Santos del 17 al 23 de octubre

17 DE OCTUBRE: SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE

Margarita María Alacoque, nacida en la diócesis de Autun, de padres honorables, mostró desde su infancia indicios de su santidad futura. Ardiendo en amor a la Virgen, Madre de Dios y al augusto sacramento de la Eucaristía, hizo, muy joven, voto de virginidad, con el deseo de consagrar su vida a adquirir las virtudes cristianas. Se delitaba entregándose largo tiempo a la oración y a la contemplación de las cosas celestiales, en el desprecio de sí misma, practicando la paciencia en las adversidades, en la mortificación corporal y en la caridad con el prójimo, sobre todo con los indigentes; y se aplicaba a reproducir los santísimos ejemplos del divino Redentor.

Ingresó en la Orden de la Visitación, señalándose por su fervor en la vida religiosa. Fue favorecida por Dios con la gracia de una altísima oración, con otros dones sobrenaturales y frecuentes visiones. La más célebre tuvo lugar hallándose en oración ante el Santísimo Sacramento. Se le apareció Jesús, mostrándole en su pecho entreabierto su Corazón rodeado de llamas y coronado de espinas; le mandó, a impulso de su ardiente caridad y para reparación de las injurias de los hombres ingratos, que se ocupara en instituir una fiesta pública en honor de su Corazón, prometiéndole premiar esta devoción con grandes recompensas sacadas de los celestiales tesoros. Vacilante, pues se consideraba incapaz de tal empresa, la animó el Salvador, y le señaló por director a un hombre de eximia santidad, Claudio de la Colombiere, y la alentó con la esperanza de los grandes beneficios que se seguirían para la Iglesia del culto al Corazón divino.

Margarita se esforzó en cumplir con diligencia las órdenes del Redentor. No le faltaron molestias y amargas vejaciones por parte de los que reputaban sus afirmaciones como efecto de su imaginación, contradicciones que sobrellevó con paciencia, teniéndolas como ganancias espirituales, y convencida de que los oprobios y sufrimientos la ayudarían a convertirse en víctima agradable a Dios y a obtener de Él mayores auxilios para la realización de su proyecto. Tras haber difundido el perfume de la perfección religiosa, y alcanzado en la contemplación de los bienes celestiales una unión cada día más íntima con el celestial Esposo, voló a su presencia en el año 1690, a los 43 años. Resplandeciendo con sus milagros, fue canonizada por Benedicto XV; y Pío XI extendió su Oficio a la toda la Iglesia.

19 DE OCTUBRE: SAN PEDRO DE ALCANTARA

Pedro, nacido de padres nobles en Alcántara, España, mostró desde niño indicios de su santidad. A los 16 años ingresó en la Orden de Frailes Menores, siendo un modelo de las virtudes. Ejerció por obediencia el ministerio de la predicación, conduciendo a muchos cristianos de los desórdenes del vicio a la penitencia. Deseoso de restablecer en la pureza la primitiva observancia del Instituto franciscano, para lo cual confiaba en el auxilio divino y contaba con la aprobación de la autoridad apostólica, fundó cerca de Pedrosa un pequeño convento muy pobre, donde inauguró un método de vida austerísimo, que se propagó en grado admirable por diversas regiones de España, y en las Indias. Ayudó a Santa Teresa, cuyo espíritu había probado, a establecer la reforma del Carmelo. Habiendo sabido esta santa por revelación divina que lo que pidiera en nombre de Pedro le sería otorgado, acostumbraba a encomendarse a sus oraciones y darle, aun en vida, el nombre de santo.

Con la mayor humildad se substraía a los favores de los príncipes, que le consultaban, y rehusó ser el confesor de Carlos V. Observante estricto de la pobreza, se contentaba con una sola túnica, la peor de todas. Era tan delicado respecto a la pureza, que no permitió que el hermano que le servía en su última enfermedad le tocara. Redujo su cuerpo a servidumbre por sus continuas vigilias, ayunos y disciplinas, así como por el frío, la desnudez y toda clase de rigores, habiendo hecho pacto con él de no darle reposo en este mundo. El amor de Dios y del prójimo de que su corazón estaba lleno, llegaba a veces a inflamarle en tan vivos ardores, que le obligaban a salir de su celda a campo raso, para mitigar con el frescor del aire el fuego que le consumía.

Levantado a un grado tan alto de contemplación, su alma se alimentaba de tal manera en ella, que le aconteció alguna vez pasar varios días sin tomar ningún alimento ni bebida. Se le vio con frecuencia elevado en el aire con singular resplandor. Atravesó a pie ríos caudalosos. En una época de gran carestía, alimentó a sus hermanos con un alimento celestial. En otra ocasión, de un bastón que clavó en el suelo brotó una verde higuera; y en una noche en que, yendo de camino, entró en una casucha arruinada y desprovista de techo, la nieve se mantuvo suspendida en el aire, sirviéndole de techo, librándole de sucumbir bajo su peso. Santa Teresa atestigua que tenía el don de profecía y del discernimiento de espíritus. Por último, en la hora por él predicha, confortado por una visión y por la presencia de algunos santos, voló a reunirse con el Señor, a los 63 años. En ese mismo momento, Santa Teresa, que se encontraba en lugar lejano, vio cómo era llevado al cielo. Apareciósele enseguida, exclamando: Oh bienaventurada penitencia, que me ha valido una gloria tan grande. Célebre por los muchos milagros obrados tras su muerte, fue canonizado por Clemente IX.

