Los sacramentales. Segunda parte

Bendición de la pila bautismal.—

Esta bendición se hace solemnemente en los días de Sábado Santo y víspera de Pentecostés. Y menos solemnemente en otros días del año, siempre que falte el agua consagrada. Siempre en la iglesia se tiene en mucho honor la pila bautismal. El bautisterio, dice el Ritual, ha de estar en sitio decente y tener buena forma y sólida materia, en la que se contenga bien el agua; decentemente adornado, ha de estar separado con verjas, cerrado con llave, y de tal modo guardado que no pueda entrar polvo ni otra suciedad adentro; y donde buenamente se pueda, píntese o póngase una imagen de San Juan bautizando a Cristo. Para su consagración o bendición, debe primero lavarse y limpiarse la pila bautismal, y llenarse después de agua limpia. Luego el sacerdote con otros clérigos, y precediendo la cruz y los ciriales, y con el incensario encendido, y con los vasitos del crisma y del óleo de los catecúmenos, se acerca a la pila y allí ante el altar del bautisterio reza las letanías ordinarias, y antes de decir el verso: “Que te dignes oírnos”, dice dos veces: “Que te dignes bendecir y consagrar esta fuente para regenerar para ti nueva familia, te rogamos nos oigas”.

Siguen luego hermosas oraciones alusivas a la pila del bautismo y a todos los hechos de la sagrada Escritura referentes a las aguas, a los cuatro ríos del paraíso, al paso del Jordan, al agua de las bodas de Caná, al mar por donde anduvo Jesús, al agua del Jordan y a los demás pasos referentes al agua y al bautismo. Con ceremonias breves, pero hermosas, echa en el agua el crisma y el óleo preparando el agua para bautizar.

Absolución de excomulgados.—

Además de la absolución ordinaria de los pecados, hay para los excomulgados absolución especial. A veces se da a algún sacerdote la comisión especial de absolver, y se le señala alguna especial forma, y debe observarla. Otras veces, al dar la comisión, se le dice: Absuelva en la forma acostumbrada en la Iglesia. En este caso primero se exige al excomulgado que de satisfacción a aquel a quien ofendió y por lo cual fue excomulgado, o por lo menos prometa que se la dará en cuanto pueda. Además, si el crimen por que fue excomulgado fue grave, exíjasele juramento de obedecer a los mandatos de la Iglesia que se le impongan por tal causa, y principalmente que no ha de delinquir en adelante contra aquel canon o decreto contra el cual falto cuando incurrió en la censura. Después el penitente ha de ponerse de rodillas ante el absolvente, y si es varón, ha de presentar la espalda desnuda hasta la camisa, para que el sacerdote le pegue suavemente con una vara o con un cordel en ella, rezando el Miserere… Levantase después el sacerdote, y, descubierta la cabeza, dice algunos responsorios: “Salva, Señor, a tu siervo, que espera en Ti, Dios mío. Nada pueda sobre el enemigo, y el hijo de la iniquidad no logre hacerle daño. Se para el torre de fortaleza, oh Señor, frente al enemigo. Oye mi oración, y venga a Ti mi clamor. Oremos. Oh Dios, de quien es propio compadecerse siempre y perdonar: recibe nuestra deprecación, para que la misericordia de tu piedad absuelva clementemente a este tu siervo o sierva que esta atado con sentencia de excomunión. Amen.”

Entonces se sienta y cubriéndose la cabeza dice: “Nuestro Señor Jesucristo te absuelva, y yo con su autoridad y del Santísimo Señor nuestro el Papa a mi concedida, te absuelvo del vinculo de excomunión en que has incurrido por tal falta, y te restituyo a la comunión y unidad de los fieles, y de los Santos Sacramentos de la Iglesia, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo. Amen.”

Absolución a los excomulgados-muertos.—

Como los excomulgados por sentencia de la Iglesia están excluidos de sepultura eclesiástica y de los sufragios de la Iglesia, con todo, al que haya muerto con alguna señal de contrición, la Iglesia, piadosa, le concede la absolución de la excomunión. Y para la ceremonia, si el cadáver aun no ha sido sepultado, se le dan algunos azotes y luego la absolución. Y si ya fue sepultado, entonces dánse los golpes en el sepulcro, diciendo mientras tanto: “Saltaran de gozo ante el Señor los buenos humillados”, y rezándose el Miserere. luego se da la bendición, y, en fin, se reza un responso.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J.

¿Quién es Dios?

