Santos del 30 de enero al 4 de febrero

30 DE ENERO: SANTA MARTINA.

Martina, virgen romana, nacida de ilustre linaje, huérfana en tierna edad, e inflamada en los ardores de la piedad cristiana, distribuyó sus cuantiosas riquezas a los pobres. Habiéndosele mandado, en tiempo del príncipe Alejandro, que adorase a los falsos dioses, rechazó este crimen abominable. Por lo cual, después de ser azotada una y otra vez, maltratada con uñas de hierro y trozos de tiestos, despedazados sus miembros con agudas espadas, y untada con grasa hirviendo, fue por último condenada a las bestias en el anfiteatro. Y habiendo salido ilesa por la intervención milagrosa del cielo, fue arrojada a una ardiente hoguera, de la que salió sin lesión alguna.

Algunos verdugos, sorprendidos por el milagro, y movidos por la gracia de Dios, abrazaron la fe de Jesucristo, y tras muchos tormentos merecieron la palma del martirio, siendo decapitados. A ruegos de la Santa, se produjeron terremotos, cayeron rayos entre un fragor de truenos, los templos de los dioses se desplomaron, siendo sus imágenes pasto de las llamas. De las heridas de Martina salió leche con sangre, y un resplandor y olor suavísimo se desprendieron de su cuerpo. A veces se la vio elevándose y tomar parte con los moradores del cielo en las divinas alabanzas, sentada en trono real.

Enojado el juez por estos prodigios, y por su constancia, mandó que la decapitasen. Cumplida esta orden, se oyó una voz que la llamaba al cielo, y toda la ciudad se estremeció, y muchos idólatras se convirtieron a la fe de Jesucristo. El cuerpo de Santa Martina, martirizada en tiempo del papa San Urbano I, fue hallado bajo el pontificado de Urbano VIII junto al de los santos mártires Concordio, Epifanio y sus compañeros en una iglesia, cerca de la prisión Mamertina, del monte Capitolino. Esta iglesia fue reconstruida y ornamentada bajo un nuevo plan, y recibió el cuerpo de la Santa, depositado allí en presencia de un gran concurso del pueblo, con gran alegría de toda la ciudad.

31 DE ENERO: SAN JUAN BOSCO

Juan Bosco, nacido en la ciudad pobre de Castelnuovo d’Asti, y habiendo perdido a su padre a la edad de dos años, fue criado por su madre de la manera más santa, y desde sus primeros años dio evidencia de un futuro extraordinario. Dócil y piadoso, tuvo una notable influencia sobre los de su misma edad, cuyas luchas pronto comenzó a resolver, y cuyas palabras indecentes y chistes impropios detuvo. Luego se ocupó de conducirlos mediante buenas historias, incluyendo oraciones en sus juegos, repitiendo de manera atractiva los sermones completos que había escuchado en la iglesia y persuadiéndolos a recibir los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía sin demora y con frecuencia. Su actitud modesta, su afabilidad y su inocencia atrajeron a todos hacia él. Aunque presionado por las dificultades en el hogar, y obligado a trabajar duro en su juventud, deseaba ardientemente con confianza en Dios convertirse en sacerdote.

Su deseo se cumplió; fue primero a Chieri, y luego a Turín, donde bajo la dirección del Beato José Cafasso, hizo rápidos progresos en la ciencia de los santos y en el aprendizaje de la teología moral. Movido por la gracia divina y el gusto personal, comenzó a interesarse por los jóvenes, a quienes enseñó los rudimentos de la religión cristiana. Su número aumentó día a día y, a pesar de las grandes y persistentes dificultades, bajo inspiración divina creó una base para ellos en esa parte de la ciudad llamada Valdocco, en la cual comenzó a gastar toda su energía. Poco después, con la ayuda de la Santísima Virgen, quien en una visión para él de un niño que había revelado su futuro, fundó la Sociedad de los Salesianos, cuyo objetivo principal era la salvación de almas jóvenes para Cristo. De la misma manera, fundó una nueva familia de religiosas, a las que llamaron hijas de Santa María Auxiliadora, y que harían por las niñas pobres lo que los salesianos estaban haciendo por los niños. A estos, finalmente anexó la Tercera Orden de Salesianos Cooperadores, quienes por su piedad y celo debían ayudar en el trabajo educativo de los Salesianos. Y así, en poco tiempo, hizo grandes contribuciones tanto en la Iglesia como en la sociedad.

Lleno de celo por las almas, no escatimó esfuerzos ni gastos para construir centros recreativos para jóvenes, orfanatos, escuelas para niños trabajadores, escuelas y hogares para la formación de jóvenes e iglesias en todo el mundo. Al mismo tiempo, no dejó de difundir la fe en todo el país subalpino de palabra y con el ejemplo, y en toda Italia, escribiendo y editando buenos libros y distribuyendo los mismos, y en las misiones extranjeras a las que envió numerosos predicadores. Era un hombre sencillo y recto, empeñado en todo buen apostolado; brillaba con toda clase de virtudes, que fomentaba su intensa y ardiente caridad. Con su mente siempre puesta en Dios y colmada de regalos celestiales, este santo hombre de Dios no fue perturbado por amenazas, ni cansado por el trabajo, ni abrumado por el cuidado, ni molesto por la adversidad. Recomendó tres obras de piedad a sus seguidores: recibir con la mayor frecuencia posible los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía, cultivar la devoción a María Auxiliadora y ser los hijos más leales del Soberano Pontífice. También se debe mencionar que San Juan Bosco, en circunstancias muy difíciles, fue al Papa más de una vez para consolarlo por los males que provenían de las leyes que en ese momento se promulgaban en contra de la Iglesia. Con una vida de méritos murió el 31 de enero de 1888. Ilustre por sus muchos milagros, el Sumo Pontífice Pío XI lo beatificó en 1929. Cinco años más tarde, en el decimonoveno centenario del aniversario de nuestra redención, fue canonizado en una vasta reunión de fieles que llegó a la Ciudad Eterna de todas partes del mundo.

1 DE FEBRERO: SAN IGNACIO OBISPO Y MARTIR

Ignacio, tercer obispo de Antioquía después del apóstol San Pedro, condenado a las fieras en la persecución de Trajano, fue enviado prisionero a Roma. El navio abordó en Esmirna, de donde era obispo Policarpo, discípulo de San Juan. Allí escribió una carta a los de Efeso, otra a los Magnesianos, la tercera a los de Tales, y la cuarta a los Romanos. Al partir de allí, escribió a los de Filadelfia, a los de Esmirna, y a Policarpo, encomendándole la Iglesia de Antioquía. En esta última carta da, respecto a la persona de Cristo, un testimonio que es una confirmación del Evangelio que he traducido recientemente.

Es justo, pues hemos hecho mención de un varón tan preclaro y de la Epístola que escribió a los Romanos, citar algo de ella. “Desde Siria hasta Roma, dice, combato entre bestias, por mar y por tierra, atado de día y de noche con diez leopardos, esto es, los soldados que me guardan, los cuales cuanto más bien les hago se tornan peores. Su iniquidad me sirve de lección, mas no por esto estoy justificado. Ojalá gozara de las bestias, que ya me están preparadas, a las cuales ruego que sean muy prontas en darme la muerte y en atormentarme; por esto las halagaré para que me devoren, no sea que, como a otros mártires, no se atrevan a tocar mi cuerpo. Por lo cual si no quisieren venir, yo las acuciaré, las excitaré a devorarme. Perdonadme, hijos, que bien sé lo que me conviene».

“Ahora empiezo a ser discípulo de Cristo, no deseando nada de las cosas visibles, a fin de hallar a Jesucristo. Vengan a mí el fuego, la cruz, las bestias, el quebrantamiento de los huesos, la mutilación de los miembros, el magullamiento del cuerpo, y todos los tormentos del espíritu maligno, con tal que goce de Cristo”. Cuando fue condenado, al oír los rugidos de los leones, deseando padecer, exclamó: “Soy trigo de Cristo; seré molido por los dientes de las bestias para convertirme en el pan blanco de Cristo”. Sufrió el martirio en el año 11º de Trajano. Las reliquias de su cuerpo descansan en Antioquía en el cementerio situado fuera de la puerta Dafnítica.

2 DE FEBRERO: SAN BLAS

Brillaba Blas por sus virtudes en Sebaste de Armenia cuando fue elegido para obispo de esta ciudad. En la época en que Diocleciano perseguía a los cristianos con crueldad, se ocultó el Santo en una cueva del monte Argeo, hasta que le hallaron los soldados del gobernador Agricolao mientras éste cazaba. Condujéronle al gobernador, quien ordenó encarcelarlo. Mas mientras estaba en la cárcel curó a muchos enfermos, que le presentaron movidos por la fama de su santidad. Entre ellos se hallaba un niño, de cuya salvación desesperaban los médicos, porque tenía una espina atravesada en la garganta, y le daban ya por muerto. Conducido Blas por dos veces al gobernador, ni con halagos ni amenazas consiguieron que sacrificase a los dioses; primero fue azotado, luego despedazaron su cuerpo en el caballete con peines de hierro; por último le decapitaron, con lo cual dio testimonio de la fe en Cristo, el día 3 de febrero.

4 DE FEBRERO:  SAN ANDRES CORSINI

Andrés nació en Florencia de la noble familia de los Corsinos; sus padres lo obtuvieron del Señor por medio de oraciones, y lo ofrecieron a la bienaventurada Virgen María. Lo que había de ser, se les mostró por medio de una señal divina: estando encinta su madre, le pareció en un sueño que daba a luz un lobo, el cual dirigiéndose al convento de los Carmelitas, en el mismo vestíbulo del templo se transformaba en cordero. Fue educado piadosamente; mas como se inclinaba al vicio, fue muchas veces reprendido por su madre. Mas, luego de saber de su consagración a la Santísima Virgen María, se inflamó el amor de Dios en su corazón, y enterado de la visión de su madre, abrazó la Orden Carmelitana; allí sufrió diversas tentaciones del demonio, sin que nada consiguiera apartarle de su vocación. Enviado luego a París, al terminar los estudios, consiguió el grado de doctor; volvió a su patria, y le destinaron al gobierno de su Orden en la Toscana.

Estando sin pastor la iglesia y diócesis de Fiésole, fue elegido como su obispo; mas teniéndose por indigno, se mantuvo oculto, hasta que, descubierto por un niño que habló milagrosamente, le encontraron, y recibió la consagración episcopal, por temor a oponerse a la voluntad divina. Revestido de la nueva dignidad, se ejercitó aún más en la humildad que siempre le había distinguido; y unió a la solicitud pastoral, la misericordia en favor de los pobres, la generosidad, la asiduidad en la oración, las vigilias y las demás virtudes; se distinguió también por su espíritu profético: de manera que todos alababan a Dios por la santidad de Andrés.

El Papa Urbano V le envió a Bolonia como legado a fin de apaciguar las turbas exaltadas. Allí tuvo que sufrir mucho, pero consiguió pacificar a los ciudadanos que se odiaban de muerte. Restablecida la tranquilidad, volvió a su sede. Poco más tarde, fatigado por asiduos trabajos y por sus maceraciones, después de haberle anunciado la bienaventurada Virgen María el día de su muerte, subió al cielo, en el año del Señor 1373, a los 71 años de edad. El papa Urbano VIII, atendiendo a los admirables milagros que se realizaban por su mediación, le inscribió en el catálogo de los santos. Su cuerpo descansa en Florencia en la iglesia de su Orden, y es venerado por sus ciudadanos, a los que más de una vez ha protegido en medio de las pruebas de esta vida.

Del Breviario Romano

Santos del 15 al 21 de enero

15 DE ENERO: SAN PABLO PRIMER ERMITAÑO

Pablo, fundador y maestro de los ermitaños, nació en la Tebaida, huérfano a la edad de quince años. Para librarse de la persecución de Diocleciano y Valeriano y poder servir a Dios con más libertad se retiró a una caverna del desierto. Allí, sin otra comida ni vestido que los que le proporcionaba una palmera, vivió 113 años; entonces San Antonio, ya nonagenario, le visitó por admonición divina. Sin haberse visto nunca, se saludaron con sus propios nombres; mientras tenían coloquios sobre el reino de Dios, un cuervo que hasta entonces había llevado a Pablo cada día la mitad de un pan les trajo uno entero.

