El combate espiritual. Parte tercera.

UN PECADOR MUY DIFÍCIL DE CONVERTIR.

La experiencia de cada día enseña que con más facilidad se convierte un pecador manifiesto, que otro que se oculta y se cubre con el manto de muchas obras externas de virtud. Porque a estas almas las deslumbra y las ciega de tal manera su orgullo que es necesaria una gracia extraordinaria del cielo para convertirlas y sacarlas de su engaño. Están siempre en un dañoso peligro de permanecer en su estado de tibieza y de postración espiritual porque tienen oscurecidos los ojos de su espíritu con un enorme amor propio y un deseo insaciable de que la gente les estime y les aprecie, al hacer sus obras exteriores, que de por sí son buenas, buscan es satisfacer su vanidad y se atribuyen muchos grados de perfección, en su presunción y orgullo, viven censurando y condenando a los demás.

No consiste la perfección, pues en dedicarse a muchas obras exteriores. Pues como dice san Pablo: «Aunque yo haga las obras más maravillosas del mundo, si no tengo amor a Dios y al prójimo, nada soy» (1Co 13).

¿CUÁL ES LA BASE, ENTONCES, PARA OBTENER LA PERFECCIÓN?

La base de la perfección y santidad consiste en cinco cosas:

1ª.- En conocer y meditar la grandeza y bondad infinita de Dios, nuestra debilidad e inclinación tan fuerte hacía el mal. Es la gracia que durante noches enteras pedía san Francisco de Asís en su oración, hasta que logró conseguirla: «Señor: conózcate a TI; conózcame a mí».

2ª.- Aceptar ser humillados, y sujetar nuestra voluntad no sólo a la Divina Majestad, sino a las persona que Dios ha puesto para que nos dirijan, aconsejen y gobiernen.

3ª.- En hacerlo y sufrirlo todo únicamente por amor a Dios y por la salvación de las almas; por conseguir la gloria de Dios y lograr agradarle siempre a Él. Así cumplimos el primer mandamiento que dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, y sobre todas las cosas».

4ª.- Cumplir lo que exige Jesús: Negarse a sí mismo, aceptar la cruz de sufrimientos que Dios permite que nos lleguen, seguir a Jesús imitando sus ejemplos; aceptar su yugo que es suave y ligero, y aprender de Él que es manso y humilde de corazón (cf. Mt 11, 22).

5ª.- Obedecer lo que conseja san Pablo: imitar el ejemplo de Jesús que no aprovechó su dignidad de Dios, sino que se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Flp 2).

CUOTA INICIAL GRANDE PARA UNA ADQUISICIÓN INMENSA

Alguien dirá: «Es que son demasiadas condiciones las que se piden». La razón es esta: lo que se va a obtener no es una perfección cualquiera, o de segunda clase sino la verdadera santidad. Por eso, porque lo que se aspira conseguir es de inmenso valor, las cuotas que se exigen son también altas. Pero no son imposibles.

Aquí hay que repetir lo que decía Moisés en el Deuteronomio: «Los mandatos que se dan no están por encima de tus fuerzas, ni son algo extraño que tú puedas no practicar» (Dt 30).

COMBATE DURO, PERO PREMIO GRANDE

Estamos escribiendo para quienes no se contentan con llevar una vida mediocre, sino que aspiran a obtener la perfección espiritual y la santidad. Para esto es necesario combatir continuamente contra las inclinaciones malas que cada cual siente hacia el vicio y el pecado; dominar y mortificar los sentidos, tratar de arrancar de nuestra vida las malas costumbres que hemos adquirido, lo cual no es posible sin una dedicación infatigable y continua a la tarea de conseguir la perfección y la santidad, tener siempre un ánimo pronto, entusiasta y valiente para no dejar de luchar por tratar de ser mejores. Pero el premio que nos espera es muy grande, san Pablo dice: «Me espera una corona de gloria que me dará el Divino Juez, y no sólo a mí sino a todos los que hayan esperado con amor su manifestación» (cf. 2Tm 4, 8). «Pero nadie recibirá la corona sino ha combatido según el reglamento» (2Tm 2, 5).

El combate espiritual del Padre Scupoli