XII Domingo después de Pentecostés

II CLASE

TEXTOS DE LA SANTA MISA

Introito. Salm. 69.2-4.-

Oh Dios!, ven en mi socorro; Señor, corre a ayudarme. Confusos y avergonzados queden mis enemigos, los que me persiguen a muerte. Salmo. Arrédrense y sean confundidos los que meditan males contra mí.  V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Colecta.- Omnipotente y misericordioso Dios, que concedes a tus fieles poder servirte digna y laudablemente; haz, te suplicamos, que corramos sin tropiezo a la consecución de tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Epístola. 2 Cor. 3.4-9.-

Hermanos: Tal es la confianza que tenemos en Dios por Cristo; no que podamos pensar algo bueno como propio nuestro, sino que nuestra suficiencia nos viene de Dios. Él nos ha hecho idóneos ministros de una nueva alianza; no de la letra, sino del espíritu, porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. Pues si el ministerio de muerte, grabado con letras sobre piedras, fue tan glorioso que no podían los hijos de Israel fijar la vista en el rostro de Moisés, por la gloria pasajera de su cara, ¿cómo no había de tenerla mayor el ministerio del Espíritu? Si el ministerio de la condenación era glorioso, mucho más glorioso será el ministerio de la justicia.

Gradual. Salm.33.2-3.-

Alabaré al Señor en todo tiempo; no cesarán mis labios de alabarle. V/ En el Señor se gloriará mi alma; lo oirán los humildes y se alegrarán.

Aleluya. Salm. 87.2.-  Aleluya, aleluya. V/. Señor, Dios de mi salvación: día y noche clamo en tu presencia. Aleluya.

Evangelio. Luc. 10-23-37.-

En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que  vosotros veis y no lo vieron, oír lo que vosotros oís y no lo oyeron. Levantóse en esto un doctor de la Ley y le dijo por tentarle: Maestro, ¿qué haré para poseer la vida eterna? y él le contestó:¿Qué es lo que se halla es­crito en la Ley? ¿Qué lees en ella? Respondió él: Amarás al Señor, tu Dios, con .todo tu corazón, y toda tu alma, con todas tus fuerzas; y todo tu entendimiento; y tu prójimo como a ti mismo. Bien has respondido, dijole Jesús: haz eso, y vivirás. Mas él, queriendo jus­tificarse, preguntó de nuevo: y ¿quién es mi prójimo? Entonces Jesús, tomando la palabra- dijo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jeri­có y cayó en manos de unos ladrones, los cuales le despojaron y, después de herirle, se fueron, dejándole medio muerto. Llegó a pasar por el mismo camino un sacerdote; y, aunque le vio, pasó de largo. Asimismo, un levita, y llegando cerca de aquel lugar, le vio, y pasó también de largo. Mas llegó igualmente un viajero sama­ritano, y al verle, movióse a compasión. Y acercándose, le vendó las heridas, y echó en ellas aceite y vino; y montándole en su jumento, lo llevó a una venta y le cuidó. Y al día siguiente sacó dos denarios, y dióselos al posadero diciéndole: Cuídamelo, y cuanto gastares de más, te lo abonaré cuando vuelva. ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Respondió el doctor: El que usó con él de misericordia. Dijole Jesús: Pues vete y haz tú otro tanto.

Ofertorio. Ex. 32.11,13,14.-

Oró Moisés al Señor, su Dios, y dijo: ¿Por qué, Señor, te irritas contra tu pue­blo? Apláquese tu ira; acuér­date de Abraham, de Isaac y de Jacob, a los que juraste da­rías tierra que fluyera leche y miel, y se aplacó el Señor, y no ejecutó el castigo con que había amenazado a su pueblo.

Secreta.-

Te rogamos, Señor, mires propicio los presentes que ofrecemos en los sagrados altares, para que, consiguiéndonos el perdón, rindan honor a tu santo nombre. Por nuestro Señor.

Prefacio de la Santísima Trinidad.- 

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino -en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la pro­piedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz.

Comunión. Salm. 103.13.14.-

Del fruto de tus obras, Señor, se sacia la tierra. Tú haces producir a la tierra el pan, el vino que alegra e] corazón del hombre, el aceite que ilumina los rostros. y el pan que fortalece el corazón del hombre.

