Temporas de otoño

LAS CUATRO TEMPORAS.-

Las cuatro témporas están en uso en la Iglesia romana desde el siglo IV o V, y de ella pasaron poco a poco a las iglesias de otros países, hasta imponerse definitivamente. Son cuatro semanas, pero no completas, sino al estilo antiguo, dedicadas al ayuno, a la abstinencia y a la oración, con ocasión de las cuatro estaciones del año, a saber: primavera, verano, otoño e invierno; para dar gracias a Dios por las cosechas recibidas, ofreciéndole las primicias, y para pedirle sus bendiciones sobre las venideras. Es una manera práctica de reconocer y adorar la Divina Providencia, de la que todas las criaturas estamos pendientes para recibir el alimento en los tiempos convenientes. Bien comprendidas y bien celebradas, bastarían ellas para curar al mundo del afán de lucro y de la excesiva ansiedad por la comida, por la bebida y por el vestido que devora y saca de quicio a los mortales.

Primitivamente sólo eran tres las témporas: las del cuarto mes (verano), las del séptimo (otoño) y las del décimo (invierno), pues las del primero (primavera), las suplía el ayuno cuaresmal.

Hay autores que demuestran con bastantes argumentos294 que las cuatro témporas son la transformación de las fiestas, o mejor, de las ferias paganas (ferias de la sementera, de la cosecha y de la vendimia), celebradas en sus respectivas estaciones para granjearse el favor de los dioses.

Los días consagrados por las cuatro témporas son: el miércoles, el viernes y el sábado, los únicos días, con el domingo, de la semana litúrgica primitiva. Los tres cuentan con Misa propia, adecuada a las circunstancias. La del miércoles tiene una profecía, además de la epístola habitual, y la del sábado, cinco. El sábado está ahora destinado a las ordenaciones mayores y menores, si bien antiguamente las del diácono y sacerdote se reservaban para las de diciembre. Por su carácter de penitencia, por su liturgia especial y por los fines por los cuales han sido instituidas y se celebran, las cuatro témporas son como triduos de retiro espiritual al alcance de todos los cristianos. ¿Por qué el pueblo cristiano no las ha de aprovechar para renovar su fervor?

Para recordar las fechas de las cuatro témporas, reténgase esta frase mnemotécnica:

Post Cen., Post Pen., Post Cru., Post Lu.,

que quiere decir que caen: después de Ceniza, después de Pentecostés, después de la Santa Cruz (que es el 14 de septiembre) y después de Santa Lucía (el 13 de diciembre).

La flor de la liturgia, Dom André Azcarate OSB

LA SANTIFICACIÓN DE LAS ESTACIONES.

Por cuarta vez en el año pide la Santa Madre Iglesia a sus hijos el tributo de penitencia ordenado a santificar las estaciones. Las noticias históricas relativas a la institución de las Cuatro Témporas se encontrarán los miércoles de la tercera semana de Adviento y primera de Cuaresma; esos mismos días recordábamos las intenciones con que deben cumplir los cristianos todos los años esta obra del servicio que deben a Dios.

El invierno, la primavera y el verano, señalados en su comienzo por la abstinencia y el ayuno, nos han hecho sentir sucesivamente en los meses de que constan, las bendiciones del cielo; el otoño recoge los frutos que la misericordia divina, aplacada por las satisfacciones de los hombres pecadores, ha hecho germinar en el seno de la tierra maldita1. La semilla preciosa, que confiada a la tierra en el tiempo de las escarchas, se abrió camino en el suelo al llegar los días primaverales, después de anunciada la Pascua, dió a los campos el ornato florido que les convenía para asociarse al triunfo del Señor; luego, figura exacta de lo que entonces debían ser nuestras almas influenciadas por los ardores del Espíritu Santo, creció su tallo al influjo de un sol de fuego y se convirtió en dorada espiga que prometía el ciento por uno al labrador, y éste la segó con alegría; y ahora, amontonadas ya las gavillas en los graneros del padre de familia, invitan al hombre a levantar su pensamiento hacia Dios, de quien derivan todos estos bienes. Nadie diga como el rico del Evangelio después de una cosecha abundante: «¡Alma mía, ahi tienes gran cantidad de bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, regálate!» Pues Dios, añade el Evangelio, le dijo: «¡Necio!, esta misma noche te pedirán el alma, y lo que has amontonado, ¿para quién será?». En cuanto a nosotros, si queremos ser verdaderamente ricos según Dios y merecer su ayuda en la conservación y no menos en la producción de los frutos de la tierra, empleemos al comienzo de esta nueva estación los mismos medios de penitencia que tan útiles nos fueron ya por tres veces. Además, es un mandamiento formal de la Iglesia que obliga con pena de pecado grave a todo el que no está dispensado legítimamente de la abstinencia y del ayuno en estos tres días.

