Padres del desierto 2

26. Fueron algunos hermanos a abba Antonio, y le dijeron una palabra del Levítico. Salió el anciano al desierto, y lo siguió ocultamente abba Amonas, que conocía sus costumbres. Y alejándose, el anciano, puesto de pie para la oración, exclamó con voz fuerte: “Oh, Dios, envía a Moisés para que me explique esta palabra”. Y llegó una voz que conversó con él. Dijo abba Amonas que él oyó la voz que conversaba con el anciano, pero no comprendió el alcance de esas palabras.

27. Tres padres tenían la costumbre de ir cada año a ver a abba Antonio y mientras dos lo interrogaban acerca de los pensamientos y la salvación del alma, el tercero callaba absolutamente y nada preguntaba. Después de mucho tiempo, le dijo abba Antonio: “Vienes desde hace tiempo y no me preguntas nada”. Le respondió diciendo: “Abba, me basta con verte”.

28. Decían que uno de los ancianos rogó a Dios le concediese ver a los Padres, y los vio excepto a abba Antonio. Le dijo al que se lo mostraba: “¿Dónde está abba Antonio?”. Le respondió: “En el mismo lugar en que está Dios, allí está”.

29. Un hermano en el cenobio fue acusado calumniosamente de fornicación, y levantándose fue adonde estaba abba Antonio. Los hermanos del cenobio fueron también para curarlo y llevarlo consigo, y trataron de convencerlo que había hecho aquello. Él, por el contrario, afirmaba: “No lo hice”. Estaba allí abba Pafnucio Céfalas, quien les dijo esta parábola: “Vi en el borde del río a un hombre, hundido en el fango hasta las rodillas, y fueron unos para darle la mano, y lo hundieron hasta el cuello”. Y les dijo abba Antonio acerca de abba Pafnucio: “Este es un hombre veraz, capaz de curar a las almas y salvarlas”. Movidos a arrepentimiento por las palabras de los ancianos, hicieron la metanía al hermano. Y amonestados por los Padres, recibieron al hermano en el cenobio.

30. Decíase de abba Antonio que llegó a ser pneumatóforo (portador del Espíritu Santo), pero que no quería hablar a causa de los hombres. En efecto, reveló lo que acontecía en el mundo y lo que había de venir.

31. Recibió abba Antonio una carta del emperador Constancio, invitándolo a ir a Constantinopla, y reflexionaba acerca de lo que debía hacer. Le preguntó a abba Pablo, su discípulo: “¿Debo ir?”. Y le respondió: “Si vas, te llamarás Antonio; si no vas, te llamarás abba Antonio”.

32. Dijo abba Antonio: “Ya no temo a Dios, sino que lo amo. En efecto, el amor expulsa el temor (1 J 4,18)”.

33. Dijo el mismo: “Deben tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Acuérdense de quien da la muerte y la vida (cf. 1 S 2,6). Tengan odio al mundo y a todo lo que está en él. Renuncien a esta vida, para vivir para Dios. Recuerden lo que prometieron a Dios; eso es lo que se les pedirá en el día del juicio. Sufran el hambre, la sed, la desnudez, las vigilias; entristézcanse y lloren, giman en sus corazones; prueben si son dignos de Dios; desprecien la carne, para salvar sus almas”.

34. Visitó abba Antonio a abba Amún en la montaña de Nitria, y cuando se hubieron encontrado, le dijo abba Amún: “Ya que el número de los hermanos se ha multiplicado gracias a tus oraciones, y algunos de ellos desean construirse celdas retiradas para vivir en el recogimiento (hesiquía), ¿a qué distancia de las actuales dispones que se edifiquen esas celdas?”. Le dijo: “Comeremos a la novena hora, y saldremos a recorrer el desierto para reconocer el lugar”. Cuando hubieron marchado por el desierto hasta la puesta del sol, abba Antonio dijo: “Oremos, y plantemos una cruz, para que construyan aquí los que lo que desean. Así los hermanos que vengan de allá para ver a los que están aquí, lo harán después de tomar una ligera refección a la hora novena, y los encontrarán en este momento. Lo mismo los que vayan de aquí para allá, se conserven de este modo sin distracción en las visitas mutuas”. La distancia es de doce millas.

