo
con más exactitud. ¡Cristianos, regocijaos!, vuestro Dios va a comparecer entre
vosotros. Este dulce Salvador va a visitar vuestras plazas, vuestras calles,
vuestras moradas; en todas partes derramará las más abundantes bendiciones.
¡Moradas felices aquellas delante de las cuales va a pasar! ¡Oh, felices
caminas los que vais a estremeceros bajo tan santos y sagrados pasos! ¿Quién
nos impedirá decir, al volver a discurrir por la misma vía : Por aquí ha pasado
mi Dios, por esta senda ha seguido cuando derramaba sus saludables bendiciones
en esta parroquia?
¡Qué día tan consolador para
nosotros!. Si nos es dado gozar de algún consuela en este mundo, ¿ no será, por
ventura, en este momento feliz? Olvidemos, a ser posible, todas nuestras
miserias. Esta tierra extranjera va a convertirse en la imagen de la celestial
Jerusalén; las alegrías y fiestas del cielo, van a bajar a la tierra. «Péguese
la lengua a mi paladar, si es capaz de olvidar estos grandes beneficios» (Ps.
CYXXVI, 6.). ¿Que el cielo prive a mis ojos de la luz, si ellos han de fijar
sus miradas en las cosas terrenas?
Si consideramos las obras de
Dios: el cielo v la tierra, el orden admirable que reina en el vasto universo,
ellas nos anuncian un poder infinito que lo ha creado todo, una sabiduría
infinita que todo lo gobierna, tina bondad suprema y providente que cuida de
todo con la misma facilidad que si estuviese ocupada en un solo ser: tantos
prodigios han de llenarnos forzosamente de sorpresa, espanto y admiración. Mas;
fijándonos en el adorable sacramento de la Eucaristía, podemos decir que en él
está el gran prodigio del amor de Dios con nosotros; en él es donde su
omnipotencia, su gracia y su bondad brillan de la manera más extraordinaria.
Con toda verdad podemos decir que éste es el pan bajado del cielo, el pan de
los ángeles, que recibimos coma alimento de nuestras almas. Es el pan de los
fuertes que nos consuela y suaviza nuestras penas. Es éste realmente «el pan de
los caminantes»; mejor dicho, es la llave qué nos franquea las puertas del
cielo. «Quien me reciba, dice el Salvador, alcanzará la vida eterna: el que me
coma no morirá. Aquel, dice el Salvador, que acuda a este sagrado banquete,
hará nacer en él una fuente que manará hasta la vida eterna» (Ioan., VI, 54.55;
IV, 14.).
Mas, para conocer mejor las
excelencias de este don, debemos examinar hasta qué punto Jesucristo ha llevado
su amor a nosotros en este sacramento. No era bastante que el Hijo de Dios se
hiciese hombre por nosotros; para dejar satisfecho su amor, era preciso ofrecerse
a cada uno en particular. Ved cuánto nos ama. En la misma hora en que sus
indignos hijos activaban los preparativos para darle muerte, su amor le llevaba
a obrar un milagro cuyo objeto es permanecer entre ellos. ¿Se ha visto, podrá
verse amor más generoso ni mas liberal que el que nos manifiesta en el
Sacramento de su amor? ¿No habremos de afirmar, con el Concilio de Trento, que
en dicho Sacramento es donde la liberalidad v generosidad divinas han agotado
todas sus riquezas? (Ses., XIII, cap. II.). ¿Nos será dado hallar sobre la
tierra, y hasta en el cielo, algo que con este misterio pueda ser comparado?
¿Se ha visto jamás que la ternura de un padre, la liberalidad de un rey para
sus súbditos, llegase hasta donde ha llegado la que muestra Jesucristo en el
Sacramento de nuestros altares? Vemos que los padres, en su testamento, dejan
las riquezas a sus hijos; mas en el testamento del Divino Redentor, no son
bienes temporales, puesto que ya los tenemos…, sino su Cuerpo adorable y su
Sangre preciosa lo que nos da. ¡Oh, dicha del cristiano, cuán poco apreciada
eres¡. No, Jesús no podía llevar su amor más allá que dándose a Sí mismo;
ya que, al recibirlo, le recibimos con todas sus riquezas. ¿No es esto una
verdadera prodigalidad de un Dios para con sus criaturas?. Si Dios nos hubiese
dejado en libertad de pedirle cuanto quisiéramos, ¿nos habríamos atrevido a
llevar hasta tal punto nuestras esperanzas? Por otra parte, el mismo Dios, con
ser Dios, ¿podía hallar alga más precioso para darnos?, nos dice San Agustín.
Pera, ¿sabéis aún cuál fué el motivo que movió a Jesucristo a permanecer día y
noche en nuestras templos? Pues fué para que, cuantas veces quisiéramos verle,
nos fuese dado hallarle. ¡Cuán grande eres, ternura de un padre!. ¡Qué cosa
puede haber más consoladora para, un cristiano, que sentir que adora a un Dios
presente en cuerpo y alma! «Señor, exclama el Profeta Rey, ¡un día pasado junta
a Vos es preferible a mil empleados en las reuniones del mundo»! (Pes.,
LXXXIII, 11.). ¿Qué es, en efecto, lo que hace tan santas y respetables
nuestras iglesias?, ¿no es, por ventura, la presencia real de Nuestro Señor
Jesucristo? ¡Ah!, ¡pueblo feliz, el cristiano!
II.- Pero, me preguntaréis,
¿qué deberemos hacer para testimoniar a Jesucristo nuestro respeto y nuestra
gratitud? Vedlo aquí :
1.° Deberemos comparecer
siempre ante su presencia con el mayor respeto, y seguirle con alegría
verdaderamente celestial, representándonos interiormente aquella gran procesión
que tendrá lugar después del juicio final. Para quedar penetrados del más
profundo respecto, bastará recordar nuestra condición de pecadores,
considerando cuán indignos somos de seguir a un Dios tan santo y tan puro,
Padre bondadoso al que tantas veces hemos despreciado y ultrajado, y que con
todo nos ama aún y se complace en darnos a entender que está dispuesto a
perdonarnos nuevamente. ¿Qué es lo que hace Jesucristo cuando le llevamos en
procesión? Vedlo aquí. Viene a ser como un buen rey en medio de sus súbditos,
como un padre bondadoso rodeado de sus hijos, como un buen pastor visitando sus
rebaños. ¿En qué debemos pensar cuando marchamos en pos de nuestro Dios? Mirad.
Hemos de seguirle con la misma devoción y adhesión que los primeros fieles
cuando moraba aquí en la tierra prodigando el bien a todo el mundo. Sí, si
acertamos a acompañarle con viva fe, tendremos la seguridad de alcanzar cuanto
le pidamos.
Leemos en el Evangelio que un
día, en el camino por donde pasaba el Señor, había dos ciegos, los cuales se
pusieron a dar voces diciendo: «¡Jesús, hijo de David, ten piedad de nosotros!»
Al verlos el Divino Maestro, movióse a compasión, y les preguntó qué querían.
«Señor, le respondieron, haced que veamos.» «Pues ved», les dijo el Salvador
(Matth., XX, 30-34.). Un gran pecador llamado Zaqueo, deseando verle pasar, se
encaramó a un árbol; pero Jesucristo, que había venido para salvar a los
pecadores, le dijo: «Zaqueo, baja del árbol pues quiero alojarme en tu casa»,
¡En tu casa!, lo cual es como si le dijese: Zaqueo, desde hace mucho tiempo, la
puerta de tu corazón está cerrada por el orgullo y las injusticias; ábreme hoy,
pues vengo para otorgarte el perdón. Al momento, bajó Zaqueo, humillóse
profundamente ante su, Dios, reparó todas sus injusticia no deseando ya por
herencia otra cosa que la pobreza y el sufrimiento (Luc., XIX, 1-10.). ¡Oh,
instante feliz, el cual le valió una eternidad de dicha! Otro día pasando el
Salvador por otra calle, seguíale una pobre mujer, afligida por espacio de.
doce años a causa de un flujo de sangre: Se decía ella : «Si tuviese la dicha
de tocar aunque sólo fuese el borde de sus vestiduras, estoy cierta que curaría
» (Matth., IX, 20-22.). Y corrió, llena de confianza, a arrojarse a los pies
del Salvador, y al momento quedó libre de su enfermedad. Si tuviésemos la misma
fe y la misma confianza, obtendríamos también las mismas gracias; puesto que es
el mismo Dios, el mismo Salvador y el mismo Padre, animado de la misma caridad.
«Venid. decía el Profeta, venid, salid de vuestros tabernáculos, mostraos a
vuestro pueblo que os desea y os ama.» ¡Ay!, ¡cuántos enfermos esperan la
curación! ¡Cuántos ciegos a quienes habría que devolver la vista! ¡Cuantos
cristianos, de los que van a seguir a Jesucristo, tienen sus almas cubiertas de
llagas! ¡Cuántos cristianos están en las tinieblas y no ven que corren
inminente peligro de precipitarse en el infierno! ¡Dios mío!, ¡curad a unos e
iluminad a otros! ¡Pobres almas, cuán desdichadas sois!
Nos refiere San Pablo que,
hallándose en Atenas, vió escrito en un altar: «Aquí reside el Dios
desconocido» (Ignoto Deo (Act. XVII, 23).). Pero, ¡ay!, podría deciros yo lo
contrario: vengo a anunciaros un Dios que vosotros conocéis como tal, y no
obstante no le adoráis, antes bien le despreciáis. Cuántos cristianos, en el
santo día del domingo, no saben cómo emplear el tiempo, y, con todo, no se
dignan dedicar ni tan sólo unos momentos a visitar a su Salvador que arde en
deseos de verlos juntos a sí, para decirles que los ama y que quiere colmarles
de favores. ¡Qué vergüenza para nosotros!… ¿Ocurre algún acontecimiento
extraordinario?, lo abandonáis todo y corréis a presenciarlo. Mas a Dios no
hacemos otra cosa que despreciarle, huyendo de su presencia; el tiempo empleado
en honrarle siempre nos parece largo, toda práctica religiosa nos parece durar
demasiado. ¡Cuán distintos eran los primeros cristianos!. Consideraban como las
más felices de su vida los días y noches empleados en las iglesias cantando las
alabanzas del Señor o llorando sus pecados; mas hoy, por desgracia; no ocurre
lo mismo. Los cristianos de hoy, huyen de Él y le abandonan, y hasta algunos le
desprecian; la mayor parte nos presentamos en las iglesias, lugar tan sagrado,
sin reverencia sin amor de Dios, hasta sin saber para qué vamos allí. Unos
tienen ocupado su corazón y su mente en mil cosas terrenas o tal vez
criminales; otros están allí can disgusta y fastidio; otros hay que apenas si
doblan la rodilla en las momentos en que un Dios derrama su sangre preciosa
para perdonar sus pecados; finalmente, otros, aun no se ha retirado el
sacerdote del altar, ya están fuera del templo. Dios mío, cuán poco os aman
vuestras hijos, mejor dicho, cuanto os desprecian. En efecto, ¿cuál es el
espíritu de ligereza y disipación que dejéis de. mostrar en la iglesia? Unos
duermen, otros hablan, y casi ninguno hay que se ocupe en lo que allí debería
ocuparse.
