Contiene tantos misterios el oficio de este domingo, que su historia no puede menos de ser muy interesante, llena de saludables. instrucciones. El segundo milagro de la multiplicación de los panes, cuando con siete solamente y unos pocos peces satisfizo Jesucristo a más de cuatro mil personas, es el asunto del Evange1io de este día, y en cuya consideración se llama este domingo el de la multiplicación milagrosa de los siete panes, diferente de la que refiere San Juan cuando el Salvador con solos cinco panes y dos peces satisfizo a más de cinco mil personas. La Epístola nos enseña cuál es la virtud del bautismo, y sus maravillosos efectos, y cuán inocente y edificante debe ser la vida de los que han sido bautizados.
Esto nos dará ocasión para explicar las ceremonias del bautismo, todas a cual más misteriosas y más santas, y cuyo sentido ignoran un gran numero de entre los fieles, Está tomado el introito de la Misa del salino XXVII, que es una oración afectuosa del justo en la aflicción, el cual pone toda su confianza en Dios, bajo de cuya protección nada tiene que temer. Puede aplicarse este salmo a los justos perseguidos por los impíos, a Jesucristo tan maltratado por los judíos, y a la Iglesia perseguida por los paganos y por los herejes. David, inspirado por un espíritu profético, parece haber tenido presentes estos tres objetos manifestando sus sentimientos durante la persecución injusta que sufría de parte de Saúl, o de su hijo Absalón, o previendo 1o que sufriría su pueblo algún día durante su cautividad en Babilonia.
El Señor es la fortaleza de su pueblo, y á su protección especial es á la que el pueblo y el rey deben sn salud. Salvad, Señor a vuestro pueblo: vos que le habéis elegido por vuestra heredad, derramad sobre él vuestras bendiciones, cuidad de conducirle, y haced que siempre triunfe de sus enemigos. Yo no cesaré de dirigiros, Señor, mis clamores; -respondedme, Dios mío, porque si permanecéis silencioso, me consideraré como aquellos á quienes encierra el sepulcro, que ya no pueden hacerse oír ni pedir socorro. La ingenuidad con que el profeta representa á Dios sus necesidades, su confianza en su misericordia y en su auxilio, tan marcada en todos sus salinos, que la Iglesia elige cuasi siempre para el introito de la Misa de la mayor parte de los domingos del año; todo esto nos demuestra con qué simplicidad debemos exponer á Dios nuestras necesidades y cuál es la confianza de que deben estar animadas nuestras oraciones.
La Epístola contiene lo que San Pablo escribe á los romanos en orden a la vida nueva de los que han sido bautizados, los cuales habiendo muerto al pecado por el bautismo deben tener gran cuidado de no dejarle revivir, jamás. Todos cuantos, dice, hemos sido bautizados en Jesucristo, todos hemos sido bautizados en su muerte: como si dijera, que sólo por la sangre de Jesucristo y por los méritos de su muerte hemos sido lavados y limpios de la mancha del pecado, y que el bautismo no sólo adquiere toda su eficacia de la muerte de Jesucristo, sino que es el símbolo y la figura de ella. Por el bautismo representamos la muerte y la sepultura de Jesucristo, y por consiguiente debemos estar verdaderamente muertos al pecado, para vivir una vida nueva enteramente a ejemplo de Jesucristo resucitado. Como por el bautismo, continúa el santo Apóstol, hemos sido sepultados con él para morir, del mismo modo resucitemos y salgamos con él de esta especie de sepulcro para glorificar a Dios el resto de nuestros días por la santidad de una nueva vida. Alude San Pablo a la inmersión en las aguas del bautismo, que es la figura de la muerte y de la sepultura del Salvador. El bautismo que hoy se administra por la aspersión, se administraba en la primitiva Iglesia sumergiendo enteramente en el agua, todo el cuerpo de suerte que venía a quedar como sepultado en las aguas, como Jesucristo lo fue después de su muerte en el sepulcro. Esta inmersión de todo el cuerpo representa de un modo más sensible la sepultura del cuerpo del Salvador. Ahora bien, así como el Salvador no salió glorioso del sepulcro sino para no vivir ya más que una vida del todo espiritual, impasible, inmortal, gloriosa, del mismo modo, no debe el cristiano salir de este baño saludable, de esta especie de sepulcro en el que ha sido sepultado sumergiéndole en él; no debe, repito, salir de este baño, sino para llevar una vida pura, inocente, resplandeciente en virtud, una vida enteramente contraria al espíritu y a las máximas del mundo, una vida, en fin, cristiana, animada del espíritu de Jesucristo.
