Sermón I Domingo de Adviento

Segunda Venida del Señor

LA ESPERANZA EN LA HORA DE LA MUERTE

La tarde del Martes Santo, Jesús, al salir del Templo, bajo al torrente de Cedrón y subió al monte de los Olivos, para pasar allí la noche en oración. Su vida pública llegaba a su término. Por espacio de tres años, había obrado en presencia de su pueblo toda clase de prodigios y había mostrado claramente, con la palabra y el ejemplo, su mesianismo y, últimamente, también su divinidad. Todo había sido inútil; los suyos lo le habían reconocido. Por esto, las últimas palabras del Salvador, en el Pórtico del Templo, habían sido una reprensión durisima para todo el pueblo judío, el cual quedaría anonadado y sería suplantado, en su vocación, por los gentiles.

Desde el valle de Cedrón, el Templo ofrecía un aspecto imponente, sobre todo cuando sus gigantescas sobras se proyectaban extensamente hacía las profundidades de aquel lugar. Era un espectáculo maravillo el del Templo de Jerusalén. Quien no ha visto el Templo de Herodes, decían los rabinos, no ha visto cosa alguna magnifica. Sus moles colosales se elevaban por los aires; las murallas eran de mármol blanco, verde o matizado, y sus piedras estaban ajustadas de forma que semejaban las olas del mar. Una gran parte del edificio estaba recubierta de oro, y, cuando el sol daba sobre ella, hubiérase dicho que era un incendio. Los discípulos de Jesús lo contemplaron unos instantes y rompiendo aquel penoso silencio, dijeron: “Mira, Maestro, que construcciones tan grandes, que bloques más enormes, y que arquitectura tan esplédida. ¡Qué majestad y qué opulencia!

Respóndeles Jesús: “¿Admiráis estas soberbias construcciones? ¿Pensáis en su solidez y en su gloria? En verdad, en verdad os digo que no quedará de ello piedra sobre piedra que no sea desmenuzada. ¡Será inaudito el castigo que caerá sobre este pueblo incrédulo y deicida!”. Tan dolorosa predicción llenó de espanto a los discípulos, los cuales prosiguieron silenciosos su camino en pos de Jesús. Pero, al llegar a la cima del monte, el divino Maestro se detuvo y se sentó de cara al Templo. Estaban profundamente preocupados por lo que había dicho Jesús. He aquí porque Pedro, Santiago y Juan se le acercaron y le preguntaron tímidamente cuándo tendrían  lugar aquellas cosas y cuáles serían las señales de su venida y las del último fin del mundo.

¡Qué estado de ánimo el suyo! En cuanto a las señales del fin de los siglos, les dijo que serían pavorosas, en el cielo y en la tierra: el sol se obscurecerá, la luna no enviará su resplandor y parecerá que las estrellas caen del cielo. Habrá grandes señales de terror en el firmamento: todo el sistema planetario se conmoverá; las fuerzas del cielo, es decir, las leyes fundamentales de la gravitación, que mantienen a los astros en sus órbitas, cesarán. Y no sólo habrá conmoción y desequilibrio en los cielos, sino también la tierra, pues en ella habrá gran consternación de las naciones por los desordenados bramidos del mar y de sus olas, las cuales avanzarán  imponentes y con gran estrépito, y amenazarán con anegarlo todo. Los hombres, sobre cogidos de espanto, y temblando, por las cosas que han de sobrevenir, veran al Hijo del hombre, bajando sobre las nubes, con poder y majestad. Habrá llegado la hora suprema del Juicio Final.

Al decir esto, Jesús vio el efecto de terror que sus palabras habían causados en el ánimo de sus discípulos, sumergidos en las más graves preocupaciones. Y se sintió movido a compasión por ellos, y, cambiando de tema, les dijo: “Vosotros, cuando comiencen estas cosas, levantad vuestra frente y levantad los ojos al cielo, porque habrá llegado la hora de vuestra redención”. Únicamente los que no hayan amado, servido, ni temido, serán los que quedarán aterrados por los males que sobrevendrán. Vosotros, mis fieles amigos, mis compañeros inseparables en las horas de la tribulación, cuando comiencen a realizarse todas estas cosas, en lugar de quedar despavoridos, levantad los ojos al cielo, y abrid vuestro corazón a la esperanza. Pensad en que la llagado el término de vuestros sufrimientos y la hora de vuestra redención.

UN CONSUELO PARA NOSOTROS

Las palabras de Jesús van también dirigidas a nosotros, ante la proximidad o inminencia de la muerte. Cuando sintamos todas las señales y los dolores, que precederán a la destrucción de nuestra máquina viviente., que anunciará la separación del alma y el cuerpo, si hemos sido seguidores de Cristo, no temamos; levantemos nuestras cabezas y miremos al cielo con confianza; estamos cerca del fin de todos nuestros males, Jesús, nuestro padre y nuestro amigo, vendrá y nos juzgará amorosamente y con misericordia, y nos colocará a su derecha, con los que a pesar de sus caídas y miserias, pecados y flaquezas, habrán creído en Él y le habrán amado y servicio con fidelidad y constancia. La venida de este Juez soberano, tan temida por los malos, será, para los justos, un motivo de consuelo y de purisima satisfacción. Conviene, empero, que vivamos de tal manera, que no tengamos en aquella hora, el más leve motivo de temor.

El tiempo de Adviento, que ahora comienza, es una preparación llena de esperanza en la venida de Jesús, que se acerca: por Navidad, para acompañarnos; en la hora de la muerte, para juzgarnos y salvarnos; el día del Juicio, para llenarnos de honor y gloria ante todas las generaciones. Oremos y hagamos penitencia, llenos de esperanza en su amorosa venida. Alegrémonos de poder practicar las penitencias generales, a que nos obligan los preceptos de la Iglesia.

Padre Ginebra, El Evangelio de los domingos y fiestas, Ed. Balmes,  página 7 y siguientes.