Articulo l.° del Credo. Creer en un solo Dios Todopoderoso.—

El articulo primero contiene tres puntos: creer que existe Dios; creer que es Todopoderoso; creer que es uno solo.

Definición de Dios.—

Para proceder adelante, conviene que ante todo digamos lo que es Dios. Nuestro Catecismo define Dios diciendo que es una cosa la mas excelente y admirable que se puede decir y pensar; un Señor infinitamente bueno, sabio, poderoso, justo, principio y fin de todas las cosas.

Una cosa: aunque en castellano parece la palabra algo pobre, científicamente esta bien. Y se debe entender un ser, y un ser no vago, sino preciso; no indefinido, sino determinado, aunque infinito; no impersonal, sino personal, aunque en tres personas; como veremos.

La más excelente y admirable que se puede decir y pensar. Es decir, lo mas excelente y admirable que puede haber: mas excelente que todo lo que existe; lo mas excelente de todo lo que puede imaginarse o pensarse por cualquiera.

Un Señor infinitamente bueno: bueno en todos conceptos, porque contiene todos los bienes y perfecciones y no tiene ninguna imperfección ni mal.

Infinitamente sabio: porque sabe todo lo que es, ha sido y será y pudiera ser.

Infinitamente poderoso: porque puede hacer todo lo que es posible.

Infinitamente justo: porque da el premio y el castigo según los meritos.

Principio de todas las cosas: porque por El fueron hechas todas las cosas que existen, y El hará cuantas después se hagan: y sin El no se puede hacer nada, ni lo que nosotros hacemos, porque El es el primer movimiento que mueve a todo lo que se mueve.

Fin de todas las cosas: porque todas han sido hechas para demostrar su gloria, y hacer su voluntad: y esto es la perfección y felicidad de todas las criaturas: dar gloria a Dios y hacer su voluntad.

Dios es espíritu.—

No es cuerpo, ni en cuanto Dios tiene cuerpo; solo la segunda persona tomo la naturaleza humana, según veremos. Dijo Jesucristo a la Samaritana: Dios es espíritu. Y, en efecto, si no fuese espíritu seria muy imperfecto. Nosotros somos espíritus, pero no simples espíritus, sino compuestos de alma y cuerpo. Dios es espíritu simple, y tener cuerpo seria una imperfección grande. Como, pues, dicen la Escritura y los Doctores y Santos que Dios tiene ojos, oídos, brazo, olfato y gusto, y la Iglesia nos presenta imágenes materiales de Dios? Como nosotros no somos inmateriales y no entendemos las cosas espirituales como son en si, sino con imágenes y términos sensitivos, para acomodarse a nuestro modo de entender, usa de esos términos metafóricos. Dice que Dios tiene ojos y oídos, porque su entendimiento percibe y sabe todo lo que se hace y dice; que tiene brazo porque su poder lo puede todo; que tiene olfato, porque recibe agrado de nuestras buenas acciones, como de un perfume espiritual; que tiene corazón, porque es misericordioso, amante, Padre… En cuanto a las pinturas, unas veces se hacen así por las formas en que se ha aparecido Dios a los hombres, otras por la analogía que los atributos o acciones de Dios guardan con las cosas de la tierra. Así al Padre Eterno se le representa con mas edad, con cetro y un globo en la mano, y con aspecto de autoridad por ser la primera persona en origen, y por ser criador y eterno. Al Hijo se le podría haber dado la misma representación en cuanto Dios; pero como se hizo hombre, se le da la figura que tuvo en la tierra. Al Espíritu Santo se le da forma de paloma, porque en esta forma apareció en la tierra varias veces.

Painted divine figure church of San Sebastiano Rome

Enumeración de las perfecciones de Dios.—

Pero para que mejor entendamos lo que es Dios, vamos a enumerar brevemente y explicar, aunque sea de corrida, cuales son sus principales perfecciones. Las cuales nosotros las entendemos mal y muy imperfectamente; porque las entendemos, no viéndolas en si mismas, sino en sus efectos, en las criaturas, o deduciéndolas por el raciocinio de lo que vemos en las criaturas y en la idea de Dios, juntando y acumulando en El todas las perfecciones que en otros vemos.

Enumeraremos y describiremos, pues, las principales, como son: que Dios es eterno, inmutable, inmenso, omnisciente, omnipotente, santo, justo, bueno, misericordioso, uno, invisible. Y de cada atributo diremos lo preciso porque todo ni en las aulas se explica suficientemente; ni el entendimiento humano lo puede alcanzar.