Después de partir el cuervo, Pablo dijo: “He ahí que el Señor, verdaderamente bueno y misericordioso, nos ha enviado la comida. Hace ya sesenta años que cada día recibo medio pan, y ahora, a tu llegada, Cristo ha duplicado la ración para socorrer a sus soldados”. Comieron el pan, dando gracias al Señor, cerca de la fuente, y reparadas sus fuerzas y dando nuevamente gracias a Dios, según la costumbre, pasaron la noche en las divinas alabanzas. Al amanecer, sabiendo Pablo que moriría pronto, lo reveló a Antonio, suplicándole que le trajera el palio que había recibido de Atanasio para envolver con él su cuerpo. Volviendo, Antonio vio desde el camino el alma de Pablo que subía al cielo en medio de los coros de los Ángeles, de los profetas y apóstoles.

Al llegar, le halló de rodillas, levantada la cabeza, elevadas las manos, y el cuerpo exánime. Le envolvió con el palio, y cantó los salmos e himnos, según la costumbre cristiana; y no teniendo azada para cavar, dos leones vinieron velozmente del interior del desierto, y se postraron a los pies del santo, dando a entender que lloraban su muerte. Allí cavaron la tierra con las garras, y abrieron una cavidad capaz de colocar el cuerpo de un hombre. Habiendo partido los leones, Antonio colocó en aquel lugar el cuerpo del Santo, y cubriéndole con tierra, levantó un sepulcro, según costumbre de los cristianos. Mas la túnica de Pablo, que él mismo había tejido para sí, con hojas de la palmera, a la manera de las espuertas, la llevó consigo, y la usó durante el resto de su vida en las grandes solemnidades.

17 DE ENERO: SAN ANTONIO ABAD

Antonio, natural de Egipto, de nobles y cristianos padres, quedó huérfano en su adolescencia. Entrando en una iglesia oyó las palabras del Evangelio: “Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes, y dalo a los pobres”, creyó que debía obedecer a Cristo Señor nuestro, como si a él las hubiese dicho. Por lo cual, vendió todos sus bienes, y distribuyó el dinero entre los pobres. Libre ya de impedimentos, determinó llevar en la tierra una vida celestial. Pero para salir victorioso en un combate tan peligroso, creyó que le era necesario, además de la fe, de la cual estaba bien armado, las demás virtudes. Estas las procuró con tanto ardor, que para conseguirlas se propuso imitar a quien viera sobresalir en cualquiera de ellas.

Nadie más continente que él; más vigilante. A todos aventajaba en la paciencia, mansedumbre, misericordia, humildad, laboriosidad y en el estudio de las divinas Escrituras. Tenía tal horror a las doctrinas y al trato de herejes y cismáticos, especialmente de los arrianos, que exhortaba a todos a alejarse de ellos. Cuando necesitaba descansar, lo hacia sobre el suelo. De tal suerte practicó el ayuno, que acompañaba el pan sólo con sal, y apagaba la sed sólo con agua. La refección no la tomaba antes de la puesta del sol; pasaba días sin probar comida alguna; muchísimas noches enteras se mantenía en oración. A pesar de ser excelente soldado de Dios, se veía acometido con diversas tentaciones por parte del enemigo del linaje humano, que vencía con el ayuno y la oración. Pero Antonio no se consideraba seguro, ya que conocía las innumerables artes que el maligno espíritu tiene para dañarnos.

Así pues, se retiró a la vasta soledad de Egipto, y progresando cada día en la perfección cristiana, despreciaba a los demonios que les echaba en cara su debilidad. Sus acometidas eran tanto más fuertes cuanta mayor era la resistencia que Antonio les oponía. Exhortaba a sus discípulos a la lucha contra el espíritu del mal, y enseñándoles con qué armas le vencerían, les decía: “Creedme, hermanos, el diablo teme las vigilias piadosas, las oraciones, los ayunos, la pobreza voluntaria, la misericordia y la humildad, y lo que más le asusta es el ardiente amor a Cristo Señor nuestro, cuya cruz teme tanto, que a su sola señal huye debilitado”. Era tal el temor de los demonios, que muchos de Egipto, vejados por ellos, quedaban libres invocando el nombre de Antonio. Su santidad era tan grande, que por medio de cartas, Constantino el Grande y sus hijos se encomendaban a sus oraciones. Habiendo llegado a la edad de 105 años, dejando muchos imitadores, reunió a los monjes, y tras haberles instruido en la perfecta norma de la vida cristiana, ilustre por su santidad y milagros, voló al cielo el día 17 de enero.

20 DE ENERO: SANTOS FABIAN Y SEBASTIAN

Fabián, romano, Papa desde Maximiano hasta Decio. Dividió las siete regiones de Roma entre siete diáconos, para que cuidasen de los pobres. Creó otros tantos subdiáconos, encargados de reunir las Actas de los mártires que escribían siete notarios. Estableció que cada año, en el Jueves Santo, se renovara el Crisma después de quemar el antiguo. El día 20 de enero, en la persecución de Decio, fue coronado con el martirio, y sepultado en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, habiendo regido la Iglesia 15 años y 4 días. Llevó a cabo 5 ordenaciones en el mes de diciembre, en las que creó 22 presbíteros, 7 diáconos y 11 obispos para diversos lugares.

Sebastián, de padre narbonés y madre milanesa, por su ilustre linaje y valor fue apreciado de Diocleciano. Siendo capitán de la primera cohorte, ayudaba a los cristianos, cuya fe profesaba ocultamente, con sus servicios y sus bienes. A los que temían los tormentos, les animaba con sus exhortaciones, y muchos se entregaron a los verdugos por Jesucristo. Entre éstos están los hermanos Marco y Marcelino, que estaban en Roma prisioneros en casa de Nicostrato, cuya mujer Zoé recuperó la palabra por la oración de Sebastián. Siendo estos hechos delatados a Diocleciano, éste llamó a Sebastián, y tras reprenderle con furia, se esforzó, con artificios, en apartarle de la fe cristiana. Pero viendo que nada conseguía, ni con promesas ni amenazas, ordenó que le sujetasen a un palo y le atravesaran con saetas.

Creyendo todos que había ya muerto, una piadosa mujer, Irene, retiró su cuerpo de noche, para sepultarlo, pero hallándole aún vivo, le curó en su casa. Poco después, Sebastián, recobrada la salud, se presentó a Diodeciano, y le recriminó su impiedad. Al verle, el emperador se asombró, pues le creía muerto, y ardiendo en cólera por la novedad del suceso, y por la reprensión de Sebastián, ordenó apalaerlo hasta morir. Su cuerpo fue arrojado a una cloaca; pero Lucina, avisada en sueños por Sebastián del sitio donde estaba, y del lugar en que quería ser colocado, le sepultó en las catacumbas, donde con el nombre de San Sebastián fue edificada una iglesia muy célebre y muy venerada.

21 ENERO: SANTA INÉS VIRGEN Y MARTIR.

Del libro de S. Ambrosio, Obispo, sobre las Vírgenes


Libro 1, después del inicio


Celebramos hoy el nacimiento en el cielo de una Virgen; admiremos la pureza. Es la fiesta de una Mártir; inmolemos víctimas. Es la fiesta de Santa Inés; llénense de admiración los hombres, y no se arredren los niños; asómbrense las esposas, imítenla las vírgenes. Mas ¿qué podremos decir nosotros que sea digno de aquella cuyo nombre mismo entraña ya un elogio? Su devoción era superior a su edad; su virtud rebasaba la naturaleza, de tal modo que su nombre me parece que no le viene de una elección humana, sino de una predicción de su condición de mártir, de un anuncio de lo que había de ser ella. El nombre de esta Virgen indica pureza. La llamaré Mártir, y quedará suficientemente hecho su elogio. La alabanza tiene una verdadera grandeza cuando uno es objeto de ella sin buscarla. Nadie es tan digno de elogios como el que puede ser alabado de todos. Esta Mártir tiene tantos heraldos que la alaban como personas pronuncian su nombre.

Tenía trece años cuando padeció el martirio. La crueldad del tirano no perdonó una edad tan tierna. Notemos el gran poder de la fe que halla testigos de tal edad. ¿Había sitio en tan pequeño cuerpo para tantas heridas? Donde no había sitio para recibir el hierro, lo había para vencerlo. Intrépida en las ensangrentadas manos de los verdugos; inconmovible al oír arrastrar con estrépito pesadas cadenas, ofrece su cuerpo a la espada del soldado furioso; ignora lo que es la muerte, pero está dispuesta, si contra su voluntad la llevan a los altares de los ídolos, a tender las manos hacia Jesucristo, desde el fondo de las llamas, y a formar, aun sobre el brasero sacrílego, ese signo que es el triunfo del Señor victorioso. Introduce el cuello y las manos en las argollas de hierro que le presentan, pero ninguna puede ceñir miembros tan pequeños. ¡Nuevo género de martirio! Esta Virgen no es aún apta para el suplicio, pero está madura para la victoria; apenas puede combatir, y ya es capaz de conquistar la corona; tenía en contra suya el prejuicio de su edad, pero practica la virtud propia de los maestros.

No iría el esposo a las bodas con tanto apresuramiento como ponía esta santa Virgen en dirigirse con presura al suplicio, gozosa de su proximidad. Todos lloraban, menos ella. Admiraban cómo daba una vida que aún no había gozado, cual si la hubiese ya agotado. Se asombraban de que se mostrase testigo de la divinidad en una edad tan temprana. ¡Cuántas amenazas del tirano sanguinario para intimidarla! ¡Cuántos halagos para persuadirla! ¡Cuántos la deseaban por esposa! Mas ella contestaba: “La esposa injuria al esposo si desea agradar a otros. Únicamente me poseerá el que primero me eligió. ¿Por qué tardas tanto, verdugo? Perezca este cuerpo que pueden amar ojos a los cuales no quiero complacer”. Llega, ora, inclina la cabeza. Temblaba el verdugo lleno de miedo, como si él fuese el condenado; tiembla su mano, palidece por el peligro ajeno, en tanto que una jovencita mira sin temor su propio peligro. Ved en una sola víctima dos martirios, el de la pureza y el de la religión. Inés permanece virgen y obtiene el martirio.

Del Breviario Romano.

Santos de la tercera semana de Adviento

11 DE DICIEMBRE: SAN DAMASO

Dámaso, español, ilustre y muy erudito en Sagradas Escrituras, convocó el primer concilio de Constantinopla, y puso fin a la perversa herejía de Eunomio y Macedonio. Condenó de nuevo el conciliábulo de Rimini, antes rechazado por el papa Liberio, en el cual, según San Jerónimo, las intrigas de Ursacio y, principalmente de Valente, habían logrado que se votase la condenación de la fe de Nicea, de manera que el orbe gimió asombrado al verse arriano.

Edificó dos basílicas: la primera dedicada a San Lorenzo, cerca del teatro de Pompeyo, a la cual concedió dones magníficos, y le atribuyó la renta de casas y predios; la otra en la vía Ardeatina, en las Catacumbas. Dedicó elegantes versos a Platonia, donde habían reposado algún tiempo los cuerpos de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo. Escribió en prosa y verso sobre la virginidad, y compuso muchas otras poesías.

Estableció la pena del talión contra aquel que acusara a otro falsamente. Ordenó lo que ya en muchos lugares estaba en uso, a saber: que los Salmos se cantasen en la iglesia de día y de noche a dos coros, y que al fin de cada Salmo se añadiese: Gloria al padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Por su mandato, San Jerónimo tradujo el Nuevo Testamento según el texto griego. Gobernó la Iglesia 17 años, 2 meses y 20 días, y celebró ordenaciones cinco veces en el mes de diciembre en las cuales creó 21 presbíteros, 11 diáconos y 72 obispos para diversos lugares. Ilustre por su virtud, doctrina y prudencia, teniendo casi ochenta años, durante el imperio de Teodosio, se durmió Dámaso en el Señor, y fue sepultado en la vía Ardeatina, juntamente con su madre y hermana, en la basílica que él mismo había edificado. Sus reliquias fueron después trasladadas a la iglesia de San Lorenzo, llamado por su nombre in Dámaso.

