Croisset. VI domingo después de Pentecostés

Contiene tantos misterios el oficio de este domingo, que su historia no puede menos de ser muy interesante, llena de saludables. instrucciones. El segundo milagro de la multiplicación de los panes, cuando con siete solamente y unos pocos peces satisfizo Jesucristo a más de cuatro mil personas, es el asunto del Evange1io de este día, y en cuya consideración se llama este domingo el de la multiplicación milagrosa de los siete panes, diferente de la que refiere San Juan cuando el Salvador con solos cinco panes y dos peces satisfizo a más de cinco mil personas. La Epístola nos enseña cuál es la virtud del bautismo, y sus maravillosos efectos, y cuán inocente y edificante debe ser la vida de los que han sido bautizados.

Esto nos dará ocasión para explicar las ceremonias del bautismo, todas a cual más misteriosas y más santas, y cuyo sentido ignoran un gran numero de entre los fieles, Está tomado el introito de la Misa del salino XXVII, que es una oración afectuosa del justo en la aflicción, el cual pone toda su confianza en Dios, bajo de cuya protección nada tiene que temer. Puede aplicarse este salmo a los justos perseguidos por los impíos, a Jesucristo tan maltratado por los judíos, y a la Iglesia perseguida por los paganos y por los herejes. David, inspirado por un espíritu profético, parece haber tenido presentes estos tres objetos manifestando sus sentimientos durante la persecución injusta que sufría de parte de Saúl, o de su hijo Absalón, o previendo 1o que sufriría su pueblo algún día durante su cautividad en Babilonia.

El Señor es la fortaleza de su pueblo, y á su protección especial es á la que el pueblo y el rey deben sn salud. Salvad, Señor a vuestro pueblo: vos que le habéis elegido por vuestra heredad, derramad sobre él vuestras bendiciones, cuidad de conducirle, y haced que siempre triunfe de sus enemigos. Yo no cesaré de dirigiros, Señor, mis clamores; -respondedme, Dios mío, porque si permanecéis silencioso, me consideraré como aquellos á quienes encierra el sepulcro, que ya no pueden hacerse oír ni pedir socorro. La ingenuidad con que el profeta representa á Dios sus necesidades, su confianza en su misericordia y en su auxilio, tan marcada en todos sus salinos, que la Iglesia elige cuasi siempre para el introito de la Misa de la mayor parte de los domingos del año; todo esto nos demuestra con qué simplicidad debemos exponer á Dios nuestras necesidades y cuál es la confianza de que deben estar animadas nuestras oraciones.

La Epístola contiene lo que San Pablo escribe á los romanos en orden a la vida nueva de los que han sido bautizados, los cuales habiendo muerto al pecado por el bautismo deben tener gran cuidado de no dejarle revivir, jamás. Todos cuantos, dice, hemos sido bautizados en Jesucristo, todos hemos sido bautizados en su muerte: como si dijera, que sólo por la sangre de Jesucristo y por los méritos de su muerte hemos sido lavados y limpios de la mancha del pecado, y que el bautismo no sólo adquiere toda su eficacia de la muerte de Jesucristo, sino que es el símbolo y la figura de ella. Por el bautismo representamos la muerte y la sepultura de Jesucristo, y por consiguiente debemos estar verdaderamente muertos al pecado, para vivir una vida nueva enteramente a ejemplo de Jesucristo resucitado. Como por el bautismo, continúa el santo Apóstol, hemos sido sepultados con él para morir, del mismo modo resucitemos y salgamos con él  de esta especie de sepulcro para glorificar a Dios el resto de nuestros días por la santidad de una nueva vida. Alude San Pablo a la inmersión en las aguas del bautismo, que es la figura de la muerte y de la sepultura del Salvador. El bautismo que hoy se administra por la aspersión, se administraba en la primitiva Iglesia sumergiendo enteramente en el agua, todo el cuerpo  de suerte que venía a quedar como sepultado en las aguas, como Jesucristo lo fue después de su muerte en el sepulcro. Esta inmersión de todo el cuerpo representa de un modo más sensible la sepultura del cuerpo del Salvador. Ahora bien, así como el Salvador no salió glorioso del sepulcro sino para no vivir ya más que una vida del todo espiritual, impasible, inmortal, gloriosa, del mismo modo, no debe el cristiano salir de este baño saludable, de esta especie de sepulcro en el que ha sido sepultado sumergiéndole en él; no debe, repito, salir de este baño, sino para llevar una vida pura, inocente, resplandeciente en virtud, una vida enteramente  contraria al espíritu y a las máximas del mundo, una vida, en fin, cristiana, animada del espíritu de Jesucristo.


Otra comparación hace todavía San Pablo, que explica aún más el sentido de la primera. No solamente, dice, hemos sido sepultados como Jesucristo; hemos sido también injertados en la semejanza de su muerte, y por consiguiente debemos ser también como injertados en la semejanza de su resurrección. Admiremos la fuerza, la energía y el sentido maravilloso de este término. Así como una púa vive dependientemente del árbol en que está injertada y de donde saca toda su savia y su jugo, así también estando unidos a Jesucristo por el bautismo, como miembros del mismo cuerpo, es menester que él sea por su resurrección el principio y el modelo de nuestra resurrección espiritual a la vida de la gracia, como ha sido por su muerte el principio y el modelo de nuestra muerte espiritual al pecado. La rama, por decirlo así, separada del árbol del cual había nacido y resucita unida al tronco del cual saca todo su alimento y su jugo. Preciso es, pues, que el bautismo produzca en nosotros lo mismo que representa por su ceremonia; esto es, que así como la ceremonia del bautismo representa la muerte, la sepultura y la resurrección gloriosa de Jesucristo , lo que se ve admirablemente bien en un injerto, puesto que la púa muere separada de su tronco primitivo, es sepultada injertándola en el nuevo, y resucita cuando arroja hojas, flores y frutos unida al nuevo árbol, del mismo modo es menester que por el bautismo participemos de estos tres estados. Que sea por inmersión, o por aspersión, es preciso que no sólo estén los muertos a la vida del pecado que habíamos recibido de Adán, la cual ha destruido Jesucristo con su muerte en la cruz, sino que es necesario que seamos también sepultados como lo fue Jesucristo después de su muerte; esto es, que sean tan insensibles a todos los atractivos del pecado, como lo es un cuerpo en el sepulcro a todos los incentivos de los placeres de la vida: y como por la resurrección tomo Jesucristo una vida nueva, impasible, gloriosa, inmortal, del mismo modo la nueva vida de la gracia que recibimos por el bautismo , debe estar exenta de la flaqueza de la recaída y de la muerte espiritual del alma que causa el pecado. Esto es lo que el santo Apóstol prueba siempre alegóricamente en todo el resto de la Epístola.

El hombre viejo, dice, ha sido crucificado con Jesucristo. El hombre viejo es el hombre tal como nace de Adán, con el pecado y los hábitos viciosos que le inclinan al pecado. Este hombre viejo ha sido crucificado por Jesucristo, esto es, que habiendo Jesucristo satisfecho plenamente a la justicia de su Padre por su muerte en la cruz, ha destruido y como dado muerte al pecado; de modo que el pecador; por la aplicación que se le hace en el bautismo de los méritos de la muerte del Salvador, obtiene la remisión de sus pecados y es como mudado en un hombre nuevo por la infusión de la gracia santificante, mediante la cual deja de ser esclavo del demonio y se hace hijo de Dios; de pecador se hace justo; de hijo de ira, hijo amado con derecho a la herencia, heredero de Dios, coheredero del mismo Jesucristo, y he aquí lo que San Pablo entiende cuando dice que por el bautismo, esto es, por la aplicación que se nos hace en este sacramento de los méritos de la muerte de Jesucristo, queda destruido el cuerpo del pecado, lo que debe entenderse principalmente del pecado de origen, que es como el tronco y la raíz de todos los demás ,y que el santo Apóstol llama cuerpo de pecado. Como la muerte natural nos descarga de toda servidumbre y de todo empeño civil, porque un muerto no es más esclavo, del mismo modo, dice San Pablo, la muerte espiritual debe librarnos de toda sujeción y de toda servidumbre con respecto al pecado. Estamos muertos al pecado por el bautismo, luego no debemos ya ser esclavos del pecado.

Croisset, El año cristiano.

LOS PADRES DEL DESIERTO. ABBA APPHY, APOLO, ANDRÉS, AIO, AMONATHAS

ABBA APPHY

1. Contaban, acerca de un obispo de Oxyrrinco, llamado abba Apphy, que cuando era monje llevaba una vida austerísima. Fue hecho obispo y quiso llevar la misma austeridad en el mundo, y no pudo. Se postró ante Dios, diciendo: “¿Acaso la gracia se ha retirado de mí a causa del episcopado?”. Y tuvo esta revelación: “No, pero mientras estabas en el desierto y no se encontraba allí ni un hombre, Dios ayudaba, pero estás ahora en el mundo y los hombres te ayudan”.

