Que podemos pedir.—
Algunos dijeron que a Dios no se le debía pedir nada en concreto, sino en general, que se haga su voluntad. Pero esto es contrario a la fe y uso cristiano de toda la Iglesia y al ejemplo de Jesucristo. En efecto, Jesucristo pidió determinadamente por la fe de Pedro, para que pasase su propio cáliz; por el perdón de los que le crucificaban. Y la Iglesia, desde el principio, pide muchas cosas muy determinadas, y la oración de la Iglesia es, sin duda, nuestro modelo. Pero son de advertir algunas cosas. Porque hay varias clases de bienes: unos son espirituales y otros temporales; y entre los espirituales algunos son de la providencia ordinaria y otros de la extraordinaria; y entre los temporales algunos pueden hacer daño a los espirituales y otros tal vez no: y unos son de la providencia ordinaria y otros son milagrosos.
Podemos pedir bienes temporales.—
Aunque no pocos censuran el que se pida a Dios cosas temporales, sin embargo, es licito y aun laudable el pedirlas, con tal que se haga en las debidas condiciones. Mal pediría bienes temporales quien los pidiese como si este fuese su ultimo fin: contentándose con que aquí le den buena fortuna, aunque después no le den nada: esto seria una grave injuria a Dios y desorden moral. Pero podemos, sin duda alguna, pedir estos bienes temporales, no como fin ultimo, sino para estar bien en esta vida y con la condición presupuesta de que no nos priven de la gracia y de la gloria; y esto, aunque lo pidamos por gusto y comodidad de la vida, como la salud, la riqueza, el honor, la buena amistad, y otros bienes, con tal que los pidamos con moderación; porque pedirlos con exceso no parece racional, antes es un peligro, y el mismo desearlos con demasía es ya, por lo menos, un desorden. Pero, fuera de este desorden y exceso, podemos decir, y, por cierto, aun por medio de Nuestro Señor Jesucristo, como quiera que todos estos bienes moderadamente pedidos, recibidos y usados, siempre, como todos los bienes de esta vida, sirven de alguna manera y aun son necesarios para el ultimo fin; y para esto nos los concede el Señor, como toda la vida temporal.
Podemos pedir bienes espirituales.—
Esto, en general, esta claro. Y de estos bienes, sin duda, trataba especial y definidamente Jesucristo al recomendarnos la oración y prometernos su eficacia. Porque en la intención de Dios todo esta ordenado a que nosotros consigamos nuestro ultimo fin, la salvación; y en la intención de Jesucristo toda su vida y su redención a esto se dirigía finalmente: a que nosotros nos santificásemos y nos salvásemos.
Todo aquello, pues, que pertenezca a nuestra santificación, todo entra directamente en la administración y economía de la vida cristiana. Y, por tanto, aunque no niega los bienes temporales, como hemos dicho, por ser estos también, en cierto grado, necesarios o convenientes para el progreso espiritual, pero plenamente y determinadamente Jesucristo nos vino a traer la vida espiritual y sobrenatural; y sus méritos son para esta directamente. Por donde nuestras oraciones pueden y deben pedir santidad y gracia, salvación y gloria, y, por tanto, todo aquello que sirva para mayor santidad y mayor gloria.
Diversos bienes espirituales.—
Mas hemos de tener presente que hay diversos bienes espirituales. Porque: 1.° Los hay que son necesarios para nuestra salvación, como lo es, por ejemplo, la remisión de los pecados mortales, la perseverancia final o la muerte en gracia, y, en fin, todos aquellos auxilios necesarios y eficaces para evitar el pecado; y 2.° Los hay, en cambio, que no son necesarios para salvarse, por ejemplo, un alto grado de santidad, una eminente virtud o perfección, etc. Asimismo: 1.° Hay bienes espirituales sustanciales, en los cuales consiste la santidad o la perfección, como, por ejemplo, la caridad, las virtudes y dones que la acompañan; y 2.° Bienes, en cambio, que aunque son espirituales, no consiste en ellos la santidad, sino que son accidentales, sirven, si, para ella, pero no son la santidad; como, por ejemplo, la vocación religiosa, un alto grado de contemplación, visiones y revelaciones, dulzuras y sentimientos espirituales, de los que decía San Buenaventura que pueden ser comunes a buenos y malos, y que en otros dones espirituales hay mayor fuerza, mas cierta verdad, mas fructuoso provecho y mas pura perfección. De estos bienes, los primeros, tanto los necesarios para la salvación y santificación, como los sustanciales a la misma santidad, los podemos pedir sin temor y absolutamente. Los segundos, es decir, aquellos que son accidentales, pero no necesarios, y en los que no consiste propiamente la santidad y salvación, los debemos pedir con cautela, prudencia y humildad, y siempre, como hemos dicho, conforme al orden establecido por Dios en esta providencia. Y así seria temerario y necio pedir que nos conceda Dios el mismo grado de santidad que tuvo la Virgen. Se puede, si, y lo han hecho los Santos, desear con simple afecto de devoción tener un amor de Dios tan grande o una pureza tan limpia como la Virgen, para así manifestar a Dios nuestro amor; pero no se pide eso con animo de obtenerlo, porque seria temerario, pretencioso, y sobre el orden establecido por Dios.
