Los padres del desierto. Continuación letra Z

ABBA TEODORO DE ENNATÓN

1. Dijo abba Teodoro de Ennatón: “Cuando era joven vivía en el desierto. Fui una vez a la panadería para hacer dos panes de harina, y encontré allí un hermano que quería hacer panes y no había quien lo ayudase. Yo, dejando lo mío, le di una mano. Cuando quedé libre vino otro hermano, y también le di una mano e hice dos panes. Vino un tercero, e hice lo mismo. De igual manera hice con cuantos vinieron, e hice seis hornadas. Al fin hice mis dos panes, cuando ya no vino nadie más”.

2. Decían acerca de abba Teodoro y de abba Lucio, de Ennatón, qué pasaron cincuenta años burlándose de sus pensamientos y diciendo: “Después de este invierno, nos iremos de aquí”. Cuando llegaba el verano decían: “Después del verano nos iremos de aquí”. Y así hicieron durante todo el tiempo estos Padres inolvidables.

3. Dijo abba Teodoro de Ennatón: “Si Dios nos reprochase las negligencias en la oración y las infidelidades en las salmodias, no podríamos salvarnos”.

ABBA TEODORO DE ESCETE

1. Dijo abba Teodoro de Escete: “Viene un pensamiento, y me aflige y ocupa, Pero no puede llevarme a la acción, sino que solamente molesta a la virtud. El hombre vigilante lo sacude y se levanta para orar”.

ABBA TEODORO DE ELEUTERÓPOLIS

1. Preguntó abba Abraham el Íbero a abba Teodoro de Eleuterópolis, diciendo: “¿Qué es lo bueno, padre, buscar la gloria o la ignominia?”. El anciano dijo: “Yo prefiero buscar la gloria y no la ignominia. Porque si hago una obra buena y me glorío, puedo condenar mi pensamiento porque no soy digno de esa gloria. Pero la ignominia viene de las obras malas. ¿Cómo podré consolar mi corazón si los hombres se escandalizan por culpa mía? Conviene hacer el bien y gloriarse”. Abba Abraham dijo: “Dices bien, Padre”.

ABBA TEODOTO

1. Dijo abba Teodoto: “La carencia de pan mortifica el cuerpo del monje”. Pero otro anciano decía: “La vigilia lo mortifica aún más”.

2. Dijo también: «No juzgues al fornicador si tú eres continente. Si lo haces, quebrantas igualmente la Ley, porque el que dijo: “No fornicarás”, dijo también: “No juzgarás” (St 2,11)».

ABBA TEONÁS

1. Dijo abba Teonás: “Cuando la mente está ocupada fuera de la contemplación de Dios, nos volvemos esclavos de las pasiones camales”. El anciano nos contó que abba Teonás había dicho también: “Quiero llenar mi espíritu de Dios”.

TEÓFILO, EL ARZOBISPO

1. El bienaventurado arzobispo Teófilo fue una vez a la montaña de Nitria, y salió a su encuentro el abba del monte. Le dijo el arzobispo: “¿Qué es lo más grande que encontraste en el camino que sigues, Padre?”. Le dijo el anciano: “Acusarse y reprocharse siempre”. Dijo abba Teófilo: “No hay otro camino fuera de él”.

2. El mismo abba Teófilo, el arzobispo, vino una vez a Escete. Reunidos los hermanos dijeron a abba Pambo: “Dile una palabra al Papa, para que aproveche”. El anciano respondió: “Si no aprovecha con mi silencio, tampoco sacará provecho con mi palabra”.

3. Fueron una vez los Padres a Alejandría, llamados por el arzobispo Teófilo para que orasen y derribasen los templos. Estaban ellos comiendo con él y sirvieron carne de ternero y la comieron, porque no se dieron cuenta. Tomando el obispo un trozo de carne lo dio al anciano que estaba cerca de él, diciendo: “Este es un buen pedazo, come, abba”. Ellos respondieron: “Nosotros hasta ahora hemos comido solamente legumbres. Si es carne, no comemos”. Y ninguno de ellos comió la carne que les servían.

