Oficio Divino

1. Razón de ser del Oficio Divino.

El ideal de la vida cristiana —dice el Papa Pío XII— consiste en que cada uno se una continua e íntima mente a Dios, y por eso el culto que la Iglesia rinde al Eterno está ordenado y dispuesto de modo que con el Oficio Divino se extienda a todas las horas del día, a todas las semanas y a todo el curso del año, y así alcance a todos los tiempos y a todas las condiciones de la vida humana”

Esta oración oficial en la más remota antigüedad sólo tenía lugar en determinados días y horas. Según los Hechos de los Apóstoles, los discípulos de Jesucristo oraban juntos a la hora de Tercia, cerca de la hora de Sexta y a la de Nona, y asimismo cantaban a Dios alabanzas a eso de la media noche. Luego se introdujo entre los cristianos la costumbre de dedicar a la oración en común la última hora del día, y la primera al despuntar el alba. Así, “estas distintas oraciones, por iniciativa y obra especialmente de los monjes y ascetas, se perfeccionaron cada día más, y poco a poco fueron introducidas en el uso de la Sagrada Liturgia por autoridad de la Iglesia”, formando ahora parte importante de ella.

2. Qué es el Oficio Divino.

Lo que llamamos, pues, Oficio Divino —dice Pío XII— “es la oración del Cuerpo místico de Cristo, dirigida a Dios, en nombre de todos los cristianos y en su beneficio, tanto por los sacerdotes como por los otros ministros dé la Iglesia y por los institutos religiosos delegados para ella por la Iglesia misma”. El Oficio Divino es, si se quiere, la oración oficial de la Iglesia, repartida en determinadas horas del día y de la noche y con determinados elementos, sujetos a ciertas normas litúrgicas fijas.

Como oración, es un trato y comunicación con Dios, lo cual se efectúa en el Oficio Divino por medio de alabanzas, lecturas y peticiones. Como oración de la Iglesia, no es de sólo el sacerdote, clérigo o religioso encargado de rezarla, sino de los millones de católicos desparramados por toda la redondez de la tierra; y bajo este concepto, es una oración pública y social, hecha siempre en plural y con textos expresamente compuestos para ser cantados o recitados en común. Y esta oración ha sido repartida por la Iglesia entre las principales horas del día y de la noche, para que así todo el tiempo sea a Dios dedicado, y la humanidad entera tribute a la divinidad un homenaje perenne de alabanza.

A este Oficio Divino o deber ineludible, por parte de la humanidad, de alabar a Dios, llámalo San Benito Opus Dei u “Obra de Dios” por excelencia, Agenda u “obligación que hay que cumplir”, y también Pensum servitutis, o sea “deuda” o “salario” diario que debemos pagar a Dios a título de siervos suyos.

A menudo suele también designársele con el nombre genérico de Horas canónicas, por estar distribuido en partes que deben rezarse en horas determinadas por los sagrados Cánones de los Concilios; y también con el más genérico todavía de Bezo del Breviario, por ser este libro litúrgico el que lo contiene.

3. Fines del Oficio Divino.

Por los elementos o piezas constitutivas del Oficio Divino, que son: lecturas, salmos, alocuciones y peticiones, podemos distinguir en él cuatro fines extrínsecos, a saber:

el “latréutico”, representado oficialmente por los salmos;

el “impetratorio”, por las peticiones;

el “didáctico”, por las lecturas;

y el “moral”, por las alocuciones.

Efectivamente, la Iglesia, por medio del Oficio Divino, alaba (fin latréutico), pide (fin impetratorio), enseña (fin didáctico) y exhorta (fin moral).

Con el fin “latréutico” se propone la Iglesia promover la gloria de Dios; con el “impetratorio”, el bien de la Iglesia y del mundo en general; con el “didáctico”, la instrucción de los que rezan o cantan; con el “moral”, la santificación de todos; cosas todas éstas extrínsecas al rezo del Oficio, y materia, por consiguiente, de esos cuatro fines extrínsecos.

Pero además de estos fines extrínsecos, el Oficio Divino tiene otros intrínsecos, uno de los cuales, el que podríamos llamar eucarístico, merece señalarse entre otros. El Oficio Divino, en efecto, tiene la misión sublime de preparar y continuar la Acción del Sacrificio de la Misa y de rodear este rito de pompa y majestad.

