Santos de la Primera semana de Adviento

El bienaventurado apóstol Andrés, nacido en Betsaida, pequeña población de Galilea, hermano de Pedro y discípulo de Juan Bautista, habiendo oído que éste decía de Cristo: “He aquí el Cordero de Dios”, siguió a Jesús, y llevó él a su hermano. Hallándose después pescando en el mar de Galilea juntamente con su hermano, ambos fueron llamados por Cristo antes que los otros apóstoles, con aquellas palabras: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Ellos, sin la menor tardanza, y después de haber dejado las redes, le siguieron. Después de la pasión y de la resurrección de Cristo, Andrés vino a Escitia de Europa, país que le fue señalado para propagar en él la fe de Cristo. Luego recorrió el Epiro y la Tracia, y con su doctrina y milagros convirtió a Cristo innumerables almas. Al llegar a Patras de Acaya, después de haber conseguido allí que muchos se convirtieran a la doctrina del Evangelio, reprendió con toda libertad al procónsul Egeas, el cual resistía a la predicación evangélica, porque, queriendo ser tenido por juez de los hombres, engañado por los demonios, no quería reconocer a Cristo Dios por juez de todo el linaje humano.

Entonces, enojado Egeas, dijo: “Deja de ensalzar a Cristo a quien análogas alabanzas no impidieron que fuese crucificado por los Judíos». Además, con palabras impías interrumpiole mientras enseñaba con noble libertad que Jesucristo por la salvación de los hombres se ofreció a la crucifixión, y le exhortó a que, mirando por sí, accediera a sacrificar a los dioses. A lo cual contestó Andrés: “Yo cada día sacrifico al Dios omnipotente, único y verdadero, no las carnes de los toros y de los cabritos, sino el Cordero sin mácula. Y cuando todo el pueblo fiel ha participado de su carne, este Cordero que ha sido sacrificado, continúa todavía íntegro y lleno de vida”. Egeas, airado en gran manera por estas palabras, ordenó que Andrés fuera conducido a la cárcel. De ella fácilmente le habría librado el pueblo, si el Apóstol no hubiese apaciguado a la multitud rogando con gran insistencia que no le impidieran ser partícipe de la corona tan deseada del martirio.

Poco después, fue conducido al tribunal, y no pudiendo Egeas sufrir por más tiempo que Andrés ensalzara los misterios de la cruz y que reprobara su impiedad, mandó suspenderle en la cruz, para que así imitara la muerte de Cristo. Cuando Andrés era conducido al lugar del martirio, viendo la cruz de lejos empezó a exclamar: “Oh buena cruz, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor; cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso, y ofrecida a mis ardientes deseos, apártame de en medio de los hombres, y devuélveme a mi Maestro, a fin de que por ti me reciba, el que por ti me redimió”. Así, pues, fue clavado en la cruz, y permaneció vivo en ella por espacio de dos días, sin cesar de predicar la fe de Cristo, hasta que fue a reunirse con Aquel cuya muerte tanto había deseado imitar. Los presbíteros y diáconos de Acaya que consignaron su martirio, afirman que todo lo por ellos relatado, lo vieron y oyeron. Su cuerpo fue trasladado primero a Constantinopla en tiempo de Constantino, y después a Amalfi. Por disposición del Sumo Pontífice Pío II, su cabeza fue llevada a Roma, y colocada en la basílica de San Pedro.

2 DE DICIEMBRE: SANTA BIBIANA.

Bibiana, virgen de Roma, noble por su linaje, lo fue más aún por su fe cristiana. Su padre Flaviano, que había sido prefecto durante el imperio del crudelísimo tirano Juliano el Apóstata, fue marcado con las señales de la esclavitud, y deportado a las Aguas Taurinas, donde murió mártir. A su madre Dafrosa, la encerraron en su casa con sus hijas, para que pereciesen de hambre, y después fue decapitada fuera de Roma. Bibiana y Demetria fueron despojadas de todos sus bienes. Aproniano, pretor de la ciudad, codicioso de sus riquezas, las privó de todo auxilio humano; mas, habiéndolas alimentado aquel Dios que da comida a los hambrientos, reaparecieron todavía lozanas, lo cual dejó al pretor profundamente admirado.

