¿Por qué David, que no devolvió mal por mal, enterado de que Saúl y Jonatás habían muerto, maldijo los montes de Gelboé: “Montes de Gelboé, ni el rocío ni la lluvia caigan ya jamás sobre vosotros; ni campos haya de donde sacar la ofrenda de las primicias; puesto que allí es donde fue arrojado por el suelo el escudo de los fuertes, el escudo de Saúl, como si no hubiese sido ungido con el óleo santo”? ¿Por qué Jeremías, viendo que su predicación chocaba contra las malas disposiciones de los oyentes, dejó escapar esta imprecación: “Maldito aquel hombre que dio la nueva a mi padre, diciéndole: Te ha nacido un hijo varón”?
¿Las colinas de Gelboé son culpables de la muerte de Saúl, para no recibir ni rocío ni lluvia, y se trueque en árida su vegetación, por la maldición? Gelboé significa corriente de agua, y siendo Saúl figura de la muerte de nuestro Mediador, los montes de Gelboé representan a esos judíos de corazón soberbio que, deslizándose en una corriente de codicias terrenales, vinieron a mezclarse en la muerte de Jesucristo. El Rey, el Ungido verdadero, perdió la vida del cuerpo en medio de ellos; privados de todo rocío de gracia, quedan reducidos a la esterilidad.
Ya no podrán ser tierra de primicias. Esas almas soberbias no dan frutos nuevos, por permanecer en la infidelidad cuando vino el Redentor, y no querer seguir las primeras enseñanzas de la fe. Y mientras la Iglesia Santa se ha mostrado desde el principio precozmente fecunda por la multitud de naciones que ha engendrado, apenas recogerá, en los postreros tiempos, algunos judíos de los que queden todavía, recolectándolos como una tardía cosecha y haciéndolos servir como frutos de la otoñada.
Sermón de San León, Papa.
1º sobre la fiesta de los santos apóstoles.
El mundo entero toma parte en las solemnidades. Una devoción fundada en una misma fe pide que se celebre en todas partes, con júbilo común, lo cumplido para la salvación de todos. La fiesta de hoy, digna de ser celebrada en toda la tierra, debe ser en nuestra ciudad objeto de una veneración especial, acompañada de una alegría particular; para que donde los dos principales Apóstoles fueron glorificados, haya, en el día de su martirio, mayor alegría. Estos son ¡oh Roma! los dos héroes que te llevaron el Evangelio de Cristo; por ellos, tú, que eras maestra del error, te convertiste en discípula de la verdad.
Tus padres y verdaderos pastores son los que te insertaron en el reino celestial; te fundaron mejor y más felizmente que los que pusieron los primeros fundamentos de tus murallas, ya que de aquel que procede el nombre que llevas, te manchó con la muerte de su hermano. Esos dos Apóstoles te elevaron a una gran gloria; te convertieron en la nación santa, pueblo escogido, ciudad sacerdotal y real, y por la Cátedra sagrada de San Pedro, en capital del mundo; así, la supremacía que te viene de la religión divina, se extiende más allá de tu dominación terrenal. Aunque con victorias extendiste tu imperio sobre la tierra y mar, debes menos conquistas a la guerra, que súbditos te ha procurado la paz cristiana.
Por otra parte, convenía muchísimo para el plan divino que muchos reinos estuviesen unidos en un vasto imperio para que la predicación tuviese fácil acceso y pronta difusión entre los pueblos sometidos al gobierno de una misma ciudad. Pero esta ciudad, desconocedora del Autor de su encumbramiento, que dominaba sobre casi todas las naciones, era esclava de todos sus errores, y por cuanto no rechazaba ninguna falsedad, creía ser religiosa. De suerte que Jesucristo la libertó tanto más maravillosamente, cuanto más la había encadenado el demonio.
V. Dios mío, ven en mi auxilio. R. Señor, date prisa en socorrerme. V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Salmos
Ant. Dijo el Señor a mi Señor: * Siéntate a mi diestra.
Salmo 109
Oráculo del Señor a mi Señor: * «Siéntate a mi derecha, Y haré de tus enemigos * estrado de tus pies». Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: * somete en la batalla a tus enemigos. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; * yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora». El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec». El Señor a tu derecha, el día de su ira, * quebrantará a los reyes. Dará sentencia contra los pueblos, amontonará cadáveres, * quebrantará cráneos sobre la ancha tierra. En su camino beberá del torrente, * por eso levantará la cabeza. V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra.
Ant. Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.
Salmo 110
Doy gracias al Señor de todo corazón, * en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman. Esplendor y belleza son su obra, * su generosidad dura por siempre; Ha hecho maravillas memorables, * el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a sus fieles, Recordando siempre su alianza; * mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, Dándoles la heredad de los gentiles. * Justicia y verdad son las obras de sus manos, Todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, * se han de cumplir con verdad y rectitud. Envió la redención a su pueblo, * ratificó para siempre su alianza, Su nombre es sagrado y temible. * Primicia de la sabiduría es el temor del Señor, Tienen buen juicio los que lo practican; * la alabanza del Señor dura por siempre. V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.
Ant. El que teme al Señor * muy exacto es en cumplir sus mandamientos.
Salmo 111
Dichoso quien teme al Señor * y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, * la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia, * su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, * clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. * El justo jamás vacilará, Su recuerdo será perpetuo. * No temerá las malas noticias, Su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, * sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos. Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, * y alzará la frente con dignidad. El malvado, al verlo, se irritará, rechinará los dientes hasta consumirse. * La ambición del malvado fracasará. V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.El que teme al Señor muy exacto es en cumplir sus mandamientos.
Ant. Sea el nombre del Señor * bendito por los siglos.
Salmo 112
Alabad, siervos del Señor, * alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, * ahora y por siempre: De la salida del sol hasta su ocaso, * alabado sea el nombre del Señor. El Señor se eleva sobre todos los pueblos, * su gloria sobre los cielos. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono * y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? Levanta del polvo al desvalido, * alza de la basura al pobre, Para sentarlo con los príncipes, * los príncipes de su pueblo; A la estéril le da un puesto en la casa, * como madre feliz de hijos. V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.Sea el nombre del Señor bendito por los siglos.
Ant. Nuestro Dios está en los cielos; * Él ha hecho todo cuanto quiso.
Salmo 113
Cuando Israel salió de Egipto, * los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, * Israel fue su dominio. El mar, al verlos, huyó, * el Jordán se echó atrás; Los montes saltaron como carneros; * las colinas, como corderos. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, * y a ti, Jordán, que te echas atrás? ¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; * colinas, que saltáis como corderos? En presencia del Señor se estremece la tierra, * en presencia del Dios de Jacob; Que transforma las peñas en estanques, * el pedernal en manantiales de agua. No a nosotros, Señor, no a nosotros, * sino a tu nombre da la gloria; Por tu bondad, por tu lealtad. * ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios»? Nuestro Dios está en el cielo, * lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, * hechura de manos humanas: Tienen boca, y no hablan; * tienen ojos, y no ven; Tienen orejas, y no oyen; * tienen nariz, y no huelen; Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; * no tiene voz su garganta: Que sean igual los que los hacen, * cuantos confían en ellos. Israel confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo. Que el Señor se acuerde de nosotros * y nos bendiga, Bendiga a la casa de Israel, * bendiga a la casa de Aarón; Bendiga a los fieles del Señor, * pequeños y grandes. Que el Señor os acreciente, * a vosotros y a vuestros hijos; Benditos seáis del Señor, * que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, * la tierra se la ha dado a los hombres. Los muertos ya no alaban al Señor, * ni los que bajan al silencio. Nosotros, sí, bendeciremos al Señor * ahora y por siempre. V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Nuestro Dios está en los cielos; Él ha hecho todo cuanto quiso.
Capítulo Himno Verso
2 Cor 1:3-4
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras aflicciones. R. Demos gracias a Dios.
Himno
Oh Dios de bondad, creador de la luz, de quien procede la que ilumina nuestros días, que, al disponer el origen del mundo, creaste ante todo una luz nueva;
Tú que das el nombre de día al tiempo que transcurre entre la aurora y el ocaso, escucha nuestras preces y nuestras lágrimas, ahora que viene la noche recordándonos las tinieblas del caos.
Que el alma abrumada por el peso de sus pecados, mientras no piensa en las cosas eternas y se halla prisionera de los vínculos de la culpa, no sea desterrada del beneficio de la vida.
Haz que llamemos a la puerta del cielo; que ganemos el premio de la verdadera vida; que evitemos todo cuanto puede dañarnos; que nos purifiquemos de todo mal.
Concédenoslo, oh Padre misericordiosísimo, y Tú, el Unigénito igual al Padre, que, con el Espíritu consolador, reinas por todos los siglos. Amén.
V. Ascienda, Señor, mi oración hacia ti. R. Como el olor del incienso ante tu presencia.
Canticum: Magnificat
Ant. Si, cuando vas a poner * tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Aleluya.
(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)
Proclama * mi alma la grandeza del Señor, Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador; Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo, Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón, Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes, A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia, Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo. R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.Si, cuando vas a poner * tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Aleluya.
Oración
V. Señor, escucha nuestra oración. R. Y llegue a ti nuestro clamor.
Oremos.
¡Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman!; infunde el amor de tu nombre en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos tus promesas que superan todo deseo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
R. Amén.
Conclusión
V. Señor, escucha nuestra oración. R. Y llegue a ti nuestro clamor. V. Bendigamos al Señor. R. Demos gracias a Dios. V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz. R. Amén.
Escucha mi voz, que te
llama, Señor; tú eres mi ayudador; no me abandones ni me desprecies, oh Dios de
mi salvación. Salmo.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién habré de temer? V/.
Gloria al Padre, y al Hijo.
Colecta.-
¡Oh Dios!, que tienes preparados bienes invisibles a los que te aman,
infunde en nuestros corazones el afecto de tu amor; para que, amándote en todo
y sobre todo, consigamos esas tus promesas, que exceden a todo deseo. Por
nuestro Señor.
Epístola. 1
Pdr. 3.8.-15.-
Carísimos: Seguid unidos en
la oración: sed compasivos, amantes de todos los hermanos, misericordiosos,
modestos, humildes: No volváis mal por mal, ni maldición por maldición;
bendecid, por el contrario, porque a esto sois llamados, a fin de que poseáis
en herencia la bendición. Pues, el que quiere amar la vida, y vivir días
dichosos, refrene su lengua del mal y sus labios de las palabras engañosas;
huya del mal y obre el bien; busque la paz y sígala. Porque Dios tiene sus
ojos sobre los justos, y está pronto a oír sus súplicas; pero mira con enojo a
los que obran mal. Y ¿quién habrá que os pueda hacer daño, si os empleáis en
hacer el bien? Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois
bienaventurados. No temáis nada de vuestros enemigos, ni perdáis la paz; mas
santificad a nuestro Señor Jesucristo en vuestros corazones.