I Domingo de Adviento

TEXTOS DE LA MISA EN ESPAÑOL

INTROITO Salmo 24, 1-4

A TI, SEÑOR, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío; no sea avergonzado, ni se burlen de mí mis enemigos; pues cuantos en ti esperan, no quedarán confundidos. V/. Muéstrame, Señor, tus caminos, y enséñame tus sendas. V/.  Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre,  por los siglos de los siglos. Amén

No se dice el Gloria

COLECTA

DESPIERTA, Señor, tu potencia y ven; para que con tu protección merezcamos ser libres de los peligros que nos amenazan por nuestros pecados, y ser salvos con tu gracia. Tú que vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. R/. Amén.

EPÍSTOLA Romanos 13, 11-14

Hermanos: Hora es ya de despertar. Ahora está más cerca nuestra salud que cuando empezamos a creer. Ha pasado la noche y llega el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos de las armas de la luz. Caminemos, como de día, honestamente: no en glotonerías y embriagueces, ni en sensualidades y disoluciones, ni en pendencias y envidias; antes bien, revestíos de nuestro Señor Jesucristo.

GRADUAL Salmo 24, 3-4

Cuantos en ti esperan no quedarán confundidos, Señor. V/. Muéstrame, Señor, tus caminos, y enséñame tus sendas.

ALELUYA Salmo 84, 8 

Aleluya. Aleluya, aleluya. V/. Muéstranos, Señor, tu miseri­cordia y danos tu Salvador

EVANGELIO Lucas 21, 25-33

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Y les dijo una parábola: «Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Se dice Credo

OFERTORIO Salmo 24, 1-3 

A TI LEVANTO mi alma; Dios mío, en ti confío; no sea avergonzado, ni se burlen de mi mis enemigos; pues ninguno de los que en ti esperan, quedará confundido.

SECRETA

QUE ESTOS sagrados misterios, a nosotros, purificados por poderosa virtud, nos hagan llegar más puros, Señor, a ti, que eres su principio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

PREFACIO DE ADVIENTO

VERDADERAMENTE es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar, Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios, por Jesucristo nuestro Señor; él es, Dios misericordioso y fiel, el Salvador que habías prometido al género humano perdido por  el pecado, para que la Verdad instruyese a los ignorantes, la Santidad justificara a los impíos, la Fortaleza ayudase a los débiles. Mientras está cerca aquel a quién tú nos envías, -ya  viene-, y el día de nuestra liberación ya brilla, llenos de confianza en tus promesas, nos llenamos de piadosos gozos.Y por eso, con los Ánge-les y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, entonamos a tu gloria un himno, diciendo sin cesar:

COMUNIÓN Salmo 84, 13

EL Señor nos colmará de su benignidad, y nuestra tierra dará su fruto.

POSCOMUNIÓN

RECIBAMOS, Señor, tu misericordia en medio de tu templo, para que preparemos con los debidos honores la solemnidad venidera de nuestra redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

INTROITO

AD TE LEVÁVI ánimam meam: Deus meus, in te confído, non erubéscam neque inrídeant me inimíci mei: étenim univérsi qui te exspéctant, non confundéntur. V/. Vias tuas Dómine demónstra mihi: semitas tuas édoce me. V/. Glória Patri, et Fílio, et Spirítui Sancto. Sicut erat in princípio, et nunc, et semper, et in sǽcula sæculorum. Amen.

COLECTA

EXCITA, quæsumus, Dómine, poténtiam tuam, et veni: ut ab imminéntibus peccatórum nostrórum perículis, te mereámur protegénte éripi, te liberánte salvári: Qui vivis et regnas cum Deo Patre in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. R/. Amén.

EPISTOLA

LÉCTIO EPISTOLÆ BEÁTI PAULI APSTÓLI AD ROMANOS

Fratres: Sciéntes quia hora est jam nos de somno súrgere. Nunc enim própior est nostra salus quam cum credídimus. Nox præcéssit, dies autem appropinquávit. Abjiciámus ergo ópera tenebrárum, et induámur arma lucis. Sicut in die honéste ambulémus: non in comesatiónibus et ebrietátibus, non in cubílibus et inpudicítiis, non in contentióne et æmulatióne: sed induímini Dóminum Jesum Christum.

GRADUAL

UNIVÉRSI, qui te expéctant, non confundéntur, Dómine. V/. Vias tuas, Dómine, notas fac mihi: et sémitas tuas édoce me.

ALELUYA. SALMO 84, 4

Allelúia, allelúia. V/. Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam: et salutáre tuum da nobis. Allelúia

EVANGELIO

SEQUÉNTIA SANCTI EVANGÉLII SECÚNDUM LUCAM.

In illo témpore: Dixit Jesus discípulis suis: Erunt signa in sole, et luna, et stellis, et in terris pressúra gentium præ confusióne sónitus maris, et flúctuum: arescéntibus homínibus præ timóre et expectatióne quæ, supervénient univérso orbi: nam virtútes cælórum movebúntur. Et tunc vidébunt Fílium hóminis veniéntem in nube cum potestáte magna, et majestáte. His autem fieri incipiéntibus, respícite, et leváte cápita vestra: quóniam appropínquat redémptio vestra. Et dixit illis similitúdinem: Vidéte ficúlneam, et omnes ábores: cum prodúcunt jam ex se fructum, scitis quóiam prope est æstas. Ita et vos cum vidéritis haec fieri scitóte quóniam prope est regnum Dei. Amen dico vobis quia non præteríbit generátio hæc donec ómnia fiant. Cælum et terra transíbunt: verba autem mea non transíbunt.

OFERTORIO. SALMO 24, 1-3

AD TE DÓMINE levavi animam meam: Deus meus, in te confido, non erubéscam neque inrideant me inimici mei: étenim universi qui sustinent te non confundéntur.

