Los Padres del desierto. Abba Ammonas

1. Interrogó un hermano a abba Ammonas, diciendo: “Dime una palabra”. El anciano le dijo: «Ve, haz tu pensamiento como el de los reos en la cárcel. Ellos, en efecto, preguntan siempre a los hombres dónde está el jefe y cuándo vendrá, y suspiran por su venida. Del mismo modo, el monje debe siempre esperar y acusar a su alma diciendo: “¡Ay de mí! ¿Cómo podré presentarme al tribunal de Cristo? ¿Cómo ejerceré mi defensa?”. Si meditas esto continuamente, podrás salvarte».

2. Decían de abba Ammonas que había matado un basilisco. Al internarse en el desierto para buscar agua del lago vio al basilisco, y se postró diciendo: “Señor, muera yo o muera él”. Y en el acto estalló el basilisco, por el poder de Cristo.

3. Dijo abba Ammonas: “Estuve en Escete durante catorce años, rogando a Dios noche y día que me otorgara la gracia de vencer la ira”.

4. Contaba uno de los padres que había un anciano en Kellia que era esforzado y llevaba una estera. Fue a ver a abba Ammonas. Vio éste al anciano llevando la estera y le dijo: “Esto no te sirve de nada”. Le preguntó el anciano: “Tres pensamientos me molestan: vagar por los desiertos, irme al extranjero donde nadie me conozca, o encerrarme en una celda sin recibir a nadie y comiendo cada dos días”. Le respondió abba Ammonas: “No te conviene realizar ninguna de estas tres cosas, más bien permanece en tu celda, come un poco cada día y lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón. De este modo te salvarás”.

5. Unos hermanos sufrieron una tribulación en el lugar en que habitaban, y deseando abandonarlo acudieron adonde estaba abba Ammonas. El anciano estaba sobre, una barca, y al verlos caminando por la costa del río dijo a los marineros: “Déjenme en tierra”. Llamando a los hermanos les habló así: “Yo soy Ammonas, a quien querían ver”. Consolando sus corazones, los hizo regresar al lugar de donde habían partido. La dificultad no procedía del alma, sino que era una aflicción humana.

6. Quería en una ocasión abba Ammonas atravesar el río, y al ver preparado el trasbordador, subió y se sentó en él. Había otra barca que cruzaba por el mismo sitio, y llevaba pasajeros. Le dijeron: “Ven tú también, abba; atraviesa con nosotros”. Él les dijo: “No subiré sino en un trasbordador público”. Tenía un ramo de hojas de palma, y estaba sentado tejiendo y deshaciendo y tejiendo nuevamente, durante el tiempo que permaneció en el trasbordador. Así atravesó el río. Los hermanos le preguntaron, haciendo una metanía: “¿Por qué has hecho esto?”. El anciano les dijo: “Para marchar sin ninguna preocupación del espíritu. Pero esto es un ejemplo, para que hagamos en paz el camino hacia Dios”.

7. Fue una vez abba Ammonas a visitar a abba Antonio y perdió el camino. Se sentó y durmió un rato, y levantándose del sueño oró a Dios diciendo: “Te pido, Señor y Dios mío, no pierdas a tu criatura”. Se le apareció una como mano de hombre suspendida en el cielo, mostrándole el camino, hasta que llegó a la cueva de abba Antonio y se detuvo frente a ella.


8. Al mismo abba Ammonas predijo abba Antonio que progresaría en el temor de Dios. Lo llevó fuera de la celda y, mostrándole una piedra, le dijo: “Injuria a esa piedra y golpéala”. Así lo hizo. Le preguntó abba Antonio: “¿Habló la piedra? “. Respondió: “No”. Abba Antonio le dijo: “También tú llegarás a esta medida”. Y así sucedió. De tal manera adelantó abba Ammonas que, por su gran bondad, no conocía la malicia. Cuando fue hecho obispo le presentaron una joven encinta diciendo: “Ella ha hecho esto, castígala”. Pero él hizo la señal de la cruz sobre el vientre de la joven y mandó que le diesen seis pares de sábanas, diciendo: “No suceda que, llegado el parto, muera ella o el niño, y no encuentren para la sepultura”. Los que acusaban a la mujer le dijeron: “¿Por qué has hecho esto? ¡Castígala!”. Les respondió: “Miren, hermanos, que está cerca la muerte, ¿qué debo hacer yo?”. Los despidió, y no se atrevió ningún anciano a condenar a nadie.

9. Contaban de él que fueron algunos que debían ser juzgados por él. El anciano se hacía el loco. Una mujer que estaba allí cerca dijo: “Este viejo está loco”. Al oírla el anciano llamó a la mujer y le dijo: “¡Cuánto he debido esforzarme en los desiertos para adquirir esta locura, y hoy tengo que perderla por tu culpa!”.

10. Fue una vez abba Ammonas a comer a un lugar donde habitaba un hombre de mala reputación. Sucedió que llegó una mujer y entró en la celda del hermano de mala fama. Sus vecinos, al saberlo, se turbaron, y se reunieron para expulsarlo de la celda. Supieron entonces que se encontraba allí el obispo Ammonas, y fueron a pedirle que se uniera a ellos. Cuando el hermano lo supo, tomó a la mujer y la escondió en un tonel. Al llegar con la muchedumbre, abba Ammonas sabía lo sucedido, pero lo disimuló por Dios. Entró y sentándose sobre el tonel, mandó revisar la celda. Después de que hubieron buscado por todas partes sin encontrar a la mujer, dijo abba Ammonas: “¿Qué es esto? Dios los perdone”. Después de orar los hizo marcharse, y tomando la mano del hermano, le dijo: “Hermano, cuídate”. Y dichas estas palabras se retiró.

11. Preguntaron a abba Ammonas sobre el camino angosto y duro (Mt 7,14), y respondió: “El camino angosto y duro es este: obligar a sus pensamientos y cortar las voluntades propias por Dios. Esto es también aquello de: Hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los Padres del Desierto. Abba Agatón

CONTINUACION

26. Dijo abba Agatón: “Si fuera posible hallar a un leproso a quien darle mi cuerpo y recibir en cambio el suyo, lo haría con gusto. Esta es la verdadera caridad”.

27. Se decía también de él que una vez fue a la ciudad a vender sus productos, y encontró a un hombre extranjero que yacía enfermo en la calle y no tenía quien lo cuidase. Permaneció el anciano con él, alquiló una habitación que pagó con el precio de su trabajo, dedicando el resto de su dinero a las necesidades del enfermo. Así estuvo cuatro meses, hasta que el enfermo curó y el anciano volvió entonces en paz a su celda.

28. Relataba abba Daniel: «Antes que abba Arsenio viniese donde mis padres (abba Alejandro y abba Zoilo), habitaban éstos con abba Agatón. Abba Agatón amaba a abba Alejandro porque era asceta y discreto. Fueron en una ocasión todos los discípulos a lavar los juncos en el río, pero abba Alejandro lavaba con mesura. Los demás hermanos dijeron al anciano: “El hermano Alejandro no hace nada”. Deseando curarlos, le dijo (abba Agatón): “Hermano Alejandro, lávalos bien, porque son de lino”. Al oírlo, se entristeció. Pero el anciano lo consoló después, diciendo: ¿Acaso no sabía yo que estabas haciendo bien? Pero dije eso delante de los demás para curar su mal pensamiento con tu obediencia, hermano”».


29. Decían de abba Agatón que se esforzaba por cumplir todo lo mandado. Si viajaba en una nave, era el primero en remar; si lo recibían los hermanos, después de la oración era su mano la que preparaba la mesa. Estaba lleno del amor de Dios. Cuando se acercaba el momento de su muerte, permaneció tres días con los ojos abiertos, sin moverlos. Lo animaron los hermanos, diciendo: “Abba Agatón, ¿dónde estás?”. Les respondió: “Estoy delante del juicio de Dios”. Le dijeron: “¿Tú también temes, abba?”. Les dijo: “He hecho cuanto he podido por cumplir los mandamientos de Dios. Pero soy hombre ¿cómo sabré si mi esfuerzo ha agradado a Dios?”. Los hermanos le dijeron: “¿No confías en el trabajo que hiciste para Dios?”. El anciano respondió: “No confío, hasta que no vea a Dios. Porque es diferente el juicio de Dios del de los hombres”. Quisieron preguntarle más, pero les dijo: “Háganme la caridad, no me hablen más porque estoy ocupado”. Y partió con alegría. Lo vieron irse como quien saluda a sus amigos y seres queridos. En todo guardaba la vigilancia, y decía: “Sin gran custodia no alcanza el hombre una sola virtud”.

30. Entró una vez abba Agatón en la ciudad para vender algunos objetos, y encontró en el camino a un leproso. El leproso le dijo: “¿Adónde vas?”. Le respondió abba Agatón: “A la ciudad a vender los objetos”. Le dijo: “Hazme la caridad y llévame hasta allí”. Lo alzó y lo llevó a la ciudad. Entonces le dijo: “Déjame donde sueles vender tus artículos”. Así lo hizo. Cuando vendió uno, le dijo el leproso: “¿Cuánto has vendido?”. Respondió: “Tanto”. Le dijo entonces: “Cómprame un dulce”. Y se lo compró. Cuando hubo vendido todo lo que había llevado y quería ya irse, el leproso le preguntó: “¿Te vas?”. Respondió: “Sí”. Le dijo entonces: “Haz nuevamente una caridad y llévame al lugar donde me encontraste”. Lo levantó y lo dejó en ese lugar. Entonces le dijo (el leproso): “Bendito seas, Agatón, por el Señor en los cielos y en la tierra”. Levantó los ojos y no vio a nadie. Era un ángel del Señor que había sido enviado para probarlo.

Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los padres del desierto. Abba Agatón.

1. Dijo abba Pedro, discípulo de abba Lot: «Estaba yo en una ocasión en la celda de abba Agatón, Y vino a él un hermano diciendo: “Quiero habitar con los hermanos; dime cómo he de vivir con ellos”. El anciano le dijo: “Guarda durante todos los días de tu vida la condición de extranjero, como en el primer día que ingresaste, para no entrar en confianza con ellos”. Le preguntó abba Macario: “¿Qué produce la confianza?”. Respondió el anciano: “La confianza es semejante a un gran calor, del que todos huyen cuando lo encuentran, y que corrompe los frutos de los árboles”. Abba Macario le dijo: “¿Tan dañina es la confianza?”. Dijo abba Agatón: “No hay pasión más perjudicial que la confianza, porque ella engendra las demás pasiones. Conviene, por tanto, al hombre esforzado no tener confianza, aunque esté solo en su celda. Yo conocí a un hermano que vivió largo tiempo en una celda, con un pequeño lecho, y que decía: ‘Habría abandonado la celda, sin llegar a usar este lecho, si no me hubieran hablado de ella’. Este es el hombre laborioso y luchador”».

2. Decía abba Agatón: “El monje no debe permitir que la conciencia lo acuse de cosa alguna”.

3. Decía también: “Sin la observancia de los mandamientos de Dios, el hombre no progresa ni siquiera en una sola virtud”.

4. Decía también: “Nunca me he dormido teniendo algo contra alguien, y en cuanto dependió de mí, no he dejado que nadie se durmiese teniendo algo contra mí”. “Agatón se encontraba en Escete en tiempos de Poimén. Era más joven que éste, pero su precoz madurez le valió el título de abba y numerosos discípulos, entre otros Alejandro y Zoilo que vivieron con Arsenio” (Sentences, pp. 36-37).

5. Decíase de abba Agatón que fueron a verlo algunos que habían oído acerca de su gran discreción. Para probar si se airaba, le dijeron: “¿Eres tú Agatón? Hemos oído que eras fornicador y soberbio”. Respondió: “Sí, así es”. Le dijeron: “¿Eres tú Agatón el charlatán?”. Respondió: “Yo soy”. Todavía le dijeron: “¿Eres tú Agatón el hereje?”. Respondió: “No soy hereje”. Le rogaban entonces, diciendo: “¿Dinos por qué, habiéndote llamado tantas cosas, lo toleraste, pero no aceptaste esto último?”. Les respondió: “Aquello me lo atribuyo, porque aprovecha a mi alma, pero la herejía es separación de Dios, y yo no quiero alejarme de Dios”. Al oír estas palabras admiraron su discreción y se alejaron edificados.