2.° Digo que habiendo sido los
hombres criados por Dios y enriquecidos sin cesar por su mano con los más
abundantes favores, debemos todos testificarle nuestra agradecimiento, y a la
vez afligirnos por haberle ultrajado. Nuestra conducta debe ser la de un amigo
que se entristece por las desgracias que a su amigo sobrevienen: a esto se
llama mostrar una amistad sincera. Sin embargo, por favores que haya podido
prestar un amigo, nunca hará lo que Dios ha hecho por nosotros. – Pero, me
diréis, ¿quiénes deben, al parecer de usted, sentir un amor más intenso y más
ardiente a la vista de los ultrajes que Jesucristo recibe de los malos
cristianos? – Es indudable que todos han de afligirse por los desprecios de que
es objeto, todos han de procurar desagraviarle; mas entre los cristianos hay
algunos que están obligados a ello de un modo especial, y san los que tienen la
dicha de pertenecer a la cofradía del Santísimo Sacramento. He dicho: «Que
tienen la dicha». ¿Habrá otra mayor que la de ser escogidas para desagraviar a
Jesucristo de los ultrajes que recibe en el Sacramento de su amor? No os quepa
duda; vosotros, como cofrades, estáis obligados a llevar una vida mucho más
perfecta que el común de los cristianos. Vuestros pecados son mucho más
sensibles a Dios Nuestro Señor. No es bastante can llevar un cirio en la mano,
para dar a entender que somos cantados entre los escogidos de Dios; es preciso
que nuestro comportamiento nos singularice, como el cirio nos distingue de los
que no lo llevan. ¿Por qué llevamos esos cirios que brillan, si no es para
indican que nuestra vida debe ser un modelo de virtud, para mostrar que
consideramos como una gloria el ser hijos de Dios y que estamos prestos a dar
la vida por defender los intereses de Aquel a quien nos hemos consagrado
perpetuamente? Sí, esforzarse en adornar las iglesias y los altares es dar,
ciertamente, señales exteriores muy buenas y laudables; pero no hay, bastante.
Los bethsamitas, cuando el arca del Señor pasó por su tierra, dieron muestras
del mayor celo y diligencia; en cuanto la divisaron, salió el pueblo en masa
para precederla; todos se ocuparon diligentemente en preparar la leña para
ofrecer los sacrificios. Sin embargo, cincuenta mil hubieron de morir, por no
haber guardado bastante respeto (1 Reg., VI.). ¡Cuánto ha de hacernos temblar
este ejemplo! ¿Que objetos guardaba aquella arca?. Un poco de maná, las tablas
de la Ley; y porque los que a ella se acercan no están bien penetrados de su
presencia, el Señor los hiere de muerte. Pero, decidme, ¿quiénes de los que
reflexionen tan sólo por un momento sobre la presencia de Jesucristo, no
quedarán sobrecogidos de temor? ¡Cuántos desgraciados forman parte del cortejo
del Salvador, con un corazón lleno de culpas! ¡Ah, infeliz!, en vano doblarás
la rodilla, mientras un Dios se yergue para bendecir a su pueblo; sus
penetrantes miradas no dejarán por eso de ver los horrores que cobija tu
corazón. Mas, si nuestra alma está pura, entonces podremos figurarnos que vamos
en pos de Jesucristo como en pos de un gran rey, que sale de la capital de su
reino para recibir los homenajes de sus súbditos y colmarlos de favores.
Leemos en el Evangelio que
aquellos dos discípulos que iban a Emmaús andaban en compañía del Salvador sin
conocerle; y cuando le hubieron reconocido, desapareció. Enajenados por su
dicha, decíanse el uno al otro: «Cómo se explica que no le hayamos reconocido,
¿Acaso nuestros corazones no se sentían inflamados de amor cuando nos hablaba
explicándonos las Escrituras?» (Luc., XXIV, 13-32.) . Mil veces más dichosos
que aquellas discípulos somos nosotros, va que ellos iban en compañía de
Jesucristo sin conocerle, mas nosotros sabemos que quien marcha en nuestra
compañía presidiéndonos, es nuestro Dios y Salvador, el cual va a hablar al
fondo de nuestro corazón, en donde infundirá una infinidad de buenos
pensamientos y santas inspiraciones. «Hijo mío, te dirá, ¿por qué no quieres
amarme? ¿Por qué no dejas ese maldito pecado que levanta una muralla de
separación entre ambos? ¡Ah!, hijo mío, aquí tienes el perdón, ¿quieres
arrepentirte?» Pero ¿qué le responde el pecador? «No, no, Señor, prefiero vivir
bajo la tiranía del demonio y ser reprobado, a imploraros perdón.»
Mas, me dirá alguno, nosotros
no decimos esto al Señor. – Pero ya replica que se lo, decís repetidamente, o
sea, cada vez que Dios os inspira el pensamiento de convertiros. ¡Ah,
desgraciado! día vendrá en que pedirás lo que hoy rehúsas, y entonces tal vez
no te será concedido. Es muy cierto, que si tuviésemos la dicha de que Dios se
nos hiciese visible, como ha acontecido a muchos santos, ya en la figura de un
niño en el pesebre, ya traspasado por los clavos en la cruz, sentiríamos hacia
Él mayor respeta y amor; pera esto no lo merecemos, y si nos aconteciese un
caso semejante nos creeríamos ya santos, lo cual sería un motivo de orgullo.
Mas, aunque Dios no nos otorgue esta gracia, no deja por ello de estar
presente, y presto a concedernos cuanto le pidamos.
Refiérese en la historia que,
dudando un sacerdote de esta verdad, después de haber pronunciado las palabras
de la consagración: «¿Cómo es posible, decía entre sí, que las palabras de un
hombre abren tan gran milagro?» Mas Jesucristo, para echarle en cara su poca
fe, hizo que la santa Hostia sudase sangre en abundancia, hasta el punto que
fué preciso recoger ésta con una cuchara (Las maravillas divinas en la Santa
Eucaristía, por el P. Rossignoli, S. J., CXIII. maravilla.). Y el mismo autor
nos refiere también que un día se pegó fuego a una capilla, y ardió toda la construcción
hasta quedar destruída; mas la santa Hostia quedó suspendida en el aire sin
apoyarse en ninguna parte. Habiendo acudido un sacerdote para recibirla en un
vaso, vino en seguida ella misma a posarse allí…( Es el milagro de las
sagradas Hostias de Faverney; en la diócesis de Besançon, ocurrido el día 26 de
mayo de 1608. Cfr. Monseñor de Segur, en La Francia al Pie del Santísimo
Sacramento, XV.).
Si amásemos a Dios, sería para
nosotros una gran alegría, una gran dicha el venir todas los domingos al templo
a emplear algunos momentos en adorarle y pedirle perdón de los pecados;
miraríamos aquellos instantes como los más deliciosos de nuestra vida. ¡Cuán
consoladores y suaves son los momentos pasados con este Dios de bondad! ¿Estás
dominado por la tristeza?, ven un momento a echarte a sus plantas, y quedarás
consolado. ¿Eres despreciado del mundo?, ven aquí, y hallarás un amigo
que jamás quebrantará la fidelidad. ¿Te sientes tentado?, aquí es donde vas a
hallar las armas más seguras y terribles para vencer a tu enemigo. ¿Temes el
juicio formidable que a tantos santos ha hecho temblar?, aprovéchate del tiempo
en que tu Dios es Dios de misericordia y en que tan fácil es conseguir el
perdón. ¿Estás oprimido por la pobreza?, ven aquí, donde hallarás a un Dios
inmensamente rico, que te dirá que todos sus bienes son tuyos, no en este
inundo sino en el otro: Allí es donde te preparo riquezas infinitas; anda,
desprecia esos bienes perecederos y en cambio obtendrás otros que nunca te
habrán de faltar. ¿Queremos comenzar a gozar de la felicidad de los santos ?,
acudamos aquí y saborearemos tan venturosas primicias.
¡Cuán dulce es gozar de los
castos abrazos del Salvador! ¿No habéis experimentado jamás una tal delicia? Si
hubieseis disfrutado de semejante placer, no sabríais aveniros a veros privados
de él. No nos admire, pues, que tantas almas santas hayan pasado toda su vida,
día y noche, en la casa de Dios, no sabiendo apartarse de su presencia.
Leemos en la historia que un
santo sacerdote hallaba tal delicia y consuelo en el recinto de los templos,
que hasta se acostaba sobre las gradas del altar, para que, al despertarse, le
cupiese la dicha de hallarse junto a su Dios; y Dios, para recompensarle,
permitió que ni muriese al pie del altar. Mirad a San Luis: durante sus viajes,
en vez de pasar la noche en la cama, la pasaba al pie de los altares, junto a la
dulce presencia del Salvador. ¿Por qué, pues, sentimos nosotros tanta
indiferencia y fastidio al venir aquí? Es que nunca hemos disfrutado de tan
deliciosos momentos?
¿Qué debemos sacar de todo
esto?, vedlo aquí. Hemos de tener como uno de los instantes más felices de
nuestra vida aquel en que nos es dado estar en compañía de tan buen amigo.
Formemos en su cortejo con santo temor; como pecadores, pidámosle, con dolor y
lágrimas en las ojos, perdón de nuestros pecados, y podemos estar ciertos de
que lo alcanzaremos… Si nos hemos reconciliado, imploremos el don precioso de
la perseverancia. Digámosle formalmente que preferimos mil veces morir antes
que volver a ofenderle. Mientras no améis a vuestro Dios, jamás vais a quedar
satisfechos: todo os agobiará, todo os fastidiará; mas, en cuanto le améis,
comenzaréis una vida dichosa; y en ella podréis esperar tranquilamente la
muerte! … ¡Aquella muerte feliz, que nos juntará a nuestro Dios!… ¡Ah,
dulce felicidad!, ¿cuándo llegarás?… ¡Cuán largo es el tiempo de espera!,
¡ven!, ¡tú nos procurarás el mayor de todos los bienes, o sea la posesión del
mismo Dios!….
Los sustentó con flor de trigo,
aleluya; y saciólos con miel de la roca, aleluya, aleluya, aleluya. S/. Regocijaos alabando a Dios, nuestro protector;
cantad al Dios de Jacob. V/ Gloria.
Colecta.-
Oh Dios!, que bajo un sacramento
admirable, nos dejaste el memorial de tu pasión; te pedimos, Señor, nos
concedas celebrar de tal manera los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre,
que sintamos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives.
Epístola. 1 Cor.11.23-29.-
Hermanos: Del Señor aprendí lo
que también os tengo ya enseñado, y es que el Señor Jesús, la noche misma en
que había de ser traicionado, tomó el pan, y dando gracias, lo partió, y dijo:
Tomad y comed; éste es mi cuerpo, que por vosotros será entregado; haced esto
en memoria mía. Y de la misma manera tomó el cáliz, después de haber cenado,
diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre; haced esto, siempre
que lo bebiereis, en memoria mía. Así que, cuantas veces comiereis este pan y
bebiereis este cáliz, otras tantas anunciaréis la muerte del Señor, hasta que
venga. Por tanto, cualquiera que coma este pan o beba el cáliz del Señor
indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. Examínese, pues, a si
mismo cada cual, y así coma de ese pan y beba de ese cáliz. Porque quien le come
y bebe indignamente, se come Y bebe su propia condenación, si no discierne el
cuerpo del Señor.
Gradual. Salm.144.15-16.-
Los ojos de todos en ti esperan,
Señor; y tú les das comida en el tiempo conveniente, y. abres tu mano, y
llenas a todo viviente de bendición.
Aleluya. Juan 6,56-57.-
Aleluya, aleluya. V/. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida: el que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece, y yo
en él.
