La Gloria. Segunda parte.

Carencia de todo mal,—

Lo primero es de notar que no habrá allá mal alguno. Ninguna enfermedad, ni incomodidad, ni fatiga en el cuerpo; ninguna de las miserias y necesidades de la vida; ni vicisitudes y cambios de tiempos, clima, etc., etc., ni agitaciones, hambres, fríos, noches, etc. Ningún dolor, ni pesar, ni turbación en el espíritu, ni tristezas, ni deshonor, celos, recelos, desamor, temores, desengaño, intranquilidades, hastíos, inconstancias, separaciones, etcetera, Mira cuantos males padece o ha pasado tu y los tuyos. Todo eso esta ausente de allá. Allí Dios enjuga las lagrimas de, todos. “Y enjugara Dios de sus ojos las lagrimas todas, y ya no habrá mas muerte, ni llanto, ni quejido, ni dolor jamás; porque las cosas primeras pasaron (Ap,, 21, 4).

Carencia de pecado. –

Allí no habrá pecado, ni se podrá pecar jamás. Porque la bondad de Dios atraerá irresistiblemente a los beatos, ni les dejara lugar ni aun a tentaciones.

Suma de bienes.

Los beatos todos del cielo gozaran de muchos bienes. El alma tendrá mucho honor, sabiduría, amor. El cuerpo, delicioso bienestar en todo su organismo y en todos los sentidos. Sobre todo, habrá mucho conocimiento, además de Dios, de todos los bienaventurados, que se conocerán todos a todo; y sumo amor de todos a todos; y suma belleza de cada uno, que vera la suya y la de todos; y sumo gozo en uno del gozo de los otros; y suma comunicación, unión y trato seguro de todos con todos; ver y amar y tratar a Jesucristo, la Virgen, San José, los Santos…

Los bienes que hay allá, según San Agustin.

Si quieres bellezas los justos resplandecerán como el sol. Si agilidad, fuerza, libertad sin obstáculo, los beatos serán como los ángeles de Dios. Si vida larga y salud perpetua, allí hay eterna salud, porque los justos vivirán perpetuamente, y su salud les viene del Señor. Si placeres, cuando aparezca la gloria del Señor, se hartaran. Si melodía, allí los ángeles cantan la gloria de Dios. Si deleite puro y no inmundo, el Señor los saturara con un torrente de deleite. Si sabiduría, la misma sabiduría de Dios se les comunicara y será su sabiduría. Si amistad, amaran a Dios mas que a si mismos, se amaran los unos a los otros como a si mismos; y Dios los amara mas que ellos se aman… Si concordia, todos tendrán una voluntad. Si poder, todos serán poderosos por la bondad de Dios… Si honor y riquezas, Dios los pondrá sobre muchos bienes y riquezas, y serán herederos de Dios… Si seguridad, estarán ciertos de que nunca perderán la gloria” (S. Ag. Man., 34).

Aureolas.

Por especiales virtudes se darán en el cielo ciertos honores y glorias y gozos especiales, que los doctores llaman aureolas. Tales serán las glorias accidentales concedidas a las Vírgenes, a los Mártires y a los Doctores. De las Vírgenes lo asegura San Juan, añadiendo que “siguen al Cordero adondequiera que van” y que “cantan un cantar nuevo… que nadie sino ellos puede cantar” (Ap., 14, 3). También los Mártires asegura que tienen especial gloria. Y de los Doctores dice Daniel que resplandecerán como estrellas, y San Mateo asegura que “son grandes en el cielo los que obran bien y enseñan a obrar bien” (5, 19).

Lo que ven los beatos.—

Los beatos ven a Dios, y toda su esencia, y sus atributos, y las tres divinas Personas. Aunque no todos con la misma perfección intensiva. Además, en Dios ven las criaturas y cosas existentes y posibles, pasadas, presentes y futuras; aunque no todas, sino las que convenga, y tanto mas cuanto mas perfectamente vean a Dios. Pero: 1.°, todos ven los misterios de la fe; la gloria es la consumación de la fe; 2.°, cada uno ve todas aquellas cosas, aun de este mundo, que es razonable que vea; por ejemplo, los sucesos de sus familias, amigos, etcetera, y de los que se encomiendan a ellos.

