Croisset. Domingo después de la Ascensión

El domingo comprendido dentro de la octava de la Ascensión es una continuación de la solemnidad y de la celebración de este glorioso misterio; todo lo que se dice en el oficio y en la Misa tiene relación con él. Escuchad, oh Dios mío, los clamores que os dirijo en este lugar de destierro, en donde no puedo hacer otra cosa que gemir después que os habeis ausentado. Perdiéndoos de vista, he perdido todo mi consuelo; pero sabiendo que estáis en el cielo., siento que se aumenta mi confianza. Vos sabéis la ternura de mi corazón para con un esposo tal como vos; los suspiros de una esposa tal como yo no pueden dejar de moveros y de enterneceros. En medio de una tierra extranjera, expuesta á todos los tiros de mis enemigos, agitada sin cesar por mil borrascas, hecha presa de las más violentas tempestades, entre el fuego de , las n1ás furiosas persecuciones, nada temo porque vos sois todo mi auxilio, mi apoyo y mi fortaleza; vos, no abandonareis jamás a vuestra amada esposa y nunca os haréis sordo á sus ruegos y a sus votos. Mi corazón, en defecto de mi voz, os ha expuesto muchas veces mis peticiones; mis ojos, que os buscan, como naturalmente, en mis necesidades, se han fijado en vos; yo no cesaré, Señor, de implorar vuestra asistencia. Yo no puedo contemplaros, divino Esposo mío, sino en el cielo: allí también es adonde se dirigen todos mis deseos; allí es donde se dirigen todas mis miradas; no apartéis de mi vuestros ojos ni rechacéis mi oración.

Este salmo lo compuso David en medio del mayor fuego de la persecución. Perseguido aquel religioso príncipe acérrimamente por Saúl, se mantuvo siempre intrépido en medio de los mayores peligros, apoyado en su confianza en Dios y en la seguridad que tenia de que el Señor no podía faltar a sus promesas. El Señor me instruye con sus consejos, dice, él vela en mi conservación, ¿qué es lo que yo tengo que temer? ¿Qué es lo que puede dañarme? Ninguna cosa conviene mejor a la Iglesia, que, estando todavía, inmediatamente después de la ascensión del Salvador, como en la cuna, parecía tenerlo todo que temer de la nube de enemigos que la rodeaban y que como, otras tantas bestias feroces, parecía que la debían tragar en su nacimiento; pero habiéndole prometido el Señor que en todos tiempos velaría por su conservación, nada tiene que temer.

La Epístola de la Misa de esté día esta tomada de la primera de San Pedro, en la que este santo Apóstol hace un admirable compendio de las principales virtudes cristianas. Es esta una lección práctica a todos los fieles en que les da reglas de conducta, enseñándoles a vivir según el espíritu de Jesucristo y las máximas del Evangelio. Esta instrucción es muy a propósito para la circunstancia del tiempo. No teniendo ya visiblemente consigo los fieles a su buen Maestro y no habiendo descendido todavía sobre ellos el Espíritu Santo, la Iglesia suplía a los dos con los avisos espirituales que les da por medio de esta Epístola, en la cual el apóstol San Pedro exhorta a los fieles a que usen de precaución, de sabiduría y moderación en todas las cosas; a que insten en la oración; que se amen entre si; que mutuamente se correspondan con todo género de deberes de caridad y de atención; en fin, a que cuanto, le sean posible no obren ni hablen sino según el espíritu de Dios.

