Los Padres del desierto. Abba Teodoro de Fermo

1. Abba Teodoro de Fermo tenía tres libros hermosos, y fue adonde estaba abba Macario y le dijo: “Tengo tres hermosos libros, y saco provecho de ellos, y también los hermanos los usan y aprovechan. Dime qué debo hacer: conservarlos para utilidad mía y de los hermanos, o venderlos y dar (el precio) a los pobres”. Respondió el anciano, diciendo: “Las obras son buenas, pero la mayor de todas es la pobreza”. Habiendo oído esto, fue y los vendió y dio (su precio) a los pobres.

2. Un hermano que residía en Escete fue turbado en su soledad. Fue a decírselo a abba  Teodoro de Fermo, y el anciano le dijo: “Ve, humilla tu pensamiento y sométete, y vive con otros”. Volvió después al anciano y le dijo: “Tampoco con los hombres estoy tranquilo”. El anciano le dijo: “Si no tienes paz solo ni con otros, ¿por qué saliste para hacerte monje? ¿No fue acaso para soportar las tribulaciones? Dime ¿cuántos años hace que llevas el hábito?”. Respondió: “Ocho”. Le dijo el anciano: “En verdad, yo llevo en el hábito setenta años y ni un solo día encontré tranquilidad, y tú quieres tener paz después de ocho años”. Al oír esto, se marchó fortalecido.

3. Un hermano fue a ver a abba Teodoro, y permaneció durante tres días rogándole le hiciera escuchar una palabra. Pero él no contestó, y el hermano se alejó entristecido. Su discípulo le preguntó: “Abba, ¿por qué no le dijiste una palabra? Se fue triste”. El anciano le dijo: “En verdad no le he hablado porque es un negociante: quiere gloriarse con las palabras ajenas”.

4. Dijo también: “Si tienes amistad con alguien, y éste cae en la tentación de la impureza, si puedes darle una mano, levántalo. Pero si cae en la herejía, y no puedes convencerlo de que se convierta (cf. Tt 3,10), apártalo en seguida de ti, no sea que, por la demora, seas atraído con él hacia el abismo”.

5. Decían acerca de abba Teodoro de Fermo que apreciaba sobre todo estas tres cosas: la pobreza, la austeridad y la huida de los hombres.

6. Un día se recreaba abba Teodoro con los hermanos, y mientras comían tomaban las copas con respeto, pero no decían: “Con perdón”. Dijo abba Teodoro: «Han perdido los monjes su nobleza, que es decir: “Con perdón”».

7. Un hermano lo interrogó diciendo: “¿Quieres, abba, que no coma pan durante unos días?”. Respondió el anciano: “Haces bien, yo también lo hice”. El hermano agregó: “Deseo llevar mis garbanzos a la panadería, para hacer harina”. Le dijo el anciano: “Si vas a la panadería, haz tu pan ¿qué necesidad tienes de hacer esta salida?”.

8. Vino uno de los ancianos para ver a abba Teodoro, y le dijo: “El hermano tal volvió al mundo”. Le respondió el anciano: “¿Te admiras por ello? No te asombres sino de que uno pueda huir de la boca del enemigo”.

9. Vino un hermano adonde estaba abba Teodoro, y comenzó a hablar y discutir acerca de cosas que todavía no había puesto en práctica. Le dijo el anciano: “Todavía no has encontrado la nave ni cargado en ella tu carga, ¿y antes de navegar llegaste a la ciudad? Cuando hayas practicado lo que dices, ven a hablarme de lo que estás hablando ahora”

10. El mismo fue una vez donde abba Juan, el eunuco de nacimiento, y hablando con él dijo: “Cuando estaba en Escete el trabajo del alma era nuestra ocupación, y al trabajo manual lo teníamos como algo accesorio; ahora es el trabajo del alma el que se ha vuelto accesorio, y el que era accesorio antes, es ahora nuestra ocupación principal”.

11. Un hermano le preguntó: “¿Cuál es el trabajo del alma que es ahora accesorio para nosotros, y cuál es el accesorio, que se ha convertido en nuestra ocupación principal?”. Le dijo el anciano: “Todo lo que se hace por el mandato de Dios es el trabajo del alma, pero trabajar para sí y reunirse, debemos considerarlo como trabajo accesorio”. Dijo el hermano: “Explícame lo que has dicho”. Dijo el anciano: «Si oyes decir que estoy enfermo, y tú tienes que visitarme, pero dices en tu interior: “¿Tengo que dejar mi trabajo e ir ahora? Más bien, lo concluyo primero y después voy”. Y te llega alguna otra ocupación y al fin no vas. Otro hermano te dice: “Dame una mano, hermano”. Y tú dices: “¿Tendré que dejar mi trabajo e ir a trabajar con éste?”. Si no vas, desechas el mandamiento de Dios, que es el trabajo del alma, y haces el trabajo accesorio, que es el trabajo manual».

12. Dijo abba Teodoro de Fermo: “Un hombre que está de pie para hacer penitencia no está obligado por la ley”.

13. Dijo el mismo: “No hay virtud igual a la de no despreciar”.

14. Dijo también: “El hombre que ha conocido la dulzura de la celda, huye de su prójimo pero sin despreciarlo”.

15. Dijo también: “Si no me separo de estas compasiones, ellas no me dejan ser monje”.

16. Dijo también: “Muchos en este tiempo han tomado la quietud antes de que Dios se la otorgase”.

17. Dijo también: “No duermas en el lugar en que hay una mujer”.

18. Un hermano interrogó a abba Teodoro diciendo: “Quiero cumplir los mandamientos”. El anciano le contó acerca de abba Teonas quien dijo también una vez: “Quiero cumplir mi pensamiento para con Dios”, y tomando harina de la panadería, hizo pan. Se lo pidieron unos pobres, y les dio los panes. Otros le pidieron, y les dio los canastos y el manto que llevaba, y entró en la celda ceñido con su maforio (capuchón con esclavina). Después de esto se lamentaba, diciendo: “No he cumplido el mandamiento de Dios”.

19. Enfermó en una oportunidad abba José, y mandó decir a abba Teodoro: “Ven, que te vea antes de salir del cuerpo”. Era a mediados de semana. Y no fue, pero mandó uno que le dijese: “Si duras hasta el sábado, iré; pero si te vas antes, nos veremos en el otro mundo”.

20. Dijo un hermano a abba Teodoro: “Dime una palabra, que perezco”. Con esfuerzo le contestó: “Yo mismo estoy en peligro, ¿qué debería decirte?”.

21. Un hermano vino donde abba Teodoro para que le enseñara a trenzar, y trajo consigo una cuerda. El anciano le dijo: “Vete, y vuelve aquí mañana”. Levantándose entonces el anciano, mojó su cuerda y preparó lo necesario, diciendo: “Haz así y así”, y lo dejó. Fue a su celda el anciano, y permaneció allí, Cuando llegó la hora le dio de comer y lo despidió. Volvió a la mañana siguiente y el anciano le dijo: “Saca de aquí tu cuerda y aléjate; viniste para ponerme en tentación y preocuparme”. Y no le permitió entrar más.

22. Contaba un discípulo de abba Teodoro: «Vino un hombre que vendía cebollas y me llenó (con ellas) una vasija. Dijo el anciano: “Llena una de trigo y dásela”. Había dos montones de trigo, uno limpio y otro sin limpiar, y la llené del sucio. El anciano me miró con cólera y tristeza; a causa del temor, caí y rompí la vasija. Hice entonces una metanía, y el anciano me dijo: “Levántate, no tienes la culpa; yo fui el que pequé, porque te hablé”. Y entrando el anciano, llenó su pecho con trigo limpio y se lo dio juntamente con las cebollas».

23. Abba Teodoro iba con un hermano a buscar agua; adelantándose el hermano vio en el pozo un dragón. El anciano le dijo: “Ve y písale la cabeza”. Pero él, temeroso, no fue. Fue entonces el anciano, y cuando el reptil lo vio, huyó avergonzado al desierto.

24. Preguntó uno a abba Teodoro: “Si sobreviniera súbitamente una catástrofe, ¿temerías tú también, abba?”. Le dijo el anciano: “Aunque se mezclaran el cielo y la tierra Teodoro no tiene miedo”. En efecto, había rogado a Dios para que alejase de él el miedo. Por eso lo interrogaba.