Secuencia.
Santo Tomás de Aquino.
Alaba, alma mía, a tu Salvador;
alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas,
porque él está sobre toda alabanza, y jamás podrás alabarle lo bastante.
El tema especial de nuestros
loores es hoy el pan vivo y que da vida.
El cual se dio en la mesa de la
sagrada cena al grupo de los doce apóstoles sin género de duda.
Sea, pues, llena, sea sonora,
sea alegre, sea pura la alabanza de nuestra alma.
Pues celebramos el solemne día en
que fue instituido este divino banquete.
En esta mesa del nuevo rey, la
pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.
Lo viejo cede ante lo nuevo, la
sombra ante la realidad, y la luz ahuyenta la noche.
Lo que Jesucristo hizo en la
cena, mandó que se haga en memoria suya.
Instruidos con sus santos
mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los
cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.
Lo que no comprendes y no ves,
una fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies, que son
accidente y no substancia, están ocultos los dones más preciados.
Su carne es alimento y su sangre
bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie.
Quien lo recibe no lo rompe, no
lo quebranta ni lo desmembra; recíbese
todo entero.
Recíbelo uno, recíbenlo mil; y
aquél le toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo buenos y malos; mas con
suerte desigual de vida o de muerte.
Es muerte para los malos y vida
para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.
Cuando se divida el Sacramento,
no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como
antes en el todo.
No se parte la sustancia, se
rompe sólo la señal; ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro; verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros
Figuras lo representaron: Isaac
fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres
Buen pastor, pan verdadero, ¡oh
Jesús], ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la
tierra de los vivientes.
Tu, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos tus comensales, coherederos
y compañeros de los santos ciudadanos. Amén. Aleluya.
Evangelio. Juan 6.56-59.-
En aquel tiempo: Dijo Jesús a las
turbas de los judíos: Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre,
verdaderamente bebida, quien come mi carne y bebe mi sangre, en mi mora y yo en
él. Así como vive el Padre que me envió, y yo vivo por el Padre; así, el que me come, también vivirá
por mí. Éste es el pan que ha bajado del celo, No sucederá como a nuestros
padres, que comieron el maná, y murieron. Quien coma este pan, vivirá
eternamente.
Ofertorio. Lev.21.6.-
Los sacerdotes del Señor ofrecen
a Dios incienso y panes; por tanto, serán santos para su Dios, y no profanarán
su nombre. Aleluya.
Secreta.-
Te pedimos, Señor, concedas
propicio a tu Iglesia los dones de la unidad y de la paz, místicamente representados
por los presentes que te ofrecemos. Por N. S.
Comunión. 1 Cor.11.26-27.-
Cuantas veces comeréis este pan y
beberéis este cáliz, otras tantas anunciaréis la muerte del Señor hasta que
venga. Por tanto, cualquiera que coma este pan o beba el cáliz del Señor indignamente,
será reo del cuerpo y sangre del Señor, aleluya.
Poscomunión.-
Te suplicamos, Señor, nos sacies
plenamente con el goce sempiterno de tu
divinidad, el cual está representado en la recepción temporal de tu precioso
cuerpo y sangre. Tú que vives y reinas
con Dios Padre.
In Festo
Sanctíssimi Córporis Christi
I
Classis
Introitus:
Ps. lxxx: 17
Cibavit illos ex ádipe fruménti, allelúja: et de petra,
melle saturávit eos, allelúja, allelúja, allelúja. [Ps. ibid., 2] Exultáte Deo adjutóri nostro: jubiláte
Deo Iacob. v Glória Patri. Cibavit
illos.
Oratio:
Deus, qui nobis sub Sacraménto mirábili passiónis tuæ
memóriam reliquísti: tribue, quǽsumus, ita nos Córporis et Sánguinis tui sacra
mystéria venerári, ut redemptiónis tuæ fructum in nobis júgiter sentiámus. Qui
vivis et regnas.
1 ad
Cor. xi: 23-29
Léctio
Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Corínthios.
Fratres: Ego enim accépi a Dómino quod et trádidi vobis;
quóniam Dóminus Jesus in qua nocte tradebátur, accépit panem, et grátias agens
fregit, et dixit: Accipite, et manducáte: hoc est corpus meum, quod pro vobis
tradétur: hoc fácite in meam commemoratiónem. Simíliter et cálicem, postquam cœnavit,
dicens: Hic calix novum testaméntum est in meo sánguine. Hoc fácite,
quotiescúmque bibétis, in meam commemoratiónem. Quotiescúmque enim manducábitis
panem hunc, et cálicem bibétis, mortem Dómini annuntiábitis donec veniat.
Itaque quicúmque manducáverit panem hunc, vel bíberit cálicem Dómini indigne,
reus erit córporis et sánguinis Dómini. Probet autem seípsum homo: et sic de
pane illo edat, et de cálice bibat. Qui enim mandúcat, et bibit indígne,
judícium sibi mandúcat, et bibit: non dijúdicans corpus Dómini.
Graduale
Ps. cxxxxvi: 15-16
Oculi ómnium in te sperant, Dómine; et tu das illis escam
in témpore opportúno. V. Aperis tu
manum tuam: et imples omne ánimal benedictione.
Allelúja, allelúja. [Joann.
vi: 56-57] Caro mea vere est cibus, et sanguis meus vere est potus:
qui mandúcat meam carnem et bibit meum sánguinem, in me manet, et ego in eo.
Lauda, Sion, salvatórem,
lauda ducem et pastórem
in hymnis et cánticis.
Quantum potes, tantum aude:
quia maior omni laude,
nec láudare súfficis.
Laudis thema speciális,
panis vivus et vitális,
hódie propónitur.
Quem in sacræ mensa cœnæ,
turbæ fratrum duódenæ
datum non ambígitur.
Sit laus plena, sit sonóra,
sit jucúnda, sit decora
mentis jubilatio;
Dies enim solémnis ágitur,
in qua mensæ prima recólitur
hujus institútio.
In hac mensa novi regis,
novum Pascha novæ legis
phase vetus términat.
Vetustátem nóvitas,
umbram fugat veritas,
noctem lux elíminat.
Quod in cœna Christus gessit,
faciéndum hoc expréssit
in sui memóriam.
Docti sacris institútis,
panem vinum in salútis
consecrámus hóstiam.
Dogma datur Christiánis,
quod in carnem transit panis
et vinum in sánguinem.
Quod non capis, quod non vides,
animósa firmat fides
præter rerum órdinem.
Sub divérsis speciébus,
signis tantum et non rebus
latent res exímiæ.
Caro cibus, sanguis potus:
manet tamen Christus totus
sub utráque spécie.
A suménte non concísus,
non confráctus, non divísus,
ínteger accípitur.
Sumit unus, sumunt mille:
quantum isti, tantum ille:
nec sumptus consúmitur.
Sumunt boni, sumunt mali:
sorte tamen inæquáli,
vitæ, vel intéritus.
Mors est malis, vita bonis:
vide, paris sumptiónis
quam sit dispar éxitus.
Fracto demum sacraménto,
ne vacílles, sed meménto
tantum esse sub fragménto,
quantum toto tégitur.
Nulla rei fit scissúra:
signi tantum fit fractúra,
qua nec status, nec statúra
signáti minúitur.
Ecce, panis Angelórum,
factus cibus viatórum,
vere panis fíliorum,
non mitténdus cánibus.
In figúris præsignátur,
cum Isaac immolátur:
agnus paschæ deputátur:
datur manna pátribus.
Bone pastor, panis vere,
Jesu nostri miserére:
tu nos pasce, nos tuére:
tu nos bona fac vidére
in terra vivéntium.
Tu, qui cuncta scis et vales:
qui nos pascis hic mortáles:
tuos ibi commensáles,
coheredes et sodales
fac sanctórum cívium.
Amen. Allelúja
Joann.
vi: 56-59
+ Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Joannem.
In illo témpore: Dixit Jesus turbis Judæórum: «Caro enim
mea vere est cibus, et sanguis meus vere est potus. Qui mandúcat meam carnem,
et bibit meum sánguinem, in me manet, et ego in illo. Sicut misit me vivens
Pater, et ego vivo propter Patrem: et qui mandúcat me, et ipse vivet propter
me. Hic est panis qui de cælo descéndit. Non sicut manducavérunt patres vestri
manna, et mortui sunt. Qui mandúcat hunc panem, vivet in ætérnum.»
Offertorium:
Levit. xxi: 6.
Sacerdótes Dómini incénsum et panes ófferunt Deo: et ídeo
sancti erunt Deo suo, et non pólluent nomen ejus, allelúja.
Secreta:
Ecclésiæ tuæ, quǽsumus, Dómine, unitátis et pacis
propítius dona concéde: quæ sub oblátis munéribus mýstice designántur. Per
Dóminum.
Communio:
l Cor. xi: 26-27
Quotiescúmque manducábitis panem hunc et cálicem bibétis,
mortem Dómini annuntiábitis, donec veniat: ítaque quicúmque manducáverit panem,
vel bíberit cálicem Dómini indígne, reus erit córporis et sánguinis Dómini,
allelúja .
Postcommunio:
Fac nos, quǽsumus, Dómine, divinitátis tuæ sempitérna
fruitióne repléri: quam pretiósi Córporis et Sánguinis tui temporális percéptio
præfigúrat: Qui vivis.
“Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu
corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en
práctica, para que por tu obediencia laboriosa retornes a Dios, del que te
habías alejado por tu indolente desobediencia. A ti, pues, se dirigen estas mis
palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus
propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la
obediencia para servir al verdadero rey, Cristo el Señor.
Ante todo, cuando te dispones a realizar cualquier obra buena, pídele
con oración muy insistente y apremiante que él la lleve a término, para que,
por haberse dignado contarnos ya en el número de sus hijos, jamás se vea
obligado a afligirse por nuestras malas acciones. Porque, efectivamente, en
todo momento hemos de estar a punto para servirle en la obediencia con los
dones que ha depositado en nosotros, de manera que no sólo no llegue a desheredarnos
algún día como padre airado, a pesar de ser sus hijos, sino que ni como señor temible, encolerizado
por nuestras maldades, nos entregue al castigo eterno por ser unos siervos
miserables empeñados en no seguirle a su gloria.”
COMENTARIO
El Canónigo Simon nos dice en su
libro “La regla de San Benito comentada
para los oblatos y los amigos de los monasterios”: “Si emprendemos el
estudio de la Santa Regla, no es por curiosidad. Queremos convertirnos y para conseguirlo, buscamos una guía segura.
Por eso recurrimos a San Benito”
“El guía es el Maestro que va a darnos
preceptos, es también un padre tierno que se dirige a sus hijos”. (…) Su paternidad espiritual, la más noble de
todas, se ofrece a “cualquiera que renunciando a sus propias voluntades quiere
militar bajo la bandera del Señor”
“¿Qué debemos ser los hijos del
Santo Patriarca? Soldados. ¿Quién es el jefe? Cristo, el verdadero Rey. ¿Las
armas? Lo mejor y lo más fuerte: la obediencia. ¿El objetivo de sus esfuerzos y
objetivo de nuestra conquista? Dios Vamos hacia Dios y llegaremos por una lucha
incesante, imitando la conducta de Cristo, nuestro Señor. Aquí tenemos todo un
programa para realizar.”
