Santos de la Primera semana de Adviento

El bienaventurado apóstol Andrés, nacido en Betsaida, pequeña población de Galilea, hermano de Pedro y discípulo de Juan Bautista, habiendo oído que éste decía de Cristo: “He aquí el Cordero de Dios”, siguió a Jesús, y llevó él a su hermano. Hallándose después pescando en el mar de Galilea juntamente con su hermano, ambos fueron llamados por Cristo antes que los otros apóstoles, con aquellas palabras: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Ellos, sin la menor tardanza, y después de haber dejado las redes, le siguieron. Después de la pasión y de la resurrección de Cristo, Andrés vino a Escitia de Europa, país que le fue señalado para propagar en él la fe de Cristo. Luego recorrió el Epiro y la Tracia, y con su doctrina y milagros convirtió a Cristo innumerables almas. Al llegar a Patras de Acaya, después de haber conseguido allí que muchos se convirtieran a la doctrina del Evangelio, reprendió con toda libertad al procónsul Egeas, el cual resistía a la predicación evangélica, porque, queriendo ser tenido por juez de los hombres, engañado por los demonios, no quería reconocer a Cristo Dios por juez de todo el linaje humano.

Entonces, enojado Egeas, dijo: “Deja de ensalzar a Cristo a quien análogas alabanzas no impidieron que fuese crucificado por los Judíos». Además, con palabras impías interrumpiole mientras enseñaba con noble libertad que Jesucristo por la salvación de los hombres se ofreció a la crucifixión, y le exhortó a que, mirando por sí, accediera a sacrificar a los dioses. A lo cual contestó Andrés: “Yo cada día sacrifico al Dios omnipotente, único y verdadero, no las carnes de los toros y de los cabritos, sino el Cordero sin mácula. Y cuando todo el pueblo fiel ha participado de su carne, este Cordero que ha sido sacrificado, continúa todavía íntegro y lleno de vida”. Egeas, airado en gran manera por estas palabras, ordenó que Andrés fuera conducido a la cárcel. De ella fácilmente le habría librado el pueblo, si el Apóstol no hubiese apaciguado a la multitud rogando con gran insistencia que no le impidieran ser partícipe de la corona tan deseada del martirio.

Poco después, fue conducido al tribunal, y no pudiendo Egeas sufrir por más tiempo que Andrés ensalzara los misterios de la cruz y que reprobara su impiedad, mandó suspenderle en la cruz, para que así imitara la muerte de Cristo. Cuando Andrés era conducido al lugar del martirio, viendo la cruz de lejos empezó a exclamar: “Oh buena cruz, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor; cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso, y ofrecida a mis ardientes deseos, apártame de en medio de los hombres, y devuélveme a mi Maestro, a fin de que por ti me reciba, el que por ti me redimió”. Así, pues, fue clavado en la cruz, y permaneció vivo en ella por espacio de dos días, sin cesar de predicar la fe de Cristo, hasta que fue a reunirse con Aquel cuya muerte tanto había deseado imitar. Los presbíteros y diáconos de Acaya que consignaron su martirio, afirman que todo lo por ellos relatado, lo vieron y oyeron. Su cuerpo fue trasladado primero a Constantinopla en tiempo de Constantino, y después a Amalfi. Por disposición del Sumo Pontífice Pío II, su cabeza fue llevada a Roma, y colocada en la basílica de San Pedro.

2 DE DICIEMBRE: SANTA BIBIANA.

Bibiana, virgen de Roma, noble por su linaje, lo fue más aún por su fe cristiana. Su padre Flaviano, que había sido prefecto durante el imperio del crudelísimo tirano Juliano el Apóstata, fue marcado con las señales de la esclavitud, y deportado a las Aguas Taurinas, donde murió mártir. A su madre Dafrosa, la encerraron en su casa con sus hijas, para que pereciesen de hambre, y después fue decapitada fuera de Roma. Bibiana y Demetria fueron despojadas de todos sus bienes. Aproniano, pretor de la ciudad, codicioso de sus riquezas, las privó de todo auxilio humano; mas, habiéndolas alimentado aquel Dios que da comida a los hambrientos, reaparecieron todavía lozanas, lo cual dejó al pretor profundamente admirado.

Aproniano intentó hacer que honrasen a los dioses de los Gentiles, prometiéndoles restituirles sus riquezas, y ofreciéndoles la gracia del emperador y ventajosos enlaces. De lo contrario, las amenazaba con cárceles, azotes y con el hacha del verdugo. Pero ellas no se apartaron de la verdadera fe, estando resueltas a morir antes que mancharse con las supersticiones paganas. Así desecharon las impías proposiciones del pretor. Demetria murió de súbito a la vista de Bibiana, y se durmió en el Señor. Bibiana, fue entregada a Rufina, mujer astuta, a fin de que la sedujera; pero, instruida desde la cuna en la ley de Cristo, resuelta a conservar sin mancha la flor de la virginidad, triunfó con fortaleza, burlando la malicia del pretor.

