Vida de San Simonino de Trento. Parte I

                                           Vosotros, niños de Belén, no teneís la     

                                                               edad para creer en Cristo; pero teneís

                                                              la carne para padecer por Cristo

                                                               (San Agustín, a los Santos Inocentes)

No vamos a decir aquel ridículo aviso de que lo que se contará a continuación, podrá herir susceptibilidades y esas cosas (no estamos para esas sensiblerías sin fundamento alguno); pero la historia Real del pequeño Simonino nos deja completamente emocionados,  entristecidos y a la vez, rabiosos !.

Vayamos a Trento (Italia; sí, la misma ciudad del Santo Concilio de Trento) este día será un Viernes Santo; 23 de marzo y el siglo será el XV -año 1.475-

De estos dos píos padres: Andrés y María Unferdorben, nace el 27 de octubre de 1.472, el  gracioso bambino llamado Simonino. Crece fuerte, lleno de vida y muy querido en todo el vecindario. Esperaba a su padre, en la puerta de la cocina que daba a la calle, cuando éste retornaba del trabajo en el campo.

En todas las ciudades de la Italia de aquel tiempo, los judíos tenían sus guetos y en varios estados, lo toleraban. En la ciudad en donde nos situamos,  éste ocupaba tres casas alineadas sobre la parte septentrional de la calle del Mercado. En la primera planta se había instalado Samuele un rico hombre de negocios, con su mujer Brunetta, mujer de mucha capacidad comercial y el único hijo, Israel, casado con Anna, una judía de Brescia. En otras dependencias, vivían también dos sirvientes: Bonaventura que hacía de cocinero y Vitale como de la familia.

Por muchos años, tenia este Samuele, un viejo de más de ochenta años: Mosé que se pretendía como profeta y que naturalmente, en la Sinagoga tenia el primer puesto y, también vivía su hijo: Mohar con su mujer Anna y un hijo de éstos: Bonaventura. Todos judíos.

Tres casas más arriba del lugar, vivía Tobía, que se ocupaba “empíricamente” de medicina. Tenía en su casa a un joven de 19 años: Mosé. Por esos días, Tobía, hospedaba en su casa a un cierto pariente: Iof y un tal Israel (perverso e infame).

En otro callejón  vivía Ángelo, el tercer jefe de la casa del gueto Trentino. Con él, vivía su mujer de nombre Dolcetta, también estaba la madre de Ángelo y una hermana: Bonna. Completaba la familia el cocinero Isacco y Lazzaro.

En esta casa de Ángelo, había venido un tercer Mosé, para celebrar con sus cofrades, la pascua judía.

Recordad bien estos nombres, queridos lectores….

En el tiempo ( y en el lugar donde nos encontramos), los judíos tenían enseñanzas secretas que pasaban de generación en generación; enseñanzas supersticiosas contrarias a las mismas leyes de la naturaleza, basadas sobre el odio contra la religión de Nuestro Señor Jesucristo y del pueblo cristiano -igual que hoy día-, como la creencia en cualquier colonia judía, del uso de sangre cristiana, para purificar sus almas y volverse así gratos a  Yahvé en la celebración propia de la fiesta de la Pascua judía.

Convoca Samuel el 22 de marzo en la sinagoga a los cabecillas de su comunidad. Estaban Tobía (el “médico”), el viejo Mosé, Israel y su hijo y también Mohar; haciendo saber el primero que ya estaba todo preparado para la vigilia del grande Pesáh; que el pan ácimo era pronto, con gran provisión de pez y de carne para la fiesta; pero que faltaba solamente aquello que se recomendaba, es decir, la sangre de un  chiquillo cristiano para la purificación y completa celebración de la fiesta.

Y, el lobo Tobía         que conocía a todos, sale con el demonio en su alma encontrando al pequeño Simonino que esperaba al papá Andrés.  Con voz “graciosa” le dice que vaya con él, que tiene lindas cosas para darle. El inocente todo alegre, se dejó arrastrar por el raptor y cuando llegan a la desembocadura de la calle del Mercado, Tobía, lo envuelve en su mantel, lo ata a la altura de la axila, atraviesa la acequia y lo introduce en casa de Samuele y éste  se lo entrega a las mujeres de la casa. El niño asustado llama gimiendo a su mamá…Recordemos, que Simonino, tenia, solo 2 años y 4 meses.

La noche ya estaba por llegar y se preparaba a desahogar sobre un inocente niño cristiano, el odio al Divino Redentor y a su Santa Madre.

En tanto, el obispo  del principado tridentino  (Giovanni IV) había dado la orden al Podestá (que era como un primer magistrado en la Edad Media), de proveer todos los medios para la aparición del pequeño Simonino.

Sobre la plaza del municipio y de varios lugares de la ciudad, se escuchaba el tambor con el llamamiento de que si persona alguna retuviese o supiese de un cierto hijo de Andrés, curtidor de pieles y ciudadano de Trento, llevando el niño un vestidito oscuro y gris, que lo notificase.

Papá Andrés con otros vecinos: Masseo, Cipriano de Bornio y el agricultor Svaizer buscaron  con luz de velas hasta la noche, temiendo que el niño hubiese caído en el agua que entra en la fosa y termina con una reja como de palos. (Estas fosas  habían en todas las casas en la parte de la bodega o sótano y el agua pasaba por allí) .También en casa de los judíos, era de la misma manera.

Volvieron  el viernes santo a “drenar” todo el recorrido de  la acequia con el fin de hacer una búsqueda más escrupulosa; pero tampoco encontraron  nada.

Continuará en la parte 2ª.