1) El tío de Alfonso Ratisbonne, (Luis Ratisbonne), recibe una carta de su sobrino, en donde le dice – entre otras cosas- que, Flora creerá o no creerá, a la verdad de lo que le contará y que si ella cree, seguirá su ejemplo: se hará católica, que su matrimonio se hará al pié del altar delante a Cristo, y que su casa, su vida doméstica, la educación moral y religiosa de sus hijos, la atmosfera pura y pía que regirá sobre sus muros, será el ejemplo, sin lugar a dudas y que, si no sucediese así (respecto a la decisión de Flora), él renunciará al mundo, pasará su vida en uno de los cluaustros más austeros del cristianismo.!!
Y él, por esa misma gracia de Dios, –y ya con el rechazo de Flora-se prepara al catecismo con el Padre Filippo de Willefort y se bautiza con el Cardenal Costantino Patrizi el 31 de enero de 1842. Preguntado éste, cómo quería llamarse. Alfonso contesta: “María”. Alfonso María Ratisbonne era cristiano!!.
Entra el 14 de junio, en el noviciado de la Compañía de Jesús en Tolosa y el 23 de setiembre de l848, recibe la ordenación sacerdotal.
2) El Altar de la aparición, nunca fue cambiado ni tampoco se le ha puesto la mesa moderna.
3) En el costado de este Altar, –una inscripción esculpida en uno de los pilares de la Capilla de la Aparición, aparece: “El 20 de enero de l842, Alfonso Ratisbonne, viene aquí endurecido judío. La Virgen se le apareció como él la ve. Cae judío y se levantó cristiano. Extranjero: lleva contigo este precioso recuerdo de la Misericordia de Dios y del poder de la Santísima Virgen”.
4) Es Pío XII, quien eleva a la Iglesia (ya Santuario), delle Fratte, el título de Basílica Menor y el 21 de Noviembre de l943, el mismo Pío XII, concede Indulgencia Plenaria a los fieles que visiten La Basílica del Milagro y Juan XXIII, eleva a título cardenalicio la Basílica de Santa Andrea delle Fratte.
Estarás por creerme loco. Tres veces te he anunciado mi partida para la Sicilia y Malta y tres veces, sin poder dar razón a mí mismo, de aquello que sucede en mi, tres veces sucede que, a punto de partir, Roma me atrae, Roma me seduce, Roma me tiene. En Nápoles salía yo para fijar el lugar en el barco a vapor, y obedeciendo a una fuerza irresistible, cambio súbitamente, involuntariamente de dirección, y corro, no se cómo a la oficina de la diligencia de Roma. En Roma, después de una estancia de menos que dos semanas, tomo mi puesto, lo pago para retornar a Nápoles, y continuar con mi viaje: y de nuevo imprevistamente, involuntariamente por decir así, sin graves motivos, me resuelvo a estar unos días más.
Al fin, yo te avisé de mi definitiva partida para la mañana del sábado: y ahora por la tercera vez estoy a decirte que Roma aún vence; Roma siempre Roma. Tú te pones celosa, mi querida Flora, pero tranquilízate y no olvides jamás que solo Dios tiene el poder de hacerme renunciar a tu amor, y aún cuando su voluntad me pusiera sí, a cruda prueba, yo bendeciré su nombre y rogaré continuamente por ti.
Pero, ¿porqué te quedas en Roma, tú me dirás?. La pregunta es justa querida mía, y rápidamente voy a hacértelo entender.
Yo he emprendido este viaje un poco por mi salud, un poco por distraerme, un poco por placer, gozo y poquísimo para instrucción.
Mi salud, tú lo sabes, no estaba por algún modo, alterada: era una disposición melancólica, una invisible tristeza, en medio a las fiestas y a los placeres, los cuales consumaban todo mi ser, y agitaba sobre nuestra misma unión, un cierto lúgubre velo. Yo sentía en todo y por todo, como tú lo sentirás un día, incluso ya si tu razón no te lo ha manifestado hasta ahora, un vacío, cuyo horror me helaba.
En estos momentos, querida mía, este vacío espantoso se ha llenado.