13 DE DICIEMBRE: SANTA LUCIA

Lucía, virgen de Siracusa, ilustre ya desde su infancia no solamente por la nobleza de su linaje sino también por su fe, vino a Catania juntamente con su madre Eutiquia, que estaba enferma de un flujo de sangre, para venerar el cuerpo de la bienaventurada Águeda. Sus oraciones junto al sepulcro de la Santa obtuvieron la salud de su madre. Conseguida esta gracia, rogó a su madre que le permitiera entregar a los pobres de Jesucristo cuanto había de darle como dote. Por esto volvió a Siracusa, vendió sus bienes y distribuyó su producto entre los pobres.

Cuando aquel a quien los padres de Lucía, contra la voluntad de ésta, la habían prometido en matrimonio supo esto, la acusó al prefecto Pascasio de que era cristiana. Y como Pascasio no pudiese conseguir, ni con ruegos ni con amenazas, que venerara a los ídolos, antes al contrario, cuanto más se esforzaba en apartarla de su propósito, tanto más se mostraba ardiente en confesar su fe cristiana, le dijo: “Cesarán tus palabras cuando pasemos a los castigos”. “A los siervos de Dios, dijo la Virgen, no les pueden faltar las palabras, ya que les tiene dicho nuestro Señor Jesucristo: Cuando estuviereis ante los reyes y gobernadores, no penséis de antemano lo que habéis de decir, sino hablad lo que os será inspirado en aquel trance, porque no seréis entonces vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo es el que hablará en vosotros”.

Preguntada por Pascasio: “¿Juzgas que el Espíritu Santo está en ti?”, respondió: “Creo que cuantos observan una vida piadosa y casta son templo del Espíritu Santo”. Contestó el tirano: “Mandaré que seas conducida a un lugar infame, para que te abandone el Espíritu Santo”. Replicó la virgen: “Si por fuerza mandas que mi cuerpo sea profanado, mi castidad será honrada con doble corona”. Por lo cual Pascasio, lleno de ira, mandó que Lucía fuese llevada donde su virginidad quedara violada. Mas, por obra de Dios, la virgen permaneció firme e inmóvil y no hubo fuerza que la pudiese apartar de aquel lugar. Por ello, el prefecto mandó encender una hoguera a su alrededor, después de haberla cubierto de pez, resina y aceite hirviendo. Mas como ni las llamas le causaran el más pequeño mal, la atormentó de muchas maneras, y atravesaron su garganta con la espada, pero Lucía siguió profetizando la paz de la Iglesia, que seguiría a la muerte de Diocleciano y Maximiano, y entregó su espíritu a Dios el día 13 de diciembre. Fue sepultada en Siracusa, trasladada después a Constantinopla y al fin a Venecia.

16 DE DICIEMBRE: SAN EUSEBIO

Eusebio, sardo de nacimiento, lector de la Iglesia romana, y después Obispo de Vercelli, fue elegido por divina inspiración para el gobierno de esta Iglesia. Ya que, sin haberle conocido nunca, excepto sus conciudadanos, los electores le escogieron nada más verlo. Así, le apreciaron con solo verle. Fue el primer obispo de Occidente que mandó que los monjes desempeñasen los oficios clericales, para reunir en las mismas personas el menosprecio del mundo y la solicitud por el servicio divino. En aquella época las impiedades arrianas se extendieron por el Occidente. Eusebio las atacó con tal decisión que el Papa Liberio encontró en su invencible fe un gran consuelo. Reconociendo el Pontífice cuán grande era en Eusebio el favor del Espíritu divino, le encargó que, junto a sus legados, defendiese ante el emperador la causa de la fe, y para ello Eusebio se dirigió con ellos a visitar a Constancio, y llegó a conseguir, por su celo, lo que se propuso en esta embajada: la celebración de un concilio.

El concilio se reunió en Milán, en el año siguiente. Fue invitado al concilio por Constancio, en tanto que los legados de Liberio reclamaban también su presencia. Allí, lejos de dejarse seducir por la influencia de la sinagoga de los arrianos, y de tomar parte contra San Atanasio, declaró desde el primer momento que algunos de los presentes estaban inficionados por la lepra de la herejía, y les propuso suscribir ante todo la fe de Nicea. A lo cual, negándose los airados arrianos, el Santo no sólo rehusó suscribir la condenación contra Atanasio, sino que consiguió también librar a San Dionisio del compromiso que había contraído al firmar, engañado por los herejes, aquella condenación injusta. Indignados los herejes, después de haberle injuriado de muchas maneras, le enviaron al destierro. Mas el santo varón, sacudido el polvo de sus sandalias, no temió las amenazas del César, ni el filo de las espadas, aceptando el destierro. Enviado a Escitópolis, donde padeció hambre, sed, azotes y diversos suplicios, por amor a la fe despreció la vida, y sin temor a la muerte, se puso a disposición de los verdugos.

Cuánta fuese entonces para con él la crueldad y el insolente atrevimiento de los arrianos, lo muestran unas cartas llenas de valentía, piedad y religión, que desde Escitópolis envió al clero y pueblo de Vercelli y a algunas poblaciones vecinas. Ellas muestran también que jamás le pudieron amedrentar ni las amenazas ni crueldad, que ni con halagadoras promesas le pudieron conquistar. A causa de su constancia fue deportado a Capadocia, y al fin a la Tebaida superior de Egipto, sufriendo el destierro hasta la muerte de Constancio. Después, habiéndosele permitido reintegrarse a su rebaño, no lo hizo hasta después de haber asistido al concilio de Alejandría, a fin de reparar las pérdidas que había sufrido la fe. Recorrió después las provincias de Oriente para devolver la salud, como hábil médico, a los enfermos en la fe, instruyéndoles en la doctrina de la Iglesia. Luego, con el mismo objeto, pasó a la Iliria, y por último llegó a Italia, cesando allí el duelo dejado por su partida. Allí publicó los comentarios de Orígenes y de Eusebio de Cesárea sobre los Salmos, después de haberlos expurgado y vertido del griego al latín. Finalmente, dejó esta vida para recibir la corona de la gloria, merecida con tantos trabajos, en Vercelli, en tiempo de Valentiniano y Valente.

Del Breviario Romano

Santos de la segunda semana de Adviento

6 DE DICIEMBRE: SAN NICOLAS

Nicolás, nacido en el ilustre lugar de Patras, Licia, fue obtenido de Dios por sus padres con repetidas preces. Cuánta había de ser la santidad de este varón, ya se manifestó desde su cuna. Pues ya en su infancia se abstenía de la leche los miércoles y viernes, tomándola una sola vez y por la tarde, mientras en los demás días lo hacía con frecuencia. Observó el ayuno hasta su muerte. Huérfano en su juventud, dio sus bienes a los pobres. De su caridad cristiana nos da un ejemplo este hecho: Había en su ciudad un hombre que tenía tres hijas en edad de matrimonio, y, como por su pobreza no las pudiera casar, había resuelto prostituirlas. Sabido por Nicolás, arrojó de noche, por la ventana, el dinero necesario para la dote de una doncella. Lo repitió dos veces más, por lo que las tres doncellas fueron dadas en matrimonio a hombres honrados.

Como el Santo se consagró totalmente a Dios, partió para Palestina, para visitar y venerar los Santos Lugares. En esta peregrinación subió a una nave con un cielo sereno y la mar tranquila, prediciendo una horrenda tempestad, que luego sobrevino, y puso a todos en gran peligro; mas con su oración la calmó. Luego, vuelto a su patria, dio muestras de insigne santidad, y por voluntad de Dios volvió a Mira, metrópoli de Licia. Esta ciudad acababa de perder el obispo, y mientras los demás obispos de la provincia deliberaban acerca del sucesor que habían de darle, fueron advertidos divinamente elegir al que entrase el primero al día siguiente en la iglesia, que se llamase Nicolás. Tratando de cumplir esta orden del cielo, fue hallado en la puerta de la iglesia Nicolás, y con unanimidad de todos le constituyeron obispo de Mira. Resplandeció por la castidad, que siempre observó, por su gravedad, su asiduidad en la oración, su vigilancia, abstinencia, generosidad y hospitalidad, y por su mansedumbre en las exhortaciones y severidad en las reprensiones.

Ayudó a viudas y huérfanos con limosnas, consejos y servicios. Socorrió a los oprimidos hasta el punto de que para ayudar a tres tribunos condenados por Constancio Augusto como calumniadores, y que le habían invocado por su fama de taumaturgo, se apareció, aún en vida, al emperador con semblante amenazador y consiguió así su libertad. Predicando en Mira sobre la verdad de la fe cristiana contra las prescripciones de Diocleciano y Maximiano, detenido por los satélites del emperador, y llevado muy lejos, fue encarcelado. En la cárcel estuvo hasta ser proclamado emperador Constantino, quien mandó le sacaran de allí, pudiendo volver a Mira. Asistió al concilio de Nicea, en el cual, juntamente a 318 Padres, condenó la herejía arriana; volviendo a su obispado, y acercándose su muerte, elevó su mirada al cielo, vio que le salían al encuentro los Ángeles, y al pronunciar aquellas palabras del Salmo: “En ti, Señor, he esperado”, llegando a las palabras: “En tus manos encomiendo mi espíritu”, voló a la patria celestial. Su cuerpo fue trasladado a Barí, Apulia, en donde es muy venerado.

7 DE DICIEMBRE: SAN AMBROSIO OBISPO

Ambrosio, obispo de Milán, hijo del romano Ambrosio, nació siendo su padre prefecto de la Galia. Se dice que en la boca de este niño se posó un enjambre de abejas, lo cual presagiaba la divina elocuencia que poseería. En Roma aprendió las artes liberales. Fue enviado por el prefecto Probo a la Liguria y a la Emilia como gobernador; luego, vino a Milán con plenos poderes. Llegó a Milán cuando el pueblo, después de la muerte de Auxencio, obispo arriano, estaba dividido respecto a su sucesor. Dirigióse, pues, Ambrosio a la iglesia, en cumplimiento del deber de su cargo, para calmar la sedición. Hablando muy elocuentemente, sobre la paz y la tranquilidad pública, un niño gritó súbitamente: “¡Ambrosio, obispo!”. Y Todo el pueblo pidió por obispo a Ambrosio.

Se negó, y resistió a las preces de la multitud; mas el deseo del pueblo fue manifestado a Valente, quien se alegró de que fueran solicitados para obispos los que él había escogido magistrados. Fue también muy grato a Probo, el cual había dicho a Ambrosio al partir, como si fuera inspirado: “Ve, y pórtate, no como juez, sino como obispo. Y como al deseo del pueblo se juntó la voluntad del emperador, Ambrosio fue bautizado (era aún catecúmeno), iniciado en los sagrados misterios, y observados todos los grados de las órdenes según la Iglesia, el día octavo, que fue el 7 de diciembre, recibió el episcopado. Consagrado obispo, defendió la fe católica y la disciplina de la Iglesia; convirtió a muchos arrianos y a otros herejes a la verdad de la fe, entre los cuales dio a luz para Jesucristo al que había de ser el sol de la Iglesia, San Agustín.

Por dos veces visitó, como legado, a Máximo, el cual había dado muerte al emperador Graciano, y como rehusara hacer penitencia, le separó de su comunión. Prohibió la entrada en la iglesia al emperador Teodosio por la matanza que había ordenado en Tesalónica. Y como Teodosio replicara que el rey David fue adúltero y homicida, respondió Ambrosio: “Al que seguiste en su maldad, imítale también en su penitencia”. Movido por este razonamiento, Teodosio cumplió humildemente la penitencia que le había sido impuesta. El santo obispo, después de haber trabajado en gran manera por la Iglesia, y escrito sabiamente muchos libros, antes de caer enfermo, predijo el día de su muerte. Estando enfermo, Honorato, obispo de Vercelli, le visitó tres veces por orden del mismo Dios: le administró el sagrado Cuerpo del Señor, y mientras oraba Ambrosio, teniendo puestas las manos en forma de cruz, entregó el alma a Dios, el día cuatro de abril del año 397.