Refiriéndose a la aplicación
práctica el Canónigo Simón: “Por la Oblatura, nos hemos convertido
verdaderamente en hijos de San Benito. El es para nosotros el Padre amante que
nos abriga con su manto. ¿Y qué nos pide? Lo que pide a todos sus hijos, los
del claustro y los del mundo, hacerse soldados de Cristo, es decir, trabajar,
para transformarnos en cristianos perfectos. Si nos refugiamos bajo la Santa
Regla, nos ofrecerá los medios para llegar al fin. Estemos atentos a sus
admoniciones, y esforcémonos, por su meditación, (…) en cumplirla eficazmente”.
“Los “Estatutos de los Oblatos”
no dicen otra cosa: “meditemos frecuentemente la Santa Regla del Patriarca San
Benito”.” Para que a través de ella lleguemos a transformarnos en verdaderos
Católicos, soldados de Cristo.”
Es costumbre, para los hijos de
San Benito leer todos los días la Regla al final del Oficio de Prima, es decir,
al principio del día para poder llevarla a la práctica con más facilidad.
CONCLUSIONES PRÁCTICAS:
1.-
Empecemos el día haciendo oración.
2.-
Meditemos la Santa Regla todos los días.
3.- No
salgamos de casa sin ofrecerle a Dios todas nuestras tareas.
4.-
Pongamos en manos de la Santísima Virgen todas nuestras inquietudes.
5.- No
comencemos nuestro trabajo sin ofrecérselo al Señor.
6.-
Pensemos: Todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios.
1. «Hijo mío, -dice Dios- yo te
he amado con perpetuo y no interrumpido amor; y por eso; misericordioso, te
atraje a mí». (Jer. XXXI, 3). De estas palabras se infiere, amados
oyentes míos, que entre todos los que nos aman son nuestros padres; pero ellos
no nos aman jamás sino después que nos han conocido. Empero Dios nos amaba ya
antes de que nosotros existiéramos. Todavía no existían en el mundo nuestros padres,
cuando ya nos amaba Dios; o por decirlo mejor, todavía no estaba creado el
mundo, y ya nos amaba el Señor. ¿Y cuánto tiempo antes de crear el mundo nos
amaba Dios? ¿Acaso mil años o mil siglos? No solamente mil siglos antes de la
creación, sino que nos amaba desde la eternidad, como nos dice por Jeremías con
estas palabras: In charitate perpetua dilexi te. Desde que Dios es
Dios, siempre nos ha amado: desde que se amó a si mismo, siempre nos amó. Este
pensamiento hacía decir a la virgen santa Inés: «Estoy comprometida con
otro amador». Cuando las criaturas exigen de ella que las amase, siempre les
respondía: «Yo no puedo preferir las criaturas a mi Dios; Él es el primero
que me amó, y es justo que yo le prefiera que otro amor».
2. Por tanto, hermanos míos,
sabed que Dios os amó desde la eternidad, y solamente por el amor que os tenía,
os distinguió entre tantos hombres que podía haber creado en vuestro lugar, y
dejándolos a ellos en la nada, os dió el ser a vosotros y os hizo salir al
mundo. Por el amor que nos tiene, creó también tantas otras hermosas criaturas,
para que nos sirviesen y nos recordasen el amor que nos ha tenido y el que le
debemos por gratitud. Por esto decía san Agustín: «El Cielo y la tierra y todos
los seres están diciendo que te ame». Cuando el santo miraba el sol, las
estrellas, los montes, el mar y los ríos, creía que todas las criaturas le
decían: Agustín, ama a Dios, porque Él nos ha creado por ti para que tu le
ames. El abad Rancé, fundador de la Trapa, cuando veía las colinas, las fuentes
y las flores, decía que todas estas criaturas le recordaban el amor que Dios le
tenía. También santa Teresa solía decir, que estas criaturas le echaban en cara
su ingratitud para con Dios. Cuando santa María Magdalena de Pazis tenía en la
mano alguna hermosa flor, sentía su corazón herido como de una saeta, y
embellecida en el amor divino, decía en su interior: «¡Con qué mi Dios pensó
desde la eternidad en crear esta flor o este fruto por mi amor con el fin de
que yo le amase!»
3. Además, viendo el Padre
eterno, que nosotros estábamos condenados al Infierno por nuestras culpas,
movido del grande amor que nos tenía, envió a su Hijo al mundo a morir en una
cruz para librarnos del Infierno, y llevarnos consigo al Paraíso, como dice san
Juan por estas palabras: «Tanto amó Dios a los hombres, que no paró hasta
dar por ellos a su Hijo unigénito. (Joann. III, 16). Amor, que con
razón llama el Apóstol, excesivo, en el capítulo II, v. 4 de su Epístola a los
de Efeso: Propter nimium charitatem suam, qua dilexit nos, et cum
essemus mortui peccatis, vivificavit nos in Christo.
4. Contemplemos, además, el
especial amor que nos manifestó, haciéndonos nacer en países cristianos y en el
gremio de la verdadera Iglesia Católica. ¡Cuántos nacen todos los días entre los
gentiles, entre los judíos, entre los mahometanos, y entre los herejes, todos
los cuales se condenan! Considerad, que con respecto al gran número de éstos,
pocos son los hombres que tienen la suerte de nacer donde reina la verdadera
fe, pues no llegan a la décima parte, y entre estos pocos nos ha hecho nacer
Dios. ¡Oh, que don tan inmenso y apreciable es de la fe! ¡Cuántos millones de
almas hay entre los infieles que están privados de los sacramentos, de la
palabra divina, de los ejemplos de los buenos, y de todos los otros auxilios
que tenemos en la Iglesia para salvarnos! Pues todos estos grandes auxilios
quiso concedernos a todos nosotros el Señor, sin que nosotros lo mereciésemos,
antes preveía nuestros grandes crímenes; porque cuando Dios pensaba crearnos y
concedernos estas gracias, ya veía de antemano nuestros pecados y lo mucho que
habíamos de injuriarle.
EL AMOR QUE NOS TUVO
EL HIJO CUANDO NOS REDIMIÓ
5. Nuestro primer padre Adán,
por haber comido el fruto prohibido fue condenado miserablemente a la muerte
eterna con toda su descendencia. Viendo Dios que todo el género humano había
perecido, determinó enviar un Redentor para salvar a los hombres. ¿A quién
enviará para que los redima? ¿enviará a un ángel o a un serafín? No, porque el
mismo Hijo de Dios, sumo y verdadero como el Padre, se ofrece a bajar a la
tierra para tomar en ella carne humana, y morir por la salvación del género
humano. ¡Oh prodigio admirable del amor divino! El hombre desprecia a Dios,
como dice san Fulgencio, y se separa de Dios; y Dios viene a la tierra a buscar
al hombre rebelde, movido del grande amor que le tiene. Viendo que a nosotros
no nos era permitido acercarnos al Redentor, como dice san Agustín, no se
desdeñó el Redentor de acercarse y venir a nosotros. ¿Y porqué quiso Jesucristo
venir a nosotros? El mismo santo Doctor lo dice por estas palabras: «Vino
Cristo al mundo, para que conociese el hombre lo mucho que Dios le ama».
6. Por eso escribió el Apóstol a
Tito: «Dios nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y su amor». (Tit.
III, 4). Y en el texto griego se lee: «se ha manifestado el singular amor de
Dios para con los hombres». San Bernardo escribe sobre el mismo texto, que
antes que apareciese Dios en la tierra en la forma de siervo, hecho semejante a
los demás hombres, no podían llegar a comprender los hombres la grandeza de la
bondad divina: «por esta razón el Verbo eterno tomó carne humana, para que
presentándose como hombre, conociesen los hombres su bondad». (S. Bern.
serm. 1, in Epiph). ¿Y que mayor amor, que mayor bondad
podía manifestarnos el Hijo de Dios, que hacerse hombre como nosotros? ¡Oh suma
bondad de Dios! Se hizo gusano como nosotros para que nosotros no quedásemos
perdidos. ¿No sería una maravilla ver, que un príncipe se convertía en gusano,
para salvar a los gusanos de su reino? Pues cuanta mayor maravilla es ver, que
un Dios se hizo hombre como nosotros para salvarnos de la muerte eterna?Verbum
caro factum est: «El verbo se hizo carne». (Joann. I, 14). Pero
¿quién vió jamás hacerse carne un Dios? ¿Quién pudiera creerlo, si no nos lo
asegurase la fe? Ved aquí, dice san Pablo, «a un Dios casi reducido a la
nada». (Philp. II 7). Con estas palabras nos manifiesta el Apóstol,
que el Verbo que estaba lleno de majestad y de gloria, quiso humillarse y tomar
la condición humilde y débil de la naturaleza humana, revistiéndose de la
naturaleza de siervo, y haciéndose en forma semejante a los hombres; aunque,
como observa san Juan Crisóstomo, no era simple hombre, sino hombre y Dios
juntamente. Oyendo cantar un día a un diácono, aquellas palabras de san
Juan: Et verbum caro factum est, salió fuera de sí mismo, dando
un fuerte grito, y arrobado, voló por el aire en la iglesia hasta ponerse junto
al santísimo Sacramento.
7. No se contentó empero, el
Verbo encarnado, no le bastó a este Dios enamorado de los hombres, sino que
quiso, además, vivir entre nosotros como el último, el más vil y despreciable
de los hombres, como lo había predicho el profeta Isaías (LIII, 2 y 3) «No es
de aspecto bello, ni es esplendoroso; nosotros le hemos visto… despreciado y el
deshecho de los hombres, varón de dolores, porque fue formado de intento para
estar siempre atormentado y perseguido hasta la muerte; pues desde que nació,
hasta que murió, estuvo padeciendo por nuestro amor».
8. Y como había venido para
hacerse amar de los hombres, según escribe san Lucas con aquellas palabras: «Yo
he venido a poner fuego en la tierra, y, ¿que he de querer sino que arda?» (Luc.
XII, 49); quiso darnos al fin de su vida las señales y pruebas más evidentes
del amor que nos profesaba. Como hubiese amado a los suyos que vivían en el
mundo, los amó hasta el fin (Joann. XIII, 1). Y no solamente se
humilló hasta morir por nosotros, sino que quiso elegir una muerte la más
amarga y afrentosa de todas. Y esta es la razón de decir del Apóstol en la
Epístola a los Filipenses (II, 8): «se humilló a si mismo haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz». El que entre los hebreos moría crucificado,
era maldecido y vituperado por todo el pueblo Leemos en la Santa Escritura: «Es
maldito el que está colgado del madero». (Deut. XXI, 23) Por esta
razón también quiso terminar así su vida nuestro divino Redentor, muriendo
afrentado en una cruz, cercado de ignominias y dolores, como había vaticinado
el profeta David por estas palabras: «Llegué a alta mar y sumergióme la
tempestad». (Psal. LXVIII, 3).
9. Escribe san Juan en su
primera Epístola (III, 16), que conocimos el amor que Dios nos tenía, en que
dió el Señor su vida por nosotros. Y en verdad; ¿cómo podía Dios manifestarnos
más claramente su amor, que dando su vida por nosotros? Y ¿cómo es posible ver
todo un Dios muerto por nosotros en una cruz, y no amarle? Por esto dice san
Pablo en su segunda Epístola a los Corintios (v. 14); que el amor de Cristo nos
urge. Por estas palabras nos advierte, que nos obliga y nos mueve a
amarle, no tanto lo que Cristo hizo y padeció por nosotros, cuanto el amor que
nos manifestó padeciendo y muriendo por el género humano. Murió por todos los
hombres, como añade el mismo Apóstol, para que los que viven, no vivan ya para
sí, sino para el que murió. (II. Cor. v, 15). Y a fin de
granjearse todo nuestro amor, no contento con haber dado su vida por
nosotros, quiso además quedarse Él mismo en el sacramento de la Eucaristía,
para servirnos de manjar cuando dijo: «Tomad y comed; este es mi cuerpo» (Matth.
