Para meditar: I Domingo de Pasión

COMENTARIO DEL EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Juan

Jn 8:46-59


En aquel tiempo: Decía Jesús a las turbas de los judíos: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Pues si Yo os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? Y lo que sigue.

Homilía de San Gregorio, Papa.

Homilía 18 sobre los Evangelios.

Considerad la mansedumbre de Dios. Vino para perdonar los pecados, y decía: “¿Quién de vosotros podía argüirme de pecado?” No se desdeña de razonar que Él no era pecador; Él, que por su divinidad, podía justificar a los pecadores. Terrible es lo que sigue: “Aquel que es de Dios, escucha las palabras de Dios, y por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios”. Si el que es de Dios oye sus palabras, y no las oye el que no es de Dios, pregúntese cada uno si su corazón percibe las palabras de Dios, y entenderá de dónde sea. La Verdad manda que deseemos la patria celestial, que mortifiquemos los deseos de la carne, declinando la gloria del mundo; que no deseemos lo ajeno, y que demos de lo propio.

Luego cada uno de vosotros examine dentro de sí mismo, si esta voz de Dios ha sido atendida por el oído de su corazón, y así conocerá que ya es de Dios. Pues hay no pocos que ni se dignan escuchar con los oídos los preceptos de Dios. Y hay no pocos, que escuchando estos preceptos con los oídos, no tienen el menor deseo de practicarlos. Y hay también algunos, que reciben con buena voluntad las palabras de Dios, y compungidos derraman lágrimas, mas después de haber llorado sus pasadas iniquidades vuelven a ellas. Estos, a la verdad, no oyen las palabras de Dios, ya que no las ponen en obra. Vosotros, carísimos, considerad vuestra vida, y con profunda atención, temed lo que nos dice la misma Verdad: Por esto vosotros no oís, porque no sois de Dios.

Mas esto que la Verdad dice de los que merecen ser reprobados, lo manifiestan ellos mismos con sus obras. Véase, en efecto, lo que sigue: Respondieron los Judíos, y dijeron: ¿Acaso no decimos bien nosotros que eres Samaritano y que tienes el demonio? Mas, escuchemos lo que responde el Señor, tras recibir tan gran injuria; “Yo no tengo el demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado”. «Samaritano» significa guardián, y lo es, en verdad, aquel de quien el Salmista dice: Si el Señor no guarda la ciudad, en vano velan los que la guardan; y al cual se dice por Isaías: Centinela, ¿qué ha habido esta noche? Centinela, ¿qué ha habido esta noche? He aquí por qué el Señor no quiso responder: No soy Samaritano; sino: Yo no tengo el demonio. Dos cosas le echaban en cara: Una la negó; la otra, callando, la confirma.

Sermón de San León, Papa.


Sermón 9 de Ćuaresma.


No ignoramos, amadísimos, que entre todas las solemnidades cristianas, el misterio pascual es el principal. Para celebrarlo digna y convenientemente, nos prepara y dispone, mediante la reforma de nuestras costumbres, todo el resto del año; mas los días presentes nos obligan todavía a una mayor devoción, puesto que sabemos que están más próximos a aquel en que celebraremos el sublime misterio de la misericordia divina. Para esto los santos Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, instituyeron mayores ayunos, a fin de que estando todos más unidos con la cruz de Cristo, también hagamos algo de lo mucho que por nosotros practicó. Como dice el Apóstol: Si padecemos con Él, también seremos con Él glorificados. Ya que cuantos participan de la pasión de Cristo, tienen esperanza cierta de la bienaventuranza que prometió.

A nadie, amadísimos, se niega la participación en esta gloria, sin que sea obstáculo para ello la condición del tiempo, ya que la tranquilidad y la paz no nos privan de la práctica de la virtud. Ya lo predijo el Apóstol, diciendo: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución”. Y por lo mismo jamás faltan las pruebas de la persecución, si no se deja la práctica de la piedad. Y a la verdad, el Señor en sus exhortaciones, dice: “Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Ni hay duda que esta palabra va dirigida, no solamente a los discípulos de Cristo, sino a todos los fieles, a toda la Iglesia, la cual, en su universalidad, escuchaba las condiciones de la salvación en la persona de los que estaban presentes.

Así como conviene a todo este cuerpo vivir piadosamente, así es propio de todos los tiempos llevar la cruz, y no en vano se aconseja a cada uno que la lleve, ya que cada uno sufre su peso en una forma y según una medida propia. Uno es el nombre de la persecución, pero la causa del combate no es una sola, y suele haber más peligro en el enemigo oculto que en el manifiesto. El santo Job enseñado por la alternativa de los males y bienes de este mundo, decía muy piadosa y en verdad: ¿No es una tentación toda la vida del hombre sobre la tierra?. Ya que el alma fiel no sólo sufre los dolores del cuerpo, sino que, aun permaneciendo sanos los miembros corporales, se ve amenazada por una grave enfermedad si se deja debilitar por los placeres de la carne. Pero, como “la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu a los de la carne”, el alma racional, auxiliada por la cruz de Cristo, no consiente en los deseos al ser tentada, por sentirse como traspasada por los clavos de la continencia y del temor de Dios.