Grados de gloria.

En el cielo hay diversos grados de gloria, según hayan sido aquí los meritos. Y unos verán y gozaran más intensamente de Dios, y verán en Dios mas o menos cosas, según sus meritos. Mas todos sin envidias ni pena ninguna.

                                       Puntos de catecismo, Vilariño S.J.

La Gloria. Parte primera.

Gloria.—

Gloria, dice el Catecismo, es un estado perfectísimo y eterno, en el cual se hallan todos los bienes sin mezcla ninguna de mal. Es un estado, no un paso como la vida; es la patria, no un destierro como el mundo; es un termino, no un camino como nuestro estado. Es perfectísimo, porque en el el hombre adquiere toda la perfección que compete a la naturaleza humana y se libra de todo defecto. Eterno, porque no tiene fin. Con todos los bienes naturales y sobrenaturales que puede tener el hombre. Y sin ningún mal. Es la felicidad completa y la bienaventuranza cumplida. Obtenida la gloria, ya no le falta nada al hombre. Ella es el gran premio concedido a los hombres por sus buenas obras y el cumplimiento de sus deberes. Llamase Vida eterna, Reino de los cielos, Reino de Jesucristo, Jerusalén celeste, Bienaventuranza, Cielo, Gloria. Vamos a exponer brevemente este novísimo, que constituye nuestra verdadera y eterna vida, para la cual esta es la preparación únicamente.

Felicidad de la gloria.—

En realidad, se puede decir que allí la felicidad será abundantísima: por de pronto, toda la que compete a la naturaleza humana. La satisfacción ordinaria y pura, sin inconveniente ni mezcla de mal, de todos los apetitos y deseos humanos de la naturaleza humana perfeccionada. Será abundantísima, porque si aquí en este mundo, que es de prueba, Dios ha puesto tantas delicias, que si uno pudiese gozar de todas seria muy feliz, .que habrá hecho en el cielo, donde se propone no probar, sino premiar, y donde tiene, no a malos y buenos, sino a los buenos, a sus amados únicamente? Mas, siendo Dios tan generoso, tan fecundo, tan sabio, tan poderoso. Todo cuanto hace Dios con su providencia y amor en esta vida, es para que nosotros lleguemos a aquella bienaventuranza: su encarnación y vida y muerte, la redención, la Iglesia y cuanto hay en ella es para que lleguemos a la gloria. El contrapeso y satisfacción de las desigualdades de acá entre los buenos y malos, es la gloria. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni en el corazón humano cabe lo que Dios ha preparado para 1os que le aman” (l Cor., 2, ti). Así decía San Pablo, después de, una visión. ¿Quieres saber lo que vale la gloria? Vale la sangre de Dios hombre, de Jesucristo. 1a gloria es la felicidad, toda la felicidad.

La gloria es sobrenatural.-

Como ya hemos dicho al hablar del fin del hombre, el hombre fue elevado desde el principio al estado sobrenatural, y aunque cayó de el por el pecado de Adán, mas al punto fue reparado por la entonces futura y ahora ya realizada redención de Jesucristo. Ahora tendremos otra bienaventuranza sobrenatural, incomparablemente superior a aquella, tan soberana y alta, que: 1.°, no puede haber criatura ninguna a la cual, si no en por la gracia de Dios, corresponda; 2.°, fue menester la redención del Hijo de Dios para merecerla; 3.°, será menester que Dios nos conceda fuerza y como facultades superiores y sobrenaturales para poderla gozar.

Bienes en la gloria. –

Dos clases de bienes podemos considerar en la gloria: los esenciales y los accidentales. Los primeros son aquellos en que consiste esencialmente la felicidad, con los cuales habría bastante, aunque faltase todo lo demos. Los accidentales son como el complemento de esta felicidad esencial.