Gradual. Salm.
83.10,9.~
Mira ¡oh Dios!, protector
nuestro, a estos tus siervos. V/.
iOh Señor de los ejércitos!, escucha las oraciones de tus siervos .
Aleluya.
Salm. 20-2.-
Aleluya, aleluya. V. ¡Oh Señor!, el rey se alegra de tu
fuerza y tu ayuda le alegra grandemente. Aleluya.
Evangelio.
Mat.5.20-24.-
En aquel tiempo: Dijo Jesús
a sus discípulos: Si vuestra justicia no es más cumplida que la de los escribas
y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a
los mayores: No matarás, Y quien mate merece juicio. Pero yo os digo aun más:
quien se encoleriza con su hermano, merecerá juicio, y el que le llame
raca, merecerá juicio del Sanedrín;
quien le llame fatuo, merece la gehena del fuego. Si pues, al presentar tu
ofrenda en el altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí
mismo tu ofrenda ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; y
después volverás a presentar tu ofrenda.
Ofertorio.
Salm. 15.7-8.- Alabaré al Señor, que se ha hecho mi
consejero. Yo tengo al Señor constantemente ante mis ojos; él está a mi
diestra y yo no he de vacilar.
Secreta.-
Atiende propicio, Señor, a
nuestros ruegos y recibe benigno estas ofrendas de tus siervos y siervas; para
que lo que cada cual ha ofrecido en honor de tu nombre, les aproveche para su
salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.
Prefacio de la Santísima Trinidad.–
En verdad es digno y justo,
equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y
eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo
Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la
trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu
gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni
distinción. De suerte, que confesando una verdadera y eterna Divinidad,
adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad
en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y
los Serafines, que no cesan de cantar a diario,
diciendo a una voz.
Comunión.
Salm. 26.4.- Una sola cosa
pido al Señor, y la deseo ardientemente: Habitar en la casa del Señor todos los
días de mi vida.
Poscomunión.-
Concede,
Señor, a los que has alimentado con el don celestial vernos limpios de nuestras
culpas ocultas, y libres de los lazos del enemigo. Por nuestro Señor.
Exáudi, Dómine, vocem
meam, qua clamávi ad te: adjútor meus esto, ne derelínquas me, neque despícias
me, Deus salutáris meus. [Ps. ibid., 1]. Dóminus illuminátio mea, et
salus mea, quem timébo? Glória Patri. Exáudi, Dómine.
Collect:
Deus, qui diligéntibus te
bona invisibília præparasti: infúnde córdibus nostris tui amóris afféctum; ut
te in ómnibus et super ómnia diligéntes, promissiónes tuas, quæ omne desidérium
súperant, consequámur. Per Dóminum.
1 Petri iii: 8-15
Léctio
Epístolæ beáti Petri Apóstoli.
Caríssimi: Omnes unánimes
in oratióne estóte, compatiéntes fraternitátis amatóres, misericórdes, modésti,
humiles: non reddéntes malum pro malo, nec maledíctum pro maledícto, sed e
contrário benedicéntes: quia in hoc vocáti estis, ut benedictiónem hereditáte
possideátis. Qui enim vult vitam dilígere et dies vidére bonos, coérceat
linguam suam a malo, et lábia ejus ne loquántur dolum. Declínet a malo et
fáciat bonum: inquírat pacem, et sequátur eam. Quia óculi Dómini super justos,
et aures ejus in preces eórum: vultus autem Dómini super faciéntes mala. Et
quis est qui vobis nóceat, si boni æmulatóres fuéritis? Sed et si quid
patímini propter justítiam, beati. Timórem autem eórum ne timuéritis: et non
conturbémini. Dóminum autem Christum sanctificáte in córdibus vestris.
Graduale Ps. lxxxiii: 10 et 9
Protéctor noster áspice,
Deus, et réspice super servos tuos. V. Dómine
Deus virtútem, exaudi preces servórum tuorum. Allelúja, allelúja. [Ps. xx:
1] Dómine, in virtúte tua
lætábitur rex: et super salutáre tuum exsultábit veheménter. Allelúja.
Matth. v: 2-24
† Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.
In illo témpore: Dixit
Jesus discípulis suis: «Nisi abundáverit justítia vestra plus quam
scribárum et pharisæórum, non intrábitis in regnum cælorum. Audístis, quia
dictum est antíquis: non occídes: qui autem occíderit, reus erit judício. Ego
autem dico vobis: quia omnis qui iráscitur fratri suo, reus erit judício. Qui
autem díxerit fratri suo, «raca»: reus erit concílio. Qui autem díxerit
«fátue»: reus erit gehénnæ ignis. Si ergo offers munus tuum ad altáre, et ibi
recordátus fúeris, quia frater tuus habet áliquid advérsum te: relínque ibi
munus tuum ante altáre, et vade prius reconciliáre fratri tuo: et tunc veniens
offers munus tuum.»
Offertorium: Ps. xxiv:
1-3.
Benedícam Dóminum, qui
tríbuit mihi intelléctum: providébam Deum in conspéctu meo semper: quóniam a
dextris est mihi, ne commóvear.
Secreta:
Propitiáre, Dómine,
supplicatiónibus nostris: et has oblatiónes famulórum famularúmque tuárum
benígnus assúme; ut, quod sínguli obtulérunt ad honórem nóminis tui, cunctis
profíciat ad salútem. Per Dóminum.
Communio: Ps. xxvi: 4
Unam péti a Dómino, hanc
requíram: ut inhábitem in domo Dómini ómnibus diébus vitæ meæ.
Postcommunio:
Quos cælésti, Dómine, dono
satiásti: præsta, quǽsumus, ut a nostris mundémur occúltis, et ab hóstiam
liberémur insídiis.. Per Dominum.
Homilía de San Agustín
Obispo.
Sobre el
Sermón de la montaña. 1. 1, c. 9
La justicia de los fariseos consistía en no matar.
La justicia de los que deben entrar en el reino de los cielos, consiste en no
irritarse sin motivo. Así, pues, poca cosa es no matar, y el que haya violado
este mandamiento, será llamado mínimo en el reino de los cielos; pero el que se
haya reducido a observarlo no haciéndose
reo de homicidio, no por ello será reputado grande a los ojos de Dios y digno
del reino de los cielos, aunque ya se haya elevado algún tanto, pero se
perfeccionara si no se encoleriza sin motivo; y al perfeccionarse, se alejara
mucho mas del homicidio. Por eso, el Legislador que nos prohíbe montar en cólera,
no destruye en modo alguno la ley que nos prohíbe matar, sino antes bien, la
completa, para que no perdamos la inocencia, tanto exteriormente no matando,
como en el fondo de nuestro corazón no irritándonos.
En los pecados de cólera hay también sus grados. En el primero, irritase uno, pero guardando en su corazón la irritación que ha concebido. Si la turbación experimentada arranca al que tiembla de indignación un grito, que nada significa en si mismo pero que manifiesta aquella indignación que experimenta, la falta será ciertamente mas grande, que si la cólera naciente queda reprimida en silencio. Mas si se lanza, no solamente un grito de indignación, sino también se profiere alguna palabra, que claramente signifique y exprese un vituperio contra el adversario, ¿quien podrá dudar que es este un pecado mas grave que lanzar solamente un grito de indignación? Notad ahora tres etapas en la situación del reo: el juicio, el consejo y la gehenna de fuego. En la sesión de juicio, hay todavía lugar a la defensa. El consejo se confunde de ordinario con el juicio, pero, por cuanto la distinción misma que establecemos nos obliga a reconocer aquí cierta diferencia entre estas dos etapas, parécenos que la promulgación de la sentencia pertenece al consejo. Porque, en este caso, no se trata ya de examinar si el culpable debe ser condenado, sino que los jueces deliberan entre si sobre el suplicio que deben infligir al que ciertamente merece ser condenado. En la gehenna del fuego, ya no hay duda en cuanto a la condenación, como en el juicio, ni incertidumbre en cuanto a la pena del condenado, como en el consejo; porque en el fuego del infierno es cierta la condenación y esta fijada la pena del culpable.
La Virgen Santísima se llama María, que significa, según parece, Hermosa, Graciosa, o también Amada de Jehová. Y se le da el nombre de Virgen, por haberlo sido de la manera mas perfecta y milagrosa, antes del parto, en el parto y después del parto, habiendo hecho voto de castidad desde sus primeros años. Nació en Jerusalén. Ya había sido profetizada varias veces, sobre todo por Isaías a Acaz, a quien dijo que una Virgen concebiría y pariría un hijo llamado Manuel. Dios, como la predestinaba a ser Madre suya, la preservo del pecado original.
Nació de San Joaquín y Santa Ana. Fue, además de concebida sin pecado original, enriquecida desde el primer instante con un sin número de gracias y virtudes sobrenaturales; y aun mucho “ autores dicen que desde su primer momento fue mas santa y tuvo mas gracia que todos los Angeles y Santos juntos en el fin de sus carreras. Entre otros privilegios tuvo el de no cometer pecado ninguno, ni aun venial, y el de no tener fómite del pecado”.
Tuvo una hermana llamada María de Cleofas, pero no se sabe si era hermana carnal o hermana política, casada con un hermano de San José o hermana tal vez del mismo José. Se caso con José, artesano, y, según parece, carpintero; pero descendiente de David. Y se caso en Nazaret. Y estando desposada con José, y aun no casada, aunque los desposorios eran como matrimonio entre los judíos, el ángel San Gabriel, enviado del cielo, le anuncio que, siendo Virgen, concebiría un hijo que seria Hijo de Dios. Y, en efecto, en su seno castísimo, virginal, por obra del Espíritu Santo el Verbo se hizo carne en Nazaret. De ella nació el niño Jesús en Belén. Huyendo de Herodes llevo a su hijo a Egipto. De allí volvió con el y su esposo a Nazaret, donde vivió con Jesús hasta los treinta anos de este. Parece que quedo viuda en los anteriores a la salida de Jesús de su casa. Cuando Jesús empezó su vida publica, le hizo hacer el primer milagro en Cana.
Luego le siguió mucho en su vida publica, preparándole a veces las casas y sitios. En su Pasión le acompaño al Calvario y estuvo al pie de la Cruz. Entonces quedo encomendada a San Juan.