20 DE OCTUBRE: SAN JUAN CANCIO.

Nació Juan en Kenty, diócesis de Cracovia, de donde le provino el sobrenombre de Cancio. Sus padres, Estanislao y Ana, eran piadosos y honorables. Su gravedad, dulzura e inocencia, hicieron esperar, ya desde su infancia, el elevado grado de virtud que alcanzaría. Después de cursar filosofía y teología en la universidad de Cracovia y de graduarse, fue profesor en la misma muchos años; no contentándose con ilustrar a sus oyentes por medio de las sagradas doctrinas que les explicaba, les enardecía en celo para las obras buenas con la palabra y el ejemplo. Ordenado sacerdote, procuró con diligencia y sin descuidar el estudio, adelantar en la perfección cristiana. Deploraba las ofensas de que Dios era objeto, por lo cual trataba de desviar la cólera divina de sí y del pueblo, celebrando cada día con muchas lágrimas el sacrificio de la Misa. Gobernó ejemplarmente la parroquia de Ilkusi, pero la turbación que le causaba el ver las almas en peligro, le movió a abandonarla para reintegrarse a la enseñanza, invitado por la Academia.

Del tiempo que le dejaba libre el estudio, consagraba una parte a trabajar por la salvación del prójimo por la predicación, y lo restante a la oración, en la cual, según se refiere, tuvo algunas veces visiones y comunicaciones celestiales. El pensamiento de la Pasión de Cristo le conmovía tanto, que pasaba noches enteras en su meditación, y que emprendió para familiarizarse más con ella una peregrinación a Jerusalén. Allí, deseando el martirio, no vaciló en predicar a Cristo crucificado aun a musulmanes. Cuatro veces viajó a Roma al sepulcro de los santos Apóstoles, viajando a pie y cargado él mismo con todo su equipaje. Iba allí a venerar la Sede Apostólica, de la cual era muy devoto, y para abreviar, según decía, las penas de su purgatorio con la remisión de los pecados ofrecida allí todos los días a los fieles. En un viaje le despojaron de todo, y al preguntarle si llevaba algo más, respondió negativamente; pero recordando, cuando ya huían los ladrones que le quedaban algunas monedas de oro cosidas al manto, les llamó para ofrecérselas; admirados de tanta simplicidad, le devolvieron todo cuanto le habían robado. Para que nadie lastimase la reputación del prójimo, grabó sobre el muro de su habitación, como San Agustín, unos versos que constituyeran una advertencia para sí y para los visitantes. Alimentaba a los hambrientos con manjares de su mesa, y vestía a los desnudos, no sólo con las ropas que les compraba, sino despojándose a veces de sus propios vestidos y calzado. Dejaba entonces caer su manto hasta el suelo para que nadie le viera llegar descalzo.

Dormía poco y en el suelo; por vestido y sustento usaba sólo lo imprescindible para cubrir el cuerpo y sostener sus fuerzas. Protegió su virginidad, cual lirio entre abrojos, con un áspero cilicio, ayunos y disciplinas; guardó los treinta y cinco años últimos de su vida, una abstinencia de carnes. Por último, lleno de méritos y anciano, después de haberse preparado cuidadosamente para la muerte, cuya proximidad sentía, distribuyó todo cuanto le quedaba entre los pobres, para romper todo lazo con este mundo. Y llegada la vigilia de Navidad, confortado con los sacramentos de la Iglesia y deseando reunirse con Cristo, aquel hombre ilustre por los milagros que obró en vida y después de su muerte, voló al cielo. Así que hubo entregado su alma, lleváronle a la iglesia de Santa Ana, vecina de la Universidad, donde fue sepultado honoríficamente. Aumentando de día en día la veneración hacia él y la afluencia de fieles a su sepulcro, en Polonia y Lituania se le venera como a uno de sus principales patronos. En vista de los nuevos milagros que vinieron a aumentar su gloria, el papa Clemente XIII, en el día 17º de las calendas de agosto del año 1767, le canonizó.

21 DE OCTUBRE: SAN HILARIO.

Hilarión, hijo de padres infieles, nacido en Tabatha (Palestina), fue enviado para sus estudios a Alejandría, donde se distinguió por su virtud y talento. Habiendo abrazado la religión cristiana, progresó admirablemente en la fe y en la caridad. Asistía con frecuencia a la iglesia, era asiduo en la oración y en el ayuno, y despreciaba todos los alicientes de la voluptuosidad y la ambición de los bienes. Era a la sazón muy célebre en Egipto el nombre de San Antonio; y deseoso Hilarión de verle, se dirigió al desierto, pasando en su compañía dos meses, durante los cuales estudió su género de vida. De vuelta a su casa, y habiendo muerto sus padres, distribuyó sus bienes entre los pobres. No había cumplido aún los 15 años cuando volvió al desierto, haciendo allí una cabaña en la que apenas cabía, y en ella dormía en el suelo. Nunca quiso lavar o cambiar el saco que le cubría, ya que decía que es cosa superflua buscar la limpieza en un cilicio. Dedicaba largo tiempo a leer y meditar las sagradas Letras. Se alimentaba con unos pocos higos y con el jugo de las hierbas, y sólo después de la puesta del sol. Su castidad y humildad eran perfectas. Con éstas y otras virtudes venció multitud de tentaciones del diablo, y arrojó los demonios de los cuerpos de muchas personas de distintas partes del mundo. Tras haber construido varios monasterios y siendo célebre por sus muchos milagros, cayó enfermo a la edad de 80 años. Cuando mayor era la violencia del mal, exclamaba: Sal, alma mía, ¿qué te acobarda?, ¿por qué vacilas? Casi setenta años ha que sirves a Jesucristo, ¿y temes morir? Con estas palabras, expiró.

Del Breviario Romano