Pío XI. Enciclica Casti Conubii

Esta Carta Encíclica del Papa Pío XI promulgada el día publicada el 31 de diciembre de 1930 es de importancia capital para comprender lo que realmente es un matrimonio cristiano y cómo actualmente se ha deformado el sacramento del matrimonio hasta límites inimaginables. Importantísima doctrina que todos debemos conocer.

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Catecismo de Trento. 1ª parte

LA FE Y EL CREDO

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO

Naturaleza y necesidad de la fe

Fe es la virtud por la que asentimos firmemente a las verdades que Dios ha revelado. Esta fe es un conocimiento: • necesario para alcanzar la salvación (Heb. 11 6.), ya que el fin que Dios ha designado al hombre para su felicidad supera la agudeza de su inteligencia, y por eso le era necesario recibir de Dios este conocimiento; • firme, de modo que ninguna duda pueden tener los fieles de las cosas reveladas por Dios.

Qué es el Credo

El Credo es la fórmula de fe cristiana compuesta por los Apóstoles para que todos los cristianos piensen y confiesen la misma creencia. Lo primero, pues, que deben creer los cristianos, son aquellas cosas que los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, pusieron distintamente en los doce artículos del Credo. Los Apóstoles llamaron «Símbolo» a esta profesión de fe porque servía de señal y contraseña con que se reconocían los verdaderos cristianos y se distinguían de los falsos hermanos introducidos furtivamente y que adulteraban el Evangelio. El Credo nos enseña lo que como fundamento y suma de la verdad debe creerse: • sobre la unidad de la divina esencia; • sobre la distinción de las tres Personas; • sobre las operaciones que a cada una de ellas se atribuye por alguna razón particular, a saber: la obra de la Creación a la persona de Dios Padre, la obra de la Redención humana a la persona de Dios Hijo, y la obra de la Santificación a la persona de Dios Espíritu Santo. Todo ello nos lo enseña en doce sentencias o «artículos», entendiendo por artículo cada uno de los puntos que debemos creer distinta y separadamente de otro.

CAPÍTULO I

DE LOS 12 ARTÍCULOS DEL SÍMBOLO

I. Qué contiene el Símbolo.

22. Muchas son las verdades que la religión cristiana propone a los fieles para creerlas, y de las cuales deben tener fe cierta e indubitable o en general o en particular, mas aquellas, primera y necesariamente, deben todos creer que como fundamento y compendio de la verdad nos enseñó el mismo Dios acerca de la unidad de la divina esencia, de la distinción de las tres Personas y de las acciones que se atribuyen a cada una de ellas por alguna razón particular. Enseñará, pues, el Párroco que la doctrina de tan alto misterio está brevemente comprendida en el Símbolo de los Apóstoles.

II. Partes de que consta el Símbolo.

23. Según observaron nuestros mayores que con toda piedad y diligencia se ocuparon de este estudio, de tal manera está distribuido el Símbolo en tres partes, que en la primera se trata de la primera Persona, de la naturaleza divina y la obra maravillosa de la creación; en la segunda de la segunda Persona, y del misterio inefable de la redención humana; y en la tercera, de la tercera Persona, origen y fuente de nuestra santidad. A estas sentencias por cierta semejanza, empleada con frecuencia por nuestros padres llamamos artículos. Porque así como los miembros del cuerpo se distinguen por los artículos, así también en esta confesión de la fe con toda rectitud y propiedad llamamos artículo todo lo que debemos creer distinta y separadamente. 

PRIMER ARTICULO DEL CREDO

CREO EN DIOS PADRE OMNIPOTENTE,

CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO

[1] Con estas palabras se expresa:

• la fe en Dios Padre, primera Persona de la Trinidad;

• su poder omnipotente, con que creó el cielo y la tierra, y todo cuanto contienen; • su providencia, que conserva y gobierna lo creado;

• el sumo afecto y piedad por el que debemos tender hacia El como al bien sumo y perfectísimo.

 «Creo»

[2] Creer no significa «pensar», ni «juzgar», ni «opinar», sino dar un asentimiento certísimo por el que el entendimiento adhiere firme y constantemente a Dios y a las verdades y misterios que El le manifiesta. Por lo tanto, la fe es un conocimiento certísimo, pues aunque los objetos que la fe nos propone para creer no se vean, no por eso nos deja dudar sobre ellos.