La felicidad Esencial.—

Consistirán los bienes esenciales en la visión beatifica de Dios y el amor de Dios que de esta visión resulte la vision beatifica de la gloria no será un conocimiento oscuro de Dios, mediante algunas imágenes, o por los efectos y obras de Dios, o por sus criaturas, sino que será la visión Intuitiva y clarísima, inmediata de Dios mismo cara a cara, viéndole a El mismo en si mismo como es en si, con suma unión e intimidad. Para esta visión nos dará Dios el Ion excelente de luz de la gloria, que elevara nuestra facultad hasta poder ver a Dios de este modo. De esa visión resultara un conocimiento clarísimo de la estupenda, arrebatadora y siempre nueva hermosura de Dios, y una como posesión de nosotros por Dios, y de Dios por nosotros, y un amor sumo, plenísimo, dulcísimo, de Dios, y una como identificación de nosotros con Dios, con una fruición inefable del bien infinito. Esto, que apenas comprendemos con la inteligencia, y que casi no barruntamos con la imaginación, es la felicidad esencial.

Carísimos, dice San Juan en su primera carta (3, 2), ahora somos hijos de Dios; “mas aun no ha aparecido lo que seremos. Mas sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El, porque le varemos como es.” Y San Pablo (1 Cor, 13, 12) dice: “Ahora le vemos por espejo y en enigma; mas entonces le veremos cara a cara; ahora le conozco algo; entonces le conoceré como El me conoce a Mi”.

Puntos de Catecismo, Vilariño, S.J.

Los sacramentales. Parte cuarta

Ritual de la campana.

Aunque lo deja la Iglesia a la prudencia, según la costumbre del sitio, aconseja que a la agonía y en la muerte se de la señal con la campana, para que todos rueguen por el difunto; que el cadáver, decentemente amortajado, se ponga con luces en un sitio decente; que se le ponga en las manos sobre el pecho una cruz pequeña, y si cruz no hubiese, le pongan en forma de cruz las mismas manos; que se le rocíe con agua bendita y se ore por el difunto.

Lectura de la recomendación del alma.

Serla muy de desear que los vivos nos preparásemos con gran piedad para esta hora. Y tal vez uno de los mejores medios seria leer de cuando en cuando en nuestros retiros esta preciosa y conmovedora recomendación, y aplicárnosla en vida a nosotros mismos, para impetrar de Dios la gracia de bien morir.

Las exequias.—

Al muerto, la Iglesia, según antiquísima tradición, le hace las exequias con mucha piedad y devoción. Según ella, los cadáveres, a no haber alguna grave razón en contra, antes de recibir tierra deben ser trasladados del lugar donde murieron a la iglesia donde ha de celebrarse su funeral. Y la Misa debe celebrarse, según antiquísima costumbre, estando presente el cadáver. Por desgracia hoy hay leyes que por motivos mezquinos de higiene lo impiden. El cadáver, cuando se pone en la iglesia, ha de colocarse con los pies vueltos al altar; a no ser presbítero el difunto, en cuyo caso se le pone con la cabeza hacia el altar y los pies hacia el pueblo.

A quienes se niega sepultura eclesiástica.

Prohíbe el Ritual que se de sepultura eclesiástica a los siguientes: Ante todo a los que mueren sin ser bautizados, aunque hayan muerto así sin culpa suya.

Además, a no ser que hayan dado antes de morir alguna señal de penitencia, se niega sepultura:

1.° A los apostatas notorios de la fe cristiana, o notoriamente adscritos a alguna secta herética o cismática o secta masónica, u otras sociedades de la misma clase.

2.° A los excomulgados o entredichos después de sentencia condenatoria o declaratoria.

3.° A los que de propósito se suicidaron.

4.° A los que mueren en el duelo o por heridas en el recibidas.