XXIV, 26). Y ¿quién creyera una fineza como esta, si no nos la asegurase la fe?
EL AMOR QUE NOS
MANIFESTÓ EL ESPÍRITU SANTO CUANDO NOS SANTIFICÓ
10. No contento el eterno Padre
con habernos dado a Jesucristo su Hijo, para que nos salvase con su muerte,
quiso darnos también el Espíritu Santo, para que habitase en nuestras almas y
las tuviese continuamente inflamadas de su santo amor. Jesucristo mismo, a
pesar de los malos tratamientos de los hombres en este mundo, olvidado de su
ingratitud después de su ascensión a los Cielos, nos envió desde allí el
Espíritu Santo, para que con su amor encendiese en nosotros la caridad divina y
nos santificase. He ahí por que el Espíritu Santo, cuando descendió al
Cenáculo, quiso dejarse ver en figura de lenguas de fuego. Y he ahí también,
porque pide la Iglesia al Señor, que nos inflame el Espíritu con aquél
fuego que Jesucristo envió a la tierra, anhelando que ardiese. Este es aquél
santo fuego que ha inflamado después a los santos para obrar grandes cosas por
amor de Dios, para amar a sus más crueles enemigos, para desear los desprecios,
para renunciar las riquezas y honores mundanos, y para abrazar con alegría los
tormentos y la muerte.
11. El Espíritu Santo es aquella
unión divina que hay entre el Padre y el Hijo, y el que una nuestras almas con
Dios por medio del amor, cuyo efecto es unir los corazones y las almas justas
con Dios, como dice san Agustín: Los lazos del mundo son lazos de muerte; pero los
del Espíritu Santo sonlazos de vida eterna, puesto que nos unen con Dios, que
es nuestra vida verdadera que no ha de tener fin.
12. Debemos también estar en la
inteligencia, de todas las luces, todas las inspiraciones divinas, y todos los
actos buenos que hemos practicado en toda nuestra vida, de dolor de nuestros
pecados, de confianza en la misericordia de Dios, de amor y resignación: todos
han sido dones del Espíritu Santo. Y el Apóstol añade, que el Espíritu Santo
ayuda nuestra flaqueza, porque, no sabiendo nosotros siquiera que hemos de
pedir en nuestras oraciones, ni como conviene hacerlo, el mismo Espíritu
produce en nuestro interior nuestras peticiones a Dios con gemidos que son
inexplicables. (Rom. VIII, 26).
13. En suma, toda la Santísima
Trinidad se ha ocupado de manifestarnos el amor que Dios nos tiene, para que
nosotros le correspondamos con gratitud; porque como dice san Bernardo,
amándonos Dios, no busca otra cosa que ser amado de nosotros. Es muy justo,
pues, que nosotros amemos a Dios, ya que Dios nos amó primero, y nos obligó a
que le amemos con tantas finezas como nos dispensó. ¡Oh que tesoro tan precioso
es el amor! Es también infinito, porque nos hace adquirir la amistad de Dios,
como dice Salomón por estas palabras: «Es un tesoro infinito para los hombres,
que cuantos se han validado de él, los ha hecho partícipes de la amistad de
Dios». (Sap. VII, 14). Para adquirirlo es necesario apartar el corazón
de las cosas terrenas. Por eso decía Santa Teresa: Aparta tu corazón
de las criaturas y hallarás a Dios. En un corazón lleno de las cosas de la
tierra, no tiene cabida el amor divino. Por esto suplicamos siempre al Señor en
nuestras oraciones, y en las visitas al Santísimo Sacramento, que nos otorgue
su santo amor, para que nos haga perder el afecto de las cosas del mundo. San
Francisco de Sales dice que cuando se quema la casa todo se tira por
la ventana. Quería manifestar con estas palabras, que cuando un alma está
inflamada de amor divino, ella misma se aparta de todas las cosas de la tierra.
14. En el Cantar de los Cantares
de Salomón leemos, que «el amor es fuerte como la muerte» (Cant. VIII,
6). Quieren decir estas palabras, que así como no hay fuerza creada que resista
a la muerte, cuando ha llegado su hora, así no hay dificultad que una alma
amante de Dios no venza con el amor. Cuando se trata de complacer a la persona
amada, el amor vence todas las dificultades, dolores, pérdidas e ignominias,
porque no hay dificultad ninguna que no pueda vencer el amor. El amor hacia los
santos mártires, en medio de los tormentos, sobre los ecúleos y las parrillas
alabasen y diesen gracias a Dios, porque les concedía padecer por su amor; y
que otros santos, luego que faltaron los tiranos, se convirtieran ene verdugos
de sí mismos con los ayunos y penitencias, por dar gusto a Dios. San Agustín
dice: «No se experimenta fatiga ninguna cuando uno hace aquello que ama; y
si alguna se experimenta es amada por el mismo que la sufre»: In
eo quod amatur, aut non laboratur, aut ipse labor amatur.
Introito. Tob. 12.6.- Bendita sea la santa Trinidad y la
indivisible Unidad; alabarémosla porque usado de misericordia con nosotros. Salmo, 8,2.- Oh, Señor, Señor nuestro. ¡Cuán admirable
es vuestro nombre en toda la tierra! Gloria al Padre.
Oración.-
Oh, Dios todopoderoso y eterno que concedisteis a vuestros siervos que, por la
profesión de la verdadera fe, alcanzasen la gracia de conocer la gloria de la
Trinidad eterna y la de adorar la unidad en la omnipotencia de la Majestad: os
suplicamos que perseverando firmes en la misma fe, deseamos defendidos contra
toda adversidad, Por nuestro Señor Jesucristo.
Epístola. Rom.11,33-36.- ¡Que abismo de riqueza es la sabiduría
y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus
caminos! ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su
consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que Él le devuelva? Él es el origen
y camino y término de todo. A Él la gloria por los siglos. Amén.
Gradual. Dan.3,55-56.- Bendito eres, Señor, que miras los
abismos, y te sientas sobre los Querubines. Bendito eres, Señor, en la bóveda
del cielo, digno de alabanza por los siglos.
Aleluya-. Aleluya. Dan 3,52.- Bendito eres, Señor, Dios de
nuestros padres, digno de alabanza por los siglos. Amén
Evangelio. Mat
28,18-20.- En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Ofertorio. Tob.
12.6.- Bendito sea Dios Padre, y el Hijo Unigénito de Dios, y también el
Espíritu Santo, porque ha usado de misericordia con nosotros.
Secreta.- Os rogamos, Señor, que acepéis
benigno los sacrificios que a vos hemos consagrado; y concedednos que nos
sirvan de perpetuo socorro. Por N.S. J.C..
Prefacio de la Santísima Trinidad.-
En verdad es digno y justo,
equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo
Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu
Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola
persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has
revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin
diferencia ni distinción. De suerte, que confesando una verdadera y eterna
Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y
la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los
Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una
voz.
Comunión.
Tob.12,6.- Bendigamos al Dios del
cielo y glorifiquémosle delante de todos los vivientes, porque ha usado de
misericordia con nosotros.
Poscomunión.- Haced, Señor y Dios nuestro, que la recepción
de este Sacramento y la confesión de la eterna y santa Trinidad y de su indivisible
Unidad nos sirvan para salud del alma y cuerpo. Por N. S. J. C.
TEXTOS DE LA MISA EN LATIN
In Festo Sanctissimæ Trinitatis I Classis
Introitus:
Tob. xii: 6
Benedícta sit sancta Trínitas, atque indivísa únitas:
confitébimur ei, quia fecit nobíscum misericórdiam suam. Dómine Dóminus
noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra!. Glória Patri.
Benedícta sit.
Oratio:
Omnípotens sempitérne Deus, qui dedísti fámulis tuis in
confessióne veræ fídei, ætérnæ Trinitátis glóriam agnóscere, et in poténtia
majestátis adoráre unitátem: quǽsumus; ut ejúsdem fidei firmitáte, ab ómnibus
semper muniámur advérsis. Per Dóminum.
Rom.
xi: 33-36
Léctio Epístolæ beáti Pauli
Apóstoli ad Romanos.
O Altitúdo
divitiárum sapiéntiæ et sciéntiæ Dei: quam inconprehensibília sunt judicia
ejus, et investigábiles viæ ejus! Quis enim cognóvit sensum Dómini? Aut quis
consiliárius ejus fuit? Aut quis prior dedit illi, et retribuétur ei? Quóniam
ex ipso, et per ipsum, et in ipso sunt ómnia: ipsi glória in sǽcula. Amen.
Graduale:
Dan v: 55-56
Benedíctus es, Dómine, qui intuéris abýssos, et sedes
super Chérubim. V. Benedíctus es, Dómine, in firmaménto cæli, et
laudábilis in sǽcula.
Allelúja, allelúja. Benedíctus es, Dómine, Deus
patrum nostrórum, et laudábilis in sǽcula. Allelúja.
Matth:
xxviii: 18-20
+ Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Matthǽum.
In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: «Data est
mihi omnis potéstas in cælo, et in terra. Eúntes ergo docéte omnes gentes,
baptizántes eos in nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti: docéntes eos
serváre ómnia quæcúmque mandávi vobis. Et ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus,
usque ad consummatiónem sǽculi.»
Credo.
Offertorium:
Tob. xii: 6
Benedíctus sit Deus Pater, unigenitúsque Dei Fílius,
Sanctus quoque Spíritus: quia fecit nobíscum misericórdiam suam.
Secreta:
Sanctífica, quǽsumus, Dómine Deus noster, per tui sancti nóminis invocatiónem hujus oblatiónis hóstiam: et per eam nosmetípsos tibi pérfice munus ætérnum. Per Dóminum.
Præfátio
de Ssma Trinitate
Vere dignum et iustumest, ǽquum
et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater,
omnípotens ætérne Deus:
Qui cum unigénito Fílio tuo, et
Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte
persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua glória, revelánte
te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia
discretiónis sentímus. Ut in confessióne veræ sempiternǽque Deitátis, et in
persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in maiestáte adorétur æquálitas.
Quam láudant Ángeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non
cessant clamáre quotídie una voce dicéntes:
Communio:
Tob. xii: 6
Benedícimus Deum cæli, et coram ómnibus vivéntibus
confitébimur ei: quia fecit nobíscum misericórdiam suam.
Postcommunio:
Profíciat nobis ad salútem córporis et ánimæ, Dómine Deus
noster, hujus sacraménti suscéptio: et sempitérnæ sanctæ Trinitátis, ejusdémque
indivíduæ unitátis conféssio. Per Dóminum.
Introito.
Salm. 97.1,2,1. Cantad al
Señor un cántico nuevo, aleluya;
porque ha hecho maravillas el Señor, aleluya; ha manifestado su justicia ante
las naciones, aleluya, aleluya, aleluya. Salmo.
Su diestra y su santo brazo le han dado la victoria. V/.
Gloria al Padre, y al Hijo.
Colecta.-Vivir como bautizados, fieles a Dios, en esta difícil vida, no es
posible sino con la ayuda de la gracia de Dios. Oh Dios!, que das a
las almas de los fieles un solo querer,
concede a tus pueblos amar tus mandatos y ansiar tus promesas, para que
entre los halagos del mundo tengamos fijos nuestros corazones allí donde están
los verdaderos goces.