Del Breviario Romano

Santos de la Primera semana de Adviento

El bienaventurado apóstol Andrés, nacido en Betsaida, pequeña población de Galilea, hermano de Pedro y discípulo de Juan Bautista, habiendo oído que éste decía de Cristo: “He aquí el Cordero de Dios”, siguió a Jesús, y llevó él a su hermano. Hallándose después pescando en el mar de Galilea juntamente con su hermano, ambos fueron llamados por Cristo antes que los otros apóstoles, con aquellas palabras: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Ellos, sin la menor tardanza, y después de haber dejado las redes, le siguieron. Después de la pasión y de la resurrección de Cristo, Andrés vino a Escitia de Europa, país que le fue señalado para propagar en él la fe de Cristo. Luego recorrió el Epiro y la Tracia, y con su doctrina y milagros convirtió a Cristo innumerables almas. Al llegar a Patras de Acaya, después de haber conseguido allí que muchos se convirtieran a la doctrina del Evangelio, reprendió con toda libertad al procónsul Egeas, el cual resistía a la predicación evangélica, porque, queriendo ser tenido por juez de los hombres, engañado por los demonios, no quería reconocer a Cristo Dios por juez de todo el linaje humano.

Entonces, enojado Egeas, dijo: “Deja de ensalzar a Cristo a quien análogas alabanzas no impidieron que fuese crucificado por los Judíos». Además, con palabras impías interrumpiole mientras enseñaba con noble libertad que Jesucristo por la salvación de los hombres se ofreció a la crucifixión, y le exhortó a que, mirando por sí, accediera a sacrificar a los dioses. A lo cual contestó Andrés: “Yo cada día sacrifico al Dios omnipotente, único y verdadero, no las carnes de los toros y de los cabritos, sino el Cordero sin mácula. Y cuando todo el pueblo fiel ha participado de su carne, este Cordero que ha sido sacrificado, continúa todavía íntegro y lleno de vida”. Egeas, airado en gran manera por estas palabras, ordenó que Andrés fuera conducido a la cárcel. De ella fácilmente le habría librado el pueblo, si el Apóstol no hubiese apaciguado a la multitud rogando con gran insistencia que no le impidieran ser partícipe de la corona tan deseada del martirio.

Poco después, fue conducido al tribunal, y no pudiendo Egeas sufrir por más tiempo que Andrés ensalzara los misterios de la cruz y que reprobara su impiedad, mandó suspenderle en la cruz, para que así imitara la muerte de Cristo. Cuando Andrés era conducido al lugar del martirio, viendo la cruz de lejos empezó a exclamar: “Oh buena cruz, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor; cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso, y ofrecida a mis ardientes deseos, apártame de en medio de los hombres, y devuélveme a mi Maestro, a fin de que por ti me reciba, el que por ti me redimió”. Así, pues, fue clavado en la cruz, y permaneció vivo en ella por espacio de dos días, sin cesar de predicar la fe de Cristo, hasta que fue a reunirse con Aquel cuya muerte tanto había deseado imitar. Los presbíteros y diáconos de Acaya que consignaron su martirio, afirman que todo lo por ellos relatado, lo vieron y oyeron. Su cuerpo fue trasladado primero a Constantinopla en tiempo de Constantino, y después a Amalfi. Por disposición del Sumo Pontífice Pío II, su cabeza fue llevada a Roma, y colocada en la basílica de San Pedro.

2 DE DICIEMBRE: SANTA BIBIANA.

Bibiana, virgen de Roma, noble por su linaje, lo fue más aún por su fe cristiana. Su padre Flaviano, que había sido prefecto durante el imperio del crudelísimo tirano Juliano el Apóstata, fue marcado con las señales de la esclavitud, y deportado a las Aguas Taurinas, donde murió mártir. A su madre Dafrosa, la encerraron en su casa con sus hijas, para que pereciesen de hambre, y después fue decapitada fuera de Roma. Bibiana y Demetria fueron despojadas de todos sus bienes. Aproniano, pretor de la ciudad, codicioso de sus riquezas, las privó de todo auxilio humano; mas, habiéndolas alimentado aquel Dios que da comida a los hambrientos, reaparecieron todavía lozanas, lo cual dejó al pretor profundamente admirado.

Aproniano intentó hacer que honrasen a los dioses de los Gentiles, prometiéndoles restituirles sus riquezas, y ofreciéndoles la gracia del emperador y ventajosos enlaces. De lo contrario, las amenazaba con cárceles, azotes y con el hacha del verdugo. Pero ellas no se apartaron de la verdadera fe, estando resueltas a morir antes que mancharse con las supersticiones paganas. Así desecharon las impías proposiciones del pretor. Demetria murió de súbito a la vista de Bibiana, y se durmió en el Señor. Bibiana, fue entregada a Rufina, mujer astuta, a fin de que la sedujera; pero, instruida desde la cuna en la ley de Cristo, resuelta a conservar sin mancha la flor de la virginidad, triunfó con fortaleza, burlando la malicia del pretor.

No sirvieron a Rufina sus engañosas palabras ni los golpes con que cada día castigaba a Bibiana, intentando que abandonase su santo propósito; y viendo el pretor que su esperanza quedaba frustrada, aumentada su ira viéndose vencido por Bibiana, mandó a sus ministros que la desnudasen y que, con las manos atadas, sujeta a una columna, la golpeasen con plomos hasta morir. Su sagrado cuerpo, arrojado a los perros, estuvo dos días en la plaza del Toro, conservándose ileso de una manera maravillosa. Un presbítero llamado Juan la enterró por la noche junto a su hermana y su madre, cerca del palacio de Licinio, donde aún hoy, hay una iglesia dedicada al Señor, con el nombre de Santa Bibiana, y que fue restaurada por el papa Urbano VIII; el cual, habiendo hallado los cuerpos de las santas Bibiana, Demetria y Dafrosa, las puso en el altar mayor.

3 DE DICIEMBRE: SAN FRANCISCO JAVIER

Nacido Francisco en Javier, diócesis de Pamplona, de nobles padres, fue en París compañero y discípulo de San Ignacio. Con tal maestro hizo progresos tan rápidos, que al contemplar las cosas divinas, algunas veces se levantaba sobre la tierra, con frecuencia celebrando el santo sacrificio de la Misa en presencia de muchos. Estas delicias las merecía por las maceraciones de su cuerpo; pues se privaba de la carne y del vino y del pan de trigo; tomaba sólo alimentos viles, y muchas veces, se abstuvo de todo alimento por dos o tres días. Se azotaba con disciplinas de hierro, y con frecuencia derramaba abundante sangre. Sólo se permitía un brevísimo sueño, aun sobre el suelo.

Maduro por la austeridad y santidad de su vida para el cargo de apóstol, como Juan III, rey de Portugal, pidiese para las Indias algunos miembros de su Congregación al papa Paulo III, éste le eligió para esa misión, confiándole la potestad de Nuncio apostólico. Llegado a las Indias, fue instruido milagrosamente en lenguas muy difíciles y diversas de aquellas naciones. Algunas veces sucedió que hablando él en una sola lengua a personas de diversas naciones, cada una le oía en la suya propia. Recorrió a pie, y muchas veces descalzo, muchas provincias. Introdujo la fe en el Japón y en otras seis comarcas. Convirtió a centenares de miles de hombres, y confirió el bautismo a muchos reyes y a grandes príncipes. Y a pesar de obrar tan grandes cosas por Dios, conservaba tal humildad, que escribía a San Ignacio, su superior, de rodillas.

Este ardor en la propagación del Evangelio, lo premió el Señor con numerosos milagros. Dio la vista a un ciego. Con la señal de la cruz convirtió el agua del mar en agua dulce en tan gran cantidad, que alivió durante largo tiempo a quinientos hombres que morían de sed. Con aquella agua, llevada a diversas regiones, varios enfermos curaron. Resucitó a varios muertos, entre ellos a uno que había sido sepultado el día anterior, al que devolvió la vida mandando que le sacasen de la sepultura; lo mismo hizo con otros dos, tomándoles de la mano mientras les llevaban a la tumba, devolviéndoles con vida a sus padres. Poseyó el espíritu de profecía, reveló acontecimientos que debían tener lugar en lugares o en tiempos remotos. Murió en Sanciano lleno de méritos, consumido por los trabajos, el día dos de diciembre. Su cadáver, cubierto dos veces con cal viva, manó sangre, esparció un olor suavísimo, y extinguió una peste en Malaca, adonde fue llevado. Por último, habiendo brillado con nuevos milagros, Gregorio XV le inscribió en el número de los santos. El papa Pío X le eligió Patrono celestial de la Sociedad y Obra de la Propagación de la Fe.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 21 al 27 de noviembre

DÍA 22 DE NOVIEMBRE: SANTA CECILIA

La virgen Cecilia, nacida en Roma, de padres ilustres, y educada desde niña en la fe, consagró a Dios su virginidad. Obligada a desposarse con Valeriano, le dirigió en la noche de bodas estas palabras: Valeriano, yo estoy bajo la custodia de un Ángel que protege mi virginidad; nada, por tanto, intentes hacer conmigo que atraiga sobre ti la ira de Dios. Valeriano al oír estas palabras no osó acercarse a ella, añadiendo que creería en Jesucristo si viera a aquel Ángel. Contestándole Cecilia que esto era imposible sin haber recibido el bautismo, ansiando ver al Ángel, manifestó deseos de ser bautizado, por lo que se dirigió, por consejo de la joven virgen, al encuentro del papa Urbano, el cual, debido a la persecución, estaba escondido entre los sepulcros de los mártires, en la vía Apia, siendo bautizado por él.

Al volver junto a Cecilia, la encontró orando, teniendo junto a ella a un Ángel que despedía resplandores divinos, por lo que se llenó de admiración; pero al volver en sí de su asombro llamó a su hermano Tiburcio, el cual, instruido en la fe cristiana por Cecilia y bautizado por el mismo Urbano, mereció también contemplar al Ángel que había visto su hermano. Poco después, ambos sufrieron el martirio bajo el prefecto Almaquio. Luego éste mandó prender a Cecilia, preguntándole ante todo dónde se hallaban las riquezas de Tiburcio y Valeriano.

Como ella le respondiera que todas habían sido dadas a los pobres, fue tal su indignación, que mandó conducirla de nuevo a su casa para quemarla en la sala de los baños, donde permaneció durante un día y una noche sin que las llamas se acercaran a ella. La mandó entonces al verdugo, el cual, después de herirla tres veces con el hacha, sin conseguir decapitarla, la dejó medio muerta. Por último, tres días más tarde, el 22 de noviembre, siendo emperador Alejandro voló al cielo adornada con la doble palma de la virginidad y del martirio; su cuerpo fue inhumado por el papa Urbano en el cementerio de S. Calixto. En su casa se construyó una iglesia bajo su advocación; su cuerpo, y los de los papas Urbano y Lucio, y los de Tiburcio, Valeriano y Máximo, fueron trasladados más tarde a la ciudad por el Papa Pascual I, y colocados en la citada iglesia de Santa Cecilia.

DIA 23 DE NOVIEMBRE: SAN CLEMENTE

Clemente, hijo de Faustino, nació en Roma en el distrito del monte Celio y fue discípulo de San Pedro. A él se refiere San Pablo cuando escribe a los Filipenses: También te pido a ti, oh fiel compañero, que asistas a esos que conmigo han trabajado en el Evangelio con Clemente y los demás coadjutores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida. Dividió Roma en siete circunscripciones, a las cuales asignó un notario a cada una, para recoger todo cuanto cupiera sobre los tormentos y los hechos de los mártires y de escribirlo. Escribió provechosamente varias obras que nos ilustran sobre la religión cristiana.