No sirvieron a Rufina sus engañosas palabras ni los golpes con que cada día castigaba a Bibiana, intentando que abandonase su santo propósito; y viendo el pretor que su esperanza quedaba frustrada, aumentada su ira viéndose vencido por Bibiana, mandó a sus ministros que la desnudasen y que, con las manos atadas, sujeta a una columna, la golpeasen con plomos hasta morir. Su sagrado cuerpo, arrojado a los perros, estuvo dos días en la plaza del Toro, conservándose ileso de una manera maravillosa. Un presbítero llamado Juan la enterró por la noche junto a su hermana y su madre, cerca del palacio de Licinio, donde aún hoy, hay una iglesia dedicada al Señor, con el nombre de Santa Bibiana, y que fue restaurada por el papa Urbano VIII; el cual, habiendo hallado los cuerpos de las santas Bibiana, Demetria y Dafrosa, las puso en el altar mayor.

3 DE DICIEMBRE: SAN FRANCISCO JAVIER

Nacido Francisco en Javier, diócesis de Pamplona, de nobles padres, fue en París compañero y discípulo de San Ignacio. Con tal maestro hizo progresos tan rápidos, que al contemplar las cosas divinas, algunas veces se levantaba sobre la tierra, con frecuencia celebrando el santo sacrificio de la Misa en presencia de muchos. Estas delicias las merecía por las maceraciones de su cuerpo; pues se privaba de la carne y del vino y del pan de trigo; tomaba sólo alimentos viles, y muchas veces, se abstuvo de todo alimento por dos o tres días. Se azotaba con disciplinas de hierro, y con frecuencia derramaba abundante sangre. Sólo se permitía un brevísimo sueño, aun sobre el suelo.

Maduro por la austeridad y santidad de su vida para el cargo de apóstol, como Juan III, rey de Portugal, pidiese para las Indias algunos miembros de su Congregación al papa Paulo III, éste le eligió para esa misión, confiándole la potestad de Nuncio apostólico. Llegado a las Indias, fue instruido milagrosamente en lenguas muy difíciles y diversas de aquellas naciones. Algunas veces sucedió que hablando él en una sola lengua a personas de diversas naciones, cada una le oía en la suya propia. Recorrió a pie, y muchas veces descalzo, muchas provincias. Introdujo la fe en el Japón y en otras seis comarcas. Convirtió a centenares de miles de hombres, y confirió el bautismo a muchos reyes y a grandes príncipes. Y a pesar de obrar tan grandes cosas por Dios, conservaba tal humildad, que escribía a San Ignacio, su superior, de rodillas.

Este ardor en la propagación del Evangelio, lo premió el Señor con numerosos milagros. Dio la vista a un ciego. Con la señal de la cruz convirtió el agua del mar en agua dulce en tan gran cantidad, que alivió durante largo tiempo a quinientos hombres que morían de sed. Con aquella agua, llevada a diversas regiones, varios enfermos curaron. Resucitó a varios muertos, entre ellos a uno que había sido sepultado el día anterior, al que devolvió la vida mandando que le sacasen de la sepultura; lo mismo hizo con otros dos, tomándoles de la mano mientras les llevaban a la tumba, devolviéndoles con vida a sus padres. Poseyó el espíritu de profecía, reveló acontecimientos que debían tener lugar en lugares o en tiempos remotos. Murió en Sanciano lleno de méritos, consumido por los trabajos, el día dos de diciembre. Su cadáver, cubierto dos veces con cal viva, manó sangre, esparció un olor suavísimo, y extinguió una peste en Malaca, adonde fue llevado. Por último, habiendo brillado con nuevos milagros, Gregorio XV le inscribió en el número de los santos. El papa Pío X le eligió Patrono celestial de la Sociedad y Obra de la Propagación de la Fe.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 21 al 27 de noviembre

DÍA 22 DE NOVIEMBRE: SANTA CECILIA

La virgen Cecilia, nacida en Roma, de padres ilustres, y educada desde niña en la fe, consagró a Dios su virginidad. Obligada a desposarse con Valeriano, le dirigió en la noche de bodas estas palabras: Valeriano, yo estoy bajo la custodia de un Ángel que protege mi virginidad; nada, por tanto, intentes hacer conmigo que atraiga sobre ti la ira de Dios. Valeriano al oír estas palabras no osó acercarse a ella, añadiendo que creería en Jesucristo si viera a aquel Ángel. Contestándole Cecilia que esto era imposible sin haber recibido el bautismo, ansiando ver al Ángel, manifestó deseos de ser bautizado, por lo que se dirigió, por consejo de la joven virgen, al encuentro del papa Urbano, el cual, debido a la persecución, estaba escondido entre los sepulcros de los mártires, en la vía Apia, siendo bautizado por él.

Al volver junto a Cecilia, la encontró orando, teniendo junto a ella a un Ángel que despedía resplandores divinos, por lo que se llenó de admiración; pero al volver en sí de su asombro llamó a su hermano Tiburcio, el cual, instruido en la fe cristiana por Cecilia y bautizado por el mismo Urbano, mereció también contemplar al Ángel que había visto su hermano. Poco después, ambos sufrieron el martirio bajo el prefecto Almaquio. Luego éste mandó prender a Cecilia, preguntándole ante todo dónde se hallaban las riquezas de Tiburcio y Valeriano.

