El Altar

Presbiterio.-

Hemos dicho que la Iglesia se divide en su interior en tres partes, de las cuales la más digna es el presbiterio, en el cual estaba el clero, y se elevaba el altar. En él se ofrecía el sacrificio y se hacían las funciones por el Obispo, el sacerdote y el clero. Para ello la parte esencial, y también la parte principalísima  de la Iglesia, era el altar, del cual, por ser lo más importante y el centro de la liturgia, hay que decir principalmente lo que conviene saber a todo cristiano.

Altar.-

Altar, como quien dice alta ara, es el sitio destinado al sacrificio ofrecido a Dios. En el templo antiguo de Jerusalén era el sitio en que quemaban y ofrecían a Dios las víctimas y sacrificios. Victimario, sacrificatorio era el nombre que le daban y le da San Pablo al altar de los holocaustos. El primer altar que se menciona en el mundo fue el de Noé, después del diluvio. Luego figuran muchos edificados por los patriarcas. Moisés, en su tabernáculo, puso dos: el de los holocaustos y el del timiama o incienso; el primero en el atrio del santuario, el segundo en el santuario mismo. Estos mismos altares más en grande perseveraron en el templo de Salomón y en el de Herodes. Y en el Nuevo Testamento, ya desde el principio los cristianos tuvieron altar para la Eucaristía, como ya lo dice San Pablo.

Forma del altar.- 

El altar puede ser de dos Clases: fijo o portátil. Altar fijo, en el sentido litúrgico, es aquel cuya mesa de piedra está unida con su base o apoyo, que también debe ser de piedra o piedras. Si el altar es completo, de manera que pueda consagrarse, debe ser de una pieza toda la mesa, y unirse al sostén por los cuatro ángulos. La base puede ser maciza, o vacía por su interior, o aún abierta por delante, para exponer reliquias, y aún sustentada con cuatro columnas. Pero este sistema de altar fijo, en todo el rigor de la palabra, no es el más ordinario, y sólo lo suelen tener las Iglesias consagradas o los altares consagrados, con la consagración solemne. Más de ordinario se suele usar el altar portátil, que consiste en una piedra también, a la que solemos llamar ara, pero sencilla y más corta de ordinario, lo suficiente por lo menos para que en ella quepan el cáliz y la patena, y algún copón, si han de consagrar formas. Esta ara se puede poner o encajar en una base o mesa de madera o de piedra, poniéndola en medio, como se ve en la mayor parte de los altares. Sería conveniente que en cada Iglesia el altar mayor fuese de piedra o macizo de ladrillo, aunque la Iglesia sólo estuviere bendecida y no consagrada.

Reliquias del altar.-

Estas aras, que como decimos, son propiamente los altares, deben ser consagradas; más para la validez de esta consagración han de tener lo que se llama el sepulcro de reliquias. Antiguamente, en las catacumbas sobre todo, celebrábanse los sacrificios eucarísticos sobre el cuerpo de algún mártir, sobre alguna piedra, altar o mesa que se ponían sobre el sepulcro de algún mártir que se llamaba confesión. Mas como no es posible tener un cuerpo santo para cada altar, está mandado, bajo pena de nulidad en la consagración, en que todo altar se ponga, al menos, lo que se llama el sepulcro de las reliquias o el martirio. Este sepulcro, si el altar es fijo, ha de estar en medio del ara, por encima, o si se quieren la base por delante o por detrás, o también en la parte superior de la base en el medio. Si el altar es portátil en un hueco de la piedra, que se cubre con otra piedrecita llamada sello, o con un sello de metal, que no sea latón ni hoja de lata. Estas reliquias deben de ser de un mártir; pero se pueden añadir otras de confesores o vírgenes, ya canonizados; deben de ser del mismo cuerpo, no ya del vestido. Y si bien absolutamente sólo se necesitan reliquias de un solo mártir, pero se ha de procurar poner de muchos mártires, a los cuales pueden añadirse las de confesores y vírgenes. De manera que todas las aras que están en los altares han sido antes consagradas por los legítimos Prelados, y contienen alguna reliquia, por lo menos, de mártires, y aún varias, en general de otros Santos.