Soy el más feliz de los hombres, y mi salud, que era débil y delicada, encuentra los influjos más beneficiosos. Celébralo también conmigo: es en Roma que he vuelto a resonar. Yo no he tenido nunca gran genio por los bailes, y por las insípidas comitivas, que se llaman la felicidad de este mundo, nunca -me has dicho tu misma-que yo andaba con un semblante lúgubre. Al contrario tu sabes, querida mía, que siempre he manifestado un entusiasmo por las grandes y bellas cosas, sea en mi viaje en Suiza con respecto al imponente espectáculo de la naturaleza, sea en mi viaje a Italia en medio a los avances de la historia del mundo. Este sentimiento, que tu llamas poesía (porque tú, mi pobre jovencita, no entiendes de religión, estas obligada a llamarlo con este nombre), este sentimiento es a Roma que yo puedo satisfacerlo. Roma, el centro de todo aquello que es bello, de todo aquello que es grande, de todo aquello que es eterno: agradezcamos juntos la infinita bondad divina.
En cuanto a mi instrucción de la cual no pensaba mucho, partiendo de Strasburgo, puedo asegurarte, querida mía, que en Roma sin maestros, sin libros he aprendido más en pocos días; al contrario, puedo decir que en pocas horas, de aquello que yo pudiese aprender en toda mi vida, si no hubiese venido. Une, querida mía, tus oraciones a las mías para dar gracias a Dios.
Tú te asombras mi Flora, del tono serio y religioso de mi carta. Esta hace contraste en modo maravilloso, prodigioso con las blasfemias que he proferido en mis anteriores cartas, que no era sino una lógica consecuencia de mi irreligiosidad y de la impía atmósfera en el medio en el cual vivía. Entonces pues, Flora querida, es un milagro en el verdadero sentido de este vocablo; es un milagro inaudito aquello, al cual debo un Sí a un inmediato cambio: es por medio de un milagro, que yo soy el más feliz de los hombres. Dios ha visto que yo tenia una gran sinceridad en el corazón, y después de haberme bien hecho conocer todo el nada de las cosas humanas, ha permitido que un Ángel Custodio viniese a tomarme verdaderamente de la mano, para hacerme descubrir la verdadera felicidad, es decir, la verdad. Te repito, mi querida Flora, que no estoy loco porque desgraciadamente (digo nosotros porque no es largo el tiempo en que yo era tal), nosotros amamos antes que creer a la locura, que a la manifestación de la divina providencia; porque en la familia no se piensa más en la religión, y además porque la religión, en la cual nosotros vivimos, no en la cual hemos creído vivir no puede negar que al ridículo o al imposible. Y lo juro, querida mía, las disposiciones repentinas, en las cuales yo me encuentro, no son debidas; sino a un milagro.
Sé bien a cual burla, a cual escarnio yo me expongo de parte de aquellos que ríen de todo (y yo era de estos hace poco tiempo), que ríen incluso de Dios, no obstante sus maravillas de cada día. Yo no me lamento de sus incredulidades; pero les compadezco por sus ignorancias y presunciones, y los desafío a probar mi conversión, de lo contrario, de otra manera que merced que un milagro seria por sí mismo el gran milagro. Este milagro tú lo conocerás; yo no quiero hablarte de ello aún hoy, no es que te crea indigna de conocerlo; no, que demasiado yo estoy tranquilo sobre tus sentimientos, pero es necesario que tu seas preparada a agregar fe. Te abrazo tiernamente con toda mi querida familia. Escríbeme a Roma, donde yo estaré hasta nueva disposición.”
Extraido del libro: “La Meraviglia Romana dell´Immacolata”
Lo que aquí sigue, es lo que contó el propio Alfonso en el Proceso Canónico de la aprobación del milagro.
El principal instrumento de su conversión es sin duda alguna, el Barón Teodoro de Bussière,- protestante y luego ferviente católico-que hizo las veces de cicerón (de guía “turística”) al Ratisbonne, por la ciudad de Roma…..
Saliendo del café, Alfonso se dirigió hasta la Plaza de España (en la ciudad de Roma). La providencia quiso que encontrase al Barón Teodoro de Bussière, el cual lo invitó a su carroza para un breve paseo. El día era óptimo, con cielo azul y sol primaveral, invitaba a un paseo, aceptando de buena gana. (20 de enero de 1.842).