6. Contaban acerca de abba Agatón que durante largo tiempo estuvo edificando una celda con sus discípulos. Cuando la hubieron concluido, fueron a habitar en ella. Pero en la primera semana, vio allí algo que no era provechoso para él, y dijo a sus discípulos: “Levántense, vámonos de aquí”. Se turbaron los discípulos y dijeron: “Si tenías el pensamiento en mudarnos de aquí, ¿para qué nos tomamos el trabajo de edificar la celda? Además, los hombres se escandalizarán, diciendo: Ya se mudan otra vez, estos vagos”. Al ver su pusilanimidad, les dijo (abba Agatón): “Si algunos se escandalizarán, otros, en cambio, se edificarán, diciendo: Bienaventurados estos que emigran por Dios, y dejan de lado todas las demás cosas. El que quiera venir, que venga, porque yo me retiro”. Entonces ellos se postraron en tierra, suplicándole, hasta que les permitió marcharse con él.

7. Decían también acerca del mismo, que cambiaba a menudo de habitación, llevando solamente el cuchillo para hacer canastos.

8. Preguntaron a abba Agatón qué es más importante: el trabajo corporal o la custodia interior. Dijo el anciano: “El hombre se parece a un árbol; el trabajo corporal son las hojas, la custodia interior el fruto. Según la Escritura todo árbol que no produce fruto será cortado y echado al fuego, por lo que es claro que todo nuestro esfuerzo se refiere al fruto, es decir a la custodia del alma. También tenemos necesidad de la protección y el adorno de las hojas, que son el trabajo corporal”.

9. Le preguntaron también los hermanos: “¿Entre todas las virtudes cuál exige mayor esfuerzo?”. Les dijo: “Perdónenme, creo que no hay trabajo igual al de orar a Dios. Cada vez que el hombre quiere orar, los enemigos se esfuerzan por impedírselo, porque saben que sólo los detiene la oración a Dios. En toda obra buena que emprenda el hombre, llegará al descanso si persevera en ella, pero en la oración se necesita combatir hasta el último suspiro”.

10. Era abba Agatón sabio en el espíritu y dispuesto en el cuerpo, se bastaba para todo: para el trabajo manual, para el alimento y el vestido.

11. Caminaba él con sus discípulos, y uno de ellos encontró una arveja verde. Le preguntó al anciano: “Padre, ¿no me dices que la tome?”. Lo miró asombrado el anciano y le dijo: “¿Tú la pusiste allí?”. Respondió el hermano: “No”. El anciano le dijo: “¿Cómo deseas tomar lo que tú no pusiste?”.

12. Un hermano se presentó a abba Agatón diciendo: “Permíteme habitar contigo”. Mientras iba de camino encontró un pequeño pedazo de nitrio, y lo recogió. Le dijo el anciano: “¿Dónde encontraste el nitrio?”. Respondió el hermano: “Lo encontré en el camino, al venir, y lo levanté”. El anciano te dijo: “Si venías a habitar conmigo, ¿cómo tomaste lo que no habías puesto?”. Y lo envió a devolver el nitrio al lugar en que lo había encontrado.

13. Interrogó un hermano al anciano: “Recibí una orden, pero hay una tentación en lo mandado. Quiero cumplirla, pero temo la tentación”. Le dijo el anciano: “Si se tratase de Agatón, cumpliría el mandato y vencería la tentación”.

14. Hubo en Escete una reunión para tratar acerca de un asunto. Cuando ya habían tomado una decisión, llegó Agatón y les dijo: “No han decidido correctamente”. Ellos replicaron: “¿Quién eres tú para hablar así?”. Les respondió: “Si en verdad hablan de justicia, juzguen rectamente, hijos de hombres (Sal 57 [58],2)”.

15. Se decía de abba Agatón que durante tres años llevó una piedra en la boca, hasta guardar el silencio.

16. Decían de él y de abba Amún que cuando vendían un objeto decían el precio una sola vez, y aceptaban con silencio y calma lo que querían darles. Cuando eran ellos los que compraban, daban en silencio lo que les pedían y, sin decir nada, tomaban el objeto.

17. Decía el mismo abba Agatón: “Jamás he ofrecido un ágape; sino que dar y recibir era para mí como un ágape. Pensaba, en efecto, que el provecho de mi hermano es una obra fructífera”.

18. El mismo, cuando veía alguna cosa y su espíritu quería emitir un juicio, le decía: “Agatón, no hagas eso”. Y de esta manera su espíritu estaba en paz.

19. Decía el mismo: “Aunque el iracundo resucitase a un muerto, no es agradable a Dios”.

20. Tenía abba Agatón dos discípulos que vivían como solitarios. Un día preguntó a uno de ellos: “¿Cómo vives en tu celda?”. Le respondió: “Ayuno hasta el atardecer, y luego como dos panecillos”. Le dijo: “Tu manera de vida es buena, y no impide el trabajo”. Le preguntó al otro: “¿Cómo vives tú?”. Les contestó: “Ayuno durante dos días y después como dos panecillos”. Le dijo el anciano: “Mucho te esfuerzas, luchando dos combates. Porque uno come todos los días, no se sacia y se esfuerza; otro desea ayunar dos días para llenarse después; pero tú ayunas dos días y no te sacias”.

21. Un hermano interrogó a abba Agatón acerca de la fornicación. Le dijo: “Ve, pon delante de Dios tu debilidad y tendrás descanso”.

22. Abba Agatón y otro anciano enfermaron. Mientras yacían acostados en la misma celda un hermano les leía el libro del Génesis. Llegó al lugar donde Jacob dice: “Ya no está José, ni Simeón, y ahora me llevan a Benjamín. De esta manera enviarán mi vejez en la tristeza al infierno (Gn 42,36-­‐38)”, y exclamó el anciano: “¿No te bastan los otros diez, Padre Jacob?”. Abba Agatón le dijo: “Tranquilízate, anciano. Si Dios es el Dios de los justos, ¿quién lo juzgará? (cf. Rm 8,33-­‐34)”.

23. Dijo abba Agatón: “Si supiese de alguien que me es muy querido pero me lleva al pecado, lo alejaría de mí”.

24. Dijo también: “Conviene al hombre estar atento a toda hora al juicio de Dios”.

25. Dijo abba José a los hermanos que hablaban acerca de la caridad: “¿Sabemos nosotros qué es la caridad?”. Y les contó sobre abba Agatón, el cual tenía un cuchillo, y que al recibir una vez a un hermano, después de saludarlo, no lo dejó marchar sin que llevase consigo ese cuchillo.

Apotegmas de los Padres del desierto.

Croisset. Domingo de Pentecostés

La fiesta de Pentecostés cristiana fue figurada por la de Pentecostés judaica. Es la única., con la de la Pascua., cuyo verdadero origen encontran1os en el Antiguo Testamento, y cuya institución inmediata, por consiguiente, podemos atribuir al mismo Dios, que mandó celebrar la Pascua y la de Pentecostés á su pueblo corno las dos-principales solemnidades del culto religioso que debía tributarle.

La fiesta de Pentecostés, dice Eusebio, es la más grande de todas las del año. En efecto, ella es la perfección de la grande obra de la redención, la consumación de todos los misterios de la religión, la publicación solemne de la nueva ley y como el último sello de la nueva alianza. El Espíritu Santo ha sido enviado, dice San Agustín, á fin de que la virtud de .este mismo espíritu consumase la obra que el Salvador había comenzado, para que conservase lo que el Salvador había adquirido y para que acabase de santificar lo que el Salvador había rescatado.

Entre todas las criaturas no hay ninguna, dicen los Padres, que haya llamado más la atención de Dios, por decirlo así, ni que le haya costado tanto como el hombre. Diríase que todas las tres personas divinas se han complacido en perfeccionarle y hacerle admirable y hacerse admirar ellas mismas en esta obra maestra. El Padre le bosquejó, si podemos explicarnos de este modo, criándole; el Hijo le perfeccionó rescatándole, y el Espíritu Santo le ha concluido santificándole. El Padre formando al hombre, dice un piadoso orador cristiano, le dio la razón para conocer, el apetito para aunar, la libertad para obrar con mérito; el Hijo reformando este mismo hombre le ha dado la fe para conducir su razón, la caridad para rectificar su apetito, la gracia para fortificar su libertad; y el Espíritu Santo, para dar las últimas pinceladas á esta obra, añade la inteligencia á la fe, el ardor y el celo a la caridad y la fortaleza y la magnanimidad a la gracia: de suerte que puede decirse que el Padre nos ha hecho hombres; que por Jesucristo hemos llegado a ser cristianos,  y que el Espíritu Santo es el que nos hace santos, y en esto es, en algún modo, en lo que estriba todo el fondo de este gran misterio.

El descendimiento del Espíritu Santo sobre los apóstoles, que es el motivo de la solemnidad de este día, es propiamente la fiesta de la consumación de todos los misterios de la religión; la época célebre de la publicación de la ley y del establecimiento de la Iglesia. Esta Iglesia había sido formada por Jesucristo antes de su ascensión al cielo; pero estaba todavía, por decirlo así, en la cuna durante los diez días, en los que los apóstoles y los discípulos estaban encerrados en el cenáculo; hasta el día de Pentecostés no se mostró por primera vez al público esta esposa de Jesucristo; en aquel día tomó como posesión de la herencia prometida a los descendientes de Abraham, y entró en todos los derechos que había perdido la sinagoga y en todas las prerrogativas que el Salvador le había concedido. Justo, pues, era que fuese una de las más solemnes. No se duda, según se ha dicho, que los mismos apóstoles la hayan instituido por si mismos entre los primeros fieles, por el interés que tenían de no dejar en el olvido un acontecimiento tan glorioso para ellos y tan ventajoso para la Iglesia: San Lucas refiere la ansia que tenia San Pablo de hallarse en Jerusalén para celebrar la fiesta de Pentecostés; es muy probable que seria la Pentecostés cristiana puesto que no se ve que los apóstoles hayan celebrado las fiestas de los judíos.

Nunca hubo una analogía más perfecta entre la figura y la realidad que la que se halla entre la fiesta de Pentecostés de los judíos y la de los cristianos. La primera fue prescrita para el día quincuagésimo después de la ceremonia de la Pascua ó del Cordero Pascual, y la segunda se celebra el día quincuagésimo después de Pascua. Aquélla fue, según los Padres, la publicación de la ley de Dios, hecha sobre la montaña del Sinaí, el día quincuagésimo, entre el ruido de los truenos, de los relán1pagos y de las trompetas, que fue el motivo principal de la Pentecostés judaica: ésta es la publicación de la ley nueva, dada a los apóstoles por el espíritu de verdad al cabo del mismo número de días, entre el ruido de un viento impetuoso y entre el brillo relumbrante de una exhalación inflamada, que es lo que hace el principal objeto de la fiesta de Pentecostés de los cristianos. San Agustín prueba, por la misma Escritura, que el día de Pentecostés, esto es, el quincuagésimo después de Pascua, fue el en que se dio a Moisés la ley de Dios sobre la montaña del Sinaí. En el día de Pentecostés fue cuando se cumplió la promesa que Dios había hecho en otro tiempo por el profeta Jeremías, cuando dijo que nos daría una nueva ley mucho más perfecta que la primera, que tantas veces había sido violada. Pero he aquí la nueva alianza que, cuando llegare el tiempo, haré yo con la casa de Israel. No la escribiré en tablas de piedra; la imprimiré, la escribiré yo mismo en el corazón. No se me servirá ya con un temor servil, sino por amor: yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. El profeta Ezequiel anuncia también y expresa este gran misterio en términos todavía mas claros y mas precisos: Derramaré, dice el Señor, sobre vosotros una agua pura y quedareis purificados de todas vuestras inmundicias: alude a las diferentes aspersiones usadas entre los judíos, las cuales purificaban de las inmundicias legales y eran figuras del bautismo y de la penitencia, que nos lavan de nuestras iniquidades en virtud del mérito de la sangre de Jesucristo y por la aspersión invisible del Espíritu Santo y de su gracia. Entonces os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros; os quitaré ese corazón de piedra, ese corazón duro, ingrato, indócil; os daré un corazón flexible, dócil, reconocido; os -daré, en fin, mi espíritu, y entonces os agradará mi ley y marchareis con alegría por el camino de mis preceptos; nada se os hará difícil en mi servicio, y guardareis mis mandamientos con fidelidad -y con alegría. Todas estas predicciones se han verificado exactamente y se han cumplido tan visiblemente estas promesas en el día de Pentecostés por la venida del Espíritu Santo, que no se necesitan, al parecer, más que las luces de la razón para quedar convencidos de la publicidad y de la verdad de este gran misterio, el cual se ha cumplido de la manera siguiente.