Bajo el altar.-

Bajo el altar no pueden ponerse otros cuerpos que los de Santos canonizados; por lo mismo no se pueden erigir altares, ni aún portátiles, sobre sepulturas; esto no impide el que haya debajo criptas para enterramientos, aunque el altar caiga sobre alguna de las sepulturas de la cripta. Tampoco se permite, por lo menos en el altar fijo, poner debajo ningún armario en que se guarden los ornamentos y otras cosas, aunque sirvan para el sacrificio.

Altar mayor.- 

En todas las Iglesias hay un altar que se llama altar mayor, que suele ser más amplio y alto y adornado que los otros. Aunque puede ser portátil, pero conviene que imite al fijo y tenga algunas gradas, tres o cinco, y así nos recordará el Calvario. La parte anterior se puede adornar con un frontal de lino, lana, seda, plata, o fijamente con hermosas tallas. En este altar debe estar la imagen del Santo Titular de la Iglesia.

Altares menores.- 

Además del altar mayor hay, o puede haber en la Iglesia, otros altares dedicados a diversos Santos, o sin dedicación alguna, que suelen ser más modestos y tienen una tarima de pie. Tanto uno como otro han de tener medidas convenientes de altura, anchura y largura para celebrar la Misa convenientemente.

El Crucifijo.-

En todo altar debe haber un Crucifijo en medio. Este Crucifijo no debe ser pequeño, sino suficientemente grande para que se vea, y bien colocado para que sobresalga sobre los candelabros y sea visible a los fieles. En las instrucciones de la Visita apostólica de las Iglesias de Roma se declaran suspensas las cruces que no lleguen a 40 centímetros por 22. Y es que la Iglesia quiere que el altar, después de la Eucaristía, lo primero que se note sea la imagen de Jesús sacrificado.

Imágenes.- 

Todos los altares fijos deben dedicarse a algún santo, cuya imagen deben tener delante esculpida o pintada. Y no puede mudarse por otra sin permiso de Roma. También los portátiles suelen tener patrono e imagen. Las imágenes deben ser aprobadas por la Iglesia y, por tanto, conformes a las costumbres y modos recibidos. Y está ordenado en el canon 1.270 que no se pongan en las Iglesias, sin aprobación del Prelado, imágenes insólitas o que faltasen al dogma, o que no tengan la bebida decencia y honestidad, o puedan inducir a error a los sencillos.

Retablo.- 

Es muy frecuente poner ante los altares retablos, que sirven de adorno y devoción. En ellos se suelen colocar muchos santos, en nichos conveniente y artísticamente dispuestos. Algunos retablos son libros tallados de historia sagrada o de historia eclesiástica, o de teología simbólica. También los hay muy indignos de una Iglesia; y sería muy preferible una limpia sencillez a un abigarrado y vulgar montón de adornos. Téngase siempre presente que sobresalga la imagen de Jesucristo crucificado, que es lo más esencial de un altar.

