Misa del XIX Domingo después de Pentecostés

TEXTOS DE LA MISA

INTROITO Salmo 36, 39-40, 28. 77,1.

YO SOY LA SALVACIÓN del pueblo, dice el Señor; Yo les oiré cuando clamen a mí en sus tribulaciones; y seré su Dios eternamente. V/.  Pueblo mío, guarda mi ley; inclinad vuestra oído a las palabras de mi boca. V/. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre,  por los siglos de los siglos. Amén. 

COLECTA

DIOS omnipotente y misericordioso, aparta benignamente de nosotros todo lo que sea nocivo; para que, estando libres en el alma y en el cuerpo, cumplamos fácilmente tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén. 

EPÍSTOLA Efesios 4, 23-28

Lección de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios

Hermanos: renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. Por lo tanto, dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros. Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que el sol no se ponga sobre vuestra ira. No deis ocasión al diablo. El ladrón, que no robe más; sino que se fatigue trabajando honradamente con sus propias manos para poder repartir con el que lo necesita. 

GRADUAL Salmo 140, 2

SUBA mi oración, Señor, como incienso, en tu presencia. V/. El alzar de mis manos, como ofrenda de la tarde. 

ALELUYA Salmo 104, 1

ALELUYA, ALELUYA. V/. Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas a los pueblos. Aleluya. 

EVANGELIO Mateo 22, 1-14

Continuación del Santo Evangelio según San Mateo.

En aquel tiempo: Volvió a hablarles Jesús en parábolas, a los príncipes de los sacerdotes y fariseos, diciendo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».

Se dice Credo.

OFERTORIO Salmo 137, 7

SI ME HALLASE, Señor, en medio de muchas tribulaciones, tú me darás vida; y extenderás tu mano sobre mis enemigos y tu poder me salvará. 

SECRETA

HAZ, SEÑOR, que estos dones que te hemos ofrecido ante la mirada de tu presencia, nos alcancen la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios. 

PREFACIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

EN VERDAD es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz: 

COMUNIÓN Salmo 118, 4-5

TÚ ORDENAS, Señor, que guardemos cuidadosamente tus mandatos. ¡Ojalá enderece yo mis caminos guardando tus  preceptos! 

POSCOMUNIÓN

TU ACCIÓN medicinal, Señor, nos libre benignamente de nuestras maldades y haga que siempre estemos adheridos a tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén. 

MISA EN LATIN

TEXTOS DE LA MISA

INTROITO Salmo 36, 39-40, 28. 77,1.

SALUS PÓPULI ego sum, dicit Dóminus: de quacúmque tribulatióne clamáverint ad me, exáudiam eos: et ero illórum Dóminus in perpétuum. V/. Atténdite, pópule meus, legem meam: inclináte aurem vestram in verba oris mei. V/. Glória Patri et Filio et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio et nunc et semper, et in saecula saeculorum. Amén 

COLECTA

OMNÍPOTENS et miséricors Deus, univérsa nobis adversántia propitiátus exclúde: ut mente et córpore páriter expedíti, quæ tua sunt, líberis méntibus exsequámur. Per Dominum Jesum Christum, Filium Tuum, qui Tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen. 

EPÍSTOLA Efesios 4, 23-28

LÉCTIO EPÍSTOLÆ BEÁTI PAULI APÓSTOLI AD EPHESIOS.

Fratres: Renovámini spíritu mentis vestræ, et indúite novum hóminem, qui secúndum Deum creátus est in justítia et sanctitáte veritátis. Propter quod deponéntes mendácium, loquímini veritátem unusquísque cum proximo suo: quóniam sumus ínvicem membra. Irascímini et nolíte peccáre: sol non óccidat super iracúndiam vestram. Nolíte locum dare diábolo: qui furabátur, iam non furétur; magis autem labóret, operándo mánibus suis, quod bonum est, ut hábeat unde tríbuat necessitátem patiénti.

GRADUAL Salmo 140, 2

DIRIGÁTUR orátio mea, sicut incénsum in conspéctu tuo, Dómine. V/. Elevátio mánuum meárum sacrifícium vespertínum. 