La Misa es el centro del culto católico, y toda la Liturgia gira en torno de ella. Es el sol que todo lo ilumina y vivifica alrededor del cual se mueven como satélites, todos los otros actos del culto, empezando por el Oficio Divino. El papel de éste, dentro de este admirable concierto, es preparar los corazones, con varias horas de rezos y de cantos, para el augusto Sacrificio, y prolongar luego las santas emociones nacidas alrededor del altar, mediante nuevos rezos y nuevos cantos. Y al mismo tiempo que cumple esta nobilísima misión respecto a la Misa, rodéala a ésta de pompa y majestad, precediéndola y siguiéndola a manera de lucidísima y bien ordenada corte de honor.

4. Su eficacia.

Conocidos los fines que Jesucristo y su Iglesia persiguen con el Oficio Divino, veamos la eficacia de éste para conseguirlos.

La eficacia del Oficio Divino para adorar y alabar a Dios como se merece (fin “latréutico”), si bien no es infinita, como lo es la de la Misa, es, sin embargo, incomparablemente mayor que la que pueden tener todas nuestras oraciones y homenajes privados.

Ello es así, en primer lugar, porque las alabanzas que tributamos a Dios en el Oficio Divino han sido elegidas y dictadas por el Espíritu Santo; además, porque la voz que pronuncia esas alabanzas es la voz de la Esposa de Jesucristo, la Iglesia, voz santa, voz dulcísima y entre todas la más agradable a los oídos del celestial Esposo; asimismo, porque en esa oración, contrariamente a lo que sucede en las privadas, se repiten sin cesar fórmulas de alabanza insuperables; y finalmente, porque al ser vocal y pública e ir acompañada de ceremonias y cantos, toman parte en ese homenaje el alma y el cuerpo, contribuyendo así a que sea el holocausto más perfecto.

Si el Oficio Divino es, pues, la oración más eficaz para alabar y bendecir a Dios, síguese que es, a la vez, el medio más poderoso para aplacarlo y hacerlo propicio a nuestros ruegos (fin “impetratorio” y “propiciatorio”).

Una oración es tanto más eficaz para conseguir con ella lo que se pide, cuanto mejor posee las cualidades propias de la verdadera y santa oración, cualidades que resplandecen en sumo grado en el Oficio Di-vino, como obra que es de la Iglesia, dirigida y gobernada por el Espíritu Santo. Como oración, pues, es oración perfecta; como salida de los labios de la Iglesia. Esposa santa y de soberana influencia ante Dios, es oración poderosísima, y como eco que es de miles y miles de corazones y de millones de brazos levantados al cielo en actitud suplicante, ha de repercutir en el Corazón divino de modo irresistible.

Y no es menos eficaz el Oficio Divino para enseñar a los fieles los dogmas de la religión y las verdades sobrenaturales (fin “didáctico”), y para obrar en ellos la santificación (fin “moral”).

La eficacia de esta enseñanza deriva de la autoridad y ciencia del maestro que la proporciona, que es la misma Iglesia, depositaría de los tesoros de la revelación y maestra infalible de la verdad; del método didáctico que emplea, que a la sencillez suma une la variedad y el encanto que la prestan la poesía, el canto y las ceremonias; y del tema que desarrolla, que es tan vasto que contiene copiosos y muy sólidos documentos de Teología moral y dogmática, de Ascética, de Mística, de Hagiografía, de Historia eclesiástica, y aun de Filosofía y de ciencias profanas.

Como instrumento de santificación, el Oficio Divino pone a los que rezan o siguen, en la necesidad de hacer frecuentes y positivos los actos de virtud: de humildad, de confianza, de amor, de fe, de arrepentimiento, etc.; los exhorta con las palabras y los ejemplos de Nuestro Señor y de los Santos a practicar el bien, hasta en grado heroico, y a evitar el mal; y, por fin, fomenta el ejercicio de la oración mental y de la contemplación.

De La flor de la Liturgia, de Dom Andrés Azcarate, pagina 110 y ss.