SECRETA

HÆC SACRA nos, Dómine, poténti virtúte mundátos, ad suam fáciant purióres veníre princípium. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen.

PREFACIO DE ADVIENTO

VERE DIGNUM et iustum est, aequum et salutare, nos tibi  semper et ubique gratias agere: Domine, sancte Pater, omnipotens aeterne Deus: per Christum Dominum nostrum; Quem perdito hominum generi Salvatorem misericors et fidelis promisisti: cuius veritas instrueret inscios, sanctitas iustificaret impios, virtus adiuvaret infirmos. Dum ergo prope est ut veniat quem missurus es, et dies affulget liberationis nostrae, in hac promissionum tuarum fide, piis gaudiis exultamus.  Et ideo cum Angelis  et Archangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque  omni militia caelestis exercitus, hymnum gloriae tuae canimus,  sine fine dicentes:

COMUNIÓN. SALMO 84, 13

DÓMINUS DABIT benignitátem: et terra nostra dabit fructum suum

POSTCOMUNIÓN

SUSCIPIÁMUS, Dómine, misericórdiam tuam in médio templi tui: ut reparatiónis nostræ ventúra solémnia congruis honóribus præcedámus.  Per Dóminum nostrum Iesum Christum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen.

Bula Unam Santam

Bonifacio VIII

BULA

UNAM SANTAM

DEL SUMO PONTÍFICE

BONIFACIO PP. VIII

Sobre la Unidad y Potestad de la Iglesia

(18 de noviembre de 1302)

   «Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente lo creemos y simplemente lo confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares:

Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Unica es ella de su madre, la preferida de la que la dio a luz [Cant. 6,8].

Ella representa un solo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo [Ef. 4,5].

Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador, Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía sobre la tierra.

Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues dice el señor en el Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a mi única [Sal. 21,21]. Oró, en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a este cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de la Iglesia. Esta es aquella túnica del Señor, inconsútil [Jn. 19,23], que no fue rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el señor al mismo Pedro: Apacienta a mis ovejas [Jn. 21,17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general, no éstas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó a todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de la ovejas de Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor [Jn. 10,16].

Por las palabras del Evangelio somos instruidos de que, en ésta y en su potestad, hay dos espadas: la espiritual y la temporal…Una y otra espada, pues, están en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Mas ésta ha de esgrimirse en favor de la Iglesia; aquella por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del sacerdote. Pero es menester que la espada esté bajo la espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual… Que la potestad espiritual aventaje en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos de confesarlo con tanta más claridad, cuanto aventaja lo espiritual a lo temporal… Porque, según atestigua la Verdad, la potestad espiritual tiene que instituir a la temporal, y juzgarla si no fuere buena… Luego si la potestad terrena se desvía, será juzgada por la potestad espiritual; si se desvía la espiritual menor, por su superior; mas si la suprema, por Dios solo, no por el hombre podrá ser juzgada. Pues atestigua el Apóstol: El hombre espiritual lo juzga todo, pero él por nadie es juzgado [I Cor. 2,15]. Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a un hombre y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien divina, por boca divina dada a Pedro, y a él y a sus sucesores confirmada en Aquel mismo a quien confesó, y por ello fue piedra, cuando dijo el Señor al mismo Pedro: Cuanto ligares etc. [Mt. 16,19]. Quienquiera, pues, resista a este poder así ordenado por Dios, a la ordenación de Dios resiste [Rom. 13,2], a no ser que, como Maniqueo, imagine que hay dos principios, cosa que juzgamos falsa y herética, pues atestigua Moisés no que «en los principios», sin en el principio creó Dios el cielo y la tierra [Gn. 1,1]. Ahora bien, declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación de toda humana criatura

Dado en Roma, junto a San Pedro, en el año de la Encarnación del señor 1302, año 8º de nuestro Pontificado  (18 de noviembre de 1302)

BONIFACIO PP VIII

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Sermón del XXIV domingo después de Pentecostés

SIGNOS PRECURSORES DEL JUICIO

La muerte de Jesús estaba ya decretada y, dentro de dos días, el Jueves Santo, había de comenzar su Pasión dolorosa. La perversidad y el egoísmo del Sanedrin y de todos los partidos políticos de la nación teocrática habían degenerado en odio implacable contra la persona del Salvador. El pueblo judío, voluble e ingrato, era el vil instrumento de la ambición farisaica. El hijo del hombre sería, pues, tratado en Jerusalén más ignominiosamente que no lo habían sido los grandes profetas del Señor. Esto había de atraer sobre los judíos un castigo inaudito: la dispersión de aquel pueblo, la ruina y la desolación de la ciudad y del Templo.

Pero los horrores y la desolación de Jerusalén no son más que una imagen, una pálida figura de lo que sucediera en la consumación de los siglos, al fin del mundo. En aquellos días la confusión de las gentes será espantosa y sí peligro de perversión también tan grande, que, aun los escogidos, si fuese posible, serían inducidos a error. Muchos hablarán en nombre de Cristo y,  por obra de Satanás, obrarán maravillas y prodigios, que difícilmente se distinguirán de los verificados en nombre de Dios. “La venida del Anticristo será abundante en toda manifestación de poder, de signos, de falsos prodigios, y en toda seducción de iniquidad por aquellos que mueren”. Será cosa tan difícil distinguir la verdad de la mentira, que, si dicen que Cristo ha aparecido sobre la tierra, desconfiad. Cuando el verdadero Cristo haga su aparición, ésta será imponente. Se presentará simultáneamente a todos los hombres. El brillo de su aparición será fulgurante, como el de un relámpago que sale en el oriente y, en un instante, lo ilumina todo, hasta el occidente. Inmediatamente después de aquellos días de aflicción gravísima provocada por el Anticristo, el Sol astro del día, se obscurecerá: la Luna, satélite de la tierra, perderá su resplandor; las estrellas, hablando vulgarmente, caerán del cielo, y las fuerzas del firmamento, las que parecen sostener el edificio del universo, se conmoverán y aparecerá el signo del hijo del Hombre en el cielo. La señal de la Cruz, estandarte glorioso de Cristo glorificado, más resplandeciente que el sol, hará en los cielos, su aparición, y será un motivo de esperanza para los justos y de confusión para los pecadores. Jesucristo bajará sobre las nubes, resplandeciente de gloria y majestad, y los pueblos de la tierra, reconociéndose culpables, prorrumpirán en grandes gemidos, ante la proximidad del juicio. Todos los muertos, despertados por el sonido formidable de la trompeta, saldrán de sus sepulcros y reunidos de los cuatro vientos, de un extremo al otro del mundo, comparecerán ante el Tribunal del Jesucristo.