Y después de la resurrección estuvo con los discípulos y recibió con ellos el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Sobre lo que la Virgen hizo después hasta su muerte, se sabe poquísimo con certeza. Como Jesús se lo encargo en la cruz, San Juan recibió a la Virgen y la tuvo en su casa como si fuese su madre. Algunos creen que vivió con San Juan en Efeso, y que allí estuvo la casa de San Juan y de la Virgen. Pero parece mucho mas verosímil que San Juan tuviese alguna casa en Jerusalén, y que en ella vivió la Virgen algunos anos hasta el 41 o 42, en un sitio cercano al Cenáculo, que Guillermo II compro y regalo a los católicos alemanes, que han levantado allí una hermosa iglesia, llamada de la Dormición de la Virgen, por creerse que allí murió. Y cerca de Getsemaní se venera, según antiquísima tradición, la tumba o sepulcro de la Santísima Virgen, y sobre ella esta la iglesia de la Asunción. La Virgen muerta no quedo en el sepulcro, sino que resucito también como su Hijo y fue llevada a los cielos, donde esta con su Hijo como Reina y dispensadora de todas las gracias.
Al escribir estas cosas, varias veces ocurre citar el devocionario. Y si bien este nombre indica a la imaginación libros baladis y de pequeña importancia, liase, sin embargo, de creer que un devocionario es cosa muy importante. En el se contienen las formulas o maneras propias de orar en cada caso de los que hemos ido exponiendo. Y si bien puede el hombre orar a su modo y conforme le broten los sentimientos del corazón; pero muchas veces no ocurren formas de hacerlo. Y en esos casos nos podemos valer de las formulas de personas santas y doctas que han compuesto oraciones dignas de la santidad de Dios y mucho mas si son oraciones compuestas por la Iglesia o adaptadas por ella, como son las de la liturgia y oración oficial de la Iglesia. Es cierto que hay devocionarios muy futiles, cuyos autores han tenido muy poco criterio en la selección de las oraciones. Hay devocionarios hasta casi diríamos pueriles e indignos de la majestad de la oración, los cuales desacreditan este genero de literatura religiosa. Pero también los hay muy buenos, sobre todo aquellos que han recogido las oraciones mejores y mas autorizadas y las practicas mas cristianas de la vida. Todos esos los recomendamos vivamente. Y nos atrevemos a recomendar a todos que insistan con el pueblo y con los niños y con los hombres sobre todo, para que no vayan sin devocionario a la iglesia, sino que compren alguno y lo tengan y lo usen y lo practiquen asiduamente. Pues los que sin el van a la iglesia o los que no lo tienen conocido, no hacen nada cuando están en el templo, ni saben orar en casa al levantarse al acostarse, al preparar la confesión, etc. Muy buena costumbre será la de usar el devocionario y muy buena obra la de recomendarlo y regalarlo.
El Breviario.—
También el Breviario Romano nos da una norma de cuando debemos orar. Porque el Breviario contiene todo el rezo que los sacerdotes han de hacer durante el dia en toda su vida, bajo pecado. Y señala los siguientes tiempos de orar. Siete son, según aquello del Profeta Salmista: “Siete veces al día te tribute Alabanzas” (Ps. 118, 164). La Iglesia ha adoptado para los rezos de sus ministros este mismo numero: Maitines al canto del gallo, lo mas cerca de la medianoche. Laudes hacia la aurora. Prima al despertar y comenzar el dia, a las seis. Tercia, a las nueve. Sexta, a las doce, al mediodía. Nona, a las tres. Luego vienen las Vísperas al caer la tarde y Completas al irse a acostar. Claro que no podrán los fieles acomodarse a estas horas del todo y ni aun los sacerdotes lo pueden muchas veces; pero claro se ve como se ha de orar durante la noche y durante el día y al amanecer y al crecer el día y al promediar y al caer la tarde y al despedirse de ella.
El Ritual.—
Es el Ritual Romano un libro oficial de la Iglesia católica, en el que están todas las oraciones que se han de decir en la administración de los Sacramentos y en todas las bendiciones de personas y cosas, que dan los ministros de la Iglesia.
En el se halla, como quien dice, la norma que podemos emplear para discernir las ocasiones en que debemos o podemos orar. Ninguna norma directiva mejor que esta. En ella vemos que todas las cosas, aun materiales, para el cristiano deben ser consideradas como relacionadas con la santidad y con la vida eterna y, por supuesto, con la Providencia divina. En la imposibilidad de recorrerlo todo, haremos aquí algunas indicaciones que expliquen bien nuestro punto y nos hagan ver las oportunidades.
En primer lugar, es evidente que hay que orar en la recepción de cada uno de los Sacramentos. Especialmente el Ritual une con la recepción de la Extremaunción, las oraciones y bendiciones de los enfermos, las oraciones por los moribundos las oraciones por los muertos, las exequias. Y en el Sacramento del Matrimonio añade la oración que ha de hacerse al bendecir a la mujer después del parto.
Después pone muchas bendiciones de comestibles, del cordero, de Pascua, de huevos, de pan, de los nuevos frutos, del aceite, del vino en el dia de San Juan Evangelista, de la cerveza, del queso, etcetera. Y esto nos advierte que debemos orar al comer. Otras bendiciones son de casas y sitios, como de las primeras piedras, de las casas hechas, de las bibliotecas, panaderías, escuelas, establos, etc. Y esto nos indica que conviene orar al ocupar una casa o una oficina: buena costumbre la de las familias de decir al entrar en casa, al menos: Ave Maria Purisima, aunque no este nadie.
Hay mil bendiciones de cosas de uso humano: fuentes, puentes, hornos, pozos, candelas, vendas para enfermos, vestidos, literas, maquinas, coches y carros y otros utensilios. Por tanto no estará mal orar al comenzar a usar alguna de estas cosas. Hay otras muchas y preciosas para los animales utiles al hombre, como bueyes, caballos, jumentos, aves, abejas, gusanos de seda, etcetera, y de semillas, hierbas, uvas, frutos de la tierra, campos, etc. Porque su conservación puede depender y depende muchas veces de nuestra oración.
En fin, hay bendiciones excelentísimas para las personas, para los infantes, los niños, los niños enfermos, las mujeres encinta y las madres después del parto y los hombres y mujeres enfermos. Y siempre que estos ingresan en alguna congregación la Iglesia les señala alguna bendición y ora por ellos. De esta manera nos dice como en todas estas ocasiones y otras parecidas hemos de estar en relación y unión con Dios por medio de la oración y que te do se lo debemos encomendar.
SANTA JUANA de Arco nació el día de la Epifanía de 1412, en Domrémy, pequeño pueblecito de Champagne, a orillas del Mosa. Su padre, Jacobo d’Arc, era un hacendado de cierta importancia, hombre bueno, frugal y un tanto huraño. La madre de Juana, que amaba tiernamente a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres domésticos. Juana declaró más tarde: «Sé coser e hilar como cualquier mujer». Pero nunca aprendió a leer ni a escribir. Los vecinos de la familia, en el proceso de rehabilitación de la santa, dejaron testimonios conmovedores de la piedad y ejemplar conducta de la joven. Tanto los sacerdotes que la conocieron como sus compañeros de juegos, atestiguaron que gustaba de ir a orar en la iglesia, que recibía con frecuencia los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos y era particularmente bondadosa con los peregrinos, a los que más de una vez cedió su lecho. Según uno de los testigos, «era tan buena, que todo el pueblo la quería.» A lo que parece, Juana tuvo una infancia feliz, aunque un tanto turbada por los desastres que asolaban el país y por el constante peligro de un ataque armado sobre la población de Domrémy, situada en la frontera de Lorena. Antes de acometer su gran empresa, Juana tuvo que huir, por lo menos una vez, con sus padres, a la población de Neufchátel, a trece kilómetros de distancia, para escapar de las manos de los piratas borgoñones que saquearon Domrémy.
Juana era todavía muy niña cuando Enrique V de Inglaterra invadió Francia, asoló la Normandía y reclamó la corona de Carlos VI. Francia se hallaba en aquel momento dividida por la guerra civil entre los partidarios del duque de Borgoña y el duque de Orléans, de suerte que no había podido organizar rápidamente la resistencia. Por otra parte, después de que el duque de Borgoña fue traidoramente asesinado por los hombres del delfín, los borgoñeses se aliaron con los ingleses, que apoyaban su causa. La muerte de los monarcas rivales, ocurrida en 1422, no mejoró la situación de Francia. El duque de Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió vigorosamente la campaña y las ciudades cayeron, una tras otra, en manos de los aliados. Entre tanto, Carlos VII, o el delfín, como se insistía en llamarle, consideraba la situación perdida sin remedio y se entregaba a frívolos pasatiempos en su corte. A los catorce años de edad, Santa Juana tuvo la primera de las experiencias místicas que habían de conducirla por el camino del patriotismo hasta la muerte en la hoguera. Primero oyó una voz, que parecía hablarle de cerca, y vio un resplandor; más tarde, las voces se multiplicaron y la joven empezó a ver a sus interlocutores, que eran, entre otros, San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Poco a poco, los aparecidos explicaron la abrumadora misión a que el cielo la tenía destinada: ¡Ella, una simple campesina debía salvar a Francia! Para no despertar la cólera de su padre, Juana mantuvo silencio. Pero, en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas: la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante de las fuerzas reales, en la cercana población de Vaucouleurs. Juana consiguió que un tío suyo que vivía en Vaucouleurs, la llevase consigo. Pero Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la doncella, diciéndole que lo que necesitaba era que su padre le diese unos buenos azotes.
