La Gloria. Parte primera.

Gloria.—

Gloria, dice el Catecismo, es un estado perfectísimo y eterno, en el cual se hallan todos los bienes sin mezcla ninguna de mal. Es un estado, no un paso como la vida; es la patria, no un destierro como el mundo; es un termino, no un camino como nuestro estado. Es perfectísimo, porque en el el hombre adquiere toda la perfección que compete a la naturaleza humana y se libra de todo defecto. Eterno, porque no tiene fin. Con todos los bienes naturales y sobrenaturales que puede tener el hombre. Y sin ningún mal. Es la felicidad completa y la bienaventuranza cumplida. Obtenida la gloria, ya no le falta nada al hombre. Ella es el gran premio concedido a los hombres por sus buenas obras y el cumplimiento de sus deberes. Llamase Vida eterna, Reino de los cielos, Reino de Jesucristo, Jerusalén celeste, Bienaventuranza, Cielo, Gloria. Vamos a exponer brevemente este novísimo, que constituye nuestra verdadera y eterna vida, para la cual esta es la preparación únicamente.

Felicidad de la gloria.—

En realidad, se puede decir que allí la felicidad será abundantísima: por de pronto, toda la que compete a la naturaleza humana. La satisfacción ordinaria y pura, sin inconveniente ni mezcla de mal, de todos los apetitos y deseos humanos de la naturaleza humana perfeccionada. Será abundantísima, porque si aquí en este mundo, que es de prueba, Dios ha puesto tantas delicias, que si uno pudiese gozar de todas seria muy feliz, .que habrá hecho en el cielo, donde se propone no probar, sino premiar, y donde tiene, no a malos y buenos, sino a los buenos, a sus amados únicamente? Mas, siendo Dios tan generoso, tan fecundo, tan sabio, tan poderoso. Todo cuanto hace Dios con su providencia y amor en esta vida, es para que nosotros lleguemos a aquella bienaventuranza: su encarnación y vida y muerte, la redención, la Iglesia y cuanto hay en ella es para que lleguemos a la gloria. El contrapeso y satisfacción de las desigualdades de acá entre los buenos y malos, es la gloria. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni en el corazón humano cabe lo que Dios ha preparado para 1os que le aman” (l Cor., 2, ti). Así decía San Pablo, después de, una visión. ¿Quieres saber lo que vale la gloria? Vale la sangre de Dios hombre, de Jesucristo. 1a gloria es la felicidad, toda la felicidad.

La gloria es sobrenatural.-

Como ya hemos dicho al hablar del fin del hombre, el hombre fue elevado desde el principio al estado sobrenatural, y aunque cayó de el por el pecado de Adán, mas al punto fue reparado por la entonces futura y ahora ya realizada redención de Jesucristo. Ahora tendremos otra bienaventuranza sobrenatural, incomparablemente superior a aquella, tan soberana y alta, que: 1.°, no puede haber criatura ninguna a la cual, si no en por la gracia de Dios, corresponda; 2.°, fue menester la redención del Hijo de Dios para merecerla; 3.°, será menester que Dios nos conceda fuerza y como facultades superiores y sobrenaturales para poderla gozar.

Bienes en la gloria. –

Dos clases de bienes podemos considerar en la gloria: los esenciales y los accidentales. Los primeros son aquellos en que consiste esencialmente la felicidad, con los cuales habría bastante, aunque faltase todo lo demos. Los accidentales son como el complemento de esta felicidad esencial.

La felicidad Esencial.—

Consistirán los bienes esenciales en la visión beatifica de Dios y el amor de Dios que de esta visión resulte la vision beatifica de la gloria no será un conocimiento oscuro de Dios, mediante algunas imágenes, o por los efectos y obras de Dios, o por sus criaturas, sino que será la visión Intuitiva y clarísima, inmediata de Dios mismo cara a cara, viéndole a El mismo en si mismo como es en si, con suma unión e intimidad. Para esta visión nos dará Dios el Ion excelente de luz de la gloria, que elevara nuestra facultad hasta poder ver a Dios de este modo. De esa visión resultara un conocimiento clarísimo de la estupenda, arrebatadora y siempre nueva hermosura de Dios, y una como posesión de nosotros por Dios, y de Dios por nosotros, y un amor sumo, plenísimo, dulcísimo, de Dios, y una como identificación de nosotros con Dios, con una fruición inefable del bien infinito. Esto, que apenas comprendemos con la inteligencia, y que casi no barruntamos con la imaginación, es la felicidad esencial.

Carísimos, dice San Juan en su primera carta (3, 2), ahora somos hijos de Dios; “mas aun no ha aparecido lo que seremos. Mas sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le varemos como es.” Y San Pablo (1 Cor, 13, 12) dice: “Ahora le vemos por espejo y en enigma; mas entonces le veremos cara a cara; ahora le conozco algo; entonces le conoceré como El me conoce a Mi”.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J.