Como ella le respondiera que todas habían sido dadas a los pobres, fue tal su indignación, que mandó conducirla de nuevo a su casa para quemarla en la sala de los baños, donde permaneció durante un día y una noche sin que las llamas se acercaran a ella. La mandó entonces al verdugo, el cual, después de herirla tres veces con el hacha, sin conseguir decapitarla, la dejó medio muerta. Por último, tres días más tarde, el 22 de noviembre, siendo emperador Alejandro voló al cielo adornada con la doble palma de la virginidad y del martirio; su cuerpo fue inhumado por el papa Urbano en el cementerio de S. Calixto. En su casa se construyó una iglesia bajo su advocación; su cuerpo, y los de los papas Urbano y Lucio, y los de Tiburcio, Valeriano y Máximo, fueron trasladados más tarde a la ciudad por el Papa Pascual I, y colocados en la citada iglesia de Santa Cecilia.

DIA 23 DE NOVIEMBRE: SAN CLEMENTE

Clemente, hijo de Faustino, nació en Roma en el distrito del monte Celio y fue discípulo de San Pedro. A él se refiere San Pablo cuando escribe a los Filipenses: También te pido a ti, oh fiel compañero, que asistas a esos que conmigo han trabajado en el Evangelio con Clemente y los demás coadjutores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida. Dividió Roma en siete circunscripciones, a las cuales asignó un notario a cada una, para recoger todo cuanto cupiera sobre los tormentos y los hechos de los mártires y de escribirlo. Escribió provechosamente varias obras que nos ilustran sobre la religión cristiana.

Como por sus enseñanzas y la santidad de su vida convirtió a muchos a la fe de Cristo, Trajano le desterró más allá del Ponto Euxino, a los desiertos cerca de la ciudad de Quersón, en donde encontró a otros dos mil cristianos, condenados por el mismo emperador a extraer y cortar el mármol. Un día en que estaban afligidos por la falta de agua, subió Clemente, luego de orar, a una colina cercana donde vio un Cordero con su pie derecho sobre un manantial de agua dulce que hacía brotar de allí, y que sirvió a todos para apagar su sed. Este milagro condujo a muchos infieles a abrazar la fe de Jesucristo y a venerar la santidad de Clemente.

Irritado Trajano, mandó arrojar a Clemente al mar con un áncora ligada al cuello. Se cumplió la orden; pero los cristianos oraron en la orilla, y el mar se retiró a tres millas. Yendo por allí los fieles, encontraron un pequeño edificio de mármol en forma de templo, en cuyo interior había un arca de piedra; y en él estaba el cuerpo del Mártir. Bajo el pontificado de Nicolás I, el cuerpo se trasladó a Roma a la iglesia de su nombre. Fue también levantada una iglesia bajo su advocación en el lugar de la isla en que había brotado la fuente. Ocupó Clemente el Pontificado 9 años, 6 meses y 6 días, en los cuales celebró en diciembre 2 ordenaciones, creando en ellas 10 presbíteros, 2 diáconos y 15 obispos para diversos lugares.

24 DE NOVIEMBRE: SAN JUAN DE LA CRUZ

Juan de la Cruz, nacido en Fontiveros, España, de padres devotos, mostró ya desde su infancia cuán grato llegaría a ser a la Virgen Madre de Dios; ya que, habiendo caído a los cinco años en un pozo, sostenido por la mano de María, salió de allí sano y salvo. Ardiendo en deseos de sufrimiento, a los 9 años, renunciando al lecho, solía acostarse sobre sarmientos. Ya adolescente, se consagró al servicio de los enfermos pobres en el hospital de Medina del Campo, siendo tal su caridad, que estaba siempre dispuesto a prestarles los servicios más humillantes, lo cual estimulaba a los demás a poner mayor celo en los actos semejantes de caridad. Llamado a una vocación más sublime, ingresó en la Orden de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo, en la cual, ordenado de sacerdote por obediencia, y movido de deseos de practicar una disciplina más severa y una vida más austera, obtuvo licencia para seguir la regla primitiva de la Orden. Entonces, inspirándose en el recuerdo de la Pasión del Señor, se declaró a sí mismo la guerra, como al peor enemigo, llegando en poco tiempo, mediante sus vigilias, ayunos, disciplinas y todo género de maceraciones, a crucificar su propia carne junto a sus vicios y apetitos, y a merecer que Santa Teresa le tuviera como una de las almas más puras y santas que ilustraban a la sazón a la Iglesia de Dios.