4. Dijo el mismo abba Teófilo: «Qué temor, temblor y estrechez tendremos que ver, cuando el alma se separe del cuerpo. Vendrán a nosotros los ejércitos y potestades de las fuerzas adversas, los príncipes de las tinieblas, los que mandan el mal, los principados y potestades, los espíritus del mal. A modo de juicio detendrán al alma, poniéndole delante todo lo que pecó con conocimiento o sin él, desde su juventud hasta la edad en que fue tomada. Estarán de pie, acusándola de todo cuanto hizo. Por lo demás, ¿cuánto temblor crees que tendrá el alma en aquella hora, hasta que sea dada la sentencia y reciba la libertad? Esta es la hora de la necesidad, hasta que sepa lo que sucederá. Por otra parte, también las Potestades divinas estarán allí, y aportarán las cosas buenas del alma. Piensa en qué temor y temblor estará el alma, puesta en medio, hasta que su juicio reciba la sentencia del justo Juez. Si fuera digna, los demonios recibirán el castigo, y ella será llevada por los ángeles, y serás después sin preocupación, y estarás según lo que está escrito: “La morada de los que se alegran está en ti” (Sal 86 [87],7). Se cumplirá entonces aquello de la Escritura: “Huye el dolor, la tristeza y el gemido” (Is 35,10). Entonces marchará liberada hacia aquella inefable alegría y aquella gloria en que será constituida. Pero si el alma ha sido encontrada viviendo en la negligencia, oirá esa voz terrible: “Quítese el impío, para que no vea la gloria de Dios” (Is 26,10). Recibirá entonces el día de la ira, el día de la tribulación, el día de la oscuridad y tinieblas. Entregado a las tinieblas exteriores y condenado al fuego perpetuo, será castigado por los siglos infinitos. ¿Dónde estará entonces la gloria del mundo? ¿Dónde la vanagloria, las delicias y voluptuosidades? ¿Dónde la imaginación, el descanso, la jactancia, las riquezas, la nobleza, el padre, la madre, el hermano? ¿Quién podrá sacar de los males presentes al alma ardiendo en el fuego, en poder de los acerbos tormentos? Si éstos están así ¿cómo no tendremos que ser nosotros en las santas acciones y en las obras buenas? ¿Qué caridad debemos alcanzar? ¿Qué conducta, qué vida, qué carrera, qué diligencia, qué oración, qué prudencia? Dice la Escritura: “En esta espera, hagamos todos los esfuerzos para ser encontrados sin mancha e irreprochables en la paz” (2 P 3,14). De tal manera seremos dignos de escuchar: “Vengan, benditos de mi Padre, reciban en herencia el reino que les ha sido preparado desde el principio del mundo” (Mt 25,14), por todos los siglos de los siglos. Amén».

5. El mismo abba Teófilo, el arzobispo, estando por morir, dijo: “Bienaventurado eres, abba Arsenio, porque siempre recordaste esta hora”.

Los apotegmas de los Padres del desierto.

Los Padres del desierto. Abba Teodoro de Fermo

1. Abba Teodoro de Fermo tenía tres libros hermosos, y fue adonde estaba abba Macario y le dijo: “Tengo tres hermosos libros, y saco provecho de ellos, y también los hermanos los usan y aprovechan. Dime qué debo hacer: conservarlos para utilidad mía y de los hermanos, o venderlos y dar (el precio) a los pobres”. Respondió el anciano, diciendo: “Las obras son buenas, pero la mayor de todas es la pobreza”. Habiendo oído esto, fue y los vendió y dio (su precio) a los pobres.

2. Un hermano que residía en Escete fue turbado en su soledad. Fue a decírselo a abba  Teodoro de Fermo, y el anciano le dijo: “Ve, humilla tu pensamiento y sométete, y vive con otros”. Volvió después al anciano y le dijo: “Tampoco con los hombres estoy tranquilo”. El anciano le dijo: “Si no tienes paz solo ni con otros, ¿por qué saliste para hacerte monje? ¿No fue acaso para soportar las tribulaciones? Dime ¿cuántos años hace que llevas el hábito?”. Respondió: “Ocho”. Le dijo el anciano: “En verdad, yo llevo en el hábito setenta años y ni un solo día encontré tranquilidad, y tú quieres tener paz después de ocho años”. Al oír esto, se marchó fortalecido.

