Texto para meditar: VIII Domingo después de Pentecostés

Del libro de San Agustín, Obispo, «La Ciudad de Dios».


Libro 17, cap. 8, cerca de la mitad.


Hubo en Salomón cierta imagen de las cosas futuras por haber edificado el Templo, fomentado la paz presagiada por su nombre (Salomón, en latín: pacificus), y haber sido en los comienzos de su reinado, singularmente digno de elogio. Prefiguró (aunque no se identificara con Él) al mismo Jesucristo. Muchas cosas que a él se refieren, parece que fueron escritas para anunciar al Salvador; como vemos a veces en la Sagrada Escritura, que profetiza, aun por medio de hechos ya realizados, y traza con ellos la imagen de los venideros.

Efectivamente, además de los libros de la historia sagrada que describen su reinado, hay el salmo setenta y uno, cuyo título lleva su nombre, y en el que se hallan bastantes cosas que no pueden convenirle en nada, pero convienen a Jesucristo del modo más sorprendente; de tal suerte que es fácil reconocer en aquél el boceto de una simple representación, y en éste la presencia de la misma realidad.

Sabido es cuán estrechos eran los límites del reino de Salomón, y ello no obstante, leemos en este salmo: “Y dominará de un mar a otro, y desde un río hasta el extremo del orbe de la tierra”, que es lo que vemos realizado en Jesucristo, ya que su dominación tuvo, como punto de partida, las orillas del río, en el que, después de ser bautizado, empezó a ser reconocido, al señalarlo San Juan, por unos discípulos que, no contentos con llamarle Maestro, le llamaban también Señor.