APRECIO DE LA PENITENCIA DE LA IGLESIA. —

Ya probamos antes como el cristiano que desea avanzar por los caminos de la perfección, se debe imponer voluntariamente algunas penitencias a que, hablando con todo rigor, no estaría obligado. Pero en esta materia, como en otra cualquiera, la obra privada no alcanza nunca el mérito ni la eficacia de la acción pública, ya que la Iglesia reviste las obras de penitencia cumplidas en su nombre en la unidad del cuerpo social, de la misma dignidad y del valor propiciatorio que, por ser la Esposa, tienen todos sus actos. A San León le gustaba insistir sobre esta noción fundamental del ascetismo cristiano, en los discursos que dirigía al pueblo de Roma con ocasión del ayuno del séptimo mes. «Bien que pueda cada cual, dice, castigar su cuerpo con penas voluntarias y frenar unas veces con suavidad y otras más duramente sus apetitos carnales, que batallan contra el espíritu, con todo eso es necesario que en ciertos días celebremos todos un ayuno general. La devoción es más eficaz y más santa cuando en las obras de piedad se une toda la Iglesia con un solo espíritu y una sola alma. Todo lo que tiene naturaleza de cosa pública es, en efecto, preferible a lo privado, por lo cual fácilmente se comprende que se trata de un interés mayor cuando se solicita el celo de todos.

«La observancia particular del cristiano no afloje en nada su fervor; cada cual, implorando la ayuda de la protección divina, se revista, aunque sea en privado, de la celeste armadura contra las asechanzas de los espíritus malignos. Pero el soldado de la Iglesia, aunque pueda portarse valientemente en los combates particulares, luchará con más seguridad y más éxito ocupando su puesto oficial en la milicia de la salvación; sostenga, pues, la guerra universal en compañía de sus hermanos, y debajo de las órdenes del Rey invencible».

Otro año, y en estos mismos días, el santo Papa y Doctor insistía más enérgica y más extensamente sobre estas consideraciones, que nunca se recordarán bastante dada la propensión individualista de la piedad moderna. No pudiendo extractar sino unos cuantos pensamientos, remitimos al lector a la colección de sus admirables discursos. «La observancia ordenada de arriba, dice, está siempre por encima de las prácticas que hace uno por impulso personal, cuales quiera que ellas sean; la ley pública hace más sagrada la acción que podría hacerla un reglamento particular. El ejercicio de mortificación que cada cual hace a su arbitrio, no mira, en efecto, más que a una parte y a un miembro; por el contrario, el ayuno que emprende toda la Iglesia, a nadie excluye de la purificación general; entonces el pueblo de Dios llega a ser omnipotente, cuando se juntan los corazones de todos los fieles en la unidad de la santa obediencia y son por doquier semejantes las disposiciones en el campo del ejército cristiano, y la defensa en todas partes la misma.

He aquí pues, carísimos míos, que hoy el ayuno solemne del séptimo mes nos invita a cobijarnos al amparo de esta invencible unidad. Levantemos a Dios nuestros corazones; quitemos algo a la vida presente para acrecentar nuestros bienes eternos.

Dom Gueranguer. El año Litúrgico, témporas de otoño.