Conducíos prudentemente en todo, dice el Santo Apóstol, y no os contentéis con orar durante el día, pasad también en oración una parte de la noche. Acababa San Pedro de decirles que la muerte, que es el fin de todas las cosas con respecto á cada un o en particular, estaba próxima. Que siendo la vida tan corta y tan incierta como es, debia1nos considerar cada uno de nuestros días corno el último y vivir en cada uno como querríamos haber vivido en aquella última hora; observad, pues, les dice , una conducta prudente y verdaderamente cristiana; sed sobrios, templados, irreprensibles y mortificados. No os adormezcais jamás en el negocio de vuestra salvación; es demasiado importante y de muy grande consecuencia para descuidarlo, y pues que no sabéis que día ni a qué hora debe venir el Señor, velad sin cesar á fin de que estéis prontos para abrirle en el momento que llame. No ceséis de orar, y a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo pasad también una parte de la noche en oración. Este es el tiempo mas a propósito para recibir los grandes favores del Padre de las misericordias. Pero sobre todo, añade, tened entre vosotros una caridad mutua que nunca se resfríe, porque la caridad cubre innumerables pecados. Este fuego sagrado consume, por decirlo así, la herrumbre de nuestra. alma y sirve en gran manera para purificarla de sus manchas, alcanzándola del Señor el perdón de sus pecados. Vosotros sabéis que el precepto favorito del Salvador, y el que debe, por decirlo así, caracterizar a sus discípulos, es la caridad mutua. Este es mi precepto, que os améis mútua1nente como yo os he amado. Poseyendo esta virtud, puede decirse que poseéis lo que muy pronto poseeréis todas las de1nas, porque la caridad es paciente, bondadosa, dulce, indulgente; lejos de echar en cara a su prójimo sus defectos, ni de hacer de ellos un motivo de queja o de murmuración, los sufre y los excusa; en lugar de publicarlos, los encubre y querría con todo su corazón sustraerlos al conocimiento del público. La caridad no es envidiosa, no piensa n1al de  nadie y hace bien a todos. Uno de los principales efectos de la caridad, continúa San Pedro, es la hospitalidad con los hermanos y con los extraños.

Como todos los primeros cristianos estaban abrasados de una caridad muy pura y muy ardiente, se distinguían tanto por la hospitalidad con todo el mundo, que  en los primeros siglos los mismos paganos no los designaban sino diciendo de ellos que eran gentes que recibían del modo más caritativo y más gracioso a todos los extranjeros. Este mismo espíritu es el que conduce a los ordenes religiosos más .antiguos que reciben aún á los pasajeros con una cordialidad tan caritativa. Añade todavía San Pedro: Sin dar muestra alguna de disgusto; para prevenir a aquellas almas naturalmente avaras e interesadas, que cuando se ofrece la ocasión ejercitan la caridad, reciben también a los extranjeros, hacen limosna: pero con. un aire tan poco grato, con palabras tan poco obligantes, con rostro tan adusto, que se nota bien que su caridad es imperfecta y mezquina. No solo debe aparecer vuestra caridad en la parte que debéis dar a los demás en vuestros bienes temporales, sino que, como buenos ecónomos de los diversos bienes temporales, debéis comunicarlos con tanta mayor facilidad y celo, cuanto que los bienes espirituales son mucho más provechosos. En los primeros tiempos de la Iglesia se comunicaba el Espíritu Santo sus dones sobrenaturales a cada uno de los fieles según su voluntad: a los unos el espíritu de profecía, otros el don de lenguas; a este el don de curar las enfermedades, a aquel el discernimiento de los espíritus; a otros, en fin, el don de consejo. Estos dones del Espíritu Santo  se proclaman gracias gratuitas, se conceden principalmente en utilidad del prójimo, y sería obrar contra la intención del que es autor de ellas sepultarlas en algún modo dentro de día mismo y hacer inútiles los dones que debemos los hombres derramar con la misma liberalidad con que Dios se los ha comunicado; y no siendo los dueños de ellos, sino los simples dispensadores, deben emplearlos según la voluntad de aquel de quien los han recibido.