EL FIN DEL MUNDO PARA CADA UNO

El fin del mundo, para cada uno de nosotros, es la hora de la muerte. Entonces,, dice un autor, el sol se obscurecerá para nosotros, la tierra desaparecerá bajo nuestros pies y el mundo entero desaparecerá ante nuestros ojos. Será la hora del juicio particular, en el cual se dictará nuestra sentencia, que será ratificada el día del juicio universal. La hora de esta segunda venida de Jesucristo es de todos desconocida: solo sabemos que vendrá, cuando menos se le espere. Tendrá, empero,  sus signos precursores, los cuales, en el orden moral, parece ya presentarse en nuestros días. Jesús, sol de justicia, luz y vida del mundo, comienza a cubrirse de nubes, su nombre es blasfemado, su divinidad, negada, y abandonado su altar. La Iglesia, que refleja, y nos envía la luz del Sol, perseguida y blasfemada; las estrellas del cielo, los santos, los doctores de la Iglesia, los siervos de Cristo, tratados de ilusos, de fanáticos, de hipócritas. En la tierra, confusión de las naciones, de tal manera que los cristianos, antes reunidos en un solo rebaño, hoy están divididos en diferentes sectas; en la vida civil todo es confusión e indisciplina…. No obstante, que nos desaliente este horrible espectáculo, antes al contrario, que nos llene de un santo ardor Dios no abandonará a sus escogidos ni permitirá que sean probados más allá de lo que pueden resistir sus fuerzas. Abreviada esta tribulación, el mismo Dios vendrá para liberarnos.

            Padre Ginebra, El Evangelio de los domingos y Fiestas, Ed. Balmes, 1961, págs. 267 y siguientes.

XXIV Domingo después de Pentecostés

II CLASE

TEXTOS DE LA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Jer. 29, 11, 12 y 14. –

Dice el Señor: Yo tengo sobre vosotros designios de paz y no de aflicción; me invocaréis y os escucharé, os haré volver de todos los lugares a donde os había desterrado. Salmo. 84, 2.-  Habéis bendecido, Señor, vuestra tierra; habéis acabado con el cautiverio de Jacob. Gloria al Padre…

Oración.

Moved, Señor, los corazones de vuestros fieles, para que, ejecutando con más fervor el fruto de vuestra divina obra, alcancen mayores auxilios de vuestra piedad. Por nuestro Señor Jesucristo.

Epístola. Col. 1, 9-14.

Hermanos: Estamos constantemente orando por vosotros. Pedimos a Dios que lleguéis a la plenitud en el conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así caminaréis según el Señor se merece y le agradaréis enteramente, dando fruto en toda clase de obras buenas y creciendo en el conocimiento de Dios fortalecidos en toda fortaleza, según el poder de su gloria, podréis resistir y perseverar en todo; con alegría daréis gracias al Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia de los santos en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Gradual. Sal. 43, 8-9.-

Nos salvaste, Señor, de nuestros enemigos, humillaste a los que nos aborrecen. Todos los días nos glo­riamos en el Señor, siempre damos gracias a tu nombre.

Aleluya. Sal. 129, 1­.- Aleluya, aleluya. Desde lo hondo a ti grito Señor. Señor, escucha mi voz. Aleluya.

Evangelio. Mat. 24, 15-35.-

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando veáis puesto en el lugar sagrado el ídolo execrable, que anunció el profeta Daniel; entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; el que esté en la terraza, que no baje a coger sus cosas; el que esté en el campo, que no vuelva a coger la capa. Ay de las que estén en­cinta o criando en aquellos días! Orad para que vuestra huida no caiga en invierno o en sábado. Porque habrá entonces una angustia tan grande, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si no se acortasen aquellos días, no quedará nadie vivo. Pero por los elegidos se acortarán aquellos días. Si alguno os dice entonces: «Mira, el Mesías esta aquí, está ahí», no lo creáis. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán grandes signos y prodigios, capaces de en­gañar (si fuera posible) a los mismos elegidos. Mirad que os he prevenido. Si os dicen: «Mira, está en el desierto», no vayáis; «Mira, está en la despensa», no lo creáis. Porque, como un relámpago que sale de levante y brilla hasta el poniente, así será la Parusía del Hijo del Hombre. Donde está el cadáver se reunirán los buitres. Y en seguida, después de la angustia de aquellos días, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Y en aquel momento aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre. Y entonces todas las tribus de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del cielo, con gran poder y majestad. Él enviará a sus ángeles con una trompeta atronadora, para que reúnan a sus elegidos de los cuatro vientos, de un extremo a otro del cielo. Aprended el ejemplo de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, sabéis que la primavera está cerca. Lo mismo vosotros: cuando veáis todo esto, sabed que ya está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

Ofertorio. Ps. 129, 1-2.-

Desde lo más íntimo de mi corazón clamé a Vos, oh Señor; oíd mi oración, Dios mío; porque me he dirigido a Vos desde lo más íntimo, oh Señor.