Habiendo llevado el Salvador a sus apóstoles y discípulos al monte de los Olivos el día de su gloriosa ascensión para que fuesen testigos de su triunfo, les prometió que les enviaría el Espíritu consolador, el cual derramaría sobre ellos todos sus dones, que quedarían llenos de-ellos y entonces comprenderían todas las verdades que les había enseñado. Que abrasados entonces con este fuego divino, iluminados con las luces más puras de la gracia, se verían animados de un valor que no conocían, de una fortaleza que les haría sobrepujar sin trabajo todos los obstáculos. Que predicarían con una santa libertad y un resultado maravilloso su nombre y su Evangelio en 1nedio de Jerusalén, en toda la Judea, la Samaria y por toda la tierra. Pero que para prepararse a recibir un don tan grande del cielo les mandaba que fuesen á encerrarse en Jerusalén y que pasasen allí los diez días que restaban en retiro y en oración. Ejecutose esta orden religiosamente y con puntualidad. Habiendo subido Jesucristo al cielo del modo que he1nos dicho en el día de la Ascensión, se retiraron a Jerusalén y se encerraron en una gran casa que habían elegido para lugar de su retiro todos los once apóstoles y los demás discípulos en número de cerca de ciento veinte, en que consistía entonces toda la Iglesia, teniendo a su cabeza a la Santísima Virgen, la cual constituía entonces todo su consuelo. El paraje más santo de aquella casa era el cenáculo, que era una gran sala en un lugar retirado en lo más alto de la casa, lejos del tumulto y á propósito para hacer oración. Esta sala fue la primera iglesia de los cristianos, en donde celebraban sus asambleas, en una de las cuales se resolvió llenar en el colegio apostólico la plaza vacante por la apostasía y por la muerte del traidor Judas, habiendo quedado elegido San Matías para llenarla. Habiendo llegado el día de Pentecostés. Era esta una de las tres principales fiestas de los judíos. En aquel día ofrecían a Dios panes hechos con los primeros frutos de la nueva cosecha. Llamábase esta fiesta Pentecostés ó quincuagésimo día, porque se celebraba el día quincuagésimo después de la fiesta de Pascua, como ya se ha dicho, en memoria de haber dado Dios su ley sobre el monte Sinaí, cincuenta días después de la primera Pascua y la salida de Egipto. Hallábanse reunidos todos los discípulos con la Madre de Dios en el sitio en donde acostumbraban á hacer su oración, a las nueve de la mañana. En medio de su oración se oyó repentinamente un gran ruido, como de un viento impetuoso, que hizo temblar toda la casa, el cual se oyó en toda la población.

Este ruido, este viento, esta impresión sensible eran símbolos de la presencia de la divinidad, como en otro tiempo en el Sinaí los truenos, los relámpagos y la montaña que humeaba manifestaban la majestad de Dios que en cierto modo se sensibilizaba a todo el pueblo. Más prodigioso aún fue lo que sucedió al mismo tiempo. El viento o turbillón que venia del cielo fue acompañado de una especie de globo de fuego, cuyas llamas, separándose repentinamente en forma de lenguas de fuego, se esparcieron sobre toda aquella santa congregación y se fijaron sobre la cabeza de cada uno de ellos. No era un fuego real y material, sólo eran signos exteriores y apariencias sensibles de los efectos que el Espíritu Santo producía interiormente en cada uno de los discípulos, y que debía producir en el corazón de los primeros fieles llenándolos de sus dones. En efecto, todos los apóstoles y discípulos llenos del Espíritu Santo se sintieron en el mismo instante abrasados todos de aquel fuego divino, ilustrados con luces sobrenaturales que les daban una inteligencia perfecta de los misterios más altos y de las verdades mas sublimes, animados dé un valor y de un santo atrevimiento desconocido para ellos; en fin, como mudados de pronto en otros hombres.

Jerusalén estaba entonces llena de un gran número de judíos, que en todas partes habían concurrido allí para solemnizar la fiesta de Pentecostés; pues aunque la distancia de los lugares pudiera dispensarles de hallarse en Jerusalén, aun en los días de las grandes festividades, había, sin embargo, muchos a quienes traía a ellas su piedad y devoción, y aun por esto les llama la Escritura vir religioso: hombres afectos a la religión. Estos judíos forasteros se unieron a los de la ciudad, y acudieron al ruido que habían oído, de modo que el cenáculo o la casa se vio muy pronto rodeada de una multitud cuasi infinita de gentes de toda suerte de naciones. Los apóstoles, que no deseaban más que comunicar el fuego divino de que estaba su corazón abrasado, no esperaron a que les sacasen de su retiro; ellos mismos se presentaron delante de todo aquel pueblo allí reunido, el cual quedó extraordinariamente sorprendido al ver aquellos pobres pescadores, que apenas sabían la lengua del país, gentes idiotas, estúpidas y groseras., predicar públicamente a Jesucristo con un valor, una elocuencia y una unción, que movía a todo el mundo; creció mucho más el asombro, cuando todos aquellos diferentes pueblos, de un idioma tan diverso cada uno, advirtieron que cada uno les entendía, no obstante que no hablaban más que una sola lengua, que era la siriaca. El dónde lenguas que entonces recibieron todos los que habían recibido el Espíritu Santo, consistía en que podían entender y hablar las diferentes de los pueblos con quienes debían tratar; y lo que hay aún más portentoso es que hablando ellos una sola lengua les entendían todos los diferentes pueblos que les escuchaban, de modo que cada uno creía que hablaban la lengua de su país, sin que hablasen más que la suya, que era la siriaca. Verificáronse, pues, entonces dos milagros en los apóstoles: el uno, que hablasen en griego, en persa y en romano, cuando hablaban a un griego, a un persa o a un romano en particular; el otro, que hablando a todos estos diferentes pueblos en general, cada uno de ellos les oía hablar su lengua, no obstante que en realidad no hablaban entonces más que la nativa suya. Esto fue lo que asombro a aquella n1ultitud y lo que les obligó a exclamar en medio de su asombro: ¿Qué es esto? ¡Jamás se ha visto cosa semejante! ¿Estas gentes no son todos galileos? ¿Cómo, pues, les oímos hablar la lengua de nuestro país? Nosotros, a la verdad, todos somos judíos, si no de nacimiento , al menos de religión; pero de país y de idioma somos muy diversos: los unos son partos, los otros medos., muchos son persas , los hay de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, de la provincia del Ponto, del Asia menor, de Frigia, de Panfilia, de Egipto, de la Libia., que esta próxima a Cirene; muchos han venido hasta de Roma; algunos de la isla de Creta o de la Arabia; pero todos cuantos estamos aquí, ya judíos naturales, ya prosélitos, esto es, gentiles que han abrazado el judaísmo, les he1nos oído, cada uno en nuestra lengua, exaltar y publicar las maravillas incomprensibles que Dios ha hecho y de que no habíamos oído nunca hablar. Tan grande fue su sorpresa que se miraban los unos a los otros, y poseídos de una admiración que les embargaba, se preguntaban: ¿Qué quiere decir todo esto?

Habiendo advertido San Pedro la extrañeza que esta maravilla causaba en todos los anin1os, levanto la voz para que todos le oyesen; y como vicario de Jesucristo y cabeza visible de la Iglesia, comenzó a desenvolver el misterio que se cumplía: Vosotros todos, les dice, que os gloriáis de haber nacido judíos o que habéis abrazado el judaísmo y que estáis hoy reunidos en Jerusalén, escuchadme. La causa de esas maravillas de que sois testigos, y que os causan tanta admiración, no es lo que algunos de vosotros piensan; lo que tanto admiráis en nosotros y todo lo que acabáis de oír no es un efecto de embriaguez; vosotros sabéis que en los días festivos, como es el que celebramos, no nos es permitido beber ni comer antes del mediodía, y todavía no son más que las nueve. Sabed, pues, que aquí se cumple la promesa que el Señor había hecho a su pueblo, por su profeta Joél, de que en los últimos tiempos haría que descendiese su Espíritu sobre toda carne, sobre sus siervos y siervas; que les daría el don de profecía, el de milagros , y que les colmaría de sus dones (los términos profecía, sueño, visión, significan aquí, en general, todo género de revelaciones y de dones particulares del Espíritu Santo): todo esto acaba de cumplirse en la persona de aquellos en quienes acabáis de admirar tantas maravillas. En seguida, aprovechándose el santo Apóstol de la disposición en que se hallaba el pueblo y de la atención con que se le escuchaba, les hizo un discurso tan sólido, tan enérgico, tan patético, que no se sabía si el que hablaba era un hombre o era un ángel. Prueba en él sobre todo la divinidad de Jesucristo de la manera más eficaz del mundo; les dice todo cuanto es capaz de persuadirla a los más incrédulos, recorre todas las pruebas, la establece sobre el testimonio de los profetas, y su raciocinio no admite réplica. No disimula su felonía y su deicidio en la persona del Salvador, del verdadero Mesías a quien han crucificado; demuestra su gloriosa y triunfante resurrección; en la Escritura santa encuentra toda la historia evangélica hasta el descendimiento del Espíritu Santo; en ella halla todas las circunstancias de que está acompañado este último misterio, hace valer los textos que cita, desenvuelve el verdadero sentido de las figuras que refiere, descubre el sentido que encierran oculto, apoya su explicación con raciocinios tan fuertes, tan concluyentes y tan justos que se diría que había envejecido en el estudio de los libros santos y que se había formado por un largo uso en el ejercicio de hablar y de discurrir, según todas las reglas de la elocuencia. Aun cuando no hubiera habido otra maravilla que esta en el misterio de este día hubiera sido suficientemente para convencer a los espíritus más incrédulos, Pedro, aquel pobre pescador aquel hombre tan ignorante y tan grosero, que jamás supo otra cosa que manejar unas redes, que cuasi ha envejecido en una barca y en la pesca; aquel Apóstol tímido y cobarde hasta negar á su buen Maestro á la sola reconvención de una criada o de un criado: Juan, Santiago, Bartolomé, Tomás, Andrés y todos los demás apóstoles, de una condición tan vil, de un talento tan craso, de una ignorancia todavía 1nás crasa, convertirse en el momento que han recibido el Espíritu Santo en los doctores más profundos y más ilustrados; en los predicadores más persuasivos y más elocuentes; en los héroes más magnánimo de toda la antigüedad; en los oráculos del inundo; tan penetrados de las luces de Dios y tan consumados en la ciencia del reino de Dios, como habían sido hasta entonces ignorantes, llenos de errores de incrédulos ¿No fue en verdad, una mutación de la mano del Altísimo el verlos en Jerusalén predicando verdades que habían hecho profesión, no sólo de no creer, sino de contradecir, mientras que no hubieron recibido el Espíritu Santo? ¿Qué trabajo no le costó al divino Maestro para hacerles entender la doctrina celestial que había venido a establecer sobre la tierra a pesar del cuidado que puso para darles una inteligencia perfecta de ella? Todo lo que miraba a su divina persona era aun oscuro para ellos; su humildad les chocaba, su cruz era para ellos un escándalo, no concebían nada de sus promesas; en lugar de la verdadera redención que debían esperar de él, se figuraban una quimérica, esto es, una redención temporal, cuya vana esperanza les seducía. He aquí quiénes eran estos hombres groseros, ignorantes y carnales antes de haber recibido el Espíritu Santo. Si, dice San Juan Crisóstomo, estos son los sujetos que elige el Espíritu Santo para hacer de ellos los doctores de la religión y los oráculos del mundo; de este carácter era menester que fuesen. Si hubieran sido menos idiotas y menos groseros, no hubieran ofrecido una prueba tan brillante y tan convincente de la divinidad de Jesucristo, de la virtud omnipotente del Espíritu Santo, de la verdad y de la autenticidad de nuestra religión, y de la santidad y de la veracidad de su doctrina.

