Parece que la Iglesia ha querido aprovecharse de la reprensión que Jesucristo daba á sus apóstoles, cuando habiéndoles declarado que había llegado el tiempo en que era necesario que les dejase para volverá su Padre, en lugar de regocijarse de su triunfo y de la gloria de que iba á tomar posesión en el cielo, se habían abandonado a la tristeza más amarga. La Iglesia, entrando en el sentido del Hijo de Dios como gobernada por su espíritu, parece que redobla su alegría é inspira á sus hijos los sentimientos de un gozo cada vez más sensible, a medida que se acerca más al día de la ascensión gloriosa del Salvador.
Publicad las voces de la alegría, las cuales deben resonar por todas partes; publicadlas hasta los extremos de la tierra. El Señor ha librado á su pueblo, le ha sacado de la cautividad, le ha vuelto a su dulce patria; tribútense por siempre alabanzas, gloria, bendición y acciones. de gracias á aquel por quien hemos recobrado, por fin, la libertad y que nos ha abierto la celestial Jerusalén. Pueblos de toda la tierra, testificad vuestra alegría al Señor; celebrad su nombre con vuestros himnos; dadle la gloria que le es debida y no ceséis de alabarle. Por este desahogo de alegría y con este cántico de gozo comienza hoy la Iglesia la Misa. Este introito está tomado de Isaías. Describiendo este Profeta el misterio de nuestra redención, en la narración que hace de la libertad del pueblo judío de la cautividad de Babilonia, la cual era la figura, que convida a todas las naciones del mundo á que se derramen en regocijo, y que por todas partes se oigan sus voces de gozo y sus cánticos de alegría (Isaías, XLVIII). Anunciad esta nueva y publicadla hasta los confines del mundo. Decid en todas partes: el Señor ha rescatado á Jacob, su siervo. A esta predicción de Isaías es á la que alude la Iglesia en las palabras del introito. Más espiritual que lo eran entonces los apóstoles (inconsolables por la pérdida que iban á hacer de la presencia corporal del Salvador) en la víspera de celebrar su gloriosa ascensión al cielo, exhorta á sus hijos á que se regocijen por una separación corporal que debía serles tan ventajosa, puesto que debía perfeccionar su fe y abrirles la entrada de la patria celestial. Porque, como dice el gran pontífice San León, la ascensión, triunfante de Jesucristo es una prenda segura de la nuestra.
Tomando la cabeza posesión de su gloria, asegura él derecho y la esperanza que a ella tiene todo el cuerpo. ¿No es justo que ostentemos nuestra alegría con acciones continuas de gracias? Llámase este domingo el domingo de las rogaciones, porque los tres días que siguen están consagrados para dirigir súplicas solemnes al Señor, las cuales se llaman también letanías mayores; y también porque el Evangelio de este día es una invitación ejecutiva que nos hace el Señor á que le expongamos todas nuestras necesidades y le pidamos con confianza. Como el día de mañana está singularmente dedicado á la fiesta de las rogaciones, se traslada á él su historia.
La Epístola de la Misa de esté día está tomada de la católica de Santiago, la cual fue también el asunto de la Epístola del domingo precedente. Después de haber exhortado el santo Apóstol a los fieles a que se instruyan con cuidado en las verdades de nuestra religión, les declara aquí que no basta escuchar y aprender todas las verdades del Evangelio si no se ponen en práctica. Poned en practica, hermanos míos, les dice., la palabra, y no la escuchéis solamente, engañándoos a vosotros mismos.
Hacían entonces mucho ruido entre los fieles las Epístolas de San Pablo. Muchos habían creído que las buenas obras no eran necesarias para la salud y que bastaba la fe sin las buenas obras. De suerte que tomando mal el pensamiento de san Pablo abusaban de su doctrina. Entre los judíos convertidos, los unos estaban escandalizados de una doctrina semejante y miraban a San Pablo como enemigo de la ley, sin hacerse cargo de que el santo Apóstol no hablaba más que de las ceremonias legales de la antigua ley y de ningún 1nodo de la observancia de la ley evangélica; otros, arrastrados del mismo error, miraban la nueva ley como inútil, y se figuraban que para salvarse bastaba tener fe. Para curar Santiago aquellos espíritus, explica á los fieles los verdaderos sentimientos del apóstol San Pablo, y demuestra aquí que la fe sin las buenas obras es inútil, conforme á lo que escribe San Pablo a los romanos: No ya aquellos que oyen la ley son justos delante de Dios; sólo serán justificados los que practiquen la ley (Rom. II); esto es, lo que practiquen la ley, sean judíos, sean gentiles, ya que hayan recibido la ley de Moisés, ya que no la hayan recibido, serán justificados, no por las obras solas, sino por sus obras hechas por la fe, y con la gracia que Dios les hubiere otorgado. (Galat., III.) La fe que obra por la caridad, porque sin esta caridad viva y activa todo lo demás de nada sirve, como se explica el mismo Apóstol (l. Cor. XIII.)
