La conciencia. Tercera parte

Modos de deformar la conciencia.

Al contrario, las malas lecturas, las malas conversaciones, las malas companías y tratos con personas de vida libre y de conciencia desgarrada, los espectáculos licenciosos, todo esto impide formar buena conciencia.

Las novelas, por ejemplo, los periódicos libres y transigentes, las companías y compadrazgos con personas de vida mundana, el cinematógrafo, el teatro, sobre todo las revistas ilustradas… nos familiarizan con el vicio, nos hacen naturales las condescendencias, complicidades y flaquezas humanas. Y hasta nos van infundiendo poco a poco otro criterio, otro modo de ver las cosas, otra ley y norma mucho mas ancha que la ley de Dios: ley y norma del mundo, que es muy ancha, laxa y condescendiente.

Pero lo que mas que nada deforma la conciencia es la vida mala. Es difícil, por no decir imposible, que quien peca no ensanche un poco las mallas de la ley, para absolverse a si mismo, o al menos justificarse y excusarse en parte. El pecador siempre está dispuesto a creer y recibir máximas anchas e interpretaciones laxas de las leyes, para disminuir así su responsabilidad y sus inquietudes. El vicio, que todo lo corrompe, corroe de un modo singular la buena conciencia, habituándola a malas acciones y encaneciéndola en el vicio.

Un medio general de formar la conciencia. Los directores espirituales.

A pesar de esto, es indudable que la generalidad de los fieles no pueden formarse buena conciencia para todas las necesidades de la vida espiritual. Para los casos ordinarios, si, basta la instrucción que cada uno de los cristianos puede sacar del Catecismo, de las lecturas y sermones y vida cristiana.

Pero la moral católica tiene muchísimos casos arduos y difíciles no solo para el vulgo, sino para los Doctores. Es ciencia de mucho y vasto y prolijo y delicado estudio e investigación, y de mucha consulta.

Para subvenir a esta necesidad ha puesto la Providencia divina en la Iglesia a los confesores y directores de almas o de conciencias que nos ofrecen a todos un medio excelentísimo de formar las nuestras según toda rectitud y verdad.

Un confesor o director es un gran don de Dios en la Iglesia. Uno de los mejores dones que hay en ella. Y gloria grande de la Iglesia católica es tener tantos y tan buenos consultores y doctores populares en todo el mundo para la dirección de las conciencias. Son, de ordinario, hombres doctos y aun muy doctos. Testigo soy de lo que a un sacerdote o religioso se le hace estudiar para prepararse a la cátedra del confesonario, y de la estrechez y rigor con que se le examina acerca de la ciencia y prudencia necesarias para este cargo. Ni se puede contentar el buen sacerdote o director con haber estudiado y aprobado una vez la asignatura, sino que continuamente tiene que estar estudiando la moral y aun dar exámenes de tiempo en tiempo ante sus superiores.

Además esta en las mejores condiciones para educar las conciencias; porque tiene que oír a todos y guardar a todos secreto de lo que le consultan, mucho mas que los otros profesionales. Tiene que atender al bien del consultante de modo que si no mira por el sabe que incurre en gravísima responsabilidad ante Dios. En fin, se ofrece con suma facilidad a todos, porque en todos los pueblos hay confesores a quienes se puede acudir y absolutamente gratis, por muchas, graves y difíciles que sean las consultas.

Como, además, ocurre que todos los casos de moralidad y de conciencia en vez del carácter general de las leyes, revisten formas y aspectos individuales que los disimulan o complican o dificultan, y que uno mismo de si mismo es difícilmente juez y director, el confesor habituado a resolver casos y enredos de todos los hombres, tiene una habilidad y acierto que difícilmente se pediría a los libros o a quienes no hacen estudio especial de las conciencias.

Así, pues, no cabe duda de que uno de los medios mejores para formar la conciencia y dirigirla bien es el confesor y director de nuestras almas. Por lo cual convendría tener en este punto un cuidado especial. Elegid un director prudente, docto, celoso, sincero. Ni solo bueno en si mismo, sino bueno también para nosotros, para el que se va a dirigir por el. Porque si bien hay muchos buenos, pero unos cuadran mejor a un carácter y otros a otro, y, en fin, hasta hay también unos directores que son mas a propósito para unas clases de la sociedad y para otras otros. Cada cual debe elegir y quedarse con aquel con quien le vaya mejor, con completa libertad. Mas conviene tener, en general, uno mismo con constancia. No que de tal modo se ate uno a un director que no pueda arreglarse sino con el o que se crea obligado a recurrir en todo a el; sino que en general sea uno el consultor de los casos generales y el director habitual de su conciencia, así como en general procuramos tener un mismo medico y un mismo abogado, sobre todo si tenemos muchas enfermedades y muchos negocios complicados y difíciles.

Con el director debemos tener trato sencillo y humilde, y dejarle nos diga lo que nos desagrada lo mismo que lo que nos agrada, lo que nos aprieta lo mismo que lo que nos afloja, lo que nos conduzca siempre al fin de hacer la voluntad de Dios, y nos aparte del pecado.

 

Porque sucede que, sobre todo los jóvenes, en cuanto ven que el confesor o director les aprieta un poco y les llama la atención sobre sus peligros y pasiones, fácilmente se disgustan y van a otro, y de aquel, si no les es transigente con su mal, a otro, y de este a otro, con lo cual es imposible que ningún director forme sus conciencias como convendría, sobre todo en la juventud.

Este director debería ser para todo cristiano el amigo y confidente mas querido, el juez espiritual y arbitro de nuestras acciones, el doctor de la ley y derecho divino, el medico de las enfermedades y males de los espíritus, y como se suele decir, con una palabra dulce y propísima, el Padre espiritual. No despreciéis este gran don que Dios os concede en la Iglesia. De el necesitamos todos.

Puntos de catecismo, Vilariño, S.J.