ABBA APOLO

1. Había en Kellia un anciano llamado Apolo, que si venía alguno a pedirle que lo ayudase en cualquier trabajo, iba con gusto, diciendo: “Hoy tengo que trabajar con Cristo para bien de mi alma”. Este es el premio del alma.

2. Decían de cierto abba Apolo, de Escete, que era pastor y muy rústico. Vio una mujer grávida en el campo, y movido por el diablo dijo: “Quiero ver cómo está el niño en su seno”. Lo abrió y vio al niño. Mas enseguida se turbó su corazón y, arrepentido, fue a Escete y anunció a los Padres lo que había hecho. Los oyó salmodiar: “Los días de nuestros años son setenta años, ochenta en los fuertes, y más que esto sufrimiento y dolor”. Les dijo entonces: “Tengo cuarenta años y nunca he orado, pero si desde ahora vivo otros cuarenta, no cesaré de orar a Dios para que perdone mi pecado”. No hacía ningún trabajo manual, sino que oraba continuamente, diciendo: “Como hombre pequé; tú, como Dios, perdóname”. Ésta su oración la meditaba noche y día, Un hermano vivía con él y le oía estas palabras: “He faltado contra ti, Señor, déjame descansar un poco”. Tuvo al fin la revelación de que Dios había perdonado todos sus pecados, también el de (la muerte de) la mujer. Pero nada sabía acerca del crimen del niño. Pero uno de los ancianos te dijo: “Dios te ha perdonado también el crimen del niño, pero te deja en la aflicción porque así conviene a tu alma”.

3. Dijo el mismo acerca de la acogida que se da a los hermanos: “Debemos venerar a los hermanos que vienen, porque no veneramos a ellos sino a Dios. Si has visto a tu hermano -­‐dijo-­‐ has visto al Señor tu Dios. Y esto, -­‐dijo también-­‐ lo hemos recibido de Abrahán. Cuando reciban a los hermanos, invítenlos a reposarse. Esto lo aprendimos de Lot, que rogó a los ángeles”.

ABBA ANDRÉS

1. Dijo abba Andrés: “Estas tres cosas convienen al monje: la peregrinación, la pobreza y la paciencia en el silencio”.

ABBA AIO

1. Se relataba acerca de un anciano de la Tebaida, abba Antiano, que en su juventud había hecho muchas obras, pero, viejo ya, enfermó y quedó ciego, y los hermanos tenían muchas atenciones para con él por su enfermedad, y le daban de comer en la boca. Preguntaron entonces a abba Aio: “¿Qué pasará con tantas atenciones?”, y les respondió: “Les digo, Dios lo sacaría de este sufrimiento, si su corazón deseara estas atenciones y las recibiera con gusto, aunque comiese de este modo solamente un bocado, pero si no las quiere, sino que las acepta a la fuerza, Dios conservará salvo su trabajo, porque toma esto sin quererlo, mientras que los hermanos, por su parte, recibirán un premio”.

ABBA AMONATHAS

1.Llegó una vez a Pelusio un magistrado, y quiso exigir el impuesto a los monjes, como lo hacía con los seculares. Se reunieron todos los hermanos en la celda de abba Amonathas para tratar este asunto, y decidieron que fueran algunos Padres a ver al emperador. Les dijo abba Amonathas: “No hay necesidad de afligirse tanto; más bien permanezcan tranquilos en sus celdas y ayunen durante dos semanas, y por la gracia de Cristo yo solo trataré el asunto”. Volvieron los hermanos a sus celdas, y el anciano permaneció en la suya. Cuando se cumplieron los catorce días, se enojaron los hermanos contra el anciano porque no lo habían visto ponerse en movimiento, y dijeron: “El anciano ha descuidado nuestro asunto”. En el decimoquinto día se reunieron los hermanos, como habían establecido, y el anciano se llegó hasta ellos trayendo la carta marcada con el sello del emperador. Al verlo, se maravillaron los hermanos, y dijeron: “¿Cuándo la has traído, abba?”. Dijo el anciano: “Créanme, hermanos, que esta noche fui a ver al emperador y él escribió este decreto; fui después a Alejandría para hacerlo firmar por los magistrados, y así vengo hasta ustedes”. Al oírlo, tuvieron miedo, y se postraron en una metanía. Se arregló su asunto y ya no los molestó más el magistrado.

Los Padres del desierto

Los Padres del desierto. Abba Abraham, Ares y Alonio

ABBA ABRAHAM

1. Contaban acerca de un anciano que pasó cincuenta años sin comer pan ni beber vino fácilmente, y que decía: “He matado a la fornicación, a la avaricia y a la vanagloria”. Al oír que hablaba de este modo, fue abba Abraham a verlo y le dijo: “¿Dijiste tú tales cosas?”. Respondió: “Sí”. Abba Abraham le dijo: “Mira, si entras en tu celda y encuentras una mujer sobre tu lecho, ¿puedes acaso pensar que no es una mujer?”. Respondió: “No, pero lucharé contra mi pensamiento, para no tocarla”. Le dijo abba Abraham: “No la has muerto, entonces, sino que todavía vive en ti la pasión, pero está atada. Imagina también que pasando ves oro entre piedras y ladrillos, ¿puede tu pensamiento considerarlo como si fueran del mismo valor?”. Respondió: “No, pero lucharé contra el pensamiento, para no recogerlo”. El anciano le dijo: “Vive (la pasión), pero está atada.” Le dijo abba Abraham: “Si oyes de dos hermanos, que el uno te ama y el otro te odia y habla mal de ti, y sucede que vienen ambos a verte, ¿recibirás a los dos del mismo modo?”. Dijo: “No, pero lucharé contra el pensamiento para obrar bien tanto con el que me odia como con el que me ama”. Le dijo abba Abraham: “Viven entonces las pasiones, y son solamente sojuzgadas por los santos”.

2. Interrogó un hermano a abba Abraham, diciendo: “Si tuviera que comer muchas veces, ¿qué sería esto?”. Respondiendo, dijo el anciano: “¿De qué hablas, hermano? ¿Tanto comes? ¿O te crees que has venido a trillar?”.

3. Relató abba Abraham de un monje de Escete que era escriba y no comía pan. Un hermano fue a verlo, y le rogaba que le copiase un libro. El anciano, que tenía su espíritu en la contemplación, lo escribió omitiendo frases y sin puntuación. El hermano, al tomar el libro, vio que le faltaban frases y dijo al anciano: “Abba, faltan frases”. El anciano le respondió: “Vete, y pon primero en práctica las que están escritas, y después ven y te escribiré las que faltan”.

ABBA ARES

1. Fue abba Abraham donde abba Ares, y cuando se hubieron sentado llegó un hermano para ver al anciano, y le dijo: “Dime qué debo hacer para salvarme”. Él le respondió: “Ve y haz esto durante un año: come al atardecer pan con sal, y ven otra vez entonces y hablaré contigo”. Así lo hizo. Al cumplirse el año, fue nuevamente el hermano adonde estaba abba Ares. Se encontraba allí abba Abraham. Nuevamente le dijo el anciano al hermano: “Ve, y durante este año ayuna día por medio”. Cuando el hermano se hubo retirado, dijo abba Abraham a abba Ares: “¿Por qué impones a todos los hermanos un yugo liviano, pero a éste infliges un fuerte peso?”. Le respondió el anciano: “Los hermanos según lo que buscan oír, se van, pero éste viene a escuchar la palabra de Dios.

Es un buen obrero: hace con diligencia lo que le digo. Por eso, le digo la palabra de Dios”. Abraham: “Si oyes de dos hermanos, que el uno te ama y el otro te odia y habla mal de ti, y sucede que vienen ambos a verte, ¿recibirás a los dos del mismo modo?”. Dijo: “No, pero lucharé contra el pensamiento para obrar bien tanto con el que me odia como con el que me ama”. Le dijo abba Abraham: “Viven entonces las pasiones, y son solamente sojuzgadas por los santos”.

2. Interrogó un hermano a abba Abraham, diciendo: “Si tuviera que comer muchas veces, ¿qué sería esto?”. Respondiendo, dijo el anciano: “¿De qué hablas, hermano? ¿Tanto comes? ¿O te crees que has venido a trillar?”.