35. Dijo abba Antonio: “El que trabaja un bloque de hierro, observa primero en su pensamiento lo que desea hacer: una hoz, una espada o un hacha. De la misma manera, nosotros debemos pensar qué virtud buscamos, para no esforzarnos en vano”.

36. También dijo: “La obediencia y la continencia someten las fieras a los hombres”.

37. Dijo también: «Conozco monjes que cayeron después de haber soportado mucho, y que llegaron al orgullo del alma porque esperaron en sus obras y desconocieron el mandato que dice: “Interroga a tu padre y él te enseñará (Dt 32,7)”».

38. Dijo también: “El monje debería manifestar confiadamente a los ancianos, si fuera posible, cuántos pasos hace o cuántas gotas de agua bebe en su celda, para no tropezar en ello”.

Los apotegmas de los Padres del Desierto.

Croisset. Cuarto domingo de Pascua

Nada particular ofrece este domingo sino lo que es común a todo el tiempo pascual; esto es, la renovación de la alegría espiritual, que es el efecto de la resurrección del Salvador, y una continuación del fervor que debe ser el fruto en el corazón de los fieles.

Los griegos le llaman el domingo de Semi-Pentecostes; esto es, de la semana que divide los cincuenta días que hay desde Pascua hasta Pentecostés, pues que el miércoles siguiente es el vigésimo quinto desde el domingo de Resurrección. Aunque la Iglesia convida a todos sus hijos a las demostraciones de una alegría santa que la gracia produce en una conciencia tranquila y en un corazón puro, con vida principalmente a los gentiles a que celebren con cánticos de alegría su vocación a la fe y a que reconozcan con himnos de acción de gracias el beneficio singular que el Señor les ha hecho sacándolos de las espesas tinieblas del paganismo. No formando ya los judíos y los gentiles sino un solo pueblo en la Iglesia por la vocación á la fe del Salvador, deben tener los mismos sentimientos y el mismo idioma; á esta unión de los dos pueblos hace alusión la Iglesia en la oración de la misa de este día, que es una de las más bellas oraciones que pueden dirigirse á Dios y que debería estar continuamente en la boca y en el corazón de los fieles.

El introito de la Misa esta tomado del salmo XCVII, que es una acción de gracias por la libertad del pueblo judío de la cautividad de Egipto, de la cautividad de Babilonia,  tal vez de alguna otra calamidad. El real Profeta, con bastante verosimilitud, designa bajo de esta figura la redención de los hombres por Jesucristo, cuya venida predice. Cantad, dice, hijos de los hombres, un cántico nuevo de la gloria del Señor, que ha obrado tantos prodigios en nuestro favor, y no ceseís de multiplicar vuestras alabanzas en su honor, de bendecirle, de glorificarle y darle gracias. El Señor ha hecho brillar d vista de las naciones su fidelidad, su omnipotencia en sus maravillas, su misericordia en sus beneficios, librando a su pueblo de una esclavitud tan peligrosa. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho nuevos prodigios en vuestro favor, librándoos de la cautividad y de la servidumbre por caminos inesperados y por una misericordia de que no os hubierais atrevido a lisonjearos: tantas maravillas de su parte, con razón merecen vuestras acciones de gracias. Como la servidumbre de Egipto y la cautividad de Babilonia no eran otra cosa que la figura de la servidumbre fatal del pecado bajo de la cual vivíamos, la libertad y manumisión de estas esclavitudes eran la figura de la dichosa libertad que felizmente nos ha adquirido Jesucristo con su muerte y con su gloriosa resurrección. ¡Qué motivo, pues, mas justo de alegría, llena de acciones de gracias y de amorosos trasportes! Dios, dice el texto sagrado, ha manifestado al mundo d su Salvador, la Sabiduría eterna, su Hijo único, su Verbo, la fuente de todo bien y de toda justicia, nuestro Redentor, y nos le ha manifestado singularmente en el día de su resurrección d todas las naciones. Ha difundido la luz del Evangelio por todo el mundo. Los pueblos que vivían en las tinieblas han percibido, en fin, esta gran luz, y la luz se ha descubierto de los que habitaban en la región de la sombra y de la muerte. (Isaías, IX.)

