Para meditar esta Semana Santa por un Cartujo

Hija mía, no culpes a los hombres de tus sufrimientos. ¿Acaso es mala la vara cuando el padre la usa para corregir a su hijo? ¿Por qué te aíras con los hombres que me sirven como flagelo para enmendarte? No pelees ni discutas con ellos, sino ponte en guardia contra tu impaciencia, no sea que el premio que puede reportarte la paciencia lo pierdas por culpa de tus quejas. Sé paciente, bondadosa y mansa con tus semejantes; muestra un semblante sereno, de manera que ninguna perturbación, ninguna queja, ningún abatimiento o tristeza den a entender que estás sufriendo.


Si alguien te contradice o te insulta, muéstrale el rostro sereno y bondadoso, permanece en silencio y sonríele humildemente, dando testimonio del amor que todo lo acepta, de quien todo lo estima como bueno y no piensa en la venganza ni siente la ofensa. En tal situación, no digas nada; a lo sumo, dos o tres palabras, y con gran modestia. Muéstrate tan humilde y mansa que nadie tema reprenderte, despreciarte y hablarte con dureza. En toda adversidad, ante reprimendas, insultos o injurias, aprende a guardar silencio, a sufrir y a mantener la calma; así hallarás mi Gracia. Nunca la alcanzarás a no ser por medio del silencio y la aceptación confiada de las tribulaciones con que tengo a bien probarte.

Hija y esposa mía, tienes en mi vida un ejemplo de paciencia y mansedumbre. Pues no en vano dije: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt.11:29). Y, en efecto, mi vida fue modelo de paciencia, humildad y mansedumbre. Entre penas y atroces tormentos, entre burlas y blasfemias, entre las crueles amenazas y los feroces rostros de mis enemigos ¿Qué queja salió de mis labios? ¿A qué enemigo maldije? ¿A quién hablé airadamente? ¿A quién respondí con dureza? ¿A quién deseé el mal? Es más, ¿De quién no me compadecí? si rogué por todos. Haz tú lo mismo: en el silencio y la paz, ten paciencia y muéstrate dulce, sin murmuración ni quejas. No luches por ti. No respondas por ti misma. No te defiendas ni te excuses. Guarda silencio y confía a mí tu persona y tu causa. Yo lucharé por ti; tú, perseverando imperturbable en el silencio, únete a mí y disponte a soportar toda confusión por amor a mí antes que dejar escapar la más mínima queja interior o exteriormente.


Mientras te parezca que eres objeto de alguna injuria, mientras te sientas tratada injusta e indignamente, aún no has llegado, hija mía, a la verdadera paciencia ni al conocimiento de ti misma. Sal, pues, al encuentro de toda adversidad con alegría y fervor espiritual; ofrécete a mí como víctima dispuesta a sufrir la necesidad, el trabajo y la tribulación en la forma que Yo quiera. Considera perdido el día en que no hayas experimentado la Cruz. Si conocieras el fruto de la paciencia, mostrarías gran reverencia y gratitud a quienes te oprimen. Recuerda cómo Yo, Cordero inocente, ofrecía un Corazón dulce y tranquilo a quienes me escupían, flagelaban y crucificaban, y cómo los perdonaba y oraba por ellos (Lc. 23:34). Haz tú lo mismo y no tengas en cuenta ofensa alguna; es más, ni pienses que se te ofende. Por el contrario, mírame a mí, escúchame a mí y comprende que soy Yo, únicamente Yo, quien por amor te hace todo eso.

De este modo, hija mía, nada hay en la criatura que no sea para ti medio y ocasión de acrecentar mi Gracia, porque me encontrarás en todas las cosas si aprendes a contemplar a la criatura, no como criatura, sino a mí en ella; si aprendes a acogerme, escucharme y sentirme en la criatura, puesto que en toda criatura te hablo.

Escucha, pues, y comprende qué quiero de ti en todo lo que te sucede; y cuando descubras cuál es mi voluntad, muéstrate de inmediato dispuesta a aceptarla.

Juan Justo Lanspergio,  del Libro Carta de Jesucristo al alma devota y otros Escritos, Capítulo XXVI.