25. Decían de él que cuando fue ordenado diácono en Escete no quiso asumir el ministerio, y escapaba a muchos lugares. Y los ancianos lo traían de nuevo, diciéndole: “No abandones tu ministerio”. Les dijo abba Teodoro: “Permítanme que ore a Dios para que me revele que debo permanecer en el lugar de mi servicio”. Oró a Dios, diciendo: “Si es tu voluntad que permanezca en mi lugar, revélamelo”. Y le fue mostrada una columna de fuego desde la tierra hasta el cielo, y una voz que decía: “Si puedes hacerte como esta columna, ve y ejerce el diaconado”. Al oírlo decidió que nunca lo aceptaría. Cuando fue a la iglesia, le hicieron los hermanos una metanía diciendo: “Si no quieres oficiar, al menos sostén el cáliz”. Pero no quiso, diciendo: “Si no me dejan me alejaré de este lugar”. Y así le dejaron.

26. Contaban de él que, cuando fue devastada Escete, fue a vivir a Fermo. Siendo anciano enfermó; le llevaban alimentos, pero lo que le traía el primero se lo daba al segundo y así por orden, lo que recibía del anterior se lo daba al siguiente. Cuando llegaba la hora de comer, comía lo que le traía el que venía entonces.

27. Decían de abba Teodoro que mientras vivía en Escete vino un demonio adonde él estaba, deseando entrar; y lo ató fuera de la celda. Vino otro demonio, que también deseaba entrar, y lo ató igualmente. Vino un tercer demonio, y encontrando atados a los otros dos les dijo: “¿Por qué están afuera?”. Le respondieron: “El que está adentro no nos permite entrar”. Quiso entrar por la fuerza, pero el anciano también lo ató. Temiendo las oraciones del anciano le rogaban, diciendo: “Suéltanos”. Les dijo el anciano: “Márchense”. Al fin, avergonzados, se alejaron.

28. Contó uno de los Padres acerca de abba Teodoro de Fermo: “Vine una vez al atardecer adonde él estaba, y lo encontré vestido con una túnica desgarrada, llevaba el pecho desnudo y el capuchón por delante. Vino a visitarlo un conde. Llamó, y salió a abrirle el anciano, quien, yendo a su encuentro, se sentó a la puerta para conversar con él. Yo tomé parte de su maforio y le cubrí los hombros. El anciano extendió la mano y lo arrancó. Cuando se hubo marchado el conde le dije: “Abba, ¿por qué lo hiciste? Este hombre vino para sacar provecho, ¿acaso se habrá escandalizado?”. Me dijo el anciano: “¿Qué me dices, abba? ¿Acaso todavía servimos a los hombres? Hice lo que era preciso, el resto está de más. El que quiere aprovechar, aprovecha; el que quiere escandalizarse, se escandaliza. Yo me mostraré de la manera en que me encuentre”. Y avisó a su discípulo diciendo: «Si alguien viene para verme, no le digas nada de humano, pero si estoy comiendo, di: “Come”; si estoy durmiendo, di: “Duerme”».

29. Fueron una vez a su celda tres ladrones, y dos lo tenían y el otro sacaba sus  pertenencias. Después de sacar los libros, quiso también llevarse su túnica, y le dijo: “Deja eso”. Pero no quisieron. Moviendo las manos derribó a los dos (que lo tenían). Y al verlo tuvieron miedo. Les dijo el anciano: “No teman; hagan cuatro partes de todo, tomen tres y dejen una”. Así lo hicieron, para que pudiera él tomar su parte: la túnica para la sinaxis.

De los Apotegmas de los Padres del desierto.

Los padres del desierto. Letra eta

ABBA ISAÍAS

1. Dijo abba Isaías: “Nada es tan útil para el principiante como la injuria. Como el árbol que es regado cada día, así es el principiante que es injuriado, y lo soporta”.

2. Dijo también a los que comienzan bien y están sometidos a los santos Padres: “Como sucede con la púrpura, la primera tintura no se pierde”. Y: “Como los ramos tiernos fácilmente se enrollan y se doblan, así son los principiantes que están en la sumisión”.

3. Dijo también: “El principiante que pasa de monasterio en monasterio, es como un animal que salta de un lado para otro por miedo del bozal”.

4. Dijo también que el presbítero de Pelusio, celebrándose una vez el ágape, y mientras estaban los hermanos en la iglesia, comiendo y conversando entre sí, les reprochó diciendo: “Callen, hermanos. He visto yo a un hermano que come con ustedes, y que bebe tantos vasos como ustedes, y su oración sube como fuego en la presencia de Dios”.

5. Decían de abba Isaías que tomó una vez una rama y fue a la era, y dijo al propietario: “Dame trigo”. Le respondió: “Entonces ¿tú cosechaste, abba?”. Dijo: “No”. Le dijo el propietario: “¿Cómo quieres recibir el trigo que no cosechaste? “. El anciano preguntó: “Entonces, ¿si uno no cosecha no recibe paga?”. Dijo el propietario: “No”. Con esto se alejó el anciano. Los hermanos, al ver lo que había hecho, le hicieron una metanía rogándole se lo explicase. Respondió el anciano: “Esto lo hice para ejemplo, que quien no trabaja, no recibe la paga de parte de Dios”.

6. El mismo abba Isaías llamó a un hermano y le lavó los pies. Después, echó un puñado de lentejas en la olla, y cuando hubo hervido, se lo llevó. El hermano le dijo: “No está bien cocido, abba”. Le respondió: “¿No te basta con que haya visto el fuego? Esto es ya una gran consolación”.

7. Dijo también: “Si Dios quiere tener misericordia del alma, y ésta se resiste y no lo acepta, sino que hace su propia voluntad, le permite padecer lo que no quiere, para que ella después lo busque”.

8. Dijo también: “Cuando uno quiere devolver mal por mal, puede, con un solo gesto de la cabeza, lastimar la conciencia del hermano”.

9. Interrogado el mismo abba Isaías sobre la avaricia, respondió: “No creer en Dios, que cuida de ti; desesperar de las promesas de Dios y amar la jactancia”.

10. Preguntado también sobre la difamación, respondió: “No conocer la gloria de Dios, y odiar al prójimo”.

11. Interrogado también sobre la ira, respondió: “Disputa, mentira e ignorancia”.

ABBA ELÍAS

1. Dijo abba Elías: “Tres cosas temo: cuando mi alma salga del cuerpo; cuando me presente ante Dios, y cuando se pronuncie la sentencia contra mí”.

2. Decían los ancianos a abba Elías, en Egipto, acerca de abba Agatón: “Es buen abba”. Les dijo el anciano: “Es bueno para su generación”. Le dijeron: “¿Cómo sería para los antiguos?”. Les respondió: “Les dije que es bueno para su generación; pero de los antiguos vi en Escete a uno, que podía detener el sol en el cielo, como Josué, hijo de Nun (Jos 10,12-­‐13)”. Al oír esto, se admiraron y glorificaron a Dios.

3. Dijo abba Elías, el de la diaconía: “¿Qué puede el pecado donde hay penitencia, y qué puede el amor donde hay soberbia?”.

4. Dijo abba Elías: «Vi a uno que llevaba un odre de vino bajo el brazo; y para avergonzar a los demonios, porque era una visión, dije al hermano: “Hazme la caridad, saca esto”. Y al sacarse el manto, no encontré nada. Les digo esto para que no acepten lo que vean con sus ojos u oigan. Observen más bien sus pensamientos, lo que tienen en el corazón y en el alma, sabiendo que son enviados por los demonios para ensuciar el alma y hacerla pensar en lo que no conviene, y distraer al espíritu de (la consideración de) sus pecados y de Dios».

5. Dijo también: “Los hombres tienen la inteligencia que atiende al pecado o a Jesús o a los hombres”.

6. Dijo también: “Si la inteligencia no salmodia con el cuerpo, es vano el esfuerzo. El que ama la aflicción estará después en la alegría y el descanso”.

7. Dijo también: «Un anciano vivía en un templo, y fueron a decirle los demonios: “Vete de este lugar, que es nuestro”. Dijo el anciano: “Ustedes no tienen lugar propio”. Y comenzaron a desparramar sus palmas. El anciano perseveró, y las juntaba. Al fin, el demonio lo tomó de la mano y lo llevó hacia afuera. Cuando llegó el anciano a la puerta, se tomó de ella con la otra mano, mientras gritaba: “¡Jesús, socórreme!”. En seguida huyó el demonio. El anciano se puso a llorar, y el Señor le dijo: “¿Por qué lloras?”. Respondió el anciano: “¿Cómo se atreven a apoderarse del hombre, y obrar así?”. Le respondió: “Tú fuiste negligente. Porque cuando me buscaste, viste cómo te hallé”. Digo esto porque hay necesidad de trabajar mucho, y sin trabajo no es posible poseer a su Dios. Puesto que Él fue crucificado por nosotros».