El Señor ha empleado la virtud de su diestra y toda la fortaleza de su brazo para conservar su pueblo y para salvarnos. Quiere decir, que el Señor, para sacarnos de la cautividad, para salvarnos, no ha empleado una fuerza extraña, ha venido él mismo en nuestro auxilio: con su propia muerte y con su triunfante resurrección es con lo que ha vencido al infierno, destruido el imperio del demonio y del pecado, y nos ha librado de la más dura de todas las servidumbres.

La Epístola de la Misa de este día está tomada de la Epístola católica del apóstol Santiago, obispo de Jerusalén, que se apellida hermano, esto es, primo de Jesucristo, cuyo designio principal es hacer ver que la fe no puede salvarnos sin las obras, aun cuando seamos justificados por la fe. Lo que constituye el asunto de la Epístola de la Misa de este do1ningo es el pasaje en que este Apóstol declara á todos los fieles que toda gracia y todo don viene de lo alto y desciende del Padre de las luces, que es la fuente de todo bien. Este Apóstol es llamado Menor para distinguirle de Santiago, hermano de San Juan, el cual es mayor que él., por decirlo así, en el apostolado, y que por la misma razón se llama el Mayor en los fastos de la Iglesia. Llamase católica su Epístola porque no se dirige á ninguna iglesia particular, sino que es común á todas las que profesan la fe de Jesucristo, o a lo menos á las que se componían de judíos convertidos al cristianismo, y esparcidas entonces en cuasi todas las partes del inundo, á lo cual alude el nombre de católica, que significa propiamente universal. Todo favor insigne., dice el santo Apóstol, y todo d6n perfecto viene de lo alto. Era un error muy común entre los judíos el creer que muchas bellas cualidades, y aun muchas virtudes, crecían dentro de nosotros como de nuestra propia cosecha y que eran frutos de nuestro libre albedrío. Los fariseos, sobre todo, creían poder por sí mismos resistir á la concupiscencia y practicar la ley sin necesidad de la oración ni de la gracia. Santiago previene á los fieles contra esta perniciosa presunción; y como aquellos á quienes se dirige principalmente su carta se habían criado en el judaísmo, temiendo no estuviesen imbuidos en este error, les enseña desde luego que todo el bien que hay en nosotros viene de Dios, y que no hay verdadera virtud que no sea un don de su misericordia.

