Textos para meditar: V Domingo de Pascua

Del Libro de San Ambrosio, Obispo, sobre la fe de la resurrección.


Después de la mitad.


Como la Sabiduría de Dios no podía morir y lo que no muere no puede resucitar, el Verbo tomó carne mortal, para morir en esta carne sujeta a la muerte, y resucitar después de muerto. Para resucitar era necesario ser hombre, según se deduce de aquellas palabras: así como por el hombre había venido la muerte, así por el hombre vendría la resurrección. Jesucristo, de consiguiente, resucitó como hombre porque como hombre había muerto; es juntamente hombre que resucita y Dios que le resucita. Entonces se mostró hombre en cuanto a la carne, ahora en todo se muestra Dios. Ahora ya no conocemos a Cristo según la carne, pero su carne es la causa por la cual le conocemos como primicias de los que murieron, como el primogénito de entre los muertos.

Las primicias son de la misma naturaleza que los otros frutos, de los cuales se ofrecen los primeros a Dios en acción de gracias por una cosecha abundante: presente sagrado por todos sus dones, ofrenda, por decirlo así, de la naturaleza renovada. De consiguiente, Cristo constituye las primicias de los muertos. Ahora bien, ¿debemos creer que lo es de los que descansan en Él, los cuales duermen un sueño, o lo es de todos los muertos? “Así como todos mueren en Adán, así todos son vivificados por Cristo”. Por lo cual, así como las primicias de la muerte tuvieron lugar en Adán, así las primicias de la resurrección se realizaron en Cristo. En Él todos resucitarán. Así que nadie desespere, ni el justo se duela de esta común resurrección, esperando para sí una especial recompensa por su virtud. Todos a la verdad resucitarán; mas cada uno, como enseña el Apóstol, en su orden. General es el fruto de la divina clemencia, pero distinto es el orden de los méritos.

Debemos advertir cuán grave sacrilegio sea no creer en la resurrección. Si no hemos de resucitar, Cristo ha muerto en vano; Cristo no ha resucitado. Si no ha resucitado para nosotros, a la verdad no ha resucitado, ya que ningún motivo había en Él para resucitar. En Él ha resucitado el mundo; en Él resucitó el cielo; en Él resucitó la tierra, ya que se nos promete un cielo nuevo y una tierra nueva. Él no tenía necesidad de la resurrección, supuesto que no estaba retenido por los vínculos de la muerte. Y si bien murió como hombre, con todo en el limbo gozaba de libertad. ¿Quieres saber cuál era su libertad? “Soy como hombre sin que nadie me auxilie; libre entre los muertos”. Y en verdad libre, ya que podía resucitarse a sí mismo, según lo que estaba escrito: “Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré”. Y en verdad era libre, ya que había descendido para librar a los otros.

Homilía de San Agustín, Obispo.

Tratado 102 sobre San Juan.

Ahora hemos de tratar de estas palabras del Señor: En verdad en verdad os digo, que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá. Ya hemos dicho en las anteriores explicaciones, al tratar de las palabras del Señor, respecto de aquellos que piden algunas cosas al Padre en nombre de Cristo, y no las reciben, que no se pide en nombre del Salvador cuando se pide algo contra la salvación, ya que no hemos de fijarnos sólo en el sonido de las letras y sílabas, sino en el significado del sonido. Y esto debemos tenerlo presente en especial cuando dice: En mi nombre.

El que piense de Cristo lo que no debe pensarse del único Hijo de Dios, no pide en su nombre, aunque pronuncie el nombre de Cristo, ya que pide en el nombre de aquel de quien piensa cuando pide. Mas aquel que siente de Cristo lo que se debe sentir, pide en su nombre, y recibe lo que pide, si no es contra su eterna salud. Pero recibe cuando debe recibir. Algunas gracias no son rehusadas, mas se difieren para ser concedidas en su tiempo oportuno. Así debe entenderse lo que dice: “Os daré»; para designar aquellos beneficios que afectan particularmente a los que los piden. Ya que todos los santos son oídos cuando piden en favor suyo, pero no lo son siempre cuando piden por los demás, tanto si son amigos como enemigos, u otros cualesquiera, ya que no se dijo de cualquier modo: “Dará»; sino: “Os dará” .

Hasta ahora, dice, nada habéis pedido en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo. Esto que llama «gozo completo”, a la verdad no consiste en un gozo carnal sino espiritual, y cuando sea tan grande que al mismo nada se deba añadir, entonces verdaderamente será completo. Todo cuanto se pida relacionado con la consecución de este gozo, se ha de pedir en nombre de Cristo, y esto así lo pediremos si comprendemos bien la naturaleza de la gracia, si el objeto de nuestras peticiones lo constituye la vida verdaderamente bienaventurada. Pedir cualquier otra cosa es no pedir nada. No que sea nada absolutamente, sino que en comparación de bien tan grande como es la bienaventuranza, reputa como nada.