En aquel momento, la posición militar del rey era desesperada, pues los ingleses atacaban a Orléans, el último reducto de la resistencia. Juana volvió a Domrémy, pero las voces no le dejaron descanso. Cuando la joven respondió que era una campesina que no sabía ni montar a caballo, ni hacer la guerra, las voces replicaron: «Dios te lo manda». Incapaz de resistir a este llamamiento, Juana huyó de su casa y se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. El escepticismo de Baudricourt desapareció cuando recibió la noticia oficial de una derrota que Juana había predicho; así pues, no sólo consintió en mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta de tres soldados. Juana pidió que le permitiesen vestirse de hombre para proteger su virtud. Los viajeros llegaron a Chinon, donde se hallaba el monarca, el 6 de marzo de 1429; pero Juana no consiguió verle sino hasta dos días después. Carlos se había disfrazado para desconcertar a Juana; pero la doncella le reconoció al punto por una señal secreta que le comunicaron las voces y que ella transmitió sólo al rey. Ello bastó para persuadir a Carlos VII del carácter sobrenatural de la misión de la doncella. Juana le pidió un regimiento para ir a salvar Orléans. El favorito del rey, La Trémouille, y la mayor parte de la corte, que consideraban a Juana como una visionaria o una impostora, se opusieron a su petición. Para zanjar la cuestión, el rey decidió enviar a Juana a Poitiers a que la examinara una comisión de sabios teólogos. Al cabo de un interrogatorio que duró tres semanas por lo menos, la comisión declaró que no encontraba nada que reprochar a la joven y aconsejó al rey que se valiese, prudentemente, de sus servicios. Juana volvió entonces a Chinon, donde se iniciaron los preparativos para la expedición que ella debía encabezar. El estandarte que se confeccionó especialmente para ella, tenía bordados los nombres de Jesús y María y una imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles presentaban, de rodillas, una flor de lis. La expedición partió de Blois, el 27 de abril. Juana iba a la cabeza, revestida con una armadura blanca. A pesar de algunos contratiempos, el ejército consiguió entrar en Orléans, el 29 de abril y su presencia obró maravillas. Para el 8 de mayo, ya habían caído los fuertes ingleses que rodeaban la ciudad y, al mismo tiempo, se levantó el sitio. Juana recibió una herida de flecha bajo el hombro. Antes de la campaña, había profetizado todos esos acontecimientos, con las fechas aproximadas. La doncella hubiese querido continuar la guerra, pues las voces le habían asegurado que no viviría largo tiempo. Pero La Trémouille y el arzobispo de Reims, que consideraban la liberación de Orléans como obra de la buena suerte, se inclinaban a negociar con los ingleses. Sin embargo, se permitió a Juana emprender una campaña en el Loira con el duque de Alençon. La campaña fue muy breve y dio el triunfo aplastante sobre las tropas de Sir John Fastolf, en Patay. Juana trató de coronar inmediatamente al delfín. El camino a Reims estaba prácticamente conquistado y el último obstáculo desapareció con la inesperada capitulación de Troyes. Los nobles franceses opusieron cierta resistencia; sin embargo, acabaron por seguir a la santa a Reims, donde, el 17 de julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado. Durante la ceremonia, Santa Juana permaneció de pie misión que las voces habían confiado a la santa y también su carrera de triunfos militares. Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante la batalla y, el duque de Alençon tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua del invierno que siguió, la pasó Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las hostilidades, Juana acudió a socorrer la plaza de Compiégne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo. Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte. Pero, si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una suma equivalente a 23,000 libras esterlinas actuales. Una vez en manos de los ingleses, Juana estaba perdida. Estos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y borgoñeses habían atribuido sus derrotas a los conjuros mágicos de la santa doncella. Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente fundamento, la encerraron, primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra y la vigilaban día y noche. El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede archiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal, cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visiones y «voces», de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de París un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la Universidad la acusó en términos violentos.
En la deliberación final el tribunal declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó a retractarse, a pesar de las amenazas de tortura. Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de su retractación y que se ha discutido mucho sobre el hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus satélites fueron a interrogarla en su celda sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de Dios. Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al conde de Warwick: «Tened buen ánimo, que pronto acabaremos con ella». El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada en vida. La conducta de la santa doncella en aquella ocasión fue conmovedora. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos y murió invocando el nombre de Jesús. La santa no había cumplido aún los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al Sena. Más de uno de los espectadores debió hacer eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique «¡Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!»
Veintitrés años después de la muerte de Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada.
Los Sacramentos son una institución altísima. Toda la vida y muerte y pasión de Jesucristo y toda la redención a esto estaba ordenada, a que se diese a los hombres la gracia y la gloria, y a establecer esta sociedad cristiana que llamamos Iglesia. Pues bien, en esta Iglesia: 1.° Para los hombres los Sacramentos son los canales por donde baja de Jesucristo, pendiente en la Cruz, la gracia para todas las edades, pueblos y condiciones, los vasos que contienen los remedios para todas las heridas del alma y contra la muerte eterna; las bases y los estribos de la vida espiritual y sobrenatural. 2.° Para la Iglesia son las fuentes que la riegan y convierten en paraíso de santos; las siete columnas en que descansa; los lazos y nervios que unen a la multitud de los fieles en un cuerpo. 3.° En relación con Jesucristo son imitaciones de su encarnación, pues en cosas visibles esta la divina e invisible fuerza de la gracia; acciones de Jesucristo, que así como en su vida por si hacia milagros, enseñaba, etcetera, así ahora por sus ministros bautiza, confirma, perdona, etc., y santifica y redime; continuación de su vida en la Iglesia, pues mediante sus Sacramentos va aplicando sucesivamente a todos los fieles, que van sucediéndose, su redención, su virtud, su gracia. 4.° Respecto de Dios son maravillas de su omnipotencia y prendas de su bondad y prodigios de su sabiduría. 5.° En fin, respecto de la naturaleza son una elevación de ella para que sirva a la criatura racional en su grado mas alto, y a la gloria de Dios en su plenitud, y a su dueño Jesucristo en toda su obediencia.
Hubo Sacramentos antes de Jesucristo?—
1.° Antes de pecar Adán no puede decirse nada. Algunos autores creen que si Adán no hubiese pecado hubiera habido Sacramentos, y Jesucristo hubiera encarnado, no para redimirnos, sino para ser la corona del mundo y su símbolo. 2.° En el periodo de los Patriarcas, antes de Moisés, todos creen que hubo algún remedio del pecado original, en virtud del cual los niños, por los meritos de Jesucristo, que iba a venir, podían librarse del pecado original y recibir la gracia santificante. Pero no se atreven a definir en que consistiría este remedio; créese que consistiría en algunos actos religiosos exteriores, en virtud de los cuales Dios concedería la gracia que ahora concede por medio del Bautismo. Y estos ritos se pueden, en cierto medo, llamar Sacramentos. No se puede asegurar si había otros o no. A este medio, los teólogos suelen llamarlo remedio de la naturaleza. 3.° En tiempos de Moisés es cierto que había algunos Sacramentos, que, según parece, fueron estos cuatro: la Circuncisión, figura del Bautismo; el Cordero pascual y acaso los panes de la proposición, figura de la Eucaristía; los ritos de los sacerdotes, figura del Orden, y las aspersiones y lavatorios, figuras de la Penitencia.
Errores sobre los Sacramentos.—
Los socinianos decían que los Sacramentos solo son unas contraseñas y distintivos para que los cristianos se distingan de los judíos y gentiles. Los luteranos y calvinistas decían que los Sacramentos solo son unos sellos que nos aseguran las promesas de Dios y nos excitan y confirman la fe: en ese caso no seria necesario recibirlos, bastaría verlos, o cuando mas administrarlos a uno viéndolo todos. Y cualquiera podría inventar Sacramentos, pues hay muchos medios de excitar la fe.
Los zuinglianos dicen que solo son signos con que los cristianos prueban que son verdaderos soldados de Cristo. Todas estas opiniones son falsas. Porque los Sacramentos causan en quien los recibe la gracia, y santifican las almas, contienen ellos mismos la gracia que significan, y tienen la fuerza de infundirla.
Figuras de los Sacramentos.
1.- Las siete espigas que vió Faraón en su sueño de la abundancia, las cuales salían todas de una paja. Los siete Sacramentos salen de Jesucristo y nos ofrecen siete años de abundancia.—2. Las siete lámparas que vio Zacarías en un candelabro de oro, alimentadas de un vaso de aceite, que desde arriba dejaba correr por siete canales el óleo en las siete lámparas.—3. Las siete columnas sobre las que estaba edificada la morada de la sabiduría de Salomón, que es la Iglesia. 4. Las siete purificaciones de Naamán.—5. Las siete trompetas con que los judíos anunciaban el ano del jubileo, recuerdo de su vuelta a la patria.—6.a Las siete estrellas que vio San Juan brillar en la mano derecha del Hijo del hombre.—7.a Los siete sellos con que vio San Juan cerrado el libro de la vida, que solo pudo abrir el Cordero, Jesucristo.
1. Dijo abba Teodoro de Ennatón: “Cuando era joven vivía en el desierto. Fui una vez a la panadería para hacer dos panes de harina, y encontré allí un hermano que quería hacer panes y no había quien lo ayudase. Yo, dejando lo mío, le di una mano. Cuando quedé libre vino otro hermano, y también le di una mano e hice dos panes. Vino un tercero, e hice lo mismo. De igual manera hice con cuantos vinieron, e hice seis hornadas. Al fin hice mis dos panes, cuando ya no vino nadie más”.
2. Decían acerca de abba Teodoro y de abba Lucio, de Ennatón, qué pasaron cincuenta años burlándose de sus pensamientos y diciendo: “Después de este invierno, nos iremos de aquí”. Cuando llegaba el verano decían: “Después del verano nos iremos de aquí”. Y así hicieron durante todo el tiempo estos Padres inolvidables.
3. Dijo abba Teodoro de Ennatón: “Si Dios nos reprochase las negligencias en la oración y las infidelidades en las salmodias, no podríamos salvarnos”.
ABBA TEODORO DE ESCETE
1. Dijo abba Teodoro de Escete: “Viene un pensamiento, y me aflige y ocupa, Pero no puede llevarme a la acción, sino que solamente molesta a la virtud. El hombre vigilante lo sacude y se levanta para orar”.
ABBA TEODORO DE ELEUTERÓPOLIS
1. Preguntó abba Abraham el Íbero a abba Teodoro de Eleuterópolis, diciendo: “¿Qué es lo bueno, padre, buscar la gloria o la ignominia?”. El anciano dijo: “Yo prefiero buscar la gloria y no la ignominia. Porque si hago una obra buena y me glorío, puedo condenar mi pensamiento porque no soy digno de esa gloria. Pero la ignominia viene de las obras malas. ¿Cómo podré consolar mi corazón si los hombres se escandalizan por culpa mía? Conviene hacer el bien y gloriarse”. Abba Abraham dijo: “Dices bien, Padre”.
ABBA TEODOTO
1. Dijo abba Teodoto: “La carencia de pan mortifica el cuerpo del monje”. Pero otro anciano decía: “La vigilia lo mortifica aún más”.
2. Dijo también: «No juzgues al fornicador si tú eres continente. Si lo haces, quebrantas igualmente la Ley, porque el que dijo: “No fornicarás”, dijo también: “No juzgarás” (St 2,11)».
ABBA TEONÁS
1. Dijo abba Teonás: “Cuando la mente está ocupada fuera de la contemplación de Dios, nos volvemos esclavos de las pasiones camales”. El anciano nos contó que abba Teonás había dicho también: “Quiero llenar mi espíritu de Dios”.
TEÓFILO, EL ARZOBISPO
1. El bienaventurado arzobispo Teófilo fue una vez a la montaña de Nitria, y salió a su encuentro el abba del monte. Le dijo el arzobispo: “¿Qué es lo más grande que encontraste en el camino que sigues, Padre?”. Le dijo el anciano: “Acusarse y reprocharse siempre”. Dijo abba Teófilo: “No hay otro camino fuera de él”.
2. El mismo abba Teófilo, el arzobispo, vino una vez a Escete. Reunidos los hermanos dijeron a abba Pambo: “Dile una palabra al Papa, para que aproveche”. El anciano respondió: “Si no aprovecha con mi silencio, tampoco sacará provecho con mi palabra”.