5.° A los que dispusieron que se diesen sus cuerpos a la cremación.

6.° A todos otros pecadores públicos y manifiestos.

Si ocurre alguna duda, en estos casos, los párrocos tienen instrucciones de lo que debe hacerse. Y si alguno es excluido de sepultura eclesiástica, por el mismo caso, no se le pueden aplicar las misas funerales, ni aniversarios, ni ningún oficio publico fúnebre.

El culto de los muertos.

Es tan universal y tan connatural el culto de los muertos, que no puede hallarse pueblo ninguno que no o practique de algún modo. Es un hecho universal. Todas las religiones, tanto la nuestra verdadera, como las demás falsas, conservan esta idea y esta practica entre otras ideas imborrables que se hallan en el hombre, porque están unidas a nuestra propia naturaleza. La Iglesia católica, que toma todo lo bueno y fundamental de la religión natural, sin que haga muchas veces otra cosa que purificarla de las falsedades que había introducido la necedad humana, y precisarla en lo que tenia de impreciso, mantiene en la reverencia debida a los muertos sumo respeto y cuidado. Por lo demás, es tan intimo y arraigado en el hombre este sentimiento, que aun los mismos que se propusieron ser laicos por tesón, por convencionalismo, por terquedad, por llamar la atención, en sus entierros laicos dan bien claro a entender que están muy lejos de creer que el hombre ha terminado del todo. Y al muerto le tratan, no como a un animal, sino como a un hombre. Un entierro civil es una profesión de fe en la inmortalidad. Los que vais en las exequias civiles acompañando a vuestro compañero dais a entender que le hacéis algún obsequio. Ahora bien, a nadie de vosotros se le ocurre obsequiar así a un perro, a un caballo, por mas que le haya estimado.

Lo conocido y lo desconocido.

Después de la muerte un tupido velo nos oculta lo que el alma encuentra. Sabemos, sin embargo, muchas cosas. Sabemos que hay juicio, que hay premio y cielo, castigo e infierno, purificación y purgatorio. Desconocemos como resulta el juicio. Pero sabemos que a los condenados no podemos ayudar ya nada. Que a los salvados nos podemos encomendar. Que a los condenados a purificarse en el purgatorio, los podemos ayudar. Cada féretro es una interrogación, que lleva escrita aquella incógnita que ponía Job: Spirilus ubi est?… “¿El espíritu, donde esta?”. Mas la Iglesia sabe que los que aquí vivimos fieles somos hermanos y estamos muy unidos con los que están felices en el cielo y con los que están detenidos en el purgatorio. Y que Jesucristo, padre de todos, nos mira como hermanos. Y por eso la Iglesia, en cuanto uno muere, incierta de la suerte que habrá corrido su espíritu, invita a todos sus hijos de aquí a rogar por los hijos de ultratumba, ya desde que el alma de uno de ellos se ha ido.

El cadáver.

El alma se fue; pero el cuerpo se queda. La Iglesia, en cuanto muere el hombre, mira tras los velos de la muerte al alma que se va, y dice: Requiem aeternam dona ei, Domine, et lux perpetua luceat ei: “Dale, Señor, el descanso eterno, y la luz perpetua brille para él”. Considera que la persona no es lo que queda, sino el que se ha escapado, es decir, el espíritu, el alma.

Como decía el poeta del Tormes: “La parte principal vólose al cielo”. Sin embargo, ya que a sus sentidos ha desaparecido el alma, atiende al cuerpo, porque sabe que otro dia volverá esa alma que se ha ido a reunirse con el cuerpo que fue aquí su compañero, es el ultimo milagro de esta vida natural y existencia del mundo. Mientras a ella no le conste que el alma se ha condenado, presume que se ha salvado, y que, por tanto, ha de volver a resucitar gloriosa, y que aquel cuerpo, aunque muerto, vivirá, y aunque corrompido, rejuvenecerá, y será santo. Y por eso le trata con mucho respeto y atenciones. Además, todos los obsequios que presta a las almas los presta con preferencia, mientras puede, al lado del cadáver que ella animo.