Secreta.-

Mostraos propicio, Señor, a nuestras plegarias; y después de recibir las ofrendas y oraciones de vuestro pueblo, conducid a Vos los corazones de todos, para que, libre de deseos terrenos, amemos lo ce­lestial. Por N. S. J. C…

Prefacio de la Santísima Trinidad.- 

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos tam­bién de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la pro­piedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz. Santo…

Comunión. Marc. 11,24.-

En verdad os aseguro que cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe y las alcanzaréis.

Poscomunión.-

Conceded, Señor, os suplicamos, que con lo que acabamos de tomar por estos Sacramentos, quede curado en su medicinal virtud todo mal. Por nuestro Señor Jesucristo.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

Dóminica Ultima post Pentecosten


II classis

Introitus: Jerem. xxix: 11, 12, et 14

Dicit Dóminus: Ego cógito cogitatiónes pacis et non adflictiónis. Invocábitis me et Ego exáudiam vos et redúcam captivitátem vestram de cunctis locis. [Ps. lxxxiv: 2] Benedixísti, Dómine, terram tuam: avertísti captivitátem Jacob. Gloria Patri. Dicit Dóminus.

Oratio:

Excita, quǽsumus, Dómine, tuórum fidélium voluntátes: ut divini óperis fructum propénsius exsequéntes; pietátis tuæ remédia majóra percípiant. Per Dóminum.

Ad Colossénses i: 9-14

 Léctio Epistolæ beáti Pauli Apóstoli ad Colossénses:


Fratres: Non cessámus pro vobis orántes, et postulántes ut impleámini agnitióne voluntátis Dei, in omni sapiéntia et intelléctu spiritáli; ut ambulétis digne Deo per ómnia placéntes: in omni ópere bono fructificántes, et crescéntes in sciéntia Dei; in omni virtúte confortáti secúndum poténtiam claritátis ejus in omni patiéntia, et longanimitáte cum gáudio, grátias agéntes Deo Patri, qui dignos nos fecit in partem sortis sanctórum in lúmine: qui erípuit nos de potesáte tenebrárum, et tránstulit in regnum Fílii dilectiónis suæ, in quo habémus redemptiónem per sánguinem ejus, remissiónem peccatórum

Graduale: Ps. xliii: 8-9

Liberásti nos, Dómine, ex adfligéntibus nos: et eos qui nos odérunt confudísti. In Deo laudábimur tota die et in nómine tuo confitébimur in sǽcula.


Allelúia, allelúia. [Ps.cxxix: 1-2] De profúndis clamávi ad te, Dómine; Dómine, exáudi oratiónem meam. Allelúia

Matthew xxiv: 15-35

    †     Sequéntia sancti Evangélii secúundum Matthæum.


In illo tempore, dixit Jesus discípulis suis: Cum vidéritis abominatiónem desolatiónis, quæ dicta est a Daniéle prophéta stantem in loco sancto: qui legit, intéllegat: tunc qui in Judǽa sunt fúgiant ad montes, et qui in tecto non descéndat tóllere áliquid de domo sua: et qui in agro non revertátur tóllere túnicam suam. Væ autem prægnátibus, et nutriéntibus in illis diébus. Oráte autem ut non fiat fuga vestra híeme, vel sábbato. Erit enim tunc tribulátio magna, qualis non fuit ab inítio mundi usque modo neque fiet. Et nisi breviáti fuíssent dies illi, non fíeret salva omnis caro: sed propter eléctos breviabúntur dies illi. Tunc si quis vobis díxerit: «Ecce hic est Christus,» aut illic, nolite credere. Surgent enim pseudochrísti, et pseudoprophétæ: et dabunt signa magna, et prodígia ita ut in errórem inducántur, si fieri potest, etiam elécti. Ecce prædíxi vobis. Si ergo díxerint vobis: «Ecce in desérto est,» nolíte exíre. «Ecce in penetrábilibus,» nolite crédere. Sicut enim fulgur exit ab Oriénte et paret usque in Occidéntem: ita erit et advéntus Fílii hóminis. Ubicúmque fúerit corpus, illuc congregabúntur áquilæ. Statim autem post tribulatiónem diérum illórum sol obscurábitur, et luna non dabit lumen suum, et stellæ cadent de cælo, et virtutes cælórum commovebúntur: et tunc parébit signum Fílii hóminis in cælo: et tunc plangent omnes tribus terræ, et vidébunt Fílium hóminis veniéntem in núbibus cæli cum virtúte multa, et majestáte. Et mittet angelos suos cum tuba, et voce magna: et congregábunt eléctos ejus a quáttuor ventis, a summis cælórum usque ad términos eórum. Ab árbore autem fici díscite parábolam: cum jam ramus eius tener fúerit, et fólia nata, scitis quia prope est æstas: ita et vos cum vidéritis hæc ómnia scitóte quia prope est in jánuis. Amen dico vobis, quia non præteríbit generátio hæc, donec ómnia hæc fiant. Cælum et terra transíbunt, verba vero mea non praeteríbunt.

Offertorium: Ps.cxxix: 1-2

De profúndis clamávi ad te, Dómine; Dómine, exáudi oratiónem meam. De profúndis clamávi ad te, Dómine.

Secreta:

Propítius esto, Dómine, supplicatiónibus nostris: et pópuli tui oblatiónibus, precibúsque suscéptis, ómnium nostrum ad te corda convérte; ut a terrénis cupiditátibus liberáti, ad cæléstia desidéria transeámus. Per Dóminum.

Communio: Marc xi: 24

Amen dico vobis, quidquid orántes pétitis, crédite quia accipiétes, et fiet vobis.

Postommunio: 

Concéde nobis, quǽsumus, Dómine: ut per hæc sacraménta quæ súmpsimus, quidquid in nostra mente vitiósum est, ipsórum medicatiónis dono curétur. Per Dóminum.