Como por sus enseñanzas y la santidad de su vida convirtió a muchos a la fe de Cristo, Trajano le desterró más allá del Ponto Euxino, a los desiertos cerca de la ciudad de Quersón, en donde encontró a otros dos mil cristianos, condenados por el mismo emperador a extraer y cortar el mármol. Un día en que estaban afligidos por la falta de agua, subió Clemente, luego de orar, a una colina cercana donde vio un Cordero con su pie derecho sobre un manantial de agua dulce que hacía brotar de allí, y que sirvió a todos para apagar su sed. Este milagro condujo a muchos infieles a abrazar la fe de Jesucristo y a venerar la santidad de Clemente.

Irritado Trajano, mandó arrojar a Clemente al mar con un áncora ligada al cuello. Se cumplió la orden; pero los cristianos oraron en la orilla, y el mar se retiró a tres millas. Yendo por allí los fieles, encontraron un pequeño edificio de mármol en forma de templo, en cuyo interior había un arca de piedra; y en él estaba el cuerpo del Mártir. Bajo el pontificado de Nicolás I, el cuerpo se trasladó a Roma a la iglesia de su nombre. Fue también levantada una iglesia bajo su advocación en el lugar de la isla en que había brotado la fuente. Ocupó Clemente el Pontificado 9 años, 6 meses y 6 días, en los cuales celebró en diciembre 2 ordenaciones, creando en ellas 10 presbíteros, 2 diáconos y 15 obispos para diversos lugares.

24 DE NOVIEMBRE: SAN JUAN DE LA CRUZ

Juan de la Cruz, nacido en Fontiveros, España, de padres devotos, mostró ya desde su infancia cuán grato llegaría a ser a la Virgen Madre de Dios; ya que, habiendo caído a los cinco años en un pozo, sostenido por la mano de María, salió de allí sano y salvo. Ardiendo en deseos de sufrimiento, a los 9 años, renunciando al lecho, solía acostarse sobre sarmientos. Ya adolescente, se consagró al servicio de los enfermos pobres en el hospital de Medina del Campo, siendo tal su caridad, que estaba siempre dispuesto a prestarles los servicios más humillantes, lo cual estimulaba a los demás a poner mayor celo en los actos semejantes de caridad. Llamado a una vocación más sublime, ingresó en la Orden de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo, en la cual, ordenado de sacerdote por obediencia, y movido de deseos de practicar una disciplina más severa y una vida más austera, obtuvo licencia para seguir la regla primitiva de la Orden. Entonces, inspirándose en el recuerdo de la Pasión del Señor, se declaró a sí mismo la guerra, como al peor enemigo, llegando en poco tiempo, mediante sus vigilias, ayunos, disciplinas y todo género de maceraciones, a crucificar su propia carne junto a sus vicios y apetitos, y a merecer que Santa Teresa le tuviera como una de las almas más puras y santas que ilustraban a la sazón a la Iglesia de Dios.

Armado con la fuerza que le comunicaba la singular austeridad de su vida y la práctica de todas las virtudes, y entregado a la asidua contemplación de las cosas divinas, experimentó con frecuencia admirables éxtasis; consumíase en una llama tan viva de amor de Dios, que no pudiendo a veces mantenerse ocultos sus ardores, salían al exterior y resplandecían en su semblante. Solícito de la salvación del prójimo, se entregába Juan a la predicación de la palabra divina y a la administración de sacramentos. Tales merecimientos, unidos a su deseo de promover una más estricta disciplina, le valieron el ser dado por Dios como auxiliar a Santa Teresa, para restablecer entre los religiosos la primera observancia del Carmelo que ella había restablecido entre las religiosas de esta Orden. Para llevar a cabo esta obra divina, tuvo que soportar, igual que la Santa, muchas fatigas, visitando, sin arredrarse ante privaciones ni peligros, cada uno de los monasterios levantados por los desvelos de esta santa Virgen en toda España, haciendo que floreciera en estas casas, y en las que él mismo fundó, la nueva observancia, y afianzando esta observancia con sus palabras y ejemplos. Con mucha justicia los Carmelitas descalzos reformados le consideran, después de Santa Teresa, como el maestro y padre de su Orden.

Permaneció siempre virgen, y cuando algunas mujeres desvergonzadas intentaron engañar a su modestia, no solo las frustró, sino que las obtuvo para Cristo. A juicio de la Sede Apostólica, enseñó tanto sobre Dios como Santa Teresa, explicando los misterios ocultos de Dios, y escribió libros de teología mística llenos de sabiduría celestial. Cristo una vez le preguntó qué recompensa tendría por tanto trabajo; a lo cual él respondió: Señor, padecer y ser despreciado por tu causa. Era muy famoso por su poder sobre los demonios, a quienes a menudo echaba de los cuerpos de los posesos, por los dones de discernir espíritus, profecía y por sus eminentes milagros, a pesar de lo cual era muy humilde, y muchas veces suplicaba al Señor que muriera en algún lugar donde no se le conociera. De acuerdo con su oración, fue enviado a Úbeda, donde durante tres meses el Prior lo encarceló y lo maltrató cruelmente durante su última enfermedad. Para coronar su amor al sufrimiento, llevaba cinco llagas purulentas abiertas en su pierna, soportándolas con devota paciencia. Por fin, el 14 de diciembre del año 1591, en el día y en la hora anunciada por él mismo, tras haber recibido los sacramentos de la Iglesia, y abrazado a la imagen del Salvador crucificado, que siempre había tenido en su corazón y su boca, pronunció las palabras: En tus manos encomiendo mi espíritu, y se durmió en el Señor. Cuando murió, su alma fue recibida en una gloriosa nube de fuego, mientras su cuerpo exhalaba un suave perfume; permanece incorrupto, y es celebrado con gran honor, en Segovia. Famoso por muchos milagros tanto antes como después de su muerte, Benedicto XIII le inscribió entre los Santos, y Pío XI le proclamó Doctor de toda la Iglesia.

25 DE NOVIEMBRE: SANTA CATALINA VIRGEN Y MARTIR.

La ilustre virgen Catalina nació en Alejandría. Añadió desde su juventud el estudio de las artes liberales a los ardores de la fe, alcanzando en poco tiempo la más alta perfección de doctrina y de santidad; tanto, que a los 18 años aventajaba en ciencia a los hombres más sabios. Viendo arrastrar al suplicio, por orden de Maximino, a muchos cristianos que ya habían sido atormentados por causa de su fe, no temió el presentarse ante el tirano, echándole en cara su impía crueldad y demostrándole con razones sabias la necesidad de la fe en Jesucristo para la salvación.

Maximino, admirado ante la ciencia de Catalina, mandó retenerla; y reuniendo de todas partes a los sabios más ilustres, les prometió espléndidas recompensas si lograban convencerla de la falsedad de la fe de Cristo y conducirla al culto de los ídolos. Pero sucedió lo contrario: varios de los filósofos, inflamados por la fuerza y la sutileza de los argumentos de Catalina, sintieron tan gran amor a Jesucristo, que no habrían vacilado en morir por su causa. Maximino, entonces, se propuso quebrantar las convicciones de Catalina con halagos y promesas. Pero viendo la inutilidad de su intento, mandó azotarla con varas y látigos con bolitas de plomo, encerrándola luego en la cárcel durante once días, sin alimento ni bebida.

Pero la esposa de Maximino y Porfirio, general de sus ejércitos, fueron a la prisión para ver a la joven virgen. Persuadidos por sus discursos, creyeron en Jesucristo, recibiendo luego la corona del martirio. Mientras, Catalina fue sacada de la cárcel, donde había preparada una rueda con agudas cuchillas para despedazar el cuerpo de la virgen, y que, a sus oraciones, se hizo añicos; fueron muchas las personas que en vista de este milagro abrazaron la fe. Pero Maximino, obstinado cada vez más en su impiedad y crueldad, mandó decapitar a Catalina, quien presentó su cerviz al hacha del verdugo, y voló al cielo con el doble galardón de la virginidad y del martirio, el 25 de noviembre. Su cuerpo fue transportado por los ángeles al monte Sinaí, en Arabia.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 14 al 20 de noviembre

DIA 14 DE NOVIEMBRE: SAN JOSAFAT.

Josafat Koncewicz nació de nobles y católicos padres en Vadimir, Volinia. Siendo muy niño, y estando escuchando ante una imagen de Jesús crucificado una explicación de su madre sobre la Pasión de Jesucristo, un dardo salido del lado del Salvador vino a herirle en el corazón. Abrasado en el amor de Dios, se consagró con fervor a la oración y a otros ejercicios de piedad, siendo un modelo para los mayores que él. Ingresó en el claustro a los 20 años, abrazó la vida monástica entre los religiosos de la Orden de S. Basilio, y progresó mucho en la perfección evangélica. Andaba descalzo a pesar del invierno en aquellas comarcas; no probaba nunca la carne y sólo por obediencia bebía vino; castigó su cuerpo hasta el fin de su vida, con un aspérrimo cilicio. Mantuvo intacta la flor de la virginidad, habiéndose obligado con voto ofrecido en su adolescencia a la Virgen Madre de Dios. No tardando en extenderse la fama de su ciencia y virtud encargósele, siendo muy joven, la dirección del monasterio de Bythen; poco después llegó a ser Archimandrita de Vilna y luego, a pesar suyo, pero a instancias de los católicos, fue arzobispo de Folotsk.

Con esta dignidad, Josafat no cambió el modo de vida que antes llevaba y tomó a pecho sólo favorecer el culto divino y la salvación del rebaño a él confiado. Defensor de la verdad de la unidad católica, procuró el retorno de los cismáticos y herejes a la comunión con la cátedra de San Pedro. Respecto al Papa y a la plenitud de su autoridad, siempre tomó su defensa contra las calumnias y los errores de los impíos, ya en discursos, o en escritos llenos de piedad y doctrina. Reivindicó la jurisdicción episcopal y los bienes de la Iglesia que los laicos habían usurpado. Un gran número de herejes fueron atraídos por él al seno maternal de la Iglesia, y respecto a la unión de la Iglesia griega con la latina, las declaraciones de los Papas atestiguan que Josafat fue uno de sus principales promotores. Para este fin, como para el esplendor debido a los edificios sagrados, y para edificar casas para las vírgenes consagradas a Dios, y para sostener otras obras pías, dio las rentas de su mesa episcopal. Su liberalidad para con los indigentes fue tanta, que, cierto día, no encontrando nada para aliviar la miseria de una pobre viuda, empeñó su manto episcopal.

El incremento que se siguió de la fe católica excitó el odio de hombres corrompidos, que conspiraron para asesinar a este atleta de Cristo. En un sermón predijo a su pueblo lo que estaba a punto de suceder. Mientras se dirigía a Vitebsk en una visita pastoral, estos enemigos irrumpieron en el palacio episcopal, hiriendo y asesinando a los que encontraron. Josafat, con admirable dulzura se presentó ante los que le buscaban, y en tono amical les dijo: Amados hijos, ¿por qué maltratáis a mis servidores? Si me buscáis a mí, aquí me tenéis. Los asesinos se precipitaron sobre él, le abrumaron a golpes y le atravesaron con sus armas; tras darle muerte de un hachazo arrojaron su cadáver al río. Sucedió esto el doce de noviembre del año 1623, teniendo Josafat 43 años. Su cuerpo, que despedía un fulgor maravilloso, fue sacado del fondo del río. Los asesinos del Mártir fueron los primeros en sentir los efectos saludables de su sangriento martirio, pues, condenados a muerte, abjuraron el cisma, y reconocieron la enormidad de su crimen. Y como el santo obispo se hiciera célebre por numerosos milagros, el Papa Urbano VIII le beatificó. Pío IX, tres días antes de las calendas de julio del año 1867, con ocasión de las fiestas solemnes de los centenarios de los Príncipes de los Apóstoles, en presencia del colegio de cardenales, y de unos 500 más patriarcas, metropolitanos y obispos de todos los ritos de todas partes del mundo, reunido en la basílica del Vaticano con todos ellos, canonizó al primer cristiano oriental para mantener la unidad de la Iglesia. El Sumo Pontífice, León XIII, extendió su Misa y Oficio a toda la Iglesia.

