Santos del 30 de enero al 4 de febrero

30 DE ENERO: SANTA MARTINA.

Martina, virgen romana, nacida de ilustre linaje, huérfana en tierna edad, e inflamada en los ardores de la piedad cristiana, distribuyó sus cuantiosas riquezas a los pobres. Habiéndosele mandado, en tiempo del príncipe Alejandro, que adorase a los falsos dioses, rechazó este crimen abominable. Por lo cual, después de ser azotada una y otra vez, maltratada con uñas de hierro y trozos de tiestos, despedazados sus miembros con agudas espadas, y untada con grasa hirviendo, fue por último condenada a las bestias en el anfiteatro. Y habiendo salido ilesa por la intervención milagrosa del cielo, fue arrojada a una ardiente hoguera, de la que salió sin lesión alguna.

Algunos verdugos, sorprendidos por el milagro, y movidos por la gracia de Dios, abrazaron la fe de Jesucristo, y tras muchos tormentos merecieron la palma del martirio, siendo decapitados. A ruegos de la Santa, se produjeron terremotos, cayeron rayos entre un fragor de truenos, los templos de los dioses se desplomaron, siendo sus imágenes pasto de las llamas. De las heridas de Martina salió leche con sangre, y un resplandor y olor suavísimo se desprendieron de su cuerpo. A veces se la vio elevándose y tomar parte con los moradores del cielo en las divinas alabanzas, sentada en trono real.

Enojado el juez por estos prodigios, y por su constancia, mandó que la decapitasen. Cumplida esta orden, se oyó una voz que la llamaba al cielo, y toda la ciudad se estremeció, y muchos idólatras se convirtieron a la fe de Jesucristo. El cuerpo de Santa Martina, martirizada en tiempo del papa San Urbano I, fue hallado bajo el pontificado de Urbano VIII junto al de los santos mártires Concordio, Epifanio y sus compañeros en una iglesia, cerca de la prisión Mamertina, del monte Capitolino. Esta iglesia fue reconstruida y ornamentada bajo un nuevo plan, y recibió el cuerpo de la Santa, depositado allí en presencia de un gran concurso del pueblo, con gran alegría de toda la ciudad.

31 DE ENERO: SAN JUAN BOSCO

Juan Bosco, nacido en la ciudad pobre de Castelnuovo d’Asti, y habiendo perdido a su padre a la edad de dos años, fue criado por su madre de la manera más santa, y desde sus primeros años dio evidencia de un futuro extraordinario. Dócil y piadoso, tuvo una notable influencia sobre los de su misma edad, cuyas luchas pronto comenzó a resolver, y cuyas palabras indecentes y chistes impropios detuvo. Luego se ocupó de conducirlos mediante buenas historias, incluyendo oraciones en sus juegos, repitiendo de manera atractiva los sermones completos que había escuchado en la iglesia y persuadiéndolos a recibir los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía sin demora y con frecuencia. Su actitud modesta, su afabilidad y su inocencia atrajeron a todos hacia él. Aunque presionado por las dificultades en el hogar, y obligado a trabajar duro en su juventud, deseaba ardientemente con confianza en Dios convertirse en sacerdote.

Su deseo se cumplió; fue primero a Chieri, y luego a Turín, donde bajo la dirección del Beato José Cafasso, hizo rápidos progresos en la ciencia de los santos y en el aprendizaje de la teología moral. Movido por la gracia divina y el gusto personal, comenzó a interesarse por los jóvenes, a quienes enseñó los rudimentos de la religión cristiana. Su número aumentó día a día y, a pesar de las grandes y persistentes dificultades, bajo inspiración divina creó una base para ellos en esa parte de la ciudad llamada Valdocco, en la cual comenzó a gastar toda su energía. Poco después, con la ayuda de la Santísima Virgen, quien en una visión para él de un niño que había revelado su futuro, fundó la Sociedad de los Salesianos, cuyo objetivo principal era la salvación de almas jóvenes para Cristo. De la misma manera, fundó una nueva familia de religiosas, a las que llamaron hijas de Santa María Auxiliadora, y que harían por las niñas pobres lo que los salesianos estaban haciendo por los niños. A estos, finalmente anexó la Tercera Orden de Salesianos Cooperadores, quienes por su piedad y celo debían ayudar en el trabajo educativo de los Salesianos. Y así, en poco tiempo, hizo grandes contribuciones tanto en la Iglesia como en la sociedad.

