Visperas del Domingo después de la Ascensión

Rito de entrada
V. Dios ✠ mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos


Ant. Aleluya, * aleluya, aleluya.


Salmo 109

Oráculo del Señor a mi Señor: * «Siéntate a mi derecha,
Y haré de tus enemigos * estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: * somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; * yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora».
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
El Señor a tu derecha, el día de su ira, * quebrantará a los reyes.
Dará sentencia contra los pueblos, amontonará cadáveres, * quebrantará cráneos sobre la ancha tierra.
En su camino beberá del torrente, * por eso levantará la cabeza.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 110


Doy gracias al Señor de todo corazón, * en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.
Esplendor y belleza son su obra, * su generosidad dura por siempre;
Ha hecho maravillas memorables, * el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a sus fieles,
Recordando siempre su alianza; * mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
Dándoles la heredad de los gentiles. * Justicia y verdad son las obras de sus manos,
Todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, * se han de cumplir con verdad y rectitud.
Envió la redención a su pueblo, * ratificó para siempre su alianza,
Su nombre es sagrado y temible. * Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
Tienen buen juicio los que lo practican; * la alabanza del Señor dura por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 111

Dichoso quien teme al Señor * y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra, * la descendencia del justo será bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia, * su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, * clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. * El justo jamás vacilará,
Su recuerdo será perpetuo. * No temerá las malas noticias,
Su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, * sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, * y alzará la frente con dignidad.
El malvado, al verlo, se irritará, rechinará los dientes hasta consumirse. * La ambición del malvado fracasará.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 112


Alabad, siervos del Señor, * alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, * ahora y por siempre:
De la salida del sol hasta su ocaso, * alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos, * su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono * y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido, * alza de la basura al pobre,
Para sentarlo con los príncipes, * los príncipes de su pueblo;
A la estéril le da un puesto en la casa, * como madre feliz de hijos.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 113


Cuando Israel salió de Egipto, * los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario, * Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó, * el Jordán se echó atrás;
Los montes saltaron como carneros; * las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes, * y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; * colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra, * en presencia del Dios de Jacob;
Que transforma las peñas en estanques, * el pedernal en manantiales de agua.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, * sino a tu nombre da la gloria;
Por tu bondad, por tu lealtad. * ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios»?
Nuestro Dios está en el cielo, * lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, * hechura de manos humanas:
Tienen boca, y no hablan; * tienen ojos, y no ven;
Tienen orejas, y no oyen; * tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; * no tiene voz su garganta:
Que sean igual los que los hacen, * cuantos confían en ellos.
Israel confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Que el Señor se acuerde de nosotros * y nos bendiga,
Bendiga a la casa de Israel, * bendiga a la casa de Aarón;
Bendiga a los fieles del Señor, * pequeños y grandes.
Que el Señor os acreciente, * a vosotros y a vuestros hijos;
Benditos seáis del Señor, * que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, * la tierra se la ha dado a los hombres.
Los muertos ya no alaban al Señor, * ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor * ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aleluya, aleluya, aleluya.

Capítulo Himno Verso

1 Pe 4:7-8

Queridos hermanos: Sed moderados y sobrios, para poder orar. Ante todo, mantened en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados.
R. Demos gracias a Dios.

Himno

¡Oh Jesús, Salvador de los hombres,
deleite de los corazones,
artífice de la redención del mundo
y luz pura de los que te aman!

¿Qué misericordia te indujo
a cargar nuestras culpas?
¿A sufrir inocente la muerte,
para librarnos de ella?

Fuerzas la cárcel del averno;
quitas las cadenas a los presos;
y vencedor en noble triunfo,
te sientas a la diestra del Padre.

Que te obligue tu clemencia
a reparar nuestros daños,
y a enriquecernos con la luz de la bienaventuranza,
haciéndonos partícipes de tu presencia.

¡Oh guía y camino del cielo!,
sé tú la meta de nuestros corazones,
la alegría de nuestras penas
y la dulce recompensa de nuestra vida.
Amén.

V. El Señor en el cielo. Aleluya.
R. Estableció su trono. Aleluya.

Canticum: Magnificat


Ant. Os he hablado de esto * para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que Yo os lo había dicho. Aleluya.


(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)


Proclama ✠ * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,
Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que Yo os lo había dicho. Aleluya.

Oración

 
V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.

Oremos.

Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.

R. Amén.

Conclusión

V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Textos para meditar: V Domingo de Pascua

Del Libro de San Ambrosio, Obispo, sobre la fe de la resurrección.


Después de la mitad.


Como la Sabiduría de Dios no podía morir y lo que no muere no puede resucitar, el Verbo tomó carne mortal, para morir en esta carne sujeta a la muerte, y resucitar después de muerto. Para resucitar era necesario ser hombre, según se deduce de aquellas palabras: así como por el hombre había venido la muerte, así por el hombre vendría la resurrección. Jesucristo, de consiguiente, resucitó como hombre porque como hombre había muerto; es juntamente hombre que resucita y Dios que le resucita. Entonces se mostró hombre en cuanto a la carne, ahora en todo se muestra Dios. Ahora ya no conocemos a Cristo según la carne, pero su carne es la causa por la cual le conocemos como primicias de los que murieron, como el primogénito de entre los muertos.

Las primicias son de la misma naturaleza que los otros frutos, de los cuales se ofrecen los primeros a Dios en acción de gracias por una cosecha abundante: presente sagrado por todos sus dones, ofrenda, por decirlo así, de la naturaleza renovada. De consiguiente, Cristo constituye las primicias de los muertos. Ahora bien, ¿debemos creer que lo es de los que descansan en Él, los cuales duermen un sueño, o lo es de todos los muertos? “Así como todos mueren en Adán, así todos son vivificados por Cristo”. Por lo cual, así como las primicias de la muerte tuvieron lugar en Adán, así las primicias de la resurrección se realizaron en Cristo. En Él todos resucitarán. Así que nadie desespere, ni el justo se duela de esta común resurrección, esperando para sí una especial recompensa por su virtud. Todos a la verdad resucitarán; mas cada uno, como enseña el Apóstol, en su orden. General es el fruto de la divina clemencia, pero distinto es el orden de los méritos.

Debemos advertir cuán grave sacrilegio sea no creer en la resurrección. Si no hemos de resucitar, Cristo ha muerto en vano; Cristo no ha resucitado. Si no ha resucitado para nosotros, a la verdad no ha resucitado, ya que ningún motivo había en Él para resucitar. En Él ha resucitado el mundo; en Él resucitó el cielo; en Él resucitó la tierra, ya que se nos promete un cielo nuevo y una tierra nueva. Él no tenía necesidad de la resurrección, supuesto que no estaba retenido por los vínculos de la muerte. Y si bien murió como hombre, con todo en el limbo gozaba de libertad. ¿Quieres saber cuál era su libertad? “Soy como hombre sin que nadie me auxilie; libre entre los muertos”. Y en verdad libre, ya que podía resucitarse a sí mismo, según lo que estaba escrito: “Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré”. Y en verdad era libre, ya que había descendido para librar a los otros.

Homilía de San Agustín, Obispo.

Tratado 102 sobre San Juan.