Poscomunión.-

Te suplicamos, Señor, nos dé una nueva vida la participación de este santo misterio, y nos sirva de expia­ción al propio tiempo que de fortaleza. Por nuestro Se­ñor Jesucristo.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

Dominica Duodecima post Pentecosten

II Classis

Introitus: Ps. lxix: 2-3

Deus in adjutórium meum inténde: Dómine ad adjuvándum me festína: confundántur et revereántur inimíci me, qui quærunt ánimam meam. [Ps. ibid., 4] Avertántur retrórsum et erubéscant : qui cógitant mihi mala. Glória Patri. Deus in adjutórium meum.

Collect:

Omnípotens et miséricors Deus, de cujus múnere venit, ut tibi a fidélibus tuis digne et laudabíliter serviátur: tríbue, quǽsumus, nobis; ut ad promissiónes tuas sine offensióne currámus. Per Dóminum.

2 ad Cor. iii: 4-9

Lectio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Corínthios.

Fratres: Fidúciam autem talem habémus per Christum ad Deum: non quod sufficiéntes simus cogitáre áliquid a nobis, quasi ex nobis: sed sufficiéntia nostra ex Deo est: qui et idóneos nos fecit minístros novi testaménti: non líttera sed Spíritu: líttera enim occídit Spíritus autem vivíficat. Quod si ministrátio mortis, lítteris deformáta in lapídibus, fuit in glória; ita ut non possent intendére fílii Israël in fáciem Móysi, propter glóriam vultus eius quæ evacuátur: quomodo non magis ministrátio Spíritus erit in glória? Nam si ministrátio damnatiónis glória est: multo magis abundat ministérium justítiæ in glória.

Graduale Ps. xxxiii: 2-3

Benedícam Dóminum in omni témpore: semper laus ejus in ore meo. v. In Dómino laudábitur ánima mea: áudiant mansuéti, et læténtur.

Allelúja, allelúja. [Ps. lxxxvii: 2] Dómine Deus, salútis meæ, in die clamávi et nocte coram te. Allelúja.

Luc. x: 23-37

Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam.

In illo témpore: Dixit Jesus discípulos suis: «Beáti oculi qui vident quæ vidétis. Dico enim vobis, quod multi prophétæ et reges voluérunt vidére quæ vos vidétis, et non vidérunt: et audíre quæ audítis, et non audiérunt.» Et ecce quidam legisperétus surréxit, temptans illum, et dicens: «Magíster quid faciéndo vitam ætérnam possidébo?» At ille dixit ad eum: «In lege, quid scriptum est? quómodo legis?» Ille respóndens, dixit: «Díliges Dóminum Deum tuum ex toto corde tuo, et ex tota anima tua, et ex ómnibus víribus tuis, et ex omni mente tua: et próximum tuum sicut te ipsum.» Dixítque illi: «Recte respondísti: hoc fac et vives.» Ille autem volens justificáre seípsum, díxit ad Jesum: «Et quis est meus próximus?» Suscípiens autem Jesus, dixit: «Homo quidam descendébat ab Jerúsalem in Jéricho, et íncidit in latrónes, qui étiam despoliavérunt eum: et plagis impósitis abiérunt, semívivo relícto. Accídit autem, ut sacérdos quidam descendéret eadem via, et viso illo præterívit. Simíliter et levíta, cum esset secus locum, et vidéret eum pertránsiit. Samaritánus autem quidam iter fáciens, venit secus eum: et videns eum, misericórdia motus est. Et apprópians, alligávit vúlnera eius, infúndens óleum et vinum: et inpónens illum in juméntum suum, duxit in stábulum, et curam eius egit. Et áltera die prótulit duos denários, et dedit stabulário, et ait: ‘Curam illius habe: et quodcúmque supererogáveris, ego cum redíero, reddam tibi.’ Quis horum trium vidétur tibi próximus fuísse illi, qui íncidit in latrónes?» At ille dixit: «Qui fecit misericórdiam in illum.» Et ait illi Jesus: «Vade, et tu fac simíliter.»

Offertorium: Ps. xxiv: 1-3.

Præcátus est Móyses in conspéctu Dómini Dei sui, et dixit: «Quare, Dómine, irásceris in populo tuo? Parce iræ ánimæ tuæ: moménto Abraham, Isaac, et Jacob, quibus jurásti dare terram fluéntem lac et mel.» Et placátus factus est Dóminus de malignitáte, quam dixit fácere populo suo.

Secreta:

Hóstias, quǽsumus, Dómine, propítius inténde, quas sacras altáribus exhibémus: ut nobis indulgéntiam largiéndo, tuo nómine dent honórem. Per Dóminum.