No nos atribuyamos el mérito de nuestras buenas obras, ni pensemos que con sólo nuestras fuerzas podemos resistir los halagos de la concupiscencia; para esto necesitamos del auxilio sobrenatural de Dios y de aquella gracia que no niega á nadie. Es menester esta gracia para querer el bien, para hacer el bien, para perseverar en el bien; sin este auxilio no hay bien alguno que sea meritorio de la vida eterna. Luego toda gracia, todo don excelente viene del Padre de las luces. Llama á Dios Padre de las luces, porque él es, dice San Agustín, el que ilumina á todo el que viene al mundo, y el que imprime en nuestras almas las verdades de salud, el que nos inspira el amor y el que nos le hace poner en práctica con el auxilio de su gracia. Después de haber indicado Santiago en los versículos precedentes el origen del mal, dice un sabio intérprete, indica el del bien, y enseña que todos los bienes de la naturaleza y de la gracia, por excelentes que sean, nos vienen de lo alto y descienden del Padre de las luces. Esta proposición asegura dos verdades importantes: la una que todo lo que viene de Dios es bueno y excelente lo cual destruye la impiedad de Manés, que hace á Dios autor del pecado, la otra que todo lo que nosotros tenen1os bueno,  piadosos deseos, buenos pensamientos, obras de justicia y de caridad, todo esto viene de Dios como de su origen, lo cual refuta el error de Pelagio, que hacia al hombre autor de todo el bien sobrenatural que hace. Todo don perfecto, continúa el Apóstol, desciende del Padre de las luces, el cual no se muda .y en quien no hay ni sombra de alteración. ¡Qué dulce es depender en todo de un Señor semejante! ¡Qué consolatorio el que nuestra fortuna y nuestra suerte dependan de él! Con ninguna criatura se puede contar seriamente; todo se doblega al menor viento, todo falla, todo cambia sobre la tierra; sólo Dios no está sujeto a la vicisitud ni a la mutación. Siempre amará la inocencia, siempre recompensará la virtud, siempre tendrá horror al vicio y siempre castigará el pecado. El horror, la aversión, el vicio son los grandes resortes que mueven a obra a los hombres importantes estos tres puntos de moral. Oír .mucho y hablar poco, es siempre señal de sabiduría; y la modestia y la reserva son inseparables de la verdadera virtud. Esos grandes habladores, esas gentes que dogmatizan tanto, no suelen ser siempre los más poderosos en obras; no los que predican o escuchan la ley, sino los que la practican, son justificados delante de Dios. En consecuencia de esta verdad recomienda Santiago la mansedumbre y la paciencia a todos los fieles. La cólera es una pasión, luego es contraria la virtud. Lisonjéase uno a las veces de que no obra sino por celo, y no es más que el movimiento de su pasión el que se sigue. Dios no ha elegido nuestros arrebatos para ejercer su venganza, para esto ha establecido jueces y potestades. El celo ardiente, el celo amargo, en los particulares que no están reputados para la reforma de los otros, no es propiamente otra cosa que una ira disfrazada: cuando se limita a reformarse a si mismos, entonces podrá pasar por celo; pero luego que el celo sale de su esfera y se derrama como torrente por la tierra del vecino, ya es estrago, ya es pasión. Por esto, concluye el mismo Apóstol, renunciando á todo lo que es impuro y á todos los excesos de la iniquidad, recibid con un espíritu de mansedumbre la palabra que se ha plantado en vosotros y que tiene la virtud de salvar vuestras almas; que es como si dijera: puesto que deseáis la sabiduría, y que queréis llegar al puerto de la salud, alejad de vosotros todo lo que puede impediros el llegar á este fin, todo lo que puede suscitar nieblas y borrascas en vuestro corazón. ¿Queréis vivir en la calma y gozar de un cielo sereno? Vivid en la inocencia; domad las pasiones tan enemigas a vuestro reposo y tan opuestas al espíritu de Jesucristo; ignorad hasta el nombre mismo de la impureza; vivid en una grande inocencia; arrojad de vuestro corazón la codicia, la avaricia, el demasiado amor de vosotros mismos. ¿Queréis que las verdades que se os han enseñado, que la divina palabra que se os ha predicado, que el espíritu de Jesucristo que ha sido como ingerido en el vuestro, produzcan mucho fruto? Tened aquella dulzura cristiana que, en alguna manera, caracteriza las almas puras. El fruto de esta divina palabra es la salud.

El Evangelio de la Misa de este día esta tomado de aquel pasaje de San Juan, en que viendo el Salvador que se acercaba su ascensión al cielo, prepara sus apóstoles para esta separación sensible – que debía privarles de su presencia corporal y, por consiguiente, debía afligirles. Les hace ver que es necesario que los deje y que  les indemnizará bien de esta satisfacción puramente natural de que gozaban viéndole corporalmente con ellos. Todo el tiempo que Jesucristo estuvo visiblemente con sus apóstoles desde su resurrección hasta su ascensión, lo empleó en instruirle en los grandes misterios de la religión, de los cuales se habían hecho ya más capaces desde que en su primera aparición les hubo dado el Espíritu Santo. Esta comunicación, esta infusión del Espíritu Santo era necesaria para espiritualizar, por decirlo así, gentes tan materiales y hacerles capaces de las verdades que hasta entonces les habían sido tan incomprensibles. El Salvador, en este admirable discurso, tan instructivo y tan lleno, que hizo á sus apóstoles después de la última cena, habiéndoles hecho un compendio de cuanto aflictivo y horroroso debía sucederles en el establecimiento maravilloso de su Iglesia, les afianzo. No les había aún franqueado antes con vosotros, porque mientras yo estaba en vuestra compañía nada teníais que temer; pero ya no es tiempo de ocultaros nada. Ha llegado la hora, y yo estoy en vísperas de dejaros, por esto os he manifestado sin embozo, y aun sin figura, todo lo que tendréis que sufrir en el mundo; pero no temáis nada, aunque vais a perder mi presencia corporal, yo estaré sie1npre invisiblemente con vosotros. Acercase el tiempo en que debo volver al cielo de donde he venido. Yo me voy a aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta ¿adónde vas?