Reduce el Apóstol todos estos dones del Espíritu Santo al ministerio de la palabra y de la acción; si alguno había dice, ya para explicar los misterios divinos y las verdades del cristianismo en la predicación, ya que instruir a los neófitos y a los catecúmenos en la doctrina cristiana y las máximas del Evangelio, ya para consolar á los hermanos en sus aflicciones, ya para hablar las lenguas o interpretarlas, haga todo esto como si Dios hablase por su boca. Acuérdese que no es palabra suya la que predica, sino la de Dios. Nosotros, decía San Pablo, no somos como muchos que corrompen la palabra de Dios; nosotros hablamos de parte de Dios, delante de Dios, en Jesucristo. Esta misma instrucción da aquí San Pedro a los fieles, singularmente a los que se han encargado del ministerio de la palabra de Dios. Bella lección para los predicadores que se predican a si mismos y que no tienen otras miras que agradar y ser aplaudidos. Que deslumbrados con el falso brillo de una vana elocuencia, no estudian más que en có1no han de deslumbrar a los que -deberían mover y convertir. De aquí -tantos discursos floridos y tan pocas predicaciones cristianas; de aquí aquella elocuencia estudiada sin unción y sin fruto. Si alguno está encargado de algún ministerio, ejérzalo como por la virtud que Dios comunica; de suerte que Dios sea honrado en todas las cosas por Jesucristo nuestro Señor. Habla el Apóstol de los ministerios eclesiásticos en general, y aún de las obras de caridad y de los servicios que los legos pueden hacer a los pobres. Cada uno ha recibido de Dios su propio don; empléelo, pues, cada uno conforme a su vocación y según el orden de sus superiores. Desempeñe su ministerio con un celo puro, ardiente y desinteresado; llene todos los deberes de él con puntualidad y con un espíritu de religión; no busque más que la gloria de Dios sin ningún retorno sobre si mismo; en fin, concluye el santo Apóstol, comportaos de una manera tan prudente, tan caritativa, tan irreprensible y tan cristiana, que todos los que os vieren queden edificados y alaben al Señor. La vida de un cristiano debe hacer el elogio del cristianismo; y la santidad, sobre todo de los ministros de Jesucristo, debe ser una de las pruebas mas brillantes y mas sensibles de la verdad de nuestra religión. El Evangelio de este día no tiene menos relación que la Epístola con las circunstancias del tiempo y de la festividad. Su asunto es el fin del admirable discurso que hizo el Salvador a sus apóstoles después de la última cena.

Acababa el Hijo de Dios de hacer una descripción razonada y circunstanciada de todo lo que había hecho en favor de los judíos para probarles que era su Salvador y su Dios, su Rey y su Mesías; acababa de decir que les había demostrado invenciblemente, por la santidad de su vida, por la autenticidad de sus milagros, por la pureza de su doctrina y por los oráculos de los profetas, que él era el que les había sido prometido y que no debían esperar otro que a él que tantas maravillas tan extraordinarias que, según el testimonio de los profetas, estaban reservadas sólo al Mesías, condenaban su ceguera, que sin esto hubiera sido perdonable; ellos me han visto, añade el Salvador, Ellos me han oído en cien ocasiones, y lejos de creer en mi y de seguirme, se han coligado contra mi y contra mi Padre; pero era necesario que cumpliesen lo que dice uno de los libros de su ley: ellos me han aborrecido sin motivo, me han perseguido por pura malicia. Si ellos, piles, me han tratado así a mi, no debéis esperar que os traten de otra manera; pero nada temáis, del cielo os vendrá un auxilio poderoso. Yo os enviaré el Espíritu Santo para que os consuele en todas vuestras aflicciones, os fortifique en todos los combates a que os expusieren y os defienda de las persecuciones más violentas. Yo os enviaré este Espíritu consolador, porque él procede igualmente del Padre y de mi, y recibe de los dos, por su procesión, la divinidad, la cual no se divide en las tres personas. Cuando hubiere venido este Consolador, que yo os enviaré del seno del Padre, Espíritu de verdad que procede del Padre. No añade el Salvador que procede del Padre y de mi, no obstante que sea verdad que procede igualmente del Hijo · que del Padre, porque se acomoda a la manera de concebir tan grosera todavía de sus apóstoles; no hubiera hecho más que confundir sus ideas, si en este pasaje les hubiese dicho que el Espíritu Santo procedía de él como del Padre. Rabia probado bastante esta verdad en todo lo que había dicho para establecer su divinidad, y singularmente diciéndoles que él mismo les enviaría este Espíritu consolador; daba bastante á entender en esto que, guardada la debida  proporción, el Espíritu Santo era con respecto a él, y con respecto a su Padre, lo que un hijo en orden al que lo engendró; esto es , que emanaba del uno y del otro en su manera del modo inefable y que no es posible conocer sin que con las luces del mismo Espíritu Santo. Cuando viniere, pues, este Espíritu, dará testimonio de mi tanto por los prodigios que obrará, como por las luces, que comunicará a los fieles sobre las verdades que os he anunciado. Convencerá a los judíos de injusticia, de infidelidad y de pecado y a todos los hombres de mi divinidad y de mi soberano poder. Vosotros que seréis instruidos por este divino Maestro, y que desde que yo, he comenzado a darme a conocer a los hombres habéis estado conmigo, publicareis como fieles testigos mi doctrina y mis obras, por toda la tierra.