Lleno de celo por las almas, no escatimó esfuerzos ni gastos para construir centros recreativos para jóvenes, orfanatos, escuelas para niños trabajadores, escuelas y hogares para la formación de jóvenes e iglesias en todo el mundo. Al mismo tiempo, no dejó de difundir la fe en todo el país subalpino de palabra y con el ejemplo, y en toda Italia, escribiendo y editando buenos libros y distribuyendo los mismos, y en las misiones extranjeras a las que envió numerosos predicadores. Era un hombre sencillo y recto, empeñado en todo buen apostolado; brillaba con toda clase de virtudes, que fomentaba su intensa y ardiente caridad. Con su mente siempre puesta en Dios y colmada de regalos celestiales, este santo hombre de Dios no fue perturbado por amenazas, ni cansado por el trabajo, ni abrumado por el cuidado, ni molesto por la adversidad. Recomendó tres obras de piedad a sus seguidores: recibir con la mayor frecuencia posible los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía, cultivar la devoción a María Auxiliadora y ser los hijos más leales del Soberano Pontífice. También se debe mencionar que San Juan Bosco, en circunstancias muy difíciles, fue al Papa más de una vez para consolarlo por los males que provenían de las leyes que en ese momento se promulgaban en contra de la Iglesia. Con una vida de méritos murió el 31 de enero de 1888. Ilustre por sus muchos milagros, el Sumo Pontífice Pío XI lo beatificó en 1929. Cinco años más tarde, en el decimonoveno centenario del aniversario de nuestra redención, fue canonizado en una vasta reunión de fieles que llegó a la Ciudad Eterna de todas partes del mundo.

1 DE FEBRERO: SAN IGNACIO OBISPO Y MARTIR

Ignacio, tercer obispo de Antioquía después del apóstol San Pedro, condenado a las fieras en la persecución de Trajano, fue enviado prisionero a Roma. El navio abordó en Esmirna, de donde era obispo Policarpo, discípulo de San Juan. Allí escribió una carta a los de Efeso, otra a los Magnesianos, la tercera a los de Tales, y la cuarta a los Romanos. Al partir de allí, escribió a los de Filadelfia, a los de Esmirna, y a Policarpo, encomendándole la Iglesia de Antioquía. En esta última carta da, respecto a la persona de Cristo, un testimonio que es una confirmación del Evangelio que he traducido recientemente.

Es justo, pues hemos hecho mención de un varón tan preclaro y de la Epístola que escribió a los Romanos, citar algo de ella. “Desde Siria hasta Roma, dice, combato entre bestias, por mar y por tierra, atado de día y de noche con diez leopardos, esto es, los soldados que me guardan, los cuales cuanto más bien les hago se tornan peores. Su iniquidad me sirve de lección, mas no por esto estoy justificado. Ojalá gozara de las bestias, que ya me están preparadas, a las cuales ruego que sean muy prontas en darme la muerte y en atormentarme; por esto las halagaré para que me devoren, no sea que, como a otros mártires, no se atrevan a tocar mi cuerpo. Por lo cual si no quisieren venir, yo las acuciaré, las excitaré a devorarme. Perdonadme, hijos, que bien sé lo que me conviene».