ALELUYA Salmo 104, 1

ALLELÚIA, ALLELÚIA. V/. Confitémini Dómino, et invocáte nomen ejus: annuntiát inter gentes ópera ejus. Allelúia. 

EVANGELIO Mateo 22, 1-14

SEQUÉNTIA SANCTI EVANGÉLII SECÚNDUM MATTHǼUM.

In illo témpore: Loquebátur Jesus princípibus sacerdótum et pharisǽis in parábolis, dicens: «Simile factum est regnum cælórum hómini regi qui fecit núptias filio suo. Et misit servos suos vocáre invitátos ad núptias et nolébant veníre. Iterum misit álios servos dicens: ‘Dicite invitátis: Ecce prándium meum parávi, tauri mei et altília occisa sunt, et ómnia paráta: veníte ad núptias.’ Illi autem negléxerunt: et abiérunt álius in villam suam, álius vero ad negotiatiónem suam: réliqui vero tenuérunt servos eius et contuméliia afféctos occidérunt. Rex autem cum audísset, irátus est et missis exercítibus suis pérdidit homicídas illos, et civitátem illórum succéndit. Tunc ait servis suis: Núptiæ quidem parátæ sunt, sed qui invitáti erant non fuerunt digni. Ite ergo ad éxitus viárum et quoscúmque invenéritis vocáte ad núptias.’ Et egréssi servi eius in vias, congregavérunt omnes, quos invenérunt, malos et bonos: et implétæ sunt núptiæ discumbéntium. Intrávit autem rex, ut vidéret discumbéntes, et vidit ibi hóminem non vestítum veste nuptiáli. Et ait illi: ‘Amíce, quómodo huc intrásti non habens vestem nuptiálem?’ At ille obmútuit. Tunc dixit rex minístris: «Ligátis mánibus et pedibus eius, et míttite eum in ténebras exterióres: ibi erit fletus et stridor déntium. Multi enim sunt vocáti, pauci vero elécti.'».

Se dice Credo.

OFERTORIO Salmo 137, 7

SI AMBULÁVERO in médio tribulatiónis, vivificábis me, Dómine: et super iram inimicórum meórum exténdes manum tuam, et salvum me fáciet déxtera tua. 

SECRETA

HÆC MÚNERA, quǽsumus, Dómine, quæ óculis tuæ majestátis offérimus, salutária nobis esse concéde. Per Dominum Jesum Christum, Filium Tuum, qui Tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus.

PREFACIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

VERE DIGNUM et iustum est, æquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus: Qui cum unigénito Fílio tuo, et Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua gloria, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia discretiónis sentimus. Ut in confessióne veræ sempiternáeque Deitátis, et in persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in majestáte adorétur æquálitas. Quam laudant Angeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non cessant clamáre quotídie, una voce dicéntes: 

COMUNIÓN Salmo 118, 4-5

TU MANDÁSTI mandáta tua custodíri nimis: útinam dirigántur viæ meæ, ad custodiéndas justificatiónes tuas. 

POSCOMUNIÓN

TUA NOS, Dómine, medicinális operátio, et a nostris perversitátibus cleménter expédiat, et tuis semper fáciat inhærére mandátis. Per Dominum Jesum Christum, Filium Tuum, qui Tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen.

Santos del 17 al 23 de octubre

17 DE OCTUBRE: SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE

Margarita María Alacoque, nacida en la diócesis de Autun, de padres honorables, mostró desde su infancia indicios de su santidad futura. Ardiendo en amor a la Virgen, Madre de Dios y al augusto sacramento de la Eucaristía, hizo, muy joven, voto de virginidad, con el deseo de consagrar su vida a adquirir las virtudes cristianas. Se delitaba entregándose largo tiempo a la oración y a la contemplación de las cosas celestiales, en el desprecio de sí misma, practicando la paciencia en las adversidades, en la mortificación corporal y en la caridad con el prójimo, sobre todo con los indigentes; y se aplicaba a reproducir los santísimos ejemplos del divino Redentor.