Armado con la fuerza que le comunicaba la singular austeridad de su vida y la práctica de todas las virtudes, y entregado a la asidua contemplación de las cosas divinas, experimentó con frecuencia admirables éxtasis; consumíase en una llama tan viva de amor de Dios, que no pudiendo a veces mantenerse ocultos sus ardores, salían al exterior y resplandecían en su semblante. Solícito de la salvación del prójimo, se entregába Juan a la predicación de la palabra divina y a la administración de sacramentos. Tales merecimientos, unidos a su deseo de promover una más estricta disciplina, le valieron el ser dado por Dios como auxiliar a Santa Teresa, para restablecer entre los religiosos la primera observancia del Carmelo que ella había restablecido entre las religiosas de esta Orden. Para llevar a cabo esta obra divina, tuvo que soportar, igual que la Santa, muchas fatigas, visitando, sin arredrarse ante privaciones ni peligros, cada uno de los monasterios levantados por los desvelos de esta santa Virgen en toda España, haciendo que floreciera en estas casas, y en las que él mismo fundó, la nueva observancia, y afianzando esta observancia con sus palabras y ejemplos. Con mucha justicia los Carmelitas descalzos reformados le consideran, después de Santa Teresa, como el maestro y padre de su Orden.

Permaneció siempre virgen, y cuando algunas mujeres desvergonzadas intentaron engañar a su modestia, no solo las frustró, sino que las obtuvo para Cristo. A juicio de la Sede Apostólica, enseñó tanto sobre Dios como Santa Teresa, explicando los misterios ocultos de Dios, y escribió libros de teología mística llenos de sabiduría celestial. Cristo una vez le preguntó qué recompensa tendría por tanto trabajo; a lo cual él respondió: Señor, padecer y ser despreciado por tu causa. Era muy famoso por su poder sobre los demonios, a quienes a menudo echaba de los cuerpos de los posesos, por los dones de discernir espíritus, profecía y por sus eminentes milagros, a pesar de lo cual era muy humilde, y muchas veces suplicaba al Señor que muriera en algún lugar donde no se le conociera. De acuerdo con su oración, fue enviado a Úbeda, donde durante tres meses el Prior lo encarceló y lo maltrató cruelmente durante su última enfermedad. Para coronar su amor al sufrimiento, llevaba cinco llagas purulentas abiertas en su pierna, soportándolas con devota paciencia. Por fin, el 14 de diciembre del año 1591, en el día y en la hora anunciada por él mismo, tras haber recibido los sacramentos de la Iglesia, y abrazado a la imagen del Salvador crucificado, que siempre había tenido en su corazón y su boca, pronunció las palabras: En tus manos encomiendo mi espíritu, y se durmió en el Señor. Cuando murió, su alma fue recibida en una gloriosa nube de fuego, mientras su cuerpo exhalaba un suave perfume; permanece incorrupto, y es celebrado con gran honor, en Segovia. Famoso por muchos milagros tanto antes como después de su muerte, Benedicto XIII le inscribió entre los Santos, y Pío XI le proclamó Doctor de toda la Iglesia.

25 DE NOVIEMBRE: SANTA CATALINA VIRGEN Y MARTIR.

La ilustre virgen Catalina nació en Alejandría. Añadió desde su juventud el estudio de las artes liberales a los ardores de la fe, alcanzando en poco tiempo la más alta perfección de doctrina y de santidad; tanto, que a los 18 años aventajaba en ciencia a los hombres más sabios. Viendo arrastrar al suplicio, por orden de Maximino, a muchos cristianos que ya habían sido atormentados por causa de su fe, no temió el presentarse ante el tirano, echándole en cara su impía crueldad y demostrándole con razones sabias la necesidad de la fe en Jesucristo para la salvación.

Maximino, admirado ante la ciencia de Catalina, mandó retenerla; y reuniendo de todas partes a los sabios más ilustres, les prometió espléndidas recompensas si lograban convencerla de la falsedad de la fe de Cristo y conducirla al culto de los ídolos. Pero sucedió lo contrario: varios de los filósofos, inflamados por la fuerza y la sutileza de los argumentos de Catalina, sintieron tan gran amor a Jesucristo, que no habrían vacilado en morir por su causa. Maximino, entonces, se propuso quebrantar las convicciones de Catalina con halagos y promesas. Pero viendo la inutilidad de su intento, mandó azotarla con varas y látigos con bolitas de plomo, encerrándola luego en la cárcel durante once días, sin alimento ni bebida.

Pero la esposa de Maximino y Porfirio, general de sus ejércitos, fueron a la prisión para ver a la joven virgen. Persuadidos por sus discursos, creyeron en Jesucristo, recibiendo luego la corona del martirio. Mientras, Catalina fue sacada de la cárcel, donde había preparada una rueda con agudas cuchillas para despedazar el cuerpo de la virgen, y que, a sus oraciones, se hizo añicos; fueron muchas las personas que en vista de este milagro abrazaron la fe. Pero Maximino, obstinado cada vez más en su impiedad y crueldad, mandó decapitar a Catalina, quien presentó su cerviz al hacha del verdugo, y voló al cielo con el doble galardón de la virginidad y del martirio, el 25 de noviembre. Su cuerpo fue transportado por los ángeles al monte Sinaí, en Arabia.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 14 al 20 de noviembre

DIA 14 DE NOVIEMBRE: SAN JOSAFAT.

