Algunos Santos de la semana del 19 al 25 de septiembre

21 DE SEPTIEMBRE: SAN MATEO

Mateo, llamado también Leví, Apóstol y Evangelista, fue llamado por el Señor mientras estaba sentado en su oficina de Cafarnaúm, y le siguió al instante. Le obsequió con un convite, yendo también los demás discípulos. Después de la resurrección de Cristo, y antes de salir de Judea para ir a predicar en la región asignada, escribió en Judea el Evangelio de Jesucristo, en hebreo, para los judíos convertidos, siendo el primero entre los evangelistas. Luego fue a Etiopía, y anunció el Evangelio.

Hay que mencionar en primer lugar la resurrección de la hija del rey, por lo cual se convirtieron a la fe cristiana el rey, su esposa y toda la provincia. A la muerte del rey, su sucesor Hirtaco quería desposarse con la princesa Ifigenia, de sangre real; pero como ésta había hecho voto de virginidad, por consejo de Mateo, y perseveró en su propósito, mandó matar al Apóstol al pie del altar donde estaba celebrando los santos misterios. La gloria del martirio coronó su carrera apostólica el día undécimo de las calendas de octubre. Su cuerpo se trasladó a Salerno, y siendo Papa Gregorio VII, a la iglesia dedicada a su nombre, donde es objeto de la devota veneración.

22  DE SEPTIEMBRE: SANTO TOMAS DE VILLANUEVA

Nació Tomás en el pueblo de Fuentellana, diócesis de Toledo, en España, en 1448, de una familia distinguida. Desde la infancia se destacó por la compasión y misericordia hacia los pobres; ya en su niñez dio repetidas pruebas, entre las que cabe mencionarse el hecho de despojarse más de una vez de sus vestidos para cubrir a los desnudos. De joven fue enviado al colegio mayor de San Ildefonso, en Alcalá, para el estudio de las letras. Con motivo de la muerte de su padre, volvió a casa, y dedicó toda su herencia al sostenimiento de las doncellas indigentes. Volvió luego a Alcalá, donde, terminados sus estudios de teología, en los que sobresalió, obligado ocupó una cátedra de la Universidad, en la que explicó con gran éxito cuestiones filosóficas y teológicas. Pedía a Dios, a la vez, que le instruyera en la ciencia de los santos y le inspirara una regla para dirigir su vida y costumbres. Por vocación divina, abrazó el Instituto de los Ermitaños de S. Agustín.

Hecha su profesión religiosa, se señaló por las virtudes y cualidades propias, por su humildad, paciencia, continencia y por su ardiente caridad. Entre las múltiples ocupaciones, mantuvo siempre su espíritu dedicado a la oración y a la contemplación de las cosas divinas. Obligado a aceptar la carga de la predicación, impuesta en vista de su santidad y sabiduría, logró apartar, con la gracia de Dios, a muchos pecadores del vicio conduciéndolos al camino de la salvación. Siendo superior de sus hermanos, supo juntar la prudencia, la justicia y la mansedumbre, con la solicitud y la severidad, restableciendo la antigua disciplina en multitud de casos.

Designado para el arzobispado de Granada, cargo que rechazó con porfía y mucha humildad, se vio obligado por orden de sus superiores a aceptar, un poco después, el de Valencia, rigiéndolo cerca de 11 años, cumpliendo los deberes de vigilante pastor, sin cambiar nada de su género de vida, y prodigando a los pobres las cuantiosas rentas de la Iglesia, no guardando para sí ni siquiera el lecho; ya que, en efecto, el que ocupaba en el momento de llamarle Jesucristo al cielo, se lo había prestado un indigente, a quien lo había dado poco antes de limosna. Durmiose en el Señor el día sexto de los idus de septiembre, a los 78 años. Quiso Dios poner de manifiesto la santidad de su siervo con milagros durante su vida y después de su muerte. Así, un granero cuyo trigo había sido distribuido entre los pobres, se llenó de súbito y un niño muerto recobró la vida junto al sepulcro del santo. En vista de estos milagros y otros muchos con que fue glorificado, el sumo Pontífice Alejandro VII lo inscribió en el número de los Santos.

23 DE SEPTIEMBRE: SAN LINO.

El Papa Lino, natural de Volterra, Toscana, fue el primero que después de San Pedro gobernó la Iglesia. Eran tan grandes su fe y santidad, que arrojaba los demonios e incluso resucitaba a los muertos. Relató por escrito los hechos de S. Pedro y lo que hizo contra Simón Mago. Decretó que ninguna mujer entrara en la iglesia sino con la cabeza velada. Por su constancia en la fe cristiana, fue decapitado por orden del cónsul Saturnino, monstruo de impiedad e ingratitud, a cuya hija había el santo librado de la obsesión diabólica. Fue sepultado en el Vaticano, cerca de la tumba de S. Pedro, el día nono de las calendas de octubre. Gobernó 11 años, 2 meses y 23 días, y en dos veces en el mes de diciembre había consagrado quince obispos y ordenado 18 presbíteros.

                                      Del Breviario Romano