La Misa como sacrificio

Que es Misa.—

Nadie ignora, en general, lo que es la Misa. Misa es una serie de oraciones, ceremonias y actos litúrgicos y variados que el sacerdote hace en el altar, consagrando entre ellas el pan y el vino y comulgando al fin. Llamase Misa por la palabra que se dice al fin de ella antes de la bendición: lte missa est. Sobre cuyo significado discuten mucho. A mi parecer la explicación mas probable es que terminadas las ceremonias todas de la Misa, se volvía el sacerdote o el diacono al pueblo y le decía: Podéis iros, esta es ya la despedida. Y, en efecto, se dispersaba el pueblo, y salía el Prelado dando la bendición al paso, así como ahora se da en el mismo altar, y se añade el Evangelio de San Juan para honor de aquella pagina divina. Pero la Misa estaba ya concluida. Estas mismas palabras se decían a los catecúmenos y a todos los que por penitencia o por otras causas no podían asistir a toda la Misa, cuando empezaba para ellos la parte prohibida. Porque, volviéndose el diacono, les decía también: Idos, porque es ya la despedida. Y la despedida era para ellos. De aquí ha venido a la Misa este nombre.

La Misa es el centro de la liturgia.—

En toda religión el elemento céntrico, digámoslo así, de todos los actos religiosos suele ser algún sacrificio. En la religión judía y Verdadera esto es evidente. Aun en la religión natural se podría demostrar lo mismo, y lo demuestra, en efecto, la gran conveniencia de todos los pueblos que en toda su organización religiosa siempre miran como esencial y principal el sacrificio. Pues bien, en nuestra Religión cristiana también hay sacrificio; y este sacrificio es la Misa, en la cual todas las ceremonias, oraciones y actos se ordenan, sin duda ninguna, al sacrificio, como luego explicaremos. Muy bien dice el Concilio Tridentino que “el sacrificio y el sacerdocio por la ordenación están tan unidos, que uno y otro han existido en toda ley”. Sin Misa no se concibe ni liturgia ni religión cristiana.

Que es sacrificio.—

Para que mejor entendamos la Misa conviene, desde luego, dar siquiera alguna noción de lo que es sacrificio; porque aunque todos lo conozcan de algún modo, es conveniente y agradable definirlo con exactitud. Sacrificio es una ofrenda hecha a Dios por un ministro legitimo de una cosa sensible y permanente, destruyéndola de algún modo para dar testimonio de que reconocemos a Dios por supremo Señor nuestro, y para aplacar su justicia divina expiando nuestros pecados.

Como se suelen hacer los sacrificios.—

Conviene fijarse en esta definición, y ver que el sacrificio no es un acto sencillo de religión, sino un acto solemne el mas perfecto, y hecho con autoridad y por legítimos ministros, que suelen llamarse sacerdotes. Se hace en altar o ara o sitio destinado a esto. Se requiere victima, y preciosa, digna por una parte de Dios, en cuanto es posible, y perteneciente al hombre, a su persona o su servicio. Sensible de algún modo y, en fin, sacrificada, es decir, destruida para los usos que antes tenia, pasando a un estado inferior equivalente de algún modo a la destrucción. Y este sacrificio solo se hace a Dios, como culto de adoración, o de expiación de nuestros pecados.

Significación del sacrificio.—

Significa o que Dios es digno de que le ofrezcamos todo cuanto tenemos, si El nos lo pidiese; o también que por nuestros pecados somos dignos de ser destruidos y afligidos. Por lo cual sacrificamos y destruimos algo nuestro en sustitución de nuestra destrucción que Dios no quiere.

Insuficiencia de todos los sacrificios humanos.

Claro está que ningún sacrificio iguala ni la dignidad y merecimiento de Dios, ni la satisfacción requerida por el pecado. En la ley antigua judía y, en general, en las otras religiones, se han ofrecido animales y cosas pertenecientes al hombre. En el altar de Israel se quemaban los holocaustos de continuas victimas sin cesar, toros y novillos y corderos y palomas y tórtolas y otras victimas eran continuamente ofrecidas a Dios. Pero ya advirtió David en profecía, y San Pablo repite lo mismo, que los holocaustos de la ley Antigua no podían agradar a Dios, es decir, no le podían satisfacer ni parecer dignos. Y expresamente el mismo San Pablo decía: Es imposible que los pecados se quiten con sangre de toros ni cabritos (Hebr., 10, 4).

El sacrificio condigno.—

Pero la Providencia había dispuesto que hubiese en el mundo un sacrificio condigno de la santidad de Dios, y suficiente para pagar todos nuestros pecados. Este había de ser el sacrificio de Cristo en la Cruz. Para lo cual, según expresión de San Pablo, el Padre acomodo al Verbo cuerpo o carne de victima. Y este sacrificio que ofreció en la Cruz se continua por divina disposición en la Misa.

Profecía de este sacrificio.—

Malaquías, cinco siglos antes de Jesucristo, dijo a los israelitas: No tengo ningún agrado en vosotros, ni recibo con gusto ninguna victima de vuestras manos. Pero de Oriente a Occidente mi nombre es grande entre las naciones, y en todos los sitios se ofrecerá a mi nombre incienso y sacrificios, una hostia pura, porque mi nombre es grande entre las naciones (Mal., 1, 10).

Como hay sacrificio en la Misa.—

En la Misa hay sacerdote: el visible es el ministro representante de Cristo; el verdadero sacerdote es el mismo Cristo, que fue el sacerdote en la Cruz, donde “se ofreció a si mismo inmaculado” (Hebr., 9, 14), como dice San Pablo. Hay ara, que es el altar, como ya lo vimos a su tiempo en estos artículos. Hay victima, que es Jesucristo, victima inmolada en la cruz y presentada en la Misa. Esta victima es destruida; porque lo fue en la Cruz y es la misma que fue ofrecida en la Cruz, la cual, como es de valor infinito no requiere otra victima, pues no se agota su virtualidad. Además, en la Misa la consagración es el punto en que se verifica el sacrificio, y esta consagración, por voluntad de Cristo significa la crucifixión, y se hace en memoria de la crucifixión, y en ella Cristo viene como victima. También además de recuerdo, la consagración es representación del sacrificio, por cuanto en virtud de las palabras de la consagración, primero se consagra el cuerpo y luego separadamente la sangre de Jesucristo para representar la muerte y sacrificio del Redentor. En fin, en la consagración el cuerpo glorioso de Cristo es constituido sobre el altar en una manera verdaderamente aniquilada e inmolada, puesto como muerto, ya que en la hostia no tiene ni vida, ni acción, ni movimiento, ni libertad, ni majestad, ni nada, sino que esta como destruido.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.