La Gloria. Parte primera.

Gloria.—

Gloria, dice el Catecismo, es un estado perfectísimo y eterno, en el cual se hallan todos los bienes sin mezcla ninguna de mal. Es un estado, no un paso como la vida; es la patria, no un destierro como el mundo; es un termino, no un camino como nuestro estado. Es perfectísimo, porque en el el hombre adquiere toda la perfección que compete a la naturaleza humana y se libra de todo defecto. Eterno, porque no tiene fin. Con todos los bienes naturales y sobrenaturales que puede tener el hombre. Y sin ningún mal. Es la felicidad completa y la bienaventuranza cumplida. Obtenida la gloria, ya no le falta nada al hombre. Ella es el gran premio concedido a los hombres por sus buenas obras y el cumplimiento de sus deberes. Llamase Vida eterna, Reino de los cielos, Reino de Jesucristo, Jerusalén celeste, Bienaventuranza, Cielo, Gloria. Vamos a exponer brevemente este novísimo, que constituye nuestra verdadera y eterna vida, para la cual esta es la preparación únicamente.

Felicidad de la gloria.—

En realidad, se puede decir que allí la felicidad será abundantísima: por de pronto, toda la que compete a la naturaleza humana. La satisfacción ordinaria y pura, sin inconveniente ni mezcla de mal, de todos los apetitos y deseos humanos de la naturaleza humana perfeccionada. Será abundantísima, porque si aquí en este mundo, que es de prueba, Dios ha puesto tantas delicias, que si uno pudiese gozar de todas seria muy feliz, .que habrá hecho en el cielo, donde se propone no probar, sino premiar, y donde tiene, no a malos y buenos, sino a los buenos, a sus amados únicamente? Mas, siendo Dios tan generoso, tan fecundo, tan sabio, tan poderoso. Todo cuanto hace Dios con su providencia y amor en esta vida, es para que nosotros lleguemos a aquella bienaventuranza: su encarnación y vida y muerte, la redención, la Iglesia y cuanto hay en ella es para que lleguemos a la gloria. El contrapeso y satisfacción de las desigualdades de acá entre los buenos y malos, es la gloria. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni en el corazón humano cabe lo que Dios ha preparado para 1os que le aman” (l Cor., 2, ti). Así decía San Pablo, después de, una visión. ¿Quieres saber lo que vale la gloria? Vale la sangre de Dios hombre, de Jesucristo. 1a gloria es la felicidad, toda la felicidad.

La gloria es sobrenatural.-

Como ya hemos dicho al hablar del fin del hombre, el hombre fue elevado desde el principio al estado sobrenatural, y aunque cayó de el por el pecado de Adán, mas al punto fue reparado por la entonces futura y ahora ya realizada redención de Jesucristo. Ahora tendremos otra bienaventuranza sobrenatural, incomparablemente superior a aquella, tan soberana y alta, que: 1.°, no puede haber criatura ninguna a la cual, si no en por la gracia de Dios, corresponda; 2.°, fue menester la redención del Hijo de Dios para merecerla; 3.°, será menester que Dios nos conceda fuerza y como facultades superiores y sobrenaturales para poderla gozar.

Bienes en la gloria. –

Dos clases de bienes podemos considerar en la gloria: los esenciales y los accidentales. Los primeros son aquellos en que consiste esencialmente la felicidad, con los cuales habría bastante, aunque faltase todo lo demos. Los accidentales son como el complemento de esta felicidad esencial.

La felicidad Esencial.—

Consistirán los bienes esenciales en la visión beatifica de Dios y el amor de Dios que de esta visión resulte la vision beatifica de la gloria no será un conocimiento oscuro de Dios, mediante algunas imágenes, o por los efectos y obras de Dios, o por sus criaturas, sino que será la visión Intuitiva y clarísima, inmediata de Dios mismo cara a cara, viéndole a El mismo en si mismo como es en si, con suma unión e intimidad. Para esta visión nos dará Dios el Ion excelente de luz de la gloria, que elevara nuestra facultad hasta poder ver a Dios de este modo. De esa visión resultara un conocimiento clarísimo de la estupenda, arrebatadora y siempre nueva hermosura de Dios, y una como posesión de nosotros por Dios, y de Dios por nosotros, y un amor sumo, plenísimo, dulcísimo, de Dios, y una como identificación de nosotros con Dios, con una fruición inefable del bien infinito. Esto, que apenas comprendemos con la inteligencia, y que casi no barruntamos con la imaginación, es la felicidad esencial.

Carísimos, dice San Juan en su primera carta (3, 2), ahora somos hijos de Dios; “mas aun no ha aparecido lo que seremos. Mas sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le varemos como es.” Y San Pablo (1 Cor, 13, 12) dice: “Ahora le vemos por espejo y en enigma; mas entonces le veremos cara a cara; ahora le conozco algo; entonces le conoceré como El me conoce a Mi”.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J.

Los sacramentales. Parte cuarta

Ritual de la campana.

Aunque lo deja la Iglesia a la prudencia, según la costumbre del sitio, aconseja que a la agonía y en la muerte se de la señal con la campana, para que todos rueguen por el difunto; que el cadáver, decentemente amortajado, se ponga con luces en un sitio decente; que se le ponga en las manos sobre el pecho una cruz pequeña, y si cruz no hubiese, le pongan en forma de cruz las mismas manos; que se le rocíe con agua bendita y se ore por el difunto.

Lectura de la recomendación del alma.

Serla muy de desear que los vivos nos preparásemos con gran piedad para esta hora. Y tal vez uno de los mejores medios seria leer de cuando en cuando en nuestros retiros esta preciosa y conmovedora recomendación, y aplicárnosla en vida a nosotros mismos, para impetrar de Dios la gracia de bien morir.

Las exequias.—

Al muerto, la Iglesia, según antiquísima tradición, le hace las exequias con mucha piedad y devoción. Según ella, los cadáveres, a no haber alguna grave razón en contra, antes de recibir tierra deben ser trasladados del lugar donde murieron a la iglesia donde ha de celebrarse su funeral. Y la Misa debe celebrarse, según antiquísima costumbre, estando presente el cadáver. Por desgracia hoy hay leyes que por motivos mezquinos de higiene lo impiden. El cadáver, cuando se pone en la iglesia, ha de colocarse con los pies vueltos al altar; a no ser presbítero el difunto, en cuyo caso se le pone con la cabeza hacia el altar y los pies hacia el pueblo.

A quienes se niega sepultura eclesiástica.

Prohíbe el Ritual que se de sepultura eclesiástica a los siguientes: Ante todo a los que mueren sin ser bautizados, aunque hayan muerto así sin culpa suya.