15 DE NOVIEMBRE: SAN ALBERTO

Alberto, al cual su gran ciencia valió el sobrenombre de Grande, nació en Lavingen, sobre el Danubio, en Suabia. Desde su infancia recibió una educación esmerada. Después se expatrió por razón de estudios, a Padua, donde por consejo del beato Jordán pidió la admisión en la familia dominicana a pesar de la oposición de su tío. Allí se consagró totalmente a Dios y se distinguió por su fidelidad a la Regla, por su piedad y por el ardor de una devoción filial y tierna a la Virgen María. Dispuso su vida anteponiendo la oración al estudio; y se hizo idóneo para predicar la palabra divina y procurar la salvación de las almas, tal como lo exigía la profesión apostólica que había abrazado. Al poco tiempo fue enviado a Colonia para completar sus estudios, e hizo tales progresos que superó a todos por su diligencia en la investigación y en el fomento de casi todas las ciencias, y tan bien penetró la ciencia de salvación bebida en la fuente de las divinas Escrituras, que, según Alejandro IV, poseía en su alma toda su vigorosa plenitud.

Para que pudiese hacer participes a los demás de los tesoros de las ciencias, fue nombrado profesor de Hildesheim y después de Friburgo, Ratisbona y Estrasburgo. Fue objeto de la admiración como maestro de teología en la universidad de París. Demostró la concordia entre la fe y la filosofía antigua al ordenar a esta última a los rectos dictámenes de la razón. Escribió exposiciones y numerosos escritos, que versan sobre casi todas las ciencias, y prueban los progresos que su espíritu ardiente y su aplicación infatigable imprimieron a todas ellas, y sobre todo a las ciencias sagradas. Volvió otra vez a Colonia para dirigir la escuela superior de su Orden y lo hizo con tanto éxito, que su autoridad y su reputación científica fue cada día en aumento en todas las escuelas. Amó especialmente a su discípulo Tomás de Aquino, del cual fue el primero en notar y anunciar la profundidad intelectual. La pía devoción al Santísimo Sacramento del Altar le inspiró bellísimos escritos, y por sus enseñanzas acerca de la mística facilitó a las almas sus caminos con tanta eficacia, que el celo fructuoso de este gran maestro difundió la piedad en toda la Iglesia.

Mientras desempeñaba funciones tan numerosas y importantes, daba también ejemplos magníficos de perfección religiosa, y por ello sus hermanos lo eligieron Prior de la provincia teutónica. Llamado a Anagni, confundió ante el papa Alejandro IV a Guillermo, cuya impía audacia atacaba las órdenes mendicantes. El mismo papa lo creó poco después obispo de Ratisbona, y Alberto se consagró enteramente a su rebaño procurando, a la vez, con gran cuidado no modificar en un ápice la simplicidad de su tenor de vida ni su amor a la pobreza. Renunció después a su cargo, pero con la disposición de continuar con la misma solicitud los trabajos propios del oficio episcopal, y así ejercitó los ministerios espirituales en la Germania y países limítrofes. Daba justos y saludables consejos con gran solicitud a los que se los pedían y procuró con tanto empeño dirimir las querellas, que no sólo la ciudad de Colonia reconoció en él un mediador pacífico, sino que hasta los prelados y los príncipes le llamaron de muy lejos para que fuera árbitro en sus diferencias. Alberto recibió de San Luis, rey de Francia, reliquias de la Pasión de Cristo, hacia la cual tenía una particular devoción. En el segundo concilio de Lyon hubo de solucionar asuntos de gran importancia. Obligado, en fin, por la edad a renunciar a la enseñanza, se entregó a la vida contemplativa y entró en el gozo del Señor en el año 1280. Muchas diócesis y la Orden de Predicadores, con la autorización de los Soberanos Pontífices, le habían tributado desde mucho tiempo honores sagrados, cuando el papa Pío XI confirmando el voto de la Sagrada Congregación de Ritos, extendió a la Iglesia universal la fiesta de San Alberto Magno, después de haberle concedido el título de Doctor.

16 DE NOVIEMBRE: SANTA GERTRUDIS.

Nació de padres nobles en Eisleben (Sajonia). Gertrudis, desde la edad de 5 años, consagró a Jesucristo su persona y su virginidad en el monasterio benedictino de Rodesdorf. Desde entonces se consideró extranjera a las cosas de este mundo, y se aplicó con celo a la práctica de la virtud, llevando una vida celestial. Al conocimiento de las letras unía la ciencia de las cosas divinas, cuya meditación la excitaba a la virtud y por la cual, en poco tiempo, adquirió la perfección cristiana. Gertrudis hablaba con frecuencia y con píos sentimientos de Cristo y de los misterios de su vida, no pensando sino en la gloria de Dios, al cual refería todos sus deseos y acciones. Aunque Dios le había favorecido con dones excelentes en el orden de la naturaleza y de la gracia, Gertrudis se tenía en tan poco que consideraba como uno de los principales milagros de la divina bondad el que Dios la soportara a pesar de ser ella una pecadora.

A los 30 años fue escogida para gobernar, primero el monasterio de Rodesdorf en el que había abrazado la vida religiosa, y después el de Heldelfs. Durante 40 años desempeñó su cargo con tanta prudencia y celo por la disciplina regular, que su monasterio pareció el asilo de la perfección religiosa. En aquellas dos comunidades, aunque madre y superiora de todas las religiosas, quería ser considerada como la última, humillándose como si lo fuera. Para entregarse a Dios con espíritu libre, mortificaba su cuerpo con ayunos, vigilias y muchas austeridades. Con igualdad de ánimo, no dejó de mostrar una inocencia de vida, una dulzura y una paciencia muy grandes. Trató con todas sus fuerzas de procurar la salud del prójimo, y recogió muchos frutos de su piadosa solicitud. La fuerza del amor a Dios la arrebataba en éxtasis, y le mereció ser elevada a un grado alto de contemplación y al gozo de la unión divina.

Queriendo Jesucristo mostrar el mérito de su amada esposa, declaró que el corazón de Gertrudis era para Él como una habitación llena de delicias. Gertrudis honraba con singular devoción a la gloriosa Virgen María, que el mismo Jesús le había dado por madre y protectora, recibiendo de ella gran número de mercedes. El adorable sacramento de la Eucaristía y la Pasión del Señor la penetraban de tal amor y reconocimiento, que al meditarlas derramaba abundantes lágrimas. Cada día aliviaba con sus oraciones y sufragios a las almas de los justos condenados a las llamas expiatorias. Gertrudis compuso numerosos escritos aptos para fomentar la piedad. También ha sido célebre por sus revelaciones y por sus profecías. En fin, reducida a un estado de languidez, más por su ardiente amor a Dios que por enfermedad, murió en el año 1292. Dios la glorificó con milagros tanto en vida como después de su muerte.

                                                                                              Del Breviario Romano.

Santos de la Semana del 7 al 13 de noviembre

10 DE NOVIEMBRE: SAN ANDRES AVELINO.

Andrés Avelino, llamado antes Lancelote, nació en un pueblo llamado Castronuovo, en Lucania. Desde niño dio indicios de su futura santidad. En su adolescencia hubo de ausentarse de la casa paterna para dedicarse al estudio de las letras, y en edad peligrosa de la vida, procuró no perder nunca de vista el temor de Dios: principio de toda sabiduría. Unió a su belleza física, un gran amor a la castidad, que le movió a librarse de las asechanzas de las mujeres impúdicas. Adscrito muy pronto a la milicia clerical, se dirigió a Nápoles para estudiar el derecho, obteniendo el título de doctor. Habiendo sido elevado al sacerdocio, ejerció la abogacía sólo en el fuero eclesiástico y en favor de algunos particulares, como preceptúan los sagrados cánones. Más como cierto día, al defender un pleito, profirió una mentira leve, y habiendo abierto la Sagrada Escritura, leyera las siguientes palabras: La boca mentirosa mata el alma, fue tanto el dolor que le causó su falta, que resolvió abandonar inmediatamente su profesión. Entonces se consagró al culto divino y a los sagrados ministerios, en los que mereció, por sus plecaros y eminentes ejemplos en todas las virtudes eclesiásticas, que el arzobispo de Nápoles le confiara la dirección de un convento de religiosas. Habiéndose atraído en este cargo el odio de algunos hombres perversos, pudo escapar ileso a un primer atentado contra su vida; pero poco después un asesino le causó tres heridas en el rostro, sin que esta injuria turbara la igualdad de su alma. El vivo deseo de llevar una vida más perfecta le hizo solicitar su admisión entre los Clérigos regulares; anhelo que fue atendido, obteniendo, además, que se le impusiera el nombre de Andrés, por su ardiente amor a la cruz.

Habiendo emprendido gozoso una vida más austera, se aplicó sobre todo al ejercicio de las virtudes, al cual se obligó con dos votos de difícil observancia: el de combatir siempre su propia voluntad y el de avanzar cada día más en el camino de la perfección. Fiel observador de la regla, Andrés tuvo gran cuidado de que los demás también la observaran cuando fue su superior. El tiempo que le dejaban libre el cargo de su instituto y la observancia de la regla, lo consagraba a la oración y a la salvación de las almas. Su prudencia y piedad resplandecieron en el ministerio de la confesión. Recorría, como ministro del Evangelio, los pueblos y aldeas cercanas a Nápoles, con gran provecho de las almas. El Señor se complació en glorificar, hasta con prodigios, esta caridad del santo hombre con el prójimo, pues volviendo un día a su casa en una noche, luego de oír la confesión de un enfermo, la lluvia y el viento huracanado apagaron la luz que facilitaba su marcha; pero no sólo él y sus compañeros no se mojaron nada, sino que su cuerpo proyectó un resplandor que guió a sus compañeros en medio de las más densas tinieblas. La práctica de la abstinencia, la paciencia, el desprecio y el odio de sí, le llevó a la perfección de estas virtudes. Soportó, sin turbación, el asesinato de su sobrino, y reprimió en los suyos los impulsos de venganza, yendo a implorar por los culpables la clemencia y favor de los jueces.

Propagó en diversos lugares la Orden de los Clérigos regulares, de los cuales fundó conventos en Plasencia y en Milán. Dos cardenales, San Carlos Borromeo y Pablo de Arezo, Clérigo regular, le profesaban gran afecto, y recurrieron a sus servicios en el ejercicio de su cargo pastoral. Andrés amaba y honraba con predilección a la Virgen, Madre de Dios, y mereció gozar de la conversación con los ángeles, cuyos cánticos manifestó haber oído mientras él mismo celebraba las divinas alabanzas. Tras haber dado ejemplos heroicos de virtudes y de adquirir gran celebridad por el don de profecía, por el que veía sucesos lejanos o futuros, y por la penetración de los corazones, lleno de años y agotado por los trabajos, sufrió un ataque de apoplejía en el momento en que, tras repetir el verso: “Me acercaré al altar de mi Dios”, iba a subir al altar para celebrar, y habiéndole administrado en seguida los sacramentos, Andrés expiró con gran dulzura entre los suyos. Acude a venerar su cuerpo, aun en nuestros días, en la iglesia de San Pablo, en Nápoles, un concurso de pueblo tan grande como en el día de su inhumación. Y por el fulgor de los milagros que obró en vida y después de su muerte, el soberano pontífice Clemente XI le inscribió en el catálogo de los santos con las solemnidades acostumbradas.

DIA 11 DE NOVIEMBRE: SAN MARTIN OBISPO DE TOURS.

Martín natural de Sabaría, Pannonia, huyó a la iglesia, contra la voluntad de sus padres, a la edad de 10 años, para inscribirse como catecúmeno. Habiendo ingresado a los 15 años en la milicia romana, sirvió en ella bajo Constantino y después bajo Juliano. En una ocasión en que no poseía sino sus armas y la ropa que le cubría, un pobre le pidió, cerca de Amiens, limosna en nombre de Cristo, y Martín le dio una parte de su clámide. En la noche siguiente, apareciósele Jesucristo, revestido con esta media capa, diciendo: Martín, simple catecúmeno me ha abrigado con este vestido.

