Culto a los Santos Angeles

Los Angeles

Sabemos que existen los Ángeles y también que una buena parte de ellos fueron infieles a Dios y se convirtieron en demonios, mientras los demás permaneciéronle fieles y fueron premiados con el cielo. Su número es incalculable. Para distinguirlos de alguna manera, los Santos Padres los han dividido en nueve Coros y distribuido en tres Jerarquías y a éstas en tres Órdenes, asignándoles sus oficios correspondientes.

Todos los Ángeles son amigos y bienhechores nuestros, pero hay uno que lo es de un modo especial, y es el Ángel Custodio o de la Guarda. Todos, justos y pecadores, fieles e infieles, tenemos el nuestro; como también se cree que lo tiene cada nación, cada diócesis, y aun cada ciudad y quizá cada familia numerosa, siendo su oficio, cerca de nosotros espiritual y corporal al mismo tiempo.

Los nombres de los nueve coros, son: Ángeles, Arcángeles, Virtudes, Dominaciones, Principados, Potestades, Tronos, Querubines y Serafines. Los más sublimes de todos son los Serafines.

Entre los Arcángeles conocemos por sus nombres a San Miguel, San Rafael y San Gabriel.

El culto de los Ángeles.

La devoción a los Ángeles y aun el culto privado a los mismos, son tan antiguos como la Iglesia. El temor a la superstición, empero, hizo que ese culto no llegara a ser público y oficial hasta el siglo V. Enton-ces empezaron a erigirse templos y monumentos en su honor y a establecerse fiestas litúrgicas. Unas dedicábanse a los Ángeles en general, otras al Ángel Custodio, y las más a San Miguel.

San Miguel.

Fue el primero y, hasta el siglo IX, casi el único festejado. Mejor dicho, sus fiestas eran comunes a todos los Ángeles, como todavía sucede con las hoy existentes. Todas ellas celebraban famosas apariciones del Arcángel o dedicaciones de templos en su honor. Tal es el carácter de las dos más celebradas hoy: la del 8 de mayo, que recuerda la aparición en el monte Gárgano, y la del 29 de septiembre, que festeja la dedica-ción de una iglesia en la Vía Salaria, en Roma. Esta última es la fiesta clásica del Arcángel y la que celebra la Iglesia universal, bajo el rito de primera clase.

Preséntasenos San Miguel, en estas fiestas como el Príncipe de la Milicia celestial, glorioso caballero del Altísimo y Defensor de la Iglesia universal, y como Ángel de la plegaria y de la adoración, que monta la guardia delante del altar y quema inciensos y perfumes en áureos turíbulos.

San Gabriel y San Rafael.

Empezaron a figurar en algunos calendarios a partir del siglo X. Su culto no había sido nunca uni-versal. Sus fiestas del 24 de marzo y del 24 de octubre, son, desde Benedicto XV, de carácter universal.

San Gabriel (la fuerza de Dios) es el Ángel de la Encarnación, y por eso la liturgia de su fiesta es una glosa de ese augusto misterio.

San Rafael (la medicina de Dios), tuvo la misión de acompañar al joven Tobías en su viaje al país de los Medos, de concertar sus bodas y de curar de su ceguera al anciano padre; de ahí que su oficio esté com-puesto principalmente con extractos del hermoso libro bíblico de Tobías. Es el abogado de los viajeros y el patrono de los boticarios y recién casados.

Los Ángeles Custodios.

Al principio su fiesta fue movible y limitada a ciertas iglesias o diócesis. Pío V la autorizó para toda la Iglesia, en 1608, pero dejándola facultativa todavía. Clemente X la fijó el 2 de octubre, y León XIII la elevó al rito de doble mayor, que hoy tiene.

Toda la liturgia de esta fiesta tiende a darnos a conocer y a hacernos amar al Santo Ángel, con el que tenemos deberes especiales. El himno “Custodes hóminum” es de San Belarmino. La nota típica la da San Bernardo con su hermoso y célebre sermón sobre los Ángeles de la Guarda.

No contenta la Iglesia con festejar a los Ángeles en esos sus días especiales, les hace a menudo sus honores en la liturgia, nombrándolos e invocándolos con frecuencia, ora en el Breviario, ora en el Misal, ora en el Ritual.

En el Breviario les dedica un oficio votivo, los invoca todas las noches en Completas, los pone en lugar preferente en el Itinerarium, y les hace jugar papel de importancia en las fiestas de Navidad, Ascensión, Asunción, etc.

En el Misal les dedica también una Misa votiva general, los menciona en los Prefacios, y a san Miguel especialmente, lo invoca en el “Confíteor”, en la bendición del incienso, etc.

En el Ritual se los invoca a menudo, de suerte que, ora al ir a administrar los Sacramentos, ora al ir a bendecir las casas, etc., diríase que el sacerdote los lleva como por delante, a guisa de introductores.

Azcarate, La flor de la liturgia, págs. 259 y ss.