El Tabernáculo.- 

Para guardar el Santísimo Sacramento, se ponen el altar donde ha de guardarse una capilla a propósito y exclusivamente para él, que se llama Tabernáculo. El Santísimo suele guardarse en el altar mayor, de ordinario. Sólo en las catedrales y en otras Iglesias parecidas, porque suelen celebrarse las vísperas y otras funciones en que se vuelve la espalda al altar con frecuencia, se suele poner el Santísimo en otro sitio, con toda decencia y reverencia. Debe ponerse en el Tabernáculo todo esmero. Ha de ser una capillita de ordinario de madera, o de mármoles o metales, chapados por dentro de madera para evitar mejor la humedad, dorada por fuera, cubierta por dentro de seda blanca, o de tisú de plata, o de oro, o también de láminas de oro, o dorada, bien cerrada, bien capaz de contener los vasos sagrados y el viríl. Las puertas sean tales que se pueda ver bien al Señor, aún en las exposiciones privadas. Dentro tiene al Santísimo unos corporales que deben mudarse con frecuencia. Fuera, las puertas deben ser bien ricas y adornadas con símbolos o imágenes de Nuestro Señor. Dentro no debe ponerse nada si no es el Santísimo con sus vasos. Su llave debe ser hermosa y cuando no es necesario, retírese y guárdese con cuidado. Corresponde guardar la llave al párroco o algún sacerdote.

Respeto al Tabernáculo.- 

Ante el Tabernáculo no debe ponerse nada, ni flores, ni imágenes, ni aún el crucifijo de ordinario. Sobre el Tabernáculo se puede poner la cruz, pero no otras imágenes, ni flores, ni reliquias. El Tabernáculo debe estar cubierto de un conopeo o guardapolvo, como de un pabellón que lo guarde y cubra todo, al menos el frente y los lados del Tabernáculo; puede ser de seda o de algodón, lana, lino, y blanco o del color del oficio, excepto el negro. Dentro puede tener una cortinilla, pero no es obligatoria.

Lámpara.-

Debe, en el altar en que está el Santísimo, arder una lámpara que señale a todos la presencia de la verdadera luz del mundo, Jesucristo. Y por cierto, este precepto es grave bajo pecado si se descuidase voluntariamente mucho tiempo. Debe la lámpara ser de aceite de olivas, símbolo de luz, alimento y medicina, o también de cera. Pero con justa causa los Prelados pueden permitir el uso de otros aceites vegetales.

El Trono.- 

Sobre el altar y arriba del Tabernáculo se pone un trono donde en la custodia se expone al Santísimo al pueblo en los días solemnes con la debida autorización. Suele ser un templete de variada forma, según el gusto, y más o menos rico, según los recursos. Y siempre que se expone solemnemente el Santísimo, se debe colocar en él la custodia, a no ser cuando se trata de una exposición breve, en cuyo caso se puede colocar en el altar mismo.  Puede muy bien constar de un dosel sobre cuatro columnas, con una cortinilla delante, que se puede bajar y alzar, para ocultarlo si es necesario, y con facilidad de subir.

Ornato del altar.- 

Sobre el altar deben ponerse tres toallas o manteles benditos, limpios, los dos primeros que cubran el altar o cuando minosla piedra o el ara, y pueden ser uno en dos dobles; el superior debe ser más largo y de tal que por los dos lados caiga hasta el suelo. Deben ser de lino, o de algodón, si no se puede de lino. El mantel superior suele tener muchas veces por la parte anterior algunos encajes que sirven de ornato, y a veces aun tienen alguna tela de seda de color como fondo para mayor ornato. También son ornato propísimo y aun necesario del altar, los candelabros, que en el mayor deben de ser seis o tres brazos; aunque éstos pueden, si se quiere, usarse, en las exposiciones, además de los seis de la liturgia. Cuando hay reliquias se las colocas en el altar en estuches preciosos, cubiertos en general, y expuestos cuando ha de venerárselos, con luces encendidas.

Limpieza.-

Débese conservar el altar limpísimo, pues es el sitio más digno y santo de la iglesia. Nada en él sea sucio, nada roto, nada destrozado. Para mejor conservarlo se puede cubrir durante el día con un tapete decente y adornado, que se quite durante la misa; pero no con esos hules o badanas que se estilan en algunos sitios y que dan al altar, con pretexto de limpieza, un verdadero aspecto de suciedad. Los fieles deben de ayudar todo cuanto puedan al párroco o capellán para que pueda tener este sitio como conviene, preciándose de que el altar sea lo más digno que se pueda.

                                                                           Fuente: Vilariño.