                                                        Puntos de Catecismo, Vilariño, SJ.

Pecados contra la fe

Diversas clases de incredulidad.—

Con respecto a la fe, unos son infieles, otros incrédulos, otros herejes, otros apostatas, otros indiferentes. Hay diversos grados de negar la fe o de estar apartados de ella; y conviene saberlos, para apreciar su culpabilidad y su estado respecto de la salvación.

Quienes son infieles.

Infieles son los que nunca han tenido fe, ni están bautizados y por consiguiente jamás han sido miembros de la Iglesia. Estos, si están de buena fe y guardan lo que su conciencia les dicta, lograran de Dios que por medios ordinarios, o si es preciso milagrosos, les manifieste la fe verdadera, por lo menos lo necesario de ella, y que de alguna manera puedan recibir el bautismo, siquiera de deseo como ya lo explicaremos mas en su lugar. Porque Dios, a quien de su parte hace lo que puede, no le niega nunca la gracia.

Quienes son incrédulos.

Incrédulos son los que conociendo la fe la rechazan. Incrédulo fue Santo Tomas (J., 20). La incredulidad proviene, las mas de las veces, o de ignorancia, pereza, falta de instrucción, o de soberbia o de mala vida. De ignorancia: como las personas rudas se ríen de las ciencias, del pararrayos, de los rayos X, de los abonos químicos, etc., así algunos incrédulos se ríen de los misterios; quisieran palpar, oler, oír y casi comer lo que han de creer. !Yo no creo sino lo que veo!, suelen decir. Y a lo mejor estos son los mas crédulos para paparruchas, consejas y filfas; y, de ordinario, nunca estudian la religión. De soberbia: esto es muy frecuente; la soberbia interior y secreta con apariencias de tolerancia, de buen tono, de respeto, de desden sabio…, suele ser la raíz de muchísimas incredulidades. Y estos suelen ser los mas difíciles de convertir, sobre todo si a esa soberbia secreta unen una vida correcta por lo demás. De mala vida:el que vive mal, encuentra estorbo en creer, y remordimiento en reflexionar en la fe Y de ordinario se halla muy inclinado a reírse de la verdad, aun de la verdad natural, y por lo menos a no pensar ni instruirse en doctrinas que le inquietan y atormentan.

Quienes son herejes.—

Herejes son los que rechazan algunas verdades de fe que enseña la Iglesia ser reveladas. Herejía, viene de la palabra griega airesis, que significa secta, separación; es una fe incompleta; cree poco o mucho, pero niega algo revelado. Por ejemplo, uno niega la divinidad de Jesucristo, otro la existencia del Espíritu Santo, o que Jesucristo fue hombre, o que la Virgen fue Virgen, o que fue Inmaculada, aun cuando cree todo lo demás; Heresiarca es el que se hace cabeza de alguna herejía, y la funda o la propaga. Tales fueron Arrio, Nestorio, Macedonio, Eutiquio, Huss. Lutero, Calvino, Enrique VIII, y otros como estos. La mayor parte de las herejías han nacido de la soberbia, o de la corrupción, o de las dos cosas juntas.

Quienes son heterodoxos.—

Heterodoxos (de diversa doctrina) se llaman aquellos que en algunos puntos de doctrina disienten de la Iglesia, y participan algo de la herejía, aunque no sean herejes, por no negar ningún dogma de fe. Tales son muchos católicos que profesan muchos errores modernos, condenados por la Iglesia.

Quienes son cismáticos.—

Cismáticos, o separados (cisma, es lo mismo en griego que cortadura o rasgón), es aquel que no reconoce la autoridad del Jefe de la Iglesia. Propiamente no es hereje; si bien de ordinario los cismáticos caen también en herejías; pero de suyo solo faltan a la obediencia debida al Jefe de la Iglesia, al Papa.

                                                        Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J.

La cruz del cristiano

Maneras de usar el cristiano la cruz.—

El cristiano usa la cruz de muchas maneras. Por ejemplo: en la Misa sobre las especies, en las bendiciones, en las consagraciones de las iglesias marcándolas en el suelo, paredes, etc. Pero especialmente de dos maneras: que son signar y santiguar.

Que es signarse.—

Signarse o persignarse es señalarse con la cruz hecha por el dedo pulgar en la frente, en la boca y en los pechos. Esta es la manera española. No es usada en todas las naciones. El sacerdote hace las mismas señales al comenzar el Evangelio.