Ingresó en la Orden de la Visitación, señalándose por su fervor en la vida religiosa. Fue favorecida por Dios con la gracia de una altísima oración, con otros dones sobrenaturales y frecuentes visiones. La más célebre tuvo lugar hallándose en oración ante el Santísimo Sacramento. Se le apareció Jesús, mostrándole en su pecho entreabierto su Corazón rodeado de llamas y coronado de espinas; le mandó, a impulso de su ardiente caridad y para reparación de las injurias de los hombres ingratos, que se ocupara en instituir una fiesta pública en honor de su Corazón, prometiéndole premiar esta devoción con grandes recompensas sacadas de los celestiales tesoros. Vacilante, pues se consideraba incapaz de tal empresa, la animó el Salvador, y le señaló por director a un hombre de eximia santidad, Claudio de la Colombiere, y la alentó con la esperanza de los grandes beneficios que se seguirían para la Iglesia del culto al Corazón divino.

Margarita se esforzó en cumplir con diligencia las órdenes del Redentor. No le faltaron molestias y amargas vejaciones por parte de los que reputaban sus afirmaciones como efecto de su imaginación, contradicciones que sobrellevó con paciencia, teniéndolas como ganancias espirituales, y convencida de que los oprobios y sufrimientos la ayudarían a convertirse en víctima agradable a Dios y a obtener de Él mayores auxilios para la realización de su proyecto. Tras haber difundido el perfume de la perfección religiosa, y alcanzado en la contemplación de los bienes celestiales una unión cada día más íntima con el celestial Esposo, voló a su presencia en el año 1690, a los 43 años. Resplandeciendo con sus milagros, fue canonizada por Benedicto XV; y Pío XI extendió su Oficio a la toda la Iglesia.

19 DE OCTUBRE: SAN PEDRO DE ALCANTARA

Pedro, nacido de padres nobles en Alcántara, España, mostró desde niño indicios de su santidad. A los 16 años ingresó en la Orden de Frailes Menores, siendo un modelo de las virtudes. Ejerció por obediencia el ministerio de la predicación, conduciendo a muchos cristianos de los desórdenes del vicio a la penitencia. Deseoso de restablecer en la pureza la primitiva observancia del Instituto franciscano, para lo cual confiaba en el auxilio divino y contaba con la aprobación de la autoridad apostólica, fundó cerca de Pedrosa un pequeño convento muy pobre, donde inauguró un método de vida austerísimo, que se propagó en grado admirable por diversas regiones de España, y en las Indias. Ayudó a Santa Teresa, cuyo espíritu había probado, a establecer la reforma del Carmelo. Habiendo sabido esta santa por revelación divina que lo que pidiera en nombre de Pedro le sería otorgado, acostumbraba a encomendarse a sus oraciones y darle, aun en vida, el nombre de santo.

Con la mayor humildad se substraía a los favores de los príncipes, que le consultaban, y rehusó ser el confesor de Carlos V. Observante estricto de la pobreza, se contentaba con una sola túnica, la peor de todas. Era tan delicado respecto a la pureza, que no permitió que el hermano que le servía en su última enfermedad le tocara. Redujo su cuerpo a servidumbre por sus continuas vigilias, ayunos y disciplinas, así como por el frío, la desnudez y toda clase de rigores, habiendo hecho pacto con él de no darle reposo en este mundo. El amor de Dios y del prójimo de que su corazón estaba lleno, llegaba a veces a inflamarle en tan vivos ardores, que le obligaban a salir de su celda a campo raso, para mitigar con el frescor del aire el fuego que le consumía.