3. Fueron una vez los Padres a Alejandría, llamados por el arzobispo Teófilo para que orasen y derribasen los templos. Estaban ellos comiendo con él y sirvieron carne de ternero y la comieron, porque no se dieron cuenta. Tomando el obispo un trozo de carne lo dio al anciano que estaba cerca de él, diciendo: “Este es un buen pedazo, come, abba”. Ellos respondieron: “Nosotros hasta ahora hemos comido solamente legumbres. Si es carne, no comemos”. Y ninguno de ellos comió la carne que les servían.
4. Dijo el mismo abba Teófilo: «Qué temor, temblor y estrechez tendremos que ver, cuando el alma se separe del cuerpo. Vendrán a nosotros los ejércitos y potestades de las fuerzas adversas, los príncipes de las tinieblas, los que mandan el mal, los principados y potestades, los espíritus del mal. A modo de juicio detendrán al alma, poniéndole delante todo lo que pecó con conocimiento o sin él, desde su juventud hasta la edad en que fue tomada. Estarán de pie, acusándola de todo cuanto hizo. Por lo demás, ¿cuánto temblor crees que tendrá el alma en aquella hora, hasta que sea dada la sentencia y reciba la libertad? Esta es la hora de la necesidad, hasta que sepa lo que sucederá. Por otra parte, también las Potestades divinas estarán allí, y aportarán las cosas buenas del alma. Piensa en qué temor y temblor estará el alma, puesta en medio, hasta que su juicio reciba la sentencia del justo Juez. Si fuera digna, los demonios recibirán el castigo, y ella será llevada por los ángeles, y serás después sin preocupación, y estarás según lo que está escrito: “La morada de los que se alegran está en ti” (Sal 86 [87],7). Se cumplirá entonces aquello de la Escritura: “Huye el dolor, la tristeza y el gemido” (Is 35,10). Entonces marchará liberada hacia aquella inefable alegría y aquella gloria en que será constituida. Pero si el alma ha sido encontrada viviendo en la negligencia, oirá esa voz terrible: “Quítese el impío, para que no vea la gloria de Dios” (Is 26,10). Recibirá entonces el día de la ira, el día de la tribulación, el día de la oscuridad y tinieblas. Entregado a las tinieblas exteriores y condenado al fuego perpetuo, será castigado por los siglos infinitos. ¿Dónde estará entonces la gloria del mundo? ¿Dónde la vanagloria, las delicias y voluptuosidades? ¿Dónde la imaginación, el descanso, la jactancia, las riquezas, la nobleza, el padre, la madre, el hermano? ¿Quién podrá sacar de los males presentes al alma ardiendo en el fuego, en poder de los acerbos tormentos? Si éstos están así ¿cómo no tendremos que ser nosotros en las santas acciones y en las obras buenas? ¿Qué caridad debemos alcanzar? ¿Qué conducta, qué vida, qué carrera, qué diligencia, qué oración, qué prudencia? Dice la Escritura: “En esta espera, hagamos todos los esfuerzos para ser encontrados sin mancha e irreprochables en la paz” (2 P 3,14). De tal manera seremos dignos de escuchar: “Vengan, benditos de mi Padre, reciban en herencia el reino que les ha sido preparado desde el principio del mundo” (Mt 25,14), por todos los siglos de los siglos. Amén».
5. El mismo abba Teófilo, el arzobispo, estando por morir, dijo: “Bienaventurado eres, abba Arsenio, porque siempre recordaste esta hora”.
1. Abba Teodoro de Fermo tenía tres libros hermosos, y fue adonde estaba abba Macario y le dijo: “Tengo tres hermosos libros, y saco provecho de ellos, y también los hermanos los usan y aprovechan. Dime qué debo hacer: conservarlos para utilidad mía y de los hermanos, o venderlos y dar (el precio) a los pobres”. Respondió el anciano, diciendo: “Las obras son buenas, pero la mayor de todas es la pobreza”. Habiendo oído esto, fue y los vendió y dio (su precio) a los pobres.
2. Un hermano que residía en Escete fue turbado en su soledad. Fue a decírselo a abba Teodoro de Fermo, y el anciano le dijo: “Ve, humilla tu pensamiento y sométete, y vive con otros”. Volvió después al anciano y le dijo: “Tampoco con los hombres estoy tranquilo”. El anciano le dijo: “Si no tienes paz solo ni con otros, ¿por qué saliste para hacerte monje? ¿No fue acaso para soportar las tribulaciones? Dime ¿cuántos años hace que llevas el hábito?”. Respondió: “Ocho”. Le dijo el anciano: “En verdad, yo llevo en el hábito setenta años y ni un solo día encontré tranquilidad, y tú quieres tener paz después de ocho años”. Al oír esto, se marchó fortalecido.
3. Un hermano fue a ver a abba Teodoro, y permaneció durante tres días rogándole le hiciera escuchar una palabra. Pero él no contestó, y el hermano se alejó entristecido. Su discípulo le preguntó: “Abba, ¿por qué no le dijiste una palabra? Se fue triste”. El anciano le dijo: “En verdad no le he hablado porque es un negociante: quiere gloriarse con las palabras ajenas”.
4. Dijo también: “Si tienes amistad con alguien, y éste cae en la tentación de la impureza, si puedes darle una mano, levántalo. Pero si cae en la herejía, y no puedes convencerlo de que se convierta (cf. Tt 3,10), apártalo en seguida de ti, no sea que, por la demora, seas atraído con él hacia el abismo”.
5. Decían acerca de abba Teodoro de Fermo que apreciaba sobre todo estas tres cosas: la pobreza, la austeridad y la huida de los hombres.
6. Un día se recreaba abba Teodoro con los hermanos, y mientras comían tomaban las copas con respeto, pero no decían: “Con perdón”. Dijo abba Teodoro: «Han perdido los monjes su nobleza, que es decir: “Con perdón”».
7. Un hermano lo interrogó diciendo: “¿Quieres, abba, que no coma pan durante unos días?”. Respondió el anciano: “Haces bien, yo también lo hice”. El hermano agregó: “Deseo llevar mis garbanzos a la panadería, para hacer harina”. Le dijo el anciano: “Si vas a la panadería, haz tu pan ¿qué necesidad tienes de hacer esta salida?”.
8. Vino uno de los ancianos para ver a abba Teodoro, y le dijo: “El hermano tal volvió al mundo”. Le respondió el anciano: “¿Te admiras por ello? No te asombres sino de que uno pueda huir de la boca del enemigo”.
9. Vino un hermano adonde estaba abba Teodoro, y comenzó a hablar y discutir acerca de cosas que todavía no había puesto en práctica. Le dijo el anciano: “Todavía no has encontrado la nave ni cargado en ella tu carga, ¿y antes de navegar llegaste a la ciudad? Cuando hayas practicado lo que dices, ven a hablarme de lo que estás hablando ahora”
10. El mismo fue una vez donde abba Juan, el eunuco de nacimiento, y hablando con él dijo: “Cuando estaba en Escete el trabajo del alma era nuestra ocupación, y al trabajo manual lo teníamos como algo accesorio; ahora es el trabajo del alma el que se ha vuelto accesorio, y el que era accesorio antes, es ahora nuestra ocupación principal”.
11. Un hermano le preguntó: “¿Cuál es el trabajo del alma que es ahora accesorio para nosotros, y cuál es el accesorio, que se ha convertido en nuestra ocupación principal?”. Le dijo el anciano: “Todo lo que se hace por el mandato de Dios es el trabajo del alma, pero trabajar para sí y reunirse, debemos considerarlo como trabajo accesorio”. Dijo el hermano: “Explícame lo que has dicho”. Dijo el anciano: «Si oyes decir que estoy enfermo, y tú tienes que visitarme, pero dices en tu interior: “¿Tengo que dejar mi trabajo e ir ahora? Más bien, lo concluyo primero y después voy”. Y te llega alguna otra ocupación y al fin no vas. Otro hermano te dice: “Dame una mano, hermano”. Y tú dices: “¿Tendré que dejar mi trabajo e ir a trabajar con éste?”. Si no vas, desechas el mandamiento de Dios, que es el trabajo del alma, y haces el trabajo accesorio, que es el trabajo manual».
12. Dijo abba Teodoro de Fermo: “Un hombre que está de pie para hacer penitencia no está obligado por la ley”.
13. Dijo el mismo: “No hay virtud igual a la de no despreciar”.
14. Dijo también: “El hombre que ha conocido la dulzura de la celda, huye de su prójimo pero sin despreciarlo”.
15. Dijo también: “Si no me separo de estas compasiones, ellas no me dejan ser monje”.
16. Dijo también: “Muchos en este tiempo han tomado la quietud antes de que Dios se la otorgase”.
17. Dijo también: “No duermas en el lugar en que hay una mujer”.
18. Un hermano interrogó a abba Teodoro diciendo: “Quiero cumplir los mandamientos”. El anciano le contó acerca de abba Teonas quien dijo también una vez: “Quiero cumplir mi pensamiento para con Dios”, y tomando harina de la panadería, hizo pan. Se lo pidieron unos pobres, y les dio los panes. Otros le pidieron, y les dio los canastos y el manto que llevaba, y entró en la celda ceñido con su maforio (capuchón con esclavina). Después de esto se lamentaba, diciendo: “No he cumplido el mandamiento de Dios”.
19. Enfermó en una oportunidad abba José, y mandó decir a abba Teodoro: “Ven, que te vea antes de salir del cuerpo”. Era a mediados de semana. Y no fue, pero mandó uno que le dijese: “Si duras hasta el sábado, iré; pero si te vas antes, nos veremos en el otro mundo”.
20. Dijo un hermano a abba Teodoro: “Dime una palabra, que perezco”. Con esfuerzo le contestó: “Yo mismo estoy en peligro, ¿qué debería decirte?”.
21. Un hermano vino donde abba Teodoro para que le enseñara a trenzar, y trajo consigo una cuerda. El anciano le dijo: “Vete, y vuelve aquí mañana”. Levantándose entonces el anciano, mojó su cuerda y preparó lo necesario, diciendo: “Haz así y así”, y lo dejó. Fue a su celda el anciano, y permaneció allí, Cuando llegó la hora le dio de comer y lo despidió. Volvió a la mañana siguiente y el anciano le dijo: “Saca de aquí tu cuerda y aléjate; viniste para ponerme en tentación y preocuparme”. Y no le permitió entrar más.
22. Contaba un discípulo de abba Teodoro: «Vino un hombre que vendía cebollas y me llenó (con ellas) una vasija. Dijo el anciano: “Llena una de trigo y dásela”. Había dos montones de trigo, uno limpio y otro sin limpiar, y la llené del sucio. El anciano me miró con cólera y tristeza; a causa del temor, caí y rompí la vasija. Hice entonces una metanía, y el anciano me dijo: “Levántate, no tienes la culpa; yo fui el que pequé, porque te hablé”. Y entrando el anciano, llenó su pecho con trigo limpio y se lo dio juntamente con las cebollas».