Josafat Koncewicz nació de nobles y católicos padres en Vadimir, Volinia. Siendo muy niño, y estando escuchando ante una imagen de Jesús crucificado una explicación de su madre sobre la Pasión de Jesucristo, un dardo salido del lado del Salvador vino a herirle en el corazón. Abrasado en el amor de Dios, se consagró con fervor a la oración y a otros ejercicios de piedad, siendo un modelo para los mayores que él. Ingresó en el claustro a los 20 años, abrazó la vida monástica entre los religiosos de la Orden de S. Basilio, y progresó mucho en la perfección evangélica. Andaba descalzo a pesar del invierno en aquellas comarcas; no probaba nunca la carne y sólo por obediencia bebía vino; castigó su cuerpo hasta el fin de su vida, con un aspérrimo cilicio. Mantuvo intacta la flor de la virginidad, habiéndose obligado con voto ofrecido en su adolescencia a la Virgen Madre de Dios. No tardando en extenderse la fama de su ciencia y virtud encargósele, siendo muy joven, la dirección del monasterio de Bythen; poco después llegó a ser Archimandrita de Vilna y luego, a pesar suyo, pero a instancias de los católicos, fue arzobispo de Folotsk.

Con esta dignidad, Josafat no cambió el modo de vida que antes llevaba y tomó a pecho sólo favorecer el culto divino y la salvación del rebaño a él confiado. Defensor de la verdad de la unidad católica, procuró el retorno de los cismáticos y herejes a la comunión con la cátedra de San Pedro. Respecto al Papa y a la plenitud de su autoridad, siempre tomó su defensa contra las calumnias y los errores de los impíos, ya en discursos, o en escritos llenos de piedad y doctrina. Reivindicó la jurisdicción episcopal y los bienes de la Iglesia que los laicos habían usurpado. Un gran número de herejes fueron atraídos por él al seno maternal de la Iglesia, y respecto a la unión de la Iglesia griega con la latina, las declaraciones de los Papas atestiguan que Josafat fue uno de sus principales promotores. Para este fin, como para el esplendor debido a los edificios sagrados, y para edificar casas para las vírgenes consagradas a Dios, y para sostener otras obras pías, dio las rentas de su mesa episcopal. Su liberalidad para con los indigentes fue tanta, que, cierto día, no encontrando nada para aliviar la miseria de una pobre viuda, empeñó su manto episcopal.

El incremento que se siguió de la fe católica excitó el odio de hombres corrompidos, que conspiraron para asesinar a este atleta de Cristo. En un sermón predijo a su pueblo lo que estaba a punto de suceder. Mientras se dirigía a Vitebsk en una visita pastoral, estos enemigos irrumpieron en el palacio episcopal, hiriendo y asesinando a los que encontraron. Josafat, con admirable dulzura se presentó ante los que le buscaban, y en tono amical les dijo: Amados hijos, ¿por qué maltratáis a mis servidores? Si me buscáis a mí, aquí me tenéis. Los asesinos se precipitaron sobre él, le abrumaron a golpes y le atravesaron con sus armas; tras darle muerte de un hachazo arrojaron su cadáver al río. Sucedió esto el doce de noviembre del año 1623, teniendo Josafat 43 años. Su cuerpo, que despedía un fulgor maravilloso, fue sacado del fondo del río. Los asesinos del Mártir fueron los primeros en sentir los efectos saludables de su sangriento martirio, pues, condenados a muerte, abjuraron el cisma, y reconocieron la enormidad de su crimen. Y como el santo obispo se hiciera célebre por numerosos milagros, el Papa Urbano VIII le beatificó. Pío IX, tres días antes de las calendas de julio del año 1867, con ocasión de las fiestas solemnes de los centenarios de los Príncipes de los Apóstoles, en presencia del colegio de cardenales, y de unos 500 más patriarcas, metropolitanos y obispos de todos los ritos de todas partes del mundo, reunido en la basílica del Vaticano con todos ellos, canonizó al primer cristiano oriental para mantener la unidad de la Iglesia. El Sumo Pontífice, León XIII, extendió su Misa y Oficio a toda la Iglesia.

15 DE NOVIEMBRE: SAN ALBERTO

Alberto, al cual su gran ciencia valió el sobrenombre de Grande, nació en Lavingen, sobre el Danubio, en Suabia. Desde su infancia recibió una educación esmerada. Después se expatrió por razón de estudios, a Padua, donde por consejo del beato Jordán pidió la admisión en la familia dominicana a pesar de la oposición de su tío. Allí se consagró totalmente a Dios y se distinguió por su fidelidad a la Regla, por su piedad y por el ardor de una devoción filial y tierna a la Virgen María. Dispuso su vida anteponiendo la oración al estudio; y se hizo idóneo para predicar la palabra divina y procurar la salvación de las almas, tal como lo exigía la profesión apostólica que había abrazado. Al poco tiempo fue enviado a Colonia para completar sus estudios, e hizo tales progresos que superó a todos por su diligencia en la investigación y en el fomento de casi todas las ciencias, y tan bien penetró la ciencia de salvación bebida en la fuente de las divinas Escrituras, que, según Alejandro IV, poseía en su alma toda su vigorosa plenitud.