Os he prevenido de todas estas cosas como necesarias-para precaveros contra las persecuciones, no sea que cuando llegaren os inmutéis y sean para vosotros ocasiones de escándalo. Os he hablado del odio que os tendrá el mundo, os he predicho, todo lo que debe sucederos, a fin de que estéis preparados para soportar los malos tratamientos que tendréis que sufrir. Mis enemigos, que por lo mismo lo serán vuestros, no se contentarán con arrojaros de sus sinagogas y trataros como excomulgados, como impíos y hombre sin religión, les cegará la pasión hasta tal punto que los que empaparon sus manos sacrílegas en vuestra sangre creerán hacer un sacrificio agradable a Dios. Como por una obstinación nacida de un error voluntario y por pura malicia que los tiene furiosos, no quieren conocer a mi Padre ni a mí; por esto ultrajaran cruelmente a los que sean como vosotros. Harán profesión de ser siervos fieles del Hijo y del padre. Pero cuando los vierais más encarnizados, os bastará para no temerles el acordaos de que el Maestro a quien servís os ha predicho todas las cosas; que nada les es desconocido y que nos ha empeñado en su servicio para soportar todos los peligros que estaban anejos y que tendrás que padecer en él. Yo he previsto todo y más que os sucederá y os he dicho que cuidaré  de enviaros el Espíritu consolador; que no solo os dará el ánimo y la fortaleza necesarios para sufrir todos los tormentos, sino que os hará sentir una dulce alegría y así soportar todas las penas. Por lo demás, os he hablado de este modo a fin de que deciros todo lo que os va su suceder.

Jesucristo anuncia a los discípulos todos los males que deben sufrir por haberse unido a él y de este modo sabe hacérseles fieles.

Entre los griegos se llama este día el domingo de los trescientos dieciocho Padres del Concilio de Nicea, porque han elegido este día móvil para honrar su memoria, a más de la fiesta que hacen en día fijo de año, que es el décimo del mes de julio.

Llámase entre los latinos y principalmente en Roma, el domingo de las Rosas porque ordinariamente empiezan a florecer las rosas, que se echaban en la iglesia en la que se hacía la estación de los fieles en este día sobre todo cuando el Papa oficiaba en ella. Esta denominación puede haber tenido también un motivo y sentido espiritual y alegórico. El Evangelio promete las flores por decirlo así, de los consuelos más dulces en medio de las espinas más punzantes y más espesas. Las rosas nacen y se dilatan en medio de las espinas; así los discípulos de Jesucristo entre las adversidades y las cruces gozan de la alegría más pura y del placer más exquisito.

Croisset, el Año Litúrgico.

Padres del desierto 4

26. Contaba abba Daniel que unos hermanos que se dirigían a la Tebaida en busca de lino, dijeron: “Aprovechemos la ocasión para visitar a abba Arsenio”. Abba Alejandro dijo entonces al anciano: “Hermanos que vienen de Alejandría desean verte”. Le dijo el anciano: “Pregúntales por qué razón han venido”. Supo que iban a la Tebaida a buscar lino y se lo dijo al anciano. Dijo éste: “En verdad, no verán el rostro de Arsenio, pues no han venido por mí, sino por su trabajo. Hazlos descansar y despídelos en paz, diciéndoles que el anciano no los puede recibir”.