Así es que esta maravilla hizo desde luego tanta impresión en los ánimos, que el fruto de esta primera predicación de San Pedro fue la conversión de tres mil personas. Nadie ignora los prodigios que siguieron a este. ¡Qué de milagros y qué de conversiones milagrosas en medio mismo de Jerusalén! ¡Qué de portentos en toda la Judea, la Samaria y en todo el mundo consiguientes á la palabra de Jesucristo! Eran menester n1ilagros para establecer la Iglesia de Jesucristo: no faltarán tampoco milagros en todos tiempos en esta Iglesia; pero ¿no puede decirse que el establecimiento y duración de esta 1nisma Iglesia es un milagro subsistente, el más grande, el más patente y el más convincente de todos los milagros? Doce pobres pescadores, tales como acaban de pintarse, sin armas, sin dinero, sin arte, sin apoyo, forman el designio de establecer en todo el mundo una nueva religión y comenzar destruyendo y proscribiendo todas las demás religiones de todo el mundo.

Propónense el hacer adorar en toda la tierra no mas que a un solo Dios en tres personas, esto es, tres personas realmente distintas, cada una Dios como la otra, sin que haya ni pueda haber más que un solo Dios: hacer creer que este Dios se había hecho hombre, que había muerto en una cruz para rescatar a los hombres, que, habiendo resucitado al tercero día, cuarenta días después había subido al cielo, de donde debía volver aún al fin de los siglos para juzgar á todos los hombres, recompensando con una felicidad eterna a los que, habiendo creído todas estas verdades y observado sus mandamientos, hubieren muerto en su gracia, y para castigar con el más horrible y el mas inimaginable de todos los suplicios por toda la eternidad á los que hubieren muerto en estado de pecado mortal. Si a lo menos a esta incomprensibilidad de los dogmas se hubiesen propuesto agregar una moral dulce, sensual, voluptuosa, acomodada a los sentidos y tan carnal como la que reinaba tantos siglos había en todo el universo, hubiera podido creerse que se hallarían gentes que hubieran dicho: Déjesenos vivir como queramos y nosotros creeremos todo lo que se quisiere. Pero la moral que han resuelto .hacer abrazar es, a la verdad, la mas santa que puede imaginarse, la más pura, la más racional; pero al mismo tiempo la más austera, la más contraria al amor propio, la más enemiga de la sensualidad y de los sentidos. Los hombres son naturalmente soberbios, y esta nueva religión quiere que el fundamento del edificio espiritual en todos los que la sigan sea la humildad más profunda. Los hombres son carnales, naturalmente  entregados a sus pasiones, esclavos de su amor propio, y todos nacen con la inclinación al pecado; son naturalmente afeminados, voluptuosos, interesados, vengativos, coléricos; la nueva moral exige una mortificación continua, una pureza sin mancha, un desinterés perfecto, una caridad universal, compasiva, benéfica, una dulzura y una paciencia que se extienda hasta perdonar de todo corazón las injurias más atroces; exige, en fin, está moral una vida en todo santa, siempre crucificada, jamás indulgente con los sentidos, con el amor propio ni con la menor de las pasiones. Decir, pues, que doce pobres pescadores, los más ignorantes, los más desnudos de todos los talentos, los más viles, los más despreciables de todos los hombres, se proponen hacer creer todo esto, hacer abrazar todo esto; y ¿a quiénes? A los romanos, a los griegos, a los escitas, a los persas, a los indios, a los egipcios, a los africanos, a los galos, en una palabra, a todos los pueblos de la tierra habitable; esta sola proposición hace reir, y parece  la razón sola una extravagancia lastimosa, una locura que da compasión. Sin embargo, este designio que formaron los apóstoles desde el día mismo de Pentecostés, por más extravagante., por más imposible que entonces pareciera, se ha ejecutado y nosotros ve1nos el milagro. Todos estos pueblos han creído, han abrazado esta ley santa, se han sometido a esta moral austera, a pesar de la corrupción del corazón humano, sin embargo del orgullo del espíritu, no obstante todas las preocupaciones del interés y del nacimiento. La religión cristiana ha visto espirar el paganismo en medio de los fuegos que por todas partes se encendían para exterminará los cristianos. La sangre de más de diez y seis millones de mártires ha sido como la semilla de los fieles. No solo han abrazado la fe las ciudades, hasta los más vastos desiertos se han poblado de santos anacoretas.

La cruz se ha plantado hasta sobre la corona de los emperadores, y ha hecho su más bello ornamento. Después de esto, ¿se pedirá o se buscará un milagro mayor? Este milagro es permanente, él subsistirá hasta la consumación de los siglos, y este milagro es el efecto maravilloso del descendimiento del Espíritu Santo en este día. Tal ha sido la virtud del misterio que celebran1os, tal el fruto de la fiesta de Pentecostés. ¿Extrañaremos que la Iglesia la celebre con tanta solemnidad y que con Eusebio la haya llamado con razón la más grande de todas las festividades del año?

Croisset, El año cristiano.

Croisset. Domingo después de la Ascensión

El domingo comprendido dentro de la octava de la Ascensión es una continuación de la solemnidad y de la celebración de este glorioso misterio; todo lo que se dice en el oficio y en la Misa tiene relación con él. Escuchad, oh Dios mío, los clamores que os dirijo en este lugar de destierro, en donde no puedo hacer otra cosa que gemir después que os habeis ausentado. Perdiéndoos de vista, he perdido todo mi consuelo; pero sabiendo que estáis en el cielo., siento que se aumenta mi confianza. Vos sabéis la ternura de mi corazón para con un esposo tal como vos; los suspiros de una esposa tal como yo no pueden dejar de moveros y de enterneceros. En medio de una tierra extranjera, expuesta á todos los tiros de mis enemigos, agitada sin cesar por mil borrascas, hecha presa de las más violentas tempestades, entre el fuego de , las n1ás furiosas persecuciones, nada temo porque vos sois todo mi auxilio, mi apoyo y mi fortaleza; vos, no abandonareis jamás a vuestra amada esposa y nunca os haréis sordo á sus ruegos y a sus votos. Mi corazón, en defecto de mi voz, os ha expuesto muchas veces mis peticiones; mis ojos, que os buscan, como naturalmente, en mis necesidades, se han fijado en vos; yo no cesaré, Señor, de implorar vuestra asistencia. Yo no puedo contemplaros, divino Esposo mío, sino en el cielo: allí también es adonde se dirigen todos mis deseos; allí es donde se dirigen todas mis miradas; no apartéis de mi vuestros ojos ni rechacéis mi oración.

Este salmo lo compuso David en medio del mayor fuego de la persecución. Perseguido aquel religioso príncipe acérrimamente por Saúl, se mantuvo siempre intrépido en medio de los mayores peligros, apoyado en su confianza en Dios y en la seguridad que tenia de que el Señor no podía faltar a sus promesas. El Señor me instruye con sus consejos, dice, él vela en mi conservación, ¿qué es lo que yo tengo que temer? ¿Qué es lo que puede dañarme? Ninguna cosa conviene mejor a la Iglesia, que, estando todavía, inmediatamente después de la ascensión del Salvador, como en la cuna, parecía tenerlo todo que temer de la nube de enemigos que la rodeaban y que como, otras tantas bestias feroces, parecía que la debían tragar en su nacimiento; pero habiéndole prometido el Señor que en todos tiempos velaría por su conservación, nada tiene que temer.

La Epístola de la Misa de esté día esta tomada de la primera de San Pedro, en la que este santo Apóstol hace un admirable compendio de las principales virtudes cristianas. Es esta una lección práctica a todos los fieles en que les da reglas de conducta, enseñándoles a vivir según el espíritu de Jesucristo y las máximas del Evangelio. Esta instrucción es muy a propósito para la circunstancia del tiempo. No teniendo ya visiblemente consigo los fieles a su buen Maestro y no habiendo descendido todavía sobre ellos el Espíritu Santo, la Iglesia suplía a los dos con los avisos espirituales que les da por medio de esta Epístola, en la cual el apóstol San Pedro exhorta a los fieles a que usen de precaución, de sabiduría y moderación en todas las cosas; a que insten en la oración; que se amen entre si; que mutuamente se correspondan con todo género de deberes de caridad y de atención; en fin, a que cuanto, le sean posible no obren ni hablen sino según el espíritu de Dios.

Conducíos prudentemente en todo, dice el Santo Apóstol, y no os contentéis con orar durante el día, pasad también en oración una parte de la noche. Acababa San Pedro de decirles que la muerte, que es el fin de todas las cosas con respecto á cada un o en particular, estaba próxima. Que siendo la vida tan corta y tan incierta como es, debia1nos considerar cada uno de nuestros días corno el último y vivir en cada uno como querríamos haber vivido en aquella última hora; observad, pues, les dice , una conducta prudente y verdaderamente cristiana; sed sobrios, templados, irreprensibles y mortificados. No os adormezcais jamás en el negocio de vuestra salvación; es demasiado importante y de muy grande consecuencia para descuidarlo, y pues que no sabéis que día ni a qué hora debe venir el Señor, velad sin cesar á fin de que estéis prontos para abrirle en el momento que llame. No ceséis de orar, y a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo pasad también una parte de la noche en oración. Este es el tiempo mas a propósito para recibir los grandes favores del Padre de las misericordias. Pero sobre todo, añade, tened entre vosotros una caridad mutua que nunca se resfríe, porque la caridad cubre innumerables pecados. Este fuego sagrado consume, por decirlo así, la herrumbre de nuestra. alma y sirve en gran manera para purificarla de sus manchas, alcanzándola del Señor el perdón de sus pecados. Vosotros sabéis que el precepto favorito del Salvador, y el que debe, por decirlo así, caracterizar a sus discípulos, es la caridad mutua. Este es mi precepto, que os améis mútua1nente como yo os he amado. Poseyendo esta virtud, puede decirse que poseéis lo que muy pronto poseeréis todas las de1nas, porque la caridad es paciente, bondadosa, dulce, indulgente; lejos de echar en cara a su prójimo sus defectos, ni de hacer de ellos un motivo de queja o de murmuración, los sufre y los excusa; en lugar de publicarlos, los encubre y querría con todo su corazón sustraerlos al conocimiento del público. La caridad no es envidiosa, no piensa n1al de  nadie y hace bien a todos. Uno de los principales efectos de la caridad, continúa San Pedro, es la hospitalidad con los hermanos y con los extraños.

Como todos los primeros cristianos estaban abrasados de una caridad muy pura y muy ardiente, se distinguían tanto por la hospitalidad con todo el mundo, que  en los primeros siglos los mismos paganos no los designaban sino diciendo de ellos que eran gentes que recibían del modo más caritativo y más gracioso a todos los extranjeros. Este mismo espíritu es el que conduce a los ordenes religiosos más .antiguos que reciben aún á los pasajeros con una cordialidad tan caritativa. Añade todavía San Pedro: Sin dar muestra alguna de disgusto; para prevenir a aquellas almas naturalmente avaras e interesadas, que cuando se ofrece la ocasión ejercitan la caridad, reciben también a los extranjeros, hacen limosna: pero con. un aire tan poco grato, con palabras tan poco obligantes, con rostro tan adusto, que se nota bien que su caridad es imperfecta y mezquina. No solo debe aparecer vuestra caridad en la parte que debéis dar a los demás en vuestros bienes temporales, sino que, como buenos ecónomos de los diversos bienes temporales, debéis comunicarlos con tanta mayor facilidad y celo, cuanto que los bienes espirituales son mucho más provechosos. En los primeros tiempos de la Iglesia se comunicaba el Espíritu Santo sus dones sobrenaturales a cada uno de los fieles según su voluntad: a los unos el espíritu de profecía, otros el don de lenguas; a este el don de curar las enfermedades, a aquel el discernimiento de los espíritus; a otros, en fin, el don de consejo. Estos dones del Espíritu Santo  se proclaman gracias gratuitas, se conceden principalmente en utilidad del prójimo, y sería obrar contra la intención del que es autor de ellas sepultarlas en algún modo dentro de día mismo y hacer inútiles los dones que debemos los hombres derramar con la misma liberalidad con que Dios se los ha comunicado; y no siendo los dueños de ellos, sino los simples dispensadores, deben emplearlos según la voluntad de aquel de quien los han recibido.