Además, a no ser que hayan dado antes de morir alguna señal de penitencia, se niega sepultura:

1.° A los apostatas notorios de la fe cristiana, o notoriamente adscritos a alguna secta herética o cismática o secta masónica, u otras sociedades de la misma clase.

2.° A los excomulgados o entredichos después de sentencia condenatoria o declaratoria.

3.° A los que de propósito se suicidaron.

4.° A los que mueren en el duelo o por heridas en el recibidas.

5.° A los que dispusieron que se diesen sus cuerpos a la cremación.

6.° A todos otros pecadores públicos y manifiestos.

Si ocurre alguna duda, en estos casos, los párrocos tienen instrucciones de lo que debe hacerse. Y si alguno es excluido de sepultura eclesiástica, por el mismo caso, no se le pueden aplicar las misas funerales, ni aniversarios, ni ningún oficio publico fúnebre.

El culto de los muertos.

Es tan universal y tan connatural el culto de los muertos, que no puede hallarse pueblo ninguno que no o practique de algún modo. Es un hecho universal. Todas las religiones, tanto la nuestra verdadera, como las demás falsas, conservan esta idea y esta practica entre otras ideas imborrables que se hallan en el hombre, porque están unidas a nuestra propia naturaleza. La Iglesia católica, que toma todo lo bueno y fundamental de la religión natural, sin que haga muchas veces otra cosa que purificarla de las falsedades que había introducido la necedad humana, y precisarla en lo que tenia de impreciso, mantiene en la reverencia debida a los muertos sumo respeto y cuidado. Por lo demás, es tan intimo y arraigado en el hombre este sentimiento, que aun los mismos que se propusieron ser laicos por tesón, por convencionalismo, por terquedad, por llamar la atención, en sus entierros laicos dan bien claro a entender que están muy lejos de creer que el hombre ha terminado del todo. Y al muerto le tratan, no como a un animal, sino como a un hombre. Un entierro civil es una profesión de fe en la inmortalidad. Los que vais en las exequias civiles acompañando a vuestro compañero dais a entender que le hacéis algún obsequio. Ahora bien, a nadie de vosotros se le ocurre obsequiar así a un perro, a un caballo, por mas que le haya estimado.

Lo conocido y lo desconocido.

Después de la muerte un tupido velo nos oculta lo que el alma encuentra. Sabemos, sin embargo, muchas cosas. Sabemos que hay juicio, que hay premio y cielo, castigo e infierno, purificación y purgatorio. Desconocemos como resulta el juicio. Pero sabemos que a los condenados no podemos ayudar ya nada. Que a los salvados nos podemos encomendar. Que a los condenados a purificarse en el purgatorio, los podemos ayudar. Cada féretro es una interrogación, que lleva escrita aquella incógnita que ponía Job: Spirilus ubi est?… “¿El espíritu, donde esta?”. Mas la Iglesia sabe que los que aquí vivimos fieles somos hermanos y estamos muy unidos con los que están felices en el cielo y con los que están detenidos en el purgatorio. Y que Jesucristo, padre de todos, nos mira como hermanos. Y por eso la Iglesia, en cuanto uno muere, incierta de la suerte que habrá corrido su espíritu, invita a todos sus hijos de aquí a rogar por los hijos de ultratumba, ya desde que el alma de uno de ellos se ha ido.

El cadáver.

El alma se fue; pero el cuerpo se queda. La Iglesia, en cuanto muere el hombre, mira tras los velos de la muerte al alma que se va, y dice: Requiem aeternam dona ei, Domine, et lux perpetua luceat ei: “Dale, Señor, el descanso eterno, y la luz perpetua brille para él”. Considera que la persona no es lo que queda, sino el que se ha escapado, es decir, el espíritu, el alma.

Como decía el poeta del Tormes: “La parte principal vólose al cielo”. Sin embargo, ya que a sus sentidos ha desaparecido el alma, atiende al cuerpo, porque sabe que otro dia volverá esa alma que se ha ido a reunirse con el cuerpo que fue aquí su compañero, es el ultimo milagro de esta vida natural y existencia del mundo. Mientras a ella no le conste que el alma se ha condenado, presume que se ha salvado, y que, por tanto, ha de volver a resucitar gloriosa, y que aquel cuerpo, aunque muerto, vivirá, y aunque corrompido, rejuvenecerá, y será santo. Y por eso le trata con mucho respeto y atenciones. Además, todos los obsequios que presta a las almas los presta con preferencia, mientras puede, al lado del cadáver que ella animo.

Las exequias.

Exequias son aquellos ritos y aquella liturgia con que la Iglesia sigue a sus hijos hasta el sepulcro. Las ceremonias y los ritos con que esto se hace son antiquísimos, de lo mas antiguo que hay entre nosotros. Y los párrocos tienen mandato de conservarlas con todo cuidado.

El cadáver.

Dice la liturgia que el cadáver se arregle conforme a las costumbres de un modo conveniente y se coloque en un sitio decente con alguna luz; que se le ponga en las manos una cruz pequeña, o si no hay cruz, se pongan en forma de cruz las mismas manos; que se le eche de vez en cuando agua bendita, y que los sacerdotes u otras personas oren allí por el difunto hasta que sea llevado. Es costumbre muy buena vestir a los difuntos de mortajas de hábitos religiosos. Los clérigos deben llevar los ornamentos que les corresponden según su grado.

Conducción del cadáver.

Manda la liturgia que no se de sepultura a nadie, sobre todo si la muerte fue repentina, hasta que pase el tiempo suficiente para cerciorarse de la muerte. Y si no hay alguna grave razón en contra, que se lleve primeramente a la iglesia, donde estando el cuerpo presente, se celebrara todo el funeral; y advierte que se conserve lo mas que se pueda esta costumbre de celebrar la Misa estando presente el cadáver. En la conducción y en los funerales se deben llevar velas encendidas. Antiquísimo, dice, es este rito, y los sacerdotes deben procurar que en este uso no haya avaricia ni mezquindad; antes, para que ni a los pobres falte esta honra, aconseja que los sacerdotes, para que no falten en sus exequias luces, arreglen el modo de que las puedan dar gratis, y se valgan de alguna confraternidad piadosa que les preste velas.

El cadáver en la iglesia.

Los cadáveres se colocan en la iglesia delante, fuera del presbiterio. Y los presbíteros tendrán su cabeza hacia el altar mayor; los demás al contrario, tendrán la cabeza hacia el pueblo.

Orden de la procesión.