27. Fue un hermano a la celda de abba Arsenio en Escete, y mientras esperaba a la puerta, vio al anciano todo como de fuego -­‐era el hermano digno de ver esto-­‐. Cuando llamó, salió el anciano, y vio al hermano que estaba sorprendido. Le dijo: “¿Hace mucho que estás llamando? ¿Has visto acaso algo?”. Le respondió: “No”. Y después de hablar con él, lo despidió.

28. Mientras abba Arsenio vivía en Canopo, vino desde Roma para verlo una virgen de familia senatorial, muy rica y temerosa de Dios. Fue recibida por Teófilo, el arzobispo, al cual rogó que convenciera al anciano para que la recibiera. Acudió adonde él estaba y lo invitó, diciendo: “Una mujer, de rango senatorial, ha venido desde Roma y desea verte”. Pero el anciano no accedió a ir a su encuentro. Cuando se lo dijeron a ella, mandó ensillar los asnos, diciendo: “Confío en Dios que lo he de ver. No he venido a ver un hombre, porque hay muchos hombres en nuestra ciudad; he venido a ver a un profeta”. Al llegar cerca de la celda del anciano, se encontró con él, que estaba fuera de la celda por divina disposición. Cuando lo vio, ella se prosternó a sus pies. Pero él la levantó airado y, mirándola, le dijo: “Si quieres ver mi rostro, míralo aquí”. Ella, en cambio, no miraba su cara por vergüenza. Le dijo el anciano: “¿No habías oído acerca de mi ocupación? Debías haberlo tenido en cuenta. ¿Cómo osaste emprender semejante travesía? ¿No sabes acaso que eres mujer, y que no conviene que vayas a cualquier sitio? ¿O es que, cuando vuelvas a Roma, dirás a las demás mujeres: He visto a Arsenio, y se convertirá el mar en camino para las mujeres que vendrán hasta mí?”. Dijo ella: “Si el Señor lo quiere, no permitiré que venga nadie. Pero ruega por mí y recuérdame siempre”. Él le respondió: “Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón”. Al oír esto, ella se retiró conmovida. Llegó a la ciudad y por la tarde cayó con fiebre. Mandó decir al bienaventurado Teófilo, el arzobispo, que estaba enferma. Acudió él donde se encontraba la mujer, y le pedía que le dijese la causa de su enfermedad. Le respondió: “Ojalá no hubiese venido nunca. Porque le pedí al anciano: Acuérdate de mí, y me respondió: Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón. Entonces yo muero de tristeza”. Le dijo el arzobispo: “¿No sabes que eres mujer, y que por medio de las mujeres ataca el enemigo a los santos? Por eso el anciano habló de esa manera. Por tu alma, empero, rezará siempre”. De este modo curó su pensamiento, y ella volvió a su casa con alegría.

29. Contaba abba Daniel acerca de abba Arsenio que una vez fue donde él un magistrado, para llevarle el testamento de un senador de su familia, que le había dejado una cuantiosa herencia. Lo tomó y quiso desgarrarlo. El magistrado se echó a sus pies, diciendo: “Te ruego que no lo desgarres, porque me cortarán la cabeza”. Le dijo abba Arsenio: “Éste ha muerto ahora, yo he muerto antes que él”. Le devolvió el testamento y no quiso recibir nada.

30. Decían de él que, la tarde del sábado, al comenzar el domingo, dejaba el sol a su espalda y extendía sus manos hacia el cielo, en oración, hasta que nuevamente el sol iluminaba su rostro. Entonces, se sentaba.

31. Decían de abba Arsenio y de abba Teodoro de Ferme, que odiaban la gloria de los hombres más que los demás. Pues mientras abba Arsenio no veía fácilmente a nadie, abba Teodoro los veía, pero era como una espada.