“Ahora empiezo a ser discípulo de Cristo, no deseando nada de las cosas visibles, a fin de hallar a Jesucristo. Vengan a mí el fuego, la cruz, las bestias, el quebrantamiento de los huesos, la mutilación de los miembros, el magullamiento del cuerpo, y todos los tormentos del espíritu maligno, con tal que goce de Cristo”. Cuando fue condenado, al oír los rugidos de los leones, deseando padecer, exclamó: “Soy trigo de Cristo; seré molido por los dientes de las bestias para convertirme en el pan blanco de Cristo”. Sufrió el martirio en el año 11º de Trajano. Las reliquias de su cuerpo descansan en Antioquía en el cementerio situado fuera de la puerta Dafnítica.

2 DE FEBRERO: SAN BLAS

Brillaba Blas por sus virtudes en Sebaste de Armenia cuando fue elegido para obispo de esta ciudad. En la época en que Diocleciano perseguía a los cristianos con crueldad, se ocultó el Santo en una cueva del monte Argeo, hasta que le hallaron los soldados del gobernador Agricolao mientras éste cazaba. Condujéronle al gobernador, quien ordenó encarcelarlo. Mas mientras estaba en la cárcel curó a muchos enfermos, que le presentaron movidos por la fama de su santidad. Entre ellos se hallaba un niño, de cuya salvación desesperaban los médicos, porque tenía una espina atravesada en la garganta, y le daban ya por muerto. Conducido Blas por dos veces al gobernador, ni con halagos ni amenazas consiguieron que sacrificase a los dioses; primero fue azotado, luego despedazaron su cuerpo en el caballete con peines de hierro; por último le decapitaron, con lo cual dio testimonio de la fe en Cristo, el día 3 de febrero.

4 DE FEBRERO:  SAN ANDRES CORSINI

Andrés nació en Florencia de la noble familia de los Corsinos; sus padres lo obtuvieron del Señor por medio de oraciones, y lo ofrecieron a la bienaventurada Virgen María. Lo que había de ser, se les mostró por medio de una señal divina: estando encinta su madre, le pareció en un sueño que daba a luz un lobo, el cual dirigiéndose al convento de los Carmelitas, en el mismo vestíbulo del templo se transformaba en cordero. Fue educado piadosamente; mas como se inclinaba al vicio, fue muchas veces reprendido por su madre. Mas, luego de saber de su consagración a la Santísima Virgen María, se inflamó el amor de Dios en su corazón, y enterado de la visión de su madre, abrazó la Orden Carmelitana; allí sufrió diversas tentaciones del demonio, sin que nada consiguiera apartarle de su vocación. Enviado luego a París, al terminar los estudios, consiguió el grado de doctor; volvió a su patria, y le destinaron al gobierno de su Orden en la Toscana.

Estando sin pastor la iglesia y diócesis de Fiésole, fue elegido como su obispo; mas teniéndose por indigno, se mantuvo oculto, hasta que, descubierto por un niño que habló milagrosamente, le encontraron, y recibió la consagración episcopal, por temor a oponerse a la voluntad divina. Revestido de la nueva dignidad, se ejercitó aún más en la humildad que siempre le había distinguido; y unió a la solicitud pastoral, la misericordia en favor de los pobres, la generosidad, la asiduidad en la oración, las vigilias y las demás virtudes; se distinguió también por su espíritu profético: de manera que todos alababan a Dios por la santidad de Andrés.

El Papa Urbano V le envió a Bolonia como legado a fin de apaciguar las turbas exaltadas. Allí tuvo que sufrir mucho, pero consiguió pacificar a los ciudadanos que se odiaban de muerte. Restablecida la tranquilidad, volvió a su sede. Poco más tarde, fatigado por asiduos trabajos y por sus maceraciones, después de haberle anunciado la bienaventurada Virgen María el día de su muerte, subió al cielo, en el año del Señor 1373, a los 71 años de edad. El papa Urbano VIII, atendiendo a los admirables milagros que se realizaban por su mediación, le inscribió en el catálogo de los santos. Su cuerpo descansa en Florencia en la iglesia de su Orden, y es venerado por sus ciudadanos, a los que más de una vez ha protegido en medio de las pruebas de esta vida.

Del Breviario Romano