Ahora hemos de tratar de estas palabras del Señor: En verdad en verdad os digo, que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá. Ya hemos dicho en las anteriores explicaciones, al tratar de las palabras del Señor, respecto de aquellos que piden algunas cosas al Padre en nombre de Cristo, y no las reciben, que no se pide en nombre del Salvador cuando se pide algo contra la salvación, ya que no hemos de fijarnos sólo en el sonido de las letras y sílabas, sino en el significado del sonido. Y esto debemos tenerlo presente en especial cuando dice: En mi nombre.

El que piense de Cristo lo que no debe pensarse del único Hijo de Dios, no pide en su nombre, aunque pronuncie el nombre de Cristo, ya que pide en el nombre de aquel de quien piensa cuando pide. Mas aquel que siente de Cristo lo que se debe sentir, pide en su nombre, y recibe lo que pide, si no es contra su eterna salud. Pero recibe cuando debe recibir. Algunas gracias no son rehusadas, mas se difieren para ser concedidas en su tiempo oportuno. Así debe entenderse lo que dice: “Os daré»; para designar aquellos beneficios que afectan particularmente a los que los piden. Ya que todos los santos son oídos cuando piden en favor suyo, pero no lo son siempre cuando piden por los demás, tanto si son amigos como enemigos, u otros cualesquiera, ya que no se dijo de cualquier modo: “Dará»; sino: “Os dará” .

Hasta ahora, dice, nada habéis pedido en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo. Esto que llama «gozo completo”, a la verdad no consiste en un gozo carnal sino espiritual, y cuando sea tan grande que al mismo nada se deba añadir, entonces verdaderamente será completo. Todo cuanto se pida relacionado con la consecución de este gozo, se ha de pedir en nombre de Cristo, y esto así lo pediremos si comprendemos bien la naturaleza de la gracia, si el objeto de nuestras peticiones lo constituye la vida verdaderamente bienaventurada. Pedir cualquier otra cosa es no pedir nada. No que sea nada absolutamente, sino que en comparación de bien tan grande como es la bienaventuranza, reputa como nada.

Visperas del V Domingo de Pascua

Rito de entrada

V. Dios ✠ mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos


Ant. Aleluya, * aleluya, aleluya.

Salmo 109


Oráculo del Señor a mi Señor: * «Siéntate a mi derecha,
Y haré de tus enemigos * estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: * somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; * yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora».
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
El Señor a tu derecha, el día de su ira, * quebrantará a los reyes.
Dará sentencia contra los pueblos, amontonará cadáveres, * quebrantará cráneos sobre la ancha tierra.
En su camino beberá del torrente, * por eso levantará la cabeza.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 110


Doy gracias al Señor de todo corazón, * en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.
Esplendor y belleza son su obra, * su generosidad dura por siempre;
Ha hecho maravillas memorables, * el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a sus fieles,
Recordando siempre su alianza; * mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
Dándoles la heredad de los gentiles. * Justicia y verdad son las obras de sus manos,
Todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, * se han de cumplir con verdad y rectitud.
Envió la redención a su pueblo, * ratificó para siempre su alianza,
Su nombre es sagrado y temible. * Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
Tienen buen juicio los que lo practican; * la alabanza del Señor dura por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 111

Dichoso quien teme al Señor * y ama de corazón sus mandatos.

Su linaje será poderoso en la tierra, * la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia, * su caridad es constante, sin falta.

En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, * clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. * El justo jamás vacilará,

Su recuerdo será perpetuo. * No temerá las malas noticias,

Su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, * sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, * y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará, rechinará los dientes hasta consumirse. * La ambición del malvado fracasará.

V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 112

Alabad, siervos del Señor, * alabad el nombre del Señor.

Bendito sea el nombre del Señor, * ahora y por siempre:

De la salida del sol hasta su ocaso, * alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos, * su gloria sobre los cielos.

¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono * y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido, * alza de la basura al pobre,

Para sentarlo con los príncipes, * los príncipes de su pueblo;

A la estéril le da un puesto en la casa, * como madre feliz de hijos.

V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.

R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 113


Cuando Israel salió de Egipto, * los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario, * Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó, * el Jordán se echó atrás;
Los montes saltaron como carneros; * las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes, * y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; * colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra, * en presencia del Dios de Jacob;
Que transforma las peñas en estanques, * el pedernal en manantiales de agua.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, * sino a tu nombre da la gloria;
Por tu bondad, por tu lealtad. * ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios»?
Nuestro Dios está en el cielo, * lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, * hechura de manos humanas:
Tienen boca, y no hablan; * tienen ojos, y no ven;
Tienen orejas, y no oyen; * tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; * no tiene voz su garganta:
Que sean igual los que los hacen, * cuantos confían en ellos.
Israel confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Que el Señor se acuerde de nosotros * y nos bendiga,
Bendiga a la casa de Israel, * bendiga a la casa de Aarón;
Bendiga a los fieles del Señor, * pequeños y grandes.
Que el Señor os acreciente, * a vosotros y a vuestros hijos;
Benditos seáis del Señor, * que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, * la tierra se la ha dado a los hombres.
Los muertos ya no alaban al Señor, * ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor * ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aleluya, aleluya, aleluya.

Capítulo Himno Verso


Sant 1:22-24

Queridos hermanos: Llevad a la práctica la Palabra, y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Pues el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a aquel que se miraba la cara en el espejo; y, apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era.


R. Demos gracias a Dios.

Himno


Vayamos con inmaculadas túnicas
al regio banquete del Cordero;
después de pasado el mar Rojo,
cantemos a Cristo Príncipe.

El amor es el sacerdote inmortal
de este sacrificio admirable,
ofreciendo en la Cruz y en el Altar,
el Cuerpo y Sangre adorables.

La sangre de que está rociada nuestra alma,
ahuyenta al Ángel exterminador;
retrocede, abriéndose, el mar,
y los enemigos son sepultados en sus olas.

Jesús es para nosotros en este día
nuestra Pascua y nuestra Víctima;
para los corazones que viven de Él,
es puro ázimo de sinceridad.

Cristo, víctima descendida del cielo,
ha sometido los infiernos;
ha desatado los lazos de la muerte,
y dado al mundo la vida.

Vencedor de las potencias infernales,
lleva al cielo sus trofeos;
arrastra cautivo en su carroza gloriosa
al Príncipe de las tinieblas.

Sé, oh Jesús, la Pascua inmortal
de nuestra alma resucitada;
libra de la cruel muerte del pecado
a los que han nacido a una nueva vida.

Gloria para siempre a Dios Padre;
gloria a su Hijo resucitado,
y al Espíritu Santo, cuya bondad
consuela y alegra nuestras almas.
Amén.

V. Quédate con nosotros, Señor, aleluya.
R. Porque se hace de noche, aleluya.

Canticum: Magnificat

Ant. Pedid y recibiréis, * para que vuestra alegría sea completa. El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis. Aleluya.

(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)

Proclama ✠ * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,

Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. El Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis. Aleluya.

Oración


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.

Oremos.
¡Oh Dios, fuente de todo bien!, escucha sin cesar nuestras súplicas: concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con tu ayuda.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
R. Amén.

Conclusión

V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Textos para meditar: IV domingo de Pascua

Homilía de San Agustín, Obispo.

Tratado 94 sobre San Juan, en el principio.