Reduce el Apóstol todos estos dones del Espíritu Santo al ministerio de la palabra y de la acción; si alguno había dice, ya para explicar los misterios divinos y las verdades del cristianismo en la predicación, ya que instruir a los neófitos y a los catecúmenos en la doctrina cristiana y las máximas del Evangelio, ya para consolar á los hermanos en sus aflicciones, ya para hablar las lenguas o interpretarlas, haga todo esto como si Dios hablase por su boca. Acuérdese que no es palabra suya la que predica, sino la de Dios. Nosotros, decía San Pablo, no somos como muchos que corrompen la palabra de Dios; nosotros hablamos de parte de Dios, delante de Dios, en Jesucristo. Esta misma instrucción da aquí San Pedro a los fieles, singularmente a los que se han encargado del ministerio de la palabra de Dios. Bella lección para los predicadores que se predican a si mismos y que no tienen otras miras que agradar y ser aplaudidos. Que deslumbrados con el falso brillo de una vana elocuencia, no estudian más que en có1no han de deslumbrar a los que -deberían mover y convertir. De aquí -tantos discursos floridos y tan pocas predicaciones cristianas; de aquí aquella elocuencia estudiada sin unción y sin fruto. Si alguno está encargado de algún ministerio, ejérzalo como por la virtud que Dios comunica; de suerte que Dios sea honrado en todas las cosas por Jesucristo nuestro Señor. Habla el Apóstol de los ministerios eclesiásticos en general, y aún de las obras de caridad y de los servicios que los legos pueden hacer a los pobres. Cada uno ha recibido de Dios su propio don; empléelo, pues, cada uno conforme a su vocación y según el orden de sus superiores. Desempeñe su ministerio con un celo puro, ardiente y desinteresado; llene todos los deberes de él con puntualidad y con un espíritu de religión; no busque más que la gloria de Dios sin ningún retorno sobre si mismo; en fin, concluye el santo Apóstol, comportaos de una manera tan prudente, tan caritativa, tan irreprensible y tan cristiana, que todos los que os vieren queden edificados y alaben al Señor. La vida de un cristiano debe hacer el elogio del cristianismo; y la santidad, sobre todo de los ministros de Jesucristo, debe ser una de las pruebas mas brillantes y mas sensibles de la verdad de nuestra religión. El Evangelio de este día no tiene menos relación que la Epístola con las circunstancias del tiempo y de la festividad. Su asunto es el fin del admirable discurso que hizo el Salvador a sus apóstoles después de la última cena.

Acababa el Hijo de Dios de hacer una descripción razonada y circunstanciada de todo lo que había hecho en favor de los judíos para probarles que era su Salvador y su Dios, su Rey y su Mesías; acababa de decir que les había demostrado invenciblemente, por la santidad de su vida, por la autenticidad de sus milagros, por la pureza de su doctrina y por los oráculos de los profetas, que él era el que les había sido prometido y que no debían esperar otro que a él que tantas maravillas tan extraordinarias que, según el testimonio de los profetas, estaban reservadas sólo al Mesías, condenaban su ceguera, que sin esto hubiera sido perdonable; ellos me han visto, añade el Salvador, Ellos me han oído en cien ocasiones, y lejos de creer en mi y de seguirme, se han coligado contra mi y contra mi Padre; pero era necesario que cumpliesen lo que dice uno de los libros de su ley: ellos me han aborrecido sin motivo, me han perseguido por pura malicia. Si ellos, piles, me han tratado así a mi, no debéis esperar que os traten de otra manera; pero nada temáis, del cielo os vendrá un auxilio poderoso. Yo os enviaré el Espíritu Santo para que os consuele en todas vuestras aflicciones, os fortifique en todos los combates a que os expusieren y os defienda de las persecuciones más violentas. Yo os enviaré este Espíritu consolador, porque él procede igualmente del Padre y de mi, y recibe de los dos, por su procesión, la divinidad, la cual no se divide en las tres personas. Cuando hubiere venido este Consolador, que yo os enviaré del seno del Padre, Espíritu de verdad que procede del Padre. No añade el Salvador que procede del Padre y de mi, no obstante que sea verdad que procede igualmente del Hijo · que del Padre, porque se acomoda a la manera de concebir tan grosera todavía de sus apóstoles; no hubiera hecho más que confundir sus ideas, si en este pasaje les hubiese dicho que el Espíritu Santo procedía de él como del Padre. Rabia probado bastante esta verdad en todo lo que había dicho para establecer su divinidad, y singularmente diciéndoles que él mismo les enviaría este Espíritu consolador; daba bastante á entender en esto que, guardada la debida  proporción, el Espíritu Santo era con respecto a él, y con respecto a su Padre, lo que un hijo en orden al que lo engendró; esto es , que emanaba del uno y del otro en su manera del modo inefable y que no es posible conocer sin que con las luces del mismo Espíritu Santo. Cuando viniere, pues, este Espíritu, dará testimonio de mi tanto por los prodigios que obrará, como por las luces, que comunicará a los fieles sobre las verdades que os he anunciado. Convencerá a los judíos de injusticia, de infidelidad y de pecado y a todos los hombres de mi divinidad y de mi soberano poder. Vosotros que seréis instruidos por este divino Maestro, y que desde que yo, he comenzado a darme a conocer a los hombres habéis estado conmigo, publicareis como fieles testigos mi doctrina y mis obras, por toda la tierra.

Os he prevenido de todas estas cosas como necesarias-para precaveros contra las persecuciones, no sea que cuando llegaren os inmutéis y sean para vosotros ocasiones de escándalo. Os he hablado del odio que os tendrá el mundo, os he predicho, todo lo que debe sucederos, a fin de que estéis preparados para soportar los malos tratamientos que tendréis que sufrir. Mis enemigos, que por lo mismo lo serán vuestros, no se contentarán con arrojaros de sus sinagogas y trataros como excomulgados, como impíos y hombre sin religión, les cegará la pasión hasta tal punto que los que empaparon sus manos sacrílegas en vuestra sangre creerán hacer un sacrificio agradable a Dios. Como por una obstinación nacida de un error voluntario y por pura malicia que los tiene furiosos, no quieren conocer a mi Padre ni a mí; por esto ultrajaran cruelmente a los que sean como vosotros. Harán profesión de ser siervos fieles del Hijo y del padre. Pero cuando los vierais más encarnizados, os bastará para no temerles el acordaos de que el Maestro a quien servís os ha predicho todas las cosas; que nada les es desconocido y que nos ha empeñado en su servicio para soportar todos los peligros que estaban anejos y que tendrás que padecer en él. Yo he previsto todo y más que os sucederá y os he dicho que cuidaré  de enviaros el Espíritu consolador; que no solo os dará el ánimo y la fortaleza necesarios para sufrir todos los tormentos, sino que os hará sentir una dulce alegría y así soportar todas las penas. Por lo demás, os he hablado de este modo a fin de que deciros todo lo que os va su suceder.

Jesucristo anuncia a los discípulos todos los males que deben sufrir por haberse unido a él y de este modo sabe hacérseles fieles.

Entre los griegos se llama este día el domingo de los trescientos dieciocho Padres del Concilio de Nicea, porque han elegido este día móvil para honrar su memoria, a más de la fiesta que hacen en día fijo de año, que es el décimo del mes de julio.

Llámase entre los latinos y principalmente en Roma, el domingo de las Rosas porque ordinariamente empiezan a florecer las rosas, que se echaban en la iglesia en la que se hacía la estación de los fieles en este día sobre todo cuando el Papa oficiaba en ella. Esta denominación puede haber tenido también un motivo y sentido espiritual y alegórico. El Evangelio promete las flores por decirlo así, de los consuelos más dulces en medio de las espinas más punzantes y más espesas. Las rosas nacen y se dilatan en medio de las espinas; así los discípulos de Jesucristo entre las adversidades y las cruces gozan de la alegría más pura y del placer más exquisito.

Croisset, el Año Litúrgico.

Padres del desierto 4

26. Contaba abba Daniel que unos hermanos que se dirigían a la Tebaida en busca de lino, dijeron: “Aprovechemos la ocasión para visitar a abba Arsenio”. Abba Alejandro dijo entonces al anciano: “Hermanos que vienen de Alejandría desean verte”. Le dijo el anciano: “Pregúntales por qué razón han venido”. Supo que iban a la Tebaida a buscar lino y se lo dijo al anciano. Dijo éste: “En verdad, no verán el rostro de Arsenio, pues no han venido por mí, sino por su trabajo. Hazlos descansar y despídelos en paz, diciéndoles que el anciano no los puede recibir”.

27. Fue un hermano a la celda de abba Arsenio en Escete, y mientras esperaba a la puerta, vio al anciano todo como de fuego -­‐era el hermano digno de ver esto-­‐. Cuando llamó, salió el anciano, y vio al hermano que estaba sorprendido. Le dijo: “¿Hace mucho que estás llamando? ¿Has visto acaso algo?”. Le respondió: “No”. Y después de hablar con él, lo despidió.

28. Mientras abba Arsenio vivía en Canopo, vino desde Roma para verlo una virgen de familia senatorial, muy rica y temerosa de Dios. Fue recibida por Teófilo, el arzobispo, al cual rogó que convenciera al anciano para que la recibiera. Acudió adonde él estaba y lo invitó, diciendo: “Una mujer, de rango senatorial, ha venido desde Roma y desea verte”. Pero el anciano no accedió a ir a su encuentro. Cuando se lo dijeron a ella, mandó ensillar los asnos, diciendo: “Confío en Dios que lo he de ver. No he venido a ver un hombre, porque hay muchos hombres en nuestra ciudad; he venido a ver a un profeta”. Al llegar cerca de la celda del anciano, se encontró con él, que estaba fuera de la celda por divina disposición. Cuando lo vio, ella se prosternó a sus pies. Pero él la levantó airado y, mirándola, le dijo: “Si quieres ver mi rostro, míralo aquí”. Ella, en cambio, no miraba su cara por vergüenza. Le dijo el anciano: “¿No habías oído acerca de mi ocupación? Debías haberlo tenido en cuenta. ¿Cómo osaste emprender semejante travesía? ¿No sabes acaso que eres mujer, y que no conviene que vayas a cualquier sitio? ¿O es que, cuando vuelvas a Roma, dirás a las demás mujeres: He visto a Arsenio, y se convertirá el mar en camino para las mujeres que vendrán hasta mí?”. Dijo ella: “Si el Señor lo quiere, no permitiré que venga nadie. Pero ruega por mí y recuérdame siempre”. Él le respondió: “Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón”. Al oír esto, ella se retiró conmovida. Llegó a la ciudad y por la tarde cayó con fiebre. Mandó decir al bienaventurado Teófilo, el arzobispo, que estaba enferma. Acudió él donde se encontraba la mujer, y le pedía que le dijese la causa de su enfermedad. Le respondió: “Ojalá no hubiese venido nunca. Porque le pedí al anciano: Acuérdate de mí, y me respondió: Pido a Dios que borre tu recuerdo de mi corazón. Entonces yo muero de tristeza”. Le dijo el arzobispo: “¿No sabes que eres mujer, y que por medio de las mujeres ataca el enemigo a los santos? Por eso el anciano habló de esa manera. Por tu alma, empero, rezará siempre”. De este modo curó su pensamiento, y ella volvió a su casa con alegría.