Otra comparación hace todavía San Pablo, que explica aún más el sentido de la primera. No solamente, dice, hemos sido sepultados como Jesucristo; hemos sido también injertados en la semejanza de su muerte, y por consiguiente debemos ser también como injertados en la semejanza de su resurrección. Admiremos la fuerza, la energía y el sentido maravilloso de este término. Así como una púa vive dependientemente del árbol en que está injertada y de donde saca toda su savia y su jugo, así también estando unidos a Jesucristo por el bautismo, como miembros del mismo cuerpo, es menester que él sea por su resurrección el principio y el modelo de nuestra resurrección espiritual a la vida de la gracia, como ha sido por su muerte el principio y el modelo de nuestra muerte espiritual al pecado. La rama, por decirlo así, separada del árbol del cual había nacido y resucita unida al tronco del cual saca todo su alimento y su jugo. Preciso es, pues, que el bautismo produzca en nosotros lo mismo que representa por su ceremonia; esto es, que así como la ceremonia del bautismo representa la muerte, la sepultura y la resurrección gloriosa de Jesucristo , lo que se ve admirablemente bien en un injerto, puesto que la púa muere separada de su tronco primitivo, es sepultada injertándola en el nuevo, y resucita cuando arroja hojas, flores y frutos unida al nuevo árbol, del mismo modo es menester que por el bautismo participemos de estos tres estados. Que sea por inmersión, o por aspersión, es preciso que no sólo estén los muertos a la vida del pecado que habíamos recibido de Adán, la cual ha destruido Jesucristo con su muerte en la cruz, sino que es necesario que seamos también sepultados como lo fue Jesucristo después de su muerte; esto es, que sean tan insensibles a todos los atractivos del pecado, como lo es un cuerpo en el sepulcro a todos los incentivos de los placeres de la vida: y como por la resurrección tomo Jesucristo una vida nueva, impasible, gloriosa, inmortal, del mismo modo la nueva vida de la gracia que recibimos por el bautismo , debe estar exenta de la flaqueza de la recaída y de la muerte espiritual del alma que causa el pecado. Esto es lo que el santo Apóstol prueba siempre alegóricamente en todo el resto de la Epístola.
El hombre viejo, dice, ha sido crucificado con Jesucristo. El hombre viejo es el hombre tal como nace de Adán, con el pecado y los hábitos viciosos que le inclinan al pecado. Este hombre viejo ha sido crucificado por Jesucristo, esto es, que habiendo Jesucristo satisfecho plenamente a la justicia de su Padre por su muerte en la cruz, ha destruido y como dado muerte al pecado; de modo que el pecador; por la aplicación que se le hace en el bautismo de los méritos de la muerte del Salvador, obtiene la remisión de sus pecados y es como mudado en un hombre nuevo por la infusión de la gracia santificante, mediante la cual deja de ser esclavo del demonio y se hace hijo de Dios; de pecador se hace justo; de hijo de ira, hijo amado con derecho a la herencia, heredero de Dios, coheredero del mismo Jesucristo, y he aquí lo que San Pablo entiende cuando dice que por el bautismo, esto es, por la aplicación que se nos hace en este sacramento de los méritos de la muerte de Jesucristo, queda destruido el cuerpo del pecado, lo que debe entenderse principalmente del pecado de origen, que es como el tronco y la raíz de todos los demás ,y que el santo Apóstol llama cuerpo de pecado. Como la muerte natural nos descarga de toda servidumbre y de todo empeño civil, porque un muerto no es más esclavo, del mismo modo, dice San Pablo, la muerte espiritual debe librarnos de toda sujeción y de toda servidumbre con respecto al pecado. Estamos muertos al pecado por el bautismo, luego no debemos ya ser esclavos del pecado.
Croisset, El año cristiano.