3. Relató abba Abraham de un monje de Escete que era escriba y no comía pan. Un hermano fue a verlo, y le rogaba que le copiase un libro. El anciano, que tenía su espíritu en la contemplación, lo escribió omitiendo frases y sin puntuación. El hermano, al tomar el libro, vio que le faltaban frases y dijo al anciano: “Abba, faltan frases”. El anciano le respondió: “Vete, y pon primero en práctica las que están escritas, y después ven y te escribiré las que faltan”.

ABBA ALONIO

1. Dijo abba Alonio: «Si el hombre no dice en su corazón: “Yo solo y Dios estamos en el mundo”, no tendrá descanso».

2. Dijo también: “Si no destruyo todo, no podré reedificarme a mí mismo”.

3. Dijo el mismo: “Si lo quisiera el hombre desde la mañana hasta la tarde llegará a la medida divina”.

4. Preguntó abba Agatón a abba Alonio, diciendo: “¿Cómo podré dominar mi lengua para no decir mentira?”. Le respondió abba Alonio: “Si no mientes, cometerás muchos pecados”. Le preguntó: “¿Cómo?”. Le dijo el anciano: «Dos hombres cometieron un homicidio en tu presencia, y uno de ellos huyó a tu celda. Lo busca el magistrado y te pregunta: “¿No se cometió un homicidio en tu presencia?”. Si no mientes, entregas al hombre a la muerte. Conviene más que lo abandones sin ligaduras de Dios porque el lo sabe todo”.

Apotegmas de los Padres del Desierto.

Croisset. IV Domingo después de Pentecostés

Si el domingo precedente se llama con razón en los leccionarios antiguos el cuarto domingo de la misericordia y de la bondad de Dios con los pecadores, porque todo el oficio de la Misa, esto es, el introito, la Epístola y el Evangelio no predican más que esta gran misericordia, por la misma razón puede llamarse este cuarto domingo el domingo de la confianza .en Dios, pues que todo el oficio de éste día no ofrece grandes motivos para ello, ya en el introito de la Misa, ya en la Epístola y el Evangelio, en donde todo inspira esta dulce confianza.

La Misa comienza por este versículo del salmo XXVI: El Señor me instruye en sus consejos; él vela en mi conservación; el Señor es mi luz, mi guía, mi apoyo, mi salud; toda mi confianza la tengo puesta en él; ¿á quién, pues, temeré? ¿Qué enemigo puede espantarme, ni qué peligro puede hacerme temblar? Bajo de una protección semejante no podré perecer imagina alguno que sea más poderoso que nuestro Dios, dice San Agustín, y entonces tendrá fundamento tu temor y tu desconfianza. El Señor es el defensor de mi vida, y como dice el texto hebreo, el Señor es la fortaleza de mi vida; ¿Podrán estremecerme ya los mayores peligros?

Líguense contra mi todos mis enemigos, veánme en medio de las olas, agitado por los vientos más furiosos y amenazado a cada momento de un triste naufragio; siendo el Señor el defensor y la fortaleza de mi vida, nada hay que pueda espantarme. Agraviaría ciertamente, a la omnipotencia, á la sabiduría infinita y á la bondad incomprensible de mi di vino protector si yo temiese. Mi temor seria una insigne desconfianza; ¿y puedo yo ser capaz de este destino pues de haber visto tantas veces que los mayores esfuerzos de mis enemigos han sido inútiles contra esta omnipotente protección? ¿Qué no han tentado los enemigos de mi salvación para perderme, o al menos para turbarme y amedentrarme? ¡cuántas veces, arrebatados del deseo de perderme, se han precipitado sobre mi como otras tantas bestias feroces, prontas para devorarme! vanos proyectos, inútiles esfuerzos, frívolas tentativas; ellos han pasado por la, confusión de ver frustrados sus perversos designios; y se han visto obligados a reconocer su debilidad. Toda esa nube fecunda en granizo y en piedras se ha desvanecido cuando estaba para aniquilarme. ¡Oh, qué dichoso es el que pone toda su confianza en Dios sí, aun cuando yo viera todas las fuerzas, todas las potestades de la tierra y del infierno reunidas delante de -mí como un cuerpo de ejército, yo me mantendría intrépido: la protección del Señor es una muralla que no pueden forzar todas las potestades juntas. David tenia una larga experiencia de esto, y por lo mismo jamás podía tener una confianza incierta en la protección de Dios. Un Goliath, ufano por su monstruosa talla y por la fuerza enorme de su brazo, vencido, aterrado, muerto por un niño, sin otras armas que una honda. Un ejército formidable de filisteos, hasta entonces siempre victorioso de las tropas de Israel, batido, deshecho, disipado por este ungido del Señor; toda la malignidad de la envidia de Saúl eludida; en fin, David, victorioso de todos sus enemigos, pacifico ya en su trono después de tantos peligros, tantas persecuciones y contratiempos, ¿podría tener menos confianza en la bondad y en la protección de su Dios?

La Epístola de la Misa de este día esta tomada de aquel pasaje de la carta de San Pablo a los Romanos, en que el santo Apóstol dice que aquellos que han recibido por el bautismo el espíritu de  adopción, que nos hace hijos de Dios y coherederos con Jesucristo de la gloria futura por la cual suspira todo fiel, cuentan por nada todo .lo que hay que sufrir sobre la tierra para merecer la recompensa que nos está preparada en el cielo, adonde deben dirigirse todos nuestros deseos. Ordenase toda esta Epístola a inspirarnos  un gran fondo de confianza y dé ánimo en 1as mayores adversidades.

Estoy persuadida, dice el santo Apóstol, que las aflicciones del tiempo presente no tienen proporción alguna con la gloria futura que resplandecerá en nosotros. Seria necesario comprender en esta vida lo que es esta gloria; seria necesario gustar sus dulzuras inefables, dulzuras castas, llenas, satisfactorias, que sobrepujan todo cuanto puede pensar o conocer el entendimiento humano; seria necesario, en fin,  está como sumergido en el torrente de delicias con que Dios embriaga á sus elegidos para ver la infinita desproporción que hay entre lo que sufrimos en este lugar de destierro y la recompensa que nos está preparada en la patria celestial. Por algunas sombras de humillación, ¡qué honor, qué gloria, buen Dios, en el cielo, en donde el menor de los santos es objeto de la admiración, del respeto, de la más profunda veneración de los más grandes monarcas del mundo! Por algunos amagos de dolor, ¡qué torrente, qué abundancia de dulzuras las que Dios reserva para los que le sirven! En fin, por algunos momentos de dolores y aflicciones que huyen una felicidad pura y perfecta .que jamás debe acabarse. Nuestras aflicciones presentes, dice San Pablo, que no duran más que un momento y que son tan ligeras nos producen un peso eterno de gloria en un alto grado de excelencia superior a todo encarecimiento. (E. Cor. Capítulo IV). Y ciertamente la vida comparada con la eternidad no es más que un instante indivisible e imperceptible. La misma proporción que hay entre un punto de tiempo imperceptible y toda 1a eternidad incomprensible, esa misma es la que hay entre las aflicciones de esta vida. y la gloria de la otra.

Este es el dichoso hechizo que cambia en lagrimas de alegría las que hace derramar el dolor durante esta vida: yo peso lo que padezco con lo que espero, dice San Agustín, y encuentro el peso de mis padecimientos .infinitamente más ligero que el peso de gloria que producen. Todavía queda un momento de tribulación; pero el reposo que sucederá á nuestras penas será eterno. Aquí abajo no se bebe más que gota a gota el agua amarga de la tribulación; en el cielo seremos inundados en un torrente de delicias que no se agotará jamás. Aunque la gloria de la otra vida no tenga proporción alguna con nuestros trabajos considerados en sí mismos, sin embargo, Dios ha querido que otra gloria inmensa fuese adquirida con ellos a titulo de recompensa y de justicia. Pero para hacérnosla merecer nos hace entrar en la participación de los méritos de Jesucristo y realza por su gracia el mérito de nuestros trabajos.


Por esto, lo que más esperan las criaturas, continúa San Pablo, es que brille esta gloria de los hijos de Dios. San Agustín cree que por las criaturas deben entenderse aquí todos los fieles que suspiran por el fin de las miserias de esta vida y que, descubriendo a favor de las luces. de la fe .la felicidad que les está, preparada en el cielo y que es el objeto de su esperanza, desean con ansia, esperan con una santa impaciencia, piden con fervor el dichoso momento que debe ponerlos en posesión de esta bienaventurada herencia. Otros muchos Santos Padres sienten que las criaturas significan aquí todos los hombres, y singularmente los gentiles, cuya vocación a la fe, que debe ser el principio de su libertad, comienza ya a anunciarla el Apóstol. Llámase el Mesías en la Escritura el .deseado de las naciones. Había largo tiempo, dice el sabio intérprete que hemos citado repetidas veces, había mucho tiempo que los gentiles sentían el peso de sus miserias; gemían y se hallaban, tanto más oprimidos, cuanto que tenían menos auxilio que los judíos para salir de ellas. Lo había Dios permitido así para manifestar a su tiempo los tesoros de sus misericordias sobre ellos.