Para que pudiese hacer participes a los demás de los tesoros de las ciencias, fue nombrado profesor de Hildesheim y después de Friburgo, Ratisbona y Estrasburgo. Fue objeto de la admiración como maestro de teología en la universidad de París. Demostró la concordia entre la fe y la filosofía antigua al ordenar a esta última a los rectos dictámenes de la razón. Escribió exposiciones y numerosos escritos, que versan sobre casi todas las ciencias, y prueban los progresos que su espíritu ardiente y su aplicación infatigable imprimieron a todas ellas, y sobre todo a las ciencias sagradas. Volvió otra vez a Colonia para dirigir la escuela superior de su Orden y lo hizo con tanto éxito, que su autoridad y su reputación científica fue cada día en aumento en todas las escuelas. Amó especialmente a su discípulo Tomás de Aquino, del cual fue el primero en notar y anunciar la profundidad intelectual. La pía devoción al Santísimo Sacramento del Altar le inspiró bellísimos escritos, y por sus enseñanzas acerca de la mística facilitó a las almas sus caminos con tanta eficacia, que el celo fructuoso de este gran maestro difundió la piedad en toda la Iglesia.

Mientras desempeñaba funciones tan numerosas y importantes, daba también ejemplos magníficos de perfección religiosa, y por ello sus hermanos lo eligieron Prior de la provincia teutónica. Llamado a Anagni, confundió ante el papa Alejandro IV a Guillermo, cuya impía audacia atacaba las órdenes mendicantes. El mismo papa lo creó poco después obispo de Ratisbona, y Alberto se consagró enteramente a su rebaño procurando, a la vez, con gran cuidado no modificar en un ápice la simplicidad de su tenor de vida ni su amor a la pobreza. Renunció después a su cargo, pero con la disposición de continuar con la misma solicitud los trabajos propios del oficio episcopal, y así ejercitó los ministerios espirituales en la Germania y países limítrofes. Daba justos y saludables consejos con gran solicitud a los que se los pedían y procuró con tanto empeño dirimir las querellas, que no sólo la ciudad de Colonia reconoció en él un mediador pacífico, sino que hasta los prelados y los príncipes le llamaron de muy lejos para que fuera árbitro en sus diferencias. Alberto recibió de San Luis, rey de Francia, reliquias de la Pasión de Cristo, hacia la cual tenía una particular devoción. En el segundo concilio de Lyon hubo de solucionar asuntos de gran importancia. Obligado, en fin, por la edad a renunciar a la enseñanza, se entregó a la vida contemplativa y entró en el gozo del Señor en el año 1280. Muchas diócesis y la Orden de Predicadores, con la autorización de los Soberanos Pontífices, le habían tributado desde mucho tiempo honores sagrados, cuando el papa Pío XI confirmando el voto de la Sagrada Congregación de Ritos, extendió a la Iglesia universal la fiesta de San Alberto Magno, después de haberle concedido el título de Doctor.

16 DE NOVIEMBRE: SANTA GERTRUDIS.

Nació de padres nobles en Eisleben (Sajonia). Gertrudis, desde la edad de 5 años, consagró a Jesucristo su persona y su virginidad en el monasterio benedictino de Rodesdorf. Desde entonces se consideró extranjera a las cosas de este mundo, y se aplicó con celo a la práctica de la virtud, llevando una vida celestial. Al conocimiento de las letras unía la ciencia de las cosas divinas, cuya meditación la excitaba a la virtud y por la cual, en poco tiempo, adquirió la perfección cristiana. Gertrudis hablaba con frecuencia y con píos sentimientos de Cristo y de los misterios de su vida, no pensando sino en la gloria de Dios, al cual refería todos sus deseos y acciones. Aunque Dios le había favorecido con dones excelentes en el orden de la naturaleza y de la gracia, Gertrudis se tenía en tan poco que consideraba como uno de los principales milagros de la divina bondad el que Dios la soportara a pesar de ser ella una pecadora.

A los 30 años fue escogida para gobernar, primero el monasterio de Rodesdorf en el que había abrazado la vida religiosa, y después el de Heldelfs. Durante 40 años desempeñó su cargo con tanta prudencia y celo por la disciplina regular, que su monasterio pareció el asilo de la perfección religiosa. En aquellas dos comunidades, aunque madre y superiora de todas las religiosas, quería ser considerada como la última, humillándose como si lo fuera. Para entregarse a Dios con espíritu libre, mortificaba su cuerpo con ayunos, vigilias y muchas austeridades. Con igualdad de ánimo, no dejó de mostrar una inocencia de vida, una dulzura y una paciencia muy grandes. Trató con todas sus fuerzas de procurar la salud del prójimo, y recogió muchos frutos de su piadosa solicitud. La fuerza del amor a Dios la arrebataba en éxtasis, y le mereció ser elevada a un grado alto de contemplación y al gozo de la unión divina.