Habiendo predicho nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos las persecuciones que padecerían después de su pasión, añadió: Estas cosas no os las dije en el principio, porque estaba con vosotros; y ahora me vuelvo a Aquel que me ha enviado. Debemos indagar si les había ya anunciado las futuras persecuciones. Los otros tres evangelistas demuestran que se las había predicho suficientemente antes de celebrar la Cena; terminada la cual les habló así, según San Juan: Estas cosas no os las dije en el principio, porque estaba con vosotros.

¿Acaso no se podrá resolver esta dificultad, diciendo que los otros evangelistas hacen observar que la pasión del Señor estaba próxima cuando Él hablaba así? Él no les había dicho, de consiguiente, estas cosas desde el principio, cuando estaba con ellos, ya que las dijo cuando estaba próximo a dirigirse al Padre. Y por lo mismo, aun según aquellos evangelistas, se halla confirmada la verdad de estas palabras del Salvador: “Estas cosas en el principio no os las dije”. Mas si esto es así, ¿cómo se salva la veracidad del Evangelio según San Mateo, el cual nos refiere que estas cosas fueron pronunciadas por el Señor, no sólo cuando ya iba a celebrar la Pascua con los discípulos, estando inminente la pasión, sino desde el principio, en el pasaje donde los apóstoles son expresamente llamados por sus nombres y enviados a ejercer el santo ministerio?

¿Qué quieren decir, de consiguiente, estas palabras: “Esto no os lo dije al principio, porque estaba con vosotros”; sino que la predicción que Él hace del Espíritu Santo, a saber, que vendría a ellos y daría testimonio en el momento en que habrían de sufrir los males que les anunciaba, no la hizo desde el principio porque estaba con ellos? Este Consolador o Abogado (ambas cosas significa en griego la palabra Paráclito) no era necesario sino después de haber partido Cristo al cielo, y por esta razón no había hablado de Él en el principio, cuando Él estaba con ellos, ya que con su misma presencia les consolaba.

Del Tratado de San Cipriano, Obispo y Mártir, sobre el bien de la paciencia.


Sermón 3, al inicio.


Habiendo de tratar de la paciencia, y teniendo que predicaros de sus bienes y utilidades, ¿por dónde empezaré mejor, sino por haceros notar que, para oírme, necesitáis de la paciencia? Lo mismo que oís y aprendéis, no lo podéis aprender sin paciencia, dado que las enseñanzas y doctrinas de la salvación no se aprenden eficazmente cuando no se escuchan con paciencia. Entre todos los medios que nos ofrece la ley celestial y que dirigen nuestra vida a la consecución de los premios que nos promete la fe y la esperanza, el más útil para la vida y más excelente para conseguir la gloria, es que observemos cuidadosísimamente la paciencia, nosotros que nos adherimos a la ley de Dios por un culto de temor y de amor. Los filósofos paganos dicen que ellos también practican esta virtud, pero en ellos es tan falsa la paciencia como la filosofía. Pues ¿cómo puede alguno ser sabio o paciente, si ignora la sabiduría y la paciencia de Dios?

Jamás nosotros, hermanos amadísimos, que somos filósofos, no de palabra sino con las obras; que preferimos la verdad a la aparente sabiduría; que conocemos la realidad de las virtudes más que el jactarnos de las mismas; que no decimos grandes cosas, sino que vivimos como siervos de Dios; demostremos con obsequios espirituales la paciencia que aprendimos mediante el magisterio divino. Esta virtud nos es común con el mismo Dios. De éste trae su origen, de éste su excelencia y dignidad. El origen y grandeza de la paciencia proceden de Dios como de su autor. El hombre debe amar lo que agrada a Dios. Puesto que lo que ama Dios, es por lo mismo recomendado por la majestad divina. Siendo el Señor nuestro Padre y nuestro Dios, imitemos la paciencia de Aquél que es igualmente Señor y Padre, ya que conviene que los siervos sean obedientes, y que los hijos no sean degenerados.

La paciencia es la que nos hace agradables a Dios, y nos conserva en su servicio. Ella es la que mitiga la ira, refrena la lengua, gobierna la mente, guarda la paz, dirige las costumbres, quebranta el ímpetu de la concupiscencia, reprime la violencia del enojo, apaga el incendio de los odios, modera la tiranía de los poderosos, anima la indigencia de los pobres, defiende en las vírgenes la santa integridad, en las viudas la laboriosa castidad, en los desposados la mutua caridad; nos hace humildes en las prosperidades, en las adversidades esforzados, sufridos en las injurias y oprobios. Enseña a perdonar prontamente a los culpables; si hemos faltado nosotros mismos, nos enseña a pedir por largo tiempo y con insistencia el perdón. Vence las tentaciones, soporta las persecuciones, corona los sufrimientos y el martirio. Ella es la que robustece con firmeza los cimientos de nuestra fe.

Visperas IV Domingo de Pascua

Rito de entrada

V. Dios ✠ mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos

Ant. Aleluya, * aleluya, aleluya.

Salmo 109


Oráculo del Señor a mi Señor: * «Siéntate a mi derecha,
Y haré de tus enemigos * estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: * somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; * yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora».
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».
El Señor a tu derecha, el día de su ira, * quebrantará a los reyes.
Dará sentencia contra los pueblos, amontonará cadáveres, * quebrantará cráneos sobre la ancha tierra.
En su camino beberá del torrente, * por eso levantará la cabeza.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 110


Doy gracias al Señor de todo corazón, * en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor, * dignas de estudio para los que las aman.
Esplendor y belleza son su obra, * su generosidad dura por siempre;
Ha hecho maravillas memorables, * el Señor es piadoso y clemente. Él da alimento a sus fieles,
Recordando siempre su alianza; * mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
Dándoles la heredad de los gentiles. * Justicia y verdad son las obras de sus manos,
Todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, * se han de cumplir con verdad y rectitud.
Envió la redención a su pueblo, * ratificó para siempre su alianza,
Su nombre es sagrado y temible. * Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
Tienen buen juicio los que lo practican; * la alabanza del Señor dura por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 111

Dichoso quien teme al Señor * y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra, * la descendencia del justo será bendita.
En su casa habrá riquezas y abundancia, * su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, * clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. * El justo jamás vacilará,
Su recuerdo será perpetuo. * No temerá las malas noticias,
Su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, * sin temor, hasta que vea derrotados a sus enemigos.
Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, * y alzará la frente con dignidad.
El malvado, al verlo, se irritará, rechinará los dientes hasta consumirse. * La ambición del malvado fracasará.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 112


Alabad, siervos del Señor, * alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, * ahora y por siempre:
De la salida del sol hasta su ocaso, * alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos, * su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono * y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido, * alza de la basura al pobre,
Para sentarlo con los príncipes, * los príncipes de su pueblo;
A la estéril le da un puesto en la casa, * como madre feliz de hijos.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 113


Cuando Israel salió de Egipto, * los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario, * Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó, * el Jordán se echó atrás;
Los montes saltaron como carneros; * las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes, * y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; * colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra, * en presencia del Dios de Jacob;
Que transforma las peñas en estanques, * el pedernal en manantiales de agua.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, * sino a tu nombre da la gloria;
Por tu bondad, por tu lealtad. * ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios»?
Nuestro Dios está en el cielo, * lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, * hechura de manos humanas:
Tienen boca, y no hablan; * tienen ojos, y no ven;
Tienen orejas, y no oyen; * tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; * no tiene voz su garganta:
Que sean igual los que los hacen, * cuantos confían en ellos.
Israel confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor: * Él es su auxilio y su escudo.
Que el Señor se acuerde de nosotros * y nos bendiga,
Bendiga a la casa de Israel, * bendiga a la casa de Aarón;
Bendiga a los fieles del Señor, * pequeños y grandes.
Que el Señor os acreciente, * a vosotros y a vuestros hijos;
Benditos seáis del Señor, * que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor, * la tierra se la ha dado a los hombres.
Los muertos ya no alaban al Señor, * ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor * ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aleluya, aleluya, aleluya.