Epístola.Sant.1.17-21.- Nada mejor haría el hombre que dejarse moldear por Dios, que
ha emprendido y prosigue en él esta gran obra. Después de crearnos, nos ha
redimido; no queda sino purificar nuestra vida y recibir la palabra celestial
en lo más íntimo de nuestras almas.
Carísimos: Toda dádiva preciosa y
todo don perfecto de arriba viene, del Padre de las luces, en quien no cabe
mudanza ni sombra de variación. Porque de su voluntad nos ha engendrado con la
palabra de la verdad, a fin de que seamos como las primicias de su creación.
Bien lo sabéis, hermanos míos muy queridos. Y así sea todo hombre pronto para
escuchar, pero comedido en el hablar y refrenado en la ira. Porque la ira del
hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, dando de mano a toda
inmundicia y exceso vicioso, recibid con docilidad la divina palabra, que ha
sido como ingerida en vosotros, y
que puede salvar vuestras almas.
Aleluya.-
Aleluya, aleluya V/. La diestra del Señor ha
hecho prodigios; la diestra del Señor me ha salvado. Aleluya, V/. Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no
muere; la muerte no tendrá ya dominio sobre él. Aleluya
Evangelio.Juan 16.5-14.- El
Espíritu Santo revela a los fieles la autenticidad de la misión de Cristo y el
sentido de su redención: denunciando el pecado del mundo que no ha querido
creer en Cristo, mostrando que Jesús ha sido el único Justo, afirmando que ha
resucitado y subido por virtud divina a los cielos.
En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus
discípulos: voy a aquél que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta:
¿A dónde vas? Mas porque os he dicho estas cosas, se ha llenado de tristeza
vuestro corazón. Pero os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; que si no
me voy, no vendrá a vosotros el Consolador; pero si me voy, os le enviaré. Y
cuando venga él, convencerá al mundo en orden al pecado, en orden a la justicia
y en orden al juicio. En orden al pecado por cuanto no han creído en mí; respecto
a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; y tocante al juicio,
porque ya ha sido juzgado el príncipe de este mundo. Aún tengo otras muchas cosas que
deciros; mas por ahora no podéis comprenderme. Mas cuando venga el
Espíritu de verdad, él os enseñará todas
las verdades; pues no hablará por sí, sino que dirá las cosas que habrá oído, y
os anunciará las venideras. Él me glorificará a mí, porque recibirá de lo mío,
y os lo anunciará.
Ofertorio. Salm.65.1-2,16.-
Cante a Dios toda la tierra; cantad la gloria de su nombre. Venid y oíd
vosotros, todos los que teméis a Dios, y os contaré cuán grandes cosas ha hecho
el Señor a mi alma, aleluya.
Secreta.-
Oh Dios! Que por la sagrada recepción de este sacrificio nos has
hecho partícipes de tu soberana divinidad, concede, te suplicamos, que después
de haber conocido tu verdad, podamos conseguirla con dignas costumbres. Por
N.S.
Prefacio
de Pascua.- En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, que
en todo tiempo, Señor, te alabemos; pero con más gloria que nunca en este día
(en este tiempo), en que se ha inmolado Cristo, nuestra Pascual. El cual es el
verdadero Cordero que quitó los pecados del mundo y que, muriendo, destruyó
nuestra muerte, y, resucitando, reparó nuestra vida. Por eso, con los Ángeles y
los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del
ejercito celestial, cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo…
Comunión. Juan 16.8.-
Cuando venga el Espíritu Consolador convencerá al mundo en orden al pecado, a la justicia y al
juicio, aleluya, aleluya.
Poscomunión.-
Asístenos, Señor Dios nuestro, para que los misterios que con fe hemos recibido,
nos purifiquen de nuestras culpas y nos libren de todos los peligros.
TEXTOS DE LA MISA EN LATIN
Introitus:
Ps. xcvii: 1 et 2
Cantáte
Dómino cánticum novum, allelúja: quia mirabília fecit Dóminus, allelúja: ante
conspéctum géntium revelávit justítiam suam, allelúja, allelúja, allelúja. [Ps. ibid., 1]. Salvávit sibi déxtera ejus:
et bráchium sanctum ejus. Glória Patri. Cantáte.
Oratio:
Deus, qui fidélium mentes uníus éfficis voluntátis: da
pópulis tuis id amáre quod prǽcipis, id desideráre quod promíttis; ut inter
mundánas varietátes ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gáudia. Per
Dóminum.
Jacobi i:
17-21
Léctio Epístolæ beáti Jacóbi Apóstoli.
Caríssimi: Omne datum óptimum, et omne donum perféctum
desúrsum est descéndens a Patre lúminum, apud quem non est transmutátio, nec
vicissitúdinis obumbrátio. Voluntárie enim genuit nos verbo veritátis, ut simus
initium áliquod creatúræ eius. Scitis, fratres mei dilectíssimi. Sit autem
omnis homo velox ad audiéndum: tardus autem ad loquéndum, et tardus ad iram.
Ira enim viri iustítiam Dei non operátur. Propter quod abjicientes omnem
inmundítiam, et abundántiam malítiæ, in mansuetúdine suscípite ínsitum verbum
quod potest salváre ánimas vestras.
Allelúja, allelúja. [Ps.
cxvii: 16] Déxtera Dómini fecit virtútem: déxtera Dómini exaltávit me.
Allelúja. [Rom. vi: 9] Christus resúrgens ex
mórtuis, jam non móritur: mors illi ultra non dominábitur. Allelúja.
9 Joann. xvi: 5-14
Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem.
In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: “Vado ad eum
qui misit me: et nemo ex vobis intérrogat me: Quo vadis? Sed quia hæc locútus
sum vobis tristítia implévit cor vestrum. Sed ego veritátem dico vobis: éxpedit
vobis ut ego vadam: si enim non abíero Paráclitus non véniet ad vos: si autem
abíero, mittam eum ad vos. Et, cum vénerit ille árguet mundum de peccáto, et de
justítia, et de judício. De peccáto quidem, quia non creddidérunt in me: de
justítia vero, quia ad Patrem vado, et iam non vidébitis me: de judício autem,
quia princeps hujus mundi jam judicátus est. Adhuc multa hábeo vobis dícere:
sed non potéstis portáre modo. Cum autem vénerit ille Spíritus veritátis
docébit vos omnem veritátem. Non enim loquétur a semetípso: sed quæcúmque
áudiet loquétur, et quæ ventúra sunt, annuntiábit vobis. Ille me clarificábit:
quia de meo accípiet: et annuntiábit vobis.
Credo.
Offertorium:
Ps. lxv: 1-2 et 16.
Jubiláte
Deo, univérsa terra, psalmum dícite nómini ejus: veníte et audíte, et narrábo
vobis, omnes qui timétes Deum, quanta fecit Dóminus ánima meæ, allelúja.
Secreta:
Deus, qui nos per hujus sacrifícii veneránda commércia,
unius summæ divinitátis partícipes effecísti: presta quǽsumus; ut sicut tuam
cognóscimus veritátem sic eum dignis móribus assequámur. Per Dóminum.
Præfátio
Paschalis
Vere
dignum et iustum est, æquum et salutáre: Te
quidem, Dómine, omni tempore, sed in hac potíssimum die
gloriósius prædicáre, cum Pascha nostrum immolátus est Christus. Ipse enim verus est Agnus, qui ábstulit peccáta mundi. Qui mortem nostram moriéndo destrúxit, et vitam resurgéndo reparávit. Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia cæléstis exércitus, hymnum glóriæ tuæ cánimus, sine fine dicéntes: Sanctus, Sanctus, Sanctus,
Communio:
Joann. xvi: 8
Cum
vénerit Paráclitus Spíritus veritátis, ille árguet mundum de peccáto, et de
justítia, et de judício, allelúja, allelúja.
Postcommunio:
Adesto
nobis, Dómine Deus noster; ut per hæc, quæ fidéliter súmpsimus, et purgémur a
vítiis, et a perículis ómnibus eruámur. Per Dominum.
BREVE SERMÓN DEL LIBRO DEL AÑO LITURGICO DE DOM GUERANGER
IMITAR AL PADRE. — (Epistola)
Los favores derramados sobre el
pueblo cristiano proceden de la sublime y serena bondad del Padre celestial. El
es el principio de todo en el orden de la naturaleza; y si en el orden de la
gracia hemos llegado a ser sus hijos, es porque él mismo nos ha enviado su
Verbo consustancial, que es la Palabra de verdad, por la que hemos llegado a
ser, mediante el bautismo, hijos de Dios. De aquí se deduce que debemos imitar,
en cuanto es posible a nuestra flaqueza, la serenidad de nuestro Padre que está
en los cielos y librarnos de esta agitación pasional que es el carácter de una
vida toda terrestre, mientras que la nuestra debe ser del cielo donde Dios nos
arrastra. El santo Apóstol nos exhorta a recibir con mansedumbre esta Palabra que
nos convierte en lo que somos. Ella es según su doctrina un injerto de
salvación hecho en nuestras almas. Si ella actúa allí, si su crecimiento no es
obstaculizado por nosotros, seremos salvos.
EL ANUNCIO DEL ESPÍRITU SANTO. — (Evangelio)
Los apóstoles se entristecieron
cuando Jesús les dijo: » Yo me voy.» ¿No lo estamos también nosotros
que después de su nacimiento en Belén, le hemos seguido constantemente, gracias
a la Liturgia que nos ha hecho seguir sus pasos? Todavía algunos días más, y se
elevará al cielo y el año perderá ese encanto que recibía día tras día con sus
acciones y con sus discursos. Con todo, no quiere que nos dejemos invadir por
una excesiva tristeza.
Nos anuncia que en su lugar va a
descender sobre la tierra el Consolador, el Paráclito y que permanecerá con
nosotros para iluminarnos y fortificarnos hasta el fin de los tiempos.
Aprovechemos con Jesús estas últimas horas; pronto será tiempo de prepararnos a
recibir al huésped celestial que vendrá a reemplazarle. Jesús, que pronunciaba
estas palabras la víspera de la Pasión, no se limita a mostrarnos la venida del
Espíritu Santo como la consolación de sus fieles; al mismo tiempo nos la
presenta como temible para aquellos que desconocen su Salvador. Las palabras de Jesús son tan
misteriosas como terribles; tomemos la explicación de San Agustín, el Doctor de
los doctores. «Cuando viniere el Espíritu Santo—dice el Salvador— convencerá
al mundo en lo que se refiere al pecado.» ¿Por qué? «Porque los
hombres no han creído en Jesús.» ¡Cuánta no será, en efecto, la responsabilidad
de aquellos que habiendo sido testigos de las maravillas obradas por el
Redentor no dieron fe a su palabra! Jerusalén oirá decir que el Espíritu Santo
ha descendido sobre los discípulos de Jesús, y permanecerá tan indiferente como
estuvo a los prodigios que le designaban su Mesías. La venida del Espíritu Santo
será como el preludió de la ruina de esta ciudad deicida. Jesús añade que
«el Paráclito convencerá al mundo con respecto a la justicia, porque—dice—yo
voy al Padre y vosotros no me veréis más.» Los Apóstoles y aquellos que
creyeron en su palabra serán santos y justos por la fe. Ellos creyeron en aquel
que había ido al Padre, en aquel que no vieron ya en este mundo, Jerusalén, al
contrario, no guardará recuerdo de El sino para blasfemarle; la justicia, la
santidad, la fe de aquellos que creyeron será su condenación y el Espíritu
Santo les abandonará a su suerte. Jesús dice también: «El Paráclito
convencerá al mundo en lo que se refiere al juicio.» Y ¿por qué?;
«porque el príncipe de este mundo ya está juzgado». Aquellos que no
siguen a Jesucristo tienen sin embargo un Jefe al que siguen. Este Jefe es
Satanás. Así, pues, el juicio de Satanás está ya pronunciado. El Espíritu Santo
advierte, pues, a los discípulos del mundo que su príncipe está para siempre
sepultado en la reprobación. Que ellos reflexionen; porque añade San Agustín
«el orgullo del hombre se engañaría al esperar en el perdón; que medite con
frecuencia los castigos que sufren los ángeles soberbios».