A la hora designada se reúne el clero en la iglesia o parroquia; suenan las campanas, según la costumbre del lugar; el párroco, vestido de roquete y pluvial negro, precedido de un clérigo que lleva la cruz, y acompañado de los demás, va a la casa del difunto. Enciéndense las velas; suenan las campanas; se acerca el parroco; rocía el. cadáver con agua bendita; reza, sin canto, un De profundis, con una antífona. Sale el cadáver, y al salir de la casa, entona la antífona “Exultabuni Domino…” “Saltaran ante el Señor los huesos humillados”, y en seguida entona el Miserere, ese canto de misericordia y de perdón y de esperanza, que siempre es digno del cristiano, pero mucho mas en esta hora. Si el camino es largo, cantan además otros salmos de penitencia.

Entrada en la iglesia.

Es solemne y conmovedora la entrada en la iglesia. Dice el coro la antífona: “Saltaran ante el Señor los huesos humillados”. Y alternando el coro y el clero candan este responsorio: “Descended, Santos de Dios, salid al encuentro, Ángeles del Señor: tomando su alma y ofreciendola en la presencia del Altísimo. Recíbate Cristo que te llamo y condúzcante  al seno de Abraham los Ángeles, tomando tu alma y ofreciéndola en la presencia del Altísimo. Dale, Señor, el descanso eterno, y la paz perpetua brille para el.” Ofreciéndola en la presencia del Altísimo.

En la iglesia.

Colocase el cadáver en medio de la iglesia, rodeado de todas las velas, y se recita el Oficio de difuntos. No lo desarrollaremos aquí por ser muy larga empresa. Solo advertiremos que es de lo mas antiguo del rezo, y esta muy bien hecho, lleno de profundas acomodaciones de la Escritura.

Puntos de catecismo de Vilariño, S.J.

Los sacramentales. Parte tercera

Visita de enfermos.—

Después de los ritos de la Extremaunción, pone el Ritual todo un capitulo muy hermoso acerca de la visita y del cuidado de los enfermos. Precede una introducción muy cariñosa y prudente para el párroco. Conviene que sepan los fieles que este tiene de la Iglesia orden de mirar como uno de sus principales cuidados la visita a los enfermos de su parroquia. Debe exhortar a sus parroquianos a que le llamen cuando alguno se ponga enfermo, y  en fin no esperar a que le llamen, sino ir el de suyo en cuanto sepa que esta alguno en cama. Esta idea deberían tener todos los fieles, en general, de todo sacerdote, pero principalmente de su párroco, que es el padre de todos sus parroquianos, v que tiene cierto derecho a entrar en sus casas siempre que las necesidades espirituales lo aconsejen. Claro que si no va muchas veces es por prudencia, o por temor de ser rechazado antes de preparar los ánimos. Pero nuestra puerta siempre debe estar abierta al párroco. El párroco no es un extraño; el párroco es el hermano, el amigo, el padre de la familia cristiana, y !que consejos mas prudentes le sugiere el Ritual acerca de lo que ha de hacer con los enfermos!

Bendición del enfermo.

Es muy digna de notarse, y convendría que se renovase su uso con mas frecuencia, la bendición que la Iglesia concede a los sacerdotes para todo enfermo. No es obligatoria; déjalo el Ritual a la prudencia del sacerdote. Cuando se da esta bendición se da de esta manera: Entrando el sacerdote en el cuarto del enfermo, dice: “Paz a esta casa y a todos sus moradores”. Rocía después con agua bendita al enfermo y su lecho, recitando la acostumbrada antífona Asperges…, y rezado un Padrenuestro, dice: “Salva a tu siervo, oh Dios mio, que espera en Ti. Envíale, Señor, auxilio de tu santuario, y desde Sión defiéndele. Nada pueda en él el enemigo, y el hijo de iniquidad no logre hacerle daño. Se para él, Señor, torre de fortaleza, delante del enemigo. El Señor le de su auxilio sobre el lecho de su dolor. Oremos. Oh Dios, defensa singular de la enfermedad humana: muestra sobre tu siervo enfermo la virtud de tu auxilio para que merezca, ayudado del favor de tu misericordia, volverse a presentar incólume en tu Santa Iglesia. Te rogamos, Señor Dios, que concedas a este tu siervo gozar de perpetua salud del alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, librarse de la presente tristeza y gozar de la eterna alegría. Por Cristo nuestro Señor. Amen”. Y en seguida le da la bendición, y le rocía con agua bendita. Y como puede suceder que la enfermedad siga mucho tiempo, y que el sacerdote tenga ocasión de estar largos ratos con el enfermo, le pone varios salmos, lecturas y preciosas oraciones que pueda decir el sacerdote segun su prudencia.

Para la buena muerte.

Y como al acercarse la muerte debe ser mayor el cuidado, también el Ritual da al sacerdote nuevos consejos para este trance; le concede facultad de aplicar a todos la bendición apostólica y la indulgencia plenaria, lo cual conviene lo sepan todos los fieles, para pedirla, caso de que no se acuerden los sacerdotes, y para recibirla bien, caso de que ellos se acuerden, como suele suceder.

La recomendación del alma.

Y viene, en fin, la preciosa recomendación del alma. Es, sin duda, lo mejor y mas propio que, cuando se acerca este trance, se llame al párroco o a algún sacerdote, para que en nombre de la Iglesia le rece la recomendación. Pero muchas veces esto no es fácil, o no es posible. En cuyo caso uno de la familia puede rezarle conforme esta ya en varios devocionarios, entre otros en nuestro Devocionario Completo, que tiene en la primera parte El Caballero Cristiano, y luego en la segunda añade otras devociones, y entre ellas esta.

El crucifijo.

Es de notar que en este trance el Ritual aconsejaal sacerdote (y lo mismo han de hacer los amigos o parientes, si no hay sacerdote) que de a besar al enfermo la imagen del Crucifijo, animándole con palabras eficaces a tener esperanza de la vida eterna y que ponga esta imagen delante de el, para que, viéndola, tenga esperanza de su salvación. Igualmente, al rezar la recomendación, aconseja que se encienda la candela. Todas estas acciones de los Sacramentales, hechas por los ministros de la Iglesia, tienen mayor valor ante Dios, no por los meritos del sacerdote, sino porque el sacerdote, delegado por la Iglesia para obrar ministerialmente en su nombre, tiene ante Dios todo el peso que le da la autoridad y santidad de la Santa Iglesia.

Y por eso deberían los fieles valerse mas en todo de los sacerdotes puestos para estos ministerios por la autoridad de Dios. Pero cuando no estén los sacerdotes presentes, algunas cosas como la recomendación del alma la pueden hacer aun los seglares a falta del ministro. Para lo cual convendría que antes de llegar el caso las conociésemos como lo podemos hacer en algunos buenos y sólidos devocionarios. Esto supone que todo cristiano tiene de antemano su crucifijo y aun su candela para esta hora. Es costumbre en varios sitios recoger algún cabo de las que medio se consumieron en la función de Jueves Santo o en otras solemnidades, y guardarlo para el primer caso de muerte que sobrevenga.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

Los sacramentales. Parte primera

Sacramentales.