Capítulo Himno Verso

 
Sant 1:17


Queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra.


R. Demos gracias a Dios.

Himno


Vayamos con inmaculadas túnicas
al regio banquete del Cordero;
después de pasado el mar Rojo,
cantemos a Cristo Príncipe.

El amor es el sacerdote inmortal
de este sacrificio admirable,
ofreciendo en la Cruz y en el Altar,
el Cuerpo y Sangre adorables.

La sangre de que está rociada nuestra alma,
ahuyenta al Ángel exterminador;
retrocede, abriéndose, el mar,
y los enemigos son sepultados en sus olas.

Jesús es para nosotros en este día
nuestra Pascua y nuestra Víctima;
para los corazones que viven de Él,
es puro ázimo de sinceridad.

Cristo, víctima descendida del cielo,
ha sometido los infiernos;
ha desatado los lazos de la muerte,
y dado al mundo la vida.

Vencedor de las potencias infernales,
lleva al cielo sus trofeos;
arrastra cautivo en su carroza gloriosa
al Príncipe de las tinieblas.

Sé, oh Jesús, la Pascua inmortal
de nuestra alma resucitada;
libra de la cruel muerte del pecado
a los que han nacido a una nueva vida.

Gloria para siempre a Dios Padre;
gloria a su Hijo resucitado,
y al Espíritu Santo, cuya bondad
consuela y alegra nuestras almas.
Amén.

V. Quédate con nosotros, Señor, aleluya.
R. Porque se hace de noche, aleluya.

Canticum: Magnificat


Ant. Me voy * al que me envió, y, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Aleluya.


(Cántico de la B. Virgen María  Lc 1, 46-55)

Proclama ✠ * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,
Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.


Ant. Me voy al que me envió, y, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Aleluya.

Oración


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.


Oremos.
¡Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo! Inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas; para que, en medio de los placeres del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
R. Amén.

Conclusión

V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Santos primera semana de mayo

SAN CIRÍACO o JUDAS CIRÍACO, OBISPO (¿133? p.c.)

San Judas Ciriaco, el principal patrono de Ancona, era, probablemente, un obispo de dicha ciudad, que fue asesinado durante una peregrinación a Jerusalén. Por otra parte, algunos autores han lanzado la hipótesis de que se identifica con el obispo de Jerusalén, llamado Judas, que murió en un levantamiento popular, el año 133. Pero la tradición local de Ancona relaciona a su patrono con la figura legendaria del judío Judas Ciriaco que reveló a la emperatriz Elena el sitio en que se hallaba enterrada la Cruz y, después de haber recibido el bautismo y la consagración episcopal, sufrió el martirio en la persecución de Juliano el Apóstata. Las actas de su martirio relatan su conversación imaginaria con el emperador Juliano y los tormentos a que sometido, junto con su madre, Ana. Se dice que la emperatriz Gala Placidia regaló a la ciudad de Ancona las reliquias del santo, excepto la cabeza; ésta fue trasladada, desde Jerusalén, por el conde Enrique de Champagne, quien construyó una iglesia para esa reliquia en Provins.

SANTA PELAGIA DE TARSO, VIRGEN Y MÁRTIR (¿304? p.c.)

La leyenda de Santa Pelagia de Tarso es una de esas novelas griegas destinadas a edificar a los fieles de la época. Según dicha leyenda, Santa Pelagia era muy hermosa. Sus padres, que eran paganos, intentaron casarla con el hijo del emperador Diocleciano; pero la joven no quería casarse y, para dar largas al asunto, pidió permiso para ir a visitar a su antigua nodriza. Aprovechó la ocasión para recibir instrucción cristiana de un obispo llamado Clino, quien la bautizó y le dio la primera comunión. Cuando se supo en su casa que era cristiana, su pretendiente se suicidó y su madre la denunció al emperador. Pero Pelagia era tan hermosa, que Diocleciano, en vez de castigarla, le propuso matrimonio. Pelagia se negó a ello y a abjurar de la fe. Entonces, el emperador ordenó que muriese atada a un becerro de bronce calentado al rojo vivo. Las reliquias de la santa fueron arrojadas a los cuatro vientos, pero los leones se encargaron de guardarlas hasta que las recogió el obispo, quien les dio honrosa sepultura en una montaña de los alrededores de la ciudad.

Existen muchas santas del mismo nombre, San Juan Crisóstomo nos dejó un panegírico sobre Pelagia de Antioquía. Todas las otras son legendarias y sus leyendas se han mezclado unas con otras. En el caso de Pelagia de Tarso, no hay ningún fundamento para sospechar que haya existido realmente; pero de ahí no se sigue que deban considerarse estas fábulas hagiográficas como un reflorecimiento del culto de Afrodita, como lo hacen algunos.

SAN FLORIAN, MÁRTIR (304 p.c.)

San Florian, a quien el Martirologio Romano conmemora en este día, era un oficial del ejército romano. Tras de desempeñar un alto puesto administrativo, en Nórico de Austria, fue martirizado por la fe, en tiempos de Diocleciano. Sus «actas», que son legendarias, cuentan que él mismo se entregó en Lorch a los soldados del gobernador Aquilino que perseguían a los cristianos. Por su valiente confesión de la fe, se le azotó dos veces, fue despellejado en vida y, finalmente, se le arrojó al río Enns con una piedra al cuello. Una piadosa mujer recuperó su cuerpo, que fue más tarde depositado en la abadía agustiniana de San Florián, cerca de Linz. Las reliquias del santo fueron después trasladadas a Roma; el Papa Lucio III, en 1138, regaló una parte de ellas al rey Casimiro de Polonia y al obispo de Cracovia. Desde entonces, se considera a San Florián como patrono de Linz, de Polonia y de Austria superior. Es muy probable que en tantas traslaciones se hayan confundido las reliquias de San Floriano con las de otros santos del mismo nombre. Lo cierto es que en muchas regiones de Europa central, el pueblo le profesa gran devoción. La tradición que afirma que su martirio tuvo lugar en la confluencia de Enns con el Danubio es antigua y digna de crédito. A la intercesión del santo se atribuyen numerosas curaciones. El pueblo cristiano le invoca como protector contra el fuego y el agua.

SAN VENERO, OBISPO DE MILÁN (409 p.c.)