Introito. Sal.65,1-2.- Aclama al Señor, tierra entera, aleluya,
tocad en honor de su nombre, aleluya, cantad himnos a su gloria, aleluya,
aleluya, aleluya. Sal,65,3.- Decid a Dios: “Qué
temibles son tus obras, por tu inmenso poder tus enemigos te adulan”. V/. Gloria al Padre.
Oración.-
La luz de tu verdad, oh Dios, guíe a los que andan extraviados, para
que puedan volver al camino de la santidad; concede a todos los cristianos
rechazar lo que es indigno de tal nombre, y cumplir todo lo que este nombre
significa.
Epístola. 1 Pe 2,11-19.- Queridos hermanos: Os ruego que,
como forasteros en país extraño, os apartéis de los deseos carnales que están
en guerra con el alma. Portaos bien entre los gentiles, de modo que, si os
calumnian como malhechores, al ver con sus ojos vuestras buenas obras, den
gloria a Dios en el día de la cuenta. Someteos a toda institución humana,
porque así lo quiere el Señor: sea al rey, como soberano, sea a los gobernadores,
como emisarios suyos, que castigan a los que obran mal y premian a los que
obran bien. Esto es lo que Dios quiere: que a fuerza de obrar bien, le tapéis
la boca a la ignorancia de los necios. Vivid como hombres libres, no usando la
libertad como disfraz de la maldad, sino como siervos de Dios. Dad a cada uno
el honor debido: a los hermanos el amor, a Dios la reverencia, al soberano el
honor. Los criados que acepten la autoridad de los amos con el debido respeto,
no sólo cuando son buenos y razonables, son también cuando son difíciles. Pues
esto es gracia: en Cristo Jesús, Señor Nuestro.
Aleluya,
aleluya. Sal.110,9; Luc.24,46.- El
Señor ha redimido a su pueblo. Aleluya, Cristo tenía que padecer, y resucitar
de entre los muertos, y entrar en su gloria. Aleluya.
Evangelio.
Juan,16,16-22.- En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: Dentro de un poco, ya no me veréis; dentro de otro
poco, me vereéis. Porque voy al Padre. Algunos discípulos comentaban: ¿Qué es
eso que dice: “dentro de un poco, ya no me veréis, y dentro de otro poco, me
veréis”, y “Voy al Padre”? Y se preguntaban: ¿Qué significa ese “poco”? No
sabemos de qué habla. Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo:
Estáis discutiendo de lo que redicho: “Dentro de un poco, ya no me veréis, y
dentro de otro poco, me veréis”. Yo os aseguro: lloraréis y os lamentaréis
vosotros, mientras el mundo estará alegre. Vosotros estaréis tristes, pero
vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz,
siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni
se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará
vuestro corazón y nadie os quitara vuestra alegría.
Ofertorio. Sal.145,2.- Alaba, alma mía, al Señor; alabaré al
Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista, aleluya.
Secreta.-
Concédenos, Señor, por estos misterios, dominar el deseo de bienes terrenos y
amar siempre los bienes del cielo.
Prefacio
de Pascua.- En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, que
en todo tiempo, Señor, te alabemos; pero con más gloria que nunca en este día
(en este tiempo), en que se ha inmolado Cristo, nuestra Pascual. El cual es el
verdadero Cordero que quitó los pecados del mundo y que, muriendo, destruyó
nuestra muerte, y, resucitando, reparó nuestra vida. Por eso, con los Ángeles y
los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del
ejercito celestial, cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo…
Comunión. Jn.16,16,.- Dentro de muy poco, ya no me veréis,
aleluya; dentro de otro poco, me veréis, porque voy al Padre, aleluya, aleluya.
Poscomunión. – Os rogamos, Señor, que esta comunión que
hemos recibido fortalezca nuestro espíritu y defienda con su protección nuestro
cuerpo.
TEXTOS EN LATIN
Dominica
Tertia post Pascha
II
Classis
Introitus:
Ps. lxv: 1-2
Jubiláte Deo, omnis terra,
allelúja: psalmum dícite nómini ejus, allelúja, allelúja, allelúja. [Ps. ibid., 3]. Dícite Deo, quam
terribília sunt ópera tua, Dómine! in multitúdine virtútis tuæ mentiéntur tibi
inimíci tui. Glória Patri. Jubiláte.
Oratio:
Deus, qui errántibus, ut
in viam possint redíre justítiæ, veritátis tuæ lumen osténdis: da cunctis qui
christiána professióne censéntur, et illa respúere, quæ huic inimíca sunt
nómini; et ea quæ sunt apta, sectári. Per Dóminum.
1
Petr. ii: 11-19
Léctio Epístolæ beáti Petri
Apóstoli.
Caríssimi: Obsecro vos
tamquam ádvenas et peregrínos abstinére vos a carnálibus desidériis, quæ
militant advérsus ánimam, conversatiónem vestram inter gentes habéntes bonam:
ut in eo, quod detréctant de vobis tamquam de malefactóribus, ex bonis opéribus
vos considerántes gloríficent Deum in die visitatiónis. Subjécti ígitur estóte
omni humánæ creatúræ propter Deum: sive regi, quasi præcellénti; sive dúcibus,
tamquam ab eo missis ad vindíctam malefactórum, laudem vero bonórum: quia sic
est volúntas Dei, ut benefaciéntes obmutéscere faciátis imprudéntium hóminum
ignorántiam: quasi liberi, et non quasi velámen habéntes malítiæ libertátem,
sed sicut servi Dei. Omnes honoráte, fraternitátem dilígite: Deum timéte, regem
honorificáte. Servi, súbditi estóte in omni timóre dóminis, non tantum bonis et
modéstis, sed étiam dýscolis. Hæc est enim grátia: in Christo Jesu, Dómino
nostro.
Allelúja, allelúja. [Ps. cx: 9] Redemptiónem misit Dóminus
pópulo suo. Allelúja. [Luc xxiv: 46] Opportébat
pati Christum, et resúrgere a mórtuis: et ita intráre in glóriam suam.
Allelúja.
+ Sequéntia
sancti Evangélii secúndum Joánnem. Joann.
xvi: 16-22
In illo témpore: Dixit
Jesus discípulis suis: “Módicum, et jam non vidébitis me; et iterum módicum, et
vidébitis me qui vado ad Patrem.” Dixérunt ergo ex discípulis eius ad invicem:
“Quid est hoc, quod dicit nobis: «Módicum, et non vidébitis me; et íterum
módicum, et videbitis me»et: «Vado ad Patrem»?”. Dicébant ergo: “Quid est hoc,
quod dicit: «Módicum»? Nescímus quid lóquitur.” Cognóvit autem Jesus quia
volébant eum interrogáre et dixit eis: “De hoc quǽritis inter vos, quia dixi:
«Módicum, et non vidébitis me; et íterum módicum, et videbitis me»? Amen, amen
dico vobis quia plorábitis et flébitis vos, mundus autem gaudébit: vos
contristabímini, sed tristítia vestra vertétur in gáudium. Múlier, cum parit,
tristítiam habet, quia venit hora ejus; cum autem pepérerit púerum, jam non
méminit pressúræ propter gáudium, quia natus est homo in mundum. Et vos ígitur
nunc quidem tristítiam habétis; iterum autem vidébo vos, et gaudébit cor
vestrum: et gáudium vestrum nemo tollit a vobis.
Credo.
Offertorium:
Ps. cxlv: 2.
Lauda, ánima mea, Dóminum:
laudábo Dóminum in vita mea: psallam Deo meo quámdiu ero, allelúja.
Secreta:
His nobis, Dómine,
mystériis conferátur, quo terrena desidéria mitigántes, discámus amáre
cæléstis. Per Dóminum.
Præfátio
Paschalis
Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre: Te quidem, Dómine, omni tempore, sed in hac
potíssimum die [vel nocte] [vel in hoc potíssimum]
gloriósius prædicáre, cum Pascha nostrum immolátus est Christus. Ipse enim
verus est Agnus, qui ábstulit peccáta mundi. Qui mortem nostram moriéndo
destrúxit, et vitam resurgéndo reparávit. Et ídeo cum Angelis et Archángelis,
cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia cæléstis exércitus, hymnum
glóriæ tuæ cánimus, sine fine dicéntes: Sanctus, ….
Communio:
Joann. xvi: 16
Módicum, et non vidébitis
me, allelúja: íterum módicum, et vidébitis me, quia vado ad Patrem, allelúja,
allelúja.
Postcommunio:
Sacraménta quæ súmpsimus,
quǽsumus, Dómine: et spirituálibus nos instáurent aliméntis, et corporálibus
tueántur auxílliis. Per Dóminum.
HOMILIA DE DOM GUERANGER (EL AÑO
LITURGICO).
LOS DEBERES DEL CRISTIANO. —
«El deber de santificarse se resuelve en
las obligaciones concretas y adaptadas a la situación social actual de cada
uno. La razón de insistir es la formulada por S. Pedro: el cristiano es como
extraño y peregrino en el mundo no conquistado para el Evangelio. Es preciso
luchar contra las fuerzas del pecado que se insinúan hasta en nosotros mismos,
y guardar, en medio de los gentiles que se abandonan, a él, una conducta
ejemplar digna de respeto y estima.
«Este apostolado del buen
ejemplo dicta, desde luego, a los cristianos su actitud «frente» a las
instituciones humanas… su deber social se resume en cuatro frases cortas que
son otras tantas normas directrices de la vida: 1.º Tratar a todos los hombres
con el respeto debido a su dignidad de hombres: 2.º amar a los que son nuestros
hermanos en la fe: 3.° temer a Dios con ese temor que es el principio de la
verdadera sabiduría y el contra-peso de la orgullosa confianza en sí: 4.°
reverenciar la autoridad real dando al César lo que es del César.
«En fin, el pensamiento de
la fe hará que los sirvientes respeten y obedezcan a sus señores, y esta
obediencia cristiana les hará merecedores del favor divino.» (A.
Charue, «Las Epístolas Católicas», p. 455.)
Realizaremos este ideal del
cristiano gracias a la Redención siempre presente en el altar.
Cada día nos recordará ella que
el cristiano, siendo otro Cristo, debe sufrir como El para entrar en la gloria,
y ella nos dará fuerzas para semejarnos a El.
CONFIANZA EN LA PRUEBA. —
«El Señor debía alejarse; pero sus palabras parecían contradictorias
a los Apóstoles. ¿Cómo iba a estar al mismo tiempo con su Padre y con ellos?
Jesús, que leía los pensamientos (en las almas), comprendió la ansiedad de los
suyos. Sin duda, al hablar así, pensaba en el alejamiento momentáneo de la
pasión y en la alegría de la Resurrección.