29. Contaba abba Daniel acerca de abba Arsenio que una vez fue donde él un magistrado, para llevarle el testamento de un senador de su familia, que le había dejado una cuantiosa herencia. Lo tomó y quiso desgarrarlo. El magistrado se echó a sus pies, diciendo: “Te ruego que no lo desgarres, porque me cortarán la cabeza”. Le dijo abba Arsenio: “Éste ha muerto ahora, yo he muerto antes que él”. Le devolvió el testamento y no quiso recibir nada.

30. Decían de él que, la tarde del sábado, al comenzar el domingo, dejaba el sol a su espalda y extendía sus manos hacia el cielo, en oración, hasta que nuevamente el sol iluminaba su rostro. Entonces, se sentaba.

31. Decían de abba Arsenio y de abba Teodoro de Ferme, que odiaban la gloria de los hombres más que los demás. Pues mientras abba Arsenio no veía fácilmente a nadie, abba Teodoro los veía, pero era como una espada.

32. Cuando abba Arsenio habitaba en las regiones inferiores, fue tentado y pensó abandonar la celda. Sin tomar nada de lo suyo, se dirigió adonde estaban sus discípulos Alejandro y Zoilo, de Farán. Dijo a Alejandro: “Levántate y sube a la nave”. Así lo hizo. Dijo a Zoilo: “Acompáñame hasta el río y busca una nave que me lleve hasta Alejandría; después embárcate tú también y ve hasta donde esté tu hermano”. Zoilo, preocupado por estas palabras, guardó silencio. Se separaron. Cuando el anciano llegó a la región de Alejandría enfermó gravemente. Sus discípulos se decían: “Acaso uno de nosotros ha entristecido al anciano, y por esto se ha alejado de nosotros” Pero no encontraban nada en ellos, ni una desobediencia. Cuando el anciano curó, dijo: “Iré a ver a mis padres”. Navegó hasta Petra, donde estaban sus discípulos. Estaba cerca del río cuando una esclava etíope tocó su melota. El anciano la reprendió, pero ella le dijo: “Si eres monje, vete a la montaña”. En esto, llegaron adonde él estaba Alejandro y Zoilo. Cuando ellos se echaron a sus pies, también se prosternó el anciano ante ellos, y lloraban todos. Les dijo el anciano: “¿No supieron que estuve enfermo?”. Respondieron: “Sí”. Les dijo el anciano: “¿Y por qué no vinieron a verme?”. Abba Alejandro le respondió: “Tu alejamiento de nosotros no fue provechoso, y no benefició a muchos, que decían: Si no hubieran desobedecido al anciano, no se habría alejado de ellos”. Les dijo: «De nuevo dirán los hombres: “No encontró la paloma reposo para sus pies, y volvió a Noé, al Arca” (Gn 8,9). De este modo se reconciliaron, y él permaneció con ellos hasta la muerte.



33. Dijo abba Daniel: «Abba Arsenio nos contó, como tratándose de otro, pero en realidad se trataba de él, que estando un anciano en su celda, le llegó una voz que le dijo: “Ven, y te mostraré los trabajos de los hombres”. Se levantó y fue con él. Lo llevó a cierto lugar donde vio un negro cortando leña para formar un haz grande. Quería llevarlo, pero no podía, y en lugar de quitar algunos leños, seguía cortando y lo agregaba al haz. Hizo esto muchas veces. Avanzando otro poco le mostró un hombre que estaba junto a un lago, del que sacaba agua y la echaba en un recipiente agujereado, y el agua volvía al lago. Después le dijo: “Ven, te mostraré otra cosa”. Y vio un templo y dos hombres montados a caballo y llevando un tirante de madera atravesado, el uno frente al otro, que intentaban pasar por la puerta, pero no podían, porque estaba atravesada la madera. Ninguno de ellos quiso ponerse atrás del otro, para llevar derecho el madero, y por eso quedaron fuera de la puerta. “Estos son, le dijo, los que llevan con soberbia el yugo de la justicia, y no se humillaron para corregirse y marchar por el camino humilde de Cristo; por eso, permanecen fuera del Reino de Dios. El que cortaba leña es un hombre lleno de pecados, que, en lugar de arrepentirse, agrega más iniquidades sobre sus pecados. Y el que sacaba agua, es un hombre que hace obras buenas, pero mezcladas con las malas, y por eso pierde también sus buenas obras. Es necesario que todo hombre vigile sobre su trabajo para no esforzarse en vano”».

34. Contaba el mismo que cierto día vinieron algunos padres desde Alejandría para ver a abba Arsenio. Uno de ellos era tío de Timoteo el anciano, arzobispo de Alejandría, llamado el pobre, y traía consigo a uno de sus sobrinos. Estaba enfermo el anciano y no quiso recibirlos, para que no vinieran también otros y lo molestasen. Se encontraba entonces en Petra de Troe. Ellos se volvieron afligidos. Mas hubo una invasión de los bárbaros y él fue a habitar en la región inferior (del Nilo). Cuando supieron, volvieron a visitarle y el anciano los recibió con alegría. Un hermano que estaba con ellos le dijo: “¿Sabes, abba, que fuimos hasta Troe para estar contigo y no nos recibiste?”. Respondió el anciano. “Ustedes han comido pan y bebido agua; pero yo, hijo, en verdad que no he probado pan ni agua, ni me he sentado, para castigarme, hasta que pensé que habían llegado de regreso a su casa, porque se habían fatigado por mí. Perdónenme, hermanos”. Y se fueron consolados.

35. Decía el mismo: «Me llamó un día abba Arsenio y me dijo: “Conforta a tu padre, para que cuando vayas al Señor, él a su vez te conforte a ti, y tú te encuentres bien”».

36. Contaban de abba Arsenio que cuando estaba enfermo en Escete, el presbítero lo llevó a la iglesia y lo hizo acostar sobre un colchón con una pequeña almohada bajo la cabeza. Uno de los ancianos que fue a visitarlo, lo vio sobre un colchón y con la almohada bajo la cabeza, y escandalizado dijo: “¿Es éste abba Arsenio? ¿De este modo se acuesta?”. Lo llevó aparte el presbítero y le dijo: “¿Cuál era tu trabajo en la aldea?”. Respondió: “Era pastor”. Le preguntó: “¿Cómo vivías?”. Respondió: “Vivía con mucho sacrificio”. Le dijo: “¿Cómo vives ahora en la celda?”. Respondió: “Con mayor descanso”. Le dijo entonces el presbítero: ¿”Ves a abba Arsenio? Cuando estaba en el mundo era como el padre de los emperadores, y lo atendían miles de servidores con cinturones de oro, y llevando todos collares de oro y vestiduras de seda. Bajo sus pies había tapices preciosos. Tú eras pastor y no tenías en el mundo el descanso que tienes ahora; pero éste tenía en el mundo el lujo, y no lo tiene aquí. Mientras tú estás en la consolación, él sufre”. Al oír esto, se arrepintió y pidió perdón, diciendo: “Perdóname, padre, porque he pecado. En verdad, éste es el verdadero camino, que ha llevado a este hombre a la humildad; a mí, empero, me ha traído al descanso”. Y se alejó el anciano, después de recibir mucho provecho.

37. Uno de los padres fue a ver a abba Arsenio. Cuando llamó a la puerta abrió el anciano, creyendo que era uno de los que lo servían. Al ver a otro, se echó con el rostro en tierra. Le dijo: “Levántate, abba, para que te salude”. Le respondió el anciano: “No me levantaré hasta que te hayas marchado”. Y aunque se lo rogó con insistencia, no se levantó hasta que se hubo ido.

38. Decían que un hermano fue a ver a abba Arsenio, en Escete, y al llegar, pedía a los clérigos para verlo. Ellos le dijeron: “Descansa un poco, hermano, y lo verás”. Él respondió: “No tomaré nada antes de verlo”. Enviaron con él un hermano para que lo acompañase, porque su celda estaba distante. Llamaron a la puerta y entraron, y después de saludar al anciano se sentaron en silencio. Dijo el hermano de la iglesia (que lo había acompañado): “Me retiro, rueguen por mí”. El hermano extranjero, que no tenía confianza con el anciano, dijo al hermano: “Me voy contigo”. Y ambos salieron. Le pidió entonces: “Llévame también adonde está abba Moisés, el que fue ladrón”. Cuando llegaron a su celda, él los recibió con alegría y los despidió después de haberlos atendido. Le dijo el hermano que lo había acompañado: “Te he llevado a ver al extranjero y al egipcio. ¿Cuál de los dos te gustó más?”. Respondió: “Me gustó el egipcio”. Uno de los padres oyó esto, y oró a Dios diciendo: “Señor, muéstrame la solución: puesto que uno huye por tu Nombre y el otro, por tu Nombre, recibe con los brazos abiertos”. Y le fueron mostradas dos grandes naves sobre el río, y vio a abba Arsenio y al Espíritu de Dios navegando en paz en una de ellas, y a abba Moisés con los ángeles de Dios navegando en la otra, alimentándolo con miel.

39. Decía abba Daniel: «Cuando estaba abba Arsenio a punto de morir, nos mandó decir: “No se preocupen en hacer ágapes por mí, porque si he hecho caridad (ágape) por mí, la volveré a encontrar”».

40. Cuando estaba por morir abba Arsenio, se turbaron sus discípulos. Él les dijo: “Todavía no ha llegado la hora. Cuando llegue la hora, se los lo diré. Seré juzgado con ustedes ante el terrible tribunal si dan mi cuerpo a alguien”. Le respondieron: “¿Qué haremos, porque no sabemos sepultar?”. Les dijo el anciano: “¿No saben atar una soga a mi pie y llevarme hasta la montaña?”. Esta era la palabra que repetía el anciano: “Arsenio, ¿por qué saliste del mundo? Mucha veces me he arrepentido de haber hablado, nunca de callar”. Cercana ya la muerte, lo vieron llorar los hermanos y le dijeron: “Es verdad que tú también tienes miedo, abba”. Él les dijo: “En verdad, el temor que tengo ahora, ha estado conmigo desde que me hice monje”. Y así murió.

41. Se decía de él que durante toda su vida, mientras estaba sentado para el trabajo manual, tenía un paño sobre el pecho (otros leen: una arruga en el pecho), por las lágrimas que caían de sus ojos. Cuando supo abba Pastor que había muerto, dijo llorando: “Bienaventurado eres, abba Arsenio, porque lloraste por ti en este mundo, porque el que no llora aquí, llorará eternamente más allá. Sea que lo hagamos aquí espontáneamente o allá por los tormentos, es imposible no llorar”.

42. Acerca del mismo relataba abba Daniel: “Nunca quiso hablar sobre cuestión alguna de la Escritura, aunque podía hacerlo si hubiera querido. Tampoco escribía cartas con facilidad. Cuando, de tanto en tanto, venía a la iglesia, se sentaba detrás de una columna, para que no viesen su rostro ni ver él a los demás. Tenía un aspecto angelical, como Jacob. Totalmente canoso, era de cuerpo elegante, delgado. Llevaba una larga barba hasta la cintura. Las pestañas se le habían caído de tanto llorar. Era alto, pero encorvado en la vejez. Alcanzó los noventa y cinco años. Estuvo en el palacio de Teodosio el grande, de divina memoria, cuarenta años, haciendo de padre a los divinos Arcadio y Honorio; en Escete estuvo otros cuarenta años, diez en Troe sobre Babilonia, hacia Menfis, y tres en Canopo de Alejandría. Los dos últimos años regresó a Troe, donde murió, acabando su carrera en la paz y el temor de Dios, porque era un varón bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe (Hch 11,24). Me dejó su túnica de piel, su camisa de cilicio blanca y sus sandalias de hoja de palmera. Aunque soy indigno, los llevo para que me bendiga”.

43. Contó también abba Daniel sobre abba Arsenio: «Llamó un día a mis padres, abba Alejandro y abba Zoilo, y postrándose ante ellos les dijo: “Los demonios me atacan, y no sé si me dominan durante el sueño, así que esforzaos esta noche conmigo y observen si me duermo durante la vigilia”. Desde el atardecer se sentaron uno a su derecha y otro a su izquierda, en silencio. Y decían mis padres: “Nosotros dormimos y nos despertamos, y no advertimos que él durmiese”. Al amanecer -­‐Dios sabe si lo simuló, para que nosotros creyésemos que había dormido, o si verdaderamente llegó el sueño-­‐, suspiró tres veces y se levantó enseguida, diciendo: “He dormido, ¿no es verdad?”. Y nosotros respondimos: “No sabemos”».