3. Un hermano fue a ver a abba Teodoro, y permaneció durante tres días rogándole le hiciera escuchar una palabra. Pero él no contestó, y el hermano se alejó entristecido. Su discípulo le preguntó: “Abba, ¿por qué no le dijiste una palabra? Se fue triste”. El anciano le dijo: “En verdad no le he hablado porque es un negociante: quiere gloriarse con las palabras ajenas”.

4. Dijo también: “Si tienes amistad con alguien, y éste cae en la tentación de la impureza, si puedes darle una mano, levántalo. Pero si cae en la herejía, y no puedes convencerlo de que se convierta (cf. Tt 3,10), apártalo en seguida de ti, no sea que, por la demora, seas atraído con él hacia el abismo”.

5. Decían acerca de abba Teodoro de Fermo que apreciaba sobre todo estas tres cosas: la pobreza, la austeridad y la huida de los hombres.

6. Un día se recreaba abba Teodoro con los hermanos, y mientras comían tomaban las copas con respeto, pero no decían: “Con perdón”. Dijo abba Teodoro: «Han perdido los monjes su nobleza, que es decir: “Con perdón”».

7. Un hermano lo interrogó diciendo: “¿Quieres, abba, que no coma pan durante unos días?”. Respondió el anciano: “Haces bien, yo también lo hice”. El hermano agregó: “Deseo llevar mis garbanzos a la panadería, para hacer harina”. Le dijo el anciano: “Si vas a la panadería, haz tu pan ¿qué necesidad tienes de hacer esta salida?”.

8. Vino uno de los ancianos para ver a abba Teodoro, y le dijo: “El hermano tal volvió al mundo”. Le respondió el anciano: “¿Te admiras por ello? No te asombres sino de que uno pueda huir de la boca del enemigo”.

9. Vino un hermano adonde estaba abba Teodoro, y comenzó a hablar y discutir acerca de cosas que todavía no había puesto en práctica. Le dijo el anciano: “Todavía no has encontrado la nave ni cargado en ella tu carga, ¿y antes de navegar llegaste a la ciudad? Cuando hayas practicado lo que dices, ven a hablarme de lo que estás hablando ahora”

10. El mismo fue una vez donde abba Juan, el eunuco de nacimiento, y hablando con él dijo: “Cuando estaba en Escete el trabajo del alma era nuestra ocupación, y al trabajo manual lo teníamos como algo accesorio; ahora es el trabajo del alma el que se ha vuelto accesorio, y el que era accesorio antes, es ahora nuestra ocupación principal”.

11. Un hermano le preguntó: “¿Cuál es el trabajo del alma que es ahora accesorio para nosotros, y cuál es el accesorio, que se ha convertido en nuestra ocupación principal?”. Le dijo el anciano: “Todo lo que se hace por el mandato de Dios es el trabajo del alma, pero trabajar para sí y reunirse, debemos considerarlo como trabajo accesorio”. Dijo el hermano: “Explícame lo que has dicho”. Dijo el anciano: «Si oyes decir que estoy enfermo, y tú tienes que visitarme, pero dices en tu interior: “¿Tengo que dejar mi trabajo e ir ahora? Más bien, lo concluyo primero y después voy”. Y te llega alguna otra ocupación y al fin no vas. Otro hermano te dice: “Dame una mano, hermano”. Y tú dices: “¿Tendré que dejar mi trabajo e ir a trabajar con éste?”. Si no vas, desechas el mandamiento de Dios, que es el trabajo del alma, y haces el trabajo accesorio, que es el trabajo manual».