23. Abba Teodoro iba con un hermano a buscar agua; adelantándose el hermano vio en el pozo un dragón. El anciano le dijo: “Ve y písale la cabeza”. Pero él, temeroso, no fue. Fue entonces el anciano, y cuando el reptil lo vio, huyó avergonzado al desierto.
24. Preguntó uno a abba Teodoro: “Si sobreviniera súbitamente una catástrofe, ¿temerías tú también, abba?”. Le dijo el anciano: “Aunque se mezclaran el cielo y la tierra Teodoro no tiene miedo”. En efecto, había rogado a Dios para que alejase de él el miedo. Por eso lo interrogaba.
25. Decían de él que cuando fue ordenado diácono en Escete no quiso asumir el ministerio, y escapaba a muchos lugares. Y los ancianos lo traían de nuevo, diciéndole: “No abandones tu ministerio”. Les dijo abba Teodoro: “Permítanme que ore a Dios para que me revele que debo permanecer en el lugar de mi servicio”. Oró a Dios, diciendo: “Si es tu voluntad que permanezca en mi lugar, revélamelo”. Y le fue mostrada una columna de fuego desde la tierra hasta el cielo, y una voz que decía: “Si puedes hacerte como esta columna, ve y ejerce el diaconado”. Al oírlo decidió que nunca lo aceptaría. Cuando fue a la iglesia, le hicieron los hermanos una metanía diciendo: “Si no quieres oficiar, al menos sostén el cáliz”. Pero no quiso, diciendo: “Si no me dejan me alejaré de este lugar”. Y así le dejaron.
26. Contaban de él que, cuando fue devastada Escete, fue a vivir a Fermo. Siendo anciano enfermó; le llevaban alimentos, pero lo que le traía el primero se lo daba al segundo y así por orden, lo que recibía del anterior se lo daba al siguiente. Cuando llegaba la hora de comer, comía lo que le traía el que venía entonces.
27. Decían de abba Teodoro que mientras vivía en Escete vino un demonio adonde él estaba, deseando entrar; y lo ató fuera de la celda. Vino otro demonio, que también deseaba entrar, y lo ató igualmente. Vino un tercer demonio, y encontrando atados a los otros dos les dijo: “¿Por qué están afuera?”. Le respondieron: “El que está adentro no nos permite entrar”. Quiso entrar por la fuerza, pero el anciano también lo ató. Temiendo las oraciones del anciano le rogaban, diciendo: “Suéltanos”. Les dijo el anciano: “Márchense”. Al fin, avergonzados, se alejaron.
28. Contó uno de los Padres acerca de abba Teodoro de Fermo: “Vine una vez al atardecer adonde él estaba, y lo encontré vestido con una túnica desgarrada, llevaba el pecho desnudo y el capuchón por delante. Vino a visitarlo un conde. Llamó, y salió a abrirle el anciano, quien, yendo a su encuentro, se sentó a la puerta para conversar con él. Yo tomé parte de su maforio y le cubrí los hombros. El anciano extendió la mano y lo arrancó. Cuando se hubo marchado el conde le dije: “Abba, ¿por qué lo hiciste? Este hombre vino para sacar provecho, ¿acaso se habrá escandalizado?”. Me dijo el anciano: “¿Qué me dices, abba? ¿Acaso todavía servimos a los hombres? Hice lo que era preciso, el resto está de más. El que quiere aprovechar, aprovecha; el que quiere escandalizarse, se escandaliza. Yo me mostraré de la manera en que me encuentre”. Y avisó a su discípulo diciendo: «Si alguien viene para verme, no le digas nada de humano, pero si estoy comiendo, di: “Come”; si estoy durmiendo, di: “Duerme”».
29. Fueron una vez a su celda tres ladrones, y dos lo tenían y el otro sacaba sus pertenencias. Después de sacar los libros, quiso también llevarse su túnica, y le dijo: “Deja eso”. Pero no quisieron. Moviendo las manos derribó a los dos (que lo tenían). Y al verlo tuvieron miedo. Les dijo el anciano: “No teman; hagan cuatro partes de todo, tomen tres y dejen una”. Así lo hicieron, para que pudiera él tomar su parte: la túnica para la sinaxis.
1. Dijo abba Isaías: “Nada es tan útil para el principiante como la injuria. Como el árbol que es regado cada día, así es el principiante que es injuriado, y lo soporta”.
2. Dijo también a los que comienzan bien y están sometidos a los santos Padres: “Como sucede con la púrpura, la primera tintura no se pierde”. Y: “Como los ramos tiernos fácilmente se enrollan y se doblan, así son los principiantes que están en la sumisión”.
3. Dijo también: “El principiante que pasa de monasterio en monasterio, es como un animal que salta de un lado para otro por miedo del bozal”.
4. Dijo también que el presbítero de Pelusio, celebrándose una vez el ágape, y mientras estaban los hermanos en la iglesia, comiendo y conversando entre sí, les reprochó diciendo: “Callen, hermanos. He visto yo a un hermano que come con ustedes, y que bebe tantos vasos como ustedes, y su oración sube como fuego en la presencia de Dios”.
5. Decían de abba Isaías que tomó una vez una rama y fue a la era, y dijo al propietario: “Dame trigo”. Le respondió: “Entonces ¿tú cosechaste, abba?”. Dijo: “No”. Le dijo el propietario: “¿Cómo quieres recibir el trigo que no cosechaste? “. El anciano preguntó: “Entonces, ¿si uno no cosecha no recibe paga?”. Dijo el propietario: “No”. Con esto se alejó el anciano. Los hermanos, al ver lo que había hecho, le hicieron una metanía rogándole se lo explicase. Respondió el anciano: “Esto lo hice para ejemplo, que quien no trabaja, no recibe la paga de parte de Dios”.
6. El mismo abba Isaías llamó a un hermano y le lavó los pies. Después, echó un puñado de lentejas en la olla, y cuando hubo hervido, se lo llevó. El hermano le dijo: “No está bien cocido, abba”. Le respondió: “¿No te basta con que haya visto el fuego? Esto es ya una gran consolación”.
7. Dijo también: “Si Dios quiere tener misericordia del alma, y ésta se resiste y no lo acepta, sino que hace su propia voluntad, le permite padecer lo que no quiere, para que ella después lo busque”.
8. Dijo también: “Cuando uno quiere devolver mal por mal, puede, con un solo gesto de la cabeza, lastimar la conciencia del hermano”.
9. Interrogado el mismo abba Isaías sobre la avaricia, respondió: “No creer en Dios, que cuida de ti; desesperar de las promesas de Dios y amar la jactancia”.
10. Preguntado también sobre la difamación, respondió: “No conocer la gloria de Dios, y odiar al prójimo”.
11. Interrogado también sobre la ira, respondió: “Disputa, mentira e ignorancia”.
ABBA ELÍAS
1. Dijo abba Elías: “Tres cosas temo: cuando mi alma salga del cuerpo; cuando me presente ante Dios, y cuando se pronuncie la sentencia contra mí”.
2. Decían los ancianos a abba Elías, en Egipto, acerca de abba Agatón: “Es buen abba”. Les dijo el anciano: “Es bueno para su generación”. Le dijeron: “¿Cómo sería para los antiguos?”. Les respondió: “Les dije que es bueno para su generación; pero de los antiguos vi en Escete a uno, que podía detener el sol en el cielo, como Josué, hijo de Nun (Jos 10,12-‐13)”. Al oír esto, se admiraron y glorificaron a Dios.
3. Dijo abba Elías, el de la diaconía: “¿Qué puede el pecado donde hay penitencia, y qué puede el amor donde hay soberbia?”.
4. Dijo abba Elías: «Vi a uno que llevaba un odre de vino bajo el brazo; y para avergonzar a los demonios, porque era una visión, dije al hermano: “Hazme la caridad, saca esto”. Y al sacarse el manto, no encontré nada. Les digo esto para que no acepten lo que vean con sus ojos u oigan. Observen más bien sus pensamientos, lo que tienen en el corazón y en el alma, sabiendo que son enviados por los demonios para ensuciar el alma y hacerla pensar en lo que no conviene, y distraer al espíritu de (la consideración de) sus pecados y de Dios».
5. Dijo también: “Los hombres tienen la inteligencia que atiende al pecado o a Jesús o a los hombres”.
6. Dijo también: “Si la inteligencia no salmodia con el cuerpo, es vano el esfuerzo. El que ama la aflicción estará después en la alegría y el descanso”.
7. Dijo también: «Un anciano vivía en un templo, y fueron a decirle los demonios: “Vete de este lugar, que es nuestro”. Dijo el anciano: “Ustedes no tienen lugar propio”. Y comenzaron a desparramar sus palmas. El anciano perseveró, y las juntaba. Al fin, el demonio lo tomó de la mano y lo llevó hacia afuera. Cuando llegó el anciano a la puerta, se tomó de ella con la otra mano, mientras gritaba: “¡Jesús, socórreme!”. En seguida huyó el demonio. El anciano se puso a llorar, y el Señor le dijo: “¿Por qué lloras?”. Respondió el anciano: “¿Cómo se atreven a apoderarse del hombre, y obrar así?”. Le respondió: “Tú fuiste negligente. Porque cuando me buscaste, viste cómo te hallé”. Digo esto porque hay necesidad de trabajar mucho, y sin trabajo no es posible poseer a su Dios. Puesto que Él fue crucificado por nosotros».
8. Un hermano encontró a abba Elías el hesicasta en el cenobio de la gruta de abba Sabas, y le dijo: “Abba, dime una palabra”. El anciano respondió al hermano: “En los días de nuestros padres reinaban estas tres virtudes: la pobreza, la mansedumbre y la abstinencia. Ahora a los monjes los domina la avaricia, la gula y la confianza. Elige lo que quieras”.
1. Dijo abba Zenón, discípulo del bienaventurado Silvano: “No habites en un lugar renombrado, no permanezcas con un hombre de gran reputación ni eches cimientos para edificarte una celda”.
2. Decían acerca de abba Zenón que, al comienzo, no quería recibir nada de nadie. Los que le llevaban cosas se alejaban tristes, porque no las recibía, y los que iban a verlo, esperando recibir algo de él, como de un gran anciano, también se retiraban tristes, porque no tenía qué darles. Dijo el anciano: “¿Qué haré? Pues se entristecen los que traen, y también los que desean recibir. Conviene pues hacer esto: si alguien trae algo, lo recibiré, y al que pide, le daré”. Obrando de esta manera tuvo paz y satisfizo a todos.