He aquí un punto de instrucción religiosa, que es merecedor de atención suma de parte de los fieles. Después de los sacramentos, ninguno la merece tanto. Mucho mas si se tiene en cuenta que están muy unidos con los mismos Sacramentos. En efecto, como el mismo nombre lo indica, Sacramentales son todas aquellas cosas que se refieren a los Sacramentos: Sacramentales son las palabras de ellos, las ceremonias con que se administran, los objetos de que para ellos se usa, todo, en fin, lo que se relaciona con los Sacramentos. Mas para hablar con toda exactitud, pongamos la definición que da el Código canónico en el canon 1.144: “Sacramentales son objetos o acciones de la Iglesia, imitando en alguna manera los Sacramentos; se suele servir para obtener por su impetración algunos efectos, principalmente espirituales”. No nos detenemos a dar mayor explicación, porque en los números 2.776 y siguientes lo explicamos. Son, pues, Sacramentales las consagraciones, bendiciones, exorcismos y los objetos consagrados, bendecidos, etc.

Disposiciones canónicas.—

Vamos, sin embargo, a indicar aquí algunas disposiciones canónicas acerca de ellos:

Canon 1.145. Solo la Sede Apostólica puede instituir nuevos Sacramentales, o interpretar auténticamente los ya instituidos, o abolir y mudar algunos de ellos.

Canon 1.146. El ministro legitimo de los Sacramentales es un clérigo a quien se le haya dado facultad para ello, y no se lo haya prohibido la autoridad eclesiástica.

Canon 1.147. Las consagraciones no las puede conferir validamente nadie que no tenga carácter episcopal, a no ser que le autorice el derecho o el indulto apostólico. Las bendiciones pueden darlas cualquier presbítero, excepto aquellas que están reservadas al Romano Pontífice o a los Obispos o a otros. Las bendiciones reservadas que den los presbíteros sin licencia necesaria serán ilícitas, pero valen, a no ser que la Sede Apostólica al reservarlas haya dicho otra cosa. Los diáconos y lectores pueden licita y validamente dar aquellas bendiciones que expresamente el derecho les concede.

Canon 1.148. Al hacer o administrar los Sacramentos, guárdense con esmero los ritos aprobados por la Iglesia. Las consagraciones y bendiciones, tanto constitutivas como invocativas, si no se guarda la formula prescrita por la Iglesia, son invalidas.

Canon 1.149. Las bendiciones se deben en primer lugar a los católicos; también pueden darse a los catecúmenos, y aun si no obsta la prohibición de la Iglesia, a los no católicos, para obtener la luz de la fe, o junto con ella la salud corporal.

Canon 1.150. Trátense con reverencia las cosas consagradas o benditas con bendición constitutiva, y no se apliquen a usos profanos e impropios, aunque estén en poder de privados. Siguen tres cánones acerca de los exorcismos, de los cuales hablaremos en su propio lugar.

Ritos.—

Conforme a lo que dice el Canon 1.148, es obligatorio observar los ritos aprobados por la Iglesia. Y estos se hallan en uno de los libros, de que ya hablamos al principio, el Ritual Romano. Este libro es una de las fuentes de la liturgia. Contiene el modo de administrar los Sacramentos y los Sacramentales. Por lo cual explicaremos lo principal que en el se halla. Y desde luego, para que todos los fieles lo entiendan de algún modo, daremos alguna breve descripción.

Primeramente trata de los Sacramentos y, con esta ocasión, de los Sacramentales mas intímamente relacionados con ellos. Así al tratar del Bautismo, trata de la bendición de la pila bautismal; al tratar de la Penitencia, trata de la absolución de excomunión y censuras; al tratar de la Extremaunción, trata de todo lo concerniente al bien morir y de las exequias y funerales; y al tratar del matrimonio, trata de la bendición de la mujer parida. Luego trata de las bendiciones, de las procesiones y de los exorcismos.

Puntos de catecismo, Vilariño S.J.

El culto a las imágenes. Segunda parte.

Utilidad de las imágenes.—

Es, en cambio, utilísima la imagen para la vida cristiana. Primero, sirve maravillosamente para enseñar; sobre todo las historias sagradas y la vida de Nuestro Señor y de los Santos y muchísimas cosas de la doctrina cristiana. Segundo, sirve muy bien para fijar la atención y evitar las distracciones. Tercero, deleita espiritualmente, como se ve por la experiencia de lo que gustan las imágenes; sobre todo haciéndolas con mucho arte y belleza. Cuarto, conmueven muchísimo y nos excitan a manifestaciones sensibles que fácilmente pasan al corazón o proceden de el y lo refuerzan. Quinto, puestas convenientemente en muchos sitios, nos recuerdan a Dios y a los Santos fácilmente.

Imaginería sacra.—

Las imágenes sagradas pueden ser de varias clases. Unas son de cosas insensibles, otras de sensibles. El espíritu no puede tener, como se ve, imagen sensible. Y, sin embargo, tenemos imágenes de Dios, de la Santísima Trinidad, de los ángeles, de las almas santas. Todos sabemos que no son imágenes verdaderas de lo que son. Pero les damos por analogía can sus cualidades aquellas formas que, o por su esencia o por su historia o por algunas otras razones, corresponden a sus atributos o modos de ser. Así al Padre Eterno, por ser el primer principio y el Antiquus diem, el Antiguo en días, el Eterno, se le da el aspecto de anciano venerable, aunque robusto; al Hijo, por haberse encarnado, se le da la figura de hombre; al Espíritu Santo, por haberse aparecido en forma de paloma, se le da esta imagen; aunque antiguamente también se le dio la figura de un joven y aun la de mujer, como parece esta representado en un retablo del altar mayor de la Cartuja de Burgos. A los ángeles se les da figuras de hombres puros, alados, dignos, siempre jóvenes; y a los que se sabe lo que hicieron se les da figuras correspondientes: a San Miguel de capitán, que lucha contra Lucifer; a San Rafael de caminante y protector; a San Gabriel de embajador con una azucena por la pureza de la Virgen, etc. A los Santos se les da, cuando se sabe, su propio rostro, si se puede; mas como no de todos, especialmente de los antiguos, hay retratos, se les da uno que convenga y se le añaden formas y atributos correspondientes a su historia, martirio, misión, etcetera. A Jesucristo se le ha dado ya una forma convencional basada en algunas tradiciones; el rostro mejor debe de ser el de la Sabana Santa de Turín, con barba hermosa, poblada y cabellera ondulante, como lo describimos en la Vida de Nuestro Señor Jesucristo. A la Santísima Virgen la pintan como una Virgen pura, graciosa, digna; pero a gusto de cada cual; el retrato que dicen es de San Lucas, no es de San Lucas, sino muy posterior, ni refleja verdad alguna; a San José igualmente se le puede pintar como se quiera; pero, de ordinario, lo pintan muy viejo, como si la Virgen se hubiese desposado con el cuando ya era anciano, lo cual es inverosímil; antes es mas creíble que tendría una edad proporcionada.