Queriendo Jesucristo mostrar el mérito de su amada esposa, declaró que el corazón de Gertrudis era para Él como una habitación llena de delicias. Gertrudis honraba con singular devoción a la gloriosa Virgen María, que el mismo Jesús le había dado por madre y protectora, recibiendo de ella gran número de mercedes. El adorable sacramento de la Eucaristía y la Pasión del Señor la penetraban de tal amor y reconocimiento, que al meditarlas derramaba abundantes lágrimas. Cada día aliviaba con sus oraciones y sufragios a las almas de los justos condenados a las llamas expiatorias. Gertrudis compuso numerosos escritos aptos para fomentar la piedad. También ha sido célebre por sus revelaciones y por sus profecías. En fin, reducida a un estado de languidez, más por su ardiente amor a Dios que por enfermedad, murió en el año 1292. Dios la glorificó con milagros tanto en vida como después de su muerte.

                                                                                              Del Breviario Romano.

Santos de la Semana del 7 al 13 de noviembre

10 DE NOVIEMBRE: SAN ANDRES AVELINO.

Andrés Avelino, llamado antes Lancelote, nació en un pueblo llamado Castronuovo, en Lucania. Desde niño dio indicios de su futura santidad. En su adolescencia hubo de ausentarse de la casa paterna para dedicarse al estudio de las letras, y en edad peligrosa de la vida, procuró no perder nunca de vista el temor de Dios: principio de toda sabiduría. Unió a su belleza física, un gran amor a la castidad, que le movió a librarse de las asechanzas de las mujeres impúdicas. Adscrito muy pronto a la milicia clerical, se dirigió a Nápoles para estudiar el derecho, obteniendo el título de doctor. Habiendo sido elevado al sacerdocio, ejerció la abogacía sólo en el fuero eclesiástico y en favor de algunos particulares, como preceptúan los sagrados cánones. Más como cierto día, al defender un pleito, profirió una mentira leve, y habiendo abierto la Sagrada Escritura, leyera las siguientes palabras: La boca mentirosa mata el alma, fue tanto el dolor que le causó su falta, que resolvió abandonar inmediatamente su profesión. Entonces se consagró al culto divino y a los sagrados ministerios, en los que mereció, por sus plecaros y eminentes ejemplos en todas las virtudes eclesiásticas, que el arzobispo de Nápoles le confiara la dirección de un convento de religiosas. Habiéndose atraído en este cargo el odio de algunos hombres perversos, pudo escapar ileso a un primer atentado contra su vida; pero poco después un asesino le causó tres heridas en el rostro, sin que esta injuria turbara la igualdad de su alma. El vivo deseo de llevar una vida más perfecta le hizo solicitar su admisión entre los Clérigos regulares; anhelo que fue atendido, obteniendo, además, que se le impusiera el nombre de Andrés, por su ardiente amor a la cruz.

Habiendo emprendido gozoso una vida más austera, se aplicó sobre todo al ejercicio de las virtudes, al cual se obligó con dos votos de difícil observancia: el de combatir siempre su propia voluntad y el de avanzar cada día más en el camino de la perfección. Fiel observador de la regla, Andrés tuvo gran cuidado de que los demás también la observaran cuando fue su superior. El tiempo que le dejaban libre el cargo de su instituto y la observancia de la regla, lo consagraba a la oración y a la salvación de las almas. Su prudencia y piedad resplandecieron en el ministerio de la confesión. Recorría, como ministro del Evangelio, los pueblos y aldeas cercanas a Nápoles, con gran provecho de las almas. El Señor se complació en glorificar, hasta con prodigios, esta caridad del santo hombre con el prójimo, pues volviendo un día a su casa en una noche, luego de oír la confesión de un enfermo, la lluvia y el viento huracanado apagaron la luz que facilitaba su marcha; pero no sólo él y sus compañeros no se mojaron nada, sino que su cuerpo proyectó un resplandor que guió a sus compañeros en medio de las más densas tinieblas. La práctica de la abstinencia, la paciencia, el desprecio y el odio de sí, le llevó a la perfección de estas virtudes. Soportó, sin turbación, el asesinato de su sobrino, y reprimió en los suyos los impulsos de venganza, yendo a implorar por los culpables la clemencia y favor de los jueces.

Propagó en diversos lugares la Orden de los Clérigos regulares, de los cuales fundó conventos en Plasencia y en Milán. Dos cardenales, San Carlos Borromeo y Pablo de Arezo, Clérigo regular, le profesaban gran afecto, y recurrieron a sus servicios en el ejercicio de su cargo pastoral. Andrés amaba y honraba con predilección a la Virgen, Madre de Dios, y mereció gozar de la conversación con los ángeles, cuyos cánticos manifestó haber oído mientras él mismo celebraba las divinas alabanzas. Tras haber dado ejemplos heroicos de virtudes y de adquirir gran celebridad por el don de profecía, por el que veía sucesos lejanos o futuros, y por la penetración de los corazones, lleno de años y agotado por los trabajos, sufrió un ataque de apoplejía en el momento en que, tras repetir el verso: “Me acercaré al altar de mi Dios”, iba a subir al altar para celebrar, y habiéndole administrado en seguida los sacramentos, Andrés expiró con gran dulzura entre los suyos. Acude a venerar su cuerpo, aun en nuestros días, en la iglesia de San Pablo, en Nápoles, un concurso de pueblo tan grande como en el día de su inhumación. Y por el fulgor de los milagros que obró en vida y después de su muerte, el soberano pontífice Clemente XI le inscribió en el catálogo de los santos con las solemnidades acostumbradas.