Los japoneses cristianos, convertidos por los españoles y portugueses, quedaron por la horrible persecucion de los paganos mucho tiempo sin misioneros ni ministros; pero conservaron su fe y sus tradiciones de un modo milagroso, puede decirse, y cuando algunos misioneros franceses pudieron introducirse en el Japón, creyendo que ya no quedaría rastro de cristianos, encontraron muchos ocultos, los cuales aun sabian persignarse a la manera española.

Por que nos signamos en la frente, en la boca, en el pecho.-

La boca es señal y símbolo de las palabras que por ella salen; la frente es símbolo de los pensamientos, que parecen tener su sede y fabrica además del alma en el cerebro; el pecho es símbolo de los deseos, que aunque tengan su sede también en el cerebro, además del alma, pero vulgarmente se atribuyen al corazón, que se siente por ellos agitado.

¿Qué es santiguarse?—

Santiguarse significa santificarse. Y en efecto, al hacer la cruz sobre una cosa y lo mismo sobre nosotros mismos, es como santificarla, bendecirla, ponerla bajo la protección y tutela de Dios, consagrarsela en cierto modo; en resumen, santificarla. Los alemanes se persignan como nosotros, pero diciendo: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espiritu Santo. Amen.

Como nos hemos de santiguar.—

Pues es de notar que, además de esas veces, los buenos cristianos se santiguan otras muchas, y entre las costumbres de nuestros abuelos estaba la de santiguarse en muchas ocasiones.

Eficacia de la cruz.—

Nos santiguamos porque creemos que la cruz tiene eficacia contra nuestros enemigos y por hacer profesión de cristianos. En efecto, el que se santigua, en el mero hecho de hacerlo, da a entender que es cristiano. Además, la cruz es eficacísima contra los enemigos espirituales y aun contra los peligros temporales muchas veces, no por la materialidad de la cruz, sino porque el usar de esta señal en cierta manera es un acto de glorificar a Nuestro Señor, confesándole nuestro Rey y Dios y confesándonos sus vasallos e hijos, es decir, cristianos; es, además, una oración tacita, pues por ella interponemos los meritos de nuestro Redentor y Señor e Hijo de Dios. Por eso se cree con verdad que la cruz sirve para arrojar a los demonios; para disipar las tentaciones; para atraer las bendiciones de Dios. Así nos los enseñan a cada paso los Santos Padres y lo ha creído siempre la Iglesia.

                                               Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.

El nombre del Cristiano

Cristiano quiere decir hombre de Cristo.-

Hombre que de alguna manera está unido con Cristo y pertenece a Cristo. Asi como Franciscano es hombre que pertenece o está unido con San Francisco, porque es de su orden;  romano, el que ha nacido en Roma; aldeano, el que es de una aldea.

Por la gracia de Dios.—

Efectivamente el ser cristiano es pura gracia de Dios y no debido a nosotros de ningún modo. Primero, porque la venida de Cristo es pura gracia de Dios. Segundo, porque Jesucristo nos llamo a su Iglesia y su companía porque quiso. Y debemos estimar muchísimo esta gracia de Dios. No hay otra mayor en todo el mundo que el ser adoptados en la familia de este gran Padre. Nuestro primer padre fue Adán, pero este nos perdió.

Nuestro nuevo Adán es Cristo, nuevo Padre que nos redimió en la Cruz con su sangre, y nos dio su nombre como apellido de familia, y el derecho de llamarnos cristianos. Dice San Pablo: Despojaos del hombre viejo y de sus actos (es decir, de lo que hay en vosotros de Adán, el viejo padre) y vestíos del nuevo (de Jesucristo) (Col., 3, 9).

Condiciones para ser verdaderamente cristiano.—

Hombre de Cristo, y por consiguiente cristiano, se entiende el que: 1.°, esta bautizado; 2.°, profesa toda la doctrina de Jesucristo, y 3.°, se considera obligado a su santo servicio.

Primera condición: Estar bautizado.—

Todos los bautizados tienen en su alma la marca y señal de Cristo, están regenerados en Cristo. Decía San Pablo: “Todos los que habéis sido bautizados, habéis quedado revestidos de Jesucristo” (Gal., 3, 27). Y en otra parte (Rom., 6, 3) compara el bautismo a la muerte de Cristo, para resucitar después en el en vida nueva, del alma: “Hemos sido sepultados juntamente con El por el bautismo para morir (el hombre viejo, lo que teníamos de Adán), para que, como Cristo resucito de los muertos, asi también nosotros andemos en vida nueva”.