8. Un hermano encontró a abba Elías el hesicasta en el cenobio de la gruta de abba Sabas, y le dijo: “Abba, dime una palabra”. El anciano respondió al hermano: “En los días de nuestros padres reinaban estas tres virtudes: la pobreza, la mansedumbre y la abstinencia. Ahora a los monjes los domina la avaricia, la gula y la confianza. Elige lo que quieras”.

Los Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los padres del desierto. Santos letras Z

ABBA ZENÓN

1. Dijo abba Zenón, discípulo del bienaventurado Silvano: “No habites en un lugar renombrado, no permanezcas con un hombre de gran reputación ni eches cimientos para edificarte una celda”.

2. Decían acerca de abba Zenón que, al comienzo, no quería recibir nada de nadie. Los que le llevaban cosas se alejaban tristes, porque no las recibía, y los que iban a verlo, esperando recibir algo de él, como de un gran anciano, también se retiraban tristes, porque no tenía qué darles. Dijo el anciano: “¿Qué haré? Pues se entristecen los que traen, y también los que desean recibir. Conviene pues hacer esto: si alguien trae algo, lo recibiré, y al que pide, le daré”. Obrando de esta manera tuvo paz y satisfizo a todos.

3. Vino un hermano egipcio a Siria para visitar a abba Zenón, y se acusaba de sus propios pensamientos ante el anciano. Éste, admirado, dijo: “Los egipcios ocultan las virtudes que adquieren y se acusan continuamente de los defectos que no tienen. Los sirios y los griegos, en cambio, afirman tener las virtudes que no poseen y ocultan los defectos que tienen”.

4. Acudieron a él unos hermanos y lo interrogaron, diciendo: “¿Qué quiere decir lo que está escrito en el libro de Job: El cielo no es puro en su presencia (Jb 15,15)?”. Respondió el anciano: “Los hermanos han descuidado sus pecados y preguntan acerca del cielo. Esta es la explicación de la palabra: sólo Él es puro, por eso dice: El cielo no es puro”.

5. Decían acerca de abba Zenón que cuando residía en Escete, salió una noche de su celda como para ir al lago. Y estuvo marchando sin rumbo durante tres días y tres noches. Al fin se cansó y, debilitado, cayó como un moribundo. Y he aquí que se detuvo junto a él un niño, que tenía un pan y un jarro con agua, y le dijo: “Levántate, come” (cf. 1 R 19,7). Él, levantándose, oró, porque creía que se trataba de una visión. El niño le dijo. “Hiciste bien”. Y oró nuevamente, por segunda, y tercera vez. Le dijo: “Hiciste bien”. El anciano se levantó, comió y bebió. Después de esto le dijo: “Tanto te has alejado de la celda cuanto has caminado, pero levántate y sígueme”. Y en seguida encontró su celda. El anciano le dijo: “Entra y ora conmigo”. Pero cuando entró el anciano, el otro se volvió invisible.

6. En otra ocasión caminaba el mismo abba Zenón en Palestina, y, cansado, se sentó para comer cerca de una plantación de pepinos. Su pensamiento le dijo: “Toma un pepino y cómelo. En efecto, ¿qué es?”. El dijo en respuesta a su pensamiento: “Los ladrones van al tormento. Pruébate ahora, si puedes soportar el tormento”. Y levantándose, estuvo al sol durante cinco días. Cuando estuvo todo quemado dijo: “No puedes soportar el suplicio”. Y dijo a su pensamiento: “Si no lo puedes, no robes ni comas”.

7. Dijo abba Zenón: “El que quiere que Dios escuche velozmente su oración, cuando se levante y extienda sus manos hacia Dios, ante todo y antes de hacerlo por su propia alma, ore de corazón por sus enemigos. Por esta acción, todo lo que pidiere a Dios será escuchado”.

8. Decían que en cierta aldea había un hombre que ayunaba mucho, de modo que lo llamaban el ayunador. Habiendo oído hablar de él, abba Zenón lo hizo ir adonde él estaba. Fue él con alegría y, hecha la oración, se sentaron. Comenzó el anciano a trabajar en silencio. El ayunador, que no encontraba la manera de conversar con él, comenzó a ser molestado por la acedia. Dijo al anciano: “Ruega por mí, abba, porque quiero retirarme”. Le dijo el anciano: “¿Por qué?”. Respondió: “Porque mi corazón está como ardiendo y no sé qué tiene. Mientras estaba en la aldea ayunaba hasta la tarde y nunca me sucedió esto”. Le dijo el anciano: “En la aldea te alimentabas por las orejas, pero vete, y desde ahora come a la hora novena, y todo lo que hagas, hazlo en lo oculto”. Cuando empezó a hacerlo, esperaba con aflicción hasta la hora novena. Los que lo conocían decían: “El ayunador está endemoniado”. Fue a contarlo todo al anciano, y éste le dijo: “Este es el camino según Dios”.

ABBA ZACARÍAS

1. Dijo abba Macario a abba Zacarías: “¿Dime, cuál es la obra del monje?”. Respondió: “¿A mí me preguntas, Padre?”. Le dijo abba Macario: “Me han asegurado acerca de ti, hijo mío, Zacarías. Es Dios quien me inspira para que te interrogue”. Le dijo Zacarías: “Por mi parte, Padre, el que se hace violencia en todo, ese es monje”.

2. Fue una, vez abba Moisés a buscar agua, y encontró a abba Zacarías orando junto al pozo, y el Espíritu de Dios estaba sobre él.

3. Dijo una vez abba Moisés al hermano Zacarías: “Dime qué tengo que hacer”. Al oír esto, se echó por tierra a sus pies, diciendo: “¿Tú me preguntas, Padre?”. Le dijo el anciano: “Créeme, hijo mío, Zacarías, vi al Espíritu Santo que descendía sobre ti, y por eso estoy forzado a interrogarte”. Tomó entonces Zacarías la cogulla de su cabeza, la puso bajo sus pies y, pisándola, dijo: “Si el hombre no es pisoteado así, no puede ser monje”.

4. Estaba abba Zacarías en Escete y vino a él una visión. Fue a comunicárselo a su abba, Carión. Pero el anciano, que era un asceta, no actuó con prudencia en este asunto, y levantándose, lo castigó, diciéndole que procedía de los demonios. Le quedaba sin embargo el pensamiento, y levantándose, fue de noche hasta donde estaba abba Pastor, y le contó lo sucedido, y cómo se consumía interiormente. Viendo el anciano que procedía de Dios, le dijo: “Ve adonde está el anciano tal, y será lo que él te diga”. Fue adonde estaba el anciano, y antes de que él preguntase nada, adelantándose, le dijo todo, y que la visión venía de Dios. “Pero ve, y somételo a tu Padre”.

5. Abba Pastor dijo que abba Moisés preguntó a abba Zacarías, que estaba ya cerca de la muerte: “¿Qué ves?”. Y respondió: “¿No es mejor callar, Padre?”. Le dijo: “Sí, hijo, calla”. En la hora de su muerte, abba Isidoro, que estaba sentado, miró al cielo y dijo: “Alégrate, Zacarías, hijo mío, porque se te han abierto las puertas del reino de los cielos”.

            Los Apotegmas de los Padres del Desierto.

Padres del desierto: Otros santos con la letra E

EUCARISTO, SEGLAR

Dos padres rogaron a Dios que les revelara qué medida habían alcanzado. Y llegó hasta ellos una voz que decía: “En un lugar de Egipto hay un secular llamado Eucaristo, y su mujer se llama María. Todavía no han llegado ustedes a su medida”. Se levantaron los dos ancianos y llegaron a la aldea, y preguntando encontraron su habitación, y en ella a su mujer. Le dijeron: “¿Dónde está tu marido?”. Respondió ella: “Es pastor, y está apacentando las ovejas”. Los hizo entrar en su celda. Al atardecer llegó Eucaristo con las ovejas, y al ver a los ancianos preparó la mesa para ellos, y trajo agua para que se lavaran los pies. Los ancianos le dijeron: “No gustaremos de esto si no nos dices cuál es tu obra”. Respondió Eucaristo con humildad: “Soy pastor, y esta es mi mujer”. Los ancianos insistían rogándole, pero él no quería hablar. Le dijeron: “Dios nos ha mandado a ti”. Al oír esta palabra, temió y les dijo: “Estas ovejas las hemos recibido de nuestros padres, y si, por la misericordia del Señor, aumentan, hacemos tres partes: una para los pobres, otra para la hospitalidad y la tercera para nuestras necesidades. Desde que tomé mujer no hemos tenido relación; ella es virgen. Cada uno duerme por separado. De noche llevamos cilicios y de día nuestros vestidos. Hasta ahora nadie ha sabido esto”. Al oírlo se admiraron, y se retiraron glorificando a Dios.

