Santos de la tercera semana de junio

17 DE JUNIO: SANTA JUANA FALCONERI

Juliana, de la noble familia de los Falconieri, tuvo por padre al fundador de la iglesia espléndida dedicada a la Anunciación de la Madre de Dios, que edificó a sus expensas y que puede verse en Florencia. Sus padres eran de edad avanzada cuando en el año 1270 les nació Juliana. Ya desde la cuna mostró con una señal su futura santidad, porque se la oyó pronunciar con sus labios balbucientes los dulcísimos nombres de Jesús y María. Desde la infancia, se entregó a las virtudes cristianas, en las cuales sobresalió tanto, que San Alejo, su tío paterno, cuyas instrucciones y ejemplos seguía ella, decía a su madre que había dado a luz un ángel, no una mujer. De semblante modesto, y corazón libre de toda mancha, aun la más ligera, jamás en su vida levantó los ojos para mirar la faz de un hombre; la palabra pecado la hacía temblar, y cierto día, al oír el relatar un crimen, cayó casi inanimada. Antes de cumplir los quince años de edad, renunciando a los cuantiosos bienes que le tocaban en herencia, y desdeñando las alianzas terrenales, consagró solemnemente a Dios su virginidad en manos de San Felipe Benicio, y fue la primera que recibió de él el hábito de las Mantelatas.

El ejemplo de Juliana fue seguido por muchas mujeres nobles, y hasta su misma madre se puso bajo su dirección. Como el número de estas mujeres aumentara poco a poco, Juliana resolvió convertir las Mantelatas en Orden religiosa, dándoles reglas que revelan su santidad y prudencia. San Felipe Benicio conocía tan bien sus virtudes que, en la hora de su muerte, creyó que sólo a Juliana, podía encomendar a las religiosas, y también la Orden de los Servitas, que él había regido y propagado. Mas ella no dejaba, por esto, de formar de sí misma la más baja opinión, y siendo superiora de sus Hermanas, las servía en todo lo doméstico; pasaba días enteros en oración, y con frecuencia se la veía en éxtasis. Empleaba el tiempo restante en apaciguar las discordias, en apartar a los pecadores del mal camino y en cuidar enfermos, a los que más de una vez devolvía la salud besando la podre de sus úlceras. Martirizaba su cuerpo con látigos, cuerdas nudosas o cintos de hierro, siendo habitual prolongar sus vigilias y acostarse desnuda en el suelo. Dos días por semana se alimentaba sólo del Pan de los Ángeles; los sábados tomaba solo pan y agua, y los días restantes tomaba una pequeña cantidad de alimentos, los más groseros.

Una vida tan austera le ocasionó una enfermedad de estómago grave que la redujo al último extremo cuando ya tenía 70 años. Soportó con alma firme los padecimientos de tan larga enfermedad; quejábase sólo de que, no pudiendo retener alimento, se viera alejada, por respeto al divino Sacramento, de la mesa eucarística. Por lo cual rogó al sacerdote que consintiera llevarle el pan divino que su boca no podía recibir y lo acercara a su pecho. Accedió a sus ruegos el sacerdote, y en el mismo instante ¡oh prodigio!, desapareció el pan sacrosanto y Juliana expiró con el semblante resplandeciente de serenidad y la sonrisa en los labios. No se dio crédito a este milagro hasta que se preparó el cuerpo de la virgen como se acostumbraba para darle sepultura; viose entonces en el costado izquierdo del pecho, impresa sobre la carne como un sello, la forma de una hostia que ostentaba la imagen de Jesús crucificado. Esta maravilla y los demás milagros que obró le atrajo la veneración de los florentinos y de todo el mundo cristiano; y de tal modo creció esta veneración, por espacio de unos cuatro siglos, que por fin el papa Benedicto XIII ordenó que en el día de su fiesta hubiese un Oficio propio en toda la Orden de los Servitas de la Bienaventurada Virgen María. Merced a los nuevos milagros, Clemente XII, protector generoso de la misma Orden, inscribió a Juliana en el catálogo de las santas Vírgenes.

21 DE JUNIO: SAN LUIS GONZAGA

Luis, hijo de Fernando de Gonzaga, Marqués de Castellón y de Este, pareció que había nacido para el cielo antes de nacer para la tierra, porque fue bautizado por estar en peligro de muerte. Conservó con fidelidad esta primera inocencia, creyéndose que había sido confirmado en gracia. Así que tuvo uso de razón, se consagró a Dios, y desde entonces progresó en el camino de la santidad. A los 9 años, hizo en Florencia, ante el altar de la Santísima Virgen, a la que honró como a su madre, voto de virginidad perpetua, virtud que por un beneficio del Señor conservó libre de toda tentación espiritual y carnal. Desde entonces, reprimió las otras perturbaciones interiores, y no experimentó ni los primeros movimientos de ellas. Dominaba sus sentidos tanto, sobre todo la vista, que no miró nunca a María de Austria, de quien fue paje de honor muchos años, y se abstuvo de contemplar aun el semblante de su propia madre. Por lo que fue llamado un hombre sin la carne, o un ángel encarnado.

