Sermón de Navidad

Sermón de San León, Papa.


Sermón 1 de la Natividad del Señor.


Nuestro Salvador, carísimos, hoy ha nacido: alegrémonos. No es en verdad justo que nos entristezcamos en el día en que nace la vida, la cual dando fin a todo temor de muerte, nos alegra con la promesa de la eternidad. Esta alegría es para todos, y ninguno se debe creer excluido de ella. Una misma es la causa de la común alegría. Y es que siendo nuestro Señor el que ha venido para destruir el pecado y la muerte, así como a ninguno halló libre de culpa, así ha venido para librarnos a todos. Por lo mismo, gócese el santo porque se acerca a la corona; alégrese el pecador, porque se le invita al perdón; anímese el gentil, porque es llamado a la vida. Ya que el Hijo de Dios, llegada la plenitud de los tiempos ordenados por los inescrutables designios del divino consejo, tomó la naturaleza humana para reconciliarla con su autor, a fin de que el diablo, inventor de la muerte, fuera vencido por la misma que él había dominado.

En esta lucha, emprendida por nosotros, se peleó de una manera verdaderamente maravillosa, ya que el Señor omnipotente combatió con el crudelísimo enemigo, no en su majestad, sino en nuestra humildad, oponiéndole la misma forma y la misma naturaleza: la de nuestra mortalidad, pero libre de todo pecado. Muy lejos estuvo de este natalicio, lo que leemos de todos los demás: “Nadie está limpio de mancha, ni el infante de un solo día”. Nada contrajo en esta singular natividad de la concupiscencia de la carne, en nada participó de la ley del pecado. Una Virgen es elegida de la real estirpe de David, y habiendo de concebir en su seno sagrado antes concibió a su prole divina y humana con la mente que con el cuerpo. Y para que no se atemorizara ignorando el designio divino, en el coloquio angélico se le comunicó lo que en ella había de realizar el Espíritu Santo, y de esta suerte creyó que no sería en detrimento de su virginidad la dignidad de Madre de Dios a que estaba destinada.

Por tanto, carísimos hermanos, demos gracias a Dios Padre mediante su Hijo, en el Espíritu Santo; el cual por su excesiva caridad con la que nos amó, se compadeció de nosotros, y estando muertos por los pecados, nos dio la vida con Cristo, a fin de que en Él tuviéramos una nueva vida y un nuevo ser. Depongamos, por lo mismo, nuestro hombre viejo con sus actos, y habiendo sido constituidos participantes de la Natividad de Cristo, renunciemos a las obras de la carne. Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, y constituido participante de la naturaleza divina, no quieras rebajarte volviendo a la antigua degeneración. Acuérdate de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. Ten presente que libre del poder de las tinieblas, has sido trasladado al reino y resplandor de Dios.

Breviario Romano