Sermón XXIII domingo después de Pentecostés

Icono de la Resurrección de la hija de Jairo

JESUS VIDA Y RESURRECCIÓN

Una vez liberados los endemoniados de Gerasa la barca que conducía a Jesús regresó a la ribera occidental del lago de Tiberiades, donde, después del temporal del mar, una multitud ansiosa le estaba aguardando, con gran impaciencia. Puesto el pie en tierra y calmado el entusiasmo de la gente comenzó su instrucción. Más he aquí que, en cuanto acabó de hablar, se le acercó un noble de la región, el presidente de una Sinagoga, el cual se postró a los pies y exclamó: Señor, mi hija se muere; está ya en la agonía y en el mismo trance de la muerte. Venid, poned sobre ella vuestra mano y salvadla.

Esta plegaria tan fervorosa, tan confiada, conmovió a Jesús, el cual calmó aquel corazón atribulado y se puso en camino, seguido de sus discípulos y de una parte del pueblo. Confundida con la multitud iba una mujer, que, desde hacía doce años, padecía flujo de sangre. Inútilmente había gastado todos sus bienes en médicos y medicinas; su mal empeoraba y su dolor no disminuía. Hubiera deseado suplicar a Jesús, pero sentía rubor de manifestar su enfermedad. Ésta era vergonzosa y constituía una impureza legal, que la obligaba a vivir alejada de sus semejantes. Padecer este mal era, puara ella, una gran humillación, pues el pueblo lo consideraba como el efecto de una vida depravada y mostraba menosprecio por lo que lo sufrían. Por esto, a fin de que nadie se enterase, ni aun el mismo Jesús, decidió intentar la consecución de esta gracia de una manera furtiva. Si llego tan sólo a tocar, decía para sus adentros, la franja de su vestido, quedaré curada. Y metiéndose entre la multitud, pudo acercarse a Jesús, tocó la franja de su manto y sintió que quedaba retenida la hemorragia y que estaba completamente curada. Retrocedió en seguida e intentó deslizarse por medio de la gente, pero en aquel instante, Jesús se volvió, en voz pronunció estas palabras: ¿Quién me ha tocado? Todos hicieron, con la cabeza, un signo negativo o de duda. Entonces Simón Pedro, sencillo y candoroso, le dijo: Estas viendo que todos se empujan alrededor de ti ¿Y preguntas quién te ha tocado? Entre tanto Jesús recorría con los ojos los circunstantes y fijaba sobre la pobre enferma una de aquellas miradas que penetran los corazones. Ella, trémula, al verse descubierta, se arrodilló a los pies de Jesús, y temerosa de una seria represión manifestó por qué había tocado con su mano la punta de su vestido, y cómo, con solo tocarla, había sido curada al instante. Entonces, venciendo todo respeto humano, dio efusivamente las gracias a Jesús por un favor tan grande. El Salvador, para mostrar que la fe profunda, que en Él había tenido, había sido la causa única de aquel milagro, le dijo: Ten confianza, hija; Tu fe te ha salvado. ¡Qué dulzura tan inefable la del corazón amantísimo de Jesús!

Mientras el pueblo comentaba este prodigio, llegó un criado del presidente de la Sinagoga, para decirle que su hija acababa de morir y que no importunase más a Jesús, por ya no llegaría a tiempo. Ante esta noticia, el padre quedó desolado y transido de dolor. Jesús le consoló diciéndole: No temas, ten confianza y  tu hija vivirá. Al llegar a la casa de Jairo, vieron a los que lloraban, a los que tocaban la flauta y a una multitud en tumulto. El entierro se hacía siempre con acompañamiento de flautas y se ejecutaban las más fúnebres melodías. También había plañideras, mujeres contratadas para acompañar, con llantos, el féretro del difuntos. ¿Por qué lloráis? Dijo Jesús. La niña no ha muerto; está dormida. Al oir esto, todos miraban a Jesús despectivamente. Más Él entró en la cámara mortuoria, tomó la mano de la difunta y dijo en alta voz: Niña, levántate. Y, al instante, se levantó, como si realmente despertase de un ligero sueño.

DOLENCIAS ESPIRITUALES.

La enfermedad que padecía aquella mujer, lo mismo por su naturaleza que por sus efectos, nos recuerda aquella enfermedad espiritual de los pecadores reincidentes, que se han habituado a un pecado, ordinariamente al de impureza. Imiten estos pecadores a la mujer del Evangelio y busquen, como ella, la salud y la salvación. Tengan fe viva, hagan una resolución firme y acudan al único médico que puede curarles, que es un confesor prudente, póngase bajo su dirección.

Y por inveterados que sean los vicios de un pecador, procure cobrar valor, considerando el procedimiento que siguió Jesús, con su palabra omnipotente, resucitó aquella hija única esperanza de sus padres. Nuestra alma es toda nuestra esperanza, ya que, salvada ella, todo está salvado. Si alguna vez llega a morir, a causa del pecado, y nos confesamos debidamente, oiremos de labios del sacerdote las palabras que pronuncio Jesús: Levántate, alma caída. Jesús resucitó a la hija de Jairo con poco esfuerzo, delante de pocos testigos y en su misma casa. De la misma manera, el pecador culpable de haber consentido en un mal pensamiento oculto, queda resucitado en su conciencia, con un acto de perfecta contrición o con una confesión sincera, sin ostentación ni numerosos testigos.

Padre Ginebra, El Evangelio de los domingos y fiestas, Ed. Balmes, página 262 y ss.

XXIII domingo después de Pentecostés

Resurrección hija de Jairo

TEXTOS DE LA SANTA MISA EN ESPAÑOL

Introito. Jer. 29, 11, 12 y 14.