Llegó, por fin, el dichoso momento en que debían ser reconciliados con su Dios. Las gracias que se les habían comunicado hacían sus miserias más pesadas y más sensibles y les obligaban a dar en cierto modo los gritos que anunciaban su nacimiento espiritual al Evangelio. Porque sabemos, dice, que hasta ahora todas las criaturas gimen y .sufren los dolores del parto.

El hombre no ha sido criado mas que para Dios: este es nuestro fin;· Dios no ha podido criarnos para otro que para si, y cualquiera otro fin que no sea este es incapaz de satisfacernos. No tenemos más que consultar sobre esto a nuestro corazón. Dios solo es el centro de nuestro descanso; fuera de él está nuestro corazón en una agitación continua. La propensión natural a todo hombre, la extrema pasión que tenemos a ser dichosos, no puede satisfacerse aquí abajo.

Después de más de seis mil años que hace que los hombres trabajan para ser felices, ninguno ha podido hallar todavía un reposo lleno y perfecto que haya fijado todos sus deseos: siempre queda un vacío infinito que no son capaces de llenar todos los objetos criados: no ha sido el hombre hecho para ellos: menester es que se eleve hasta Dios, y desde el momento que toma este partido, encuentra una paz, una dulzura que no ha encontrado en otra parte: señal evidente de que Dios es su fin y el centro de su reposo. Nos hiciste, Señor, para ti, dice San Agustín, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti. Sólo, pues, en el cielo se encuentra el perfecto descanso, la felicidad plena y perfecta; por ella suspira naturalmente todo hombre, aun cuando la mayor parte no conozca en dónde está el centro de su reposo .Y de su felicidad. Los judíos eran los únicos que poseían este cono-cimiento. De los demás pueblos puede decirse que lo deseaban sin saber en donde se hallaba. Jesucristo ha venido a mostrarle a todas las naciones de la tierra, y el cristianismo las enseñaría en dónde está y dónde se encuentra esta felicidad inseparable del soberano bien, por la cual suspira naturalmente todo hombre, y que no es posible encontrar aquí abajo. Esta dicha, esta felicidad de la otra vida es la que hacia gemir todavía más a los apóst0les y a todos los primeros fieles por el ardiente deseo que tenían de que se les llamase de este lugar de destierro para ir a gozar de aquella gloria celestial, de la cual tenían tan alta idea. Cuanto más ilustrado está uno con las luces de la fe, con más ardor ama a Jesucristo y más suspira por la mansión de la celestial Jerusalén. Yo deseo con ardor, decía San Pablo, no vivir más, ni estar más. que con Jesucristo (Philip., l.) En el mismo sentido dice aquí el santo Apostol, que no son solos los gentiles los que suspiran por su libertad. Nosotros mismos, que hemos recibido las primicias del Evangelio, nosotros que hemos sido santificados por el Espíritu Santo, esperamos tal bien el entero cumplimiento de nuestra adopción, esto es; la gloria que es la perfección y el efecto de la adopción. Nosotros suspiramos sin cesar por la patria celestial y nos lamentamos viéndonos todavía detenidos en este lugar de nuestro destierro.

Croisset, El año litúrgico

Los padres del desierto. Abba Amun y Abba Anub

ABBA AMÚN DE NITRIA

1. Abba Amún de Nitria visitó a abba Antonio y le dijo: “Yo he trabajado más que tú, ¿cómo es que tu nombre es más grande que el mío entre los hombres? Le respondió abba Antonio: “Porque yo amo a Dios más que tú”.

2. Decían de abba Amún que una medida de trigo le bastaba para dos meses. Fue en una ocasión a ver a abba Pastor y le dijo: “Si voy a la celda de mi vecino o viene él a la mía por alguna necesidad, tenemos miedo de conversar porque no sobrevenga una conversación extraña”. El anciano le dijo: “Haces bien, porque la juventud necesita vigilancia”. Le dijo abba Amún: “¿Qué hacían los ancianos?”. Respondió: “Los ancianos adelantados en la virtud no tenían en ellos nada exterior ni de extraño en su boca, para hablar de ello”. Dijo Amún: “Si se presenta la necesidad de hablar con el vecino, ¿prefieres que hable de las Escrituras o de las palabras de los ancianos?”. Le respondió el anciano: “Si no puedes callar, es mejor hablar de las palabras de los ancianos que de las Escrituras. Puesto que el peligro no es pequeño”.

3. Un hermano fue desde Escete hasta donde estaba Amún, y le dijo: “Mi abba me manda para un servicio, pero temo la fornicación”. Le dijo el anciano: «Cuando llegue la tentación a ti, di: “¡Oh! Dios de los ejércitos, líbrame por las oraciones de mi abba”». Un día, una virgen se encerró con él, y el monje clamó con voz fuerte: “Dios de mi abba líbrame”, y se encontró en seguida en el camino que conduce a Escete.

ABBA ANUB

1. Abba Juan contaba que abba Anub y abba Pastor, con los restantes hermanos, nacidos del mismo vientre y que se habían hecho monjes en Escete, partieron cuando vinieron los maniqueos y lo devastaron la primera vez, y se retiraron a un lugar llamado Terenutis hasta decidir dónde les convenía habitar. Y permanecieron allí algunos días en un antiguo templo. Dijo abba Anub a abba Pastor: “Hazme la caridad, tú y cada uno de los hermanos habiten solos y separadamente, sin encontrarnos en toda la semana”. Respondió abba Pastor: “Haremos como tú quieres”. Y lo hicieron así. Había en el templo un ídolo de piedra. Todas las mañanas el anciano abba Anub se levantaba al amanecer y tiraba piedras al rostro del ídolo, y por la tarde le decía: “Perdóname”. Pasó la semana haciendo esto. Al fin, el sábado se reunieron y abba Pastor preguntó a abba Anub: “Te he visto apedrear durante toda la semana el rostro de la estatua, abba, y pedirle después perdón, si eres hombre de fe ¿cómo haces eso?”. Le respondió el anciano: “Esto lo hice por ustedes. Me vieron echar piedras al rostro de la imagen ¿acaso habló o se enojó?”. Abba Pastor dijo: “No”. «Y después, cuando me postré en una metanía, ¿acaso se turbó y dijo: “No te perdono?”». Abba Pastor dijo: “No”. El anciano le dijo entonces: “Nosotros somos siete hermanos. Si quieren que habitemos juntos hemos de ser como esta estatua, que no se turba así se la insulte o se la alabe. Pero si no quieren vivir de este modo, hay cuatro puertas en el templo. Vaya cada uno adonde le plazca”. Todos se echaron por tierra diciendo a abba Anub: “Haremos como tú dices, abba, y obedeceremos lo que nos mandes”. Dijo abba Pastor: «Permanecimos juntos todo el tiempo, haciendo la palabra que nos decía el anciano. Puso él a uno de nosotros como ecónomo, y lo que nos daba, eso comíamos, y ninguno podía decir: “Tráenos otra cosa”, o: “No podemos comer de esto”. Pasamos de este modo todo nuestro tiempo en la quietud y la paz».

2. Dijo abba Anub: “Desde que el nombre de Cristo fue pronunciado sobre mí no ha salido una mentira de mi boca”.

Apotegmas de los padres del desierto.

Croisset. Tercer domingo después de Pentecostés

Como el primer domingo después de Pentecostés está consagrado á la solemnidad de la fiesta de la Santísima Trinidad, y el segundo concurre siempre en la octava del Santísimo Sacramento, el primero que sigue inmediatamente a la celebración de todas esas fiestas es siempre el tercero; y por consiguiente, por el domingo tercero después de Pentecostés es por donde empiezan nuestros ejercicios de piedad para todos los domingos que quedan hasta el· Adviento.

Los griegos llamaban a este domingo el segundo de la doctrina o de la predicación de Jesucristo, o en otros términos, el de Cristo docente; por los latinos es llamado el domingo de los Publicanos y de los Pecadores, y comúnmente el de la oveja descarriada; con motivo dé leerse este día en la Misa el Evangelio en que se refiere la solicitud con que los publicanos y los pecadores públicos procuraban oir a Jesucristo. Habiendo murmurado de esto los fariseos dieron ocasión al Salvador. para proponerles la parábola consoladora de la oveja extraviada, que con tanto celo va el pastor a buscar, dejándose las noventa y nueve en el redil. Toda la historia del oficio de este domingo está llena de los rasgos de 1a bondad de Dios con el pecador y de la confianza que debe inspirarnos una Misericordia tan oficiosa.