Segunda condición: Profesar toda la doctrina de Jesucristo.

Que es toda la que nos enseña la Iglesia católica, sin negar ningún artículo o parte de ella. Porque los que niegan parte serán herejes, y aunque por ser bautizados se les llama cristianos; pero si después de llegar al uso de la razón no confiesan toda la doctrina de fe, no serán de veras cristianos.

Tercera condición; Considerarse obligado a su servicio.-

Hay algunos que profesan y admiten toda la doctrina del Maestro Cristo, pero no acomodan a ella sus obras; estos son cristianos de fe; pero no son cristianos de obra. El que cree como cristiano, debe vivir como cristiano, según la fe de su espíritu.

Decía Jesús una vez a los judíos: “Si sois hijos de Abraham, haced obras de Abraham” (Juan, 8, 39). Lo mismo puede decirnos a nosotros: si sois hijos de Cristo, haced obras de Cristo. Si sois cristianos, vivid como cristianos.

Conviene distinguir entre infieles, herejes y apostatas. Infielesson los que nunca han tenido fe ni recibieron el bautismo. Apóstatasson los que tuvieron fe, pero la abandonaron del todo y renunciarona la religión cristiana. Herejesson los que están bautizados,pero profesan algún error contra la fe verdadera.

La señal del cristiano.—

La señal del cristiano es la Santa Cruz, porque es figura de Cristo crucificado que en ella nos redimió.

La señal de la familia.—Asi como las familias, las naciones, los ejércitos tienen un escudo, una bandera, unas armas, así la familia cristiana tiene un signo o distintivo propio de ella. Y ninguno mas propio que la Santa Cruz. Aunque en todos sus actos nos redimió y pudo con cualquiera de ellos salvarnos, pero especialmente la muerte en cruz fue señalada para nuestra redención; en la cruz se realizo el acto de mayor amor de Jesucristo. Por eso la cruz es el emblema, el distintivo, la bandera, el escudo, la señal y contraseña del cristiano. Decia San Pablo: “Lejos de mi gloriarme de otra cosa que de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal. 6, 14). Por eso usamos de la cruz en todas partes y la ponemos los cristianos en todos los sitios, en nuestras personas, en nuestras cosas, en nuestras habitaciones. La cruz, antes de la muerte de Jesucristo, fue la señal de los criminales condenados a muerte. Pero Cristo la santifico con su sangre. Decía San Pablo: “Nosotros predicamos a Jesucristo en la cruz, que es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero para nosotros, los llamados, sabiduría y fuerza de Dios” (1 Cor. 1,23). Donde hay cruz, señal de que hay cristianos. Si veis en las torres, en las puertas, en los caminos, en las cumbres, en las habitaciones, en los escritos, en los libros, en dondequiera, alguna cruz, es señal de que allí hay cristianos.—La Iglesia católica todo lo bendice y señala con la cruz: en el bautismo, en los Sacramentos todos, en las bendiciones, en las despedidas, en toda la liturgia; así como los nobles, o los soldados, o los de las sociedades llevan su contraseña o escudo en las banderas, en los vestidos, en los adornos, en las puertas, etc.

Puntos de Catecismo, Vilariño S.J.

Texto para meditar: XXI Domingo después de Pentecostés

Del Libro de los Deberes de S. Ambrosio, Obispo.


Lib. 1, cap. 41.


El valor resplandece en los reveses como en los triunfos: consideremos el fin de Judas Macabeo. Tras derrotar a Nicanor, lugarteniente del rey Demetrio, dirigiose contra el ejército del rey, de veinte mil hombres, frente a sus ochocientos; como éstos quisieran retirarse por temor a la multitud aplastante de enemigos, decidiolos a preferir una muerte gloriosa a una huida vergonzosa: “No echemos un borrón a nuestra gloria”. Duró el combate desde la mañana hasta la caída de la tarde. Sabiendo que el ala derecha del enemigo era la más fuerte, la atacó y la rompió fácilmente; mas persiguiendo a los fugitivos, el ala izquierda le atacó por detrás hallando así una muerte más gloriosa que los mismos triunfos.