Porque si alguno oye la palabra sin ponerla en práctica, se le comparará á uno que ve su rostro natural en un espejo, y que luego que se ha visto se retira y se olvida de su figura. El Evangelio, dice San Bernardo, es un espejo fiel, á nadie engaña, cada uno se ve en él tal como es; por más que uno quiera ocultar; sus defectos, la divina palabra nos los demuestra: secreta vanidad, amor propio sutil, pasión disimulada, exterior engañoso, todo disfraz aparece en este espejo, la menor arruga se descubre, en nada se engaña. Pero ¿de qué sirve mirar al espejo si no se hace más que como de paso, y un momento después de haberse visto se olvida uno de las manchas que tiene en el rostro? Sin embargo, ¿queremos ser dichosos? tengamos sin cesar delante de los ojos la ley del Evangelio, que nos libra de la servidumbre de las ceremonias legales y nos hace hijos de Dios. No, ella no nos ocultará ningún defecto, ella nos descubrirá lo que nuestro amor propio nos oculta. No la miremos como de paso, antes si escuchémosla con el designio de practicar lo que ella nos. dice y de quitar los defectos que ella nos descubre: este es el medio de asegurar nuestra salud. En esta comparación de que se sirve, el Apóstol, el espejo es la palabra de Dios, que nos representa lo que somos y lo que debemos ser: el rostro del hombre es el estado interior de su conciencia: los lunares del rostro son los pecados de que está manchada la pureza del alma: mirarse en el espejo es oír la palabra de Dios y notar en ella la diferencia de lo que somos y de lo que deben1os ser según el Evangelio: olvidar el estado en que uno se ha visto, y poner en olvido, las verdades que se nos han predicado: en fin, no lavarse es descuidar el- corregirse y borrar con las lagrimas de la penitencia la inmundicia de nuestros pecados.
También advierte Santiago a los fieles que si alguno piensa que tiene religión, no refrenando su lengua, sino engañándose a si mismo, su religión en este caso es una religión frívola. Los judíos convertidos a la fe, a quienes está escrita esta carta, estaban todavía tan encaprichados en la observancia de sus ceremonias legales, que no cesaban de prorrumpir en quejas, y aun algunas veces en injurias contra los que no las observaban. Desplegaban sus celos y su pasión en agrias invectivas, y todo bajo del pretexto de celo por la religión, y esto fue lo que obligó al Apóstol a decirles que su pretendido celo era una ilusión; que la verdadera piedad consiste en pensar, siempre bien de su prójimo y no juzgar nunca ni hablar mal de nadie; y que el verdadero celo es inseparable, de la circunspección, de la modestia: y de la caridad. Por fin, concluye con una lección que encierra otras muchas mas: la religión pura y: sin mancha delante de Dios, les dice, la sólida piedad, el celo verdaderamente cristiano, no consiste en disputas ni en vanas especulaciones, sino en la practica constante de una ardiente caridad, visitar los huérfanos y las pobres viudas en sus aflicciones, ejercitarse continuamente en las obras de misericordia, y preservarse de la inmundicia de este inundo corrompido en que vivimos: he aquí lo que prueba visiblemente que somos cristianos, esto es lo que honra la religión que profesamos y lo que constituye una prueba de ella.
El Evangelio de la Misa de este día es una parte de aquel admirable discurso que hizo Jesucristo a sus discípulos después de la cena la víspera de su muerte, en el que este divino Salvador, después de haberles dicho que iba á dejarles para acabar la grande obra de su salvación con el sacrificio de su vida; les predice que su ausencia no serla larga, porque dentro de tres días le volverían a ver en un estado muy diferente del en que le habían visto. Que por lo que miraba a ellos se verían en verdad en la desolación y en la tristeza; pero que la tristeza se convertiría en una alegría que nadie sería capaz de quitarles. Esto bastará, les decía, para enjugar todas vuestras lágrimas, para calmar todas vuestras inquietudes, y para indemnizaros con muchas ventajas de todo lo que hubiereis padecido por mi amor. Entonces más que nunca comenzareis a gozar del favor de mi Padre. El Espíritu Santo os colmará de sus dones y os instruirá tan perfectan1ente. en todas las cosas, que no tendréis ya necesidad de tenerle visiblemente cerca de vosotros para consultarme en vuestras dudas. Por lo que hace a mi Padre, él os amará, porque vosotros lo amáis, y os aseguro en verdad que no os negará nada de lo que le pidiereis en mi nombre y por mis méritos. Ved aquí, os enseño un nuevo modo de orar muy fácil y muy eficaz, el cual no se hará común hasta que mi reino se hubiere establecido en el cielo, en donde yo seré vuestro mediador, siempre pronto a apoyar vuestras peticiones. Mi Padre no podrá negarme nada, ni tampoco