Pero esta desaparición y esta vuelta eran, a sus ojos, el símbolo de otra
vuelta; la partida hacia su Padre, en la Ascensión, y la reunión con sus
discípulos, en la eternidad. Mientras tanto, los discípulos tendrán que
trabajar y sembrar en las lágrimas, en ausencia de su Maestro. ¿Qué importa la
tribulación de los tiempos? No pensaremos en ella cuando el hombre nuevo se haya
entregado a Dios, cuando la Iglesia alabe a Dios, cuando el nuevo Adán aparezca
delante del Padre con la posteridad que habrá germinado de su sangre. No hay cosa
mejor para darse de lleno, que seguir las perspectivas que nos abre el
Salvador. Ahora momentos de angustia, después la alegría sin fin, cuya plenitud
colmará nuestros deseos y nuestra inteligencia. Ningún poder creado es capaz de
arrebatárnosla (D. Delatte, Evangile de N. S. J. C. t. II, p. 277).
El día 3 de mayo se celebra la fiesta de la Invención de la Santa Cruz. Esta fiesta fue suprimida por Juan XXIII pero en España se sigue celebrando en muchas localidades. Se trata de la fiesta de la «Cruz de mayo». Se portan cruces en andas o se hacen monumentos con la cruz cubierta de flores. Una fiesta muy hermosa que nunca debió ser suprimida.
La fiesta de la
«Inventio», es decir, del descubrimiento de la Santa Cruz, que se
celebra el día de hoy con rito doble de segunda clase, podría parecer más
importante que la fiesta de la «Exaltado», que se celebra en septiembre
con rito doble simplemente. Sin embargo, existen muchas pruebas de que, la
fiesta del mes de septiembre es más antigua y de que hubo muchas confusiones
sobre los dos incidentes de la historia de la Santa Cruz, que dieron origen a
las respectivas celebraciones. A decir verdad, ninguna de las dos fiestas estaba
originalmente relacionada con el descubrimiento de la Cruz. La de septiembre conmemoraba
la solemne dedicación, que tuvo lugar el año 335, de las iglesias que Santa
Elena indujo a Constantino a construir en el sitio del Santo Sepulcro. Por lo
demás, no podemos asegurar que la dedicación se haya celebrado, precisamente,
el 14 de septiembre. Es cierto que el acontecimiento tuvo lugar en septiembre;
pero, dado que cincuenta años después, en tiempos de la peregrina Eteria, la
conmemoración anual duraba una semana, no hay razón para preferir un día
determinado a otro. Eteria dice lo siguiente: «Así pues, la dedicación de esas santas iglesias se celebra muy
solemnemente, sobre todo, porque la Cruz del Señor fue descubierta el mismo
día. Por eso precisamente, las susodichas santas iglesias fueron consagradas el
día del descubrimiento de la Santa Cruz para que la celebración de ambos
acontecimientos tuviese lugar en la misma fecha.» De aquí parece
deducirse que en Jerusalén se celebraba en septiembre el descubrimiento de la
Cruz; de hecho, un peregrino llamado Teodosio lo afirmaba así, en el año 530.
Pero en la actualidad, la Iglesia
celebra el 14 de septiembre un acontecimiento muy diferente, a saber: la hazaña
del emperador Heraclio, quien, el año 629, recuperó las reliquias de la Cruz
que el rey Cosroes II, de Persia, se había llevado de Jerusalén unos años
antes. El Martirologio Romano y las lecciones del Breviario lo dicen
claramente. Sin embargo, hay razones para pensar que el título de
«Exaltación de la Cruz» aluda al acto físico de levantar la sagrada
reliquia para presentarla a la veneración del pueblo y es también probable que
la fiesta se haya llamado así desde una época anterior a la de Heraclio.
Por lo que se refiere a los
hechos reales del descubrimiento de la Cruz, que son los que aquí interesan,
debemos confesar que carecemos de noticias de la época. El «Peregrino de
Burdeos» no habla de la Cruz el año 333. El historiador Eusebio, contemporáneo
de los hechos, de quien podríamos esperar abundantes detalles, no menciona el
descubrimiento, aunque parece no ignorar que había tres santuarios en el sitio
del Santo Sepulcro. Así pues, cuando afirma que Constantino «adornó un
santuario consagrado al emblema de salvación», podemos suponer que se
refiere a la capilla «Gólgota», en la que, según Eteria, se
conservaban las reliquias de la Cruz. San Cirilo, obispo de Jerusalén, en las instrucciones
catequéticas que dio en el año 346, en el sitio en que fue crucificado el
Salvador, menciona varias veces el madero de la Cruz, «que fue cortado en minúsculos
fragmentos, en este sitio, que fueron distribuidos por todo el mundo.» Además,
en su carta a Constancio, afirma expresamente que «el madero salvador de
la Cruz fue descubierto en Jerusalén, en tiempos de Constantino». En
ninguno de estos documentos se habla de Santa Elena, que murió el año 330. Tal
vez el primero que relaciona a la santa con el descubrimiento de la Cruz sea
San Ambrosio, en el sermón «De Obitu
Theodosii«, que predicó el año 395; pero, por la misma época y un poco
más tarde, encontramos ya numerosos testigos, como San Juan Crisóstomo, Rufino,
Paulino de Nola, Casiodoro y los historiadores de la Iglesia, Sócrates,
Sozomeno y Teodoreto. San Jerónimo, que vivía en Jerusalén, se hacía eco de la
tradición, al relacionar a Santa Elena con el descubrimiento de la Cruz.
Desgraciadamente, los testigos no están de acuerdo sobre los detalles. San
Ambrosio y San Juan Crisóstomo nos informan que las excavaciones comenzaron por
iniciativa de Santa Elena y dieron por resultado el descubrimiento de tres
cruces; los mismos autores añaden que la Cruz del Señor, que estaba entre las
otras dos, fue identificada gracias al letrero que había en ella. Por otra
parte, Rufino, a quien sigue Sócrates, dice que Santa Elena ordenó que se
hiciesen excavaciones en un sitio determinado por divina inspiración y que ahí,
se encontraron tres cruces y una inscripción. Como era imposible saber a cuál
de las cruces pertenecía la inscripción, Macario, el obispo de Jerusalén,
ordenó que llevasen al sitio del descubrimiento a una mujer agonizante.
La mujer tocó las tres cruces y
quedó curada al contacto de la tercera, con lo cual se pudo identificar la Cruz
del Salvador. En otros documentos de la misma época aparecen versiones
diferentes sobre la curación de la mujer, el descubrimiento de la Cruz y la
disposición de los clavos, etc. En conjunto, queda la impresión de que aquellos
autores, que escribieron más de sesenta años después de los hechos y se
preocupaban, sobre todo, por los detalles edificantes, se dejaron influenciar
por ciertos documentos apócrifos que, sin duda, estaban ya en circulación. El
más notable de dichos documentos es el tratado «De inventione crucis dominicae»,
del que el decreto pseudogelasiano (c. 550) dice que se debe desconfiar. No
cabe duda de que ese pequeño tratado alcanzó gran divulgación. El autor de la
primera redacción del Liber Pontificalis (c. 532) debió manejarlo, pues
lo cita al hablar del Papa Eusebio. También debieron conocerlo los revisores del
Hieronymianum, en Auxerre, en el siglo VII. Aparte de los numerosos anacronismos
del tratado, lo esencial es lo siguiente: El emperador Constantino se hallaba
en grave peligro de ser derrotado por las hordas de bárbaros del Danubio.
Entonces, presenció la aparición de una cruz muy brillante, con una inscripción
que decía: «Con este signo vencerás». La victoria le favoreció, en efecto.
Constantino, después de ser instruido y bautizado por el Papa Eusebio en Roma,
movido por el agradecimiento, envió a su madre Santa Elena a Jerusalén para
buscar las reliquias de la Cruz. Los habitantes no supieron responder a las
preguntas de la santa; pero, finalmente, recurrió a las amenazas y consiguió que
un sabio judío, llamado Judas, le revelase lo que sabía. Las excavaciones, muy
profundas, dieron por resultado el descubrimiento de tres cruces. Se identificó
la verdadera Cruz, porque resucitó a un muerto. Judas se convirtió al presenciar
el milagro. El obispo de Jerusalén murió precisamente entonces, y Santa Elena
eligió al recién convertido Judas, a quien en adelante se llamó Ciriaco, para
suceder al obispo. El Papa Eusebio acudió a Jerusalén para consagrarle y, poco
después, una luz muy brillante indicó el sitio en que se hallaban los clavos.
Santa Elena, después de hacer generosos regalos a los Santos Lugares y a los
pobres de Jerusalén, exhaló el último suspiro, no sin haber encargado a los fieles
que celebrasen anualmente una fiesta, el 3 de mayo («quinto Nonas Maii»),
día del descubrimiento de la Cruz. Parece que Sozomeno (lib. II, c. i) conocía ya,
antes del año 450, la leyenda del judío que reveló el sitio en que estaba enterrada
la Cruz. Dicho autor no califica a esa leyenda como pura invención, pero la
desecha como poco probable.
Otra leyenda apócrifa aunque
menos directamente relacionada con el descubrimiento de la Cruz, aparece como
una digresión, en el documento sirio llamado «La doctrina de Addai.»
Ahí se cuenta que, menos de diez años después de la Ascensión del Señor,
Protónica, la esposa del emperador Claudio César, fue a Tierra Santa, obligó a
los judíos a que confesaran dónde habían escondido las cruces y reconoció la
del Salvador por el milagro que obró en su propia hija. Algunos autores
pretenden que en esta leyenda se basa la del descubrimiento de la Cruz por
Santa Elena, en tiempos de Constantino. Mons. Duchesne opinaba que «La
Doctrina de Addai» era anterior al De inventione crucis dominicae, pero
hay argumentos muy fuertes en favor de la opinión contraria.
Dado el carácter tan poco satisfactorio de los documentos, la teoría más probable es la de que se descubrió la Santa Cruz con la inscripción, en el curso de las excavaciones que se llevaron a cabo para construir la basílica constantiniana del Calvario. El descubrimiento, al que siguió sin duda un período de vacilaciones y de investigación, sobre la autenticidad de la cruz, dio probablemente origen a una serie de rumores y conjeturas, que tomaron forma en el tratado De inventione crucis dominicae. Es posible que la participación de Santa Elena en el suceso, se redujese simplemente a lo que dice Eteria: «Constantino, movido por su madre («sub praesentia matris suae«), embelleció la iglesia con oro, mosaicos y mármoles preciosos.» La victoria se atribuye siempre a un soberano, aunque sean los generales y los soldados quienes ganan las batallas. Lo cierto es que, a partir de mediados del siglo IV, las pretendidas reliquias de la Cruz se esparcieron por todo el mundo, como lo afirma repetidas veces San Cirilo y lo prueban algunas inscripciones fechadas en África y otras regiones. Todavía más convincente es el hecho de que, a fines del mismo siglo, los peregrinos de Jerusalén veneraban con intensa devoción el palo mayor de la Cruz. Eteria, que presenció la ceremonia, dejó escrita una descripción de ella. En la vida de San Porfirio de Gaza, escrita unos doce años más tarde, tenemos otro testimonio de la veneración que se profesaba a la santa reliquia y, casi dos siglos después el peregrino conocido con el nombre, incorrecto de Antonino de Piacenza, nos dice: «adoramos y besamos» el madero de la Cruz y tocamos la inscripción.