A los 18 años recibió el bautismo. Por lo cual, abandonando la vida militar, pasó al lado de Hilario, Obispo de Poitiers, quien lo recibió en el número de los acólitos. Siendo más adelante Obispo de Tours, edificó un monasterio, en donde vivió algún tiempo muy santamente en compañía de ochenta monjes. Cayó muy enfermo de calenturas, en Candes, pueblo de su diócesis, y no cesaba de rogar a Dios que le librara de la prisión de este cuerpo mortal. Al oírle sus discípulos le dijeron: Padre, ¿por qué nos abandonas? ¿A quién dejarás al cuidado de tus pobres hijos? Y conmovido Martín, rogaba a Dios en esta forma: Oh Señor, si todavía soy necesario a tu pueblo, no rehúso el trabajo.

Viendo sus discípulos que a pesar de la fiebre, continuaba acostado en posición supina y sin cesar en sus oraciones, rogáronle que cambiara de posición y que descansara inclinándose un poco hasta que disminuyera el mal. Pero Martín les dijo: Dejadme mirar al cielo más bien que a la tierra, para que mi alma, a punto de volar al Señor, se dirija hacia el camino que debe seguir. Próximo a morir, vio al enemigo del género humano, y le dijo: ¿Qué haces aquí, bestia cruel? Nada encontrarás en mí que te pertenezca. Y con estas palabras, entregó su alma a Dios, a la edad de 81 años. El coro de ángeles le recibió en el cielo; varios, entre ellos, San Severino, Obispo de Colonia, oyeron cantar las divinas alabanzas.

11 DE NOVIEMBRE: SAN MENAS MARTIR

En la persecución de Diocleciano y Maximiano, emperadores, Menas, soldado cristiano, natural de Egipto, se había retirado al desierto para hacer penitencia. En el día del natalicio de los emperadores, que el pueblo celebraba con espectáculos, entró en el teatro y se pronunció contra las supersticiones paganas. Por ello fue preso y conducido a Cotyea, metrópoli de la Frigia, gobernada por Pirro. Tras haber sido azotado con unas correas, le atormentaron en el caballete, le quemaron con ascuas los costados, frotaron sus llagas con un cilicio, le arrastraron ligado de pies y manos sobre un zarzo erizado de puntas de hierro, le hirieron pegándole con azotes de plomo, y por fin, le acabaron con la espada y le arrojaron al fuego. Retirado de allí su cuerpo, e inhumado por los cristianos, fue trasladado a Constantinopla.

12 DE NOVIEMBRE: SAN MARTIN PAPA.

Martín, natural de Todi, Umbría, se esforzó desde el principio de su pontificado, mediante sus cartas y los legados que envió, en conducir de los errores de la herejía a la verdad de la fe católica a Paulo, Patriarca de Constantinopla. Apoyado éste por el emperador hereje Constante, había llegado en su locura al extremo de desterrar a diversas islas a los legados de la Santa Sede. El Papa, indignado ante este crimen, le condenó en un concilio que se celebró en Roma con asistencia de ciento cinco Obispos.

Por esta causa, envió Constante a Italia al exarca Olimpio con la orden de hacer matar al Papa Martín o de conducirlo a su presencia. Habiendo Olimpio llegado a Roma, mandó a un lictor dar muerte al Papa mientras celebrara la misa en la basílica de Santa María la Mayor; ocurrió empero, que al proponerse este satélite ejecutar la orden, quedó de repente ciego.

Desde entonces cayeron varias desgracias sobre el emperador Constante; pero éste no se enmendó y envió a Teodoro Calíope a Roma con orden de apoderarse del Papa, el cual fue preso valiéndose de un engaño, conducido a Constantinopla y desterrado desde allí al Quersoneso, donde abrumado por los males que había padecido por la fe católica, y habiéndose distinguido por varios milagros, murió el 12 de noviembre. Más tarde, su cuerpo fue trasladado a Roma y depositado en la iglesia consagrada a Dios bajo la advocación de San Silvestre y San Martín. Gobernó la Iglesia 6 años, 1 mes y 26 días. En dos ordenaciones efectuadas en el mes de diciembre, ordenó a 11 presbíteros y a 5 diáconos, y consagró a 33 obispos de diversos lugares.

Del Breviario Romano.

Santos del 17 al 23 de octubre

17 DE OCTUBRE: SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE

Margarita María Alacoque, nacida en la diócesis de Autun, de padres honorables, mostró desde su infancia indicios de su santidad futura. Ardiendo en amor a la Virgen, Madre de Dios y al augusto sacramento de la Eucaristía, hizo, muy joven, voto de virginidad, con el deseo de consagrar su vida a adquirir las virtudes cristianas. Se delitaba entregándose largo tiempo a la oración y a la contemplación de las cosas celestiales, en el desprecio de sí misma, practicando la paciencia en las adversidades, en la mortificación corporal y en la caridad con el prójimo, sobre todo con los indigentes; y se aplicaba a reproducir los santísimos ejemplos del divino Redentor.

Ingresó en la Orden de la Visitación, señalándose por su fervor en la vida religiosa. Fue favorecida por Dios con la gracia de una altísima oración, con otros dones sobrenaturales y frecuentes visiones. La más célebre tuvo lugar hallándose en oración ante el Santísimo Sacramento. Se le apareció Jesús, mostrándole en su pecho entreabierto su Corazón rodeado de llamas y coronado de espinas; le mandó, a impulso de su ardiente caridad y para reparación de las injurias de los hombres ingratos, que se ocupara en instituir una fiesta pública en honor de su Corazón, prometiéndole premiar esta devoción con grandes recompensas sacadas de los celestiales tesoros. Vacilante, pues se consideraba incapaz de tal empresa, la animó el Salvador, y le señaló por director a un hombre de eximia santidad, Claudio de la Colombiere, y la alentó con la esperanza de los grandes beneficios que se seguirían para la Iglesia del culto al Corazón divino.

Margarita se esforzó en cumplir con diligencia las órdenes del Redentor. No le faltaron molestias y amargas vejaciones por parte de los que reputaban sus afirmaciones como efecto de su imaginación, contradicciones que sobrellevó con paciencia, teniéndolas como ganancias espirituales, y convencida de que los oprobios y sufrimientos la ayudarían a convertirse en víctima agradable a Dios y a obtener de Él mayores auxilios para la realización de su proyecto. Tras haber difundido el perfume de la perfección religiosa, y alcanzado en la contemplación de los bienes celestiales una unión cada día más íntima con el celestial Esposo, voló a su presencia en el año 1690, a los 43 años. Resplandeciendo con sus milagros, fue canonizada por Benedicto XV; y Pío XI extendió su Oficio a la toda la Iglesia.

19 DE OCTUBRE: SAN PEDRO DE ALCANTARA

Pedro, nacido de padres nobles en Alcántara, España, mostró desde niño indicios de su santidad. A los 16 años ingresó en la Orden de Frailes Menores, siendo un modelo de las virtudes. Ejerció por obediencia el ministerio de la predicación, conduciendo a muchos cristianos de los desórdenes del vicio a la penitencia. Deseoso de restablecer en la pureza la primitiva observancia del Instituto franciscano, para lo cual confiaba en el auxilio divino y contaba con la aprobación de la autoridad apostólica, fundó cerca de Pedrosa un pequeño convento muy pobre, donde inauguró un método de vida austerísimo, que se propagó en grado admirable por diversas regiones de España, y en las Indias. Ayudó a Santa Teresa, cuyo espíritu había probado, a establecer la reforma del Carmelo. Habiendo sabido esta santa por revelación divina que lo que pidiera en nombre de Pedro le sería otorgado, acostumbraba a encomendarse a sus oraciones y darle, aun en vida, el nombre de santo.

Con la mayor humildad se substraía a los favores de los príncipes, que le consultaban, y rehusó ser el confesor de Carlos V. Observante estricto de la pobreza, se contentaba con una sola túnica, la peor de todas. Era tan delicado respecto a la pureza, que no permitió que el hermano que le servía en su última enfermedad le tocara. Redujo su cuerpo a servidumbre por sus continuas vigilias, ayunos y disciplinas, así como por el frío, la desnudez y toda clase de rigores, habiendo hecho pacto con él de no darle reposo en este mundo. El amor de Dios y del prójimo de que su corazón estaba lleno, llegaba a veces a inflamarle en tan vivos ardores, que le obligaban a salir de su celda a campo raso, para mitigar con el frescor del aire el fuego que le consumía.

Levantado a un grado tan alto de contemplación, su alma se alimentaba de tal manera en ella, que le aconteció alguna vez pasar varios días sin tomar ningún alimento ni bebida. Se le vio con frecuencia elevado en el aire con singular resplandor. Atravesó a pie ríos caudalosos. En una época de gran carestía, alimentó a sus hermanos con un alimento celestial. En otra ocasión, de un bastón que clavó en el suelo brotó una verde higuera; y en una noche en que, yendo de camino, entró en una casucha arruinada y desprovista de techo, la nieve se mantuvo suspendida en el aire, sirviéndole de techo, librándole de sucumbir bajo su peso. Santa Teresa atestigua que tenía el don de profecía y del discernimiento de espíritus. Por último, en la hora por él predicha, confortado por una visión y por la presencia de algunos santos, voló a reunirse con el Señor, a los 63 años. En ese mismo momento, Santa Teresa, que se encontraba en lugar lejano, vio cómo era llevado al cielo. Apareciósele enseguida, exclamando: Oh bienaventurada penitencia, que me ha valido una gloria tan grande. Célebre por los muchos milagros obrados tras su muerte, fue canonizado por Clemente IX.

20 DE OCTUBRE: SAN JUAN CANCIO.

Nació Juan en Kenty, diócesis de Cracovia, de donde le provino el sobrenombre de Cancio. Sus padres, Estanislao y Ana, eran piadosos y honorables. Su gravedad, dulzura e inocencia, hicieron esperar, ya desde su infancia, el elevado grado de virtud que alcanzaría. Después de cursar filosofía y teología en la universidad de Cracovia y de graduarse, fue profesor en la misma muchos años; no contentándose con ilustrar a sus oyentes por medio de las sagradas doctrinas que les explicaba, les enardecía en celo para las obras buenas con la palabra y el ejemplo. Ordenado sacerdote, procuró con diligencia y sin descuidar el estudio, adelantar en la perfección cristiana. Deploraba las ofensas de que Dios era objeto, por lo cual trataba de desviar la cólera divina de sí y del pueblo, celebrando cada día con muchas lágrimas el sacrificio de la Misa. Gobernó ejemplarmente la parroquia de Ilkusi, pero la turbación que le causaba el ver las almas en peligro, le movió a abandonarla para reintegrarse a la enseñanza, invitado por la Academia.

Del tiempo que le dejaba libre el estudio, consagraba una parte a trabajar por la salvación del prójimo por la predicación, y lo restante a la oración, en la cual, según se refiere, tuvo algunas veces visiones y comunicaciones celestiales. El pensamiento de la Pasión de Cristo le conmovía tanto, que pasaba noches enteras en su meditación, y que emprendió para familiarizarse más con ella una peregrinación a Jerusalén. Allí, deseando el martirio, no vaciló en predicar a Cristo crucificado aun a musulmanes. Cuatro veces viajó a Roma al sepulcro de los santos Apóstoles, viajando a pie y cargado él mismo con todo su equipaje. Iba allí a venerar la Sede Apostólica, de la cual era muy devoto, y para abreviar, según decía, las penas de su purgatorio con la remisión de los pecados ofrecida allí todos los días a los fieles. En un viaje le despojaron de todo, y al preguntarle si llevaba algo más, respondió negativamente; pero recordando, cuando ya huían los ladrones que le quedaban algunas monedas de oro cosidas al manto, les llamó para ofrecérselas; admirados de tanta simplicidad, le devolvieron todo cuanto le habían robado. Para que nadie lastimase la reputación del prójimo, grabó sobre el muro de su habitación, como San Agustín, unos versos que constituyeran una advertencia para sí y para los visitantes. Alimentaba a los hambrientos con manjares de su mesa, y vestía a los desnudos, no sólo con las ropas que les compraba, sino despojándose a veces de sus propios vestidos y calzado. Dejaba entonces caer su manto hasta el suelo para que nadie le viera llegar descalzo.