La Misa de este día comienza por este versillo del salmo XXIV: Volved, oh Dios mío, vuestros ojos hacia mi, dignaos favorecerme con una de vuestras miradas; destituido de todo socorro, admitirme como objeto de vuestra compasión. Considerad mi abatimiento y los males que yo padezco, y, sírvanme  al menos éstos para expiar todos los pecados que he cometido, Es verosímil que este salmo fue compuesto durante la rebelión de Absalón. Arrojado David de Jerusalén, y perseguido a todo trance por aquel hijo rebelde, abandonado de todos sus cortesanos, insultado por Seneí y obligado a salvarse a pié como el más vil de los esclavos; reconoce que todos estos males son penas justas por su pecado y señalado por su adulterio. Confiesa que su pecado es grande; pero reconoce que es más grande todavía la misericordia de Dios, y penetrado de los más vivos sentimientos de confianza en esta infinita misericordia., tanto por lo menos como de amargo dolor de su pecado, toma ocasión de la enormidad de este último pecado para tener confianza en esta divina misericordia: Aplicaos sobre mi pecado, porque es muy grave. Como si dijera: Yo estoy persuadido, Señor, que esta rebelión de mi hijo y todos los males qué yo padezco son .justos efectos de mi pecado; yo conozco .toda su enormidad; pero cuanto más grande es, es más a propósito para hacer brillar vuestra bondad, que siempre predomina en todas vuestras obras. Perdonando, pues, a un pecador tan grande como yo, es como se ostenta vuestra misericordia. Todo este salmo está lleno de admirables sentimientos de contrición, de humildad y de penitencia, y en todo él brilla la confianza de este ilustre penitente. Yo levanto mi corazón a Vos; Señor; en Vos sólo, Dios mío, pongo toda mi confianza; no pase yo, Señor, por la confusión de verme abandonado de Vos. Levantar el alma hacia algún objeto, es una manera de hablar bastante ordinaria en la Escritura; y significa el deseo ardiente que uno tiene la viva confianza que Je anima en la bondad de aquel que puede conceder lo que se le pide. En este sentido, hablando Jeremías a los israelitas cautivos en Babilonia, los cuales suspiraban por la vuelta a su amada patria, a la que no debían volver, dice que aquel pueblo no volverá a la tierra hacia la cual eleva su alma: Elevemos nuestros corazones y nuestras manos al cielo hacia el Señor, dice en otra parte. Fácil es ver la relación que tiene el principio de la Misa de este día con todo el resto del oficio, el cual gira todo sobre la bondad de Dios con el pecador y sobre la confianza del pecador en este Padre de las misericordias, en este Dios de toda consolación.

La Epístola que se ha elegido para la fiesta de este día esta tomada de la exhortación que hace San Pedro a los fieles para inclinarles a que se humillen delante de Dios, a que reposen en él y velen sobre sí, a fin de no dar motivo al enemigo de nuestra salvación, que nos observa y da vueltas continuamente alrededor de nosotros, para aprovecharse de todas las ocasiones de dañarnos.

Humillaos, pues, dice el santo Apóstol, bajo de la mano poderosa de Dios, á fin de que os exalte en el tiempo de su visitación. Formando aquí San Pedro un compendio de la vida cristiana, comienza exhortando á los fieles a que tengan humildad, la cual debe ser la virtud fundamental de los cristianos, puesto que ella es la base y el sólido fundamento de todas las virtudes cristianas. Sin ella se edifica sobre arena movediza. Por más que el edificio de la perfección esté apuntalado con cien prácticas de piedad, todas a cual mas especiosas, sin una humildad sincera y profunda todo bambolea, todo se hunde, el edificio y los puntales. Humillaos pues, bajo de la mano del Omnipotente, adorad sus órdenes, obedeced su voluntad, someteos á las leyes de su providencia.

Reconoced en su presencia que nada podéis sin su auxilio, que vuestra salud esta en sus manos, que no tenéis bien alguno que no hayáis recibido de su pura liberalidad; espíritu, talento bellas cualidades, penetración, ciencia, genio todas estas ventajas son puros dones, son bienes, de los cuales le debéis el capital y los réditos. Dios resiste a los orgullosos y da su gracia a los humildes. ¡Cosa extraña! estamos convencidos de nuestra pobreza; nuestra ignorancia, nuestros defectos, nuestras flaquezas, todo nos predica, todo nos da a conocer nuestra nada; nada hay, hasta nuestro mismo orgullo, que no nos humille; mas en tanto, aunque nos vemos así humillados, no somos por eso mas humildes; sin embargo, es menester ser humildes para ser exaltados en el tiempo de la visitación, esto es, en el día decisivo de nuestra suerte eterna, en el que por más virtud que hayamos tenido, nos hallaremos todavía cargados de deudas. Sola la humildad puede enternecer nuestro soberano Juez; ella es la que le desarma. Un corazón generoso, un corazón noble fácilmente se perdona a un criminal que ve a sus pies.

Tenéis un Dios que es también vuestro Padre, descargad en él todo lo que puede inquietaros. Dios ha tenido cuidado de vosotros antes que fueseis, dice San Agustín; ¿os olvidara por ventura ahora que os ha criado? Procurad servir á Dios con fidelidad .Y no tengáis cuidado por lo venidero. ¡Cuántas inquietudes, temores y disgustos nos ahorraríamos; si tuviésemos una verdadera confianza en Dios y contásemos firmemente con su providencia!

Dios quiere, si, que seamos solícitos en proveer nuestras necesidades, y no condena una sabia previsión. Las vírgenes necias son repudiadas por no haber tenido cuidado de hacer en tiempo su provisión de aceite. Es menester obrar, dice un gran Santo, como si el éxito dependiese sólo de nuestra industria; y sin embargo, es preciso contar con la divina providencia, como si para nada sirviesen todos nuestros cuidados y toda nuestra industria. Sirvamos a Dios con fervor, y estemos tranquilos en orden a todos los acontecimientos de la vida, porque ·él mismo tiene cuidado de nosotros. Dios todo 1o ve, lo futuro como lo presente; Dios es omnipotente, y nos ama; tomando, pues, á su cargo el cuidado de nosotros, nada tenemos que temer más que nuestra desconfianza; ella es la que detiene muchas veces el curso de los beneficios y de las gracias de Dios sobre nosotros.

Sed sobrios, vivid con modestia y con templanza; pero con todas estas virtudes no dejéis de velar siempre. No contéis ni con vuestra piedad, ni con la seguridad del estado que habéis abrazado, ni con los auxilios que tenéis, ni con la buena voluntad de que estáis animados, ni con vuestra inocencia: velad incesantemente estad siempre sobre las armas, porque vuestro enemigo; el demonio, semejante a un león que ruge, da vueltas por todos lados buscando a quién devorar. Estáis, es verdad como en un coto y en el aprisco a la vista de Jesucristo vuestro divino pastor; pero este mismo buen pastor os exhorta a que oréis y veléis para que no seáis sorprendidos por el león rugiente que no duerme y que da vueltas de continuo para devorará cualquiera que sale del redil, y aun para entrar en él apenas encuentre la más pequeña brecha; y si entra, ¡qué estrago que hace! Manteneos, pues, en el aprisco, esto es, en la Iglesia católica, apostólica y romana; luego que se sale uno de ella, o por la apostasía, o por el cisma ya· está devorado. No es bastante permanecer en el aprisco, es menester una vigilancia eterna y estar día y noche alerta contra un enemigo que esta al pie del muro buscando algún subterráneo por donde introducirse en la plaza, o para volar alguna mina y dar en seguida el asalto. El demonio no se cansa y jamás duerme. Sutil, hábil y astuto, observará los pasajes débiles y contra ellos dirige siempre todos sus esfuerzos. Por poco que descuidemos el reparar las brechas y el fortificar los puestos más descubiertos, la plaza es tomada. Resistidle, constituyendo vuestra fuerza en la fe. Las almas que así lo hacen son las que vencen al demonio y .al mundo. Tomando en todo encuentro el escudo de la fe, es el medio por el cual se extinguen todos los tiros encendidos del espíritu maligno. La fe es la que nos descubre los bienes infinitos y eternos que debemos esperar, los males que debemos evitar y los medios de que debemos servirnos para ello.

                                                                                  Croisset, Año cristiano.

