Sermón del día de la Inmaculada Concepción

Inmaculada Concepción, Patrona de España

LLENA DE GRACIA

Nazaret era un pueblo insignificante de Galilea, perteneciente a la tribu de Zabulón y situado en las últimas vertientes de las montañas que descienden del Líbano.

Grupo de casas sin estilo, es Nazaret un pueblo de aspecto rústico y pobre. Sus viviendas, adosadas a la montaña constan de dos partes: una, en forma de gruta, excavada o natura, y otra, exterior, formada de piedras y troncos de árboles. La casa de la Virgen se encontraba al sur, y no debía ser diferente de las otras. La parte exterior fue, según la tradición, trasladada a Loreto. En Nazaret, en la gruta que formaba la parte interior, hay actualmente dos columnas, la una llamada del ángel y la otra llamada de la Virgen, las cuales señalaban el lugar que respectivamente ocupaban en la escena de la Anunciación.

María, según la tradición, había sido llevada al Templo a los tres años, y allí había vivido, en el departamento destinado a las que estaban consagradas al servicio del Santuario. A los catorce años, muertos ya sus padres Joaquín y Ana, salió del Templo, y por consejo de los sacerdotes de Jerusalén, se desposó con José, varón justo, de la regia estirpe de David, destinado por Dios a ser su esposo, su guardián y protector, paa vivir con él casta y santamente.

Los judíos consideraban el celibato como un oprobio y equivalía a una renuncia implícita a la excelsa dignidad, que había de tener una de las hijas de Sión, de ser madre del Mesías. Por este motivo, fue dada por esposa al virtuoso José.

Mientras prometían a María con José, tenía Zacarías la visión de arcángel Gabriel, el cual le anunciaba que tendría un hijo y le ordenaba que le pusiese el nombre de Juan. Este había de ser el precursor de Jesus, el grande, delante del Señor, y lleno del Espíritu Santo, desde el seno de su madre.

Pasados seis meses desde esta visión de Zacarías y de la concepción de Juan en el vientre de Isabel, tuvo lugar otra visión de más trascendental alcance: el mismo arcángel Gabriel anunciaba a María, en su morada de Nazaret, la concepción más maravillosa; la del Hijo de Dios en su seno virginal. Más Dios “que siempre respeta la libertad humana, a pesar de emplearla para sus designios, quiso, escribe Dehant, que María cooperase a esta gran obra de la Encarnación y que la salvación de los hombres estuviese ligada a este consentimiento, de suerte que María, como otra Eva, decidiese la suerte del linaje humano”.

María se encontraba en oración. ¿Qué pediría a Dios? Sin duda, repetía, con los profetas de Israel, que las nubes lloviesen el Justo, que la tierra se abrieses y germinase el Salvador.

“Ave” Dios te salve, le dijo el ángel. Esta palabra latina responde a la fórmula de salutación de los griegos: “Jaire” alégrate, la cual, a su vez, era interpretación fiel del saludo empleado por los hebreos: La paz sea contigo. Salutación inefable, dada por el ángel, de parte de Dios. Porque la paz del alma, del espíritu, sólo es verdadera cuando es Dios quien nos la da.

La maravilla va en aumento y el ángel comienza a enumerar los títulos de grandeza: Llena de gracia. El señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres.

María era ya entonces toda graciosa a los ojos del Señor; estaba llena de gracia, no de una gracia simplemente actual, sino habitual, esto es ratificante; y no sólo de una gracia especial, para el cumplimiento de una misión extraordinaria, sino de todas las gracias, en su plenitud. Mas esta plenitud no le impedirá aumentarla constantemente, mediante los actos de las más heroicas virtudes. El aroma de éstas, purísimo como el incienso, se elevará cada día más hacia el cielo, hasta el día de su gloriosa Asunción.

El Señor es contigo. El señor está con ella, porque habita en su corazón. Él es quien inspira todos sus buenos pensamientos y promueve todos sus afectos. La Santísima Trinidad deposita en ella los mejores tesoros de naturaleza y gracia, para que pueda el Padre adoptarla por hija, el Hijo tomarla por madre y el Espíritu Santo escogerla por esposa. Ella será templo y sagrario de la Santísima Trinidad.

Bendita tú eres entre todas las mujeres. A Raquel le fue dada hermosura; a Rebeca, la gentileza; a Judit, el valor; a Ester, el valimiento; a Abigail, la prudencia. Pero a María se le dan todas las gracias, y ésta llena de bendiciones, porque, concebida sin mácula de pecado, es escogida madre de Aquel en quien son bendecidas todas las generaciones de la tierra.

LA EXCELSITUD DE MARÍA

La plenitud de la gracia, dada a conocer por el ángel, nos dice que entre las puras creaturas, no puede haber santidad superior a la de María. Después de Dios, del Verbo encarnado, no existe santidad comparable con la de María.

Aunque la Inmaculada Concepción de María no fue dogma de fe hasta la proclamación, como tal hecha por Pío IX, esto no quiere decir que no fueses una creencia tan antigua como el cristianismo. Por encima de las discusiones de escuela, siempre persistió, entre los cristianos, la convicción de que María, por haber sido escogida por Madre del Verbo, había sido concebida sin pecado original.

La historia del humano linaje está comprendida entre dos abismos: el de la caída original y el de la Redención. Todos pecamos en Adán y todos hemos sido redimidos por Jesucristo. Una sola excepción ha habido, en la transmisión de la culpa original; una sola creatura ha sido concebida sin esta culpa. Esta creatura excepcional, única en la historia de la humanidad, es la Virgen Purísima, destinada a ser madre del Redentor.

Las prerrogativas de María tiene por fundamento la divina maternidad, y la corona más gloriosa de estas prerrogativas es su Concepción Inmaculada.

Del libro del Padre Ginebra, El Evangelio de los Domingos y Fiestas, Ed. Balmes, páginas 272 y siguientes.