[3] De lo cual se deduce que el que cree no debe escudriñar con curiosidad, duda o soberbia, lo que Dios le manda creer, sino que, libre de la curiosidad de investigar, debe aceptarlo con sencillez y descansar en el conocimiento de la verdad eterna. Dios exige al alma el asentimiento de la fe sin darle pruebas o demostraciones de lo que le manda creer; El es veraz (Sal. 115 11.), y eso debe bastarnos para darle crédito.

[4] Pero no basta, para salvarse, asentir íntimamente a la verdad revelada; sino que, además, el que dice «creo» debe profesar públicamente su fe, sin avergonzarse de ella (Rom. 10 16.). «En Dios»

[5] 1º La excelencia de la fe se manifiesta en que nos concede el conocimiento de la cosa más sublime y más digna de ser deseada, a saber, Dios. [

6] Sin embargo, el conocimiento que la fe nos da sobre Dios difiere mucho del que nos da la razón.

a) Por la razón, y a partir de las criaturas, los hombres pueden llegar al conocimiento de la existencia de Dios y de algunas de sus perfecciones, como su espiritualidad, infinidad, simplicidad, omnipotencia, sabiduría, veracidad y justicia. Pero este conocimiento: • es sólo un conocimiento natural, que tiene por única guía a la luz natural de la inteligencia, y que sólo conoce a Dios por sus efectos, pero no como es en Sí mismo; • se adquiere sólo después de largo tiempo, y con mucho trabajo; • con gran mezcla de errores; • y sólo lo poseen algunos pocos hombres.

b) Por la fe conocemos estas mismas verdades, y penetramos incluso en los secretos de la vida íntima de Dios, conociéndolo tal como es en Sí mismo, y ello: • con autoridad divina, que nos da una certeza mucho mayor que la que procede de la razón; • con gran facilidad y sin trabajo; • sin mezcla alguna de error; • y pudiendo llegar a él todos los hombres, incluso los rudos.

[7] 2º Es preciso confesar, ante todo, que Dios es uno solo, y que no hay muchos dioses. Así lo afirman claramente las Sagradas Escrituras (Deut. 6 4; Ex. 20 3; Is. 44 6; 48 12; Ef. 4 5; Apoc. 1 8; 22 13.). Pues Dios es sumo y perfectísimo, y lo que es sumo y perfectísimo no puede hallarse en muchos a la vez. En efecto, si hubiese varios dioses, a cada uno de ellos le faltaría algo para ser sumo, y por lo tanto, sería imperfecto, y no le convendría la naturaleza divina.

[8] Y si alguna vez se da en las Escrituras el nombre de dios a alguna criatura (como a los profetas y jueces), es impropiamente, según el modo ordinario de hablar, en razón de alguna cualidad o misión excelente recibida de Dios. «Padre» La fe cristiana confiesa a Dios: uno en naturaleza, sustancia y esencia; pero a la vez trino, como se deduce de la presente palabra, «Padre».

[9-10] Dios es llamado «Padre» por varias razones:

1º Por modo general, es llamado Padre de todos los hombres, por ser su Creador y por la admirable Providencia que tiene de todos ellos, de modo parecido a como los gentiles llamaban «padre» a la persona de quien descendía una familia y la regía con su autoridad.

2º Por modo especial, es llamado Padre de los cristianos con más propiedad, a causa de la espiritual adopción por la que Dios los llama hijos suyos y los convierte realmente en tales (I Jn. 3 1.), siendo también, a este título, hermanos de Cristo y herederos de Dios (Rom. 8 17 y 29.).

3º Por modo propio, es llamado Padre de su Hijo, que es Dios como El, a quien engendra desde toda la eternidad, comunicándole su misma esencia divina. Por ahí se nos enseña la unidad de esencia (I Jn. 5 7.) y la trinidad de personas en Dios (Mt. 28 19.), de manera que hay que confesar:

en la esencia, la unidad: una misma es la esencia y sustancia de las tres divinas personas;

en las personas, la propiedad: Dios Padre, primera persona de la Trinidad, principio sin principio, contemplándose a Sí mismo engendra al Hijo, segunda persona de la Trinidad, e igual a El; y del mutuo amor de caridad de los dos procede el Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, que es el vínculo eterno e indisoluble que une al Padre con el Hijo; de modo que sólo al Padre le conviene no ser engendrado y engendrar al Hijo eternamente, sólo al Hijo le conviene ser engendrado eternamente por el Padre; y sólo al Espíritu Santo le conviene proceder eternamente del Padre y del Hijo;

en la Trinidad, la igualdad: pues la religión católica predica la misma eternidad, la misma majestad de gloria y las mismas perfecciones infinitas en las tres personas, de modo que ninguna de ellas es anterior o posterior a las otras, ni mayor o menor. «Omnipotente»

[11] 1º Entre los muchos atributos propios de Dios, la Sagrada Escritura le atribuye con mucha frecuencia la virtud omnipotente, enseñándonos que este atributo conviene muy especialmente a la esencia divina. Entendemos por esta omnipotencia que nada hay de perfecto, ni nada se puede pensar ni imaginar, que no pueda Dios hacer.