Croisset. II Domingo después de Pentecostés

Este domingo es propiamente la continuación de la fiesta solemne del Santisimo Sacramento y de la celebridad del triunfo de Jesucristo en la Eucaristía. Toda la octava no es más que la fiesta, esto es, una sola fiesta solemne que dura ocho días. Siendo por otra parte siempre solemne el domingo, aumenta también la devoción y celebridad de este día.

El introito de la Misa de este día está tomado del Salmo XVII, que es un cántico de acción de gracias que David da a Dios por haberle sacado de tantos peligros y haberle puesto bajo su protección, con la que no teme ya a sus enemigos, y a la cual reconoce que debe todas las victorias que ha conseguido. Nosotros podemos decir que toda nuestra fortaleza está en Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Tenemos en la Eucaristía un antemural que no es capaz de forzar nunca todo el infierno. ¿Qué protección más ilustre ni más segura que este divino Salvador en nuestros altares? La Eucaristía es nuestro apoyo, nuestro consuelo,  nuestro refugio, todo nuestro recurso en todos los peligros de esta vida. Movida la Iglesia de este espíritu, comienza la Misa de este día por el versillo de este salino que tan bien expresa los vivos y afectuosos sentimientos de reconocimiento y de amor de que deben estar poseídos todos los fieles al acordarse de los grandes auxilios y de los bienes infinitos que hallamos en el Santísimo Sacramento. El Señor se ha hecho mi protector de una manera muy singular, haciéndose mi alimento: ya no me veré estrechado por mis enemigos, porque el Señor me ha puesto en franquía. Yo reconozco sin que me quede duda que el exceso de su amor inmenso es lo que me ha salvado. El testimonio más brillante de su ternura es la prenda de mi salud. También yo amaré a mi Salvador con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas. ¿Y cómo podría yo, oh Dios mío, después de haberme dado una señal tan prodigiosa de vuestro amor, no amaros con todo mi corazón, o amaros sólo á medias 6 con reserva? Yo os amaré, Señor, a Vos que sois mi fortaleza. El Señor es mi apoyo, mi refugio y mi libertador.

La Eucaristía es el pan de los fuertes, es el pan celestial, el pan divino, el pan de vida, del que no era más que la figura el que el ángel trajo a Elías y le dio tanto vigor para continuar su camino.

A los que excitan y exhortan al combate por la fe, decía San Cipriano escribiendo al papa Cornelio, no dejamos que entren en el campo de batalla sin que estén antes fortalecidos y como armados con el cuerpo y con la sangre de Jesucristo por la comunión. Nosotros debemos salir de la santa mesa como leones, dicen los Padres, respirando el fuego divino que enciende en las almas el cuerpo y sangre de Jesucristo; ¿y qué ánimo, qué fortaleza no debe excitar?

La Epístola de la Misa de este día está tomada del capitulo III de la primera Epístola canónica de San Juan. Acababa de referir el Apóstol el ejemplo de Caín, que, arrastrado de la envidia más maligna que hubo jamás, mató a su hermano Abel, no pudiendo sufrir que Dios diese a Abel señales de preferencia, aceptando sus ofrendas, que eran santas, al paso que reprobaba las suyas, porque eran malas e indignas de la majestad de Dios. No había cosa más injusta que los celos que había concebido Caín contra su hermano. No extrañéis, hermanos míos, continúa el santo Apóstol, que el mundo os aborrezca: si vosotros fueseis tan malvados como él, el mundo no os aborrecería. Siempre han sido los buenos el objeto del odio y del desprecio de los malos. La vida pura, inocente, religiosa de aquéllos es una censura incómoda de los desórdenes de éstos; he aquí lo que les pone de tan mal humor contra aquéllos cuya virtud condena tácitamente el desarreglo de sus costumbres y de su conducta. Siempre habrá Caines en el mundo, mientras que en él hubiere Abeles. No son los defectos que se les escapan a los buenos lo que altera la bilis de los perversos, son muy comunes y muy ordinarias las irregularidades en los mundanos y en los libertinos para que se ofenda su pretendida delicadeza; todo el mundo está sumergido en la iniquidad y en la malicia, y sobre este artículo todos los mundanos son muy inclinados y están muy acostumbrados a perdonárselo todo. Lo que les irrita contra las gentes virtuosas es la probidad, la inocencia de los que no son de otra condición, ni profesan otra religión que los libertinos. La demasiada luz hiere los ojos enfermos, y esto es lo que atrae á los buenos el odio y las persecuciones de los malos. No debéis, pues, admiraros si el inundo os aborrece, vosotros no sois del mundo. El mundo mira como enemigo todo lo que no es como él. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. La caridad caracteriza a todos los discípulos de Jesucristo, y jamás fue el carácter de los partidarios y esclavos del mundo. Nosotros sabemos, dice el santo Apóstol, que hemos pasado de la muerte a la vida, esto es, que por la misericordia de Dios hemos llegado á ser hijos suyos, y por esta cualidad tenemos derecho á la vida eterna, somos herederos de Dios y coherederos de Jesucristo. El inocente Abel debe servirnos de modelo. A la verdad, la predestinación de cada uno en particular es un secreto que Dios se ha reservado, y a no ser por una revelación, nadie puede penetrar este misterio.

Sin embargo, dice el Apóstol, yo quiero dar una señal poco dudosa de vuestra predestinación; esta señal es el amor y .la perfecta caridad que tenemos a nuestros hermanos. Por esta señal es por lo que el Salvador quiere que se conozcan sus verdaderos discípulos: este es su precepto favorito: mi precepto especial, dice él mismo, es que os améis unos a otros, como yo os he amado. San Juan acababa de decir que por el beneficio inestimable de la redención hemos pasado de la muerte a la vida; con esto declara que en vano nos lisonjearíamos de esta ventaja si no amásemos a nuestro prójimo como a nosotros n1is1nos; sin esta caridad cristiana se vive en un estado de reprobación, porque el que no ama está en un estado de muerte. En efecto, no es amará Dios el aborrecer á sus hermanos. ¡Qué ilusión, qué error, buen Dios, lisonjearse de que se os ama, de ser agradable, alimentando en el corazón un odio secreto contra su prójimo!

Cualquiera que aborrece a su hermano es un homicida, y vosotros sabéis, afirma, que ningún homicida tiene en si la vida eterna. El odio es un veneno que da la muerte al alma desde el momento que se ha apoderado del corazón. Cualquiera que aborrece a su hermano se da a si mismo la muerte; es también el odio por si mismo asesino de inclinación de aquel a quien aborrece. Es una pasión que de su naturaleza tiende a la destrucción de su objeto. Por reservados, por disimulados que sean sus deseos, siempre le agrada la muerte de un enemigo, y sin buscarla la desea. Esto es lo que ha hecho decir a San Jerónimo que cualquiera que aborrece no deja de ser homicida, aunque no se sirva de espada ni de veneno para dar la muerte; y vosotros sabéis, añade San Juan, que ningún homicida tiene en si la vida eterna, esto es, la vida de la gracia, que es corrió la semilla de la bienaventurada eternidad .

¿Queréis conocer si verdaderamente amáis a vuestros hermanos, prosigue, y si les profesáis la caridad cristiana que tanto se nos recomienda? Mirad si estáis en disposición de dar vuestra vida por su salvación, como Jesucristo ha dado la suya por salvarnos; porque también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Esto es lo que hacen aún todos los días los que pasan los mares, y van a exponerse a los mayores peligros de la vida para convertir á los infieles y á los herejes, renovando en estos últimos tiempos aquella caridad cristiana de los primeros siglos que hacía decir a los paganos, hablando de los primeros cristianos, según lo refiere Tertuliano: Mirad cómo se aman, y hasta dónde llega su caridad, que están prontos a dar su vida los unos por los otros.

Esto es lo que también hemos visto nosotros en nuestros días en la persona de esos héroes cristianos, a quienes los horrores de la muerte no han sido capaces de detener para que hayan expuesto su vida por la salud de sus hermanos a quienes el riesgo del contagio más horrible ponía en peligro de morir sin auxilios espirituales. ¡Cuán lejos están de esta caridad cristiana los que niegan a las necesidades extremas de sus hermanos hasta lo que tienen superfluo! Todo el que teniendo bienes de este mundo y viendo a su hermano necesitado cerrase su corazón para con él, ¿cómo puede abrigar en si el amor de Dios? Ricos del mundo que sois duros para con los pobres; grandes del mundo que consumís en el lujo, en banquetes espléndidos, en caballos y en soberbios equipajes lo que seria suficiente para que no n1uriesen de pura miseria un número infinito de infelices y para hacer dichosa una prodigiosa multitud de familias pobres que perecen por falta de socorro; ¿podéis lisonjearos de que tenéis la caridad cristiana? ¿y se podrá racionalmente esperar sin ella conseguir la salvación? Es una falta grave, dice San Ambrosio, el no asistir a nuestros hermanos que sabemos, que está en la última miseria y en una pobreza extrema.