Esta pequeña reconvención que Jesucristo hace aquí a sus apóstoles, es una lección importante que les da el Salvador, -lo mismo que a nosotros. Porque os he dicho que me voy, estais afligidos, la tristeza se ha apoderado de vuestro corazón, os habeis todos consternado; pero lo que así os afecta no es más que la pérdida de mi presencia sensible, sin que tengáis presente en ninguna manera la gloria que voy a recibir subiendo al cielo, en donde debo estar sentado a la diestra de mi Padre, ni las grandes ventajas que debéis reportar de mi gloriosa ascensión. Vosotros estáis apegados a los sentidos, y no os mueve mas que lo sensible; por esto ninguno de vosotros piensa en preguntarme sobre la excelencia, sobre la felicidad de aquella dulce 1nansion de los bienaventurados, en donde Dios hace ostentación de su majestad, en donde mi sagrada humanidad va a recibir toda la gloria que le es debida, de donde he de enviaros el Espíritu Santo, el cual debe dar la última perfección a mi grande obra y derramar sobre vosotros todos mis dones. Yo os digo que me voy a aquel que me ha enviado, que vuelvo al cielo de donde he venido; y en lugar de regocijaros conmigo, tanto á causa de la felicidad que debo recibir allí, cuanto á causa de la ventaja que os resultará de mi exaltación, os afligís, no decís palabra, os veo pensativos y en profundo silencio. El pensamiento solo de mi partida os ha llenado de tal modo el corazón de tristeza, que os ha sobrecogido á todos. ¿De este modo debéis mirar lo más ventajoso que hay para vosotros? Os digo la verdad: os interesa que yo me vaya y que os prive de esta presencia corporal que hace que el amor que me tenéis sea menos espiritual y menos perfecto. Por otra parte, si yo no me fuese, el Espíritu Santo., que es el consolador y el maestro que os he prometido, no vendría, y yéndome yo, os le enviaré. Ahora bien, vosotros no ignoráis cuánto importa que venga; porque él es el que ha de convencer al mundo sobre el pecado, sobre la justicia y sobre el juicio. El Espíritu Santo, por la predicación de los apóstoles y por los milagros que obrarán, convencerá al mundo de pecado; esto es, hará conocer cuál ha sido la corrupción de costumbres y el lamentable error en que han vivido los hombres hasta aquí, sumergidos en la ignorancia del verdadero Dios, en los desarreglos más horribles y en una corrupción de costumbres universal; hará conocer. cuán criminales son los hombres, en particular los judíos, por no haber creído en Jesucristo después de tantas maravillas. Esos espíritus orgullosos y esos corazones indóciles, que habrán resistido tanto tiempo á las luces de la fe, conociendo, al fin, la virtud del espíritu de Dios por los brillantes prodigios que obrará y por la admirable santidad que comunicará a los fieles, confesaran, para confusión suya, que se han engañado cuando no han querido creerle. El mismo Espíritu Santo les convencerá también de la justicia y de la inocencia del Hijo de Dios, haciendo ver que aquel a quien han condenado tan injustamente a muerte ha resucitado y ha subido al cielo para reinar allí eternamente con su Padre. En fin, convencerá al n1undo y a todos sus partidarios de la equidad del juicio hecho contra el demonio que se había como atribuido el imperio del mundo; en donde reinaba con tanta tiranía y se había hecho erigir tantos altares; conocerán la justicia con que ha sido destruido el reino de este tirano, abolido sus leyes perniciosas é injustas, condenado sus falsas máximas y extinguido su poder, no solo por la destrucción de la idolatría, sino también por el establecimiento de una religión tan santa, la cual será la obra y la obra maestra del Espirita Santo y el fruto de la predicación del Evangelio. Estos son los tres efectos principales de la venida del Espíritu Santo que yo os enviaré. Él convencerá al mundo del pecado de los judíos, y de todos los que han rehusado creer en mi, después de las brillantes e incontestables pruebas de mi divinidad; convencerá al inundo de la justicia, haciendo ver á los judíos y los paganos que no habrá justicia ni verdadera virtud más que en la religión cristiana; convencerá, en fin, al mundo del juicio, destruyendo el imperio que tenia el demonio en el mundo sobre el espíritu y el corazón de todos los pueblos, por las falsas y perniciosas máximas que habían tenido fuerza de ley hasta la venida de Jesucristo.