Puntos de Catecismo. Vilariño S.J.

El culto a las imagenes. Parte primera

Culto de las imagenes.

Nada mas corriente entre los católicos que el culto de las imágenes de los Santos. Estatuas, medallas, pinturas, todas las representaciones imaginativas de Dios y de los Santos, son respetadas y veneradas y amadas en la Santa Iglesia. Materiales como somos, no alcanzamos a representarnos a Dios y a los ángeles, sino con figura corporal, pero siempre con algún fundamento, como luego diremos. A los Santos los representamos con el parecido que podemos. Y a unos y a otros los colocamos en sitios distinguidos y hasta en los puestos mas santos, en las iglesias, en los altares, en retablos. Que esto sea licito y santo nos lo dice a voces la Santa Iglesia y di sentido común de los fieles. Y este uso no es moderno, sino que se pierde en los orígenes de la Iglesia. Mas el año 726 Leon II Isaurico, inducido por instigación de los judíos y de los mahometanos que no toleran imágenes, promulgo un edicto en el cual prohibía como si fuese idolatría el culto de las imágenes. San Germán, patriarca de Constantinopla, salio acérrimamente en defensa de las santas imágenes y aun por defenderlas murió, según dicen, estrangulado en 733. Muchos padecieron martirio por defender este culto contra los herejes y emperadores iconoclastas (rompedores de imágenes), como se denominaron estos herejes. Mas el ano 787 se junto el Concilio Niceno II, que restableció la verdad. Y así siempre en la Iglesia de Dios ha florecido este culto cada vez con mas devoción y agrado y aun provecho del arte y del sentimiento. Otra vez, sin embargo, algunos emperadores, como León Armenio y los Valdenses, Albigenses, Wiclefitas, Husitas y los protestantes que todo lo arruinaron, se irritaron contra las santas imágenes; sobre todo los de la secta de Calvino se dieron a destruirlas donde las encontrasen. A esto obedece el estar decapitadas y destruidas muchas joyas de escultura antiquísima. Y recordamos haber visto en Reims y en otros puntos muchísimas mutilaciones hechas por ellos.

El uso antiguo.

Acaso en la antigüedad se usaron menos imágenes al principio por temor de que por la mezcla con gentiles los cristianos incurriesen en verdadera idolatría, por no entenderse el sentido genuino de la veneración de las imágenes en la Iglesia. Sin embargo, después que se han descubierto las catacumbas se han hallado testimonios antiquísimos de la veneración y del uso que se hacia de estas imágenes entre los primeros cristianos.

Fundamento del culto de las imágenes.

No se entiende por que los enemigos han de tener tanta aversión al culto de las imágenes, siendo como es la cosa mas natural. En efecto, en el uso social vemos que todo el mundo honra, no solo al rey, sino también a sus imágenes; no solo a su madre, sino también a su retrato; no solo a su amigo, sino a su fotografía. Nada mas ordinario y nada mas natural en todos los países y en todas las costumbres. Y abrazamos los retratos y los besamos y los estrechamos contra nuestro corazón y Ies ponemos flores y luces y aun les hablamos. Pues he ahi lo que hacemos con los Santos. .Que dificultad hay en ello?

Este culto es relativo.

Mas así como al honrar, es decir, al dar culto civil a los retratos e imágenes de estas personas, nadie piensa que da culto a ellas por ser lo que son, sino por la persona que representan, asi los cristianos al dar culto a las imágenes ya saben que ellas no son dignas de culto por si mismas, sino por lo que representan y que el culto que se les da no es absoluto por ser ellas lo que son, sino relativo, es decir, referente a la persona en ellas representada. De esta manera no veneramos a un pedazo de madera, sino a la imagen de un Santo y mas propiamente al Santo en ella representado; porque ni la madera, ni el papel, ni la imagen son personas, ni capaces de ser veneradas y amadas racionalmente; ni de recibir la sumisión que es esencial al culto, ni ellas propiamente reciben el obsequio, sino las personas o Santos en ellas representados. El acto externo se dirige a las imágenes, porque ante ellas nos arrodillamos, a ellas besamos, incensamos, ponemos flores, luces, ornato…; pero el acto interno se dirige a los mismos Santos.

No hay idolatría.—

Parece mentira que haya habido tan obtusos entendimientos que no entendiesen esta doctrina tan clara, y que los Concilios de Nicea y Tridentino y los Santos Padres, tan bien explicaron. Es verdad que en la Sagrada Escritura Dios prohibió hacerse ídolos. Pero ídolos no es lo mismo que imágenes, sino que ídolos son aquellas imágenes que los hombres tomaban como dioses. Hablando San Pablo a los romanos, les decía que los gentiles, que “teniéndose por sabios, se entontecieron y transfirieron la gloria del Dios incorruptible a una semejanza de hombre corruptible y de aves y cuadrúpedos y reptiles…, y trocaron la verdad de Dios por la mentira, y veneraron y dieron culto a la criatura, dejando al que las creo” (Rom. 1, 23). Y el Señor les dijo: “No os haréis ídolos ni figura ninguna de todo lo que hay en lo alto del cielo, ni en lo bajo de la tierra”. Se entiende bien claro que de nada de esto habían de hacer imágenes, para adorarlas como dioses. Mas no tienen nada que ver estos ídolos y la manera de darles culto como si fueran dioses o, por lo menos, como si representasen a dioses, con lo que el cristiano consciente hace con las imágenes. Y por eso mismo Dios hablaba de estos ídolos como de imágenes que provocaban sus celos, pues los adoraban en vez de Dios. Cosa completamente distinta de la práctica cristiana. Por eso decía muy bien el Concilio Tridentino: “Se han de tener y retener principalmente en los templos las imágenes de Cristo y de la Madre de Dios y de otros Santos; se les ha de dar el debido honor y veneración, no porque se crea que hay en ellas alguna divinidad o virtud, por la que se deba dar culto, o que de ellas se ha de pedir nada o que en ellas haya que poner la confianza, como lo hacían en otro tiempo los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les da a ellas se refiere a los prototipos que ellas representan, de tal modo, que por las imágenes que besamos y ante las cuales nos descubrimos y arrodillamos, adoramos a Cristo y veneramos a los Santos cuya semejanza ellas representan”.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

La Misa. Cuarta parte.