Aproniano intentó hacer que honrasen a los dioses de los Gentiles, prometiéndoles restituirles sus riquezas, y ofreciéndoles la gracia del emperador y ventajosos enlaces. De lo contrario, las amenazaba con cárceles, azotes y con el hacha del verdugo. Pero ellas no se apartaron de la verdadera fe, estando resueltas a morir antes que mancharse con las supersticiones paganas. Así desecharon las impías proposiciones del pretor. Demetria murió de súbito a la vista de Bibiana, y se durmió en el Señor. Bibiana, fue entregada a Rufina, mujer astuta, a fin de que la sedujera; pero, instruida desde la cuna en la ley de Cristo, resuelta a conservar sin mancha la flor de la virginidad, triunfó con fortaleza, burlando la malicia del pretor.

No sirvieron a Rufina sus engañosas palabras ni los golpes con que cada día castigaba a Bibiana, intentando que abandonase su santo propósito; y viendo el pretor que su esperanza quedaba frustrada, aumentada su ira viéndose vencido por Bibiana, mandó a sus ministros que la desnudasen y que, con las manos atadas, sujeta a una columna, la golpeasen con plomos hasta morir. Su sagrado cuerpo, arrojado a los perros, estuvo dos días en la plaza del Toro, conservándose ileso de una manera maravillosa. Un presbítero llamado Juan la enterró por la noche junto a su hermana y su madre, cerca del palacio de Licinio, donde aún hoy, hay una iglesia dedicada al Señor, con el nombre de Santa Bibiana, y que fue restaurada por el papa Urbano VIII; el cual, habiendo hallado los cuerpos de las santas Bibiana, Demetria y Dafrosa, las puso en el altar mayor.

3 DE DICIEMBRE: SAN FRANCISCO JAVIER

Nacido Francisco en Javier, diócesis de Pamplona, de nobles padres, fue en París compañero y discípulo de San Ignacio. Con tal maestro hizo progresos tan rápidos, que al contemplar las cosas divinas, algunas veces se levantaba sobre la tierra, con frecuencia celebrando el santo sacrificio de la Misa en presencia de muchos. Estas delicias las merecía por las maceraciones de su cuerpo; pues se privaba de la carne y del vino y del pan de trigo; tomaba sólo alimentos viles, y muchas veces, se abstuvo de todo alimento por dos o tres días. Se azotaba con disciplinas de hierro, y con frecuencia derramaba abundante sangre. Sólo se permitía un brevísimo sueño, aun sobre el suelo.

Maduro por la austeridad y santidad de su vida para el cargo de apóstol, como Juan III, rey de Portugal, pidiese para las Indias algunos miembros de su Congregación al papa Paulo III, éste le eligió para esa misión, confiándole la potestad de Nuncio apostólico. Llegado a las Indias, fue instruido milagrosamente en lenguas muy difíciles y diversas de aquellas naciones. Algunas veces sucedió que hablando él en una sola lengua a personas de diversas naciones, cada una le oía en la suya propia. Recorrió a pie, y muchas veces descalzo, muchas provincias. Introdujo la fe en el Japón y en otras seis comarcas. Convirtió a centenares de miles de hombres, y confirió el bautismo a muchos reyes y a grandes príncipes. Y a pesar de obrar tan grandes cosas por Dios, conservaba tal humildad, que escribía a San Ignacio, su superior, de rodillas.

Este ardor en la propagación del Evangelio, lo premió el Señor con numerosos milagros. Dio la vista a un ciego. Con la señal de la cruz convirtió el agua del mar en agua dulce en tan gran cantidad, que alivió durante largo tiempo a quinientos hombres que morían de sed. Con aquella agua, llevada a diversas regiones, varios enfermos curaron. Resucitó a varios muertos, entre ellos a uno que había sido sepultado el día anterior, al que devolvió la vida mandando que le sacasen de la sepultura; lo mismo hizo con otros dos, tomándoles de la mano mientras les llevaban a la tumba, devolviéndoles con vida a sus padres. Poseyó el espíritu de profecía, reveló acontecimientos que debían tener lugar en lugares o en tiempos remotos. Murió en Sanciano lleno de méritos, consumido por los trabajos, el día dos de diciembre. Su cadáver, cubierto dos veces con cal viva, manó sangre, esparció un olor suavísimo, y extinguió una peste en Malaca, adonde fue llevado. Por último, habiendo brillado con nuevos milagros, Gregorio XV le inscribió en el número de los santos. El papa Pío X le eligió Patrono celestial de la Sociedad y Obra de la Propagación de la Fe.

Del Breviario Romano