3. Vino un hermano egipcio a Siria para visitar a abba Zenón, y se acusaba de sus propios pensamientos ante el anciano. Éste, admirado, dijo: “Los egipcios ocultan las virtudes que adquieren y se acusan continuamente de los defectos que no tienen. Los sirios y los griegos, en cambio, afirman tener las virtudes que no poseen y ocultan los defectos que tienen”.
4. Acudieron a él unos hermanos y lo interrogaron, diciendo: “¿Qué quiere decir lo que está escrito en el libro de Job: El cielo no es puro en su presencia (Jb 15,15)?”. Respondió el anciano: “Los hermanos han descuidado sus pecados y preguntan acerca del cielo. Esta es la explicación de la palabra: sólo Él es puro, por eso dice: El cielo no es puro”.
5. Decían acerca de abba Zenón que cuando residía en Escete, salió una noche de su celda como para ir al lago. Y estuvo marchando sin rumbo durante tres días y tres noches. Al fin se cansó y, debilitado, cayó como un moribundo. Y he aquí que se detuvo junto a él un niño, que tenía un pan y un jarro con agua, y le dijo: “Levántate, come” (cf. 1 R 19,7). Él, levantándose, oró, porque creía que se trataba de una visión. El niño le dijo. “Hiciste bien”. Y oró nuevamente, por segunda, y tercera vez. Le dijo: “Hiciste bien”. El anciano se levantó, comió y bebió. Después de esto le dijo: “Tanto te has alejado de la celda cuanto has caminado, pero levántate y sígueme”. Y en seguida encontró su celda. El anciano le dijo: “Entra y ora conmigo”. Pero cuando entró el anciano, el otro se volvió invisible.
6. En otra ocasión caminaba el mismo abba Zenón en Palestina, y, cansado, se sentó para comer cerca de una plantación de pepinos. Su pensamiento le dijo: “Toma un pepino y cómelo. En efecto, ¿qué es?”. El dijo en respuesta a su pensamiento: “Los ladrones van al tormento. Pruébate ahora, si puedes soportar el tormento”. Y levantándose, estuvo al sol durante cinco días. Cuando estuvo todo quemado dijo: “No puedes soportar el suplicio”. Y dijo a su pensamiento: “Si no lo puedes, no robes ni comas”.
7. Dijo abba Zenón: “El que quiere que Dios escuche velozmente su oración, cuando se levante y extienda sus manos hacia Dios, ante todo y antes de hacerlo por su propia alma, ore de corazón por sus enemigos. Por esta acción, todo lo que pidiere a Dios será escuchado”.
8. Decían que en cierta aldea había un hombre que ayunaba mucho, de modo que lo llamaban el ayunador. Habiendo oído hablar de él, abba Zenón lo hizo ir adonde él estaba. Fue él con alegría y, hecha la oración, se sentaron. Comenzó el anciano a trabajar en silencio. El ayunador, que no encontraba la manera de conversar con él, comenzó a ser molestado por la acedia. Dijo al anciano: “Ruega por mí, abba, porque quiero retirarme”. Le dijo el anciano: “¿Por qué?”. Respondió: “Porque mi corazón está como ardiendo y no sé qué tiene. Mientras estaba en la aldea ayunaba hasta la tarde y nunca me sucedió esto”. Le dijo el anciano: “En la aldea te alimentabas por las orejas, pero vete, y desde ahora come a la hora novena, y todo lo que hagas, hazlo en lo oculto”. Cuando empezó a hacerlo, esperaba con aflicción hasta la hora novena. Los que lo conocían decían: “El ayunador está endemoniado”. Fue a contarlo todo al anciano, y éste le dijo: “Este es el camino según Dios”.
ABBA ZACARÍAS
1. Dijo abba Macario a abba Zacarías: “¿Dime, cuál es la obra del monje?”. Respondió: “¿A mí me preguntas, Padre?”. Le dijo abba Macario: “Me han asegurado acerca de ti, hijo mío, Zacarías. Es Dios quien me inspira para que te interrogue”. Le dijo Zacarías: “Por mi parte, Padre, el que se hace violencia en todo, ese es monje”.
2. Fue una, vez abba Moisés a buscar agua, y encontró a abba Zacarías orando junto al pozo, y el Espíritu de Dios estaba sobre él.
3. Dijo una vez abba Moisés al hermano Zacarías: “Dime qué tengo que hacer”. Al oír esto, se echó por tierra a sus pies, diciendo: “¿Tú me preguntas, Padre?”. Le dijo el anciano: “Créeme, hijo mío, Zacarías, vi al Espíritu Santo que descendía sobre ti, y por eso estoy forzado a interrogarte”. Tomó entonces Zacarías la cogulla de su cabeza, la puso bajo sus pies y, pisándola, dijo: “Si el hombre no es pisoteado así, no puede ser monje”.
4. Estaba abba Zacarías en Escete y vino a él una visión. Fue a comunicárselo a su abba, Carión. Pero el anciano, que era un asceta, no actuó con prudencia en este asunto, y levantándose, lo castigó, diciéndole que procedía de los demonios. Le quedaba sin embargo el pensamiento, y levantándose, fue de noche hasta donde estaba abba Pastor, y le contó lo sucedido, y cómo se consumía interiormente. Viendo el anciano que procedía de Dios, le dijo: “Ve adonde está el anciano tal, y será lo que él te diga”. Fue adonde estaba el anciano, y antes de que él preguntase nada, adelantándose, le dijo todo, y que la visión venía de Dios. “Pero ve, y somételo a tu Padre”.
5. Abba Pastor dijo que abba Moisés preguntó a abba Zacarías, que estaba ya cerca de la muerte: “¿Qué ves?”. Y respondió: “¿No es mejor callar, Padre?”. Le dijo: “Sí, hijo, calla”. En la hora de su muerte, abba Isidoro, que estaba sentado, miró al cielo y dijo: “Alégrate, Zacarías, hijo mío, porque se te han abierto las puertas del reino de los cielos”.
Dos padres rogaron a Dios que les revelara qué medida habían alcanzado. Y llegó hasta ellos una voz que decía: “En un lugar de Egipto hay un secular llamado Eucaristo, y su mujer se llama María. Todavía no han llegado ustedes a su medida”. Se levantaron los dos ancianos y llegaron a la aldea, y preguntando encontraron su habitación, y en ella a su mujer. Le dijeron: “¿Dónde está tu marido?”. Respondió ella: “Es pastor, y está apacentando las ovejas”. Los hizo entrar en su celda. Al atardecer llegó Eucaristo con las ovejas, y al ver a los ancianos preparó la mesa para ellos, y trajo agua para que se lavaran los pies. Los ancianos le dijeron: “No gustaremos de esto si no nos dices cuál es tu obra”. Respondió Eucaristo con humildad: “Soy pastor, y esta es mi mujer”. Los ancianos insistían rogándole, pero él no quería hablar. Le dijeron: “Dios nos ha mandado a ti”. Al oír esta palabra, temió y les dijo: “Estas ovejas las hemos recibido de nuestros padres, y si, por la misericordia del Señor, aumentan, hacemos tres partes: una para los pobres, otra para la hospitalidad y la tercera para nuestras necesidades. Desde que tomé mujer no hemos tenido relación; ella es virgen. Cada uno duerme por separado. De noche llevamos cilicios y de día nuestros vestidos. Hasta ahora nadie ha sabido esto”. Al oírlo se admiraron, y se retiraron glorificando a Dios.
EULOGIO, PRESBÍTERO
Cierto Eulogio, discípulo del bienaventurado obispo Juan, presbítero y gran asceta, ayunaba dos días seguidos y a menudo extendía el ayuno por toda la semana, comiendo sólo pan con sal; era celebrado por los hombres. Fue adonde estaba abba José en Panefo, esperando ver en él mayor austeridad. El anciano lo recibió con alegría y le dio cuanto tenía para confortarlo. Los discípulos de Eulogio dijeron: “El anciano no come sino pan con sal”. Abba José empero comía callando. Pasaron allí tres días, y no los oían salmodiar u orar, porque obraban en secreto. Partieron al fin (los visitantes) sin aprovechar nada. Providencialmente se hizo oscuro, y después de haber estado vagando regresaron a la celda del anciano. Antes de llamar, los oyeron salmodiar, y aguardaron durante un largo tiempo antes de llamar nuevamente. Cesando en su salmodia los recibieron con alegría. A causa del calor, los discípulos de Eulogio tomaron una vasija de agua que había allí, y se la dieron. Era una mezcla de agua de mar con agua del río, y no la pudo beber. Comprendiendo al fin, se echó a los pies del anciano, puesto que deseaba aprender su forma de vida, diciendo: “Abba, ¿qué es esto? Antes no salmodiabas, pero lo haces ahora después de nuestra partida; al tomar la vasija, encuentro agua salada”. El anciano respondió: “El hermano es un tonto, y por error mezcló con agua de mar”. Eulogio empero rogaba al anciano, porque deseaba conocer la verdad. El anciano entonces le dijo: “Aquel pequeño vaso de vino era por caridad, esta agua es la que beben siempre los hermanos”. Y le enseñó el discernimiento de los pensamientos, y cortó de él todo lo humano. Se volvió en consecuencia discreto, y comía todo lo que le servían, y aprendió también a trabajar secretamente. Dijo entonces al anciano: “Realmente, tu trabajo es veraz”.
ABBA EUPREPIO
1. Dijo abba Euprepio: “Seguro de que Dios es fiel y poderoso, cree en Él y tendrás parte en sus bienes. Pero si te desanimas, no crees. Todos creemos que Él es poderoso y que todo es posible para Él. Pero confíale tus propios asuntos, porque también en ti hará signos”.
2. El mismo, una vez que estaban robando (en su celda), ayudaba a los ladrones a que le robaran. Cuando se hubieron llevado todo lo que había adentro, olvidaron su bastón. Lo vio abba Euprepio y se entristeció, y tomándolo, corrió en pos de ellos para entregárselo. Ellos no lo quisieron tomar, temiendo que les sucediera algo. Él rogó entonces a uno que viajaba por el mismo camino, que les llevara el bastón.
3. Dijo abba Euprepio: “Las cosas corporales son materiales. El que ama al mundo, ama los obstáculos. Si llegamos a perder algo, debemos recibir este suceso con alegría y alabanza, como que hemos sido liberados de preocupaciones”.
4. Un hermano interrogó a abba Euprepio acerca de la vida. El anciano le respondió: “Come hierba, lleva hierba, duerme en la hierba; es decir, desprecia todo y tendrás un corazón de hierro”.
5. Un hermano interrogó al mismo anciano, diciendo: “¿De qué modo llega al alma el temor de Dios?”. El anciano respondió: “Si el hombre tiene humildad y pobreza, y se abstiene de juzgar, posee el temor de Dios”.