Después de una instrucción tan importante y que viene á ser el compendio, por decirlo así, de nuestra religión, añade Jesucristo que aún tenia muchas cosas que decirles; pero que no estaban todavía en disposición de comprenderlas, y que no quería cargar su entendimiento de lo que no podía aún digerir: que les reservaba el conocimiento de ellas hasta la venida del Espíritu de verdad, el cual les enseñaría todas las verdades necesarias para su perfección, para su salvación y para la de los demás. Había dicho el Salvador a sus apóstoles que les había descubierto todo lo que él había oído de su Padre, esto es, todo lo que eran capaces de comprender antes de haber recibido la plenitud del Espíritu Santo y aquella inteligencia sobrenatural, que era uno de sus principales dones; pero había aún muchas más cosas n1isteriosas, cuyo verdadero sentido no eran todavía capaces de comprender.· Estos grandes misterios. estas verdades superiores, al alcance del entendimiento humano eran: la unión sustancial de la divinidad v de la humanidad en la persona adorable de Jesucristo; la espiritualidad de su reino eterno y temporal; su estado de hun1illacion y de gloria, de poder y de flaqueza, de victima por los pecados del mundo y de hombre sin pecado. Era necesario que viniese el Espíritu Santo para que les diese el don de inteligencia; para que disipase todas sus oscuridades y para que conciliase todas estas contradicciones aparentes, y esto es lo que ha hecho el Espíritu Santo, esta es su obra. Cuando venga aquel Espíritu de verdad, continúa el Salvador, los enseñará todas estas verdades y os comunicará una inteligencia clara de todos estos misterios. No hablará de si mismo, es decir, así como el Hijo nada dice de si -mismo, esto es, así con lo que éste dice, no lo dice solo, sino que su Padre lo dice con él, del mismo modo el Espíritu Santo nada dice de su propia autoridad, esto es, absolutamente solo, porque procediendo del Hijo lo mismo que del Padre, y recibiendo de ellos la misma naturaleza y la misma ciencia, nada dice, nada puede decir, sin lo que el Hijo dice con su Padre, no siendo las tres divinas personas más que un solo Dios: así que no penséis que el Espíritu Santo deba enseñaros una doctrina diferente de mía; es la misma doctrina, de la cual os dará un conocimiento mas perfecto y os desenvolverá el verdadero sentido. El Salvador se había explicado en otra parte poco más o menos en el mismo sentido, cuando decía a los judíos: Mi doctrina no es mía, sino ele aquel que me ha enviado. Todas estas maneras de hablar nos dan una idea muy clara del misterio adorable de la Trinidad, un solo Dios en tres personas.

Por fin, el Espíritu Santo os dará a conocer claramente el porvenir, añade el Salvador, llenándoos del espíritu de profecía, necesaria en el nacimiento de la Iglesia que vosotros debéis establecer. Todo lo que hará este Espíritu Santo será para mi gloria, porque es en el Espíritu, como es Espíritu de mi Padre; porque tendrá parte en lo que a mi pertenece, y os lo dará a conocer. Cuasi todos los intérpretes, después de los Santos Padres, no dudan que Jesucristo por estas palabras, tendrá parte en lo que a mi me pertenece, haya querido indicar que el Espíritu Santo procede del Hijo como del Padre, y que los dos le comunican la naturaleza y las perfecciones divinas que el Hijo mismo recibe del Padre por su generación eterna, y que el Espíritu Santo tiene por su eterna procesión de los dos. Es como si dijese el Hijo de Dios: El Espíritu Santo vendrá como un enviado, que no habla en su nombre y sólo por si. Como procede de mi Padre y de mi, y nosotros somos los que le envían, así como todos tres tenemos la misma naturaleza divina, así también tenemos una misma voluntad; y por tanto, todo lo que os enseñará es mi doctrina, y no os dirá nada que mi Padre y yo no os dijésemos: él es el que le glorificará, haciendo conocer a los hombres mi divinidad, que es la misma que la suya y la de mi Padre , porque estas tres personas el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo no son más que un solo Dios. Hará conocer esta divinidad por medio del don de inteligencia que comunicará a los fieles y por las maravillas que les hará mostrar en mi nombre.

Croisset, Año Cristiano. Cuarto domingo de Pascua.