Jonatas, combatiendo a los ejércitos reales con un puñado de hombres, viose abandonado de los suyos, y, sólo con dos guerreros, reanudó el combate, rechazó al enemigo, y reanimó a su gente fugitiva para que participaran del triunfo. Es un ejemplo insigne del valor guerrero en su aspecto más noble y hermoso: preferir la muerte a la servidumbre y a la deshonra. ¿Y los Mártires? Fijémonos en los jóvenes Macabeos. ¿No obtuvieron sobre el soberbio rey Antíoco una victoria no inferior a la de sus propios padres? Estos habían vencido por la fuerza de las armas; mas aquéllos vencieron desarmados.

Los siete hermanos, asediados por las legiones reales, se mantuvieron invencibles. Agotáronse todos los suplicios, fatigáronse los verdugos; mas los mártires no desfallecieron. A uno le arrancaron la piel de la cabeza, pero no decayó su valor; otro, al mandarle sacar la lengua para cortársela, exclamó: No sólo oye a los que hablan aquel Señor que oía a Moisés mientras callaba: llegan mejor a sus oídos los pensamientos secretos de los suyos que las voces de los demás. ¿Cómo temes los reproches de mi lengua y no temes los de mi sangre? También la sangre tiene su voz, y con esta voz clama a Dios, como lo hizo la sangre de Abel.

Texto para meditar: VIII Domingo después de Pentecostés

Del libro de San Agustín, Obispo, «La Ciudad de Dios».


Libro 17, cap. 8, cerca de la mitad.


Hubo en Salomón cierta imagen de las cosas futuras por haber edificado el Templo, fomentado la paz presagiada por su nombre (Salomón, en latín: pacificus), y haber sido en los comienzos de su reinado, singularmente digno de elogio. Prefiguró (aunque no se identificara con Él) al mismo Jesucristo. Muchas cosas que a él se refieren, parece que fueron escritas para anunciar al Salvador; como vemos a veces en la Sagrada Escritura, que profetiza, aun por medio de hechos ya realizados, y traza con ellos la imagen de los venideros.

Efectivamente, además de los libros de la historia sagrada que describen su reinado, hay el salmo setenta y uno, cuyo título lleva su nombre, y en el que se hallan bastantes cosas que no pueden convenirle en nada, pero convienen a Jesucristo del modo más sorprendente; de tal suerte que es fácil reconocer en aquél el boceto de una simple representación, y en éste la presencia de la misma realidad.

Sabido es cuán estrechos eran los límites del reino de Salomón, y ello no obstante, leemos en este salmo: “Y dominará de un mar a otro, y desde un río hasta el extremo del orbe de la tierra”, que es lo que vemos realizado en Jesucristo, ya que su dominación tuvo, como punto de partida, las orillas del río, en el que, después de ser bautizado, empezó a ser reconocido, al señalarlo San Juan, por unos discípulos que, no contentos con llamarle Maestro, le llamaban también Señor.

Texto para meditar: VI Domingo después de Pentecostés

Del Libro de San Ambrosio, Obispo, sobre la Apología de David.


Apología 1, c. 2.


¡Cuántas faltas cometemos todos continuamente! Y ninguno se acuerda de la obligación de confesarlas. David, un rey tan glorioso y poderoso, no puede permanecer por corto tiempo bajo el peso del pecado sobre su conciencia, y, mediante una pronta confesión, con dolor inmenso, se descarga de él a los pies del Señor. ¿Hallaríais fácilmente hoy un hombre rico y lleno de honores que soporte humildemente una reprimenda por una falta cometida? David, en pleno esplendor del poder real, a quien alaban con frecuencia las Sagradas Escrituras, al reprocharle un particular un gran crimen, no se estremece de indignación, sino que confiesa su falta y la llora lleno de dolor.

De tal manera se conmovió el Señor por tan inmenso dolor, que Natán dijo a David: “Porque te has arrepentido, el Señor ha perdonado tu pecado”. La rapidez del perdón pone de manifiesto cuán profundo sería el arrepentimiento del rey. Los demás hombres, cuando los sacerdotes los reprenden, agravan sus pecados, procurando negarlos o excusarlos, y caen más abajo cuando debían levantarse. Pero los santos del Señor, que desean consumar el piadoso combate y recorrer por entero la carrera de la salvación, si alguna vez llegan a caer, menos por amor al pecado que por fragilidad natural, se levantan con más ardor para reanudar la carrera, y, estimulados por la vergüenza de la caída, la compensan con más rudos combates; así, su caída, en vez de producirles algún retraso, sólo sirve para aguijonearlos y hacerlos avanzar más deprisa.