Levantado a un grado tan alto de contemplación, su alma se alimentaba de tal manera en ella, que le aconteció alguna vez pasar varios días sin tomar ningún alimento ni bebida. Se le vio con frecuencia elevado en el aire con singular resplandor. Atravesó a pie ríos caudalosos. En una época de gran carestía, alimentó a sus hermanos con un alimento celestial. En otra ocasión, de un bastón que clavó en el suelo brotó una verde higuera; y en una noche en que, yendo de camino, entró en una casucha arruinada y desprovista de techo, la nieve se mantuvo suspendida en el aire, sirviéndole de techo, librándole de sucumbir bajo su peso. Santa Teresa atestigua que tenía el don de profecía y del discernimiento de espíritus. Por último, en la hora por él predicha, confortado por una visión y por la presencia de algunos santos, voló a reunirse con el Señor, a los 63 años. En ese mismo momento, Santa Teresa, que se encontraba en lugar lejano, vio cómo era llevado al cielo. Apareciósele enseguida, exclamando: Oh bienaventurada penitencia, que me ha valido una gloria tan grande. Célebre por los muchos milagros obrados tras su muerte, fue canonizado por Clemente IX.

20 DE OCTUBRE: SAN JUAN CANCIO.

Nació Juan en Kenty, diócesis de Cracovia, de donde le provino el sobrenombre de Cancio. Sus padres, Estanislao y Ana, eran piadosos y honorables. Su gravedad, dulzura e inocencia, hicieron esperar, ya desde su infancia, el elevado grado de virtud que alcanzaría. Después de cursar filosofía y teología en la universidad de Cracovia y de graduarse, fue profesor en la misma muchos años; no contentándose con ilustrar a sus oyentes por medio de las sagradas doctrinas que les explicaba, les enardecía en celo para las obras buenas con la palabra y el ejemplo. Ordenado sacerdote, procuró con diligencia y sin descuidar el estudio, adelantar en la perfección cristiana. Deploraba las ofensas de que Dios era objeto, por lo cual trataba de desviar la cólera divina de sí y del pueblo, celebrando cada día con muchas lágrimas el sacrificio de la Misa. Gobernó ejemplarmente la parroquia de Ilkusi, pero la turbación que le causaba el ver las almas en peligro, le movió a abandonarla para reintegrarse a la enseñanza, invitado por la Academia.

Del tiempo que le dejaba libre el estudio, consagraba una parte a trabajar por la salvación del prójimo por la predicación, y lo restante a la oración, en la cual, según se refiere, tuvo algunas veces visiones y comunicaciones celestiales. El pensamiento de la Pasión de Cristo le conmovía tanto, que pasaba noches enteras en su meditación, y que emprendió para familiarizarse más con ella una peregrinación a Jerusalén. Allí, deseando el martirio, no vaciló en predicar a Cristo crucificado aun a musulmanes. Cuatro veces viajó a Roma al sepulcro de los santos Apóstoles, viajando a pie y cargado él mismo con todo su equipaje. Iba allí a venerar la Sede Apostólica, de la cual era muy devoto, y para abreviar, según decía, las penas de su purgatorio con la remisión de los pecados ofrecida allí todos los días a los fieles. En un viaje le despojaron de todo, y al preguntarle si llevaba algo más, respondió negativamente; pero recordando, cuando ya huían los ladrones que le quedaban algunas monedas de oro cosidas al manto, les llamó para ofrecérselas; admirados de tanta simplicidad, le devolvieron todo cuanto le habían robado. Para que nadie lastimase la reputación del prójimo, grabó sobre el muro de su habitación, como San Agustín, unos versos que constituyeran una advertencia para sí y para los visitantes. Alimentaba a los hambrientos con manjares de su mesa, y vestía a los desnudos, no sólo con las ropas que les compraba, sino despojándose a veces de sus propios vestidos y calzado. Dejaba entonces caer su manto hasta el suelo para que nadie le viera llegar descalzo.