El gran bien de la oración: la perseverancia final.—
Aunque ya varias veces hemos indicado este punto, pero por la suma importancia que tiene, queremos que quede bien explicado, y que se advierta a todos los fieles que la oración, esta arma omnipotente que Dios nos ha concedido para conseguir todos los bienes que nos son necesarios y convenientes, es sobre todo omnipotente para alcanzarnos un bien sumo, que es la perseverancia final. Se entiende por perseverancia final, el don de perseverar en gracia hasta morir. Esta perseverancia puede ser mas o menos extensa de la parte anterior a la muerte; porque algunos perseveran desde el bautismo hasta morir en gracia; otros, poco antes de morir se ponen en gracia, pero mueren en ella; otros duran mas o menos tiempo en gracia, y caen y recaen mas o menos veces; pero siempre el gran don sin el cual todos los demás no sirven por fin nada, es la ultima perseverancia, muriendo en gracia de Dios. “El que persevere hasta el fin se salvará” (Mt., 10, 22), dice Jesucristo. !Oh!, dichoso el que consigue esta gracia. Pero .como encontrar un medio para alcanzarla? Los Santos nos amonestan con mucho cuidado que estemos alerta. Ahora tal vez soy bueno. Pero .perseverare sin caer? Y si caigo, .me levantare? Y si me levanto, volveré caer? ¿Y .moriré caído?, ¿o .moriré levantado? “El que piensa que esta levantado, mire no caiga” (1 Cor., 10, 12), decía San Pablo a los Corintios. “Con temor y temblor obrad vuestra salvación”, decía a los Filipenses. (Phil., 2, 12). “Reten lo que tienes para que nadie reciba tu corona” (Apoc., 3, 11), decía Jesucristo al Obispo de Filadelfia. Es, en verdad, para temblar. Pero tenemos un medio cierto, de obtener la perseverancia, no por méritos nuestros propiamente, pero si por medio de la oración. Este es el sentir de todos los Padres y Doctores de la Iglesia que de esto tratan. No consta, dice San Agustín, que Dios ha dispuesto dar algunos dones aun a quien no se los pide, como el principio de la fe, y algunos solo a quienes se los piden, como la perseverancia final. Y bien se puede esperar con toda certeza que por medio de la oración obtendremos la perseverancia y que por lo menos a esta se refieren aquellas palabras: Todo lo que pidiereis en oración con fe, lo recibiréis.
Y, pedid y se os dará, buscad y hallareis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y quien busca halla, y al que llama se le abrirá (Mt., 7, 7). Y si pidiendo la gracia y la gloria, y llamando a la puerta del cielo no se nos da y se nos abre, .para que queremos lo demás? .Y de que trataba Nuestro Señor sino especialmente de la gracia y de la gloria, y de lo que a ellas conduce?
Que oración vale para alcanzar la perseverancia.—
Siendo este punto tan importante, nos conviene saber que oración es necesaria para obtener la perseverancia. Porque no basta cualquiera, de manera que si uno pide una vez se la concedan. Sino que todos los Doctores nos advierten que es preciso orar con frecuencia y perseverancia. “Es necesario, dice Jesucristo, orar y no desfallecer” (Le., 18, 1), y en otra parte: “Vigilad en todo tiempo orando” (Mt., 16, 41). Y San Pablo nos dice (1 Thes., 5, 17): “Orad sin intermisión”.
No que materialmente hayamos de estar siempre orando, lo cual seria imposible. Sino que todos los días y siempre en nuestra vida tengamos alguna oración instante y frecuente a Dios, para que nos salve, y nos de un fin bueno, y la gloria eterna. Habituémonos, pues, a ser frecuentes en orar y pedir a Dios nuestra perseverancia con toda confianza, y que de tal modo disponga las cosas en su providencia que tengamos buena vida, y sobre todo, buena muerte, y creamos que nos lo concederá. Para mas seguramente conseguir esto, hay algunas practicas y oraciones, a las cuales se atribuyen con razón especiales prerrogativas para la perseverancia, como la practica de las tres Avemarías diarias, y otras; pero de ellas hablaremos en otra ocasión.
Puntos de Catecismo, Vilariño S.J.