Dice el Señor: Yo tengo designios de paz sobre vosotros, y no de aflicción; me invocaréis y Yo os escucharé; os haré volver del cautiverio y os reuniré de todos los lugares adonde os había desterrado. Salmo. 84, 2.- Habéis bendecido, Señor, vuestra tierra; habéis acabado con el cautiverio de Jacob. Gloria al Padre…

Oración. –

Perdonad, Señor, los pecados de vuestro pueblo, para que, por vuestra bondad, seamos libres de los pecados, que habíamos contraído por nuestra fragilidad. Por nuestro Señor Jesucristo…

Epístola. Fil. 3, 17-21. –

Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí. Porque, como os decía muchas veces y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la Cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran acosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queri­dos. Ruego a Evodia y ruego a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor. Y a ti, leal compañero, te pido que ayudes a estas mujeres, que compartieron conmigo la lu­cha por el evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nom­bres están en el Libro de la Vida.

Gradual. Sal. 43, 8-9.

Nos salvaste, Señor, de nuestros enemigos, humillaste a los que nos aborrecen. Todos los días nos glori­amos en el Señor, siempre damos gracias a tu nombre.

Aleluya. Sal. 129,1.-

Aleluya, aleluya. Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz. Aleluya.

Evangelio. Mat. 9, 18-26. –

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, se acercó un personaje que se postró ante y le dijo; Mi hija acaba de morir. Pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá. Jesús se levantó y lo acompañaba con sus discípulos. Entonces una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. Porque se decía: Con sólo tocar su manto, me curaré. Jesús se volvió, y al verla le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado. Y desde aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y cuando vio a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo; ¡Fuera! La niña no está muerta, sino dormida. Y se reían de Él. Cuando echaron a la gente, entró Él, tomó la niña de la mano, y ella se levantó. Y se divulgó la noticia por toda aquella región.

Ofertorio. Ps. 129, 1-2.

Desde lo más íntimo de mi corazón clamé a Vos, oh se­ñor; oíd benignamente mis oraciones, Dios mío; porque a Vos llamé desde lo más ínti­mo, Señor.

Secreta.

Os ofrecemos, Señor, este sacrificio de alabanza, para que aumentéis nuestros deseos de obsequiaros Y acabéis de perfeccionar lo que habéis empezado sin mérito alguno nuestro. Por nuestro S. J. C…

Prefacio de la Santísima Trinidad.-

En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz. Santo…

Comunión. Marc. 11, 24.

En verdad os aseguro que cuantas Cosas pidiereis en la oración, tened viva fe de conseguirlas y se os concederán.

Poscomunión.

Os suplicamos, oh Dios omnipotente, que a los que alegráis con vuestros misterios, no permitáis sean vícti­mas de humanos peligros. Por N. S. C.

TEXTOS DE LA MISA EN LATÍN

Dominica Vigesima Tertia Post Pentecosten


II Classis

Introitus: Jerem. xxix: 11, 12, et 14

Dicit Dóminus: Ego cogito cogitatiónes pacis et non adflictiónis. Invocabitis me et Ego exaudiam vos et reducam captivitatem vestram de cunctis locis. [Ps. lxxxiv: 2] Benedixisti, Dómine, terram tuam: avertisti captivitátem Jacob. Gloria Patri. Dicit Dóminus.

Collect:

Absólve, quǽsumus, Dómine, tuórum delicta populórum: ut a peccatórum néxibus, quæ pro nostra fragilitáte contráximus, tua benignitáte liberémur. Per Dóminum.

ad Philippénses: iii: 17-21; iv: 1-3

Léctio Epístolæ beáti Pauli Apóstoli ad Philippénses.


Fratres: Imitatóres mei estóte et observáte eos qui ita ámbulant, sicut habétis formam nostram. Multi enim ámbulant, quos sæpe dicébam vobis (nunc autem et flens dico) inimícos crucis Christi: quorum Deus venter est: et glória in confusióne ipsórum, qui terréna sápiunt. Nostra autem conversátio in cælis est: unde étiam Salvatórem expectámus Dóminum nostrum Jesum Christum, qui reformábit corpus humilitátis nostræ configurátum córpori claritátis suæ, secúndum operatiónem qua étiam possit subjícere sibi ómnia. Itaque, fratres mei caríssimi, et desiderantíssimi, gaudium meum, et corona mea: sic state in Dómino, carissimi. Euvódiam rogo, et Sýntychen déprecor idípsum sápere in Dómino. Etiam rogo et te, germáne compar, ádjuva illas, quae mecum laboravérunt in Evangélio cum Cleménte, et céteris adjutóribus meis, quorum nómina sunt in libro vitæ.

Graduale: Ps. xliii: 8-9

Liberásti nos, Dómine, ex adfligéntibus nos: et eos qui nos odérunt confudisti. In Deo laudábimur tota die et in nomine tuo confitébimur in sæcula.
Allelúia, allelúia. [Ps.cxxix: 1-2] De profúndis clamávi ad te, Dómine; Dómine, exaudi oratiónem meam. Allelúia

  Matt. ix: 18-26

    + Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthǽum.

 
In illo témpore: Loquénte Jesu ad turbas, ecce princeps unus accéssit et adorábat eum, dicens: «Filia mea modo defúncta est: sed veni, inpone manum tuam super eam, et vivet.» Et surgens Jesus sequebátur eum, et discipuli eius. Et ecce múlier, quæ sánguinis fluxum patiebátur duódecim annis, accéssit retro, et tétigit fímbriam vestiménti ejus. Dicébat enim intra se: «Si tetígero tantum vestiméntum ejus, salva ero.» At Jesus convérsus, et videns eam, dixit: «Confíde, fília, fides tua te salvam fecit.» Et salva facta est múlier ex illa hora. Et cum venísset Jesus in domum príncipis, et vidisset tibícines, et turbam tumultuántem, dicebat: «Recédite: non est enim mórtua puélla, sed dormit. Et deridébant eum. Et cum ejécta esset turba, intrávit et ténuit manum ejus. Et surréxit puélla. Et éxiit fama hæc in univérsam terram illam.

Offertorium: Ps.cxxix: 1-2

De profúndis clamávi ad te, Dómine; Dómine, exaudi orationem meam. De profúndis clamávi ad te, Dómine.