Dormía poco y en el suelo; por vestido y sustento usaba sólo lo imprescindible para cubrir el cuerpo y sostener sus fuerzas. Protegió su virginidad, cual lirio entre abrojos, con un áspero cilicio, ayunos y disciplinas; guardó los treinta y cinco años últimos de su vida, una abstinencia de carnes. Por último, lleno de méritos y anciano, después de haberse preparado cuidadosamente para la muerte, cuya proximidad sentía, distribuyó todo cuanto le quedaba entre los pobres, para romper todo lazo con este mundo. Y llegada la vigilia de Navidad, confortado con los sacramentos de la Iglesia y deseando reunirse con Cristo, aquel hombre ilustre por los milagros que obró en vida y después de su muerte, voló al cielo. Así que hubo entregado su alma, lleváronle a la iglesia de Santa Ana, vecina de la Universidad, donde fue sepultado honoríficamente. Aumentando de día en día la veneración hacia él y la afluencia de fieles a su sepulcro, en Polonia y Lituania se le venera como a uno de sus principales patronos. En vista de los nuevos milagros que vinieron a aumentar su gloria, el papa Clemente XIII, en el día 17º de las calendas de agosto del año 1767, le canonizó.

21 DE OCTUBRE: SAN HILARIO.

Hilarión, hijo de padres infieles, nacido en Tabatha (Palestina), fue enviado para sus estudios a Alejandría, donde se distinguió por su virtud y talento. Habiendo abrazado la religión cristiana, progresó admirablemente en la fe y en la caridad. Asistía con frecuencia a la iglesia, era asiduo en la oración y en el ayuno, y despreciaba todos los alicientes de la voluptuosidad y la ambición de los bienes. Era a la sazón muy célebre en Egipto el nombre de San Antonio; y deseoso Hilarión de verle, se dirigió al desierto, pasando en su compañía dos meses, durante los cuales estudió su género de vida. De vuelta a su casa, y habiendo muerto sus padres, distribuyó sus bienes entre los pobres. No había cumplido aún los 15 años cuando volvió al desierto, haciendo allí una cabaña en la que apenas cabía, y en ella dormía en el suelo. Nunca quiso lavar o cambiar el saco que le cubría, ya que decía que es cosa superflua buscar la limpieza en un cilicio. Dedicaba largo tiempo a leer y meditar las sagradas Letras. Se alimentaba con unos pocos higos y con el jugo de las hierbas, y sólo después de la puesta del sol. Su castidad y humildad eran perfectas. Con éstas y otras virtudes venció multitud de tentaciones del diablo, y arrojó los demonios de los cuerpos de muchas personas de distintas partes del mundo. Tras haber construido varios monasterios y siendo célebre por sus muchos milagros, cayó enfermo a la edad de 80 años. Cuando mayor era la violencia del mal, exclamaba: Sal, alma mía, ¿qué te acobarda?, ¿por qué vacilas? Casi setenta años ha que sirves a Jesucristo, ¿y temes morir? Con estas palabras, expiró.

Del Breviario Romano

7 de octubre: Santisima Virgen del Rosario

Cuando la impía herejía Albigense se extendía por la región de Tolosa, arraigando cada vez más profundamente, Santo Domingo, que acababa de fundar la Orden de Predicadores, se consagró a extirparla. Para conseguirlo con mayor eficacia, imploró con asiduas oraciones el auxilio de la Santísima Virgen, cuyo honor atacaban los impúdicos herejes, y a quien se ha dado poder para destruir todas las herejías en el mundo. Y habiéndole recomendado la Virgen (según atestigua la tradición), que predicara a los pueblos el Rosario, como singular auxilio contra las herejías y los vicios, lo hizo con fervor y gran éxito. El Rosario es una forma especial de oración que consta de quince decenas de Avemarías, separada una decena de la otra por la Oración dominical, y cada una de las cuales presenta a nuestras meditaciones uno de los principales misterios de nuestra Redención. Así, pues, a Santo Domingo fue debida en aquellos días la divulgación y la propagación de aquella fórmula piadosa de plegaria. Y que él hubiese sido quien la instituyó, lo han afirmado con frecuencia los Papas en sus letras apostólicas.