David peca, como muchos reyes; pero hace penitencia, llora, gime, bastante raro en los reyes. Reconoce su falta, y, con la frente en el polvo, pide perdón; deplora su miserable fragilidad; ayuna, ora, y hace llegar a los siglos futuros el testimonio de su confesión. La confesión que avergüenza a los particulares, no avergüenza a este príncipe. Los que están sujetos a las leyes, niegan sus pecados, o no piden el perdón como este soberano que no está sometido a ninguna ley humana. Pecando, dio un signo de su frágil condición; suplicando, da una nota de enmienda. Común a todos es el caer; es propio de almas escogidas el confesarse. La inclinación a la culpa viene de la naturaleza; la voluntad de regenerarse, de la virtud.

Texto para meditar: III Domingo después de Pentecostés

De la Encíclica Miserentissimus Redemptor del Papa Pío XI.


Descuella y merece especial mención la devota consagración con que nos ofrecemos, con todas nuestras cosas, al Corazón divino de Jesús, reconociéndolas como recibidas del amor eterno de Dios. Pero hay que hacer más todavía; nos referimos al deber de tributar al Sacratísimo Corazón de Jesús aquella satisfacción digna que llaman reparación. Porque si lo primero y principal en la consagración es que al amor del Criador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de cualquier modo inferidas al Amor increado, cuando sea desdeñado con el olvido, o ultrajado con la ofensa. Al cual deber llamamos vulgarmente reparación.

Con más apremiante título de justicia y de amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de justicia, para expiar la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y reintegrar el orden violado; de amor, para padecer con Cristo paciente y “saturado de oprobios” y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo. Porque pecadores como somos todos, cargados de muchas culpas, no hemos de contentarnos con honrar a nuestro Dios con sólo aquel culto con que adoramos con los debidos obsequios a Su Majestad Suprema, o reconocemos orando su absoluto dominio, o alabamos con acciones de gracias su largueza infinita; sino que además es necesario satisfacer a Dios, juez justísimo, “por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias”. A la consagración, pues, por la cual nos ofrecemos a Dios y somos llamados santos de Dios, con aquella santidad y firmeza que, como enseña el Doctor Angélico, son propias de la consagración, ha de añadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda como odiosa, en vez de aceptarla como agradable.

Este deber de expiación incumbe a todo el género humano. Después de la caída miserable de Adán, inficionado de la culpa hereditaria, sujeto a las concupiscencias y misérrimamente depravado, debía haber sido arrojado a la ruina sempiterna. Ciertos soberbios filósofos de nuestros tiempos, siguiendo el antiguo error de Pelagio, lo niegan, blasonando de cierta virtud nativa de la naturaleza humana que por sus propias fuerzas continuamente progresa a cosas cada vez más altas; pero estas invenciones del orgullo las rechaza el Apóstol: “éramos por naturaleza hijos de ira”. Ya desde el principio los hombres en cierto modo reconocieron el deber de aquella común expiación y comenzaron a practicarlo, guiados de cierto natural sentido, aplacando a Dios con sacrificios, aun públicos.

Textos para Meditar: II Domingo después de Pentecostes

Sermón de S. Juan Crisóstomo.


Hom. 60 al pueblo de Antioquía.


Puesto que el Verbo dijo: “Este es mi cuerpo”, aceptemos sus palabras, creamos en ellas y contemplémosle con los ojos del espíritu. Porque Jesucristo no nos dio nada sensible, sino que, bajo cosas sensibles, nos lo dio todo a entender. Lo mismo hay que decir del bautismo, en el cual, por una cosa enteramente sensible, el agua, se nos confiere el don; espiritual es la cosa realizada, a saber, la regeneración y la renovación. Si no tuvieras cuerpo, nada corporal habría en los dones que Dios te hace; mas porque el alma está unida al cuerpo, te da lo espiritual por medio de lo sensible. ¡Cuántos hay actualmente que dicen: Quisiera verlo a Él mismo, su rostro, su vestido, su calzado! Pues bien le ves, le tocas, le comes. Deseas ver su vestido; mas helo ahí a Él mismo, permitiéndote, no solamente verle sino también tocarle, comerle y recibirle dentro de ti mismo.

