Los Padres del Desierto. San Epifanio y San Efrén

SAN EPIFANIO, OBISPO DE CHIPRE

1. Decía el obispo san Epifanio que, en presencia del bienaventurado Atanasio el grande, los cuervos que volaban junto al templo de Serapis graznaban continuamente: Cras, cras. Los griegos se pusieron delante del bienaventurado Atanasio y le gritaban: “Mal anciano, dinos ¿qué graznan los cuervos?”. Respondiendo les dijo: “Los cuervos graznan: Cras, cras. Y cras significa mañana en la lengua de los ausonios (occidentales)”. Y agregó: “Mañana verán la gloria de Dios”. Después se anunció la muerte del emperador Juliano. Cuando hubo sucedido esto clamaban los presentes contra Serapis, diciendo: “Si a ti no te gustaba, ¿por qué recibías sus ofrendas?”.

2. El mismo contaba que había un auriga en Alejandría, hijo de una mujer llamada María. Cayó éste en un combate ecuestre, se levantó después, pudo al que lo había derribado y venció. La plebe gritó: “El hijo de María cayó, se levantó y venció”. Estaban todavía diciendo esto, cuando llegó hasta la plebe un rumor sobre el santuario de Serapis: el gran Teófilo, subió (al templo), derribó al ídolo de Serapis y se apoderó del templo.

3. Dijo al bienaventurado Epifanio, obispo de Chipre, el abad del monasterio que había sido suyo en Palestina: “Por tus plegarias no hemos descuidado nuestro orden, sino que con diligencia celebramos tercia, sexta y nona”. Él, reprendiéndolos, respondió: “Es claro que descuidan las demás horas del día, cesando la oración. El verdadero monje debe tener sin cesar la oración y la salmodia en su corazón”.

4. Una vez, san Epifanio mandó llamar a abba Hilarión, diciendo: “Ven, veámonos antes de que salgamos del cuerpo”. Cuando se hubieron encontrado, se alegraron el uno con el otro. Comieron juntos, y les trajeron un ave. El obispo la tomó y se la dio a abba Hilarión. El anciano le dijo: “Perdóname, pero desde que he recibido el hábito no he comido carne sacrificada”. El obispo dijo: “Yo, en cambio, desde que recibí el hábito no dejé que nadie se durmiera teniendo algo contra mí, ni yo me he dormido con algo contra otro”.

5. Dijo el mismo: “Melquisedec, imagen de Cristo, bendijo a Abraham (Gn 14,19), raíz de los judíos; cuánto más la Verdad misma, Cristo, bendecirá y santificará a los que creen en Él”.

6. Dijo el mismo: “La cananea llama, y es oída (Mt 15,22), la hemorroisa calla, y es bendecida (Mt 9,22); el fariseo grita, y es condenado, el publicano no abre la boca, y es escuchado (Lc 18,10-­‐14)”.

7. Dijo el mismo: «El profeta David oraba tarde en la noche, a medianoche se despertaba, rogaba antes del alba, se levantaba al amanecer, suplicaba en la mañana, por la tarde y al mediodía pedía, por eso dijo: “Siete veces al día te alabé” (Sal 118 [119],64)».

8. Dijo también: “Es necesario poseer aquellos libros cristianos que se pueden adquirir. Puesto que la sola vista de esos libros nos hace remisos para el pecado y nos dispone a crecer más en la justicia”.

9. Dijo también “Gran precaución para no pecar es la lectura de las Escrituras”.

10. Dijo también: “Gran precipicio y abismo profundo es la ignorancia de las Escrituras”.

11. Dijo también: “Es gran traición para la salvación no conocer en absoluto la ley divina”.

12. El mismo dijo: «Los pecados de los justos están en sus labios, los de los impíos brotan de todo el cuerpo. Por eso canta David: “Pon, Señor, una guardia en mi boca y una puerta alrededor de mis labios (Sal 140 [141],3). Vigilaré mis caminos, para no pecar con mi lengua” (Sal 38 [39],2)».

13. Fue interrogado el mismo: “¿Por qué son diez los preceptos de la Ley y nueve las bienaventuranzas?”. Y respondió: “El decálogo iguala en número a las plagas de Egipto; el número de las bienaventuranzas es el triplo de la figura de la Trinidad”.

14. Al mismo preguntaron: “¿Puede un solo justo aplacar a Dios?”. Respondió: «Sí, porque ha dicho: “Busquen un hombre que viva en la justicia, y perdonaré a todo el pueblo” (Jr 5,1)».

15. Dijo el mismo: «Dios perdona a los pecadores arrepentidos, como la prostituta y el publicano. A los justos les pide hasta los intereses. Esto dice a los apóstoles: “Si no es más abundante la justicia de ustedes que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5,20)».

16. Esto dijo también: “Dios vende la justicia a los que la quieren comprar por un pequeño pedazo de pan, un traje humilde, un vaso de agua fresca, una moneda”.

17. Agregaba también esto: “Un hombre que recibe algo de otro a causa de su pobreza o por necesidad, está agradecido, pero lo devuelve en secreto porque se avergüenza. El Señor Dios es diferente: recibe en secreto, pero retribuye en presencia de los ángeles y arcángeles y de los justos”.

SAN EFRÉN

1. Era todavía niño abba Efrén, y tuvo una visión: Había nacido una viña en su lengua, creció y llenó todo lo que estaba bajo el cielo, y dio abundante fruto. Acudieron todos los pájaros del cielo y comieron del fruto de la viña, y a pesar de ello, aumentó su fruto.

2. Otra vez vio uno de los santos en una visión que una formación de ángeles descendía del cielo, por mandato de Dios, y llevaban en sus manos un volumen escrito por dentro y por fuera, y se decían unos a otros: “¿A quién tenemos que entregar esto?”. Respondían diciendo: “Hay santos y justos que lo son en verdad, pero nadie puede recibirlo sino sólo Efrén”. Y vio el anciano que entregaron el volumen a Efrén. Por la mañana, al levantarse, oyó a Efrén, como que una fuente manase de su boca, y comprendió que lo que salía de los labios de Efrén procedía del Espíritu Santo.

3. Otra vez, pasando Efrén, vino una meretriz a persuadirlo con sus halagos a un torpe comercio, o al menos a provocarlo a ira, porque nadie le había visto airado. Él le dijo: “Sígueme”. Y cuando hubieron llegado a un lugar frecuentado le dijo: “Ven, en este lugar será lo que deseas”. Ella, al ver a la multitud, dijo: “¿Cómo podremos hacerlo sin vergüenza en presencia de esta multitud?”. Él respondió: “Si tenemos vergüenza de los hombres, cuánto más debemos avergonzarnos de Dios, que conoce lo oculto de las tinieblas”. Ella, confundida, se retiró sin hacer nada.

De los Apotegmas de los Padres del Desierto