Al Rosario hay que atribuir muchísimos favores obtenidos por el pueblo cristiano, entre los cuales es justo mencionar la victoria que el Papa San Pío V y los príncipes cristianos, enardecidos por sus exhortaciones, obtuvieron en el golfo de Lepanto sobre el poderosísimo tirano turco. Y en efecto; siendo el día en que se alcanzó esta victoria el mismo en que las cofradías del santísimo Rosario del mundo dirigen a María sus oraciones, a estas plegarias se atribuyó aquel triunfo. Así lo reconoció el Papa Gregorio XIII, el cual, para que en memoria de tan señalado beneficio se tributaran perennes acciones de gracias a la Santísima Virgen invocada por los fieles bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, concedió que en todas las iglesias en donde hubiese un altar del Rosario se celebrara a perpetuidad un Oficio con rito doble mayor; y otros Pontífices enriquecieron con muchas indulgencias el rezo del Rosario y a las Cofradías de este mismo nombre.

Clemente XI estaba persuadido de que debía atribuirse a esta oración la victoria del año 1716, en el reino de Hungría, sobre el gran ejército de los Turcos, por Carlos VI, emperador de los Romanos, ya que tuvo lugar en el día en que se celebraba la Dedicación de la Virgen de las Nieves, y en la hora en que habían organizado los cofrades del Santísimo Rosario unas solemnes rogativas públicas, con numerosa concurrencia y grandes muestras de devoción; pedían con fervor a los pies del Señor la derrota de los turcos, e imploraban el poderoso auxilio de la Virgen Madre de Dios a favor de los cristianos. Atendidas estas, Clemente XI creyó que debí atribuir a la protección de la Virgen Inmaculada esta victoria, lo mismo que el levantamiento del sitio de la isla de Corfú por los Turcos, ocurrido poco después. Para dejar de este beneficio perpetua memoria y gratitud, extendió a toda la Iglesia, con el mismo rito, la Fiesta del Santísimo Rosario. Benedicto XIII mandó consignar estas gracias en el Breviario Romano. León XIII, en tiempos tan turbulentos para la Iglesia, y ante el despliegue espantoso de males que desde tanto tiempo nos abruman, excitó a los fieles, en varias cartas apostólicas, a la devoción al Rosario de María, en especial que lo rezaran durante el mes de octubre. Elevó esta fiesta a un grado superior; añadió a las Letanías lauretanas la invocación: Reina del sacratísimo Rosario; y concedió a la Iglesia universal un Oficio propio para este día. Honremos sin cesar a la Santísima Madre de Dios con esta devoción que tanto le place; y Ella que tantas veces, al ser invocada con confianza por los fieles de Cristo mediante el Rosario, nos ha conseguido ver humillados a nuestros enemigos de la tierra, nos obtendrá el triunfo sobre los del infierno.

Del Breviario Romano

Santos de la semana del 3 al 9 de octubre

3 DE OCTUBRE: SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS

Teresa del Niño Jesús nació en Alencón, Francia, de padres que se distinguían por su singular piedad para con Dios. Prevenida por el Espíritu Santo, concibió desde niña el deseo de abrazar la vida religiosa; y prometió a Dios no negarle nada de cuanto le pareciera que Él le pedía; promesa que se esforzó en guardar hasta la hora de la muerte. Huérfana con sólo cinco años, se confió a la divina Providencia, bajo la vigilancia de su padre y de sus hermanas mayores; y con tales maestros, adelantó muy rápido por el camino de la perfección. A los nueve años, fue educada por las benedictinas de Lisieux; durante ese tiempo destacó en el conocimiento de las cosas divinas. A los diez años, sufrió una grave y misteriosa enfermedad, de la cual se vio libre, según refiere ella misma, gracias al auxilio de la Santísima Virgen, que se le apareció sonriente durante una novena dedicada a la advocación de Nuestra Señora de las Victorias. Con su espíritu lleno de fervor, se preparó con esmero para participar en el sagrado convite en que Jesucristo se da como alimento de nuestras almas.