Dormía poco y en el suelo; por vestido y sustento usaba sólo lo imprescindible para cubrir el cuerpo y sostener sus fuerzas. Protegió su virginidad, cual lirio entre abrojos, con un áspero cilicio, ayunos y disciplinas; guardó los treinta y cinco años últimos de su vida, una abstinencia de carnes. Por último, lleno de méritos y anciano, después de haberse preparado cuidadosamente para la muerte, cuya proximidad sentía, distribuyó todo cuanto le quedaba entre los pobres, para romper todo lazo con este mundo. Y llegada la vigilia de Navidad, confortado con los sacramentos de la Iglesia y deseando reunirse con Cristo, aquel hombre ilustre por los milagros que obró en vida y después de su muerte, voló al cielo. Así que hubo entregado su alma, lleváronle a la iglesia de Santa Ana, vecina de la Universidad, donde fue sepultado honoríficamente. Aumentando de día en día la veneración hacia él y la afluencia de fieles a su sepulcro, en Polonia y Lituania se le venera como a uno de sus principales patronos. En vista de los nuevos milagros que vinieron a aumentar su gloria, el papa Clemente XIII, en el día 17º de las calendas de agosto del año 1767, le canonizó.

21 DE OCTUBRE: SAN HILARIO.

Hilarión, hijo de padres infieles, nacido en Tabatha (Palestina), fue enviado para sus estudios a Alejandría, donde se distinguió por su virtud y talento. Habiendo abrazado la religión cristiana, progresó admirablemente en la fe y en la caridad. Asistía con frecuencia a la iglesia, era asiduo en la oración y en el ayuno, y despreciaba todos los alicientes de la voluptuosidad y la ambición de los bienes. Era a la sazón muy célebre en Egipto el nombre de San Antonio; y deseoso Hilarión de verle, se dirigió al desierto, pasando en su compañía dos meses, durante los cuales estudió su género de vida. De vuelta a su casa, y habiendo muerto sus padres, distribuyó sus bienes entre los pobres. No había cumplido aún los 15 años cuando volvió al desierto, haciendo allí una cabaña en la que apenas cabía, y en ella dormía en el suelo. Nunca quiso lavar o cambiar el saco que le cubría, ya que decía que es cosa superflua buscar la limpieza en un cilicio. Dedicaba largo tiempo a leer y meditar las sagradas Letras. Se alimentaba con unos pocos higos y con el jugo de las hierbas, y sólo después de la puesta del sol. Su castidad y humildad eran perfectas. Con éstas y otras virtudes venció multitud de tentaciones del diablo, y arrojó los demonios de los cuerpos de muchas personas de distintas partes del mundo. Tras haber construido varios monasterios y siendo célebre por sus muchos milagros, cayó enfermo a la edad de 80 años. Cuando mayor era la violencia del mal, exclamaba: Sal, alma mía, ¿qué te acobarda?, ¿por qué vacilas? Casi setenta años ha que sirves a Jesucristo, ¿y temes morir? Con estas palabras, expiró.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 3 al 9 de octubre

3 DE OCTUBRE: SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS

Teresa del Niño Jesús nació en Alencón, Francia, de padres que se distinguían por su singular piedad para con Dios. Prevenida por el Espíritu Santo, concibió desde niña el deseo de abrazar la vida religiosa; y prometió a Dios no negarle nada de cuanto le pareciera que Él le pedía; promesa que se esforzó en guardar hasta la hora de la muerte. Huérfana con sólo cinco años, se confió a la divina Providencia, bajo la vigilancia de su padre y de sus hermanas mayores; y con tales maestros, adelantó muy rápido por el camino de la perfección. A los nueve años, fue educada por las benedictinas de Lisieux; durante ese tiempo destacó en el conocimiento de las cosas divinas. A los diez años, sufrió una grave y misteriosa enfermedad, de la cual se vio libre, según refiere ella misma, gracias al auxilio de la Santísima Virgen, que se le apareció sonriente durante una novena dedicada a la advocación de Nuestra Señora de las Victorias. Con su espíritu lleno de fervor, se preparó con esmero para participar en el sagrado convite en que Jesucristo se da como alimento de nuestras almas.

Recibida la primera comunión, se manifestó en ella un hambre insaciable de este celestial alimento. Como inspirada, pedía a Jesús le trocara en amarguras todas las mundanas consolaciones. Y ardiendo en amor hacia nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia, no deseó en adelante otra cosa que ingresar en la Orden de las Carmelitas Descalzas, para poder, mediante su inmolación y sacrificios, venir en ayuda de los sacerdotes, los misioneros y de toda la Iglesia, y ganar muchas almas para Jesucristo, cosa que más tarde, próxima a morir, prometió seguir haciendo cuando se hallara cerca de Dios. Tuvo grandes dificultades para entrar en la vida religiosa, debido a su juventud, pero consiguió vencerlas con increíble fortaleza, y tuvo la dicha de entrar a los quince años en el Carmelo de Lisieux. Allí obró Dios admirables cosas en el corazón de Teresa, la cual, imitando la vida oculta de la Virgen María, produjo como fértil jardín las flores de todas las virtudes, y principalmente la de una eminente caridad para con Dios y con el prójimo.

Al leer en las Sagradas Escrituras esta invitación: El que sea pequeño, que venga a mí, deseando agradar más a Dios, quiso hacerse pequeña según el espíritu, y con una confianza del todo filial, se entregó para siempre a Dios como al más amante de los padres. Y este camino de la infancia espiritual, según la doctrina del Evangelio, lo enseñó a los demás, especialmente a las novicias, de cuya formación en las virtudes religiosas hubo de encargarse por obediencia; y de esta manera, llena de celo apostólico, mostró a un mundo henchido de soberbia y amador de la vanidad, el camino de la sencillez evangélica. Jesús, su Esposo, la enardeció con deseos de sufrir en el alma y en el cuerpo. Viendo, con gran dolor, que el amor de Dios es olvidado en todas partes, dos años antes de morir se ofreció como víctima al amor misericordioso de Dios. Se sintió, entonces, herida por una llama de celestes ardores. Por último, consumida por el amor, arrebatada y exclamando con gran fervor: ¡Oh Dios mío, yo os amo!, voló al encuentro del Esposo, el 30 de septiembre de 1897 a la edad de 24 años. La promesa que hizo al morir, de dejar caer sobre la tierra, a partir de su entrada en el cielo, una perpetua lluvia de rosas, la ha cumplido, y sigue cumpliéndola, con innumerables milagros. Por esto el Papa Pío XI la inscribió entre las Vírgenes Beatas, y dos años más tarde, con ocasión del gran Jubileo, la canonizó, declarándola especial Patrona de todos los misioneros.

4 DE OCTUBRE: SAN FRANCISCO DE ASIS

Francisco, natural de Asís, Umbría, se dedicó desde joven, a ejemplo de su padre, a ejercer el comercio. Un día en que, contra su costumbre, rechazó a un pobre que le pedía limosna por amor de Cristo, concibió tal contrición que le socorrió con largueza, y prometió a Dios no negar desde entonces a nadie la limosna que le pidiesen. Contrajo luego una grave enfermedad, y apenas restablecido, comenzó a entregarse con ardor a la práctica de la caridad, en cuyo ejercicio aprovechó tanto, que por amor a la perfección evangélica entregaba a los pobres cuanto poseía. Indignado su padre por este proceder, le llevó ante el obispo de Asís para que, ante él, renunciara a su patrimonio. Francisco renunció a todo; hasta a sus vestidos, de los cuales se despojó, diciendo que en adelante podría exclamar con mayor razón: Padre nuestro que estás en los cielos.

Un día en que oyó leer este pasaje del Evangelio: “No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni más de una túnica y un calzado, resolvió atenerse a esta regla en adelante. Y así, quitándose su calzado, contentándose con un solo vestido, y juntándose con otros doce compañeros, instituyó la Orden de religiosos Menores. En el año de gracia, 1209, vino a Roma, para que la Sede Apostólica confirmara la regla de dicha Orden. Inocencio III por de pronto rehusó su demanda; pero después de haber visto en sueños al mismo a quien desechara, sosteniendo sobre sus espaldas la basílica de Letrán que amenazaba ruina, mandó ir en busca de Francisco, y en una cordial entrevista aprobó todo el plan de su Instituto. Entonces envió Francisco hermanos por diversas partes del mundo a predicar el Evangelio de Cristo; en cuanto a él, deseoso del martirio, se embarcó en dirección a Siria; allí fue tratado por el Sultán con gran benignidad, pero como no consiguiera sus deseos, regresó a Italia.

Luego de edificar muchas casas de su Orden, se refugió en la soledad del monte Alvernia, donde habiendo comenzado un ayuno de cuarenta días en honor de San Miguel Arcángel, se le apareció, en el día de la Exaltación de la Santa Cruz, un Serafín que, entre sus alas, mostraba la efigie del Crucificado, y que dejó impresas en las manos, pies y costado de Francisco las señales de los clavos. San Buenaventura nos dice que él mismo oyó referir este hecho al papa Alejandro IV en un sermón, como testigo de vista. Estas muestras del inmenso amor que Cristo le tenía, atrajéronle la admiración de todas las gentes. Dos años después, enfermó gravemente, y quiso que le llevaran a la iglesia de Santa María de los Ángeles para entregar su espíritu allí mismo donde Dios le comunicó el espíritu de gracia; y allí, en el día cuarto anterior a las nonas de octubre, después de exhortar a los hermanos a la pobreza, a la paciencia y a la fe en la santa Iglesia romana, exhaló su alma al pronunciar el versículo: Los justos están en expectación hasta que me recompenses, del Salmo: Alcé mi voz para clamar al Señor. Resplandeciendo por sus milagros, fue canonizado por el Papa Gregorio IX.

6 DE OCTUBRE: SAN BRUNO.

Bruno, fundador de la Orden cartujana, nació en Colonia. Desde su infancia dio tales muestras de su futura santidad en la gravedad de su porte y en el cuidado con que se apartaba, ayudado de la divina gracia, de los juegos propios de la edad, que ya podía vislumbrarse en él al futuro padre de los monjes y restaurador de la vida anacorética. Sus padres, ilustres por su prosapia y sus virtudes, le enviaron a París, donde sus progresos en el estudio de la filosofía y de la teología le granjearon el título de doctor en las dos disciplinas; poco después, sus virtudes le merecieron un canonicato en la Iglesia de Reims.

Tras unos años, junto con otros seis compañeros, se propuso renunciar al mundo, presentándose a San Hugo, Obispo de Grenoble; el cual, al conocer la causa de su venida, entendió que los siete habían sido simbolizados por las siete estrellas que en sueños había visto caer a sus pies aquella misma noche, y por ello les cedió unos ásperos montes, llamados Cartujanos, acompañando a Bruno y a sus compañeros a aquel desierto, en donde el santo se ejercitó durante algunos años en la vida eremítica; llamado por Urbano II, que había sido su discípulo, marchó a Roma. Allí, con sus consejos y doctrina ayudó algunos años al Papa en medio de las grandes calamidades que afligían a la Iglesia, hasta que, renunciando al arzobispado de Regio, obtuvo del Papa la licencia de partir.

Bruno pudo entonces, en su amor a la vida solitaria, retirarse a un desierto cerca de Esquilache, Calabria. Y aconteció que yendo de caza Rogelio, conde de aquel país, descubrió por los ladridos de los perros la cueva en que Bruno estaba orando, e impresionado por la santidad del anacoreta, empezó a honrar y a favorecer en gran manera a él y a sus discípulos. Esta liberalidad no quedó sin recompensa, pues con ocasión del sitio que el mismo Rogelio puso a Capua, y de la traición que había maquinado contra él uno de sus oficiales llamado Sergio, Bruno, que vivía aún en aquel desierto, le reveló en sueños lo que ocurría, salvando así a su bienhechor de un peligro inminente. Por último, colmado de méritos y de virtudes, e ilustre por su ciencia, murió en el Señor, y fue sepultado en el monasterio de San Esteban, construido por el mismo Rogelio, donde aún hoy recibe los honores del culto.

Del Breviario Romano