DIA 11 DE NOVIEMBRE: SAN MARTIN OBISPO DE TOURS.

Martín natural de Sabaría, Pannonia, huyó a la iglesia, contra la voluntad de sus padres, a la edad de 10 años, para inscribirse como catecúmeno. Habiendo ingresado a los 15 años en la milicia romana, sirvió en ella bajo Constantino y después bajo Juliano. En una ocasión en que no poseía sino sus armas y la ropa que le cubría, un pobre le pidió, cerca de Amiens, limosna en nombre de Cristo, y Martín le dio una parte de su clámide. En la noche siguiente, apareciósele Jesucristo, revestido con esta media capa, diciendo: Martín, simple catecúmeno me ha abrigado con este vestido.

A los 18 años recibió el bautismo. Por lo cual, abandonando la vida militar, pasó al lado de Hilario, Obispo de Poitiers, quien lo recibió en el número de los acólitos. Siendo más adelante Obispo de Tours, edificó un monasterio, en donde vivió algún tiempo muy santamente en compañía de ochenta monjes. Cayó muy enfermo de calenturas, en Candes, pueblo de su diócesis, y no cesaba de rogar a Dios que le librara de la prisión de este cuerpo mortal. Al oírle sus discípulos le dijeron: Padre, ¿por qué nos abandonas? ¿A quién dejarás al cuidado de tus pobres hijos? Y conmovido Martín, rogaba a Dios en esta forma: Oh Señor, si todavía soy necesario a tu pueblo, no rehúso el trabajo.

Viendo sus discípulos que a pesar de la fiebre, continuaba acostado en posición supina y sin cesar en sus oraciones, rogáronle que cambiara de posición y que descansara inclinándose un poco hasta que disminuyera el mal. Pero Martín les dijo: Dejadme mirar al cielo más bien que a la tierra, para que mi alma, a punto de volar al Señor, se dirija hacia el camino que debe seguir. Próximo a morir, vio al enemigo del género humano, y le dijo: ¿Qué haces aquí, bestia cruel? Nada encontrarás en mí que te pertenezca. Y con estas palabras, entregó su alma a Dios, a la edad de 81 años. El coro de ángeles le recibió en el cielo; varios, entre ellos, San Severino, Obispo de Colonia, oyeron cantar las divinas alabanzas.

11 DE NOVIEMBRE: SAN MENAS MARTIR

En la persecución de Diocleciano y Maximiano, emperadores, Menas, soldado cristiano, natural de Egipto, se había retirado al desierto para hacer penitencia. En el día del natalicio de los emperadores, que el pueblo celebraba con espectáculos, entró en el teatro y se pronunció contra las supersticiones paganas. Por ello fue preso y conducido a Cotyea, metrópoli de la Frigia, gobernada por Pirro. Tras haber sido azotado con unas correas, le atormentaron en el caballete, le quemaron con ascuas los costados, frotaron sus llagas con un cilicio, le arrastraron ligado de pies y manos sobre un zarzo erizado de puntas de hierro, le hirieron pegándole con azotes de plomo, y por fin, le acabaron con la espada y le arrojaron al fuego. Retirado de allí su cuerpo, e inhumado por los cristianos, fue trasladado a Constantinopla.

12 DE NOVIEMBRE: SAN MARTIN PAPA.

Martín, natural de Todi, Umbría, se esforzó desde el principio de su pontificado, mediante sus cartas y los legados que envió, en conducir de los errores de la herejía a la verdad de la fe católica a Paulo, Patriarca de Constantinopla. Apoyado éste por el emperador hereje Constante, había llegado en su locura al extremo de desterrar a diversas islas a los legados de la Santa Sede. El Papa, indignado ante este crimen, le condenó en un concilio que se celebró en Roma con asistencia de ciento cinco Obispos.

Por esta causa, envió Constante a Italia al exarca Olimpio con la orden de hacer matar al Papa Martín o de conducirlo a su presencia. Habiendo Olimpio llegado a Roma, mandó a un lictor dar muerte al Papa mientras celebrara la misa en la basílica de Santa María la Mayor; ocurrió empero, que al proponerse este satélite ejecutar la orden, quedó de repente ciego.

Desde entonces cayeron varias desgracias sobre el emperador Constante; pero éste no se enmendó y envió a Teodoro Calíope a Roma con orden de apoderarse del Papa, el cual fue preso valiéndose de un engaño, conducido a Constantinopla y desterrado desde allí al Quersoneso, donde abrumado por los males que había padecido por la fe católica, y habiéndose distinguido por varios milagros, murió el 12 de noviembre. Más tarde, su cuerpo fue trasladado a Roma y depositado en la iglesia consagrada a Dios bajo la advocación de San Silvestre y San Martín. Gobernó la Iglesia 6 años, 1 mes y 26 días. En dos ordenaciones efectuadas en el mes de diciembre, ordenó a 11 presbíteros y a 5 diáconos, y consagró a 33 obispos de diversos lugares.

Del Breviario Romano.