Mis queridos hijos, concluye el santo Apóstol; que conocía mejor que nadie la necesidad indispensable de esta virtud, no se reduzca vuestra caridad sólo a las palabras, ni esté sólo en la lengua, sea si efectiva y verdadera. Obsérvanse en el mundo muchas demostraciones de amistad, muchos cumplimientos, grandes ofertas de servicios, y en medio de todas estas protestas y de bellos sentimientos de compasión, de solicitud y aun de ternura., ¡cuán poca caridad cristiana se encuentra! Muchas palabras oficiosas, cortesanas, y en esto para todo. Cuando no se ama al prójimo más que de palabra, ¿se unirá a Dios de todo corazón? El amor que Jesucristo nos testifica en el misterio de la Eucaristía, el que nos da no sólo todo lo que tiene, sino también todo lo que es, y en donde renueva continuamente el sacrificio de su vida que ha hecho a su Padre por nosotros, es ciertamente un gran modelo y al mismo tiempo un gran motivo de la caridad cristiana que debemos tener con nuestro prójimo.

Croisset, El año cristiano.




















































Los padres del desierto. Abba Aquiles y Abba Amoes

1. Fueron tres ancianos a visitar a abba Aquiles, y uno de ellos tenía mala reputación. Uno de los ancianos le dijo: “Abba, hazme una red”. Le respondió: “No lo haré”. Otro le dijo: “Hazlo, por caridad, para que tengamos un recuerdo tuyo en el monasterio”. Respondió. “No tengo tiempo”. El tercero, el que tenía mala reputación, dijo: “Hazme una red, para tener algo salido de tus manos, abba”. Le respondió en seguida, diciendo: “La haré para ti”. Los otros dos ancianos le dijeron aparte: «¿Por qué cuando te lo pedimos nosotros no quisiste hacerlo, y a éste le dices: “La haré para ti?”». El anciano respondió: «Les dije: “No lo haré, y no se entristezcan, pensando que yo no tendría tiempo”; pero si yo no lo hiciera para este otro, diría: “Es porque el anciano ha oído hablar de mi falta que no quiere hacerlo”. En seguida cortamos la cuerda. Desperté su alma, para que no a consumiese la tristeza (cf. 2 Co 2,7)».

2. Dijo abba Bitimio: «Bajaba yo una vez hacia Escete, y me dieron unas pocas frutas para que las regalase a los ancianos. Llamé a la celda de abba Aquiles para, ofrecérselas, pero él me dijo: “En verdad, hermano, no quiero que llames aunque fuese maná (lo que traes), ni vayas tampoco a otra celda”. Me retiré a mi celda y llevé las frutas a la iglesia».

3. Fue una vez abba Aquiles a la celda de abba Isaías en Escete, y lo encontró comiendo. Había puesto en un plato sal y agua. El anciano, al ver que lo ocultaba detrás de las esteras, te dijo: “Dime, ¿qué estás comiendo?”. Le respondió: “Perdóname, abba, estaba cortando palmas y subí a causa del calor, y me eché a la boca un mordisco con sal, pero por el calor ardió mi garganta y no baja el bocado. Por eso, me vi obligado a echar un poco de agua en la sal, para poder comer. Perdóname, entonces”. Dijo el anciano: “Vengan y vean a Isaías comiendo una salsa en Escete. Si quieres comer una salsa, sube a Egipto”.

4. Fue un anciano a visitar a abba Aquiles. Vio que salía sangre de su boca y te preguntó: “¿Qué es esto, abba?”. El anciano respondió: “La palabra de un hermano me entristeció, y luché para no decírselo. Rogué a Dios que la quitase de mí, y mí pensamiento se convirtió en sangre en mi boca. Lo escupí, y ahora estoy tranquilo y he olvidado la pena”.

5. Dijo abba Amoes: «Fuimos abba Bitimio y yo adonde estaba abba Aquiles, y le oímos meditar esta frase: Jacob, no temas bajar a Egipto (Gn 46,3). Estuvo mucho tiempo meditando esta frase. Cuando llamamos nos abrió y nos preguntó: “¿De dónde son?”. Tuvimos miedo de decirle que veníamos de Kellia, y dijimos: “De la montaña de Nitria”. Dijo: “¿Qué puedo hacer por ustedes, que son de tan lejos?”. Y nos hizo entrar. Lo encontramos trabajando por la noche y haciendo muchas esteras. Le rogamos que nos dijera una palabra. Él dijo: “Desde el atardecer hasta este momento he tejido veinte medidas (de seis pies), y no tengo necesidad de ello. Pero es para que no se indigne Dios y me acuse, diciendo: ‘¿Cómo es que, pudiendo trabajar, no trabajas?’. Por eso me esfuerzo y hago todo lo que puedo”. Y nos retiramos edificados».

6. Otra vez, un gran anciano vino desde la Tebaida hasta donde estaba abba Aquiles, y le dijo: “Abba, estoy tentado por tu causa”. Le contestó: “Vamos, ¡también tú, anciano! ¿Así que estás tentado por mi causa?”. El anciano le dijo, por humildad: “Sí, abba”. Estaba sentado junto a la puerta un viejo ciego y cojo. El anciano dijo: “Desearía permanecer aquí durante algunos días, pero no puedo hacerlo por este anciano”. Al oírlo abba Aquiles se admiró de su humildad y dijo: “Esto no es fornicación, sino envidia de los malos espíritus”.

1. Decían acerca de abba Amoes que cuando iba a la iglesia no permitía a su discípulo caminar junto a él, sino alejado. Si se acercaba para preguntar sobre los pensamientos, apenas le había respondido lo apartaba diciendo: “No sea que mientras nosotros hablamos de cosas útiles, se introduzca una conversación extraña; por eso no te permito que estés junto a mí”.

2. Dijo abba Amoes a abba Isaías, al principio: “¿Cómo me ves ahora?”. Le respondió: “Como un ángel, abba”. Más tarde le preguntó: “¿Cómo me ves ahora?”. Le dijo: “Como Satanás. Aunque me digas una palabra buena es para mí como una espada”.

3. Decían de abba Amoes que estuvo enfermo y permaneció acostado durante varios años, y nunca permitió a su pensamiento ocuparse de la parte posterior de su celda para ver lo que tenía allí. A causa de su enfermedad le llevaban muchas cosas, y cuando su discípulo Juan entraba y salía, cerraba los ojos para no ver lo que hacía. Sabía, en efecto, que era un monje fiel.

4. Contaba abba Pastor que un hermano fue a pedir una palabra a abba Amoes. Aunque permaneció siete días con él, el anciano no le respondió. Al fin, al despedirlo le dijo: “Ve, y está atento a ti mismo. Mis pecados se han vuelto para mí como un muro oscuro entre Dios y yo”.

5. Decían de abba Amoes que había hecho cincuenta medidas de trigo para sí, y las había puesto al sol. Antes de que estuvieran bien secas, vio en ese lugar algo que no era útil para él, y dijo a sus discípulos: “Vayámonos de aquí”. Ellos se entristecieron mucho. Al verlos tristes les dijo: “¿Se entristecen a causa de los panes? En verdad, yo he visto huir a algunos, dejando sus celdas blanqueadas y sus libros de pergamino, y no cerraban las puertas sino que partieron y quedaron abiertas”.

De los Apotegmas de los Padres del desierto.

Los Padres del desierto. Abba Ammonas

1. Interrogó un hermano a abba Ammonas, diciendo: “Dime una palabra”. El anciano le dijo: «Ve, haz tu pensamiento como el de los reos en la cárcel. Ellos, en efecto, preguntan siempre a los hombres dónde está el jefe y cuándo vendrá, y suspiran por su venida. Del mismo modo, el monje debe siempre esperar y acusar a su alma diciendo: “¡Ay de mí! ¿Cómo podré presentarme al tribunal de Cristo? ¿Cómo ejerceré mi defensa?”. Si meditas esto continuamente, podrás salvarte».

2. Decían de abba Ammonas que había matado un basilisco. Al internarse en el desierto para buscar agua del lago vio al basilisco, y se postró diciendo: “Señor, muera yo o muera él”. Y en el acto estalló el basilisco, por el poder de Cristo.

3. Dijo abba Ammonas: “Estuve en Escete durante catorce años, rogando a Dios noche y día que me otorgara la gracia de vencer la ira”.