EULOGIO, PRESBÍTERO

Cierto Eulogio, discípulo del bienaventurado obispo Juan, presbítero y gran asceta, ayunaba dos días seguidos y a menudo extendía el ayuno por toda la semana, comiendo sólo pan con sal; era celebrado por los hombres. Fue adonde estaba abba José en Panefo, esperando ver en él mayor austeridad. El anciano lo recibió con alegría y le dio cuanto tenía para confortarlo. Los discípulos de Eulogio dijeron: “El anciano no come sino pan con sal”. Abba José empero comía callando. Pasaron allí tres días, y no los oían salmodiar u orar, porque obraban en secreto. Partieron al fin (los visitantes) sin aprovechar nada. Providencialmente se hizo oscuro, y después de haber estado vagando regresaron a la celda del anciano. Antes de llamar, los oyeron salmodiar, y aguardaron durante un largo tiempo antes de llamar nuevamente. Cesando en su salmodia los recibieron con alegría. A causa del calor, los discípulos de Eulogio tomaron una vasija de agua que había allí, y se la dieron. Era una mezcla de agua de mar con agua del río, y no la pudo beber. Comprendiendo al fin, se echó a los pies del anciano, puesto que deseaba aprender su forma de vida, diciendo: “Abba, ¿qué es esto? Antes no salmodiabas, pero lo haces ahora después de nuestra partida; al tomar la vasija, encuentro agua salada”. El anciano respondió: “El hermano es un tonto, y por error mezcló con agua de mar”. Eulogio empero rogaba al anciano, porque deseaba conocer la verdad. El anciano entonces le dijo: “Aquel pequeño vaso de vino era por caridad, esta agua es la que beben siempre los hermanos”. Y le enseñó el discernimiento de los pensamientos, y cortó de él todo lo humano. Se volvió en consecuencia discreto, y comía todo lo que le servían, y aprendió también a trabajar secretamente. Dijo entonces al anciano: “Realmente, tu trabajo es veraz”.

ABBA EUPREPIO

1. Dijo abba Euprepio: “Seguro de que Dios es fiel y poderoso, cree en Él y tendrás parte en sus bienes. Pero si te desanimas, no crees. Todos creemos que Él es poderoso y que todo es posible para Él. Pero confíale tus propios asuntos, porque también en ti hará signos”.

2. El mismo, una vez que estaban robando (en su celda), ayudaba a los ladrones a que le robaran. Cuando se hubieron llevado todo lo que había adentro, olvidaron su bastón. Lo vio abba Euprepio y se entristeció, y tomándolo, corrió en pos de ellos para entregárselo. Ellos no lo quisieron tomar, temiendo que les sucediera algo. Él rogó entonces a uno que viajaba por el mismo camino, que les llevara el bastón.

3. Dijo abba Euprepio: “Las cosas corporales son materiales. El que ama al mundo, ama los obstáculos. Si llegamos a perder algo, debemos recibir este suceso con alegría y alabanza, como que hemos sido liberados de preocupaciones”.

4. Un hermano interrogó a abba Euprepio acerca de la vida. El anciano le respondió: “Come hierba, lleva hierba, duerme en la hierba; es decir, desprecia todo y tendrás un corazón de hierro”.

5. Un hermano interrogó al mismo anciano, diciendo: “¿De qué modo llega al alma el temor de Dios?”. El anciano respondió: “Si el hombre tiene humildad y pobreza, y se abstiene de juzgar, posee el temor de Dios”.

6. Dijo también: “El temor y la humildad, la escasez de alimentos y el llanto permanezcan contigo”.

7. En sus comienzos, fue abba Euprepio donde un anciano y le dijo: “Abba, dime una palabra para que me salve”. Le respondió: “Si quieres salvarte, cuando encuentres a alguien no te adelantes a hablarle antes que él te pregunte”. Él, lleno de compunción por esta palabra, hizo una metanía y dijo: “¡Aunque he leído muchos libros, no conocía todavía esta enseñanza!”.

ABBA ELADIO

1. Decían acerca de abba Eladio que pasó veinte años en Las Celdas, y nunca levantó los ojos a lo alto para mirar el techo de la iglesia.

2. Decían acerca del mismo abba Eladio que comía pan y sal. Cuando llegaba la Pascua decía: “Los hermanos comen pan con sal; pero yo tengo que hacer un pequeño esfuerzo a causa de la Pascua. Puesto que los demás días como sentado, ahora, por ser Pascua, haré el esfuerzo y comeré de pie”.

3. Un sábado se reunieron los hermanos con alegría para comer en la iglesia de Las Celdas. Cuando pusieron la fuente, comenzó a llorar abba Eladio de Alejandría. Abba Santiago le dijo: “¿Por qué lloras, abba?”. Le respondió: “Porque pasó la alegría del alma, que es el ayuno, y llegó la consolación del cuerpo”.

ABBA EVAGRIO

1. Dijo abba Evagrio: “Cuando estás en la celda, recoge tu espíritu: recuerda el día de la muerte, mira la mortificación del cuerpo; piensa en la calamidad, asume el esfuerzo, condena la vaciedad del mundo, para poder permanecer siempre en el propósito de la hesiquía y no te debilites. Recuerda también cómo es el infierno, piensa cómo se encuentran allí las almas, en qué profundo silencio, en qué amargos gemidos, en qué temor, en qué lucha, en qué espera, con dolor inacabable y lágrimas incesantes del alma. Recuerda el día de la resurrección y de la presentación ante Dios. Imagina el juicio aquel, horrible y tremendo. Ten a la vista lo que está reservado para los pecadores: la vergüenza en la presencia de Dios y de los ángeles y arcángeles, y de todos los hombres, los suplicios, el fuego eterno, el gusano que no duerme nunca, el tártaro y las tinieblas, el rechinar de dientes, los terrores y los tormentos. Piensa también en los bienes que están reservados para los justos, la confianza con Dios Padre y con su Cristo, con los ángeles, arcángeles y todo el pueblo de los santos, el reino de los cielos y sus riquezas, su alegría y su felicidad. Ten el recuerdo de todas estas cosas y del juicio de los pecadores. Llora, aflígete, teme, no sea que tú también te encuentres entre ellos; alégrate y goza en lo que está destinado para los justos. Y si tratas de gozar de estas cosas, apártate de aquellas. Haz que nunca, dentro o fuera de la celda, se te borre esto, de modo que, gracias a este recuerdo, huyas de los pensamientos impuros y molestos”.

2. Dijo también: “Aparta de ti el afecto de muchos, para que tu alma no se distraiga, y se turbe el modo de tu hesiquía”.

3. Dijo también: “Es una gran cosa orar sin distracción, pero es aún más grande salmodiar sin distracción”.

4. Dijo también: “Recuerda siempre tu salida (de esta vida) y no olvides el juicio eterno, y no habrá delito en tu vida”.

5. Dijo también: “Suprime las tentaciones y nadie se salvará”.

6. Dijo también: «Un padre dijo: “El alimento sobrio y regular, unido a la caridad, lleva pronto al monje al umbral de la impasibilidad”».

7. Hubo una reunión en Las celdas para tratar acerca de un asunto, y habló abba Evagrio. El presbítero le dijo: “Sabemos, abba, que si estuvieras en tu tierra seguramente serías obispo y estarías a la cabeza de muchos, pero aquí vives ahora como extranjero”. Él, arrepentido, no se turbó, sino que inclinó la cabeza y dijo: “Es verdad, abba: hablé una vez, pero no agregaré otra cosa” (Jb 40,5).

ABBA EUDÉMON

1. Dijo abba Eudémon acerca de abba Pafnucio, el Padre de Escete: «Fui allí cuando el joven, y no me permitió quedar diciendo: “No quiero que haya en Escete un rostro de mujer, por el combate del enemigo”».

De los Apotegmas de los Padres del Desierto

Los Padres del Desierto. San Epifanio y San Efrén

SAN EPIFANIO, OBISPO DE CHIPRE

1. Decía el obispo san Epifanio que, en presencia del bienaventurado Atanasio el grande, los cuervos que volaban junto al templo de Serapis graznaban continuamente: Cras, cras. Los griegos se pusieron delante del bienaventurado Atanasio y le gritaban: “Mal anciano, dinos ¿qué graznan los cuervos?”. Respondiendo les dijo: “Los cuervos graznan: Cras, cras. Y cras significa mañana en la lengua de los ausonios (occidentales)”. Y agregó: “Mañana verán la gloria de Dios”. Después se anunció la muerte del emperador Juliano. Cuando hubo sucedido esto clamaban los presentes contra Serapis, diciendo: “Si a ti no te gustaba, ¿por qué recibías sus ofrendas?”.