Obligación de celebrar.-

De suyo no tienen los sacerdotes obligación de celebrar sino varias veces al ano y los Obispos y Superiores deben procurar que lo hagan, al menos, los domingos y días festivos. Los pastores de almas, como Obispos, párrocos, están obligados a celebrar las Misas por sus ovejas, por sus pueblos, todos los domingos y dias de precepto, aun en las fiestas suprimidas del Código, como son: Lunes de Pascua, Invención de la Cruz, Purificación, Anunciación, Natividad de la Virgen, San Miguel, San .luna Bautista, los Santos Apóstoles, San Esteban, Santos Inocentes, San Lorenzo, San Silvestre, Santa Ana, el Patrón del Reino y el Patrón del lugar.

Estipendio. –

Estipendio es una limosna que para que tenga honesto sustento se da a un sacerdote, aunque sea rico, según el uso corriente y aprobado de la Iglesia, a condición de que celebre y aplique la Misa a intención de quien da el estipendio. Y por eso, excepto el día de Navidad, si un sacerdote conlicencia celebrase dos o mas Misas, no puede recibir estipendio sino por una. El día de las Animas puede recibir por una; la segunda hay que aplicarla por todas las Animas y la tercera por la intención del Papa. El que recibe estipendio esta obligado, en justicia, a celebrar la Misa a intención de quien lo de.

Leyes de la Iglesia sobre estipendios.—

Para que no se falte por los sacerdotes en esta cuestión de los estipendios, ha dado la Iglesia leyes muy rigurosas acerca de este punto. El estipendio mayor o menor no hace que la Misa valga mas o menos; esta vale aunque no se diese o se recibiese estipendio. La cantidad minima de cada estipendio la suelen señalar los Prelados en cada diócesis, si bien el sacerdote puede recibir estipendio mayor si se le da y también menor si el Ordinario del lugar no lo hubiere prohibido. Los fieles deben ser generosos con sus sacerdotes y considerar que en esto hacen una limosna muy bien empleada.’ Por desgracia, cada día escasean mas los fieles en este socorro a sus sacerdotes y así pierden mucho fruto de Misas y mucho de limosnas. El celebrante debe celebrar la Misa en el tiempo que le señala el que le da el estipendio y si no se lo señalan debe celebrarla pronto, dentro de ciertos  términos fijados por cánones. Cuando en un testamento se dejan muchas Misas, no es preciso celebrarlas todas en seguida; pero se deben celebrar algunas en seguida de la muerte del testador.

Modo de celebrar Misa.—-

Tiempo. Se puede decir Misa en todos los días, excepto el Viernes Santo, en que no hay ninguna, sino la que se llama Misa de Presantificados, es decir, de lo que se consagro el día antes, el Jueves Santo, en que solo hay una Misa solemne. El Jueves Santo se puede, con licencia del Prelado, decir otra antes que la solemne para los enfermos. En cambio en Navidad y en el día de las Animas se pueden decir tres.

Horas de decir Misa.—

Se puede celebrar desde una hora antes de la aurora hasta una después del mediodía y, con causa grave o permiso, mas. Duración. Debe durar de veinte minutos a media hora o poco mas. Pero no es licito decirla en menos de un cuarto de hora. Sitio. Debe celebrarse en un altar consagrado (propiamente el altar es el ara) y en una iglesia u oratorio consagrado o bendito. Para celebrarla fuera o al aire libre se necesita permiso.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

La Misa. Tercera parte.

Modo de oír la Misa.—

El mejor modo de oír la Misa es seguirla con algún devocionario. Los que no lo hacen así, de ordinario están muy distraídos. En cuanto a los devocionarios, el mejor es el mismo misal y las oraciones que dice el sacerdote todos los dias son las mejores; esas están, entre otros, en nuestro Devocionario Popular y en el Caballero Cristiano. Y será aun mejor modo de oír Misa ayudar como acólitos al sacerdote. Seria muy de desear que se generalizase el uso que hay en algunas partes de ayudar los caballeros con frecuencia a la Misa a que asisten. Y este oficio debería saberlo todo cristiano desde niño; no hay dificultad, antes es conveniente ayudar a Mina con al libro delante, Otro modo de oír Misa se pueden ver en los devocionarios.

Obligación de oir Misa.

Aconsejamos a todos que oigan Misa diariamente y les diremos que esta es la mejor devoción que pueden tener en toda su vida. Y mucho mas si la oyen comulgando en ella.  La comunión no es parte esencial, pero si integral de la Misa. Y así, antiguamente a la Misa se la llamaba fracción del pan, porque en ella se daba la Comunión y por eso mismo en las oraciones se supone que los oyentes van a comulgar o han comulgado y, en fin, a eso se debe también la ceremonia en que se parte la hostia, recuerdo de cuando en la Misa se partía el pan para repartirlo, si bien ahora por mayor expedición y comodidad se consagran aparte hostias pequeñas.

Misa.-

El sacrificio de la Eucaristía recibe muchos nombres en la historia litúrgica: Fracción del pan, cena del Señor, comunión, liturgia, misterio, oblación, sacrificio, dominical, colecta, solemnidad, servicio, suplica y otros. El mas común es el de Misa. Pero no sabemos lo que este significa. Lo mas verosímil es lo siguiente: Antiguamente los catecúmenos asistían solo al comienzo o introducción del sacrificio. En seguida del sermón, cuando empezaba propiamente el sacrificio, se les despedía y quedaban solo los fieles y para despedirlos se usaba la formula usual: ite missa est; «id, ya es la despedida”. Y desde entonces comenzó a llamarse Misa la parte siguiente. Y mas tarde se comenzó también a llamar Misa a la parte anterior y, en fin, se empezó a llamar a la parte primera Misa de los catecúmenos y a la segunda Misa de los fieles. Decia San Agustin: “Después del sermón, terminaba la Misa de los catecúmenos, se da la despedirla (missa) a los catecúmenos y permanecen los fieles.” Y se llamaba también missas al conjunto de una y otra. El nombre de Misa no se halla en los autores de los tres primeros siglos, sino otros nombres. Diremos acerca de la Misa algunas cosas, que, aunque son propias de los sacerdotes, pero conviene que las conozcan también los fieles.

Materia de la Eucaristía.—

Y primero hay que saber con que se puede consagrar. La materia de la Eucaristía es pan de trigo y vino de uvas. Todo lo que sea verdadero pan y verdadero vino de uvas vale. Pero, además, esta mandado que se utilice pan ácimo o sin levadura entre los latinos; pan fermentado entre los griegos, aunque valer, vale cualquiera de los dos, y al vino esta mandado que se le echen unas cuantas gotas de agua.