4. Contaba uno de los padres que había un anciano en Kellia que era esforzado y llevaba una estera. Fue a ver a abba Ammonas. Vio éste al anciano llevando la estera y le dijo: “Esto no te sirve de nada”. Le preguntó el anciano: “Tres pensamientos me molestan: vagar por los desiertos, irme al extranjero donde nadie me conozca, o encerrarme en una celda sin recibir a nadie y comiendo cada dos días”. Le respondió abba Ammonas: “No te conviene realizar ninguna de estas tres cosas, más bien permanece en tu celda, come un poco cada día y lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón. De este modo te salvarás”.

5. Unos hermanos sufrieron una tribulación en el lugar en que habitaban, y deseando abandonarlo acudieron adonde estaba abba Ammonas. El anciano estaba sobre, una barca, y al verlos caminando por la costa del río dijo a los marineros: “Déjenme en tierra”. Llamando a los hermanos les habló así: “Yo soy Ammonas, a quien querían ver”. Consolando sus corazones, los hizo regresar al lugar de donde habían partido. La dificultad no procedía del alma, sino que era una aflicción humana.

6. Quería en una ocasión abba Ammonas atravesar el río, y al ver preparado el trasbordador, subió y se sentó en él. Había otra barca que cruzaba por el mismo sitio, y llevaba pasajeros. Le dijeron: “Ven tú también, abba; atraviesa con nosotros”. Él les dijo: “No subiré sino en un trasbordador público”. Tenía un ramo de hojas de palma, y estaba sentado tejiendo y deshaciendo y tejiendo nuevamente, durante el tiempo que permaneció en el trasbordador. Así atravesó el río. Los hermanos le preguntaron, haciendo una metanía: “¿Por qué has hecho esto?”. El anciano les dijo: “Para marchar sin ninguna preocupación del espíritu. Pero esto es un ejemplo, para que hagamos en paz el camino hacia Dios”.

7. Fue una vez abba Ammonas a visitar a abba Antonio y perdió el camino. Se sentó y durmió un rato, y levantándose del sueño oró a Dios diciendo: “Te pido, Señor y Dios mío, no pierdas a tu criatura”. Se le apareció una como mano de hombre suspendida en el cielo, mostrándole el camino, hasta que llegó a la cueva de abba Antonio y se detuvo frente a ella.


8. Al mismo abba Ammonas predijo abba Antonio que progresaría en el temor de Dios. Lo llevó fuera de la celda y, mostrándole una piedra, le dijo: “Injuria a esa piedra y golpéala”. Así lo hizo. Le preguntó abba Antonio: “¿Habló la piedra? “. Respondió: “No”. Abba Antonio le dijo: “También tú llegarás a esta medida”. Y así sucedió. De tal manera adelantó abba Ammonas que, por su gran bondad, no conocía la malicia. Cuando fue hecho obispo le presentaron una joven encinta diciendo: “Ella ha hecho esto, castígala”. Pero él hizo la señal de la cruz sobre el vientre de la joven y mandó que le diesen seis pares de sábanas, diciendo: “No suceda que, llegado el parto, muera ella o el niño, y no encuentren para la sepultura”. Los que acusaban a la mujer le dijeron: “¿Por qué has hecho esto? ¡Castígala!”. Les respondió: “Miren, hermanos, que está cerca la muerte, ¿qué debo hacer yo?”. Los despidió, y no se atrevió ningún anciano a condenar a nadie.

9. Contaban de él que fueron algunos que debían ser juzgados por él. El anciano se hacía el loco. Una mujer que estaba allí cerca dijo: “Este viejo está loco”. Al oírla el anciano llamó a la mujer y le dijo: “¡Cuánto he debido esforzarme en los desiertos para adquirir esta locura, y hoy tengo que perderla por tu culpa!”.

10. Fue una vez abba Ammonas a comer a un lugar donde habitaba un hombre de mala reputación. Sucedió que llegó una mujer y entró en la celda del hermano de mala fama. Sus vecinos, al saberlo, se turbaron, y se reunieron para expulsarlo de la celda. Supieron entonces que se encontraba allí el obispo Ammonas, y fueron a pedirle que se uniera a ellos. Cuando el hermano lo supo, tomó a la mujer y la escondió en un tonel. Al llegar con la muchedumbre, abba Ammonas sabía lo sucedido, pero lo disimuló por Dios. Entró y sentándose sobre el tonel, mandó revisar la celda. Después de que hubieron buscado por todas partes sin encontrar a la mujer, dijo abba Ammonas: “¿Qué es esto? Dios los perdone”. Después de orar los hizo marcharse, y tomando la mano del hermano, le dijo: “Hermano, cuídate”. Y dichas estas palabras se retiró.

11. Preguntaron a abba Ammonas sobre el camino angosto y duro (Mt 7,14), y respondió: “El camino angosto y duro es este: obligar a sus pensamientos y cortar las voluntades propias por Dios. Esto es también aquello de: Hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Apotegmas de los Padres del Desierto.

Los Padres del Desierto. Abba Agatón

CONTINUACION

26. Dijo abba Agatón: “Si fuera posible hallar a un leproso a quien darle mi cuerpo y recibir en cambio el suyo, lo haría con gusto. Esta es la verdadera caridad”.

27. Se decía también de él que una vez fue a la ciudad a vender sus productos, y encontró a un hombre extranjero que yacía enfermo en la calle y no tenía quien lo cuidase. Permaneció el anciano con él, alquiló una habitación que pagó con el precio de su trabajo, dedicando el resto de su dinero a las necesidades del enfermo. Así estuvo cuatro meses, hasta que el enfermo curó y el anciano volvió entonces en paz a su celda.

28. Relataba abba Daniel: «Antes que abba Arsenio viniese donde mis padres (abba Alejandro y abba Zoilo), habitaban éstos con abba Agatón. Abba Agatón amaba a abba Alejandro porque era asceta y discreto. Fueron en una ocasión todos los discípulos a lavar los juncos en el río, pero abba Alejandro lavaba con mesura. Los demás hermanos dijeron al anciano: “El hermano Alejandro no hace nada”. Deseando curarlos, le dijo (abba Agatón): “Hermano Alejandro, lávalos bien, porque son de lino”. Al oírlo, se entristeció. Pero el anciano lo consoló después, diciendo: ¿Acaso no sabía yo que estabas haciendo bien? Pero dije eso delante de los demás para curar su mal pensamiento con tu obediencia, hermano”».


29. Decían de abba Agatón que se esforzaba por cumplir todo lo mandado. Si viajaba en una nave, era el primero en remar; si lo recibían los hermanos, después de la oración era su mano la que preparaba la mesa. Estaba lleno del amor de Dios. Cuando se acercaba el momento de su muerte, permaneció tres días con los ojos abiertos, sin moverlos. Lo animaron los hermanos, diciendo: “Abba Agatón, ¿dónde estás?”. Les respondió: “Estoy delante del juicio de Dios”. Le dijeron: “¿Tú también temes, abba?”. Les dijo: “He hecho cuanto he podido por cumplir los mandamientos de Dios. Pero soy hombre ¿cómo sabré si mi esfuerzo ha agradado a Dios?”. Los hermanos le dijeron: “¿No confías en el trabajo que hiciste para Dios?”. El anciano respondió: “No confío, hasta que no vea a Dios. Porque es diferente el juicio de Dios del de los hombres”. Quisieron preguntarle más, pero les dijo: “Háganme la caridad, no me hablen más porque estoy ocupado”. Y partió con alegría. Lo vieron irse como quien saluda a sus amigos y seres queridos. En todo guardaba la vigilancia, y decía: “Sin gran custodia no alcanza el hombre una sola virtud”.

30. Entró una vez abba Agatón en la ciudad para vender algunos objetos, y encontró en el camino a un leproso. El leproso le dijo: “¿Adónde vas?”. Le respondió abba Agatón: “A la ciudad a vender los objetos”. Le dijo: “Hazme la caridad y llévame hasta allí”. Lo alzó y lo llevó a la ciudad. Entonces le dijo: “Déjame donde sueles vender tus artículos”. Así lo hizo. Cuando vendió uno, le dijo el leproso: “¿Cuánto has vendido?”. Respondió: “Tanto”. Le dijo entonces: “Cómprame un dulce”. Y se lo compró. Cuando hubo vendido todo lo que había llevado y quería ya irse, el leproso le preguntó: “¿Te vas?”. Respondió: “Sí”. Le dijo entonces: “Haz nuevamente una caridad y llévame al lugar donde me encontraste”. Lo levantó y lo dejó en ese lugar. Entonces le dijo (el leproso): “Bendito seas, Agatón, por el Señor en los cielos y en la tierra”. Levantó los ojos y no vio a nadie. Era un ángel del Señor que había sido enviado para probarlo.

Apotegmas de los Padres del Desierto.