44. Fueron unos ancianos a ver a abba Arsenio, y le rogaron insistentemente que lo recibiese. Él les abrió la puerta, y ellos le pidieron que les hablase acerca de los que viven en la hesiquía y no se juntan con nadie. Le dijo el anciano: “Mientras la joven está en casa de su padre, muchos quieren casarse con ella. Pero cuando toma marido, ya no agrada a todos. Unos la desprecian, otros la alaban, y no es estimada como antes, cuando vivía oculta. Lo mismo vale para las cosas del alma; una vez que se divulgan, ya no pueden contentar a todos”.

 

             Apotegmas de los
Padres del Desierto

Quinto domingo de Pascua. Croisset.

Parece que la Iglesia ha querido aprovecharse de la reprensión que Jesucristo daba á sus apóstoles, cuando habiéndoles declarado que había llegado el tiempo en que era necesario que les dejase para volverá su Padre, en lugar de regocijarse de su triunfo y de la gloria de que iba á tomar posesión en el cielo, se habían abandonado a la tristeza más amarga. La Iglesia, entrando en el sentido del Hijo de Dios como gobernada por su espíritu, parece que redobla su alegría é inspira á sus hijos los sentimientos de un gozo cada vez más sensible, a medida que se acerca más al día de la ascensión gloriosa del Salvador.

Publicad las voces de la alegría, las cuales deben resonar por todas partes; publicadlas hasta los extremos de la tierra. El Señor ha librado á su pueblo, le ha sacado de la cautividad, le ha vuelto a su dulce patria; tribútense por siempre alabanzas, gloria, bendición y acciones. de gracias á aquel por quien hemos recobrado, por fin, la libertad y que nos ha abierto la celestial Jerusalén. Pueblos de toda la tierra, testificad vuestra alegría al Señor; celebrad su nombre con vuestros himnos; dadle la gloria que le es debida y no ceséis de alabarle. Por este desahogo de alegría y con este cántico de gozo comienza hoy la Iglesia la Misa. Este introito está tomado de Isaías. Describiendo este Profeta el misterio de nuestra redención, en la narración que hace de la libertad del pueblo judío de la cautividad de Babilonia, la cual era la figura, que convida a todas las naciones del mundo á que se derramen en regocijo, y que por todas partes se oigan sus voces de gozo y sus cánticos de alegría (Isaías, XLVIII). Anunciad esta nueva y publicadla hasta los confines del mundo. Decid en todas partes: el Señor ha rescatado á Jacob, su siervo. A esta predicción de Isaías es á la que alude la Iglesia en las palabras del introito. Más espiritual que lo eran entonces los apóstoles (inconsolables por la pérdida que iban á hacer de la presencia corporal del Salvador) en la víspera de celebrar su gloriosa ascensión al cielo, exhorta á sus hijos á que se regocijen por una separación corporal que debía serles tan ventajosa, puesto que debía perfeccionar su fe y abrirles la entrada de la patria celestial. Porque, como dice el gran pontífice San León, la ascensión, triunfante de Jesucristo es una prenda segura de la nuestra.

Tomando la cabeza posesión de su gloria, asegura él derecho y la esperanza que a ella tiene todo el cuerpo. ¿No es justo que ostentemos nuestra alegría con acciones continuas de gracias? Llámase este domingo el domingo de las rogaciones, porque los tres días que siguen están consagrados para dirigir súplicas solemnes al Señor, las cuales se llaman también letanías mayores; y también porque el Evangelio de este día es una invitación ejecutiva que nos hace el Señor á que le expongamos todas nuestras necesidades y le pidamos con confianza. Como el día de mañana está singularmente dedicado á la fiesta de las rogaciones, se traslada á él su historia.

La Epístola de la Misa de esté día está tomada de la católica de Santiago, la cual fue también el asunto de la Epístola del domingo precedente. Después de haber exhortado el santo Apóstol a los  fieles a que se instruyan con cuidado en las verdades de nuestra religión, les declara aquí que no basta escuchar y aprender todas las verdades del Evangelio si no se ponen en práctica. Poned en practica, hermanos míos, les dice., la palabra, y no la escuchéis solamente, engañándoos a vosotros mismos.

Hacían entonces mucho ruido entre los fieles las Epístolas de San Pablo. Muchos habían creído que las buenas obras no eran necesarias para la salud y que bastaba la fe sin las buenas obras. De suerte que tomando mal el pensamiento de san Pablo abusaban de su doctrina. Entre los judíos convertidos, los unos estaban escandalizados de una doctrina semejante y miraban a San Pablo como enemigo de la ley, sin hacerse cargo de que el santo Apóstol no hablaba más que de las ceremonias legales de la antigua ley y de ningún 1nodo de la observancia de la ley evangélica; otros, arrastrados del mismo error, miraban la nueva ley como inútil, y se figuraban que para salvarse bastaba tener fe. Para curar Santiago aquellos espíritus, explica á los fieles los verdaderos sentimientos del apóstol San Pablo, y demuestra aquí que la fe sin las buenas obras es inútil, conforme á lo que escribe San Pablo a los romanos: No ya aquellos que oyen la ley son justos delante de Dios; sólo serán justificados los que practiquen la ley (Rom. II); esto es, lo que practiquen la ley, sean judíos, sean gentiles, ya que hayan recibido la ley de Moisés, ya que no la hayan recibido, serán justificados, no por las obras solas, sino por sus obras hechas por la fe, y con la gracia que Dios les hubiere otorgado. (Galat., III.) La fe que obra por la caridad, porque sin esta caridad viva y activa  todo lo demás de nada sirve, como se explica el mismo Apóstol (l. Cor. XIII.)

Porque si alguno oye la palabra sin ponerla en práctica, se le comparará á uno que ve su rostro natural en un espejo, y que luego que se ha visto se retira y se olvida de su figura. El Evangelio, dice San Bernardo, es un espejo fiel, á nadie engaña, cada uno se ve en él tal como es; por más que uno quiera ocultar; sus defectos, la divina palabra nos los demuestra: secreta vanidad, amor propio sutil, pasión disimulada, exterior engañoso, todo disfraz aparece en este espejo, la menor arruga se descubre, en nada se engaña. Pero ¿de qué sirve mirar al espejo si no se hace más que como de paso, y un momento después de haberse visto se olvida uno de las manchas que tiene en el rostro? Sin embargo, ¿queremos ser dichosos? tengamos sin cesar delante de los ojos la ley del Evangelio, que nos libra de la servidumbre de las ceremonias legales y nos hace hijos de Dios. No, ella no nos ocultará ningún defecto, ella nos descubrirá lo que nuestro amor propio nos oculta. No la miremos como de paso, antes si escuchémosla con el designio de practicar lo que ella nos. dice y de quitar los defectos que ella nos descubre: este es el medio de asegurar nuestra salud. En esta comparación de que se sirve, el Apóstol, el espejo es la palabra de Dios, que nos representa lo que somos y lo que debemos ser: el rostro del hombre es el estado interior de su conciencia: los lunares del rostro son los pecados de que está manchada la pureza del alma: mirarse en el espejo es oír la palabra de Dios y notar en ella la diferencia de lo que somos y de lo que deben1os ser según el Evangelio: olvidar el estado en que uno se ha visto, y poner en olvido, las verdades que se nos han predicado: en fin, no lavarse es descuidar el- corregirse y borrar con las lagrimas de la penitencia la inmundicia de nuestros pecados.

También advierte Santiago a los fieles que si alguno piensa que tiene religión, no refrenando su lengua, sino engañándose a si mismo, su religión en este caso es una religión frívola. Los judíos convertidos a la fe, a quienes está escrita esta carta, estaban todavía tan encaprichados en la observancia de sus ceremonias legales, que no cesaban de prorrumpir en quejas, y aun algunas veces en injurias contra los que no las observaban. Desplegaban sus celos y su pasión en agrias invectivas, y todo bajo del pretexto de celo por la religión, y esto fue lo que obligó al Apóstol a decirles que su pretendido celo era una ilusión; que la verdadera piedad consiste en pensar, siempre bien de su prójimo y no juzgar nunca ni hablar mal de nadie; y que el verdadero celo es inseparable, de la circunspección, de la modestia: y de la caridad. Por fin, concluye con una lección que encierra otras muchas mas: la religión pura y: sin mancha delante de Dios, les dice, la sólida piedad, el celo verdaderamente cristiano, no consiste en disputas ni en vanas especulaciones, sino en la practica constante de una ardiente caridad, visitar los huérfanos y las pobres viudas en sus aflicciones, ejercitarse continuamente en las obras de misericordia, y preservarse de la inmundicia de este inundo corrompido en que vivimos: he aquí lo que prueba visiblemente que somos cristianos, esto es lo que honra la religión que profesamos y lo que constituye una prueba de ella.

El Evangelio de la Misa de este día es una parte de aquel admirable discurso que hizo Jesucristo a sus discípulos después de la cena la víspera de su muerte, en el que este divino Salvador, después de haberles dicho que iba á dejarles para acabar la grande obra de su salvación con el sacrificio de su vida; les predice que su ausencia no serla larga, porque dentro de tres días le volverían a ver en un estado muy diferente del en que le habían visto. Que por lo que miraba a ellos se verían en verdad en la desolación y en la tristeza; pero que la tristeza se convertiría en una alegría que nadie sería capaz de quitarles. Esto bastará, les decía, para enjugar todas vuestras lágrimas, para calmar todas vuestras inquietudes, y para indemnizaros con muchas ventajas de todo lo que hubiereis  padecido por mi amor. Entonces más que nunca comenzareis a gozar del favor de mi Padre. El Espíritu Santo os colmará de sus dones y os instruirá tan perfectan1ente. en todas las cosas, que no tendréis ya necesidad de tenerle visiblemente cerca de vosotros para consultarme en vuestras dudas. Por lo que hace a mi Padre, él os amará, porque vosotros lo amáis, y os aseguro en verdad que no os negará nada de lo que le pidiereis en mi nombre y por mis méritos. Ved aquí, os enseño un nuevo modo de orar muy fácil y muy eficaz, el cual no se hará común hasta que mi reino se hubiere establecido en el cielo, en donde yo seré vuestro mediador, siempre pronto a apoyar vuestras peticiones. Mi Padre no podrá negarme nada, ni tampoco a vosotros siempre que lo pidiereis en mi nombre. Hasta aquí nada habéis pedido en mi nombre. Pedir en nombre del Salvador, dice San Gregorio, es pedir lo que es verdaderamente útil para la salvación. Los apóstoles habían pedido al Salvador muchas cosas: San Juan y Santiago le habían pedido los dos primeros puestos en su reino; San Pedro le había pedido la curación de su suegra; pocos de sus apóstoles habían dejado de pedirle algún favor, o para si mismos, o para sus amigos; pero el Hijo de Dios cuenta por nada todo lo que no se dirige a la salvación o a la perfección. ¡Bienes temporales, vanos honores, salud corporal, vosotros no sois objetos dignos de la atención de Dios! ¿A cuántos cristianos podría hacerse el día de hoy la misma reconvención que Jesucristo hizo a sus discípulos? ¿Cuántos no han pedido aún nada en nombre del Salvador? Pedid y recibiréis; la promesa que os hago, dice el Salvador, debe inspirar á vuestra alma un gozo lleno y perfecto. En efecto, ¿qué cosa de más consuelo que el estar seguros de que todas vuestras peticiones serán eficaces? Vosotros poseéis el secreto para ser siempre oídos. Pedid en mi nombre; vuestra oración será siempre oída. ¿Qué es, pues, lo que podrá turbar jamás vuestra alegría, si estáis seguros de obtener infaliblemente todo lo que pidiereis? Hasta aquí, continúa el Salvador, os he hablado en parábolas, esto es, de una manera figurada y enigmática, porque no erais todavía capaces de comprender los grandes misterios de la religión.