El tercer obispo de Milán, después de San Ambrosio, fue San Venero. Había sido diácono de San Ambrosio y sucedió en la sede a San Simpliciano el año 400. Sabemos muy poco sobre él. Su culto se popularizó mucho en 1579, cuando San Carlos Borromeo desenterró sus restos y los trasladó a la catedral. El santo era muy amigo de San Paulino de Nola, San Delfino de Burdeos y San Cromacio de Aquileya. También tuvo ocasión de manifestar a San Juan Crisóstomo la pena con que veía sus sufrimientos. Cuando los obispos de África, reunidos en Cartago el año 401, apelaron al Papa Anastasio, pidieron también socorro a San Venero. El poeta cristiano Ennodio cantó loas al santo y a su singular elocuencia.

SAN GOTARDO, OBISPO DE HILDESHEIM (1038 p.c.)

San Gotardo nació en el pueblecito bávaro de Reichesdorf. Su padre estaba al servicio de los canónigos que vivían en la antigua abadía benedictina de Nieder-Altaich. Los canónigos se encargaron de la educación del niño. Gotardo dio muestras de un ingenio tan precoz, que llamó la atención de los obispos de Passau y Regensburg y se ganó el favor del arzobispo Federico de Salzburgo. Este último le llevó consigo a Roma y le nombró superior de los canónigos, a los diecinueve años. Gracias a los esfuerzos de los tres prelados, se restableció la regla benedictina en Nieder-Altaich, en 990. Gotardo, que ya entonces era sacerdote, tomó el hábito monacal junto con otros canónigos. Cuando fue elegido abad, San Enrique, que era entonces duque de Baviera y tenía en gran estima a Gotardo, acudió a su consagración. La emperatriz Cunegunda tejió para el santo un cíngulo que se conservó mucho tiempo como reliquia. El éxito con que Gotardo gobernó su abadía, hizo que San Enrique le mandase a reformar los monasterios de Tegernsee, en el Freising, Herfeld, en Turingia y Kremsmünster, en Passau. El santo desempeñó con gran acierto el cargo, sin abandonar la dirección de Nieder-Altaich, en donde dejaba a un vicesuperior cuando estaba ausente. En veinticinco años, San Gotardo formó nueve abades de diversos monasterios.

Dios le llamó entonces a una vida muy diferente. San Bernwaldo, obispo de Hildesheim, murió el año 1022. Al punto decidió San Enrique nombrar a Gotardo para sucederle. En vano alegó el abad su avanzada edad y su falta de cualidades; al fin tuvo que plegarse a los deseos del monarca, a quien apoyaba todo el clero de la región. Aunque tenía ya sesenta años, emprendió las labores episcopales con el empuje y la energía de un joven. Construyó y restauró varias iglesias; fomentó mucho la educación, particularmente en la escuela catedralicia; estableció tal disciplina en su capítulo, que parecía un monasterio; finalmente, en un terreno pantanoso que obtuvo de las autoridades, en las afueras de Hildesheim, construyó un hospital para los pobres y enfermos. San Gotardo tenía particular predilección por los pobres; en cambio veía con muy malos ojos a los vagabundos profesionales, a los que llamaba «los peripatéticos» y no les permitía hospedarse por más de dos o tres días, en el hospital. El santo obispo murió en 1038 y fue canonizado en 1131. Los autores están generalmente de acuerdo en que el célebre Paso de San Gotardo tomó su nombre de una capilla que los duques de Baviera construyeron en la cumbre, en honor del gran prelado de Hildesheim.

BEATA CATALINA DE PARC-AUX-DAMES, VIRGEN (Principios del siglo XIII)

La Beata Catalina de Parc-Aux-Dames era hija de padres judíos, que residían en Lovaina. Maese Rainero, el capellán del duque de Brabante, visitaba frecuentemente a la familia de Catalina y mantenía con ella largas conversaciones sobre problemas religiosos. Desde que tenía cinco años, la pequeña Raquel —como se llamaba entonces Catalina— escuchaba atentamente a Maese Rainero. Viendo éste, un día, la atención con que le escuchaba, le dijo: «Raquel ¿te gustaría ser cristiana?» «Sí, respondió al punto la chiquilla, pero quisiera saber cómo.» Desde entonces, el buen sacerdote aprovechó todas las ocasiones para instruirla en la fe. Pero los padres no veían con buenos ojos el cambio que se estaba obrando en su hija y, al cumplir los siete años de edad, decidieron enviarla al otro lado del Rin para alejarla de toda influencia católica. Raquel se afligió mucho al saberlo; pero la Virgen se le apareció una noche, le dio un bordón de peregrino y le mandó que huyese. La niña se levantó al punto y fue a buscar a Maese Rainero, quien la condujo a la abadía de las religiosas cistercienses de Parc-aux-Dames, a tres kilómetros de Lovaina. Ahí recibió Raquel el bautismo, el hábito y el nombre de Catalina. Sus padres apelaron al obispo de Lovaina, al duque de Brabante y aun al Papa Honorio, para conseguir que Catalina volviera a su casa, por lo menos hasta que cumpliese doce años. El obispo y el duque favorecían a los padres de Catalina; pero Engelberto, arzobispo de Colonia y Guillermo, abad de Claraval, decidieron en favor de Catalina. La beata permaneció en Parc-aux-Dames hasta su muerte y fue muy famosa por sus visiones y milagros.

Visperas III Domingo de Pascua

Rito de entrada
V. Dios ✠ mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos

Ant. Aleluya, * aleluya, aleluya.

Salmo 143(1-8)


Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, * mis dedos para la pelea;
Mi bienhechor, mi alcázar, * baluarte donde me pongo a salvo,
Mi escudo y mi refugio, * que me somete los pueblos.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él? * ¿Qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo; * sus días, una sombra que pasa.
Señor, inclina tu cielo y desciende; * toca los montes, y echarán humo;
Fulmina el rayo, y dispérsalos; * dispara tus saetas y desbarátalos.
Extiende la mano desde arriba: defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas, * de la mano de los extranjeros,
Cuya boca dice falsedades, * cuya diestra jura en falso.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 143(9-15)

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, * tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
Para ti que das la victoria a los reyes, * y salvas a David tu siervo, defiéndeme de la espada cruel,
Sálvame de las manos de extranjeros, cuya boca dice falsedades, * cuya diestra jura en falso.
Sean nuestros hijos un plantío, * crecidos desde su adolescencia;
Nuestras hijas sean columnas talladas, * estructura de un templo.
Que nuestros silos estén repletos * de frutos de toda especie;
Que nuestros rebaños a millares se multipliquen en las praderas, * y nuestros bueyes vengan cargados;
Que no haya brechas ni aberturas, * ni alarma en nuestras plazas.
Dichoso el pueblo que esto tiene, * dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 144(1-7)

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey; * bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré * y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza, * es incalculable su grandeza;
Una generación pondera tus obras a la otra, * y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad, * y yo repito tus maravillas;
Encarecen ellos tus temibles proezas, * y yo narro tus grandes acciones;
Difunden la memoria de tu inmensa bondad, * y aclaman tus victorias.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 144(8-13)


El Señor es clemente y misericordioso, * lento a la cólera y rico en piedad;
El Señor es bueno con todos, * es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, * que te bendigan tus fieles;
Que proclamen la gloria de tu reinado, * que hablen de tus hazañas;
Explicando tus hazañas a los hombres, * la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo, * tu gobierno va de edad en edad.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 144(14-21)


El Señor es fiel a sus palabras, * bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer, * endereza a los que ya se doblan.
Los ojos de todos te están aguardando, * Tú les das la comida a su tiempo;
Abres Tú la mano, * y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos, * es bondadoso en todas sus acciones;
Cerca está el Señor de los que lo invocan, * de los que lo invocan sinceramente.
Satisface los deseos de sus fieles, * escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman, * pero destruye a los malvados.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, * todo viviente bendiga su santo nombre por siempre jamás.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aleluya, aleluya, aleluya.