Llegado al ángulo de dos calles y muy cerca de la Iglesia de Santa Andrés de los Hermanos (Santa Andrea delle Fratte) ordena el Barón a su cochero de detenerse y ruega a su amigo (el Ratisbonne), de esperarlo porque debía dar las últimas disposiciones para celebrar el rito fúnebre en sufragio de un cierto caballero. Necesitaba el Barón, decir que preparasen todo lo correcto para la familia del extinto.
“….Paraquién son estos preparativos”, preguntó Alfonso.
“…para un amigo mío: el conde de La Ferronays –responde Teodoro.”Su imprevista muerte, es la causa de mi tristeza que ha debido notar en mi, durante estos dos días.” “Espéreme algunos minutos, luego seguiremos con nuestro paseo….será negocio de dos minutos”
Alfonso prefirió descender de la carroza y visitar el templo, deseoso de encontrarse con el arte…..nada lo atrae, no obstante fuese encontradas obras del Bernini, del Borromini, del Vanvitelli, del Barigioni, del Maini y de otros insignes pintores.
Había transcurrido minutos de las doce. La Iglesia, desierta, le dio la impresión de un lugar abandonado y caminando con aires de quien busca algo de interesante…. “En un momento, mientras caminaba por la iglesia y se llegaba al encuentro de los preparativos del funeral, imprevistamente me sentí capturado, invadido de un cierta perturbación y ví como un velo delante de mi; me parecía la iglesia toda oscura, excepto una capilla, casi que toda la luz de la misma iglesia, fuese concentrada en aquella capilla.
Elevé los ojos hacia la capilla radiante de tanta luz y vi sobre el altar de la misma, en pie, viva, grande, majestosa, bellísima, misericordiosa LA SANTISIMA VIRGEN MARIA, igual en lo alto y en la estructura, a la imagen que se ve en la Medalla Milagrosa de la Inmaculada.
Me hace señas con la mano de arrodillarme. Una fuerza a la cual no podía resistir, me empuja hacia Ella, que parece decir: Basta ya. No lo dijo; pero lo entendí. A tal vista, caí de rodillas en el lugar donde me encontraba.
Procuré varias veces de elevar la vista hacia la Santísima Virgen, pero la reverencia y el esplendor me los hacia bajar, pero ello no impedía la evidencia de la aparición. Fijé en ella sus dos manos y ví la expresión del perdón y de la misericordia.
A la presencia de la Santísima Virgen, y aún cuando Ella no me dijo palabra, comprendí el horror del estado en el cual me encontraba. La deformidad del pecado, la belleza de la Religión Católica, en una palabra: comprendí todo.
Oh, maravillosa eficacia de la presencia de Maria !.
Cuando el Barón Bussière salió de la sacristía, encontró aquel que había dejado judío, de rodillas, frente a la capilla privilegiada, los brazos cruzados sobre la balaustrada, la cabeza profundamente agachada y en lágrimas.
Lo sacudió muchas veces, finalmente como si fuese llamado a la vida…El Barón de pasmó, toma el brazo del Ratisbonne para conducirlo a la carroza convencido que alguna señal excepcional tenía que haber tenido.
“Donde quiere ir?”
“Lléveme donde quiera. Después de aquello que he visto, yo obedezco”
Se dirigieron inmediatamente al hotel Serny. Llegados a éste, Alfonso entró en su cuarto, dando un llanto incesante mientras con voz interrumpida por continuos sollozos decía: “Cuánto soy feliz..cuánta plenitud de gracias y de bondad para mi! Come es bueno Dios!…y como son infelices aquellos que no lo conocen…!!”
“Condúzcame con un confesor”! Toma después, con reverencia la Medalla Milagrosa y cubriendo de besos y de lagrimas la imagen de laVirgen radiante de gracias dijo: !”Cuándo podré recibir el bautismo, sin el cual no puedo más vivir”…”…porque aquello que he visto, no puedo decirlo más que de rodillas”.
Extraido del libro: “La Meraviglia Romana dell´Immacolata”