32. Cuando abba Arsenio habitaba en las regiones inferiores, fue tentado y pensó abandonar la celda. Sin tomar nada de lo suyo, se dirigió adonde estaban sus discípulos Alejandro y Zoilo, de Farán. Dijo a Alejandro: “Levántate y sube a la nave”. Así lo hizo. Dijo a Zoilo: “Acompáñame hasta el río y busca una nave que me lleve hasta Alejandría; después embárcate tú también y ve hasta donde esté tu hermano”. Zoilo, preocupado por estas palabras, guardó silencio. Se separaron. Cuando el anciano llegó a la región de Alejandría enfermó gravemente. Sus discípulos se decían: “Acaso uno de nosotros ha entristecido al anciano, y por esto se ha alejado de nosotros” Pero no encontraban nada en ellos, ni una desobediencia. Cuando el anciano curó, dijo: “Iré a ver a mis padres”. Navegó hasta Petra, donde estaban sus discípulos. Estaba cerca del río cuando una esclava etíope tocó su melota. El anciano la reprendió, pero ella le dijo: “Si eres monje, vete a la montaña”. En esto, llegaron adonde él estaba Alejandro y Zoilo. Cuando ellos se echaron a sus pies, también se prosternó el anciano ante ellos, y lloraban todos. Les dijo el anciano: “¿No supieron que estuve enfermo?”. Respondieron: “Sí”. Les dijo el anciano: “¿Y por qué no vinieron a verme?”. Abba Alejandro le respondió: “Tu alejamiento de nosotros no fue provechoso, y no benefició a muchos, que decían: Si no hubieran desobedecido al anciano, no se habría alejado de ellos”. Les dijo: «De nuevo dirán los hombres: “No encontró la paloma reposo para sus pies, y volvió a Noé, al Arca” (Gn 8,9). De este modo se reconciliaron, y él permaneció con ellos hasta la muerte.



33. Dijo abba Daniel: «Abba Arsenio nos contó, como tratándose de otro, pero en realidad se trataba de él, que estando un anciano en su celda, le llegó una voz que le dijo: “Ven, y te mostraré los trabajos de los hombres”. Se levantó y fue con él. Lo llevó a cierto lugar donde vio un negro cortando leña para formar un haz grande. Quería llevarlo, pero no podía, y en lugar de quitar algunos leños, seguía cortando y lo agregaba al haz. Hizo esto muchas veces. Avanzando otro poco le mostró un hombre que estaba junto a un lago, del que sacaba agua y la echaba en un recipiente agujereado, y el agua volvía al lago. Después le dijo: “Ven, te mostraré otra cosa”. Y vio un templo y dos hombres montados a caballo y llevando un tirante de madera atravesado, el uno frente al otro, que intentaban pasar por la puerta, pero no podían, porque estaba atravesada la madera. Ninguno de ellos quiso ponerse atrás del otro, para llevar derecho el madero, y por eso quedaron fuera de la puerta. “Estos son, le dijo, los que llevan con soberbia el yugo de la justicia, y no se humillaron para corregirse y marchar por el camino humilde de Cristo; por eso, permanecen fuera del Reino de Dios. El que cortaba leña es un hombre lleno de pecados, que, en lugar de arrepentirse, agrega más iniquidades sobre sus pecados. Y el que sacaba agua, es un hombre que hace obras buenas, pero mezcladas con las malas, y por eso pierde también sus buenas obras. Es necesario que todo hombre vigile sobre su trabajo para no esforzarse en vano”».

34. Contaba el mismo que cierto día vinieron algunos padres desde Alejandría para ver a abba Arsenio. Uno de ellos era tío de Timoteo el anciano, arzobispo de Alejandría, llamado el pobre, y traía consigo a uno de sus sobrinos. Estaba enfermo el anciano y no quiso recibirlos, para que no vinieran también otros y lo molestasen. Se encontraba entonces en Petra de Troe. Ellos se volvieron afligidos. Mas hubo una invasión de los bárbaros y él fue a habitar en la región inferior (del Nilo). Cuando supieron, volvieron a visitarle y el anciano los recibió con alegría. Un hermano que estaba con ellos le dijo: “¿Sabes, abba, que fuimos hasta Troe para estar contigo y no nos recibiste?”. Respondió el anciano. “Ustedes han comido pan y bebido agua; pero yo, hijo, en verdad que no he probado pan ni agua, ni me he sentado, para castigarme, hasta que pensé que habían llegado de regreso a su casa, porque se habían fatigado por mí. Perdónenme, hermanos”. Y se fueron consolados.