[12] Sin embargo, Dios no puede mentir, o engañar, o pecar, o morir, o ignorar algo, porque estas acciones son propias de la naturaleza imperfecta y débil, mientras que Dios es infinitamente perfecto y tiene el sumo poder.

[13] 2º Este artículo sólo nos propone para creer el atributo divino de la omnipotencia, por varias razones:

porque este atributo engloba en cierto modo todos los demás, los cuales, si le faltaran, difícilmente podríamos comprender cómo es todopoderoso; y así, al decir que Dios todo lo puede, reconocemos también que tiene conocimiento de todas las cosas, y que todo está sujeto a su poder y dominio;

• para confirmar nuestra fe: sabiendo que Dios todo lo puede, creeremos todos los misterios que nos revele, por muy elevados y prodigiosos que sean;

• para confirmar nuestra esperanza: todo podemos esperarlo de Dios, ya que El todo lo puede; y se ha de tener muy presente esta verdad de fe cuando le pedimos por la oración algún beneficio (Mt. 17 19; Sant. 1 6 y 7.);

para procurarnos otros bienes y utilidades: la modestia y la humildad (I Ped. 5 6.), el temor de Dios (Lc. 12 5.) y la gratitud (Lc. 1 49.).

[13] 3º Adviértase, sin embargo, que la creación es obra común de las tres divinas personas, pues la Sagrada Escritura afirma que la creación es también obra del Hijo (Jn. 1 3.) y del Espíritu Santo (Gen. 1 2; cf. Sal 32 6.).

[14] Sin embargo, se atribuye especialmente al Padre por ser la fuente de todo principio, como atribuimos la sabiduría al Hijo y la bondad al Espíritu Santo, a pesar de que la sabiduría y la bondad sean también comunes a las tres divinas personas. «Creador del cielo y de la tierra»

[15] 1º Creador.

Dios creó el mundo:

• no de materia alguna, sino de la nada;

 • no obligado por necesidad alguna, pues siendo feliz por Sí mismo, de nada necesita; sino por voluntad suya libre, con el fin de comunicar su bondad a las cosas que hiciese;

• por un solo acto de su querer;

• tomándose a Sí mismo como prototipo o modelo de todas las cosas. [20]

2º Por cielo y tierra debe entenderse todo lo que en ellos se encierra (Sal. 88 12.), o más aún, toda criatura, lo visible y lo invisible, esto es, el mundo material y el mundo espiritual o angélico. 31

[16] a) Cielo corporal. Creó Dios el sol, la luna y los demás astros, organizándolos con un movimiento constante, uniforme y permanente, para que señalen las estaciones, los días y los años.

[17] b) Cielo espiritual. Juntamente con el cielo corporal, creó Dios innumerables ángeles, que son naturalezas espirituales, para que le sirviesen y asistiesen; a los cuales, desde el primer instante de su ser, adornó con su gracia santificante, y los dotó de elevada ciencia (II Rey. 14 20.) y de gran poder (Sal. 102 20.). Pero muchísimos de ellos se rebelaron por soberbia contra Dios, su Padre y Creador, por lo que al punto fueron arrojados al infierno, donde son castigados eternamente (II Ped. 2 4.).

[18] c) Tierra. Al crear la tierra, la colocó Dios en el centro del universo, separó las aguas de lo seco, y en lo seco levantó los montes, hizo los valles, adornó la tierra con gran variedad de árboles y plantas, y pobló las aguas de peces, los aires de aves y la tierra de animales.

[19] Finalmente, a partir del lodo de la tierra, creó al hombre a su imagen y semejanza, con un cuerpo impasible e inmortal, con un alma libre y dotada de integridad, otorgándole el don de la justicia original, esto es, la vida divina, y dándole imperio y dominio sobre todos los demás animales.

