Del Libro de los Deberes de S. Ambrosio, Obispo.
Lib. 1, cap. 41.
El valor resplandece en los reveses como en los triunfos: consideremos el fin de Judas Macabeo. Tras derrotar a Nicanor, lugarteniente del rey Demetrio, dirigiose contra el ejército del rey, de veinte mil hombres, frente a sus ochocientos; como éstos quisieran retirarse por temor a la multitud aplastante de enemigos, decidiolos a preferir una muerte gloriosa a una huida vergonzosa: “No echemos un borrón a nuestra gloria”. Duró el combate desde la mañana hasta la caída de la tarde. Sabiendo que el ala derecha del enemigo era la más fuerte, la atacó y la rompió fácilmente; mas persiguiendo a los fugitivos, el ala izquierda le atacó por detrás hallando así una muerte más gloriosa que los mismos triunfos.
Jonatas, combatiendo a los ejércitos reales con un puñado de hombres, viose abandonado de los suyos, y, sólo con dos guerreros, reanudó el combate, rechazó al enemigo, y reanimó a su gente fugitiva para que participaran del triunfo. Es un ejemplo insigne del valor guerrero en su aspecto más noble y hermoso: preferir la muerte a la servidumbre y a la deshonra. ¿Y los Mártires? Fijémonos en los jóvenes Macabeos. ¿No obtuvieron sobre el soberbio rey Antíoco una victoria no inferior a la de sus propios padres? Estos habían vencido por la fuerza de las armas; mas aquéllos vencieron desarmados.
Los siete hermanos, asediados por las legiones reales, se mantuvieron invencibles. Agotáronse todos los suplicios, fatigáronse los verdugos; mas los mártires no desfallecieron. A uno le arrancaron la piel de la cabeza, pero no decayó su valor; otro, al mandarle sacar la lengua para cortársela, exclamó: No sólo oye a los que hablan aquel Señor que oía a Moisés mientras callaba: llegan mejor a sus oídos los pensamientos secretos de los suyos que las voces de los demás. ¿Cómo temes los reproches de mi lengua y no temes los de mi sangre? También la sangre tiene su voz, y con esta voz clama a Dios, como lo hizo la sangre de Abel.