No vale el pan de cebada, de maíz, de arroz, de avena, de habas, etc., ni el pan de leche, aceite, etc-, ni la masa de trigo cruda o frita. Sobre si vale EI centeno, la flor de harina, el salvado etc„ téngase en cuenta que todo lo que se tenga como pan de trigo en el uso común de la gente te dice que es valido. Pero debe procurara que sea lo mejor que buenamente se pueda y de trigo enteramente. No vale el arrope, ni el vino de agraces, ni la cerveza, sidra, vino de pera o de otras frutas, vino químico, ni vinagre.

Vale, pero esta prohibido celebrar, con pan de trigo mezclado con otros granos en pequeña cantidad, el pan mohoso que empieza a corromperse, ni, en general, el pan viejo, a no ser por necesidad. Vale, pero esta prohibido celebrar, con mosto de uvas maduras, o con vino que empieza a agriarse o corromperse, a no ser por necesidad. Si fuese ya vinagre, ni es lícito ni vale.

Forma de la Consagración.- Este pan se consagra diciendo las palabras: “Este es mi cuerpo”, que son las esenciales. V el vino se consagra diciendo: “este es el cáliz de mi sangre”, que son las palabras esenciales, a las cuales se añaden estas otras: “Nuevo y Antiguo Testamento, Misterio de la Fe, que por vosotros y por muchos será derramada para remisión de los pecados.”

Ministro de la Eucaristía.

Ministro de la Eucaristía se puede entender o Ministro de la celebración, para decir Misa y hacer el Sacramento o Ministro de la Comunión para distribuirlo a los fieles. Celebrar y hacer el Sacramento solo puede el sacerdote.

Administrar o distribuir la Eucaristía, de ordinario solo debe hacerlo el sacerdote, pero en casos extraordinarios, con licencia del párroco o del Ordinario o en caso de necesidad, con licencia presunta, puede administrar la Eucaristía el diacono. Además, los legos podrían, en cano de necesidad, si no hay algún clérigo mayor y evitando el escándalo, darse a si o a otros el Viático y aun tornarse las formas consagradas para evitar irreverencias y ello aun no estando en ayunas; por ejemplo, en una revolución.

Puntos de catecismo, Vilariño, S. J.

El valor de la Santa Misa

Para que vale la Misa.—

Vale para lo que valen todos los sacrificios, según indicamos. Porque es sacrificio latréutico, eucarístico, impetratorio y propiciatorio: lº.- Como latréutico. Es el acto verdaderamente digno de Dios y puede decirse con toda exactitud que en la tierra no hay ningún otro acto de oración que sea completamente digno de Dios. Todos los demás actos no llegan a la dignidad divina, ni le dan tanta adoración cuanta Dios se merece. Pero la Misa es una adoración con la que Dios se contenta y se llena. 2.° Como eucarístico, es el mejor acto para dar gracias a Dios; tanto, que por la Misa se pueden dar gracias a Dios por todos los beneficios que El nos ha hecho y gracias cumplidas y bastantes. 3.° Como impetratorio, de suyo es la oración e impetración mas eficaz que hay en la Iglesia y superior a todas las oraciones, rogativas, oblaciones de todo genero. 4.° Como propiciatorio, este sacrificio de suyo es apto para obtener el perdón de todos los pecados, para dar la satisfacción de todos los agravios, y para pagar por todas las penas debidas por los pecados en esta vida y en la otra. Y así, puede decirse con toda propiedad, que la Misa es el acto mas grande e insigne de toda la religión.

Valor infinito de la Misa.—

De aquí se deduce que el valor de la Misa en si mismo es infinito y que una sola Misa de suyo puede ser bastante para adorar a Dios y darle gracias por todos los beneficios y para obtener el perdón y satisfacción de todas las culpas. Pero no se aplica todo el valor a los fieles, sino solamente parte, según la disposición de Dios, como intentaremos explicarlo ahora.

Limitación de la gracia aplicada.—

Las gracias que se reciben por las Misas, no pueden ser infinitas ni intensiva ni extensivamente. Y sobre todo en cuanto al valor propiciatorio. Porque ni somos capaces nosotros de recibir este valor infinito, ni lo necesitamos. Y creemos que la providencia de Dios en su Iglesia ha establecido para cada Misa una limitación en el valor que se aplica, y una medida que nosotros ignoramos cual sea, pero, que será, sin duda ninguna, muy abundante; porque si bien nosotros no la merecemos, pero la merece el Hijo de Dios, sacerdote y victima en este sacrificio, que, seguramente, no se pondrá en el altar para poca cosa, sino para muchas gracias. Algo de esto pasa también en los Sacramentos. Y aunque no faltan quienes opinen que el fruto de la Misa extensivamente es infinito o indefinido, sin embargo, comúnmente creen los teólogos que no es así; sino que cuantos mas sean aquellos por quienes se aplica la Misa, tanto disminuyen las gracias recibidas por cada uno. Sin embargo, del fruto impetratorio, en cierto sentido, puede decirse ser infinito, o indefinido, en cuanto que dependiendo de la liberalidad de Dios la concesión de las gracias que se le piden, no parece podamos poner limite a esta liberalidad; si bien parece natural o connatural que ceteris paribus reciba mas dones aquel por quien se ofrece la Misa en primer lugar y con primera intención, que aquel por quien se ofrece la Misa en segundo lugar y con segunda intención, después de la primera.

Diversa participación del fruto de la Misa.—

Ponen los teólogos una razón de graduar la concesión por Dios a los fieles de las gracias de la Misa: y es la mayor unión que tenga con el sacrificio: 1.° Naturalmente, quien mas que nadie participa del fruto de la Misa es el celebrante; a el corresponde el fruto que llaman especialísimo y es superior al de los otros. Es fruto personal y muy digno, dada la excelencia del ministro y la necesidad que tiene de gracias para cumplir sus deberes altísimos. 2.° Viene después el fruto que casi podríamos llamar también especialísimo, que es el de los que oyen Misa, los cuales, en cierto modo unidos de una manera particular con el celebrante, aunque no son, ni mucho menos, celebrantes, forman con el sacerdote una comunidad y por el y con el ofrecen el sacrificio. Y por eso el celebrante habla muchas veces en plural: Te ofrecemos, etc. 3.° Entre estos asistentes reciben mayor fruto los acólitos, que, adelantándose a todo el pueblo, se unen con el sacerdote y le responden y ayudan en la Misa; por lo cual este oficio es muy recomendable, muy digno y muy retribuido. 4.° Llaman fruto especial, y lo es, el que corresponde a la persona o personas por quien o por quienes el sacerdote dice la Misa, sea que este le haya dado estipendio, sea que no le haya dado. Este fruto también es notable. 5.° Queda el fruto general que redunda en toda la Iglesia y se reparte por todos y cada uno de los fieles, de la parroquia, del pueblo, de la nación y aun de toda la Iglesia, en la medida que Dios sabe, en virtud de la comunión de los santos. Los excomulgados no participan de estos bienes, sino en cuanto se puede impetrar su conversión. Pero los demás, si; y !cuantos bienes y gracias descenderán de lo alto y cuantas iras del Señor se apagaran en el cielo por virtud de la sangre preciosa de Jesucristo sacrificado en las Misas cada día y a todas las horas!