35. Decía el mismo: «Me llamó un día abba Arsenio y me dijo: “Conforta a tu padre, para que cuando vayas al Señor, él a su vez te conforte a ti, y tú te encuentres bien”».

36. Contaban de abba Arsenio que cuando estaba enfermo en Escete, el presbítero lo llevó a la iglesia y lo hizo acostar sobre un colchón con una pequeña almohada bajo la cabeza. Uno de los ancianos que fue a visitarlo, lo vio sobre un colchón y con la almohada bajo la cabeza, y escandalizado dijo: “¿Es éste abba Arsenio? ¿De este modo se acuesta?”. Lo llevó aparte el presbítero y le dijo: “¿Cuál era tu trabajo en la aldea?”. Respondió: “Era pastor”. Le preguntó: “¿Cómo vivías?”. Respondió: “Vivía con mucho sacrificio”. Le dijo: “¿Cómo vives ahora en la celda?”. Respondió: “Con mayor descanso”. Le dijo entonces el presbítero: ¿”Ves a abba Arsenio? Cuando estaba en el mundo era como el padre de los emperadores, y lo atendían miles de servidores con cinturones de oro, y llevando todos collares de oro y vestiduras de seda. Bajo sus pies había tapices preciosos. Tú eras pastor y no tenías en el mundo el descanso que tienes ahora; pero éste tenía en el mundo el lujo, y no lo tiene aquí. Mientras tú estás en la consolación, él sufre”. Al oír esto, se arrepintió y pidió perdón, diciendo: “Perdóname, padre, porque he pecado. En verdad, éste es el verdadero camino, que ha llevado a este hombre a la humildad; a mí, empero, me ha traído al descanso”. Y se alejó el anciano, después de recibir mucho provecho.

37. Uno de los padres fue a ver a abba Arsenio. Cuando llamó a la puerta abrió el anciano, creyendo que era uno de los que lo servían. Al ver a otro, se echó con el rostro en tierra. Le dijo: “Levántate, abba, para que te salude”. Le respondió el anciano: “No me levantaré hasta que te hayas marchado”. Y aunque se lo rogó con insistencia, no se levantó hasta que se hubo ido.

38. Decían que un hermano fue a ver a abba Arsenio, en Escete, y al llegar, pedía a los clérigos para verlo. Ellos le dijeron: “Descansa un poco, hermano, y lo verás”. Él respondió: “No tomaré nada antes de verlo”. Enviaron con él un hermano para que lo acompañase, porque su celda estaba distante. Llamaron a la puerta y entraron, y después de saludar al anciano se sentaron en silencio. Dijo el hermano de la iglesia (que lo había acompañado): “Me retiro, rueguen por mí”. El hermano extranjero, que no tenía confianza con el anciano, dijo al hermano: “Me voy contigo”. Y ambos salieron. Le pidió entonces: “Llévame también adonde está abba Moisés, el que fue ladrón”. Cuando llegaron a su celda, él los recibió con alegría y los despidió después de haberlos atendido. Le dijo el hermano que lo había acompañado: “Te he llevado a ver al extranjero y al egipcio. ¿Cuál de los dos te gustó más?”. Respondió: “Me gustó el egipcio”. Uno de los padres oyó esto, y oró a Dios diciendo: “Señor, muéstrame la solución: puesto que uno huye por tu Nombre y el otro, por tu Nombre, recibe con los brazos abiertos”. Y le fueron mostradas dos grandes naves sobre el río, y vio a abba Arsenio y al Espíritu de Dios navegando en paz en una de ellas, y a abba Moisés con los ángeles de Dios navegando en la otra, alimentándolo con miel.

39. Decía abba Daniel: «Cuando estaba abba Arsenio a punto de morir, nos mandó decir: “No se preocupen en hacer ágapes por mí, porque si he hecho caridad (ágape) por mí, la volveré a encontrar”».