Communio: Ps. ciii: 13 et 14-15

De fructu óperum tuorum, Dómine, satiábitur terra: ut edúcas panem de terra, et vinum lætíficet cor hóminis: ut exhílaret fáciem in óleo, et panis cor hóminis confírmet.

Postcommunio:

Vivíficet nos, quǽsumus, Dómine, hujus participátio sancta mystérii: et páriter nobis expiatiónem tríbuat, et munímen. Per Dóminum.

HOMILIA DE DOM GUERANGUER AÑO LITURGICO. XII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES.

EL MINISTERIO NUEVO ESTÁ SOBRE EL ANTIGUO. —

Cuando San Pablo hizo la apología del ministerio cristiano, sus enemigos le acusaron en seguida de haber hecho orgullosamente su propia apología. El se defiende. No reivindica para sí otro mérito sino el de haber sido el dócil instrumento de Dios. Esto es lo que deberán ser siempre los predicadores y misioneros del Evangelio. Saben bien que el éxito de su apostolado depende de la humilde obediencia con que dejen a Dios obrar en ellos y por ellos. No van en busca de su propia gloria, sino de la de Dios.

El haber sido proclamada de este modo su humildad, no obsta absolutamente nada para que el ministerio con que Dios ha investido a los Apóstoles, sea tenido por ellos a grandísima honra. Pues este ministerio, a pesar de lo que digan ciertos fieles de Corinto muy impresionados por las argucias de los judíos, es mayor y más glorioso que el del mismo Moisés. El, en efecto, trae la nueva ley, completamente llena del Espíritu de Cristo, de este Espíritu Santo vivificador y santificador, que procura que cada fiel se adentre en la familia de las tres Personas divinas. El mensaje de Moisés, por el contrario, aunque trajo al mundo una grandísima esperanza, no era, con todo eso, sino letra muerta.

Moisés no promulgó sino ritos materiales, prohibiciones y condenaciones que no podían abrir a nadie el cielo. Sin duda alguna, Moisés fue asimismo un fiel instrumento de Dios. Y para dar crédito a la autoridad divina de su ministerio, Dios no le dejó nunca sin un signo visible: siempre que Moisés entraba en el tabernáculo para conversar cara a cara con Dios y recibir las órdenes de la ley antigua, salía con el semblante resplandeciente de luz, de suerte que después de haber transmitido el mensaje divino, debía cubrirse con el velo para no deslumbrar al pueblo.

Mas, fundándose en este milagro, no podría tomarse ningún argumento para ensalzar el ministerio de Moisés sobre el ministerio de los Apóstoles. Pues no se pueden medir estas dos Alianzas con la misma medida: la nueva Alianza sobrepasa infinitamente a la antigua, y, si bien es cierto que la gloria del ministerio apostólico es diferente de la del ministerio mosaico, con todo eso, necesariamente es mucho mayor.

LA GLORIA DE AMBOS MINISTERIOS. –

Por lo demás, la gloria que resplandecía en la faz de Moisés, era de tal naturaleza que, lejos de probar la superioridad de su ministerio sobre el de los Apóstoles, por el contrario demostraba su irremediable inferioridad. San Pablo tiene empeño en decirlo para no dejar asidero a ninguna objeción, y esto lo hace en los versículos que siguen inmediatamente a los de la Epístola de este Domingo doce.

Ciertamente que el ministerio de Moisés estaba aureolado con una luz divina tan poderosa, que debía cubrirse con un velo para no deslumbrar los ojos del pueblo. Mas este velo, recuerda San Pablo, tiene otro significado. Moisés cubriase el rostro con él, «¡para que los hijos de Israel no viesen desaparecer este resplandor pasajero!»

Así como la misma ley que promulgaba, era pasajera, del mismo modo lo era la gloria que tenía por fin darla crédito: este era un resplandor precario, momentáneo. No era sino una figura de la gloria, verdadera, durable, sustancial y eterna de aquellos que habían de anunciar una alianza que no terminará, una ley de caridad que nunca pasará. El ministerio cristiano no goza en este mundo de un resplandor visible; pero imita y prosigue el ministerio de Cristo en las pruebas, persecuciones y humillaciones, con el fin de conseguir la salvación del mundo. ¿No es suficiente esto, aun a pesar de las apariencias, para demostrar que es sobreabundante y eternamente glorioso?

He aquí una gran lección para los fieles, los cuales no deben olvidarse de rodear de respeto y de honor a quienes Dios ha escogido para que les anuncien, en su nombre, las palabras de salvación. Con frecuencia, son poco conocidos del mundo. Mas a los ojos de la fe están rodeados de resplandor mayor aún que el del rostro mismo de Moisés.