2. El mismo contaba que había un auriga en Alejandría, hijo de una mujer llamada María. Cayó éste en un combate ecuestre, se levantó después, pudo al que lo había derribado y venció. La plebe gritó: “El hijo de María cayó, se levantó y venció”. Estaban todavía diciendo esto, cuando llegó hasta la plebe un rumor sobre el santuario de Serapis: el gran Teófilo, subió (al templo), derribó al ídolo de Serapis y se apoderó del templo.

3. Dijo al bienaventurado Epifanio, obispo de Chipre, el abad del monasterio que había sido suyo en Palestina: “Por tus plegarias no hemos descuidado nuestro orden, sino que con diligencia celebramos tercia, sexta y nona”. Él, reprendiéndolos, respondió: “Es claro que descuidan las demás horas del día, cesando la oración. El verdadero monje debe tener sin cesar la oración y la salmodia en su corazón”.

4. Una vez, san Epifanio mandó llamar a abba Hilarión, diciendo: “Ven, veámonos antes de que salgamos del cuerpo”. Cuando se hubieron encontrado, se alegraron el uno con el otro. Comieron juntos, y les trajeron un ave. El obispo la tomó y se la dio a abba Hilarión. El anciano le dijo: “Perdóname, pero desde que he recibido el hábito no he comido carne sacrificada”. El obispo dijo: “Yo, en cambio, desde que recibí el hábito no dejé que nadie se durmiera teniendo algo contra mí, ni yo me he dormido con algo contra otro”.

5. Dijo el mismo: “Melquisedec, imagen de Cristo, bendijo a Abraham (Gn 14,19), raíz de los judíos; cuánto más la Verdad misma, Cristo, bendecirá y santificará a los que creen en Él”.

6. Dijo el mismo: “La cananea llama, y es oída (Mt 15,22), la hemorroisa calla, y es bendecida (Mt 9,22); el fariseo grita, y es condenado, el publicano no abre la boca, y es escuchado (Lc 18,10-­‐14)”.

7. Dijo el mismo: «El profeta David oraba tarde en la noche, a medianoche se despertaba, rogaba antes del alba, se levantaba al amanecer, suplicaba en la mañana, por la tarde y al mediodía pedía, por eso dijo: “Siete veces al día te alabé” (Sal 118 [119],64)».

8. Dijo también: “Es necesario poseer aquellos libros cristianos que se pueden adquirir. Puesto que la sola vista de esos libros nos hace remisos para el pecado y nos dispone a crecer más en la justicia”.

9. Dijo también “Gran precaución para no pecar es la lectura de las Escrituras”.

10. Dijo también: “Gran precipicio y abismo profundo es la ignorancia de las Escrituras”.

11. Dijo también: “Es gran traición para la salvación no conocer en absoluto la ley divina”.

12. El mismo dijo: «Los pecados de los justos están en sus labios, los de los impíos brotan de todo el cuerpo. Por eso canta David: “Pon, Señor, una guardia en mi boca y una puerta alrededor de mis labios (Sal 140 [141],3). Vigilaré mis caminos, para no pecar con mi lengua” (Sal 38 [39],2)».

13. Fue interrogado el mismo: “¿Por qué son diez los preceptos de la Ley y nueve las bienaventuranzas?”. Y respondió: “El decálogo iguala en número a las plagas de Egipto; el número de las bienaventuranzas es el triplo de la figura de la Trinidad”.

14. Al mismo preguntaron: “¿Puede un solo justo aplacar a Dios?”. Respondió: «Sí, porque ha dicho: “Busquen un hombre que viva en la justicia, y perdonaré a todo el pueblo” (Jr 5,1)».

15. Dijo el mismo: «Dios perdona a los pecadores arrepentidos, como la prostituta y el publicano. A los justos les pide hasta los intereses. Esto dice a los apóstoles: “Si no es más abundante la justicia de ustedes que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5,20)».

16. Esto dijo también: “Dios vende la justicia a los que la quieren comprar por un pequeño pedazo de pan, un traje humilde, un vaso de agua fresca, una moneda”.

17. Agregaba también esto: “Un hombre que recibe algo de otro a causa de su pobreza o por necesidad, está agradecido, pero lo devuelve en secreto porque se avergüenza. El Señor Dios es diferente: recibe en secreto, pero retribuye en presencia de los ángeles y arcángeles y de los justos”.

SAN EFRÉN

1. Era todavía niño abba Efrén, y tuvo una visión: Había nacido una viña en su lengua, creció y llenó todo lo que estaba bajo el cielo, y dio abundante fruto. Acudieron todos los pájaros del cielo y comieron del fruto de la viña, y a pesar de ello, aumentó su fruto.

2. Otra vez vio uno de los santos en una visión que una formación de ángeles descendía del cielo, por mandato de Dios, y llevaban en sus manos un volumen escrito por dentro y por fuera, y se decían unos a otros: “¿A quién tenemos que entregar esto?”. Respondían diciendo: “Hay santos y justos que lo son en verdad, pero nadie puede recibirlo sino sólo Efrén”. Y vio el anciano que entregaron el volumen a Efrén. Por la mañana, al levantarse, oyó a Efrén, como que una fuente manase de su boca, y comprendió que lo que salía de los labios de Efrén procedía del Espíritu Santo.

3. Otra vez, pasando Efrén, vino una meretriz a persuadirlo con sus halagos a un torpe comercio, o al menos a provocarlo a ira, porque nadie le había visto airado. Él le dijo: “Sígueme”. Y cuando hubieron llegado a un lugar frecuentado le dijo: “Ven, en este lugar será lo que deseas”. Ella, al ver a la multitud, dijo: “¿Cómo podremos hacerlo sin vergüenza en presencia de esta multitud?”. Él respondió: “Si tenemos vergüenza de los hombres, cuánto más debemos avergonzarnos de Dios, que conoce lo oculto de las tinieblas”. Ella, confundida, se retiró sin hacer nada.

De los Apotegmas de los Padres del Desierto

Los Padres del desierto. Abba Daniel

1. Decían acerca de abba Daniel que cuando llegaron a Escete los bárbaros, huyeron los Padres, y dijo el anciano: “Si Dios no me protege, ¿para quién vivo entonces?”. Y pasó en medio de los bárbaros, que no lo vieron. Se dijo entonces: “Dios me ha protegido y no he muerto. Haz tú también lo de los hombres y huye como los Padres”.

2. Interrogó un hermano a abba Daniel diciendo: “Dame un solo mandato y lo guardaré”. Le respondió: “Nunca pongas tu mano en el plato con una mujer ni comas con ella, y con esto te alejarás un poco del demonio de la fornicación”.

3. Dijo abba Daniel: «Había en Babilonia una hija de un notable que estaba poseída por un demonio. El padre tenía gran afecto por un monje, el cual le dijo: “Nadie puede curar a tu hija sino los solitarios que yo conozco, pero si les pides a ellos no aceptarán hacerlo, por humildad. Hagamos más bien esto: cuando vengan a la plaza, haz como los que desean comprar sus canastos, y cuando se presenten para recibir su precio les diremos que hagan oración, y confío que sanará”. Saliendo pues a la plaza encontraron a uno de los discípulos de los ancianos que estaba sentado vendiendo sus canastos, y lo llevaron con sus canastos como para recibir su precio. Cuando el monje llegó a la casa, salió la endemoniada y le dio una bofetada. Él le ofreció la otra mejilla, según el mandamiento del Señor, y el demonio, dolorido, gritó: “¡Oh violencia! ¡El mandato del Señor me expulsa!”. Quedó en seguida limpia la mujer. Cuando llegaron los ancianos les anunciaron lo sucedido. Ellos glorificaron a Dios y decían: “Es normal que la soberbia del diablo caiga por la humildad del mandamiento de Cristo”».

4. Dijo otra vez abba Daniel: “Cuanto el cuerpo se fortalece, se debilita el alma, y cuanto disminuye el cuerpo, se fortalece el alma”.

5. Caminaban una vez abba Daniel y abba Amoes. Y abba Amoes dijo. “¿Cuándo estaremos nosotros también sentados en la celda, padre?”. Le dijo abba Daniel: “¿Quién nos quita a Dios ahora? Dios está en la celda, y también afuera está Dios”.

6. Contaba abba Daniel: «Cuando estaba abba Arsenio en Escete había allí un monje que robaba los objetos que poseían los ancianos. Abba Arsenio lo tomó en su celda, deseando ganárselo y dar tranquilidad a los ancianos, y le dijo: “Te daré lo que quieras, pero no robes”. Le dio oro, dinero, vestidos, y todo lo que necesitaba. Pero él salía y seguía robando. Los ancianos entonces, viendo que no se aquietaba, lo expulsaron, diciendo: “Si un hermano tiene la enfermedad del pecado, es necesario soportarlo, pero si roba expúlsenlo, porque perjudica a su alma y molesta a todos los que están en ese lugar”».