6. Dijo también: “El temor y la humildad, la escasez de alimentos y el llanto permanezcan contigo”.
7. En sus comienzos, fue abba Euprepio donde un anciano y le dijo: “Abba, dime una palabra para que me salve”. Le respondió: “Si quieres salvarte, cuando encuentres a alguien no te adelantes a hablarle antes que él te pregunte”. Él, lleno de compunción por esta palabra, hizo una metanía y dijo: “¡Aunque he leído muchos libros, no conocía todavía esta enseñanza!”.
ABBA ELADIO
1. Decían acerca de abba Eladio que pasó veinte años en Las Celdas, y nunca levantó los ojos a lo alto para mirar el techo de la iglesia.
2. Decían acerca del mismo abba Eladio que comía pan y sal. Cuando llegaba la Pascua decía: “Los hermanos comen pan con sal; pero yo tengo que hacer un pequeño esfuerzo a causa de la Pascua. Puesto que los demás días como sentado, ahora, por ser Pascua, haré el esfuerzo y comeré de pie”.
3. Un sábado se reunieron los hermanos con alegría para comer en la iglesia de Las Celdas. Cuando pusieron la fuente, comenzó a llorar abba Eladio de Alejandría. Abba Santiago le dijo: “¿Por qué lloras, abba?”. Le respondió: “Porque pasó la alegría del alma, que es el ayuno, y llegó la consolación del cuerpo”.
ABBA EVAGRIO
1. Dijo abba Evagrio: “Cuando estás en la celda, recoge tu espíritu: recuerda el día de la muerte, mira la mortificación del cuerpo; piensa en la calamidad, asume el esfuerzo, condena la vaciedad del mundo, para poder permanecer siempre en el propósito de la hesiquía y no te debilites. Recuerda también cómo es el infierno, piensa cómo se encuentran allí las almas, en qué profundo silencio, en qué amargos gemidos, en qué temor, en qué lucha, en qué espera, con dolor inacabable y lágrimas incesantes del alma. Recuerda el día de la resurrección y de la presentación ante Dios. Imagina el juicio aquel, horrible y tremendo. Ten a la vista lo que está reservado para los pecadores: la vergüenza en la presencia de Dios y de los ángeles y arcángeles, y de todos los hombres, los suplicios, el fuego eterno, el gusano que no duerme nunca, el tártaro y las tinieblas, el rechinar de dientes, los terrores y los tormentos. Piensa también en los bienes que están reservados para los justos, la confianza con Dios Padre y con su Cristo, con los ángeles, arcángeles y todo el pueblo de los santos, el reino de los cielos y sus riquezas, su alegría y su felicidad. Ten el recuerdo de todas estas cosas y del juicio de los pecadores. Llora, aflígete, teme, no sea que tú también te encuentres entre ellos; alégrate y goza en lo que está destinado para los justos. Y si tratas de gozar de estas cosas, apártate de aquellas. Haz que nunca, dentro o fuera de la celda, se te borre esto, de modo que, gracias a este recuerdo, huyas de los pensamientos impuros y molestos”.
2. Dijo también: “Aparta de ti el afecto de muchos, para que tu alma no se distraiga, y se turbe el modo de tu hesiquía”.
3. Dijo también: “Es una gran cosa orar sin distracción, pero es aún más grande salmodiar sin distracción”.
4. Dijo también: “Recuerda siempre tu salida (de esta vida) y no olvides el juicio eterno, y no habrá delito en tu vida”.
5. Dijo también: “Suprime las tentaciones y nadie se salvará”.
6. Dijo también: «Un padre dijo: “El alimento sobrio y regular, unido a la caridad, lleva pronto al monje al umbral de la impasibilidad”».
7. Hubo una reunión en Las celdas para tratar acerca de un asunto, y habló abba Evagrio. El presbítero le dijo: “Sabemos, abba, que si estuvieras en tu tierra seguramente serías obispo y estarías a la cabeza de muchos, pero aquí vives ahora como extranjero”. Él, arrepentido, no se turbó, sino que inclinó la cabeza y dijo: “Es verdad, abba: hablé una vez, pero no agregaré otra cosa” (Jb 40,5).
ABBA EUDÉMON
1. Dijo abba Eudémon acerca de abba Pafnucio, el Padre de Escete: «Fui allí cuando el joven, y no me permitió quedar diciendo: “No quiero que haya en Escete un rostro de mujer, por el combate del enemigo”».
1. Decía el obispo san Epifanio que, en presencia del bienaventurado Atanasio el grande, los cuervos que volaban junto al templo de Serapis graznaban continuamente: Cras, cras. Los griegos se pusieron delante del bienaventurado Atanasio y le gritaban: “Mal anciano, dinos ¿qué graznan los cuervos?”. Respondiendo les dijo: “Los cuervos graznan: Cras, cras. Y cras significa mañana en la lengua de los ausonios (occidentales)”. Y agregó: “Mañana verán la gloria de Dios”. Después se anunció la muerte del emperador Juliano. Cuando hubo sucedido esto clamaban los presentes contra Serapis, diciendo: “Si a ti no te gustaba, ¿por qué recibías sus ofrendas?”.
2. El mismo contaba que había un auriga en Alejandría, hijo de una mujer llamada María. Cayó éste en un combate ecuestre, se levantó después, pudo al que lo había derribado y venció. La plebe gritó: “El hijo de María cayó, se levantó y venció”. Estaban todavía diciendo esto, cuando llegó hasta la plebe un rumor sobre el santuario de Serapis: el gran Teófilo, subió (al templo), derribó al ídolo de Serapis y se apoderó del templo.
3. Dijo al bienaventurado Epifanio, obispo de Chipre, el abad del monasterio que había sido suyo en Palestina: “Por tus plegarias no hemos descuidado nuestro orden, sino que con diligencia celebramos tercia, sexta y nona”. Él, reprendiéndolos, respondió: “Es claro que descuidan las demás horas del día, cesando la oración. El verdadero monje debe tener sin cesar la oración y la salmodia en su corazón”.
4. Una vez, san Epifanio mandó llamar a abba Hilarión, diciendo: “Ven, veámonos antes de que salgamos del cuerpo”. Cuando se hubieron encontrado, se alegraron el uno con el otro. Comieron juntos, y les trajeron un ave. El obispo la tomó y se la dio a abba Hilarión. El anciano le dijo: “Perdóname, pero desde que he recibido el hábito no he comido carne sacrificada”. El obispo dijo: “Yo, en cambio, desde que recibí el hábito no dejé que nadie se durmiera teniendo algo contra mí, ni yo me he dormido con algo contra otro”.
5. Dijo el mismo: “Melquisedec, imagen de Cristo, bendijo a Abraham (Gn 14,19), raíz de los judíos; cuánto más la Verdad misma, Cristo, bendecirá y santificará a los que creen en Él”.
6. Dijo el mismo: “La cananea llama, y es oída (Mt 15,22), la hemorroisa calla, y es bendecida (Mt 9,22); el fariseo grita, y es condenado, el publicano no abre la boca, y es escuchado (Lc 18,10-‐14)”.
7. Dijo el mismo: «El profeta David oraba tarde en la noche, a medianoche se despertaba, rogaba antes del alba, se levantaba al amanecer, suplicaba en la mañana, por la tarde y al mediodía pedía, por eso dijo: “Siete veces al día te alabé” (Sal 118 [119],64)».
8. Dijo también: “Es necesario poseer aquellos libros cristianos que se pueden adquirir. Puesto que la sola vista de esos libros nos hace remisos para el pecado y nos dispone a crecer más en la justicia”.
9. Dijo también “Gran precaución para no pecar es la lectura de las Escrituras”.
10. Dijo también: “Gran precipicio y abismo profundo es la ignorancia de las Escrituras”.
11. Dijo también: “Es gran traición para la salvación no conocer en absoluto la ley divina”.
12. El mismo dijo: «Los pecados de los justos están en sus labios, los de los impíos brotan de todo el cuerpo. Por eso canta David: “Pon, Señor, una guardia en mi boca y una puerta alrededor de mis labios (Sal 140 [141],3). Vigilaré mis caminos, para no pecar con mi lengua” (Sal 38 [39],2)».
13. Fue interrogado el mismo: “¿Por qué son diez los preceptos de la Ley y nueve las bienaventuranzas?”. Y respondió: “El decálogo iguala en número a las plagas de Egipto; el número de las bienaventuranzas es el triplo de la figura de la Trinidad”.
14. Al mismo preguntaron: “¿Puede un solo justo aplacar a Dios?”. Respondió: «Sí, porque ha dicho: “Busquen un hombre que viva en la justicia, y perdonaré a todo el pueblo” (Jr 5,1)».
15. Dijo el mismo: «Dios perdona a los pecadores arrepentidos, como la prostituta y el publicano. A los justos les pide hasta los intereses. Esto dice a los apóstoles: “Si no es más abundante la justicia de ustedes que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5,20)».
16. Esto dijo también: “Dios vende la justicia a los que la quieren comprar por un pequeño pedazo de pan, un traje humilde, un vaso de agua fresca, una moneda”.
17. Agregaba también esto: “Un hombre que recibe algo de otro a causa de su pobreza o por necesidad, está agradecido, pero lo devuelve en secreto porque se avergüenza. El Señor Dios es diferente: recibe en secreto, pero retribuye en presencia de los ángeles y arcángeles y de los justos”.
SAN EFRÉN
1. Era todavía niño abba Efrén, y tuvo una visión: Había nacido una viña en su lengua, creció y llenó todo lo que estaba bajo el cielo, y dio abundante fruto. Acudieron todos los pájaros del cielo y comieron del fruto de la viña, y a pesar de ello, aumentó su fruto.
2. Otra vez vio uno de los santos en una visión que una formación de ángeles descendía del cielo, por mandato de Dios, y llevaban en sus manos un volumen escrito por dentro y por fuera, y se decían unos a otros: “¿A quién tenemos que entregar esto?”. Respondían diciendo: “Hay santos y justos que lo son en verdad, pero nadie puede recibirlo sino sólo Efrén”. Y vio el anciano que entregaron el volumen a Efrén. Por la mañana, al levantarse, oyó a Efrén, como que una fuente manase de su boca, y comprendió que lo que salía de los labios de Efrén procedía del Espíritu Santo.
3. Otra vez, pasando Efrén, vino una meretriz a persuadirlo con sus halagos a un torpe comercio, o al menos a provocarlo a ira, porque nadie le había visto airado. Él le dijo: “Sígueme”. Y cuando hubieron llegado a un lugar frecuentado le dijo: “Ven, en este lugar será lo que deseas”. Ella, al ver a la multitud, dijo: “¿Cómo podremos hacerlo sin vergüenza en presencia de esta multitud?”. Él respondió: “Si tenemos vergüenza de los hombres, cuánto más debemos avergonzarnos de Dios, que conoce lo oculto de las tinieblas”. Ella, confundida, se retiró sin hacer nada.