12. Dijo abba Teodoro de Fermo: “Un hombre que está de pie para hacer penitencia no está obligado por la ley”.

13. Dijo el mismo: “No hay virtud igual a la de no despreciar”.

14. Dijo también: “El hombre que ha conocido la dulzura de la celda, huye de su prójimo pero sin despreciarlo”.

15. Dijo también: “Si no me separo de estas compasiones, ellas no me dejan ser monje”.

16. Dijo también: “Muchos en este tiempo han tomado la quietud antes de que Dios se la otorgase”.

17. Dijo también: “No duermas en el lugar en que hay una mujer”.

18. Un hermano interrogó a abba Teodoro diciendo: “Quiero cumplir los mandamientos”. El anciano le contó acerca de abba Teonas quien dijo también una vez: “Quiero cumplir mi pensamiento para con Dios”, y tomando harina de la panadería, hizo pan. Se lo pidieron unos pobres, y les dio los panes. Otros le pidieron, y les dio los canastos y el manto que llevaba, y entró en la celda ceñido con su maforio (capuchón con esclavina). Después de esto se lamentaba, diciendo: “No he cumplido el mandamiento de Dios”.

19. Enfermó en una oportunidad abba José, y mandó decir a abba Teodoro: “Ven, que te vea antes de salir del cuerpo”. Era a mediados de semana. Y no fue, pero mandó uno que le dijese: “Si duras hasta el sábado, iré; pero si te vas antes, nos veremos en el otro mundo”.

20. Dijo un hermano a abba Teodoro: “Dime una palabra, que perezco”. Con esfuerzo le contestó: “Yo mismo estoy en peligro, ¿qué debería decirte?”.

21. Un hermano vino donde abba Teodoro para que le enseñara a trenzar, y trajo consigo una cuerda. El anciano le dijo: “Vete, y vuelve aquí mañana”. Levantándose entonces el anciano, mojó su cuerda y preparó lo necesario, diciendo: “Haz así y así”, y lo dejó. Fue a su celda el anciano, y permaneció allí, Cuando llegó la hora le dio de comer y lo despidió. Volvió a la mañana siguiente y el anciano le dijo: “Saca de aquí tu cuerda y aléjate; viniste para ponerme en tentación y preocuparme”. Y no le permitió entrar más.

22. Contaba un discípulo de abba Teodoro: «Vino un hombre que vendía cebollas y me llenó (con ellas) una vasija. Dijo el anciano: “Llena una de trigo y dásela”. Había dos montones de trigo, uno limpio y otro sin limpiar, y la llené del sucio. El anciano me miró con cólera y tristeza; a causa del temor, caí y rompí la vasija. Hice entonces una metanía, y el anciano me dijo: “Levántate, no tienes la culpa; yo fui el que pequé, porque te hablé”. Y entrando el anciano, llenó su pecho con trigo limpio y se lo dio juntamente con las cebollas».

23. Abba Teodoro iba con un hermano a buscar agua; adelantándose el hermano vio en el pozo un dragón. El anciano le dijo: “Ve y písale la cabeza”. Pero él, temeroso, no fue. Fue entonces el anciano, y cuando el reptil lo vio, huyó avergonzado al desierto.

24. Preguntó uno a abba Teodoro: “Si sobreviniera súbitamente una catástrofe, ¿temerías tú también, abba?”. Le dijo el anciano: “Aunque se mezclaran el cielo y la tierra Teodoro no tiene miedo”. En efecto, había rogado a Dios para que alejase de él el miedo. Por eso lo interrogaba.

25. Decían de él que cuando fue ordenado diácono en Escete no quiso asumir el ministerio, y escapaba a muchos lugares. Y los ancianos lo traían de nuevo, diciéndole: “No abandones tu ministerio”. Les dijo abba Teodoro: “Permítanme que ore a Dios para que me revele que debo permanecer en el lugar de mi servicio”. Oró a Dios, diciendo: “Si es tu voluntad que permanezca en mi lugar, revélamelo”. Y le fue mostrada una columna de fuego desde la tierra hasta el cielo, y una voz que decía: “Si puedes hacerte como esta columna, ve y ejerce el diaconado”. Al oírlo decidió que nunca lo aceptaría. Cuando fue a la iglesia, le hicieron los hermanos una metanía diciendo: “Si no quieres oficiar, al menos sostén el cáliz”. Pero no quiso, diciendo: “Si no me dejan me alejaré de este lugar”. Y así le dejaron.

26. Contaban de él que, cuando fue devastada Escete, fue a vivir a Fermo. Siendo anciano enfermó; le llevaban alimentos, pero lo que le traía el primero se lo daba al segundo y así por orden, lo que recibía del anterior se lo daba al siguiente. Cuando llegaba la hora de comer, comía lo que le traía el que venía entonces.