Las exequias.

Exequias son aquellos ritos y aquella liturgia con que la Iglesia sigue a sus hijos hasta el sepulcro. Las ceremonias y los ritos con que esto se hace son antiquísimos, de lo mas antiguo que hay entre nosotros. Y los párrocos tienen mandato de conservarlas con todo cuidado.

El cadáver.

Dice la liturgia que el cadáver se arregle conforme a las costumbres de un modo conveniente y se coloque en un sitio decente con alguna luz; que se le ponga en las manos una cruz pequeña, o si no hay cruz, se pongan en forma de cruz las mismas manos; que se le eche de vez en cuando agua bendita, y que los sacerdotes u otras personas oren allí por el difunto hasta que sea llevado. Es costumbre muy buena vestir a los difuntos de mortajas de hábitos religiosos. Los clérigos deben llevar los ornamentos que les corresponden según su grado.

Conducción del cadáver.

Manda la liturgia que no se de sepultura a nadie, sobre todo si la muerte fue repentina, hasta que pase el tiempo suficiente para cerciorarse de la muerte. Y si no hay alguna grave razón en contra, que se lleve primeramente a la iglesia, donde estando el cuerpo presente, se celebrara todo el funeral; y advierte que se conserve lo mas que se pueda esta costumbre de celebrar la Misa estando presente el cadáver. En la conducción y en los funerales se deben llevar velas encendidas. Antiquísimo, dice, es este rito, y los sacerdotes deben procurar que en este uso no haya avaricia ni mezquindad; antes, para que ni a los pobres falte esta honra, aconseja que los sacerdotes, para que no falten en sus exequias luces, arreglen el modo de que las puedan dar gratis, y se valgan de alguna confraternidad piadosa que les preste velas.

El cadáver en la iglesia.

Los cadáveres se colocan en la iglesia delante, fuera del presbiterio. Y los presbíteros tendrán su cabeza hacia el altar mayor; los demás al contrario, tendrán la cabeza hacia el pueblo.

Orden de la procesión.

A la hora designada se reúne el clero en la iglesia o parroquia; suenan las campanas, según la costumbre del lugar; el párroco, vestido de roquete y pluvial negro, precedido de un clérigo que lleva la cruz, y acompañado de los demás, va a la casa del difunto. Enciéndense las velas; suenan las campanas; se acerca el parroco; rocía el. cadáver con agua bendita; reza, sin canto, un De profundis, con una antífona. Sale el cadáver, y al salir de la casa, entona la antífona “Exultabuni Domino…” “Saltaran ante el Señor los huesos humillados”, y en seguida entona el Miserere, ese canto de misericordia y de perdón y de esperanza, que siempre es digno del cristiano, pero mucho mas en esta hora. Si el camino es largo, cantan además otros salmos de penitencia.

Entrada en la iglesia.

Es solemne y conmovedora la entrada en la iglesia. Dice el coro la antífona: “Saltaran ante el Señor los huesos humillados”. Y alternando el coro y el clero candan este responsorio: “Descended, Santos de Dios, salid al encuentro, Ángeles del Señor: tomando su alma y ofreciendola en la presencia del Altísimo. Recíbate Cristo que te llamo y condúzcante  al seno de Abraham los Ángeles, tomando tu alma y ofreciéndola en la presencia del Altísimo. Dale, Señor, el descanso eterno, y la paz perpetua brille para el.” Ofreciéndola en la presencia del Altísimo.

En la iglesia.

Colocase el cadáver en medio de la iglesia, rodeado de todas las velas, y se recita el Oficio de difuntos. No lo desarrollaremos aquí por ser muy larga empresa. Solo advertiremos que es de lo mas antiguo del rezo, y esta muy bien hecho, lleno de profundas acomodaciones de la Escritura.

Puntos de catecismo de Vilariño, S.J.