7. Abba Daniel de Farán contaba: «Dijo nuestro padre abba Arsenio acerca de un escetiota, que era grande en las obras pero simple en la fe. A causa de su simplicidad se engañaba, diciendo: “No es realmente el cuerpo de Cristo lo que recibimos, sino una figura”. Supieron los ancianos que decía esto, y conociendo que era grande en la vida pensaron que hablaba de esa manera sin malicia, sino por simplicidad, y fueron adónde estaba él y le dijeron: “Abba, hemos oído acerca de una palabra contraria a la fe de uno que dice que el pan que recibimos no es verdaderamente el cuerpo de Cristo sino una figura”. Dijo el anciano: “Yo soy el que ha dicho eso”. Ellos lo amonestaron diciendo: “No sostengas eso, abba, sino lo que enseña la Iglesia Católica. Nosotros creemos que este mismo pan es el cuerpo de Cristo y que esta bebida es la sangre de Cristo, verdaderamente, y no una figura. Como en el principio tomó polvo de la tierra y plasmó al hombre a su imagen (cf. Gn 1,27), y nadie puede decir que no es la imagen de Dios, aunque sea incomprensible, así este pan del que dijo: ‘Es mi cuerpo’ (cf. Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19), creemos que es verdaderamente el cuerpo de Cristo”. Dijo el anciano: “Si no me convence la cosa misma, no creeré”. Le dijeron: “Roguemos a Dios durante esta semana acerca de este misterio, y confiamos que Dios nos lo revelará”. El anciano recibió con alegría la palabra, y oraba a Dios diciendo: “Señor, tú sabes que no es por maldad que no creo; pero si es por ignorancia que me engaño, revélamelo, Señor Jesucristo”. Se retiraron los ancianos a sus celdas, y rogaban también ellos a Dios, diciendo: “Señor Jesucristo, revela al anciano este misterio para que crea y no pierda su esfuerzo”. Y los oyó Dios. Se cumplió la semana y fueron a la iglesia el domingo, y se pusieron los tres juntos sobre una misma alfombra, el anciano en el medio. Se les abrieron los ojos, y cuando se puso el pan sobre la sagrada mesa, se les apareció a los tres, y sólo a ellos, un niño. Cuando el presbítero extendió la mano para partir el pan, bajó del cielo un ángel del Señor con una espada y tocó al niño, y vació su sangre en el cáliz. Cuando el presbítero partía el pan en pequeñas partículas, también el ángel cortaba al niño en pequeños pedazos. Y cuando fueron a recibir los sagrados misterios, solamente al anciano se le dio carne ensangrentada, y al verlo temió, y exclamó diciendo: “Creo, Señor, que el pan es tu cuerpo y la bebida es tu sangre”. Y en seguida, la carne que tenía en la mano se volvió pan, conforme al sacramento, y lo consumió dando gracias a Dios. Le dijeron los ancianos: “Dios conoce la naturaleza humana, y sabe que no puede comer carne cruda, por eso transformó su cuerpo en pan y su sangre en vino para los que lo reciben con fe”. Y agradecieron a Dios por el anciano, porque no permitió que pereciesen sus trabajos. Y se volvieron los tres con alegría a sus celdas».

De los Padres del desierto.

Padres del desierto: Abba Gregorio y Abba Gelasio

ABBA GREGORIO EL TEÓLOGO (NACIANCENO)

1. Dijo abba Gregorio: “Dios pide estas tres cosas de todo hombre que ha recibido el bautismo: en su alma, una fe recta, verdad en la lengua y templanza en el cuerpo”.

2. Dijo también: “Para los que son poseídos por el deseo, un día es como toda la vida de un hombre”.

ABBA GELASIO

1. Decían acerca de abba Gelasio que tenía un libro en cuero, valuado en dieciocho monedas, en el que estaba escrito todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, y quedaba en la iglesia para que lo leyese aquél de los hermanos que quisiera hacerlo. Vino un hermano extranjero para visitar al anciano, y al ver el códice, deseó tenerlo y, robándolo, se marchó. El anciano no fue en su seguimiento, aunque entendió la cosa. Entretanto, fue el otro a la ciudad y buscaba venderlo, y encontró a uno que lo quería comprar, y le pidió dieciséis monedas. Pero el comprador le dijo: “Dámelo antes, para hacerlo ver, y después te pagaré”. Se lo dio, y él lo tomó y lo llevó a abba Gelasio para que lo viera y se pronunciase sobre el precio que pedía el vendedor. El anciano le dijo: “Cómpralo, porque es bueno y vale el precio que dijiste”. Fue el hombre y al vendedor le dijo otra cosa, no lo que hablara el anciano: “Le mostré el libro a abba Gelasio, y me dijo que es demasiado porque no vale el precio que dijiste”. Al oírlo le preguntó: “¿El anciano no dijo nada más?”. Respondió: “No”. Le dijo entonces: “Ya no quiero venderlo”. Arrepentido, fue a pedir perdón al anciano, y le rogó que aceptase el códice. El anciano no lo quería recibir. Le dijo entonces el hermano: “Si no lo tomas, yo no tendré paz”. Le respondió el anciano: “Si no vas a tener paz, entonces lo acepto”. Y el hermano permaneció en ese lugar hasta su muerte, edificado por la obra del anciano.

2. Al mismo abba Gelasio le fue legada una celda con un campo vecino por un anciano, monje también él, que moraba cerca de Nicópolis. Un campesino de un tal Vacatos, que habitaba antes en Nicópolis de Palestina, como era pariente del anciano fallecido, acudió al nombrado Vacatos y le rogaba que tomase esa propiedad que le correspondía por la ley. Entonces él, porque era violento, intentaba arrebatar por la fuerza la tierra a abba Gelasio, Pero abba Gelasio no cedía, no queriendo entregar a un secular una celda monástica. Al ver Vacatos que los animales (de carga) de abba Gelasio se llevaban las aceitunas del campo que le legaran, los tomó por la fuerza, llevando las aceitunas a su casa y apenas si devolvió los animales con sus conductores. El bienaventurado anciano no reclamaba los frutos, pero no abandonaba el dominio del campo por la razón antedicha. Indignado contra él, Vacatos que tenía además otros asuntos que tratar -­‐ puesto que era pleiteador-­‐, marchó hacia Constantinopla, viajando a pie. Al llegar cerca de Antioquía, donde brillaba por entonces como una gran luminaria san Simeón, oyendo hablar de él -­‐porque superaba las condiciones humanas-­‐, quiso, como cristiano que era, ver al santo. Al divisarlo san Simeón desde la columna, apenas entró en el monasterio, le preguntó: “¿De dónde eres y adónde vas?”. Le respondió: “Soy de Palestina y voy a Constantinopla”. Le dijo: “¿Y por qué causa?”. Respondió Vacatos: “Por muchas razones, y espero, por las oraciones de tu santidad, regresar y venerar tus sagradas huellas”. Le dijo entonces san Simeón: “No quieres decir, hombre desgraciado, que vas para actuar contra el varón de Dios. Pero no te será propicio el camino ni volverás a ver tu casa. Si aceptas mi consejo, vuélvete de aquí mismo a tu lugar y arrepiéntete, si llegas vivo hasta allí”. En seguida lo tomó la fiebre, y sus acompañantes lo pusieron en una litera y se apresuraron a llevarlo a su región, de acuerdo a lo dicho por san Simeón, para pedir perdón a abba Gelasio. Pero alcanzó Berito y murió, y no llegó a ver su casa como le profetizara el santo. Esto y la muerte de su padre relató su hijo, llamado Vacatos también él, a hombres dignos de crédito.

3. Muchos de sus discípulos relataron también lo siguiente: “Les habían dado una vez un pescado, y el cocinero lo llevó al encargado después de haberlo freído. Por un asunto tuvo que salir el encargado, y dejó el pescado en un recipiente, en el suelo, y pidió al joven discípulo de abba Gelasio que lo cuidase por un momento, hasta su regreso. El niño, tentado por la gula, se precipitó con avidez para comer el pescado, Entró el encargado y lo halló comiendo, y sin considerar lo que, hacía, movido por la ira, le dio un puntapié al niño que estaba sentado en el suelo. Éste, por obra de un espíritu, murió. El ecónomo, atemorizado, lo recostó en su propio lecho, lo cubrió y fue a echarse a los pies de abba Gelasio, anunciándole lo que había sucedido. Éste, después de recomendarle que no lo dijera a nadie, mandó que cuando todos se hubieran retirado a descansar, por la tarde, lo llevara al diaconicón, lo pusiera frente al altar y se retirase. Y fue el anciano al diaconicón, y permaneció de pie en oración. A la hora de la salmodia nocturna, estando reunidos los hermanos, salió el anciano acompañado por el joven. Nadie supo lo que había sucedido, sino él y el ecónomo, hasta su muerte”.