LA CONTEMPLACIÓN. —

Se podría sacar otra lección de esta bella Epístola. Moisés es, en el caso, imagen de la oración contemplativa y de sus maravillosos efectos. El privilegio de que sólo él fue dotado en la antigua alianza, de poder conversar con Dios cara a cara y de verse inundado de su resplandor, puede obtenerlo todos los días el simple fiel en la nueva alianza. Si queremos, seremos, en efecto, «como Moisés cuando conversaba con el Señor y vivía junto a El. Todos nosotros leemos con libertad, en el espejo del Evangelio, la gloria y perfecciones del Señor. Podemos mantener por completo nuestra alma en la asidua contemplación de esta belleza. ¡Oh dulce maravilla! Presupuesto nuestro consentimiento en las renuncias previas, esa belleza sobrenatural del Señor, ya de suyo atrayente, resulta también activa; y con la asiduidad de nuestras miradas interiores, llega a invadirnos y transfigurarnos. Dícese de ciertos mármoles, que con el tiempo, fijan en sí la luz y se hacen fosforescentes bajo la acción del sol. Nuestra alma no es tan dura como el mármol; y en efecto, mientras la ley es impotente, he aquí que a fuerza de mirar al Señor, nuestra vida se une a El más estrechamente; se baña en su resplandor y sufre su acción secreta; de día en día y de escalón en escalón, se acerca cada vez más a su belleza, como llevada hacia Cristo por el soplo del Espíritu de Cristo»

El género humano, sacado de su mutismo secular y colmado al mismo tiempo con los dones divinos, canta en el Gradual el agradecimiento que de su corazón rebosa.

EL MANDAMIENTO DEL AMOR. —

«Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.» La Iglesia, en laHomilía que hoy presenta, como de costumbre, asus fieles, sobre el texto sagrado’, no extiendesu interpretación más allá de la pregunta deaquel doctor de la ley: basta con demostrar que,según su modo de pensar, la última parte delEvangelio, aunque más larga, no es sino una conclusiónpráctica de la primera, según esta expresión

del Apóstol: La fe obra por medio de la caridad. Y, efectivamente, la parábola del buenSamaritano, que por otro lado, tiene tantas aplicacionesdel más elevado simbolismo, no fue expuestapor los labios del Señor, en su sentido literal,sino para destruir perentoriamente las restriccionesque habían hecho los judíos en elgran precepto del amor.

Si toda perfección se halla condensada en el amor, si ninguna virtud produce sin él su fruto para la vida eterna, el amor mismo no es perfecto si no se extiende también al prójimo; y en este último sentido, sobre todo, dice San Pablo que el amor es el cumplimiento de la ley y que es la plenitud de toda ella. Porque la mayoría de los preceptos del Decálogo, se refieren directamente al prójimo, y la caridad debida a Dios, no es perfecta sino cuando se ama juntamente con Dios a lo que El ama, es decir, aquello que hizo a su imagen y semejanza’. De suerte que el Apóstol, no distingue, como lo hace el Evangelio, entre los dos preceptos del amor, pues osa decir: «Toda la ley está contenida en estas palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

EL PRÓJIMO. —

Pero cuanto mayor es la importancia de este amor, tanto mayor es también la necesidad de no equivocarse acerca del significado y extensión de la palabra prójimo. Los judíos no consideraban como tales sino a los de su raza, siguiendo en ello las costumbres de las naciones paganas, para quienes los extranjeros eran enemigos. Mas he aquí que interrogado por un representante de esta ley mutilada, el Verbo divino, autor de la ley, la restablece por entero.

Pone en escena a un hombre que sale de la ciudad santa, y a un Samaritano, el más despreciado de los extranjeros enemigos y el más odioso para un habitante jerosolimitano. Y, con todo eso, por la confesión del doctor que le interroga, como indudablemente de todos los que le escuchan, el prójimo, para el desdichado caído en manos de los ladrones, no lo es tanto en este caso el sacerdote o el levita de su raza, como el extranjero Samaritano, que, olvidando los resentimientos nacionales, ante su miseria, no ve en él sino a su semejante. Convenía decir que ninguna excepción podía prevalecer contra la ley suprema del amor, tanto aquí abajo como en el cielo; y que todo hombre es nuestro prójimo, a quien podemos hacer o desear el bien, y que es nuestro prójimo todo aquél que practica la misericordia, aunque sea Samaritano.