[21] 3º Las cosas creadas por Dios no pueden subsistir, después de creadas, sin su virtud infinita. Por eso mismo, Dios está presente a todas las cosas creadas por su Providencia, conservándolas en el ser con el mismo poder con que las creó al principio, sin lo cual volverían a la nada (Sab. 11 26.).

[22] En esta providencia, Dios no impide la acción de las causas segundas, sino que, previniendo su acción, se sirve de ellas, ordenándolo todo con fuerza y con suavidad (Sab. 8 1.).

San Pio V: Bula Quo Primum Tempore

San Pio V

Bula de San Pio V sobre el uso a perpetuidad de la Misa de siempre. Para descargar el archivo aqui:

BULA

QUO PRIMUM TEMPORE

DEL SUMO PONTÍFICE

PÍO PP. V

Sobre el uso a perpetuidad de la Misa Tridentina 

(14 de julio de 1570)

Desde el primer instante de nuestra elevación a la cima de la jerarquía Eclesiástica NOS hemos dirigido con agrado todo nuestro ánimo hacia aquellas cosas que por su naturaleza tienden a conservar la pureza del culto de la Iglesia, y con la ayuda de DIOS Nos hemos esforzado en realizarlas en plenitud, poniendo en ello todo nuestro cuidado. Como entre otras decisiones del Santo Concilio de Trento, Nos incumbe decidir la edición y reforma de los libros sagrados, el Catecismo, el Breviario y el Misal, después de haber ya, gracias a DIOS, editado el Catecismo, para la instrucción del pueblo y para que sean rendidas a DIOS las alabanzas que le son debidas; corregido completamente el Breviario, para que el Misal corresponda al Breviario (lo que es normal y natural, ya que es sumamente conveniente que no haya en la Iglesia de DIOS más que una sola manera de salmodiar, un solo rito para la Misa).

Nos pareció necesario pensar lo más pronto posible en lo que faltaba por hacer en este campo, a saber, editar el mismo Misal. Es por esto que Nos hemos estimado deber confiar este cargo a sabios escogidos; y de hecho son ellos, quienes, después de haber reunido cuidadosamente todos los manuscritos, no solamente los antiguos de nuestra Biblioteca Vaticana, sino también otros buscados en todas partes, corregidos y EXENTOS de alteración, así como las decisiones de los Antiguos y los escritos de autores estimados que no nos han dejado documentos relativos a la organización de estos mismos ritos, han restablecido el mismo Misal conforme a la regla y a los ritos de los Santos Padres.

Una vez éste revisado y corregido, después de madura reflexión, para que todos se aprovechen de esta disposición y del trabajo que hemos emprendido, Nos hemos ordenado que fuese impreso en Roma, lo más pronto posible, y que una vez impreso, fuese publicado, a fin de que los sacerdotes sepan con certeza qué oraciones deben utilizar, cuáles son los ritos y cuáles las ceremonias que deben, bajo OBLIGACIÓN, conservar en adelante en la celebración de las Misas: para que todos acojan por todas partes y observen lo que les ha sido transmitido por la Iglesia Romana, Madre y Maestra de todas las otras Iglesias y para que en adelante y para el tiempo futuro perpetuamente, en todas las iglesias, patriarcales, catedrales, colegiatas, y parroquiales, de todas las provincias de la cristiandad, seculares o de no importa qué Ordenes Monásticas, tanto de hombres como de mujeres, aún Ordenes Militares regulares y en las iglesias y capillas sin cargo de almas, en las cuales la celebración de la Misa conventual en voz alta con el coro, o en voz baja siguiendo el rito de la Iglesia Romana es costumbre u obligación, no se canten o no se reciten otras fórmulas que aquellas conformes al Misal que Nos hemos publicado, aún si estas mismas iglesias han obtenido una dispensa cualquiera por un indulto de la Sede Apostólica, por el hecho de una costumbre, de un privilegio o de un juramento mismo, o por una confirmación apostólica, o están dotados de otros permisos cualesquiera; a menos que después de que se hubiere establecido la costumbre, esta última o la institución misma hayan sido observadas sin interrupción en estas mismas iglesias por la celebración de Misas durante más de doscientos años. En este caso Nos no suprimimos a ninguna de estas iglesias su institución o costumbre de celebrar la Misa; pero si este Misal que Nos hemos hecho publicar les agrada más, con la aprobación y consejo del Obispo o del Prelado, o del conjunto del Capítulo, Nos permitimos que, no obstando nada en contrario, ellas puedan celebrar la Misa siguiendo éste.