4. Decían acerca de abba Gelasio, no sólo sus discípulos, sino muchos de los que frecuentemente acudían a él, que en tiempos del sínodo ecuménico congregado en Calcedonia, Teodosio, el que animara en Palestina el cisma de Dióscoro, adelantándose a los obispos que regresaban a sus iglesias -­‐porque él también estaba en Constantinopla, expulsado de su patria porque era feliz suscitando tumultos-­‐, se presentó a abba Gelasio en su monasterio, hablando contra el sínodo, como si la doctrina de Nestorio hubiera salido triunfante; de este modo juzgaba él que podría seducir al santo y atraerlo a la compañía de su error y al cisma. Pero él, por la actitud del hombre y por la prudencia recibida de Dios, comprendió su mala intención y no se unió a su apostasía, como hicieron casi todos entonces, sino que lo expulsó indignamente como correspondía. En efecto, hizo venir en medio al discípulo que había resucitado de entre los muertos y habló (al visitante) con mucho respeto de esta manera: “Si quieres discutir acerca de la fe, tienes a éste que te escuchará y dialogará contigo; yo no tengo tiempo para escucharte”. Con estas palabras, lleno de confusión, irrumpió en la ciudad santa, atrajo a su partido a todos los monjes, con apariencia de celo divino. Atrajo también a la Augusta, que se encontraba entonces allí, y de ese modo, con su ayuda, se apoderó por la violencia del trono de Jerusalén, valiéndose de crímenes, y perpetró otras cosas contra las leyes y los cánones, como hasta hoy recuerdan muchos. Después, como quien ha recibido la potestad, y habiendo conseguido su fin, impuso las manos a muchos obispos, invadiendo las sedes de los obispos que aun no habían regresado. Llamó también a abba Gelasio y lo invitó al santuario, buscando seducirlo a la vez que lo temía. Cuando hubo entrado en el santuario, le dijo Teodosio: “Anatematiza a Juvenal”. Impávido le respondió: “No conozco más obispo de Jerusalén que Juvenal”. Temiendo Teodosio que otros imitasen su celo piadoso, mandó que lo echasen de la iglesia. Los cismáticos pusieron a su alrededor maderas, amenazando quemarlo. Pero viendo que ello no le hacía ceder ni les tenía miedo, y temiendo una revuelta del pueblo, porque era hombre famoso -­‐todo venía de lo alto, de la Providencia-­‐, despacharon sano al mártir, que por sí mismo se había ofrecido a Dios.

Apotegmas de los Padres del desierto.

LOS PADRES DEL DESIERTO: ABBA BENJAMIN, ABBA BIARE

ABBA BENJAMÍN

1. Dijo abba Benjamín: “Cuando bajamos hacia Escete después de la cosecha, nos trajeron la paga desde Alejandría, un recipiente de aceite para cada uno. Cuando se presentaba nuevamente el tiempo de la cosecha, los hermanos llevaban lo que les había sobrado a la iglesia. Pero yo no abrí mi recipiente, sino que lo perforé con una aguja y saqué poco, y en mi corazón pensaba que había hecho una gran obra. Pero cuando los hermanos trajeron sus recipientes tal como los habían recibido, mientras que el mío estaba perforado, tuve tanta vergüenza como si hubiese fornicado”.

2. Dijo abba Benjamín, presbítero de Las Celdas: «Fuimos a Escete para ver a un anciano, y quisimos llevarle un poco de aceite. Él nos dijo: “Miren donde puse el pequeño recipiente que me trajeron hace tres años; como lo trajeron, así quedó”. Al oír esto, nos admiramos de la vida del anciano».

3. Dijo el mismo: «Fuimos a ver a otro anciano, que nos retuvo a comer. Nos ofreció aceite de rabanitos. Le dijimos: “Padre, danos un poco de aceite del bueno”. Al oírlo, se hizo la señal de la cruz y dijo: “Yo no sé si hay otro aceite fuera de éste”».

4. Abba Benjamín dijo a sus hijos al morir: “Hagan esto y se salvarán: alégrense siempre; oren incesantemente; en todo den gracias”.

5. Dijo el mismo: “Vayan por la vía regia; recorran los mojones y no sean mezquinos”.

ABBA BIARE

1. Interrogó uno a abba Biare: “¿Qué debo hacer para salvarme?”. Le dijo: “Ve, haz pequeño tu vientre, pequeño tu trabajo manual y no te inquietes en tu celda. Así te salvarás”.

Los Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los padres del desierto: San Basilio y Abba Besarion

BASILIO EL GRANDE

1. Dijo uno de los ancianos que mientras visitaba san Basilio un monasterio, después de hacer la debida exhortación (a los hermanos), preguntó al higúmeno: “¿Tienes aquí un hermano obediente?”. Le respondió: “Todos son servidores tuyos, señor, y desean salvarse”. Le dijo nuevamente: “¿Tienes alguno que sea en verdad obediente?”. Le trajo entonces a uno de los hermanos, y san Basilio lo utilizó en el servicio de la mesa. Después de comer trajo (agua) para que se lavase, y san Basilio le dijo: “Ven, también yo te daré (agua) para que te laves”. Aceptó que le echara el agua. Y dijo (Basilio): “Cuando entre en el santuario, acércate para que te ordene de diácono”. Después de hacerlo, lo ordenó también de presbítero, y lo tomó consigo en la casa episcopal, a causa de su obediencia.

ABBA BESARION

1. Dijo abba Dulas, discípulo de abba Besarión: «Yendo una vez hacia la costa del mar,tuve sed, y dije a abba Besarión: Abba, tengo mucha sed. El anciano hizo oración y me dijo: “Bebe del agua del mar”. El agua se endulzó y bebí. Recogí algo más en un recipiente, por si tenía nuevamente sed. Lo vio el anciano y me dijo: “¿Por qué la recogiste?”. Le respondió: “Perdóname, pero era por si tenía sed otra vez”. Dijo entonces el anciano: “Dios está aquí y en todas partes”».

2. Otra vez, al presentarse la necesidad, hizo oración y cruzó a pie el río Crisoroas, y prosiguió su camino. Admirado, le pedí perdón y le pregunté: “¿Cómo sentías tus pies al caminar sobre el agua?”. Y me respondió el anciano: “Sentía el agua hasta el talón, pero el resto estaba seco”.

3. Otra vez, mientras íbamos a visitar a un anciano, se puso el sol. Y orando dijo el anciano: “Te ruego Señor, que el sol se detenga hasta que tu servidor llegue”. Y así se hizo.

4. En otra oportunidad fui a su celda y lo encontré, de pie, en oración, con las manos extendidas hacia el cielo. Permaneció haciendo esto durante catorce días. Después me llamó y me dijo. “Sígueme”. Salimos y nos internamos en el desierto. Tuve sed y dije: “Abba, tengo sed”. Tomando el anciano mi melota, se apartó la distancia de un tiro de piedra, y después de orar, me la devolvió llena de agua. Proseguimos nuestra marcha y llegamos a una cueva. Al entrar en ella encontramos un hermano sentado, haciendo una cuerda, y no nos miraba ni saludaba, ni quiso en manera alguna cambiar palabra con nosotros. Me dijo el anciano: “Vayámonos de aquí; tal vez no le fue revelado al anciano que hablase con nosotros”. Marchamos hasta Lyco, y llegamos a lo de abba Juan. Lo saludamos e hicimos la oración. Después, sentándose, conversaron acerca de las visiones que habían tenido. Dijo abba Besarión: “Ha salido un edicto para que destruyan los templos. Así fue, y han sido destruidos”. Cuando íbamos de vuelta, llegamos otra vez a la cueva en la que habíamos visto al hermano. Me dijo el anciano: “Entremos adonde él está, por si Dios le ha inspirado que nos hable”. Entramos, y lo encontramos muerto. Me dijo entonces el anciano: “Ven, hermano, dispongamos su cuerpo. Para esto nos ha mandado hasta aquí el Señor”. Mientras lo preparábamos para la sepultura, vimos que era una mujer. Y se asombró el anciano, y dijo: “Mira como hasta las mujeres triunfan sobre Satanás, mientras nosotros vivimos indignamente en las ciudades”. Glorificando a Dios, protector de los que lo aman, nos retiramos de allí.