A la guarda de los sentidos, unía Luis la mortificación corporal. Ayunaba tres veces por semana, contentándose de ordinario con un poco de pan y de agua; su ayuno parece que fue perpetuo en aquella época, ya que lo que tomaba, apenas equivalía a una onza. Se disciplinaba tres veces al día hasta sangrar. A veces reemplazaba las disciplinas con las traillas de los perros y el cilicio con espuelas. Teniendo su lecho por mullido, metía en él unas tablas para hacerlo más duro y despertarse primero para orar. Pasaba gran parte de la noche en la contemplación de las cosas divinas, cubierto con la sola camisa, aun en el invierno, de rodillas sobre el suelo, o inclinado y postrado bajo el peso de la fatiga. Con frecuencia guardaba inmovilidad en la oración, 3, 4 ó 5 horas, hasta conseguir evitar, al menos una hora, toda distracción. La recompensa fue una estabilidad de espíritu tal, que su pensamiento jamás se distraía en la oración, sino que permanecía fijo en Dios como en éxtasis. Para poder unirse a Dios, habiendo logrado vencer la resistencia de su padre, tras rudo combate de 3 años, y renunciando en favor de un hermano sus derechos sobre el título de sus antepasados, vino a Roma, donde entró en la Compañía de Jesús, llamado por una voz celestial cuando se hallaba en Madrid.

Desde el noviciado, le miraban como un maestro en toda virtud. Su fidelidad a la regla era de una exactitud extrema; su desprecio del mundo, sin igual; su odio a sí mismo, implacable; su amor de Dios, tan ardiente que consumaría sus fuerzas. Por eso se le ordenó que apartara por un tiempo su pensamiento de las cosas divinas; mas en vano se esforzaba en huir de Dios, pues en todas partes se presentaba a él. Animado de caridad para con el prójimo, sirviendo en los hospitales, contrajo una enfermedad contagiosa; y en el día predicho por él, 13 de las calendas de julio, a los 24 años cumplidos, pasó de la tierra al cielo, tras pedir que le azotaran con disciplinas y le dejaran morir. Santa Magdalena de Pazzis, por revelación, le vio gozar de tal gloria, que apenas habría podido creer que hubiese semejante en el paraíso. Decía ella que su santidad había sido muy grande, y que la caridad le había hecho un mártir desconocido. Ilustre por sus probados milagros, fue inscrito por Benedicto XIII entre los santos y le ofreció a la juventud estudiosa como modelo de inocencia y de castidad, y protector.

DIA 22 DE JUNIO: SAN PAULINO DE NOLA.

Poncio Meropio Anicio Paulino nació el año 353 de la Redención, de una familia distinguida de ciudadanos romanos, en Burdeos, Aquitania, y estuvo dotado de viva inteligencia y carácter bondadoso. Bajo la dirección de Ausonio, brilló en la elocuencia y la poesía. Muy noble y muy rico, ingresó en la carrera de los cargos públicos, y de joven conquistó la dignidad de senador. Después, ya como cónsul, pasó a Italia, donde obtuvo la provincia de Campania, y fijó su residencia en Nola. Tocado allí de la luz divina, por los milagros de la tumba de San Félix, Presbítero y Mártir, empezó a inclinarse a la verdadera fe cristiana, que meditaba ya en su espíritu. Renunció a las fasces y al hacha, que aún no había manchado con ninguna ejecución capital; volvió a la Galia, y fue probado por diversos contratiempos y por grandes trabajos en la tierra y en el mar, en los que perdió un ojo; mas curado por San Martín de Tours, recibió el bautismo de manos del bienaventurado Delfín, obispo de Burdeos.

Despreciando las abundantes riquezas, vendió sus bienes, distribuyó su precio entre los pobres, y, dejando a su mujer, Terasia, cambiando de país y rompiendo los lazos de la carne, se retiró a España, adoptando así la pobreza admirable de Cristo, más preciosa a sus ojos que el universo. Asistiendo en Barcelona a los sagrados misterios, el día de la Natividad del Señor, el pueblo, que le admiraba, le rodeó, y, a pesar de su resistencia, fue ordenado de sacerdote por el obispo Lampidio. Volvió luego a Italia y fundó en Nola, a donde fue atraído por el culto de San Félix, un monasterio, cerca de su tumba; uniéndosele algunos, empezó una vida cenobítica. Y aquel hombre ilustre por la dignidad senatorial y consular, abrazando la locura de la cruz, con la admiración de casi todos, vestido con una pobre túnica, pasaba el día y la noche, en medio de vigilias y de ayunos, fija la mente en las cosas celestiales. Su fama de santidad crecía cada día, por lo que fue consagrado obispo de Nola; en su cargo dejó admirables ejemplos de piedad, de prudencia y sobre todo de caridad.

Durante estos trabajos, compuso escritos llenos de sabiduría sobre la religión y la fe; con frecuencia también, ejercitando la versificación, celebró en poemas los hechos de los Santos, adquiriendo envidiable renombre de poeta cristiano. Atrájose la amistad y la admiración de todas las personas eminentes en santidad y en doctrina de aquella época. De todas partes acudían a él muchas personas considerándole como maestro de la perfección cristiana. Como los godos devastaran la Campania, empleó todo su haber en alimentar pobres y en rescatar prisioneros, sin guardar para sí ni siquiera las cosas necesarias a la vida. Más tarde, cuando los vándalos infestaron aquellas regiones, le suplicó una viuda que rescatara a su hijo, cautivo en poder de los enemigos; como había gastado todos sus recursos en el ejercicio de la caridad, constituyose él mismo como esclavo por aquel niño, y cargado de cadenas, fue llevado a África. Finalmente, obtenida la libertad, gracias a un manifiesto auxilio de Dios, y vuelto a Nola, se reunió de nuevo como buen pastor con sus amadas ovejas, y allí, a los 78 años de edad, durmiose en el Señor. Enterrado su cuerpo cerca de la tumba de San Félix, fue trasladado, en la época de los lombardos, a Benevento; y, reinando Otón III, a Roma, a la basílica de San Bartolomé, en la isla del Tíber; el papa Pío X ordenó que los sagrados restos de Paulino fuesen restituidos a Nola, y elevó su fiesta al rito doble para toda la Iglesia.

                                                                                              Del Breviario Romano.