27. Decían de abba Teodoro que mientras vivía en Escete vino un demonio adonde él estaba, deseando entrar; y lo ató fuera de la celda. Vino otro demonio, que también deseaba entrar, y lo ató igualmente. Vino un tercer demonio, y encontrando atados a los otros dos les dijo: “¿Por qué están afuera?”. Le respondieron: “El que está adentro no nos permite entrar”. Quiso entrar por la fuerza, pero el anciano también lo ató. Temiendo las oraciones del anciano le rogaban, diciendo: “Suéltanos”. Les dijo el anciano: “Márchense”. Al fin, avergonzados, se alejaron.

28. Contó uno de los Padres acerca de abba Teodoro de Fermo: “Vine una vez al atardecer adonde él estaba, y lo encontré vestido con una túnica desgarrada, llevaba el pecho desnudo y el capuchón por delante. Vino a visitarlo un conde. Llamó, y salió a abrirle el anciano, quien, yendo a su encuentro, se sentó a la puerta para conversar con él. Yo tomé parte de su maforio y le cubrí los hombros. El anciano extendió la mano y lo arrancó. Cuando se hubo marchado el conde le dije: “Abba, ¿por qué lo hiciste? Este hombre vino para sacar provecho, ¿acaso se habrá escandalizado?”. Me dijo el anciano: “¿Qué me dices, abba? ¿Acaso todavía servimos a los hombres? Hice lo que era preciso, el resto está de más. El que quiere aprovechar, aprovecha; el que quiere escandalizarse, se escandaliza. Yo me mostraré de la manera en que me encuentre”. Y avisó a su discípulo diciendo: «Si alguien viene para verme, no le digas nada de humano, pero si estoy comiendo, di: “Come”; si estoy durmiendo, di: “Duerme”».

29. Fueron una vez a su celda tres ladrones, y dos lo tenían y el otro sacaba sus  pertenencias. Después de sacar los libros, quiso también llevarse su túnica, y le dijo: “Deja eso”. Pero no quisieron. Moviendo las manos derribó a los dos (que lo tenían). Y al verlo tuvieron miedo. Les dijo el anciano: “No teman; hagan cuatro partes de todo, tomen tres y dejen una”. Así lo hicieron, para que pudiera él tomar su parte: la túnica para la sinaxis.

De los Apotegmas de los Padres del desierto.

Los padres del desierto. Letra eta

ABBA ISAÍAS

1. Dijo abba Isaías: “Nada es tan útil para el principiante como la injuria. Como el árbol que es regado cada día, así es el principiante que es injuriado, y lo soporta”.

2. Dijo también a los que comienzan bien y están sometidos a los santos Padres: “Como sucede con la púrpura, la primera tintura no se pierde”. Y: “Como los ramos tiernos fácilmente se enrollan y se doblan, así son los principiantes que están en la sumisión”.

3. Dijo también: “El principiante que pasa de monasterio en monasterio, es como un animal que salta de un lado para otro por miedo del bozal”.

4. Dijo también que el presbítero de Pelusio, celebrándose una vez el ágape, y mientras estaban los hermanos en la iglesia, comiendo y conversando entre sí, les reprochó diciendo: “Callen, hermanos. He visto yo a un hermano que come con ustedes, y que bebe tantos vasos como ustedes, y su oración sube como fuego en la presencia de Dios”.

5. Decían de abba Isaías que tomó una vez una rama y fue a la era, y dijo al propietario: “Dame trigo”. Le respondió: “Entonces ¿tú cosechaste, abba?”. Dijo: “No”. Le dijo el propietario: “¿Cómo quieres recibir el trigo que no cosechaste? “. El anciano preguntó: “Entonces, ¿si uno no cosecha no recibe paga?”. Dijo el propietario: “No”. Con esto se alejó el anciano. Los hermanos, al ver lo que había hecho, le hicieron una metanía rogándole se lo explicase. Respondió el anciano: “Esto lo hice para ejemplo, que quien no trabaja, no recibe la paga de parte de Dios”.