Recibida la primera comunión, se manifestó en ella un hambre insaciable de este celestial alimento. Como inspirada, pedía a Jesús le trocara en amarguras todas las mundanas consolaciones. Y ardiendo en amor hacia nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia, no deseó en adelante otra cosa que ingresar en la Orden de las Carmelitas Descalzas, para poder, mediante su inmolación y sacrificios, venir en ayuda de los sacerdotes, los misioneros y de toda la Iglesia, y ganar muchas almas para Jesucristo, cosa que más tarde, próxima a morir, prometió seguir haciendo cuando se hallara cerca de Dios. Tuvo grandes dificultades para entrar en la vida religiosa, debido a su juventud, pero consiguió vencerlas con increíble fortaleza, y tuvo la dicha de entrar a los quince años en el Carmelo de Lisieux. Allí obró Dios admirables cosas en el corazón de Teresa, la cual, imitando la vida oculta de la Virgen María, produjo como fértil jardín las flores de todas las virtudes, y principalmente la de una eminente caridad para con Dios y con el prójimo.

Al leer en las Sagradas Escrituras esta invitación: El que sea pequeño, que venga a mí, deseando agradar más a Dios, quiso hacerse pequeña según el espíritu, y con una confianza del todo filial, se entregó para siempre a Dios como al más amante de los padres. Y este camino de la infancia espiritual, según la doctrina del Evangelio, lo enseñó a los demás, especialmente a las novicias, de cuya formación en las virtudes religiosas hubo de encargarse por obediencia; y de esta manera, llena de celo apostólico, mostró a un mundo henchido de soberbia y amador de la vanidad, el camino de la sencillez evangélica. Jesús, su Esposo, la enardeció con deseos de sufrir en el alma y en el cuerpo. Viendo, con gran dolor, que el amor de Dios es olvidado en todas partes, dos años antes de morir se ofreció como víctima al amor misericordioso de Dios. Se sintió, entonces, herida por una llama de celestes ardores. Por último, consumida por el amor, arrebatada y exclamando con gran fervor: ¡Oh Dios mío, yo os amo!, voló al encuentro del Esposo, el 30 de septiembre de 1897 a la edad de 24 años. La promesa que hizo al morir, de dejar caer sobre la tierra, a partir de su entrada en el cielo, una perpetua lluvia de rosas, la ha cumplido, y sigue cumpliéndola, con innumerables milagros. Por esto el Papa Pío XI la inscribió entre las Vírgenes Beatas, y dos años más tarde, con ocasión del gran Jubileo, la canonizó, declarándola especial Patrona de todos los misioneros.

4 DE OCTUBRE: SAN FRANCISCO DE ASIS

Francisco, natural de Asís, Umbría, se dedicó desde joven, a ejemplo de su padre, a ejercer el comercio. Un día en que, contra su costumbre, rechazó a un pobre que le pedía limosna por amor de Cristo, concibió tal contrición que le socorrió con largueza, y prometió a Dios no negar desde entonces a nadie la limosna que le pidiesen. Contrajo luego una grave enfermedad, y apenas restablecido, comenzó a entregarse con ardor a la práctica de la caridad, en cuyo ejercicio aprovechó tanto, que por amor a la perfección evangélica entregaba a los pobres cuanto poseía. Indignado su padre por este proceder, le llevó ante el obispo de Asís para que, ante él, renunciara a su patrimonio. Francisco renunció a todo; hasta a sus vestidos, de los cuales se despojó, diciendo que en adelante podría exclamar con mayor razón: Padre nuestro que estás en los cielos.

Un día en que oyó leer este pasaje del Evangelio: “No llevéis oro ni plata, ni dinero alguno en vuestros bolsillos, ni alforja para el viaje, ni más de una túnica y un calzado, resolvió atenerse a esta regla en adelante. Y así, quitándose su calzado, contentándose con un solo vestido, y juntándose con otros doce compañeros, instituyó la Orden de religiosos Menores. En el año de gracia, 1209, vino a Roma, para que la Sede Apostólica confirmara la regla de dicha Orden. Inocencio III por de pronto rehusó su demanda; pero después de haber visto en sueños al mismo a quien desechara, sosteniendo sobre sus espaldas la basílica de Letrán que amenazaba ruina, mandó ir en busca de Francisco, y en una cordial entrevista aprobó todo el plan de su Instituto. Entonces envió Francisco hermanos por diversas partes del mundo a predicar el Evangelio de Cristo; en cuanto a él, deseoso del martirio, se embarcó en dirección a Siria; allí fue tratado por el Sultán con gran benignidad, pero como no consiguiera sus deseos, regresó a Italia.