5. Vino una vez a Escete un endemoniado, y se hizo por él oración en la iglesia, pero el demonio no salía; era, en efecto, duro. Dijeron los clérigos: «¿Qué le haremos a este demonio? Nadie puede expulsarlo, sino sólo abba Besarión, pero si se lo pedimos ni siquiera vendrá a la iglesia. Hagamos entonces así: él viene temprano a la iglesia, antes que todos; hagamos sentar al poseso en este lugar, y cuando él llegue, alcémonos para la oración y digámosle: “Despierta al hermano, abba”». Así lo hicieron, y cuando el anciano hubo llegado, temprano (según acostumbraba), se levantaron para la oración y le dijeron: “Despierta al hermano”. El anciano le dijo: “Levántate, sal fuera”. Y enseguida salió el demonio de él, y quedó curado desde ese momento.

6. Dijo abba Besarión: “Durante cuarenta días con sus noches permanecí de pie entre espinas, sin dormir”.

7. Un hermano, que había pecado, era expulsado de la iglesia por el presbítero. Abba Besarión, levantándose, salió con él diciendo: “También yo soy pecador”.

8. El mismo abba Besarión dijo: “Durante cuarenta años no me he acostado, sino que dormí siempre sentado o de pie”.

9. Dijo el mismo: “Si estás en paz y no tienes que luchar, entonces humíllate más, no sea que nos elevemos por una alegría que viene de afuera, y caigamos en la lucha. Porque a menudo Dios no permite que seamos entregados a los combates, a causa de nuestra debilidad, para que no perezcamos”.

10. Un hermano que vivía con otros hermanos preguntó a abba Besarión: “¿Qué he de hacer?”. Le respondió el anciano: “Calla, y no te midas a ti mismo”.

11. Decía al morir abba Besarión: “El monje debe ser como los querubines y serafines: todo ojo”.

12. Contaban los discípulos de abba Besarión que su vida fue como la de un pájaro del aire, o de un pez o animal terrestre, puesto que pasó todo el tiempo de su vida sin molestia ni inquietud. No tenía preocupación por la casa ni el deseo de un lugar pareció poseer su espíritu, así como tampoco la abundancia de alimentos, la posesión de viviendas ni la frecuentación de libros, sino que parecía totalmente libre de las pasiones del cuerpo, alimentándose con la esperanza de las cosas futuras, fortalecido con la firmeza de la fe, paciente como un prisionero que es llevado de aquí para allá, permaneciendo en el frío, la desnudez, y quemado por el ardor del sol, siempre al aire libre. Se desgarraba en los precipicios de los desiertos como un vagabundo, y a veces le pareció bien dejarse llevar como sobre el mar a regiones distantes y desoladas. Si le acontecía llegar a regiones más templadas, donde monjes viven en comunidad una vida semejante, lloraba sentado fuera de las puertas, y se lamentaba como un náufrago arrojado a tierra. Después, si salía uno de los hermanos y lo encontraba sentado corno un mendigo de los que hay en el mundo, y se le acercaba y le decía compasivo: “¿Por qué lloras, hombre? Si tienes necesidad de algo, lo recibirás en la medida de lo posible; solamente entra, comparte nuestra mesa y consuélate”, él respondía: “No puedo detenerme bajo un techo hasta que no encuentre los bienes de mi casa”. Decía, en efecto, que había perdido grandes riquezas de varios modos. “También caí en manos de piratas, y naufragué, y caí de mi nobleza original, de glorioso que era me he vuelto indigno”. El hermano, conmovido por sus palabras, entró a buscar un pedazo de pan y se lo dio, diciendo: “Toma esto, padre; Dios te dará lo demás que tú dices: patria, nobleza y riquezas”. Pero él lamentándose aun más, con un gran suspiro agregaba: “No puedo decirte si podré encontrar esos bienes nuevamente, pero yo estoy todavía más afligido, soportando diariamente los peligros de la muerte, sin descanso por mis grandes calamidades. Porque tengo que viajar sin fin, hasta consumar mi carrera”.

Los Apotegmas de los Padres del desierto.

LOS PADRES DEL DESIERTO. ABBA APPHY, APOLO, ANDRÉS, AIO, AMONATHAS

ABBA APPHY

1. Contaban, acerca de un obispo de Oxyrrinco, llamado abba Apphy, que cuando era monje llevaba una vida austerísima. Fue hecho obispo y quiso llevar la misma austeridad en el mundo, y no pudo. Se postró ante Dios, diciendo: “¿Acaso la gracia se ha retirado de mí a causa del episcopado?”. Y tuvo esta revelación: “No, pero mientras estabas en el desierto y no se encontraba allí ni un hombre, Dios ayudaba, pero estás ahora en el mundo y los hombres te ayudan”.

ABBA APOLO

1. Había en Kellia un anciano llamado Apolo, que si venía alguno a pedirle que lo ayudase en cualquier trabajo, iba con gusto, diciendo: “Hoy tengo que trabajar con Cristo para bien de mi alma”. Este es el premio del alma.

2. Decían de cierto abba Apolo, de Escete, que era pastor y muy rústico. Vio una mujer grávida en el campo, y movido por el diablo dijo: “Quiero ver cómo está el niño en su seno”. Lo abrió y vio al niño. Mas enseguida se turbó su corazón y, arrepentido, fue a Escete y anunció a los Padres lo que había hecho. Los oyó salmodiar: “Los días de nuestros años son setenta años, ochenta en los fuertes, y más que esto sufrimiento y dolor”. Les dijo entonces: “Tengo cuarenta años y nunca he orado, pero si desde ahora vivo otros cuarenta, no cesaré de orar a Dios para que perdone mi pecado”. No hacía ningún trabajo manual, sino que oraba continuamente, diciendo: “Como hombre pequé; tú, como Dios, perdóname”. Ésta su oración la meditaba noche y día, Un hermano vivía con él y le oía estas palabras: “He faltado contra ti, Señor, déjame descansar un poco”. Tuvo al fin la revelación de que Dios había perdonado todos sus pecados, también el de (la muerte de) la mujer. Pero nada sabía acerca del crimen del niño. Pero uno de los ancianos te dijo: “Dios te ha perdonado también el crimen del niño, pero te deja en la aflicción porque así conviene a tu alma”.

3. Dijo el mismo acerca de la acogida que se da a los hermanos: “Debemos venerar a los hermanos que vienen, porque no veneramos a ellos sino a Dios. Si has visto a tu hermano -­‐dijo-­‐ has visto al Señor tu Dios. Y esto, -­‐dijo también-­‐ lo hemos recibido de Abrahán. Cuando reciban a los hermanos, invítenlos a reposarse. Esto lo aprendimos de Lot, que rogó a los ángeles”.

ABBA ANDRÉS

1. Dijo abba Andrés: “Estas tres cosas convienen al monje: la peregrinación, la pobreza y la paciencia en el silencio”.

ABBA AIO

1. Se relataba acerca de un anciano de la Tebaida, abba Antiano, que en su juventud había hecho muchas obras, pero, viejo ya, enfermó y quedó ciego, y los hermanos tenían muchas atenciones para con él por su enfermedad, y le daban de comer en la boca. Preguntaron entonces a abba Aio: “¿Qué pasará con tantas atenciones?”, y les respondió: “Les digo, Dios lo sacaría de este sufrimiento, si su corazón deseara estas atenciones y las recibiera con gusto, aunque comiese de este modo solamente un bocado, pero si no las quiere, sino que las acepta a la fuerza, Dios conservará salvo su trabajo, porque toma esto sin quererlo, mientras que los hermanos, por su parte, recibirán un premio”.

ABBA AMONATHAS

1.Llegó una vez a Pelusio un magistrado, y quiso exigir el impuesto a los monjes, como lo hacía con los seculares. Se reunieron todos los hermanos en la celda de abba Amonathas para tratar este asunto, y decidieron que fueran algunos Padres a ver al emperador. Les dijo abba Amonathas: “No hay necesidad de afligirse tanto; más bien permanezcan tranquilos en sus celdas y ayunen durante dos semanas, y por la gracia de Cristo yo solo trataré el asunto”. Volvieron los hermanos a sus celdas, y el anciano permaneció en la suya. Cuando se cumplieron los catorce días, se enojaron los hermanos contra el anciano porque no lo habían visto ponerse en movimiento, y dijeron: “El anciano ha descuidado nuestro asunto”. En el decimoquinto día se reunieron los hermanos, como habían establecido, y el anciano se llegó hasta ellos trayendo la carta marcada con el sello del emperador. Al verlo, se maravillaron los hermanos, y dijeron: “¿Cuándo la has traído, abba?”. Dijo el anciano: “Créanme, hermanos, que esta noche fui a ver al emperador y él escribió este decreto; fui después a Alejandría para hacerlo firmar por los magistrados, y así vengo hasta ustedes”. Al oírlo, tuvieron miedo, y se postraron en una metanía. Se arregló su asunto y ya no los molestó más el magistrado.

Los Padres del desierto