6. El mismo abba Isaías llamó a un hermano y le lavó los pies. Después, echó un puñado de lentejas en la olla, y cuando hubo hervido, se lo llevó. El hermano le dijo: “No está bien cocido, abba”. Le respondió: “¿No te basta con que haya visto el fuego? Esto es ya una gran consolación”.

7. Dijo también: “Si Dios quiere tener misericordia del alma, y ésta se resiste y no lo acepta, sino que hace su propia voluntad, le permite padecer lo que no quiere, para que ella después lo busque”.

8. Dijo también: “Cuando uno quiere devolver mal por mal, puede, con un solo gesto de la cabeza, lastimar la conciencia del hermano”.

9. Interrogado el mismo abba Isaías sobre la avaricia, respondió: “No creer en Dios, que cuida de ti; desesperar de las promesas de Dios y amar la jactancia”.

10. Preguntado también sobre la difamación, respondió: “No conocer la gloria de Dios, y odiar al prójimo”.

11. Interrogado también sobre la ira, respondió: “Disputa, mentira e ignorancia”.

ABBA ELÍAS

1. Dijo abba Elías: “Tres cosas temo: cuando mi alma salga del cuerpo; cuando me presente ante Dios, y cuando se pronuncie la sentencia contra mí”.

2. Decían los ancianos a abba Elías, en Egipto, acerca de abba Agatón: “Es buen abba”. Les dijo el anciano: “Es bueno para su generación”. Le dijeron: “¿Cómo sería para los antiguos?”. Les respondió: “Les dije que es bueno para su generación; pero de los antiguos vi en Escete a uno, que podía detener el sol en el cielo, como Josué, hijo de Nun (Jos 10,12-­‐13)”. Al oír esto, se admiraron y glorificaron a Dios.

3. Dijo abba Elías, el de la diaconía: “¿Qué puede el pecado donde hay penitencia, y qué puede el amor donde hay soberbia?”.

4. Dijo abba Elías: «Vi a uno que llevaba un odre de vino bajo el brazo; y para avergonzar a los demonios, porque era una visión, dije al hermano: “Hazme la caridad, saca esto”. Y al sacarse el manto, no encontré nada. Les digo esto para que no acepten lo que vean con sus ojos u oigan. Observen más bien sus pensamientos, lo que tienen en el corazón y en el alma, sabiendo que son enviados por los demonios para ensuciar el alma y hacerla pensar en lo que no conviene, y distraer al espíritu de (la consideración de) sus pecados y de Dios».

5. Dijo también: “Los hombres tienen la inteligencia que atiende al pecado o a Jesús o a los hombres”.

6. Dijo también: “Si la inteligencia no salmodia con el cuerpo, es vano el esfuerzo. El que ama la aflicción estará después en la alegría y el descanso”.

7. Dijo también: «Un anciano vivía en un templo, y fueron a decirle los demonios: “Vete de este lugar, que es nuestro”. Dijo el anciano: “Ustedes no tienen lugar propio”. Y comenzaron a desparramar sus palmas. El anciano perseveró, y las juntaba. Al fin, el demonio lo tomó de la mano y lo llevó hacia afuera. Cuando llegó el anciano a la puerta, se tomó de ella con la otra mano, mientras gritaba: “¡Jesús, socórreme!”. En seguida huyó el demonio. El anciano se puso a llorar, y el Señor le dijo: “¿Por qué lloras?”. Respondió el anciano: “¿Cómo se atreven a apoderarse del hombre, y obrar así?”. Le respondió: “Tú fuiste negligente. Porque cuando me buscaste, viste cómo te hallé”. Digo esto porque hay necesidad de trabajar mucho, y sin trabajo no es posible poseer a su Dios. Puesto que Él fue crucificado por nosotros».

8. Un hermano encontró a abba Elías el hesicasta en el cenobio de la gruta de abba Sabas, y le dijo: “Abba, dime una palabra”. El anciano respondió al hermano: “En los días de nuestros padres reinaban estas tres virtudes: la pobreza, la mansedumbre y la abstinencia. Ahora a los monjes los domina la avaricia, la gula y la confianza. Elige lo que quieras”.

Los Apotegmas de los Padres del Desierto.