Secreta:

Pro nostræ servitútis augménto sacrifícium tibi, Dómine, laudis offérimus: ut, quod imméritis contulísti, propítius exsequáris. Per Dóminum.

Communio: Marc xi: 24

Amen dico vobis, quidquid orántes pétitis, crédite quia accipiétes, et fiet vobis.

Postcommunio:

Quǽsumus, omnípotens Deus: ut quos divína tríbuis participatióne gaudére, humánis non sinas subjacére perículis. Per Dominum.

Sermón XXII domingo después de Pentecostés

Santa Misa

DE LA SUMISIÓN Y RESPETO A LA AUTORIDAD

Por la tarde del Martes Santo, la muerte de Jesús estaba ya decretada; convenía, empero, encontrar un pretexto para que el decreto fuese puesto en ejecución. Los fariseos celebraron consejo y decidieron tentar a Jesús, mediante una pregunta muy espinosa y llena de dificultades. Así cualquiera que fuese la respuesta, maliciosamente entendida  o inicuamente interpretada, había de ser fatal. Creyeron haber encontrado está oportunidad al hacerle esta pregunta: Si era o no ilícito pagar el tributo al César.

En tiempo de Jesucristo, la nación judía era tributaria de los romanos. Los tributos consistían en impuestos sobre los bienes de la tierra o en cotizaciones personales. Todos los judíos, amos y criados, estaban obligados a pagar al César el tributo de un denario, cantidad inferior a una peseta. El denario era una moneda romana de uso corriente en Palestina, como también lo era el as, el cuadrante, el óbolo, pues los judíos había aceptado, en la práctica, el sistema monetario de los romanos.

Más el César, a quien pagaba el tributo, era un monarca infiel y tirano, el cual ejercía un dominio más o menos arbitrario sobre todos los pueblos de la tierra y, entre ellos, la nación judaica.

Por este motivo, intentaron seducir a Jesús con hipócritas alabanzas; Maestro, le dijeron sabemos que eres veraz, que con santa libertad y noble franqueza dices lo que piensas, sin acepción de personas, es decir sin preocuparte de lo que puedan decir de ti ni los judíos ni los romanos; dinos, pues nosotros no lo sabemos: ¿Es lícito pagar el tributo al César?

Jesús, dirigiendo una mirada escrutadora a sus interlocutores y penetrando, su falsedad, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme la moneda con qué pagáis el tributo. Y le mostraron un denario. Esta moneda, en tiempo de la República, tenía, en el anverso, la cabeza de la diosa de Roma, juntamente con el signo del valor de la moneda (x ases), y, en el reverso, los dos Dióscoros. Pero, desde la época de Augusto, llevaba la cabeza del emperador reinante, con la inscripción de su nombre. Una vez la hubo mirado, les dijo Jesús: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces le replicó: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Es decir, mientras aceptéis esta moneda como legal en vuestros contratos de compra y venta, mientras ella forme parte de vuestro sistema monetario, señal es de que  reconocéis a Cesar como vuestro soberano, sino de derecho, a lo menos de hecho. Y, si lo aceptáis de hecho, porque él es quien mantiene el orden y la seguridad pública de la nación, habéis de darle lo que necesita para cumplir con este deber; pagadle el tributo. Obedecedle, y acatadle, con tal que ese respeto y sumisión no os obliguen a ninguna cosa que sea contraria a la Ley divina, pues entonces estáis obligados todavía más estrictamente a dar a Dios lo que es de Dios. Tanto es así que la sumisión más íntegra y más perfecta es la que debéis a Dios.

Los discípulos de los fariseos y los herodianos, maravillados de una respuesta tan sabia y  tan sencilla, no supieron qué responder. No supieron a qué tribunal habían de llevar a Jesús pues “el César quedaba satisfecho y Dios glorificado y la respuesta del Salvador tampoco tenía nada de odiosa para sus interlocutores”. Por esto, admirados ante una sabiduría que tan fácilmente deshacía sus artificios y les ponía en descubierto en presencia del pueblo, no se atrevieron a cuestionar más con Él y, dejándole, se fueron.

DIOS Y EL CESAR

El César es toda autoridad legítimamente constituida  en las sociedades humanas. Esto mismo le otorga unos derechos que nosotros, cristianos, debemos, en conciencia, respetar y acatar. No importa que no sea un monarca piadoso, con tal que no mande nada contra la Ley santa de Dios. Un frase de Jesús, en su pasión, lo dice muy claramente. Al encontrarse delante de Pilato, que hacía ostentación de su poder para librarle o crucificarle, le contesta: No tendrás sobre mí poder alguno, si no se te hubiese dado de arriba. La palabra y la vida del gran Apóstol de las gentes, San Pablo, son un eco fiel de las enseñanzas del Salvador, cuando nos dice: Toda alma está sujeta a las autoridades superiores, pues no hay autoridad que no venga de Dios, y las que existen han sido instituidas por Él. Téngase en cuenta, que, cuando Jesús hablaba, el César era Tiberio y el procurador, Poncio Pilato. Cuando hablaba San Pablo, el príncipe era Nerón y los magistrados sus satélites. Y, no obstante, nos hablan de sumisión y obediencia. ¡Qué lección tan fecunda para nuestros tiempos! Es menester, empero, dar a Dios lo que es de Dios. Por encima de toda potestad humana, está Dios, que tiene derechos inalienables sobre toda criatura. Y así, como no hay potestad que no venga de Dios, tampoco la hay que pueda obrar contra Dios. Por esta causa, los apóstoles, ante las amenazas de las autoridades judaicas, respondían con firmeza que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Demos, pues al César lo que es del César, la moneda del tributo, ya que suya es la imagen y la inscripción; pero demos a Dios lo que es de Dios, el tributo de nuestra alma, ya que ella lleva impresa la imagen de Dios.

Del libro del Padre Ginebra, Pbro, El Evangelio de los domingos y de las fiestas, Ed. Balmes, 1960, págs. 257 y ss.