40. Cuando estaba por morir abba Arsenio, se turbaron sus discípulos. Él les dijo: “Todavía no ha llegado la hora. Cuando llegue la hora, se los lo diré. Seré juzgado con ustedes ante el terrible tribunal si dan mi cuerpo a alguien”. Le respondieron: “¿Qué haremos, porque no sabemos sepultar?”. Les dijo el anciano: “¿No saben atar una soga a mi pie y llevarme hasta la montaña?”. Esta era la palabra que repetía el anciano: “Arsenio, ¿por qué saliste del mundo? Mucha veces me he arrepentido de haber hablado, nunca de callar”. Cercana ya la muerte, lo vieron llorar los hermanos y le dijeron: “Es verdad que tú también tienes miedo, abba”. Él les dijo: “En verdad, el temor que tengo ahora, ha estado conmigo desde que me hice monje”. Y así murió.

41. Se decía de él que durante toda su vida, mientras estaba sentado para el trabajo manual, tenía un paño sobre el pecho (otros leen: una arruga en el pecho), por las lágrimas que caían de sus ojos. Cuando supo abba Pastor que había muerto, dijo llorando: “Bienaventurado eres, abba Arsenio, porque lloraste por ti en este mundo, porque el que no llora aquí, llorará eternamente más allá. Sea que lo hagamos aquí espontáneamente o allá por los tormentos, es imposible no llorar”.

42. Acerca del mismo relataba abba Daniel: “Nunca quiso hablar sobre cuestión alguna de la Escritura, aunque podía hacerlo si hubiera querido. Tampoco escribía cartas con facilidad. Cuando, de tanto en tanto, venía a la iglesia, se sentaba detrás de una columna, para que no viesen su rostro ni ver él a los demás. Tenía un aspecto angelical, como Jacob. Totalmente canoso, era de cuerpo elegante, delgado. Llevaba una larga barba hasta la cintura. Las pestañas se le habían caído de tanto llorar. Era alto, pero encorvado en la vejez. Alcanzó los noventa y cinco años. Estuvo en el palacio de Teodosio el grande, de divina memoria, cuarenta años, haciendo de padre a los divinos Arcadio y Honorio; en Escete estuvo otros cuarenta años, diez en Troe sobre Babilonia, hacia Menfis, y tres en Canopo de Alejandría. Los dos últimos años regresó a Troe, donde murió, acabando su carrera en la paz y el temor de Dios, porque era un varón bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe (Hch 11,24). Me dejó su túnica de piel, su camisa de cilicio blanca y sus sandalias de hoja de palmera. Aunque soy indigno, los llevo para que me bendiga”.

43. Contó también abba Daniel sobre abba Arsenio: «Llamó un día a mis padres, abba Alejandro y abba Zoilo, y postrándose ante ellos les dijo: “Los demonios me atacan, y no sé si me dominan durante el sueño, así que esforzaos esta noche conmigo y observen si me duermo durante la vigilia”. Desde el atardecer se sentaron uno a su derecha y otro a su izquierda, en silencio. Y decían mis padres: “Nosotros dormimos y nos despertamos, y no advertimos que él durmiese”. Al amanecer -­‐Dios sabe si lo simuló, para que nosotros creyésemos que había dormido, o si verdaderamente llegó el sueño-­‐, suspiró tres veces y se levantó enseguida, diciendo: “He dormido, ¿no es verdad?”. Y nosotros respondimos: “No sabemos”».

44. Fueron unos ancianos a ver a abba Arsenio, y le rogaron insistentemente que lo recibiese. Él les abrió la puerta, y ellos le pidieron que les hablase acerca de los que viven en la hesiquía y no se juntan con nadie. Le dijo el anciano: “Mientras la joven está en casa de su padre, muchos quieren casarse con ella. Pero cuando toma marido, ya no agrada a todos. Unos la desprecian, otros la alaban, y no es estimada como antes, cuando vivía oculta. Lo mismo vale para las cosas del alma; una vez que se divulgan, ya no pueden contentar a todos”.

 

             Apotegmas de los
Padres del Desierto