Nadie, pues, se acerque con repugnancia o con indiferencia; lléguense todos a Él ardiendo en amor, llenos de fervor y de celo. Si los judíos comían de pie el cordero pascual, calzados, empuñando el bastón con presura, ¡con cuánta mayor razón debes practicar aquí la vigilancia! Los judíos estaban entonces a punto de pasar de Egipto a Palestina; por ello, adoptaban la actitud de viajeros. Pero tú debes emigrar al cielo; por lo cual debes velar siempre, pensando cuán grande es el suplicio que amenaza a los que reciben indignamente el cuerpo del Señor. Piensa en tu propia indignación contra el que traicionó y los que crucificaron al Salvador; procura, pues, por tu parte, no hacerte reo del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. Aquellos desventurados dieron la muerte al santísimo cuerpo del Señor, y tú lo recibes con el alma impura, después de tantos beneficios como te ha otorgado. No contento con hacerse hombre, con verse abofeteado, crucificado, el Hijo de Dios quiso además unirse a nosotros, de tal suerte que nos convertimos en un mismo cuerpo con Él, no solamente por la fe, sino efectivamente y en realidad.

¿Quién, pues, debe ser más puro que el participante de semejante sacrificio? ¿Qué rayo de sol no deberá ceder en esplendor a la mano que distribuye esta carne, a la boca que se llena de ese fuego espiritual, a la lengua que se enrojece con esa terrible sangre? Piensa en el gran honor que recibes y en la mesa de que participas. Aquello que los ángeles miran con temblor, aquello cuyo radiante esplendor no pueden resistir, lo convertimos en alimento nuestro, nos unimos a ello, y llegamos a formar con Jesucristo un solo cuerpo y una sola carne. ¿Quién podrá contar las obras del poder del Señor, ni pregonar todas sus alabanzas? ¿Qué pastor dio jamás su sangre para alimentar a sus ovejas? ¿Qué digo, un pastor? Hay muchas madres que entregan a nodrizas extrañas los hijos que acaban de dar al mundo; pero Jesucristo no procede así; nos alimenta por sí mismo con su propia sangre, nos incorpora absolutamente a Él.

Sermón de San Juan Crisóstomo


Hom. 61 al pueblo de Antioquía


Es necesario, amados míos, aprender a conocer la maravilla de nuestros sagrados Misterios, lo que es, su fin y su utilidad. “Nosotros, se ha dicho, llegamos a constituir con él un solo cuerpo, somos miembros suyos, formados de su carne y de sus huesos”. Nosotros, que somos iniciados, observemos lo que se ha dicho. A fin, pues, de llegar a serlo, no sólo por la caridad, sino en la realidad misma, unámonos íntimamente a esta carne, lo que se logra mediante el alimento que Jesucristo nos dio, queriendo mostrarnos el ardiente amor que nos tiene. Porque Él mismo se unió a nosotros, confundió su cuerpo con el nuestro, de manera que somos una sola cosa con Él, del propio modo que lo es un cuerpo unido a su cabeza; tal es el caso de los que aman ardientemente.

Levantémonos, pues, de esta mesa como leones respirando fuego, mostrándonos terribles contra el demonio, y con la mente fija en aquel que es nuestra Cabeza, y en el amor que siente por nosotros. A veces confían los padres sus hijos a otros para que los alimenten; Yo, dice Jesucristo, no obro así, sino que hago de mi carne un alimento, me doy Yo mismo a vosotros en comida, deseando que todos seáis generosos, inspirándoos la óptima esperanza de las cosas futuras. En efecto, Yo, que me he entregado aquí a vosotros, lo haré mucho más en lo por venir. He querido convertirme en hermano vuestro, he tomado vuestra carne y vuestra sangre, por vosotros; os entrego a mi vez esta carne misma y esta sangre, por las cuales me he convertido en vuestro prójimo.

Estando, pues, en posesión de semejantes bienes, velemos por nosotros, amadísimos hermanos; y cuando estemos a punto de pronunciar una palabra inconveniente, o nos sintamos arrebatados por la cólera, o por cualquier otro vicio, consideremos los grandes bienes de que hemos sido hechos dignos, y reprima esta reflexión nuestros movimientos irracionales. Cuantas veces, pues, participemos de este cuerpo, cuantas veces gustemos esta sangre, acordémonos que quien entra en nosotros es el mismo a quien los ángeles adoran, sentado en lo más alto de los cielos a la diestra invencible del Padre. ¡Ay de nosotros! A pesar de habernos Jesús preparado tantos caminos para salvarnos, de habernos convertido en cuerpo suyo, y de habernos comunicado su mismo cuerpo, nada de esto nos aparta del mal.