Año liturgico. Cuarta parte.

Viernes Santo.-

Este es el día de solemne luto en la Iglesia, por la muerte del Señor. Se llama parasccve, que significa preparación, porque era en tiempo de, Jesucristo la preparación de las cosas para el sábado de Pascua, en que no se podía hacer nada por ser descanso. En este dia propiamente no hay Misa ninguna. La Misa que se celebra se llama Misa de los presantificados, porque en ella, en vez de consagración, que es necesaria para el sacrificio, se consume lo que se consagro o santifico el día antes, es decir, lo plantificado. Este Oficio o Misa es muy particular y totalmente distinta de otras Misas. AI salir el sacerdote con los ministros se tiene el altar desnudo. Los ministros se postran ante el altar y entretanto extienden sobre el una toalla. Las luces están apagadas. Luego se levantan los ministros y comienzan las lecturas y oraciones; una de las lecturas, la más importante, es la Pasión, según el Evangelio de San Juan. Después se reza una larga serie de oraciones por todas las clases de la Iglesia, y aun por los judíos.

La adoración de la Cruz.—

Después de la Pasión viene la adoración de la Cruz, que es una muy hermosa ceremonia. Con mucha reverencia e imponente solemnidad el celebrante toma la Cruz y avanzando poco a poco, y descubriendo, primero la cabeza, luego el brazo, luego toda la Cruz, y elevándola a medida que la descubre, y cantando cada vez en tono mas alto el Ecce Signum crucis, por fin la coloca ante el altar en el suelo, y la adoran el y todos los ministros y el pueblo, mientras se cantan en el coro los improperios tiernísimos, y el himno de la Cruz. Es de las más dulces ceremonias de la Iglesia. Los improperios contienen quejas y reproches de Dios a su pueblo ingrato que tanto le ha ofendido.

La Misa.—

Viene en seguida la Misa de los presantificados. El celebrante va al monumento. Saca de allí el Santísimo, lo trae al altar, y en el, con varias ceremonias que pueden verse en los devocionarios, da a adorar la hostia consagrada, y la consume, sin que se cante nada en el coro, y brevisimamente termina todo y se retira. En este día nadie comulga sino el celebrante.

Sábado Santo.—

Nada mas notable que el Oficio de Sábado Santo. Hay que tener presente que este oficio se celebraba antiguamente durante la noche de Resurrección, y se ha anticipado a la mañana del Sábado. Con esto se entenderán muchas cosas que de otro mudo no se entienden. Los fieles antiguamente velaban durante la noche en la iglesia preparándose para la Resurrección de Jesucristo. Durante este tiempo se bautizaban los catecúmenos adultos. Ninguna vigilia o noche era tan frecuentada como esta por el pueblo. En ningún tiempo tampoco se bautizaban tantos adultos como en este día. Esto, unido a la fiesta de la Resurrección, nos da a entender que muchas ceremonias entonces debían ser muy respetuosas y significativas.

Renovación.—

Esta fiesta era como la fiesta de la renovación de todas las cosas por Jesucristo, muerto y resucitado. Por eso la Iglesia esta oscura, sin mas luces que las necesarias. Los ministros salen a la puerta de la iglesia. Allí bendicen el fuego sacándolo de un pedernal, símbolo de Cristo; con el se enciende un hornillo de carbón o de leña; bendecido este fuego con agua

bendita e incienso, queda simbolizando a Jesucristo, de donde procede toda luz y todo calor a su Iglesia. De este fuego se toma el carbón encendido para el incensario; de el se saca a una palmatoria la luz para las candelas que se irán encendiendo; también se han bendecido cinco granos de incienso.

Procesión.—

Una vez hecho esto a la puerta, el diacono, dejando sus ornamentos violáceos y vistiendo una dalmática blanca, toma una caña, que sostiene en su cima tres velas de cera unidas por su base. Y al entrar en la iglesia enciende la una y canta solemnemente: Lumen Christi, “Luz de Cristo”, lodos responden: Deo gratias, y se arrodillan. Al medio de la iglesia canta lo mismo en tono mas elevado, y al llegar al presbiterio, lo mismo en tono mas elevado todavía. Dejando la cana y pidiendo la bendición al celebrante, canta la Angélica, que es un precioso himno sobre la Resurrección y Redención. !Que preciosa meditación ofrecen todas sus cláusulas!

Iluminación.—

Es hermoso el efecto que debía producir esta serie de ceremonias. Cuando el templo estaba casi a oscuras entraba el diacono y encendía la primera luz, luego la otra y la tercera. Después, al cantar la Angélica, en que hay tantas alusiones a las noches de la primera Pascua, primero se ponen en el cirio Pascual los cinco granos de incienso, símbolo de los perfumes con que se embalsamo el cuerpo de Cristo; luego se enciende el cirio, señal de la Resurrección de Cristo; luego se encienden las lámparas; y todo con una luz, que es Cristo.

Lecturas.—

Terminada la Angélica, ya todo lo atraían hacia si los neófitos. Empezaba ya su preparación para el Bautismo en el pórtico. Y como esto era largo, dentro, para entretener el tiempo, se leían pasajes de la Escritura muy a propósito para recrear y elevar el alma, con alusiones a la ceremonia. Estas lecturas eran mas estimadas entonces, cuando había pocos libros, y todos entendían esto mejor.

Bendición de la pila bautismal.—

Terminadas las profecías o lecturas, que son doce, se iba a la pila bautismal a bendecir el agua. Esta bendición es muy solemne y muy devota. El uso del agua bendita se pierde en la antigüedad, y seguramente es de institución apostólica; ya los Padres mas antiguos nos hablan de ella.

Bautismo y Confirmación.—

Entonces se bautizaban los neófitos, y después de bautizados se confirmaban, con gran fiesta. Así los nuevos bautizados quedaban, por fin, habilitados para entrar en la iglesia, donde en efecto, conducidos por su Obispo entonaban el cántico de Moisés y las letanías de los Santos,  junto con los fieles que se habían pasado toda la noche en aquella fiesta. A la mañana se decía la Misa. Al Gloria, cuando ya apuntaba el alba, soltaban su voz las campanas mudas desde el jueves, se encendían todas las luces, se descubrían todos los altares, se volvía a usar del órgano, se restablecía el Al el Aleluya, dejado desde Septuagésima; rebosaba todo el entusiasmo.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.