Esta es la última conversación que tendré con vosotros antes de mi muerte. Os he hablado en términos figurados y oscuros, me he servido de ciertas parábolas cuyo sentido no habéis podido penetrar. De aquí adelante me explicaré con vosotros sin figuras; os hablaré claramente de mi Padre después de mi resurrección; os descubriré sin enigmas y sin parábolas el misterio inefable de la Trinidad, el de mi Encarnación, el de mi pasión, el de mi muerte, todo lo que concierne á la economía de la salvación y al establecimiento de mi Iglesia, y vosotros comprenderéis todo lo que yo os diré, en virtud de la inteligencia que os dará el Espíritu Santo. Entonces vosotros mismos tendréis un acceso inmediato a este Padre infinitamente bueno e infinitamente liberal; no tendréis que pedirle en mi nombre para ser oídos. No tengo necesidad de deciros que yo rogaré a mi Padre por vosotros y que uniré mis ruegos a los vuestros; vosotros debéis estar seguros que os amo mucho para que jamás os olvide; pero aún cuando yo no concurriese para que obtengáis lo que pidiereis, basta que me hayáis amado y que hayáis creído en mi para obligar a mi Padre a que os acuerde el efecto de vuestras peticiones. ¡Oh y cuanta verdad es que no hay verdadera, probidad, verdadera sabiduría ni verdadera justicia, sino la que está fundada en el conocimiento y en el amor de Jesucristo! El Padre no ama sino a los que conocen y aman a su Hijo; a nadie oye sino en virtud de los méritos de su Hijo. Vana sabiduría, probidad simulada, fantasma de hombre de bien cuando el conocimiento y el amor de Jesucristo no son el alma de esta pretendida sabiduría, de esta aparente probidad; ninguno es hombre de bien si no es verdaderamente cristiano.

Viendo el Salvador a sus apóstoles movidos y penetrados de las verdades que acaba de enseñarles, les hizo en dos palabras un compendio, por decirlo así, de los más grandes misterios de nuestra religión. Yo he salido de mi Padre, les dice, y he venido al mundo; así también dejo el mundo y me vuelvo a mi Padre. Estas pocas palabras encierran los principales artículos de nuestra fe en orden a la persona del Hijo de Dios. Su generación eterna: Yo he salido de mi Padre; su encarnación, he venido al mundo; su resurrección y su gloriosa ascensión, me vuelvo a mi Padre. He aquí en pocas palabras toda la economía de la redención del género humano y el compendio de nuestra creencia. No habiendo comprendido los apóstoles el sentido de las palabras de Jesucristo: Dentro de poco tiempo no me veréis ya, y poco tiempo después me volveréis a ver, porque me voy á mi Padre, querían preguntárselo; pero conociendo el Salvador su pensamiento había prevenido su deseo y se había explicado mas claramente. Esto fue lo que obligó a los apóstoles a decir: Ahora estamos convencidos de que sabes todas las cosas y no tienes necesidad de que nadie te pregunte para aclararle sus dudas, porque tú las sabes aún antes que se te propongan; tu descubres lo más secreto del corazón, y esto es lo que nos hace creer que has salido de Dios. Sólo Dios es el que puede penetrar el fondo del corazón y descubrir los mas secretos pensamientos; así es que nada nos confirma mas en la fe en que estamos de que tú eres el verdadero Mesías y verdadero Hijo de Dios.

Croisset, Año Cristiano.

Padres del desierto 3

1. Cuando abba Arsenio estaba todavía en el palacio, oró al Señor diciendo: “Señor, dirígeme por el camino de la salvación”. Y llegó hasta él una voz que le dijo: “Arsenio, huye de los hombres y serás salvo”.

2. Habiéndose retirado el mismo a la vida solitaria, oró de nuevo diciendo idénticas palabras (cf. Mt 26,44). Y oyó una voz que le decía: “Arsenio, huye, calla, recógete, porque estas son las raíces de la impecabilidad”.

3. Los demonios rodearon a abba Arsenio, que estaba en su celda, y lo hostigaban. Llegaron los que asistían al anciano y, permaneciendo fuera de la celda, lo oyeron clamar a Dios con estas palabras: “Oh, Dios, no me abandones; nada bueno he hecho en tu presencia, pero concédeme según tu bondad que lo pueda comenzar”.

4. Decían del mismo, que así como ninguno en la corte se vestía mejor que él, ninguno llevaba ropas más vulgares en la iglesia.

5. Alguien dijo al bienaventurado Arsenio: “¿Cómo, es que nosotros no tenemos nada, con toda nuestra educación y sabiduría, mientras que estos campesinos y egipcios adquieren tantas virtudes?”. Le respondió abba Arsenio: “Nosotros no sacamos nada de nuestra educación secular, pero estos campesinos y egipcios adquieren las virtudes por sus trabajos”.

6. Interrogaba una vez abba Arsenio sobre sus propios pensamientos a un anciano egipcio. Uno que lo vio, le dijo: “Abba Arsenio, ¿cómo tú, que has recibido semejante educación romana y griega, interrogas a este rústico acerca de tus pensamientos?”. Le respondió: “Aprendí las ciencias romanas y griegas, pero todavía no aprendí el alfabeto de este rústico”.

7. Fue una vez el bienaventurado arzobispo Teófilo con un notable a visitar a abba Arsenio, e interrogaba al anciano para oír de él una palabra. Después de callar por un corto tiempo, respondió: “¿Observarán lo que les diga?”. Ellos prometieron que lo guardarían. Les dijo entonces el anciano: “Adonde oigan que está Arsenio no se acerquen”.

8. Deseando otra vez encontrarse el arzobispo con él, envió a preguntarle si le abriría el anciano. Le dio esta respuesta: “Si vienes, te abriré. Pero si abro para ti, abriré a todos, y entonces no permaneceré ya aquí”. Al oír esto dijo el arzobispo: “Si voy allí para expulsarlo, no iré más a verlo”.

9. Pidió un hermano a abba Arsenio que le hiciera oír una palabra. El anciano le dijo: “En cuanto de ti dependa, esfuérzate para que tu trabajo interior sea de acuerdo a Dios, y vencerás las pasiones exteriores”.

10. Dijo también: “Si buscamos a Dios, Él se manifestará a nosotros; y si lo retenemos, permanecerá con nosotros”.

11. Alguien dijo a abba Arsenio: “Mis pensamientos me afligen, diciéndome: No puedes ayunar ni trabajar; visita al menos a los enfermos: también esto es caridad”. El anciano, conociendo que era semilla sembrada por los demonios, le dijo: “Ve, come, bebe, duerme y no trabajes; pero no salgas de la celda”. Porque sabía que la paciencia de la celda lleva al monje a observar su orden.


12. Decía abba Arsenio, que el monje peregrino en una región extranjera no debe
inmiscuirse en nada, y así tendrá el descanso.


13. Dijo abba Marcos a abba Arsenio: “¿Por qué huyes de nosotros?”. Le respondió el anciano: “Dios sabe que los amo, pero no puedo estar con Dios y con los hombres. Los millares y miríadas celestiales tienen una sola voluntad, pero los hombres muchas. No puedo entonces abandonar a Dios para estar con los hombres”.

14. Abba Daniel decía acerca de abba Arsenio, que pasaba la noche entera sin dormir, y cuando, al amanecer, la naturaleza lo obligaba a acostarse, decía al sueño: “Ven, servidor malo”. Sentado, tomaba entonces, un corto sueño, y se levantaba en seguida.

15. Decía abba Arsenio que es suficiente para el monje dormir una hora, si es luchador.


16. Contaban los ancianos que un día distribuyeron en Escete unos higos secos. Como eran de poco valor, no le mandaron a abba Arsenio, para que no se ofendiese. El anciano, al saber lo sucedido, no acudió a la sinaxis, diciendo: “Me han excomulgado al no mandarme la eulogia que Dios envió a los hermanos, y que yo no fui digno de recibir”. Lo supieron todos y aprovecharon (sus almas) por la humildad del anciano. El presbítero le llevó entonces los higos secos, y lo trajo con alegría a la sinaxis.

17. Decía abba Daniel: “Permaneció con nosotros durante muchos años, y cada año le dábamos un canasto de trigo, y cuando lo íbamos a visitar comíamos de él”.


18. Decía también acerca del mismo abba Arsenio, que no cambiaba el agua de las palmas más que una vez al año, y para el resto solamente agregaba. Trenzaba una cuerda y tejía hasta la hora sexta. Los ancianos le suplicaron: “¿Por qué no cambias el agua de las palmas, que huele mal?”. Él les dijo: “Es necesario que en lugar de los perfumes y aromas que utilizaba en el mundo, soporte este mal olor”.


19. Decía también (abba Daniel) que cuando (abba Arsenio) oía que todas las clases de frutas estaban ya maduras, decía: “Tráiganmelas”, y tomaba una sola vez y un poquito de cada una, dando gracias a Dios.


20. Cayó una vez enfermo en Escete abba Arsenio. Le faltaba hasta un pedazo de tela de lino, y como no tenía con qué comprarlo, lo recibió de otro por caridad, y dijo: “Gracias te doy, Señor, porque me hiciste digno de recibir la caridad en tu Nombre”.


21. Decían que la distancia hasta su celda era de veintidós millas. No salía prontamente de ella, pues otros lo servían. Cuando fue devastada Escete, salió llorando y dijo: “El mundo ha perdido a Roma y los monjes a Escete”.


22. Preguntó abba Marcos a abba Arsenio: “¿Es bueno no tener consolación en la celda? Porque vi un hermano que tenía unas legumbres y las estaba arrancando”. Le respondió abba Arsenio: “Es bueno, pero según las fuerzas del hombre. Porque si no tiene fuerza para semejante práctica, pronto plantará otras”.


23. Abba Daniel, discípulo de abba Arsenio, relataba lo siguiente: “Estaba junto a abba Alejandro, el cual, vencido por el dolor, se acostó mirando hacia arriba, a causa del dolor. El bienaventurado Arsenio llegó para hablar con él, y lo vio acostado. Mientras conversaban, le dijo: “¿Quién era el secular que he visto aquí?”. Le dijo abba Alejandro: “¿Dónde le viste?”. Respondió: “Cuando bajaba de la montaña, miré hacia la gruta y vi a alguien acostado y mirando hacia arriba”. Entonces, postrándose, le dijo: “Perdóname, era yo, porque el dolor se había apoderado de mí”. Le dijo el anciano: “¿Eras tú, entonces? Está bien. Yo supuse que era un secular, por eso preguntaba”.


24. Dijo otra vez abba Arsenio a abba Alejandro: “Cuando hayas terminado de cortar tus ramas de palmera, ven a comer conmigo, pero si llegaran huéspedes, come con ellos”. Abba Alejandro trabajaba lentamente y con cuidado. Cuando llegó la hora, tenía todavía palmas, y queriendo cumplir la orden del anciano, esperó hasta concluir el trabajo. Abba Arsenio, al ver que se demoraba, comió, pensando que habían llegado visitantes (a su celda). Abba Alejandro, cuando hubo terminado su trabajo, hacia el atardecer, se puso en camino. Le dijo el anciano: “¿Tuviste visitas?”. Respondió: “No”; le dijo: “¿Por qué no viniste, entonces?”. Contestó: “Porque tú me dijiste: Cuando termines de cortar tus palmas, ven. Por guardar tu palabra no he venido hasta ahora, que terminé”. Se admiró el anciano de su exactitud, y le dijo: “Rompe el ayuno, pronto, para recitar el Oficio, y bebe tu ración de agua; de lo contrario pronto estará enfermo tu cuerpo”.

25. Llegó una vez abba Arsenio a un lugar en el que había cañas, que el viento agitaba. Dijo entonces el anciano a los hermanos. “¿Qué es este movimiento?”. Le respondieron: “Son cañas”. Les dijo el anciano: “Si uno permanece en la hesiquía y oye el canto de un pajarillo, ya no tiene el corazón la misma tranquilidad. Cuanto más ustedes, que tienen el movimiento de estas cañas”.

De los Apotegmas de los Padres del desierto.