Capítulo Himno Verso

1 Pe 2:11

Queridos hermanos: Os ruego que, como forasteros en país extraño, os apartéis de los deseos carnales, que están en guerra con el alma.
R. Demos gracias a Dios.

Himno


Vayamos con inmaculadas túnicas
al regio banquete del Cordero;
después de pasado el mar Rojo,
cantemos a Cristo Príncipe.

El amor es el sacerdote inmortal
de este sacrificio admirable,
ofreciendo en la Cruz y en el Altar,
el Cuerpo y Sangre adorables.

La sangre de que está rociada nuestra alma,
ahuyenta al Ángel exterminador;
retrocede, abriéndose, el mar,
y los enemigos son sepultados en sus olas.

Jesús es para nosotros en este día
nuestra Pascua y nuestra Víctima;
para los corazones que viven de Él,
es puro ázimo de sinceridad.

Cristo, víctima descendida del cielo,
ha sometido los infiernos;
ha desatado los lazos de la muerte,
y dado al mundo la vida.

Vencedor de las potencias infernales,
lleva al cielo sus trofeos;
arrastra cautivo en su carroza gloriosa
al Príncipe de las tinieblas.

Sé, oh Jesús, la Pascua inmortal
de nuestra alma resucitada;
libra de la cruel muerte del pecado
a los que han nacido a una nueva vida.

* Gloria para siempre a Dios Padre;
gloria a su Hijo resucitado,
y al Espíritu Santo, cuya bondad
consuela y alegra nuestras almas.
Amén.

V. Quédate con nosotros, Señor, aleluya.
R. Porque se hace de noche, aleluya.

Canticum: Magnificat


Ant. Dentro de un poco, * ya no me veréis, y dentro de otro poco, me veréis, porque voy al Padre. Aleluya, aleluya.


(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)

Proclama ✠ * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,
Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dentro de un poco, ya no me veréis, y dentro de otro poco, me veréis, porque voy al Padre. Aleluya, aleluya.

Oración


V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.


Oremos.

La luz de tu verdad, ¡oh Dios!, guíe a los que andan extraviados, para que puedan volver al camino de la santidad; concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de tal nombre y cumplir todo lo que este nombre significa.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
R. Amén.

Conclusión

 
V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

Visperas del Domingo in albis

Rito de entrada
V. Dios ✠ mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya.

Salmos

Ant. Aleluya, * aleluya, aleluya.

Salmo 143(1-8) [1]

Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, * mis dedos para la pelea;
Mi bienhechor, mi alcázar, * baluarte donde me pongo a salvo,
Mi escudo y mi refugio, * que me somete los pueblos.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él? * ¿Qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo; * sus días, una sombra que pasa.
Señor, inclina tu cielo y desciende; * toca los montes, y echarán humo;
Fulmina el rayo, y dispérsalos; * dispara tus saetas y desbarátalos.
Extiende la mano desde arriba: defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas, * de la mano de los extranjeros,
Cuya boca dice falsedades, * cuya diestra jura en falso.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 143(9-15) [2]

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, * tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
Para ti que das la victoria a los reyes, * y salvas a David tu siervo, defiéndeme de la espada cruel,
Sálvame de las manos de extranjeros, cuya boca dice falsedades, * cuya diestra jura en falso.
Sean nuestros hijos un plantío, * crecidos desde su adolescencia;
Nuestras hijas sean columnas talladas, * estructura de un templo.
Que nuestros silos estén repletos * de frutos de toda especie;
Que nuestros rebaños a millares se multipliquen en las praderas, * y nuestros bueyes vengan cargados;
Que no haya brechas ni aberturas, * ni alarma en nuestras plazas.
Dichoso el pueblo que esto tiene, * dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 144(1-7) [3]


Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey; * bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré * y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza, * es incalculable su grandeza;
Una generación pondera tus obras a la otra, * y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad, * y yo repito tus maravillas;
Encarecen ellos tus temibles proezas, * y yo narro tus grandes acciones;
Difunden la memoria de tu inmensa bondad, * y aclaman tus victorias.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 144(8-13) [4]


El Señor es clemente y misericordioso, * lento a la cólera y rico en piedad;
El Señor es bueno con todos, * es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, * que te bendigan tus fieles;
Que proclamen la gloria de tu reinado, i* que hablen de tus hazañas;
Explicando tus hazañas a los hombres, * la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo, * tu gobierno va de edad en edad.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 144(14-21) [5]


El Señor es fiel a sus palabras, * bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer, * endereza a los que ya se doblan.
Los ojos de todos te están aguardando, * Tú les das la comida a su tiempo;
Abres Tú la mano, * y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos, * es bondadoso en todas sus acciones;
Cerca está el Señor de los que lo invocan, * de los que lo invocan sinceramente.
Satisface los deseos de sus fieles, * escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman, * pero destruye a los malvados.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, * todo viviente bendiga su santo nombre por siempre jamás.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aleluya, aleluya, aleluya.

Capítulo Himno Verso 

1 Jn 5:4


H
ermanos: Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.
R. Demos gracias a Dios.

Himno

Vayamos con inmaculadas túnicas
al regio banquete del Cordero;
después de pasado el mar Rojo,
cantemos a Cristo Príncipe.

El amor es el sacerdote inmortal
de este sacrificio admirable,
ofreciendo en la Cruz y en el Altar,
el Cuerpo y Sangre adorables.

La sangre de que está rociada nuestra alma,
ahuyenta al Ángel exterminador;
retrocede, abriéndose, el mar,
y los enemigos son sepultados en sus olas.

Jesús es para nosotros en este día
nuestra Pascua y nuestra Víctima;
para los corazones que viven de Él,
es puro ázimo de sinceridad.

Cristo, víctima descendida del cielo,
ha sometido los infiernos;
ha desatado los lazos de la muerte,
y dado al mundo la vida.

Vencedor de las potencias infernales,
lleva al cielo sus trofeos;
arrastra cautivo en su carroza gloriosa
al Príncipe de las tinieblas.

Sé, oh Jesús, la Pascua inmortal
de nuestra alma resucitada;
libra de la cruel muerte del pecado
a los que han nacido a una nueva vida.

Gloria para siempre a Dios Padre;
gloria a su Hijo resucitado,
y al Espíritu Santo, cuya bondad
consuela y alegra nuestras almas.
Amén.

V. Quédate con nosotros, Señor, aleluya.
R. Porque se hace de noche, aleluya.

Canticum: Magnificat {Antífona del Propio del Tiempo}

Ant. Al anochecer * de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas; y entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Aleluya.


(Cántico de la B. Virgen María * Lc 1, 46-55)

Proclama ✠ * mi alma la grandeza del Señor,
Se alegra mi espíritu * en Dios, mi salvador;
Porque ha mirado la humillación de su esclava. * Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * su nombre es santo,
Y su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes,
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de la misericordia,
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
V. Gloria al Padre, al Hijo, * y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre, * por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas; y entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Aleluya.

