Sermón del Domingo infraoctavo de la Natividad del Señor

Presentación del Niño Jesús en el Templo

PURIFICACIÓN DE MARIA Y OFRECIMIENTO DE JESÚS.

Entre los judíos, al nacer un niño, sus padres pasados cuarenta días, lo presentaban en el Templo, con lo que cumplían dos prescripciones de la Ley Mosaica: una referente a la purificación de la madre, y otra a la presentación del hijo.

Transcurridos los días de purgación, las madres se libraban de la impureza legal, con la cual estaban manchadas, ofreciendo en el Templo un cordero de un año, en holocausto, y una tórtola, o bien dos tórtolas o dos palomas, en el caso de mucha pobreza. Esta ofrenda del indigente fue la que, por la ceremonia de la purificación, ofreció María, la más pura de las vírgenes, la reina de cielos y tierra, la madre de Jesús.

Durante las horas del sacrificio, los atrios del Templo rebosaban de piadosos judíos, que subían al Santuario, para hacer las oblaciones y rezar las preces llamadas de la redención. Nadie se enteró del dulcísimo misterio, que, en aquel lugar, se iba realizando. Por otra parte, nada exterior podía llamar la atención. Una mujer joven, nazarena, y su esposo, pobre como ella, acababan de cumplir una prescripción ordinaria de la Ley. Su aspecto bondadoso sólo denotaba una dulce paz y una exquisita tranquilidad de espíritu, que en nada era alterada por su pobreza e indigencia. Comenzaban a confundirse entre la multitud, cuando he aquí que un anciano llamado Simeón, venerable por sus años y por su piedad, se dio cuenta de la presencia de aquel Niño, e, iluminado por el Espíritu Santo, reconoció en él al Mesías Redentor. Su corazón saltó de gozo y su mirada se llenó de alegría. Con gran respeto y emoción se acercó a la madre, miró al Hijo, con ternura inefable, y, tomando al divino Niño en sus brazos, lo apretó, gozoso, contra su pecho. Y, como que en Oriente toda expresión de gozo es un canto de sus labios brotó el hermosísimo Nunc dimittis, tan sublime, que, por su elevación y gracia inimitable, lo recuerdan los sacerdotes, todos los días, en el rezo del oficio divino. Ahora, Señor, deja a tu siervo en paz, según tu palabra; porque mis ojos han visto tu Salud; han visto a Aquel que era el único por quien yo vivía en este mundo, sin que me haya sorprendido la muerte antes de poder ver en mis brazos a este divino Infante, que es Luz para iluminar a los gentiles y Gloria de Israel, tu pueblo. Y, en la efusión de su amor, acariciaba al divino Infante y bendecía al Altísimo.

José y María escuchaban extasiados el cántico improvisado de aquel anciano venerable. ¡Es tan natural a los espíritus sencillos, a los corazones de niño el respeto que inspira la vejez! Pero, de repente, la faz de aquel viejecito, a quien Dios reveló el porvenir, se inundó de tristeza. Miró compasivo a María, y, con acento dolorido, dejó oír estas palabras: He aquí que éste está constituido para la ruina y resurrección de muchos en Israel, y para señal que excitará contradicción. No porque Jesús haya venido al mundo para la ruina espiritual de hombre alguno, sino por su venida, la fundación de su reino, precicación de su Evangelio, serán motivos de confusión y de ruina para aquellos que, pérfidos o malvados, cierren voluntariamente sus ojos a la verdad. Será un signo de contradicción hasta tal punto que, todavía niño, será perseguido de muerte. Después, sus enemigos no cesarán de combatirlo, hasta hacerle morir en cruz. Esta señal de contradicción cada vez más atacada, triunfará cada vez más esplendorosamente.

María escuchó está revelación con resignación heroica. Y resolvió cooperar, con todas sus fuerzas, a la obra portentosa de la Redención, aunque para ello hubiese de ser mártir con Jesús; aunque su corazón, desde aquel momento, no hubiese de ser otra cosa que un eco fiel de los sufrimientos de su hijo.

MARIA MADRE EJEMPLAR Y GENEROSIDAD DE JESÚS.

María, modelo de madres cristianas lleva a su hijo al Templo e implora sobre Él la bendición del Altísimo. Al consagrar su hijo a Dios, atrae sobre Él todas las bendiciones del cielo y cumple un deber sagrado de gratitud. Es un magnífico modelo de lo que deberían hacer las madres cristianas, al tratarse de la educación de sus hijos: ofrecerlos al Señor y pedir gracia para saber cumplir las obligaciones de madre.

Jesús se ofrece generosamente al Padre celestial como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Cinco siclos de plata son el precio del rescate de Jesús, mientras su sangre preciosa será precio estipulado para el hombre, el valor de su rescate. Él es quien, con el precio inestimable de su sangre, ha querido redimir a la naturaleza humana y devolverle su nobleza y primitiva dignidad. Agradezcámosle de todo corazón tan gran merced, pues, cuanto mayor es la gracia que despreciamos, más terrible será el castigo de que nos hacemos merecedores. Agradezcámosle, sobre todo, la gracia que nos ha hecho, mayor todavía que la del santo viejo Simeón, de poderle recibir diariamente en nuestros corazones.

P. Ginebra, El Evangelio de los domingos y fiestas, Ed. Balmes, página 27 y ss