Luego de edificar muchas casas de su Orden, se refugió en la soledad del monte Alvernia, donde habiendo comenzado un ayuno de cuarenta días en honor de San Miguel Arcángel, se le apareció, en el día de la Exaltación de la Santa Cruz, un Serafín que, entre sus alas, mostraba la efigie del Crucificado, y que dejó impresas en las manos, pies y costado de Francisco las señales de los clavos. San Buenaventura nos dice que él mismo oyó referir este hecho al papa Alejandro IV en un sermón, como testigo de vista. Estas muestras del inmenso amor que Cristo le tenía, atrajéronle la admiración de todas las gentes. Dos años después, enfermó gravemente, y quiso que le llevaran a la iglesia de Santa María de los Ángeles para entregar su espíritu allí mismo donde Dios le comunicó el espíritu de gracia; y allí, en el día cuarto anterior a las nonas de octubre, después de exhortar a los hermanos a la pobreza, a la paciencia y a la fe en la santa Iglesia romana, exhaló su alma al pronunciar el versículo: Los justos están en expectación hasta que me recompenses, del Salmo: Alcé mi voz para clamar al Señor. Resplandeciendo por sus milagros, fue canonizado por el Papa Gregorio IX.

6 DE OCTUBRE: SAN BRUNO.

Bruno, fundador de la Orden cartujana, nació en Colonia. Desde su infancia dio tales muestras de su futura santidad en la gravedad de su porte y en el cuidado con que se apartaba, ayudado de la divina gracia, de los juegos propios de la edad, que ya podía vislumbrarse en él al futuro padre de los monjes y restaurador de la vida anacorética. Sus padres, ilustres por su prosapia y sus virtudes, le enviaron a París, donde sus progresos en el estudio de la filosofía y de la teología le granjearon el título de doctor en las dos disciplinas; poco después, sus virtudes le merecieron un canonicato en la Iglesia de Reims.

Tras unos años, junto con otros seis compañeros, se propuso renunciar al mundo, presentándose a San Hugo, Obispo de Grenoble; el cual, al conocer la causa de su venida, entendió que los siete habían sido simbolizados por las siete estrellas que en sueños había visto caer a sus pies aquella misma noche, y por ello les cedió unos ásperos montes, llamados Cartujanos, acompañando a Bruno y a sus compañeros a aquel desierto, en donde el santo se ejercitó durante algunos años en la vida eremítica; llamado por Urbano II, que había sido su discípulo, marchó a Roma. Allí, con sus consejos y doctrina ayudó algunos años al Papa en medio de las grandes calamidades que afligían a la Iglesia, hasta que, renunciando al arzobispado de Regio, obtuvo del Papa la licencia de partir.

Bruno pudo entonces, en su amor a la vida solitaria, retirarse a un desierto cerca de Esquilache, Calabria. Y aconteció que yendo de caza Rogelio, conde de aquel país, descubrió por los ladridos de los perros la cueva en que Bruno estaba orando, e impresionado por la santidad del anacoreta, empezó a honrar y a favorecer en gran manera a él y a sus discípulos. Esta liberalidad no quedó sin recompensa, pues con ocasión del sitio que el mismo Rogelio puso a Capua, y de la traición que había maquinado contra él uno de sus oficiales llamado Sergio, Bruno, que vivía aún en aquel desierto, le reveló en sueños lo que ocurría, salvando así a su bienhechor de un peligro inminente. Por último, colmado de méritos y de virtudes, e ilustre por su ciencia, murió en el Señor, y fue sepultado en el monasterio de San Esteban, construido por el mismo Rogelio, donde aún hoy recibe los honores del culto.

Del Breviario Romano