Oración

V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.

Oremos.

Dios todopoderoso, concédenos, con tu gracia, conservar en nuestras vidas el espíritu de estas fiestas pascuales que hemos celebrado.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
R. Amén.

Conclusión

V. Señor, escucha nuestra oración.
R. Y llegue a ti nuestro clamor.
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
V. Las almas de los fieles, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.

San León Magno

PAPA Y DOCTOR DE LA IGLESIA

(461 d.c.)

Festividad: 11 de abril.

La sagacidad de León I, el éxito con que defendió la fe contra las herejías y su intervención ante Atila y Genserico, realzaron el prestigio de la Santa Sede y al Papa le valieron el título de «Magno». La posteridad sólo ha concedido ese título a otros dos Pontífices: San Gregorio I y San Nicolás I. La Iglesia honra a San León entre sus doctores, por sus incomparables obras teológicas, de las que hay muchos extractos en las lecciones del Breviario.

Probablemente la familia de San León era toscana, pero él llamó a Roma su «patria», lo cual nos inclina a pensar que nació en dicha ciudad. No sabemos nada acerca de sus primeros años y desconocemos la fecha de su ordenación. Sus escritos prueban que había recibido una educación excelente, aunque ésta no comprendía el estudio del griego. Fue diácono de los Papas San Celestino I y Sixto III; ese puesto era tan importante, que San Cirilo le escribía directamente a él, y Casiano le dedicó su tratado contra Nestorio. El año 440, cuando las disputas de los dos generales imperiales, Aecio y Albino, amenazaban con dejar a la Galia a merced de los bárbaros, León fue enviado a mediar entre ellos. Cuando murió Sixto III, San León estaba todavía en Galia; una embajada fue allá a anunciarle que había sido elegido Sumo Pontífice.

La consagración tuvo lugar el 29 de septiembre de 440. Desde el primer momento, San León dio pruebas de sus excepcionales cualidades de pastor y jefe. La predicación era entonces privilegio casi exclusivo de los obispos; San León se dedicó a instruir sistemáticamente al pueblo de Roma para convertirle en ejemplo de las otras Iglesias. Los noventa y seis sermones auténticos de San León que han llegado hasta nosotros, muestran que insistía en la limosna y otros aspectos sociales de la vida cristiana y que explicaba al pueblo la doctrina, particularmente lo relativo a la Encarnación. Afortunadamente, se conservan 143 cartas de San León y otras treinta que le fueron escritas. Por ellas, podemos darnos una idea de la extraordinaria vigilancia con que el santo Pontífice seguía la vida de la Iglesia en todo el Imperio. Al mismo tiempo que combatía a los maniqueos en Roma, escribía al obispo de Aquileya dándole instrucciones sobre la manera de enfrentarse al pelagianismo, que había reaparecido en dicha diócesis.

Santo Toribio, obispo de Astorga, España, envió a San León una copia de su carta circular sobre el priscilianismo, una secta que había progresado mucho en España, gracias a la connivencia de una parte del clero. Dicha secta era una mezcla de astrología, de fatalismo y de la doctrina maniquea sobre la maldad de la materia. En su respuesta el Papa, refutó ampliamente a los priscilianistas, refirió las medidas que había tomado contra los maniqueos y mandó que se reuniese un sínodo para combatir la herejía. Varias veces tuvo que intervenir también en los asuntos de la Galia; en dos ocasiones reprendió a San Hilario, obispo de Arles, quien se había excedido en el uso de sus poderes de metropolitano.

Escribió algunas cartas a Anastasio, obispo de Tesalónica, para confirmarle su oficio de Vicario de los obispos de Iliria; en una ocasión le recomendó mayor tacto y en otra, le recordó que los obispos tenían derecho de apelar a Roma, «según la antigua tradición». El año 446, San León escribió a la Iglesia africana de Mauritania, prohibiendo la elección de laicos para las sedes episcopales, así como las de los casados en segundas nupcias y de los casados con una viuda; en la misma carta tocó el delicado problema de la manera de tratar a las vírgenes consagradas a Dios que habían sido violadas por los bárbaros.

Respondiendo a ciertas quejas del clero de Palermo y Taormina, San León escribió a los obispos de Sicilia, ordenándoles que no vendiesen las propiedades de la Iglesia sin el consentimiento del clero. En las decisiones de San León, escritas en forma autoritaria y casi dura, no hay la menor nota personal ni la menor incertidumbre; no es el hombre el que habla, sino el sucesor de San Pedro. Ese es el secreto de la grandeza y de la unidad del carácter de San León. Sin embargo, hay que mencionar también un rasgo muy humano, que conocemos nada más por tradición, pero que ilustra la importancia, que el santo daba a la elección de los candidatos a las ordenes sagradas. En el «Prado Espiritual», Juan Mosco cita estas palabras de Amos, patriarca de Jerusalén: «Por mis lecturas estoy enterado de que el bienaventurado Papa León, hombre de costumbres angélicas, veló y oró durante cuarenta días en la tumba de San Pedro, pidiendo a Dios, por la intercesión del Apóstol, el perdón de sus pecados. Al fin de esos cuarenta días, se le apareció San Pedro y le dijo: ‘Dios te ha perdonado todos tus pecados, excepto los que cometiste al conferir las sagradas órdenes, pues de esos tendrás que dar cuenta muy estricta’.» San León prohibió que se confiriesen las órdenes a los esclavos y a todos los que habían practicado oficios ilegales o indecorosos e introdujo una ley, por la que se restringía la ordenación al sacerdocio sólo a los candidatos de edad madura que habían sido probados a fondo y se habían distinguido en el servicio de la Iglesia por su sumisión a las reglas y su amor a la disciplina.

El santo Pontífice, en su calidad de pastor universal, tuvo que enfrentarse en el oriente con dificultades más grandes que las de cualquiera de sus predecesores. El año 448, recibió una carta de un abad de Constantinopla, llamado Eutiques, quien se quejaba del recrudecimiento de la herejía nestoriana. San León respondió discretamente que iba a investigar el asunto. Al año siguiente, Eutiques escribió otra carta al Papa y mandó copia de ella a los patriarcas de Alejandría y de Jerusalén. En dicha carta protestaba contra la excomunión que había fulminado contra él San Flaviano, patriarca de Constantinopla, a instancias de Eusebio de Dorileo y pedía ser restituido a su cargo. Con su carta iba otra del emperador Teodosio II en defensa suya. Como en Roma no se había recibido la noticia oficial de la excomunión, San León escribió a San Flaviano, quien le envió amplias informaciones sobre el sínodo que había excomulgado a Eutiques. En ella ponía en claro que Eutiques había caído en el error de negar la existencia de dos naturalezas en Cristo, cosa que constituía una herejía opuesta al nestorianismo. Por entonces, el emperador Teodosio convocó a un concilio en Efeso, so pretexto de estudiar a fondo el asunto, pero el concilio estaba lleno de amigos de Eutiques y lo presidía uno de sus principales partidarios, Dióscoro, patriarca de Alejandría. El conciliábulo absolvió a Eutiques y condenó a San Flaviano, quien murió poco después, a resultas de los golpes que había recibido. Como los legados del Papa se negaron a aceptar la sentencia del conciliábulo, se les prohibió leer la carta de San León ante la asamblea.