Pero, ciertamente, al retirar a todas las iglesias antes mencionadas el uso de sus misales propios y dejarlos totalmente, determinamos que a este Misal justamente ahora publicado por Nos, nada se le añada, quite o cambie en ningún momento y en esta forma Nos lo decretamos y Nos lo ordenamos a PERPETUIDAD, bajo pena de nuestra indignación, en virtud de nuestra constitución, Nos hemos decidido para el conjunto y para cada una de las iglesias enumeradas arriba, … que ellos deberán, en virtud de la santa obediencia, abandonar en el futuro y enteramente todos los otros principios y ritos, por antiguos que sean, provenientes de otros misales, los cuales han tenido el hábito de usar, y cantar o decir la Misa según el rito, la manera y la regla que Nos enseñemos por este Misal y que ellos no podrán permitirse añadir, en la celebración de la Misa, otras ceremonias ni recitar otras oraciones que las contenidas en el Misal. Y aún, por las, disposiciones de la presente y en nombre de nuestra Autoridad Apostólica, Nos concedemos y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en la totalidad en la Misa cantada o leída en todas las iglesias, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente y ESTO A PERPETUIDAD (etiam perpetuo). Y de una manera análoga, Nos hemos decidido y declaramos que los Superiores, Administradores, Canónigos, Capellanes y otros Sacerdotes o religiosos de una Orden cualquiera, no pueden ser obligados a celebrar la Misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado y que JAMÁS NADIE, quienquiera que sea podrá contradecirles o FORZARLES A CAMBIAR DE MISAL o anular la presente instrucción o a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda fuerza, no obstante las decisiones anteriores y las Constituciones Generales o Especiales emanadas de Concilios Provinciales o Generales, ni tampoco el uso de las iglesias antes mencionadas, confirmadas por una regla muy antigua e inmemorial, ni las decisiones ni las costumbres contrarias cualesquiera que sean.

Nos queremos, al contrario, y Nos lo decretamos con la misma autoridad, que después de la publicación de Nuestra presente constitución así como del Misal, todos los sacerdotes que están presentes en la Curia Romana estén obligados a cantar o a decir Misa según este Misal dentro de un mes. Aquellos que están de este lado de los Alpes en un término de tres meses; y en fin, los que viven del otro lado de las montañas en un término de los seis meses o desde que puedan obtener este Misal. Y para que en todo lugar de la tierra él sea conservado sin corrupción y exento de faltas y de errores. Nos prohibimos igualmente por Nuestra Autoridad Apostólica y por el contenido de instrucciones semejantes a la presente, a todos los impresores domiciliados en el dominio sometido directa o indirectamente a Nuestra autoridad y a la Santa Iglesia Romana, bajo pena de confiscación de libros y de una multa de 200 ducados de oro pagaderos al Tesoro Apostólico; y a los otros, que vivan en cualquier lugar del mundo, bajo pena de excomunión (latae sententiae) y de otras sanciones en Nuestro poder, el tomarse la libertad en ninguna forma o arrogarse el derecho de imprimir este Misal o de ofrecerlo o de aceptarlo sin Nuestro permiso o un permiso especial de un Comisario Apostólico que esté encargado por Nos de este asunto y sin que este Comisario haya comparado con el Misal impreso en Roma, siguiendo la gran impresión, un original destinado al mismo impresor para servirle de modelo para aquellos que el dicho impresor deba imprimir ni sin que no se haya primeramente bien establecido que concuerda con el dicho Misal y no presenta absolutamente ninguna divergencia en relación con este.

Por consiguiente, como será difícil transmitir la presente carta a todos los lugares de la Cristiandad y llevarla en seguida al conocimiento de todos, Nos ordenamos publicarla y colocarla, siguiendo la costumbre, en la Basílica del Príncipe de los Apóstoles, etcétera. Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso, Nuestra decisión, Nuestro mandamiento, Nuestro precepto, Nuestra concesión, Nuestro indulto, Nuestra declaración, Nuestro decreto y Nuestra prohibición ni ose temerariamente ir en contra de estar disposiciones. Si, sin embargo, alguien se permitiesen una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.

Dado en Roma, en San Pedro, el año mil quinientos setenta de la Encarnación del Señor la víspera del idus de Julio, en el quinto año de nuestro pontificado.