a vosotros siempre que lo pidiereis en mi nombre. Hasta aquí nada habéis pedido en mi nombre. Pedir en nombre del Salvador, dice San Gregorio, es pedir lo que es verdaderamente útil para la salvación. Los apóstoles habían pedido al Salvador muchas cosas: San Juan y Santiago le habían pedido los dos primeros puestos en su reino; San Pedro le había pedido la curación de su suegra; pocos de sus apóstoles habían dejado de pedirle algún favor, o para si mismos, o para sus amigos; pero el Hijo de Dios cuenta por nada todo lo que no se dirige a la salvación o a la perfección. ¡Bienes temporales, vanos honores, salud corporal, vosotros no sois objetos dignos de la atención de Dios! ¿A cuántos cristianos podría hacerse el día de hoy la misma reconvención que Jesucristo hizo a sus discípulos? ¿Cuántos no han pedido aún nada en nombre del Salvador? Pedid y recibiréis; la promesa que os hago, dice el Salvador, debe inspirar á vuestra alma un gozo lleno y perfecto. En efecto, ¿qué cosa de más consuelo que el estar seguros de que todas vuestras peticiones serán eficaces? Vosotros poseéis el secreto para ser siempre oídos. Pedid en mi nombre; vuestra oración será siempre oída. ¿Qué es, pues, lo que podrá turbar jamás vuestra alegría, si estáis seguros de obtener infaliblemente todo lo que pidiereis? Hasta aquí, continúa el Salvador, os he hablado en parábolas, esto es, de una manera figurada y enigmática, porque no erais todavía capaces de comprender los grandes misterios de la religión.
Esta es la última conversación que tendré con vosotros antes de mi muerte. Os he hablado en términos figurados y oscuros, me he servido de ciertas parábolas cuyo sentido no habéis podido penetrar. De aquí adelante me explicaré con vosotros sin figuras; os hablaré claramente de mi Padre después de mi resurrección; os descubriré sin enigmas y sin parábolas el misterio inefable de la Trinidad, el de mi Encarnación, el de mi pasión, el de mi muerte, todo lo que concierne á la economía de la salvación y al establecimiento de mi Iglesia, y vosotros comprenderéis todo lo que yo os diré, en virtud de la inteligencia que os dará el Espíritu Santo. Entonces vosotros mismos tendréis un acceso inmediato a este Padre infinitamente bueno e infinitamente liberal; no tendréis que pedirle en mi nombre para ser oídos. No tengo necesidad de deciros que yo rogaré a mi Padre por vosotros y que uniré mis ruegos a los vuestros; vosotros debéis estar seguros que os amo mucho para que jamás os olvide; pero aún cuando yo no concurriese para que obtengáis lo que pidiereis, basta que me hayáis amado y que hayáis creído en mi para obligar a mi Padre a que os acuerde el efecto de vuestras peticiones. ¡Oh y cuanta verdad es que no hay verdadera, probidad, verdadera sabiduría ni verdadera justicia, sino la que está fundada en el conocimiento y en el amor de Jesucristo! El Padre no ama sino a los que conocen y aman a su Hijo; a nadie oye sino en virtud de los méritos de su Hijo. Vana sabiduría, probidad simulada, fantasma de hombre de bien cuando el conocimiento y el amor de Jesucristo no son el alma de esta pretendida sabiduría, de esta aparente probidad; ninguno es hombre de bien si no es verdaderamente cristiano.
Viendo el Salvador a sus apóstoles movidos y penetrados de las verdades que acaba de enseñarles, les hizo en dos palabras un compendio, por decirlo así, de los más grandes misterios de nuestra religión. Yo he salido de mi Padre, les dice, y he venido al mundo; así también dejo el mundo y me vuelvo a mi Padre. Estas pocas palabras encierran los principales artículos de nuestra fe en orden a la persona del Hijo de Dios. Su generación eterna: Yo he salido de mi Padre; su encarnación, he venido al mundo; su resurrección y su gloriosa ascensión, me vuelvo a mi Padre. He aquí en pocas palabras toda la economía de la redención del género humano y el compendio de nuestra creencia. No habiendo comprendido los apóstoles el sentido de las palabras de Jesucristo: Dentro de poco tiempo no me veréis ya, y poco tiempo después me volveréis a ver, porque me voy á mi Padre, querían preguntárselo; pero conociendo el Salvador su pensamiento había prevenido su deseo y se había explicado mas claramente. Esto fue lo que obligó a los apóstoles a decir: Ahora estamos convencidos de que sabes todas las cosas y no tienes necesidad de que nadie te pregunte para aclararle sus dudas, porque tú las sabes aún antes que se te propongan; tu descubres lo más secreto del corazón, y esto es lo que nos hace creer que has salido de Dios. Sólo Dios es el que puede penetrar el fondo del corazón y descubrir los mas secretos pensamientos; así es que nada nos confirma mas en la fe en que estamos de que tú eres el verdadero Mesías y verdadero Hijo de Dios.
Croisset, Año Cristiano.