En cuanto San León se enteró del asunto, anuló las decisiones de la asamblea y escribió al emperador con estos consejos: «Deja a los obispos defender libremente la fe, pues ningún poder humano ni amenaza alguna son capaces de destruirla. Proteje a la Iglesia y consérvala en paz para que Cristo proteja, a su vez, tu Imperio». Dos años después, en el reinado del emperador Marciano, se reunió en Calcedonia un Concilio ecuménico. Seiscientos obispos, entre los que se contaban los legados de San León, acudieron a él. El Concilio reivindicó la memoria de San Flaviano y excomulgó y depuso a Dióscoro. El 13 de junio de 449, San León había escrito a San Flaviano una carta doctrinal, en la que exponía claramente la fe de la Iglesia en las dos naturalezas de Cristo y refutaba los errores de los eutiquianos y nestorianos. Dióscoro había ignorado esa famosa carta, conocida con el nombre de «Carta Dogmática» o «Tomo de San León»; en esa ocasión se leyó en el Concilio. «¡Pedro ha hablado por la boca de León!», exclamaron los obispos, después de oír esa lúcida exposición sobre la doble naturaleza de Cristo, que se convirtió desde entonces en doctrina oficial de la Iglesia.

Entre tanto, habían tenido lugar en occidente varios acontecimientos. Atila invadió Italia al frente de los hunos, el año 452; quemó la ciudad de Aquileya, sembró el terror y la muerte a su paso, saqueó Milán y Pavía y se dirigió hacia la capital. Ante la ineficacia del general Aecio, el pueblo se llenó de pánico; todas las miradas se volvieron hacia San León, y el emperador Valente III y el Senado le autorizaron para negociar con el enemigo. Poseído de su carácter sagrado y sin vacilar un solo instante, el Papa partió de Roma, acompañado por el cónsul Avieno, por Trigecio, gobernador de la ciudad y unos cuantos sacerdotes. Entró en contacto con el enemigo en la actual ciudad de Peschiera. San León y su clero se entrevistaron con Atila y le persuadieron para que aceptase un tributo anual, en vez de saquear la ciudad. Esto salvó a Roma de la catástrofe por algún tiempo. Pero tres años más tarde, Genserico se presentó a la cabeza de los vándalos ante las puertas de la ciudad, totalmente indefensa. En esta ocasión, San León tuvo menos éxito, pero obtuvo que los vándalos se contentasen con saquear la ciudad, sin matar ni incendiar.

Quince días después, los bárbaros se retiraron al África con numerosos cautivos y un inmenso botín. San León emprendió inmediatamente la reconstrucción de la ciudad y la reparación de los daños causados por los bárbaros. Envió a muchos sacerdotes a asistir y rescatar a los prisioneros en África y restituyó, en cuanto le fue posible, los vasos sagrados de las iglesias. Gracias a su ilimitada confianza en Dios, no se desalentó jamás y conservó gran serenidad, aun en los momentos más difíciles. En los veintiún años de su pontificado se había ganado el cariño y la veneración de los ricos y de los pobres, de los emperadores y de los bárbaros, de los clérigos y de los laicos. Murió el 10 de noviembre de 461. Sus reliquias se conservan en la basílica de San Pedro. Su fiesta, que se celebra el día de hoy, conmemora la fecha de la traslación de sus reliquias. El historiador Jalland, anglicano, resume el carácter de San León con cuatro rasgos: «su energía indomable, su magnanimidad, su firmeza y su humilde devoción al deber». La exposición que hizo San León de la doctrina cristiana de la Encarnación, fue uno de los «momentos» más importantes de la historia del cristianismo. «La más grande de sus realizaciones personales fue el éxito con que reivindicó la primacía de la Sede Romana en las cuestiones doctrinales.» San León fue declarado doctor de la Iglesia mucho tiempo después, en 1754. Entre los sermones que se conservan del santo, hay uno que predicó en la fiesta de San Pedro y San Pablo, poco después de la retirada de Atila. Empieza por comparar el fervor de los romanos en el momento en que se salvaron de la catástrofe con su actual tibieza y les recuerda la ingratitud de los nueve leprosos que sanó Cristo. A continuación les dijo: «Así pues, mis amados hermanos, debéis volveros al Señor, si no queréis que os reproche lo mismo que a los nueve leprosos ingratos. Recordad las maravillas que El ha obrado con vosotros. Guardaos de atribuir vuestra liberación a los astros, como lo hacen algunos impíos; atribuidla únicamente a la infinita misericordia de Dios, que ablandó el corazón de los bárbaros. Sólo podéis obtener el perdón de vuestra negligencia, haciendo una penitencia que supere a la culpa. Aprovechemos el tiempo de paz que nos concede el Señor para enmendar nuestras vidas. Que San Pedro y todos los santos, que nos han socorrido en nuestras innumerables aflicciones, secunden las fervientes súplicas que elevamos por vosotros a la misericordia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.»

                                                                                  (De la vida de los Santos de Butler)

Para meditar: Domingo de Ramos

Homilía de San Ambrosio, Obispo.

Libro 9 sobre San Lucas.

Sube al templo tras dejar a los judíos, aquel Señor que debía habitar en los corazones de los gentiles. El verdadero templo es aquel en el cual el Señor es adorado en espíritu; que está constituido por el encadenamiento de las verdades de la fe. El Señor abandona a los que le odiaban, y escoge a los que debían amarle. Sube al monte de los Olivos, para plantar con su virtud divina estos noveles retoños de olivo que tienen por madre la Jerusalén espiritual. En este monte está Él, celeste agricultor, para que cuantos se hallan plantados en la casa de Dios, puedan decir: “Yo soy como olivo fructífero que está en la casa del Señor”.

Aquel monte significa a Cristo. ¿Quién, sino Él, producirá tales olivos que no se doblegan bajo la abundancia de los frutos, sino que demuestran su fecundidad comunicando a las naciones la gracia del Espíritu Santo? Él es aquel por quien subimos y hacia quien subimos. Es el camino; es la puerta que se abre y quien la abre; donde llaman los que quieren entrar, y el Dios a quien adoran los que merecen entrar. Estaba Jesús en un pueblo, y había allí un pollino atado junto a su madre, y solo podía ser desatado por orden del Señor. Lo desata un Apóstol. Tales son los actos, tal la vida, tal la gracia. Sed vosotros tales que libréis a los ligados.

Consideremos quiénes, convencidos de pecado, fueron arrojados del paraíso a un lugar vulgar, comparable a ese pueblo. Ved cómo la Vida llama a los que la muerte había desterrado. Leemos en San Mateo que el Hijo de Dios envió a que desatasen el pollino y el asna; como ambos sexos habían sido arrojados del paraíso, quiso dar a entender, por estos dos animales, que venía a llamar a ambos sexos. El asna significaba a Eva culpable, y el pollino, el pueblo gentil; por esto se sentó el Salvador sobre el pollino, hijo del asna. Antes de Cristo nadie había llamado los pueblos gentiles a la Iglesia. Leemos en San Marcos: “Sobre el cual ningún hombre se había aún sentado”.