Puntos de catecismo, Vilariño S.J.

La jerarquía eclesíastica

El Papa y la Jerarquia.—

Llamase Jerarquía a la serie y orden de los príncipes eclesiásticos. Jerarquía es lo mismo que sagrado principado. Consta de tres grados principales: Obispos, presbíteros y ministros o diáconos. Todos estos cargos habían sido instituidos por Jesucristo desde el principio de la Iglesia. El Papa, Obispo de Roma, es la cabeza de toda la Jerarquía, y gobierna por medio de ella.

Obispo.—

Episcopus, de donde viene obispo, es lo mismo que inspector o Vigilante. Son los sucesores de los Apóstoles, aunque con algunas diferencias, como dijimos, pues no heredaron todos los privilegios de los Apóstoles, que fueron enviados especiales, y poseyeron dones extraordinarios, como la infalibilidad, el don de los milagros, el de lenguas, el de estar confirmados en gracia, y otros. Los Obispos, junto con el Papa, gobiernan la Iglesia, aunque en jurisdicción limitada, en su diócesis (administración).

Ni se debe creer que son meros auxiliares del Papa, sino que son por derecho propio pastores de su diócesis y grey con poder ordinario de regir su iglesia o diócesis, y por eso se les llama Ordinarios, pero están subordinados al Papa, a quien deben obedecer. Hay algunos Obispos que tienen primacía sobre otros, y se llaman Arzobispos, como quien dice Obispos principales. Primado es el de mas dignidad de cada nación, como el de Toledo en España, el de Grau en Hungría, el de Salzburgo en Alemania, etc. Patriarcas son los que tenían autoridad sobre otros Obispos, como el de Antioquia, el de Alejandría, el de Jerusalén. Cada Obispo tiene su diócesis; mas cuando no para gobernar una diócesis, sino por alguna otra razón se nombra algún Obispo, como, por ejemplo, los auxiliares, o coadjutores nombrados para el ejercicio de la orden episcopal, se le suele consagrar con el titulo de alguna diócesis antigua en países infieles, y se le llama Obispo in partibus infidelium,  si bien desde León XIII ha sido cambiada esta denominación  en la de Obispos titulares. Las insignias episcopales mitra, báculo, ínfulas, anillo y cruz pectoral. Visita a los sepulcros de los Apóstoles es la que tienen que hacer a Roma de tiempo en tiempo, a dar cuenta al Papa de su gobierno.

Presbíteros.—

Presbítero significa anciano, si bien no es preciso para ser presbítero ser anciano. Lo mismo significa senador. Porque el privilegio de dar consejo es propio de los ancianos. Son los presbíteros los auxiliares de los Obispos. Antiguamente era lo mas común ser las dos cosas a un tiempo. Los presbíteros están sujetos a los Obispos, y de ellos reciben licencias y jurisdicción para decir misa, confesar, predicar, etc. Cuando tienen de modo permanente alguna parte de la diócesis, para ejercer en ella el oficio de pastores espirituales, se llaman párrocos o curas, es decir, gobernadores de las parroquias o barrios, que como tales se consideran las parroquias respecto de la ciudad episcopal o diócesis. Cuando algunos párrocos ejercen alguna autoridad sobre otros, estos se llaman arciprestes, es decir, prestes o presbíteros principales. Y cuando no se señala párroco definitivo, sino se pone alguno hasta que se provea en definitiva, este párroco provisional se llama ecónomo o administrador.

Concilios.—

Concilios son las reuniones de los Obispos para tratar asuntos de la Iglesia. Son ecuménicos cuando son universales de todo el orbe; oicúmene es la habitada, la tierra, y por tanto ecuménico, lo del orbe, como si dijéramos mundial. Para que sea ecuménico no es preciso que vengan absolutamente todos los Obispos del orbe. Solo se necesita que vengan tantos que moralmente pueda decirse que esta representado todo el magisterio eclesiástico. Solo puede convocarlo el Sumo Pontífice de suyo. Y solo el Sumo Pontífice puede presidirlo, por si o por sus legados. Este Concilio, así presidido por el Papa, es infalible; aun cuando disientan algunos Obispos, como ha sucedido siempre, antes, y muchas veces aun después. Hay además Concilios plenarios y provinciales. Estos no tienen infalibilidad, pero si gran autoridad.

Cardenales y Congregaciones romanas.—

El Papa tiene para consejeros y auxiliadores a los Cardenales, cuyo numero no suele pasar de setenta y pertenecen a las mas distintas regiones. Llámanse cardenales, por ser como quicios en que estriba la prudencia del Papa (cardo es quicio). De ellos suelen constar las Congregaciones romanas que hay en Roma encargadas de ayudar al Papa en el gobierno de la Iglesia, y dispuestas ya para dirimir controversias por via administrativa, ya para examinar opiniones de los teólogos y fieles y dirigirlas conforme a la doctrina católica, previniendo errores y fomentando la unión de la fe. Mucha es su autoridad, pero no son infalibles, a no ser que el Papa defina sus resoluciones. Sus decisiones obligan a la Iglesia, su potestad es ordinaria y vicaria del Sumo Pontífice, que se la comunica para regir facílmente la Iglesia; a ellas se puede recurrir en contra de las decisiones de los Obispos; mas de ellas solo al Papa. Estas Congregaciones en rigor se componen solo de Cardenales, pues solo ellos pueden dar el voto decisivo, aunque para consultar y estudiar y dar parecer y funcionar tienen otros muchos oficiales mayores y menores. Las Congregaciones son: la del Santo Oficio, para la defensa de la fe y costumbres; la Consistorial, la de Sacramentos, la del Concilio, sobre disciplina del clero y del pueblo, la de Religiosos, la de Propaganda Fide, la Oriental, la de Ritos; la Ceremonial, la de Negocios extraordinarios, la de Estudios. Estas Congregaciones, como hemos dicho, no son infalibles, porque el Papa no puede comunicar a nadie su infalibilidad; pero sus decisiones son prudentísimas, y puede afirmarse que el Espíritu Santo las asiste de un modo singular, y tan notable, que apenas una que otra vez han errado en sus declaraciones y juicios. Aun aquellos mismos juicios que las Congregaciones dicen dar en nombre del Papa, y por su autoridad, y sabiéndolo y aprobándolo, no por eso son infalibles; a no ser que el Papa los haga propios y los de como definiciones suyas, en cuyo caso la Congregación solo hace de consultora.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.